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En la revisión de la liturgia posterior al Vaticano II, el Ritual de la iniciación cristiana de adultos usa el término «catecumenado» sólo para el período que va desde la inscripción hasta la cuaresma anterior al bautismo, cuando el término «elegidos» sustituye al de «catecúmenos» para designar a los que se someten a los escrutinios y a otros ritos finales. Pero es común referirse a todo el proceso de >iniciación hasta el bautismo como catecumenado.
En el Nuevo Testamento no tenemos indicaciones acerca de preparaciones requeridas antes del bautismo; al contrario, parece que la fe, es decir, la confesión del señorío de Jesús (por ejemplo, He 2,36-41) y su resurrección, era el requisito fundamental, y que la >enseñanza venía después del bautismo. En el siglo II encontramos algunas indicaciones acerca de cierta preparación de los candidatos, pero sólo con la >Tradición apostólica en Roma nos hallamos ante un proceso de iniciación considerablemente complejo. Comenzaba con un examen de los candidatos por parte de los maestros (>Doctores de la Iglesia), en relación a su motivación. También se examinaba su modo de vida: ciertos oficios y profesiones tenían que ser abandonados antes de la admisión al catecumenado (Tradición apostólica 15-16/16). El catecumenado duraba tres años, pero el comportamiento era un criterio más importante que el requisito del tiempo (17/17, 1-2). Después de la instrucción se hacía siempre oración por los catecúmenos (18/18, 1). Los catecúmenos tenían que mantenerse aparte: durante las oraciones (18/18, 1-2); no podían dar el beso de la paz (pacem), porque su beso (osculum) todavía no era santo (18/18, 3); eran despedidos tras la oración (precem: ¿la oración de los fieles?), después de que el maestro les impusiera las manos (>Imposición de manos), (19/19, 1); no podían sentarse a la mesa de la cena del Señor (cenadeipon) con los fieles (27/26, 5). Durante la semana santa, que precedía al bautismo, los elegidos eran examinados una vez más, y el obispo pronunciaba unas oraciones especiales y realizaba el >exorcismo (20/20, 1-9).
Desde comienzos del siglo III hay ya una estructura catecumenal también en Egipto y el norte de Africa, y poco después se encuentran pruebas de una estructura similar también en Palestina, Siria y España. La minuciosa descripción de las fases finales de la instrucción de los candidatos que encontramos en el diario de Egeria (ca. 381-384) puede indicar que había caído ya en desuso en su Galicia natal (el noroeste de España o la Galia). Durante la cuaresma los que iban a bautizarse tenían diariamente instrucción acerca del conjunto de las Escrituras; los catecúmenos que estaban todavía en una fase inicial eran excluidos. A esta enseñanza, dice, se la llamaba «catequesis» (cathecisis), indicación quizá de que la palabra era nueva para ella. El obispo entregaba y explicaba además el credo, que durante la semana santa tenía que ser recitado, «devuelto», al obispo. No parece que Egeria tenga noticias de una transmisión semejante del padrenuestro. Sí dice, en cambio, que los misterios más sagrados sólo eran explicados durante la semana de pascua.
En el siglo IV hay pruebas de que algunas personas se hacían catecúmenos por motivos secundarios, por ejemplo casarse con un cristiano u ocupar un cargo público en el Imperio. Continuamente posponían el bautismo, y todos los años los obispos, por el tiempo de epifanía, tenían que llamar la atención de los adormilados catecúmenos. Más tarde, en el siglo V, el único período de preparación era la cuaresma misma, y en el siglo siguiente el catecumenado clásico dejó de existir.
En algunos escritos teológicos medievales y en ciertas liturgias quedaron huellas del catecumenado. A partir del siglo XVI hubo con frecuencia bautismos masivos de convertidos en territorios de misión, pero hubo también un movimiento, que poco a poco fue adquiriendo más fuerza, que reclamaba una preparación y una instrucción más serias antes del bautismo. Pero, a diferencia del catecumenado antiguo, estas no se realizaban dentro de un marco litúrgico.
En el siglo XX se ha insistido mucho en la preparación al bautismo. La Sagrada congregación de ritos, sin esperar al Vaticano II, restableció la preparación al bautismo por etapas; dividió el rito del bautismo existente en siete partes. El concilio pidió el restablecimiento del catecumenado (SC 64-66; CD 14).
El Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA), aparecido en 1972, es uno de los documentos más maduros de toda la reforma litúrgica. Es explícitamente muy adaptable a las diferentes situaciones. Consiste en tres etapas principales. Primero, el catecumenado propiamente dicho, que consta a su vez de varios pasos: ritos de entrada en el catecumenado (RICA, 41-74); ritos del catecumenado, en su mayor parte celebraciones de la Palabra, exorcismos y bendiciones (RICA, 75-117). En segundo lugar, el catecumenado es seguido por la elección o inscripción de los nombres al comienzo de la cuaresma inmediatamente anterior al bautismo (RICA, 118-137). A partir de este momento los candidatos son llamados los «elegidos» y a la fase se la denomina «tiempo de la purificación y de la iluminación». Consiste en escrutinios, que son liturgias en torno a los grandes textos de los cc. 4, 9 y 11del Evangelio de Juan, celebradas los domingos 3°, 4° y 5° de cuaresma. Los escrutinios constan de lecturas, homilía, intercesiones y exorcismos (RICA, 150-156, 164-177). Durante este período final se hace la entrega del credo (RICA, 157-163) y del padrenuestro (RICA, 178-184). El sábado santo se celebran otros ritos preparatorios (RICA, 185-205). En tercer lugar, todo el proceso de la iniciación concluye en la vigilia pascual con la celebración del bautismo, la confirmación (administrada por el sacerdote que preside la vigilia, si el obispo no está presente) y la recepción de la eucaristía. El RICA contempla además un «período de catequesis posbautismal o mystagogia» (RICA, 244-251; cf AG 15; CIC 789).
El RICA busca la conversión a tres niveles: se pretende el desarrollo intelectivo de la fe, el crecimiento afectivo y espiritual en las actitudes y el cambio de comportamiento, renunciando al pecado y orientándose a la adquisición de la virtud y los actos de amor. La revolución copernicana del RICA sitúa el bautismo no al comienzo de la conversión, sino como resultado de un proceso de conversión que se inicia mucho antes de la recepción del sacramento y continúa después.
El rito se caracteriza por el importante papel concedido al Espíritu Santo o la >pneumatología. El aspecto eclesiológico más notable del RICA es su insistencia en que la iniciación es cosa de toda la comunidad, con la aportación específica de los catequistas, los diáconos, los sacerdotes y los laicos, todos bajo el cuidado pastoral del obispo local. Es un ritual de toda la comunidad de los creyentes, activa a través de los ministerios, la oración y el ejemplo en la edificación de los catecúmenos. Han sido varias las jerarquías que han establecido normas para el catecumenado dentro de su territorio, aprovechando la flexibilidad que ofrece el ritual.
Aunque todavía no esté plenamente iniciado, se dice del catecúmeno que «pertenece a la Iglesia» y que «forma parte de la casa de Cristo» desde el momento en que es aceptado en el orden de los catecúmenos (RICA 47), postura que refleja el Vaticano II (LG 14; AG 10) y el Código (CIC 206; cf 788; 851). Este sentido de >pertenencia a la Iglesia es particularmente importante para quienes, a causa por ejemplo de su situación marital, no pueden ser admitidos al bautismo.
Es probable que sean necesarias décadas hasta que el RICA se introduzca completamente en la vida de la Iglesia y modifique profundamente nuestro modo de pensar en la conversión y la gracia. Entretanto las evaluaciones parciales han resultado generalmente favorables. Desde su publicación en 1972 el RICA ha sido también la base o modelo para diversos programas eclesiales, particularmente de renovación parroquial. Es esto reflejo de la versatilidad del ritual y de su potencial, al tiempo que subraya el hecho de que la iniciación es tarea de toda la vida, hasta que la eucaristía en el momento de la muerte se convierte en viático.
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
El camino catecumenal hacia el bautismo. Sus niveles
El catecumenado es un camino catequético, litúrgico y espiritual para integrarse plenamente en la comunión de la Iglesia por medio del bautismo. Es una escuela de iniciación cristiana, en la que se aprenden actitudes permanentes de cambio de mentalidad (conversión), de configuración con Cristo (bautismo), de celebración de los misterios de Cristo (oración y liturgia) y de compromiso de vida cristiana personal, comunitaria y social. Los catecúmenos «están ya unidos a la Iglesia» (AG 14)
La expresión «catecumenado» («instrucción») se aplica al período preparatorio para el bautismo, como período de formación integral a modo de escuela en la que se dan diversos niveles información o exposición fundamental sobre el cristianismo, anuncio del mensaje evangélico para llamar a la fe y a la conversión; educación de las actitudes personales respecto a la vida cristiana (oración, caridad), celebración litúrgica del misterio pascual (especialmente durante la cuaresma), adopción de compromisos concretos de vida cristiana (personal, familiar, social, eclesial), proceso de inserción en la comunidad eclesial donde cada bautizado tiene que asumir una misión o compromiso apostólico y vivir el mandato del amor.
Un proceso con diversas etapas y un temario armónico
Este itinerario, que puede tener diversas etapas escalonadas, tiende siempre a profundizar en la fe (recepción de la palabra de Dios, «credo»), celebrar los misterios (oración, liturgia, sacramentos), traducir las enseñanzas en compromisos concretos (mandamientos). El tiempo o duración del catecumenado dependerá de la madurez adquirida por el catecúmeno o grupo catecumenal, así como de las circunstancias eclesiales, sociales y culturales.
El temario de la formación asume los contenidos de las etapas (credo, sacramentos, mandamientos-virtudes), presentándolos en la perspectiva de la historia de salvación que acontece de nuevo en la celebración del año litúrgico. Esos contenidos deben presentarse como llamada a la contemplación, vivencia y misión o anuncio. Los ritos de los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, Eucaristía) y los contenidos de la cuaresma son los más adecuados para ahondar en el temario catecumenal.
Niveles, etapas y temario se orientan hacia Jesucristo vivido personalmente, puesto que el catecumenado «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesi¬vos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios» (AG 14; cfr. OICA 19, 98).
«Neo-catecumenado» hoy
Se llama neo-catecumenado a la aplicación analógica de este mismo camino catecumenal a quienes son ya bautizados (cfr. SC 64-65). De hecho, es toda la Iglesia la que vive este itinerario durante la cuaresma, en vistas a renovar las promesas bautismales en la noche pascual (cfr. SC 109). Puede también llamarse neo-catecumenado al proceso de reevangelización por parte de bautizados que no tuvieron suficiente preparación para el bautismo (cfr. CT 44).
Actualmente también se aplica la expresión «neo-catecumenado» a grupos cristianos que siguen un «método» o «camino» (por medio de asociación, servicio, movimiento, encuentro, etc.), para profundizar sistemáticamente en los contenidos del bautismo, asumiendo vivencial y responsablemente sus exigencias. Este neo-catecumenado es un camino eficaz y actualizado de evangelización, al servicio de la renovación eclesial.
Referencias Bautismo, catequesis, conversión, cuaresma, renovación eclesial.
Lectura de documentos SC 64-65, 109; LG 14; AG 14; CT 44, 18-25; EN 44; CEC 1248-1249; OICA («Ordo initiationis christianae adultorum»; DGC 88-91).
Bibliografía E. ALBERICH, Catecumenado moderno, en Diccionario de Catequética (Madrid, CCS, 1987) 149-153; D. BOROBIO, Catecumenado, en Conceptos fundamentales de pastoral (Madrid, Cristiandad, 1983) 99-120; Idem, Catecumenado, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 298-319; (Congregación para el culto divino) Ritual de la iniciación cristiana de adultos (Madrid, Comisión Episcopal de Liturgia, 1976); C. FLORISTAN, El catecumenado (Madrid, PPC, 1972); J. LOPEZ, Catecumenado, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 184-206; S. MOVILLA, Del catecumenado a la comunidad (Madrid, Paulinas, 1992).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
En la lengua griega, katechoumenos es un adjetivo verbal de katechein (literalmente, instruir de viva voz; en lenguaje cristiano, enseñar oralmente la fe). El término pasa al latín catechumenus. Así pues, en sentido literal, «catecúmeno» es el que escucha la enseñanza de la fe. En sentido técnico el término designa a los candidatos al bautismo. Y el catecumenado, por tanto, es el período de instrucción y de preparación para recibirlo.
En la antigua Iglesia la organización del catecumenado se presenta de diversas formas, aunque sobre la base de muchos elementos comunes. De todas formas, está ligado a la acción evangelizadora y misionera de la Iglesia y para los recién convertidos, es el comienzo del proceso de iniciación a la fe cristiana. Hay algunos rasgos concretos de estructura catecumenal en la Traditio Apostolica de Hipólito. En el s. IV, los catecúmenos aparecen va distribuidos en dos clases : los catecúmenos (catechumeni audientes) y los «iluminados» (photizomenoi, o también baptizomenoi, competentes, electi). A estas dos clases corresponden dos períodos distintos de preparación. Más a largo plazo el primero, de preparación inmediata el segundo, que coincide generalmente con el período de la Cuaresma.
En la semana de Pascua se desarrollaba la mistagogia, es decir, la explicación de los sacramentos. La praxis del catecumenado conoce sensibles cambios cuando cambia la situación oficial de la Iglesia tras la paz de Constantino y aumenta el número de los que se hacen cristianos. Gradualmente, pero con rapidez, el catecumenado deja de ser una estructura pastoral de maduración en la fe de los recién convertidos para ser una estructura prevalentemente litúrgica. La imposición a nivel general de la praxis del bautismo de los niños llevará, en los ss. Y-VI, a la desaparición del catecumenado.
En la época moderna se da una forma de catecumenado en la historia de la actividad misionera, sobre todo por iniciativa del cardenal C. M. A. Lavigerie (1825-1892). En Europa se registran experiencias de catecumenado en Francia en torno al 1950. De ellas brota un nuevo momento de reflexión, El concilio Vaticano II representa un giro decisivo. En la Constitución sobre la sagrada Liturgia está presente una primera indicación: «Restáurese el catecumenado de adultos, dividido en distintas etapas, cuya práctica dependerá del juicio del Ordinario del lugar; de esa manera, el tiempo del catecumenado establecido para la conveniente instrucción podrá ser santificado con los sagrados ritos que se celebrarán en tiempos sucesivos» (5C 64). En la Lumen gentium 14 se enseña: «Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella, y la madre Iglesia los abraza en amor y solicitud como suyos». El Vaticano II vuelve a hablar del catecumenado en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes), Aquí el catecumenado se define como un «noviciado convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro «. Consiguientemente, se dan algunas indicaciones : » Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con ceremonias litúrgicas al catecumenado.» Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en tiempos sucesivos, la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios» (AZJ 14). En enero de 1972 se publicó el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (OICA), que vuelve a introducir un camino de maduración en la fe y en la pertenencia eclesial que recuerda muy de cerca la estructura del antiguo catécumenado. En el período posterior al concilio muchos han mostrado su interés por una potenciación y restauración del catecumenado. También han surgido realizaciones en sentido más estricto de formas nuevas de catecumenado.
Entre éstas se recuerdan las » comunidades neocatecumenales» de Kiko Arguello. Hay motivaciones de orden teo1ógico (relación evangelización-sacramentos), pastoral (son muchos los sacramentalizados, pero pocos los evangelizados) y socio-cultural (por ejemplo, el fenómeno de la secularización) que impulsan a diversas comunidades cristianas hacia opciones de tipo catecumenal .
M. Semeraro
Bibl.: J López, Catecumenado, en NDE, 1,0-167. D. Borobio, Catecumenado en CFP, 99~12O; Bautismo y catecumenado, en especial de Concilium 22 (1967); El catecumenado, en especial de Phase 64 (1971); E, Alberich, Catecumenado moderno. en DC, 149-153.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
SUMARIO: 1. Constantes de la evangelización: 1. Jesús es Señor; 2. Convenios; 3. El perdón de parte de Dios; 4. El don del Espíritu; 5. Somos testigos; 6. Incorporación a la comunidad – 11. Catequesis cristiana primitiva: 1. En la Iglesia naciente; 2. Testimonios más antiguos; 3. La institución del catecumenado; 4. Expansión y decadencia – III. Vieja cristiandad y tierras de misión: 1. Por la vía rápida; 2. Restauración en marcha – IV. Restauración del catecumenado: 1. Bajo el signo de la renovación; 2. Etapas del catecumenado: a) La evangelización y el precatecumenado, b) El catecumenado propiamente dicho, c) La purificación o iluminación, d) La mistagogia.
Etimológicamente, la palabra catecumenado procede del verbo griego katecheo, que significa resonar, hacer sonar en los oídos y, por extensión, catequizar, instruir. Así, catecúmeno es el que está siendo instruido, catequiza-do; más en concreto, el que está siendo iniciado en la escucha, no de una palabra cualquiera, sino de la Palabra de Dios.
Realmente, el catecumenado conecta con esta experiencia bíblica fundamental: Dios habla hoy. Y se pone al servicio de ella. Para el hombre bíblico, el mayor problema religioso no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla hoy o no. Así, el hombre puede escuchar los pasos de Dios por el jardín de este mundo, pero también puede ocultarse (Gén 3,8); el escuchar constituye a Israel como Pueblo de Dios (Dt 6,4). Dios revela a Israel la Palabra, lo que no hizo con ninguna otra nación (Sal 147,19s); los profetas gritan con voz que nadie puede acallar: escuchad la Palabra (Am 3,1; Jer 7,2).
Se trata de escuchar no cualquier palabra, sino la Palabra de Dios, una palabra que se cumple en la historia (Ez 12,28); la Palabra de Dios no se agota, como tampoco su amor (Sal 77,9); el creyente necesita vivir conforme a la Palabra (Sal 119,25), si no quiere endurecer su corazón (Sal 95,7s).
Para Jesús de Nazaret, evangelizar es sembrar la Palabra (Mc 4,14); la Palabra es algo necesario, como el aire o el pan (Mt 4,4); en torno a ella se constituye la verdadera comunión, la verdadera familia (Lc 8,21); quien fundamenta su vida en la Palabra, construye sobre roca (Mt 7,24); toda la Escritura se convierte en testimonio a favor de Jesús (Jn 5,39); El es la Palabra de Dios hecha carne (Jn1,14), palabra rechazada por los suyos (1,11), Palabra que transforma en hijos de Dios (1,12), Palabra crucificada, muerta y sepultada, Palabra resucitada.
Para la Iglesia naciente, evangelizar es anunciar la buena nueva de la Palabra (He 8,4); cuando los gentiles la acogen, se hacen creyentes, lo mismo que los judíos (He 10,44; 11,1); quien evangeliza anuncia no una palabra de hombre, sino la Palabra de Dios viva y operante (1 Tes 2,13), una palabra viva y eficaz (Heb 4,12), Palabra no encadenada (2 Tim 2,9), Palabra que compromete, aunque la mayoría negocie con ella (2 Cor 2,17). En fin, escuchar o no escuchar, acoger o rechazar la Palabra, he ahí la frontera de la conversión al Evangelio del Cristo que vive.
El catecumenado, que comienza con la escucha de la Palabra de Dios, inicia en una experiencia que atraviesa vitalmente toda la Escritura y que afecta básicamente a la misión evangelizadora: «Iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (He 8,4).
El catecumenado cristaliza como institución eclesial en la Iglesia del s. tu (catechumenoi en Oriente, audientes en Occidente), pero recoge la herencia de un proceso de evangelización que se remonta a la misión apostólica y también a la misión del mismo Jesús (Jn 20,21; 17,18). En función de esta evangelización originaria ha de ser entendido el catecumenado posterior, y no al revés. Por ello, más que la institución eclesial como tal, interesa el proceso de evangelización que la institución pretende desarrollar. Este proceso, que en el s. IIl viene a ser catecumenal, está fundamentalmente en continuidad con la evangelización apostólica y las constantes de su desarrollo.
1. Constantes de la evangelización
En efecto, en la evangelización apostólica observamos unas constantes que se conjugan con la libertad de cada evangelizador. Así sucede con Pablo, evangelizador de cuerpo entero. Pablo ha disfrutado de una gran libertad a la hora de evangelizar; él ha tenido una fuerte experiencia en el camino de Damasco y -desde entonces- en muchos otros caminos; pues bien, desde esa experiencia (que es su propia experiencia) evangeliza. Y así durante muchos años. Pero «al cabo de catorce años, dice Pablo, subí nuevamente a Jerusalén… Subí movido por una revelación, y les expuse el evangelio que proclamo entre los gentiles -tomando aparte a los notables- para saber si corría o había corrido en vano» (Gál 2,1-2). Pablo, movido por una revelación, es decir, por algo que considera Palabra viva del Señor dirigida a él, acude a Jerusalén para confrontar su propio evangelio con el de aquellos que «eran considerados como columnas» (Gál 2,9) de la comunidad madre de Jerusalén. Quiere saber si corría o había corrido en vano, es decir, si transmite en su libertad el mismo evangelio que los demás, el único Evangelio común. Los «notables» de la Iglesia le «tendieron la mano en señal de comunión» (Gál 2,9): en la evangelización de Pablo se daban las constantes fundamentales.
Plantearse en la segunda mitad del s. xx qué significa catecumenado o qué significa evangelizar conduce a entresacar del amplio pluralismo de la Iglesia de los primeros siglos las constantes de evangelización que sirvieron entonces de puntos comunes de referencia y que pueden ser recuperadas hoy como líneas básicas del proceso catecumenal, dentro de una pluralidad de circunstancias, métodos e instrumentos. El catecumenado, antiguo o moderno, está indisolublemente vinculado a unas constantes de evangelización anteriores que lo fundamentan, constituyen y configuran. Veamos las más importantes.
1. JESÚS ES SEí‘OR – He aquí la primera constante y la más importante de todas: Jesús es Señor. El Evangelio anuncia un hecho que conmueve los cimientos de la experiencia humana común (Lc 24,18; He 4,31): el hecho es que Jesús actúa en la historia a la manera de Dios, es decir, como Señor. Así lo proclama Pedro: «Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (He 2,36; cf 3,13-18; 4,10-12; 5,30-31; 10,36-42; 13,28-37; 1 Cor 15,3-8; Flp 2,11). Este es el gran acontecimiento: un muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la falsa justicia de un orden religioso y político corrompido, ha sido constituido Señor de la historia. ¡Lo mismo que Dios! La Iglesia primitiva tiene experiencia de esto, pues se le ha dado el reconocer a Jesús en los múltiples signos que se producen como fruto de su pascua. Su misterio pascual ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, el día de la resurrección, el «tercer día». El «tercer día» no es un día solar de calendario, sino todo un período de tiempo, el tiempo que sigue a la resurrección de Jesús. El «tercer día» es, por tanto, un día que queda abierto y que no se cerrará jamás.
El futuro del hombre y del mundo ha comenzado con la resurrección de Jesús y su constitución como Señor de la historia. La vida eterna, a la que han de resucitar los muertos, «es ya posesión de los vivos que están unidos a él» (Jn 6,47). Este es el cumplimiento, el día que llenó de alegría a Abrahán cuando lo vio, del que escribió Moisés, del cual dan testimonio las Escrituras (cf Jn 8,51.56). En el encuentro con Cristo, Pablo descubre la consistencia del universo (Col 1,17) y la esperanza del mundo (Ef 2,11s). Ciertamente, como proclama Pedro, «no se nos ha dado otro nombre, otra realidad, otra experiencia semejante, en la que podamos ser salvos» (He 4,12).
La salvación es ya un hecho desde el momento en que Cristo, al ser levantado, comienza a atraer a todos hacia sí (Jn 12,32). En efecto, Cristo resucitado, como la limalla, atrae los gránulos de plomo según las líneas de un trazado progresivamente visible (Moeller).
2. CONVERTíOS – He aquí la segunda constante, consecuencia de la anterior. El hecho de que Jesús sea reconocido como Señor de la historia supone un cambio profundo, radical. «Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos» ,(He 2,37; cf 3,19; 5,31; Mt 3,2; 3,17; Mc 1,2-4; 1.15; Lc 3,1-18). ¡Abandonad esa justicia y ese orden que han crucificado a Cristo!
Es sumamente importante esto: si la predicación exige conversión no es en virtud de una exhortación moralizadora, sino porque anuncia el acontecimiento de la salvación, el Reino de Dios en la persona de Jesús. En virtud de dicho acontecimiento, la conversión del hombre le es anunciada gratuitamente, es decir, de balde. De otra forma, el Evangelio no sería buena nueva, sino mala noticia. El hombre, en efecto, está sometido a señores muy poderosos como para que por sí mismo pueda cambiar: «Ninguno de vosotros cumple la Ley» (Jn 7,19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). Ahora bien, si el hombre cambia profundamente, si el hombre sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros. La fuerza de Dios se manifiesta en contraste con la debilidad del hombre (2 Cor 12,9).
Pablo sabe por experiencia que el que se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, una criatura nueva, un hombre nuevo (2 Cor 5,17). El reconocimiento de Jesús como Señor le hace «enloquecer», derriba sus viejos centros de interés, invierte su jerarquía de valores, quebranta los cimientos de su mundo: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios» (Flp 3,7-9). Pablo es un hombre nuevo, desconocido, distinto: un hombre-anuncio, un hombre-testigo. Su palabra ya no es sencillamente la palabra del predicador, palabra de hombre, sino que viene a ser «Palabra de Dios viva y operante en medio del mundo» (1 Tes 2,13). La vida de Pablo ha venido a ser, por la gracia de Dios, el misterio pascual en acto: «Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). Pablo ya no es el mismo: ha cambiado profundamente, ha abandonado esa justicia y ese orden que crucificó a Cristo.
La conversión se realiza en el contexto de un proceso. Es un seguimiento (Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11; Jn 1,35-51). El seguimiento es la respuesta dada a la llamada de Jesús. Los primeros pasos y los restantes irán haciendo una historia que será reconocida y celebrada como historia de salvación.
3. EL PERDí“N DE PARTE DE Dios – Aquí tenemos la que pudiéramos llamar tercera constante, que Pablo proclama así en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: «Tened, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados, y la total justificación que no pudisteis obtener por la ley de Moisés la obtiene por él todo el que cree» (He 13,38s: cf 2,38; 5,31; 15,11; Le 24,47; Rom 1,16; 3,20).
A la fe inicial y a la conversión inicial, el Evangelio (= buena noticia) responde con el perdón total: Dios no tiene nada contra ti. Dios te ama.
A la conversión inicial corresponde ya el anuncio del perdón de los pecados, el hecho gratuito de la justificación. En la parábola del fariseo y del publicano, es el publicano quien vuelve a casa justificado, pues ha dado el primer paso en el camino del Evangelio: el reconocimiento del propio pecado (Le 18,9-14). En la curación del paralítico, Jesús discierne signos claros de conversión y de fe: aunque no puede moverse, el paralítico, llevado entre cuatro, llega hasta donde está Jesús, pasando por encima de todos: «Abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico» (Mc 2,4). Jesús, al ver todo esto, le anuncia de entrada el perdón de los pecados, con el consiguiente escándalo de escribas y fariseos. La curación posterior del paralítico será la señal de que Jesús puede actuar de ese modo y de que tiene poder en la tierra para perdonar los pecados (2,5-12).
El que comienza a creer y el que comienza a cambiar, ya está juzgado favorablemente por Dios. En el encuentro personal con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se revela la justicia de Dios, no la justicia que condena, sino la que justifica y salva a quienes creen (Rom 3,21-22). Como dice san Juan: «El que cree en él no será juzgado» (Jn 3,18). Y san Pablo: «Ahora no pesa eóndena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús» (Rom 8,1).
Con el reconocimiento actual de Cristo se manifiesta plenamente el juicio favorable de Dios (Rom 1,17), que absuelve al hombre de su frustración existencial y lo capacita para poder llegar a su plenitud humana. En efecto, el hombre, de por sí, no puede realizar su «obra», su «tarea existencial», ya que la muerte limita fatalmente su vivir y el pecado su bien obrar. En este contexto, la justificación es la actividad esencialmente salvadora de Dios, el acto por el cual Dios establece su `justicia’, cumple su promesa de salvar lo que estaba perdido y de llevarlo a la plenitud existencial. La justificación supone, ya en el presente, el juicio favorable de Dios sobre el destino fatal del hombre. Por ello, para estar justificado no basta realizar obras «buenas» moralmente, sino haber sido encaminado por Dios hacia la plenitud existencial que se manifiesta actualmente en Cristo.
4. EL DON DEL ESPíRITU – Con ello, estamos ya ante una nueva constante: «Recibiréis el don del Espíritu Santo, pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor, Dios nuestro» (He 2,38s; cf 1,8; 2,33; 4,31; 5,32; 10,44-48; Lc 24,49). En virtud de esto, el Evangelio proclama un hecho actual: el Espíritu Santo en acción, dando testimonio de Cristo (Jn 15,26).
En realidad, para que el Espíritu Santo sea reconocido es preciso que sea anunciado. Esto es lo que hizo Jesús en la última cena. Lo hizo en el momento oportuno: «No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros» (16,4), y lo anuncia «antes de que suceda para que, cuando suceda, creáis» (14,29). Aquella noche de despedida, Jesús insiste una y otra vez en la venida del Espíritu. San Juan relata cinco momentos, cinco promesas acerca del Espíritu:
* El Espíritu estará con nosotros (primera promesa: Jn 14,16-17).
* El Espíritu os conducirá hasta la verdad completa (promesas segunda y quinta: Jn 14,26; 16,12-15).
* El Espíritu revisará el proceso de Jesús (promesas tercera y cuarta: Jn 15,26; 16,7-11).
La acción del Espíritu se produce, por tanto, en el contexto de un proceso que enfrenta a Jesús con el mundo y que sigue abierto en la existencia de los discípulos presentes y futuros. En este inmenso proceso religioso, el testimonio del Espíritu adquiere auténtico y profundo sentido: ante la hostilidad del mundo, los discípulos de Jesús se hallarán continuamente expuestos al escándalo, sentirán la tentación de desertar, experimentarán la duda y el desaliento. Precisamente en esa hora intervendrá el Espíritu de la verdad, el defensor de Jesús; él dará testimonio de Jesús ante la conciencia de los discípulos; él los confirmará en su fe y les devolverá toda su seguridad cristiana.
Más aún, el reconocimiento actual de Jesús como Señor se vuelve posible por la acción del Espíritu: «Nadie puede de: cir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3; cf Jn 15,26). No tenemos un retrato del Espíritu, pero podemos experimentar su acción: es como el viento (Jn 3,8), como el agua (Ez 36,25-26; Is 44,3-4; Jn7.37-39), como el fuego (Eclo 48,1; Jer 20,9; He 2,3-4; 4,31), como el aceite (Is 61,1-2; Le 4,18).
La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones como fruto de la pascua de Cristo (Jn 7,37-39). Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. También para el mundo de hoy. Si en la actualidad, dice san Agustín, la presencia del Espíritu Santo no se manifiesta con semejantes milagros, ¿cómo será posible que sepa cada uno que ha recibido el Espíritu?
5. Somos TESTIGOS – He aquí también otra constante de la evangelización primitiva: somos testigos. Así lo dice Pedro el día de Pentecostés: «A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís» (He 2,32-33; cf 3,15-16; 4,33; 5,12; 5,32; 5,42; 8,4-8; 10,41-42; 13,31; 1 Cor 15,5-8; 1,8).
Para la «sabiduría del mundo» y sus prejuicios, el Evangelio es sin duda «locura» y «escándalo» (1 Cor 1,23). «El que prende a los sabios en su propia astucia» (1 Cor 3,19) responde a ese desafío no con razonamientos de la lógica común, sino con la proclamación de unos hechos por parte de unos testigos que «no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído» (He 4,20). Y unos hechos que pueden ser vividos por cualquiera, «pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro» (He 2,39). Ciertamente, «Dios quiso salvar a los creyentes mediante la necesidad de la predicación» (1 Cor, 21), pero «la necesidad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres» (1,25).
La evangelización primitiva apela a la experiencia del Espíritu en la Iglesia como a un hecho a partir del cual puede argüir: la obra manifiesta del Espíritu, «lo que vosotros veis y oís», supone el cumplimiento de la Promesa de Jesús, cuya causa ha sido (está siendo) reivindicada por el Padre. ¡Y de qué forma! Dios le resucitó, le sentó a su derecha (=le constituyó Señor) y ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, que os ofrece ahora a vosotros.
Esto es lo que parecen haber olvidado los gálatas de ayer y los de hoy. Ante ello, Pablo no puede callar: «Â¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne? ¿Habéis pasado en vano por tales experiencias? ¡Pues bien en vano seria! El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? (Gál 3,1-5).
Pablo apela a la experiencia del Espíritu, al cumplimiento efectivo de la Palabra proclamada, a la vigencia permanente del anuncio. Los mismos gálatas han sido testigos de ello. En la evangelización primitiva, como Jesús había anunciado (Jn 7,37s), la acción del Espíritu se prodiga generosamente. Una y otra vez, en ámbito comunitario, los reunidos se convierten en asombrados testigos del cumplimiento de la Promesa de Jesús: «Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra» (He 10,44; cf 2,1-4; 4,31; 8,15-17; 19,6).
Quien evangeliza es un testigo, no un predicador vacío y superficial de la Palabra de Dios (san Agustín); por eso, desde la experiencia de fe convoca a la experiencia de fe. Como dijo Pablo VI: En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? (EN 46).
6. INCORPORACIí“N A LA COMUNIDAD – Finalmente, aquí nos encontramos con otra constante: quien acoge la evangelización se incorpora a la comunidad. Evangelizar es formar comunidad. Según los Hechos de los Apóstoles, así nace y crece la primera comunidad cristiana: «Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas» (He 2,41). Y también: «El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (2,47; cf 2,5-11; 5,14; 6,7; 11,21-25; 18,9-10; 19,9).
La evangelización, pues, crea comunidad, hace Iglesia. Quien acoge la Palabra proclamada se vincula a la comunidad cristiana, al menos de forma inicial. Tratándose de una evangelización primera, la vinculación a la comunidad será, de momento, también primera o inicial. Esta primera integración comunitaria es uno de los signos de laconversión inicial: es el primer paso dado de lo individual a lo comunitario. El creyente no va por libre, sino que marcha en grupo, como Pueblo de Dios (LG 2).
La experiencia comunitaria misma supone, de por sí, una señal, la señal básica, que convoca a los pueblos a la fe. La Iglesia es así: «luz de las gentes» (LG 1), «signo levantado en medio de las naciones» (SC 2), «sacramento universal de salvación» (GS 45). Al proclamar su evangelio al mundo, la Iglesia ofrece su propia experiencia comunitaria como realización del mismo.
El hecho comunitario se convierte en fuente de evangelización. La comunidad cristiana es la piscina de Siloé, donde el Espíritu remueve las aguas y donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (Jn 9,7). La comunidad cristiana es el lugar donde Pablo, cegado por la luz del Señor resucitado, en el camino de Damasco recupera la vista y las fuerzas (He 9,3-17s). La comunidad es el medio más sensible de que disponemos para percibir la acción del Espíritu, escuchar la Palabra de Dios y reconocer la presencia del Señor. La comunidad es el Cuerpo de Cristo resucitado (Ef 1,22-23; LG 7), creación del Espíritu: «En un solo Espíritu hemos sido bautizados para no formar más que un solo cuerpo» (1 Cor 12,13).
La comunidad es seno materno donde se gesta el hombre nuevo. La semilla es la Palabra de Dios. La concepción del hombre nuevo se realiza en la evangelización primera.
El hecho comunitario se convierte también en fuente de enseñanza, de comunión, de celebración y de oración: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (He 2,42). En efecto, los primeros cristianos, conducidos por los apóstoles, profundizan asiduamente en el sentido de las Escrituras a la luz de los hechos que han ido aconteciendo a partir de Pascua; descubren el valor de la unidad fraterna y lo cultivan también asiduamente: es bueno y maravilloso convivir los hermanos unidos (Sal 133,1); reconocen también asiduamente la presencia real de Jesús en la reunión de la comunidad: él sigue «partiendo el pan», sigue comiendo y bebiendo con nosotros y, más aún, él es «el pan de vida» (Jn 6,34) que alimenta a la comunidad; oran también asiduamente: de la experiencia de fe viva brota la oración frecuente, la petición, la alabanza, la acción de gracias (cf He 2,46; 1,14-24; 4,24-30; 6,4.6; 13,3; 14,23; 16,25; 20,7-11; 28,15).
El hecho comunitario se convierte también en fuente de signos: «Los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales» (He 2,43); estos signos confirman la Palabra predicada, y así los primeros discípulos toman conciencia de que el Señor sigue evangelizando con ellos y colabora con ellos: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20; cf Mt 28,20).
La comunidad es una nueva unidad social, que se manifiesta no sólo en el culto, sino también en la distribución de necesidades y recursos: «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno» (He 2,44). Y también: «La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común» (He 4,32; cf 4,34-35). La comunicación de bienes -al nivel que se produzca- será siempre signo expresivo de la comunión de corazones.
La comunidad cristiana es un grupo abierto que no tiene inconveniente, sino mucho gozo, en incorporar continuamente nuevos miembros, disponiendo siempre un nuevo sitio para un hermano más. Respeta la iniciativa del Señor, que «agrega cada día a la comunidad a los que se van salvando» (He 2,47).
II. La catequesis cristiana primitiva
En los primeros tiempos, el proceso de evangelización se abre paso en medio de circunstancias difíciles. Los cristianos se encuentran en situación política y religiosa adversa, frecuentemente perseguidos y, por tanto, en permanente estado de riesgo. San Pablo conoce perfectamente esta situación, que afecta especialmente a aquellos que evangelizan: «Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados» (2 Cor 4,8-9; cf 6,4-10).
Algo semejante comenta el autor del Discurso a Diogneto (s. III). Los cristianos son, como lo fue Jesús de Nazaret, señal de contradicción. «A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata, y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados, y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien, y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio» (V,11-17).
Los cristianos son minoría dentro de la sociedad, pero son como una ciudad levantada en lo alto de un monte (Mt 5,14); son numéricamente pocos, pero actúan como levadura en medio de la masa (Le 13,21). En ellos se da un fuerte proceso de evangelización de adultos (también de niños), que se transmite en el clima favorable de una relación de fraternidad. Se reúnen donde pueden, frecuentemente en las casas. El individuo no está aislado, vive en comunidad. El número de miembros que compone cada comunidad no es excesivamente grande: cada uno es conocido y llamado por su nombre. El misterio de comunión que constituye a la Iglesia se hace visible y significativo en una relación fraterna y comunitaria. La Iglesia vive en estado de misión, como luz de las gentes (Is 62).
1. EN LA IGLESIA NACIENTE – En la Iglesia naciente se distingue entre el anuncio del Evangelio a los no cristianos (kerygma) y la enseñanza dada a los nuevos convertidos, en la que se explicaban las Escrituras a la luz de los hechos cristianos (Didajé): «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles» (He 2,42) aquellos que previamente habían acogido el anuncio del evangelio. Ciertamente, la iniciación cristiana (catequesis) es entonces algo más que «enseñanza de los apóstoles». Es también «comunión», «fracción del pan», «oración», «temor ante los prodigios y señales», «comunicación de bienes», «agregación a. la comunidad» (2,42-47); es decir, iniciación en la vida cristiana total.
Desde los orígenes se distinguían dos clases de creyentes: los niños pequeños (nepioi, los que no hablan) y los adultos (teleioi, los cristianos maduros). Por ello puede decir Pedro: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que por ella crezcáis para la salvación» (1 Pe 2,1). 0 como dice Pablo: «No seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio» (1 Cor 14,20). Y también el autor de la Carta a los Hebreos: «Debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, volvéis a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos» (Heb 5,12). Todo ello nos manifiesta que en la Iglesia naciente hay clara conciencia de que la evangelización se transmite en un proceso de crecimiento. El «niño pequeño» seria, por tanto, el que se encuentra en proceso de maduración. Y esto antes o después del bautismo.
Inicialmente se bautiza precozmente. La experiencia de fe es rica y abundante. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la celebración del bautismo tras la primera experiencia del Espíritu: «Estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando el Espíritu cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra… Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (He 10,44-48). No obstante, la situación política y religiosa adversa (y otros problemas) conducen a veces a la apostasía y deserción. Ello irá aconsejando prudencia y no bautizar a nadie hasta que no haya señales suficientes de que ha madurado el proceso de conversión.
2. TESTIMONIOS MíS ANTIGUOS – Entre los testimonios más antiguos de la catequesis cristiana primitiva (fuera del NT) es preciso citar, sobre todo, la Didajé o Doctrina de los Apóstoles (s. I): es un escrito judeocristiano, que presupone un cierto período de instrucción catequética, una especie de «manual del misionero» o apóstol. También habría que citar la Epístola de Bernabé (enseñanza elemental y completa dirigida a bautizados, a comienzos del s. II), la Epístola de los XI Apóstoles (escrito del s. II conservado en copto y en armenio).
Especial mención merece la Apología 1, de Justino, obra escrita en Roma a mediados del s. II. Esta Apología, dirigida a los emperadores romanos, habla de la existencia de un breve periodo de preparación al bautismo, al parecer muy simple. En efecto, se trata de un tiempo «dedicado a la instrucción, a los ayunos y a la oración»; se requiere «creer que son verdaderas las cosas enseñadas y dichas», «la promesa de vivir de este modo» y «aprender a rezar y a pedir con ayunos el perdón de los pecados»: «Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se ha unido a nosotros, lo llevamos a los llamados hermanos, allí donde están reunidos». Justino habla del bautismo como de una iluminación, «porque quienes han sido instruidos en todo esto tienen el espíritu como iluminado» (Apología 1, 81, 65 y 66).
Es preciso citar también la Demostración de la predicación apostólica, de san Ireneo (hacia 115-203), la primera exposición catequética de la historia de la salvación, y, finalmente, el Pastor de Hermas (hacia el 140, en Roma), que -no utilizando todavía la palabra catecumenado- manifiesta la existencia de un tiempo de preparación al bautismo: los candidatos son iniciados en la escucha de la Palabra y han de dar pruebas de conversión.
3. LA INSTITUCIí“N DEL CATECUMENADO – El comienzo del s. III es un momento clave en la historia de la Iglesia: poco a poco, los cristianos se van extendiendo, dejan de vivir en pequeños grupos e invaden la sociedad. Se está configurando un nuevo modo de situarse la Iglesia en medio del mundo: el problema está en saber qué conservar y qué rechazar de las costumbres de aquella sociedad.
Según Eusebio de Cesarea, Panteno había fundado una «escuela de catequesis» en Alejandría. Aún no ha nacido la institución del catecumenado, pero las costumbres y el vocabulario manifiestan la existencia de una seria formación catecumenal. A Panteno le sucede Clemente, hacia el año 190. Los trabajos de Clemente testimonian claramente el uso de la palabra catecúmeno y la práctica de una real disciplina catecumenal. La estructura es muy flexible, hay mezcla de paganos y neófitos. El proceso dura unos tres años. Se valora mucho el esfuerzo intelectual en los catequistas, así como los valores de la filosofía griega. En el Pedagogo, de Clemente de Alejandría, cada detalle concreto de la vida diaria es puesto en confrontación con el mensaje evangélico.
En el norte de Africa, Tertuliano (hacia 160-220) escribe su Tratado del Bautismo en torno a los años 205-206. Es la primera exposición completa sobre el sacramento (su necesidad, efectos, ritos y figuras del mismo en el AT y NT), de gran influjo en la tradición posterior. La iniciación bautismal es la única entrada en la única fe por sucesivas etapas: paganos, catecúmenos (audientes, o auditores, ingressuri baptismum) y ,Teles. Se requiere, por tanto, un tiempo en que se consolide y verifique la conversión.
La Tradición Apostólica, de Hipólito de Roma, obra escrita hacia el 215, presenta una organización no frecuente del catecumenado, caracterizada por una fuerte estructura. Como es común ya en el s. q I, se distinguen dos estadios dentro del catecumenado: la preparación remota al bautismo (entrada y permanencia en el catecumenado durante unos tres años) y la preparación próxima (que se inaugura con la admisión al bautismo). Con dicha admisión, los candidatos al bautismo, hasta ahora oyentes (audientes), pasan a ser elegidos (electi). Hipólito fue un sacerdote romano que se opuso violentamente al papa Calixto, a quien acusó de laxismo. La Tradición Apostólica presenta algunos rasgos rigoristas; es, sin embargo, fruto de un esfuerzo pastoral lentamente madurado a lo largo del s. II y refleja fielmente el estado de la liturgia y disciplina romanas a principios del s. ni.
La Didascalia de los Apóstoles, obra escrita en el norte de Siria en la primera mitad del s. nL habla indistintamente de etapas catecumenales (prebautismales) y de etapas penitenciales (posbautismales). Estas son las etapas cateeumenales: la conversión (respuesta al anuncio del Evangelio), la admisión progresiva en la Iglesia (se escucha la Palabra, sin participar en el culto) y la penitencia litúrgica (comienza con la elección y termina con el bautismo).
San Cipriano (hacia 210-258), en su Testimonia ad Quirinum, nos aporta una colección de citas del AT clasificadas según el plan mismo de la catequesis (catequesis dogmática y catequesis moral). Aparecen aquí los mismos textos del AT agrupados del mismo modo que en la primera Carta de Pedro, en la Carta de Bernabé y en la Demostración, de Ireneo.
Orígenes (hacia 185-254) es el primer catequista que conocemos con precisión. Eusebio de Cesarea nos dice cómo llegó a tomar esa opción radical, que le puso incondicionalmente al servicio de la catequesis: «No había nadie en Antioquía dispuesto para catequizar… A los dieciocho años entró en la escuela de catequesis… Viendo que acudían a élnumerosos discípulos, como estaba solo… pensó que era incompatible la enseñanza de las ciencias gramaticales con la que tiene por objeto dar conocimientos divinos, y sin tardar rompió con el primer trabajo. En adelante había de dedicar su vida exclusivamente al estudio de la Escritura y a la formación de catecúmenos, lo cual en esta época de persecuciones era muy peligroso» (Historia Eclesiástica 3,3:7).
Para Orígenes, la iniciación cristiana supone también un cambio real de vida: es preciso consolidar la conversión. Principalmente en su obra Contra Celso encontramos detalles sobre la estructura de la catequesis y la organización del catecumenado. Distingue claramente tres etapas catecumenales: la probación precatecumenal, la probación catecumenal y la probación penitencial pos-bautismal. Entre los catecúmenos distingue los oyentes o auditores (principiantes y convencidos) y los elegidos.
4. EXPANSIí“N Y DECADENCIA – «Desde comienzos del s. III, dice Daniélou, la estructura de la preparación al bautismo ya está determinada en sus líneas esenciales. El s. Iv, fecundo en obras catequéticas de gran envergadura, no hará más que llevarlas a su plena expansión. La abundancia de fuentes que poseemos nos permite conocerlas de modo muy preciso y completo».
En Oriente contamos con Cirilo de Jerusalén (18 Catequesis pronunciadas a lo largo de la Cuaresma y de la semana de Pascua del año 348); Teodoro de Mopsuestia (16 Homilías Catequéticas pronunciadas en Antioquía hacia el 392), san Juan Crisóstomo (Ocho Catequesis, escritas probablemente alrededor del año 390), el Itinerario, de Egeria (una información preciosa y completa sobre la preparación al bautismo en Jerusalén, a finales del s. 1v). En Occidente contamos con Ambrosio (De Mysterüs, catequesis sobre los sacramentos en función de una tipología bíblica, escritas en Milán hacia el año 390-391; también el tratado De Sacramentis, escrito con notas tomadas de catequesis habladas), y con Agustín (algunos sermones prebautismales y, sobre todo, el De Catechizandis Rudibus (hacia el 400), librito capital sobre el método catequético, enviado al diácono Deogracias, que lleva la catequesis en Cartago y se encuentra muy desalentado: sigue la historia de la salvación y se ocupa también de la preparación remota al bautismo y no sólo de la preparación inmediata, como las demás obras).
«La historia del catecumenado, dice Dujarier, se ha desarrollado en tres etapas. A fines del s. III las exigencias de una Iglesia misionera mantienen en serio la preparación bautismal: examen de entrada, largo período de formación, nuevo examen antes de ser admitido al bautismo. Durante los ss. Iv y v, las circunstancias cambian por la conversión de los emperadores. Se constituye una cristiandad. Se desarrolla el período cuaresmal, en detrimento del catecumenado propiamente dicho. Finalmente, el s. Vl sólo conserva ritos más o menos condensados, y el bautismo de niños se impone sobre el catecumenado».
En efecto, las circunstancias cambian. En el año 313, en tiempos de Constantino, el Edicto de Milán decreta la tolerancia del culto cristiano. En el 380, con Teodosio, el Edicto de Tesalónica proclama al cristianismo como religión oficial del Estado. Con ello se establece una nueva situación religiosa y política: la Iglesia pasa de la persecución a la protección oficial; los paganos y herejes son ahora perseguidos; el catecumenado se difunde (primero), para ir desapareciendo poco a poco (después); las masas entran en la Iglesia sin catequizar; y el emperador, a la vez cristiano y depositario de la más alta autoridad temporal, interviene e interfiere en los asuntos de Iglesia.
I/PROTEGIDA: «Combatimos contra un perseguidor insidioso -escribe san Hilario de Poitiers en el s. Iv-, un enemigo que ciertamente halaga… no nos azota, sino que acaricia nuestro estómago; no confisca los bienes para darnos la vida, sino que nos enriquece para darnos la muerte; no nos empuja hacia la libertad encarcelándonos, sino hacia la esclavitud ofreciéndonos honores en su palacio; no hiere nuestros flancos, pero secuestra nuestro corazón; no corta la cabeza con espada, pero mata el alma con oro; no amenaza oficialmente con la hoguera, pero enciende secretamente el fuego del infierno… Adula para dominar; confiesa a Cristo para negarlo; busca la unidad para impedir la paz; oprime a los herejes para que no haya cristianos; construye iglesias para destruir la fe» (Contra el emperador Constancio, 5).
San Juan Crisóstomo (hacia 349-407) es el tipo de hombre de Iglesia, fiel hasta el extremo, a quien toda forma de tomar en consideración las circunstancias políticas y el poder de los grandes de este mundo le parece una traición al Evangelio. Su fidelidad la pagó con el precio de la persecución y el destierro.
En el s. vl el catecumenado queda reducido a la Cuaresma y, además, queda situado en la primera parte de la misa. Con ello la Iglesia ya no tiene otro espacio de acogida que la misa misma, y los catecúmenos deberán adaptarse al sistema de una comunidad preestablecida. Posteriormente hasta se perderá la conciencia de que la cuaresma tuvo algo que ver con el catecumenado. Con la situación de cristiandad se pierde -a gran escala- no sólo el catecumenado como institución, sino -lo que es más importante- el proceso de evangelización y catequización de los adultos, predominando decisivamente la masificación, el cultualismo y la fijación infantil de la catequesis.
III. Vieja cristiandad y tierras de misión
Con los condicionamientos propios de la época, el descubrimiento del Nuevo Mundo y las expansiones coloniales de los ss. xvI y xvIl provocaron nuevamente la cuestión de la preparación bautismal. Dicha preparación fue aconsejada por los teólogos de Salamanca (1541) y declarada obligatoria por los concilios de Méjico (1555) y de Lima (1552), que señalan un tiempo mínimo de treinta días para la instrucción catecumenal. El sínodo de Quito (1570) no fija la duración mínima, sino que habla «de un tiempo conveniente».
1. POR LA VíA RíPIDA – De hecho, el tiempo de preparación resulta excesivamente corto. La sacramentalización masiva es arrolladora y la catequesis bautismal dura, como mucho, cinco días. Sólo en un mes (diciembre de 1543) san Francisco Javier administra 10.000 bautizos. Con objeto de promover una preparación más seria, san Ignacio sugiere la creación de «casas de catecumenado». Pero los vientos no iban por ahí: el concilio de Trento (1545-1563) calla sobre la cuestión; y hacen lo mismo los concilios de Lima (1584) y de Méjico (1585), que habían de influir decisivamente hasta el s. xlx en la iglesia latinoamericana. Las decisiones conciliares de Indias se limitan a sugerir que a nadie se le bautice contra su voluntad.
IGNORANCIA RELIGIOSA: En la vieja cristiandad, las cosas no iban mucho mejor. Bartolomé Carranza (hacia 1503-1576), arzobispo de Toledo, denuncia la situación religiosa de su tiempo en su famoso Catecismo, por el cual fue procesado: «Sabemos que hay millares de hombres en la Iglesia que preguntados de su religión, ni saben la razón del nombre ni la profesión que hicieron en el bautismo, sino que, como nacieron en casa de sus padres, así se hallaron nacidos en la Iglesia; a los cuales nunca les pasó por el pensamiento saber los artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo, qué cosa son los sacramentos. Hombres cristianos de título y de ceremonias y cristianos de costumbre, pero no de juicio y de ánimo; porque, quitado el título y algunas ceremonias de cristianos, de la sustancia de su religión no tienen más que los nacidos y criados en las Indias» (Catecismo cristiano 1558, Ed. Católica 1972, 119).
El arzobispo procesado por la Inquisición piensa que la Iglesia necesita una reacción profunda, volviendo a las fuentes de la Iglesia primitiva y, en concreto, a la tradición catecumenal de la misma, que incluía un serio discernimiento antes de la celebración del bautismo o de la confirmación: «En la Iglesia primitiva acostumbraron los Padres de ella que, los que venían a tomar el bautismo con edad y con uso de razón, que llamamos adultos, antes de que se bautizasen fuesen enseñados en las cosas generales y sustanciales de la religión, y no les permitían tomar el bautismo hasta que estuviesen bien instruidos en ellas; y por el tiempo que estaban en esta instrucción antes del bautismo, se llamaban catecúmenos… Pero a los que se bautizaban niños sin uso de razón (porque, desde el tiempo de los Apóstoles, los hijos de los cristianos se bautizaban en esa edad, y de ellos tiene la Iglesia esta tradición y uso), después que llegaban a edad, los catequizaban; y si sabían bien la doctrina cristiana, los confirmaban sus obispos y les ponían la señal y la banda de cristianos. Y unos y otros eran examinados: los grandes, antes del bautismo; y los pequeños, antes de la confirmación. Sin examen y aprobación ninguno era recibido al bautismo… Esta costumbre se guardó muchos años, y era una de las más santas y más útiles que nos dejaron los Apóstoles. De este ejercicio hicieron muchos decretos los antiguos, como refiere Rábano, y en los concilios hay muchos cánones que mandan guardar esta santa costumbre…
Ahora hallamos en esta ignorancia no sólo a los mancebos de quince o veinte años, sino a los hombres de cuarenta y cincuenta años» (o.c., 121-122).
Intentando dar una respuesta a esta situación, agravada por la división de la cristiandad, florecen muchos catecismos: unos son amplios (para sacerdotes y personas cultas) y otros breves (para el pueblo y, especialmente, para los niños). Los Papas insisten en la implantación del Catecismo romano (síntesis bíblica, doctrinal y espiritual para uso de párrocos) y en el Catecismo de Belarmino (para niños). En España destacan, junto al de Carranza, los catecismos de Talavera, Juan de Valdés, Meneses, Constantino, Diego Ximénez, Domingo y Pedro de Soto, Juan de Avila y Martín Pérez de Ayala, predecesores de los catecismos de Astete y Ripalda. Con perspectiva histórica y ante situaciones semejantes en muchos aspectos, podemos hoy constatar que el catecismo, aunque útil, no resuelve todos los problemas.
A finales del s. xvl. el cardenal Sanctorio investiga en las fuentes de la antigua liturgia romana. Su renovación litúrgica y pastoral es divulgada por el carmelita Tomás de Jesús (1564-1627) y, luego, por la nueva Congregación de Propaganda Fide (1622); esta Congregación, a comienzos del s. xlx, determinará que la duración y forma del catecumenado sea decidida por los obispos misioneros.
2. RESTAURACIí“N EN MARCHA – En 1878 el cardenal Lavigerie, fundador de los Padres Blancos, dirige una carta al cardenal Franchi, prefecto de Propaganda Fide, exponiéndole su proyecto de restaurar el catecumenado estricto. Dicho proyecto es aprobado. Ese mismo año dirige sus primeras instrucciones a diez misioneros de Tanzania, en el reino de Buganda. En 1879 el proyecto es puesto en marcha; cuatro años de duración y tres grados escalonados: postulantes (reciben una instrucción elemental durante dos años), catecúmenos (son instruidos en la totalidad del mensaje, durante otros dos años) y candidatos al bautismo (quienes superan la prueba y son admitidos). Los Padres Blancos difundirán el catecumenado en muchas misiones africanas. Junto al cardenal Lavigerie es preciso citar también al Padre Libermann, fundador de los Padres del Espíritu Santo, que ha contribuido también decisivamente a la restauración del catecumenado en tierras de misión.
En la segunda mitad del s. xx. al final del concilio Vat. II, el catecumenado parece estar establecido en las parroquias y sucursales de toda el Africa subsahariana (Camerún, Ghana, Malí, Nigeria, Burundi, Congo, Ruanda, Tanzania, Uganda, Zambia, Rodesia, Unión Sudafricana). En su mayor parte está llevado por catequistas. Su duración es variable: cuatro años, dos, uno, seis meses, dos o tres meses; a veces se deja a la discreción del párroco. En general, lo que mueve a los paganos a inscribirse en el catecumenado es «servir a Dios», «seguir el camino de los padres»; también la promoción humana o consideraciones familiares. El catecumenado suele organizarse con estos objetivos: aprender la doctrina cristiana y las oraciones usuales. Se echa de menos una auténtica iniciación, una verdadera evangelización que culmine en la conversión al Dios vivo y a Jesucristo. En relación con la parroquia, el catecumenado ha ido quedando como una actividad marginal. Asimismo, salvo algunas excepciones, el catecumenado no guarda relación con el tiempo litúrgico.
En medio de una cultura autosuficiente como la del Japón, el misionero siente especialmente la tentación de disimular la novedad radical del Evangelio, el poder que tiene la Palabra de Dios de mover a los hombres de hoy. Entonces, la gente no es situada ante el dilema y la opción de la conversión. Hacia 1965, los misioneros no están de acuerdo sobre cuáles deben ser las condiciones de entrada en el catecumenado; lo mismo sucede con la duración. No obstante, es frecuente la instrucción semanal, que puede durar cerca de un año.
En Vietnam es particularmente interesante la experiencia catecumenal del misionero J. Dournes, que convirtió su misión en centro de catecumenado: se trata de insertar al hombre en ese misterio de la Palabra personal que es Cristo, Palabra que es pan de vida y también verdad que libera. Primero solo, luego con los catecúmenos que van acudiendo, da testimonio de su fe. Desde el principio, todo catecúmeno es un signo para el conjunto de sus hermanos paganos. Cualquiera puede acudir como oyente a las reuniones y celebraciones, excepto a la eucaristía. El oyente se convierte en catecúmeno cuando comienza a creer y supera los mayores obstáculos para su conversión. Los obispos del país mantienen la costumbre de bautizar sin etapas y sin preparación seria, aunque la inmensa mayoría de los así bautizados abandona la Iglesia poco después.
En Formosa, la organización del catecumenado varía según los lugares. La instrucción religiosa, generalmente sobre la base de catecismos tradicionales, se hace en grupos o individualmente. La duración, en principio, es de un mínimo de seis meses, con dos o tres instrucciones por semana. Se detectan problemas: una fe sociológica y utilitaria, el sincretismo y la descristianización.
La renovación bíblica, catequética y litúrgica llega también a las misiones africanas y asiáticas. Poco a poco se irán planteando cada vez más claramente algunas grandes cuestiones: la diversidad de los catecumenados existentes, la interacción entre evangelio y cultura, la reacción frente al centralismo romano, la excesiva institucionalización del catecumenado y el problema de unas líneas esenciales válidas para todo proceso catecumenal.
IV. Restauración del catecumenado
La restauración del catecumenado ha ido madurando lentamente en la Iglesia universal, tanto en tierras de misión como en países de vieja cristiandad; su necesidad se ha ido haciendo sentir en el contexto de una progresiva secularización del mundo contemporáneo.
Ya en 1906 un monje francés, Dom Cabrol, ante la apostasía tan frecuente de los cristianos de nuestro tiempo, propone reservar el bautismo de niños para el caso de familias verdaderamente cristianas, adoptando de nuevo, para los demás, el bautismo de adultos, que recuperaría así su plena significación.
A partir de 1930 se observa una gran corriente misionera en toda Francia: no se trata ya de «pescar con caña», sino que el problema es más profundo: «Hay que hacer de nuevo cristianos a nuestros hermanos». No se trata de la conversión aislada de un adulto, sino de poner en marcha todo un ambiente a partir de un adulto que toma conciencia de su fe. El problema es colectivo. Francia es país de misión, dirán en su impresionante libro H. Godin e Y. Daniel (Lyon, 1943): en él aparece varias veces la idea e incluso la palabra catecumenado.
1. BAJO EL SIGNO DE LA RENOVACIí“N – Hacia 1950, la misión obrera francesa comienza a dar sus frutos entre trabajadores (muchos de ellos emigrantes) que o no son católicos o no son cristianos o simplemente no están bautizados (en ciertas zonas industriales o urbanas francesas un tercio de los niños no lo están).
El primer catecumenado francés nace en Lyon en 1950: con la ayuda de un sacerdote, las Auxiliadoras del Purgatorio organizan la iniciación sacramental. Entre 1950 y 1953 se realizan las primeras experiencias, que son apoyadas por profesores de la Facultad de Teología de Lyon. En 1955, F. Coudreau se encarga de la coordinación de experiencias catecumenales a nivel nacional. En 1956, la Sesión de Estudios de Bagneux (3-5 diciembre) cuenta con los datos de una encuesta nacional sobre la institución catecuffienal, así como con la importante aportación de Daniélou, Noirot, Rétif, Liégé, Chavasse, Colomb, Coudreau, Cellier y Arnold.
«El nacimiento de la institución del catecumenado -dice B. Guillard- se debió a la convergencia de varios factores: los estudios históricos sobre el catecumenado, el redescubrimiento de la conversión en los adultos, la voluntad de diálogo con los no cristianos, la preocupación misionera de encontrar a los hombres en su propia vida y, por último, el deseo de ligar el bautismo personal con la promoción colectiva».
En 1962, la Sagrada Congregación de Ritos promulga el nuevo Ritual del Bautismo de Adultos, dividido en diversas etapas, dentro de las cuales los catecúmenos, según el progreso de su formación, son conducidos al bautismo.
El Vat. II (1962-1965) ordena la restauración del catecumenado, con el consiguiente espaciamiento de las diferentes etapas del bautismo del adulto:
†¢ «Restáurese el catecumenado de adultos, dividido en distintas etapas, cuya práctica dependerá del juicio del ordinario del lugar; de esa manera, el tiempo del catecumenado, establecido para la conveniente instrucción, podrá ser santificado con los sagrados ritos que se celebrarán en tiempos sucesivos» (SC 63).
†¢ El catecumenado «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados, que han de celebrarse en los tiempos sucesivos; introdúzcanse en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios» (AG 14).
Cinco Semanas Internacionales de Catequesis (Eichstát,’ 1960; Bangkok, 1962; Katigondo, 1964; Manila, 1967; Medellín, 1968) marcan un decenio decisivo en la renovación catequética contemporánea. En Bangkok, Katigondo y Medellín preocupa especialmente la catequesis de adultos y el catecumenado.
A partir de 1965, las experiencias catecumenales comienzan en España como catecumenado posbautismal, es decir, como proceso de evangelización de los bautizados. Por tanto, como catecumenado en sentido amplio, ya que, en sentido estricto, catecumenado indica el proceso de evangelización de quienes se preparan para el bautismo.
En la década de los sesenta, el Instituto de Pastoral de Madrid inspira la implantación del catecumenado en España. Hay que destacar aquí la función del profesor Casiano Floristán, así como la influencia alentadora del catecumenado francés. El concilio Vat. II abre, por su parte, una época de renovación y de esperanza. Al final del mismo, sacerdotes, religiosos y seglares, con el espíritu de los primeros tiempos de la Iglesia, se lanzan a la búsqueda del catecumenado y de la «comunidad perdida» de los Hechos de los Apóstoles.
De forma germinal están presentes ya en las primeras experiencias las tres grandes orientaciones del catecumenado posbautismal en España: la orientación (pluralista) de las comunidades populares, que insisten en la dimensión social y política del Evangelio; la orientación (rígida) de las comunidades neocatecumenales, que destacan más bien la dimensión personal del proceso de evangelización, y la orientación (pluralista) del catecumenado diocesano, que -vinculado habitualmente a los secretariados de catequesis- aspira a integrar las distintas dimensiones (personal, social y eclesial) y abre un espacio eclesial de encuentro de distintas experiencias, métodos e instrumentos.
A partir del concilio, también en Latinoamérica florece el catecumenado posbautismal. La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín (1968) poco después de la Semana Internacional de Catequesis, recoge la aportación de la misma, opta por una catequesis de adultos evangelizadora y liberadora, y propone nuevas formas de catecumenado para una eficaz evangelización de los bautizados (Medellín 7, 9 y 17).
El problema eclesial de la evangelización de los bautizados es recogido posteriormente (1971) por el Directorio General de Pastoral Catequética: «Muchísimas veces la situación real en que se encuentra un gran número de fieles pide necesariamente una cierta forma de evangelización de los bautizados, que precede a la catequesis» (DCG 19). Esta forma de evangelización halla su concreción práctica en las «organizaciones catecumenales» para quienes, estando bautizados, carecen, sin embargo, de la debida iniciación cristiana (ib). El concilio Vat. II prescribió la revisión del Ritual del Bautismo de Adultos teniendo en cuenta la restauración del catecumenado. En cumplimiento de esta orientación conciliar, la Sagrada Congregación para el Culto Divino publica en 1972 el nuevo Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA). Este Ritual, dada la profunda relación entre catequesis y liturgia, es una aportación decisiva a la restauración actual del catecumenado, aunque no todo en él sea igualmente importante.
El problema actual de la evangelización de los bautizados y su tratamiento catecumenal es recogido con carácter de urgencia en la Evangelii nuntiandi (1975) de Pablo VI (EN, cf 44 y 52). El Sínodo de la Catequesis (1977) ha confirmado unánimemente la conveniencia de los procesos catecumenales (diversos métodos de iniciación a la vida cristiana), no sólo para los que no están bautizados, sino también para los que aún no han recibido una adecuada educación en la fe cristiana.
Los obispos del Sínodo valoraron como cuestión de máxima importancia la introducción en las iglesias locales de catecumenados para bautizados. Ciertamente, no pretendieron presentar la institución catecumenal como único proceso catequético, pero sí se tomó conciencia de la necesidad, para nuestro tiempo, de que todo proceso catequético tenga una inspiración catecumenal: «El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal» (MPD 8). Como cuestión de máxima importancia, el catecumenado prebautismal requiereen muchas regiones experiencias y estudios más amplios. Al fin y al cabo, no se trata de una fórmula mágica hecha de una vez por todas, sino de una maduración progresiva de lo que significa evangelizar.
Los obispos del Sínodo reconocen en la pastoral catecumenal (tan necesaria como difícil) un gran servicio a la fe del Pueblo de Dios: por ello perciben como responsabilidad propia de los pastores de la Iglesia suscitar las experiencias catecumenales, animarlas, promover la coordinación y diálogo entre ellas, ejercer un necesario discernimiento, establecer los necesarios servicios de índole diocesana y nacional, facilitar una general toma de conciencia del valor eclesial de estas instituciones (cf Proposición 30).
Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Catechesi Tradendae (1979), no aborda directamente el problema del catecumenado prebautismal; sólo hace algunas alusiones al mismo (cf 23 y 28); sí aborda, en cambio, bajo el título de «cuasicatecúmenos» el problema del catecumenado postbautismal (cf 44).
2. ETAPAS DEL CATECUMENADO – Recogiendo la tradición viva de la Iglesia, el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos señala (en las observaciones previas) las distintas etapas de instrucción y maduración que se suceden en el proceso catecumenal: a) La evangelización y el precatecumenado, b) El catecumenado propiamente dicho, c) La purificación e iluminación, d) La mistagogia (cf RICA 7).
a) La evangelización y el precatecumenado. La primera etapa, por parte del futuro catecúmeno, exige búsqueda, y por parte de la Iglesia, se dedica a la evangelización y «precatecumenado»:
†¢ «En ese período se hace la evangelización, o sea, se anuncia abiertamente y con decisión al Dios vivo y a Jesucristo, enviado por él para salvar a todos los hombres, a fin de que los no cristianos, al disponerles el corazón el Espíritu Santo, crean, se conviertan libremente al Señor y se unan con sinceridad a él, quien por ser el camino, la verdad y la vida satisface todas sus exigencias espirituales; más aún, las supera infinitamente» (RICA 9).
†¢ «De la evangelización, llevada a cabo con el auxilio de Dios, brotan la fey la conversión inicial, con las que cada uno se siente arrancar del pecado e inclinado al misterio del amor divino. A esta evangelización se dedica íntegramente el tiempo del precatecumenado, para que madure la verdadera voluntad de seguir a Cristo y de pedir el bautismo» (RICA 10).
†¢ «En este tiempo se ha de hacer por los catequistas, diáconos y sacerdotes, y aun por los seglares, una explanación del Evangelio adecuada a los candidatos; ha de prestárseles una ayuda atenta para que con más clara pureza de intención cooperen con la divina gracia y, por último, para que resulten más fáciles las reuniones de los candidatos con las familias y con los grupos de los cristianos» (RICA 11).
†¢ «El rito por el que se agrega entre los catecúmenos a los que desean hacerse cristianos se celebra cuando, recibido el primer conocimiento del Dios vivo, tienen ya la fe inicial en Cristo salvador. Desde entonces se presupone acabada la primera evangelización, el comienzo de la conversión y de la fe, y cierta idea de la Iglesia, y algún contacto previo con un sacerdote u otro miembro de la comunidad, y hasta alguna preparación para este orden litúrgico» (RICA 68).
La fase precatecumenal concluye con la entrada en el catecumenado. La primera evangelización, acogida por el futuro catecúmeno en situación de búsqueda, da como fruto la incorporación voluntaria del mismo al catecumenado. La Iglesia celebra con gozo este acontecimiento y así da su acogida al nuevo catecúmeno. Desde ese momento, el que se prepara al bautismo no es un individuo aislado, vive en comunidad; esta comunidad -la Iglesia- lo acoge en su seno. El rito de entrada en el catecumenado se desarrolla fuera, a la puerta de la Iglesia. Es todo un símbolo.
La celebración de la acogida comienza con este diálogo: «¿Qué pides a la Iglesia de Dios? – La fe – ¿Qué te da la fe? – La vida eterna». Con estas o parecidas palabras se actualiza lo que fundamentalmente se ha vivido en la fase precatecumenal. El que preside, en nombre de toda la comunidad, muestra el gozo y satisfacción de la Iglesia y evoca, si lo juzga oportuno, las circunstancias concretas, las dificultades superadas y los sentimientos religiosos conque el nuevo catecúmeno se enfrentó al comenzar el itinerario que le ha conducido al paso actual.
Concluido el diálogo, el que preside la celebración, acomodando de nuevo sus palabras a las respuestas recibidas, proclama el cumplimiento de la historia de la salvación en el itinerario del nuevo catecúmeno, con estas o parecidas palabras: «Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo y le .manifiesta lo que permaneció invisible desde la creación del mundo para que aprenda a dar gracias a su Creador. A vosotros, pues, que habéis seguido su luz, he aquí que ahora se os abre el camino del Evangelio, para que sobre el fundamento de la fe conozcáis al Dios vivo, que habla en verdad a los hombres; y para que caminéis en la luz de Cristo, confiéis en su sabiduría y pongáis vuestra vida en sus manos cada día y podáis creer de todo corazón en él. Este es el camino de la fe, por el cual Cristo os conducirá en la caridad, para que tengáis la vida eterna». Los nuevos catecúmenos se encuentran ya situados en la historia de la salvación, pues -así se les dice- «habéis seguido su luz». Pero, al propio tiempo, se encuentran ante ella: «Se os abre el camino del Evangelio». Y surge la pregunta: «¿Estáis, pues, preparados para empezar hoy, guiados por El, ese camino?» (cf RICA 76). «Estamos preparados», responden los nuevos catecúmenos, y manifiestan así su primera adhesión. Tal adhesión es expresión y resultado de la conversión inicial. «Esta conversión -dice el concilio Vat. II-hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre perciba que, arrancado del pecado, es introducido en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con El en Cristo. Puesto que, por la acción de la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre, perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante el catecumenado» (AG 13).
Ante la conversión inicial y la primera adhesión, la comunidad eclesial da gracias al Padre, porque, a la postre, la fe es algo que se recibe y no algo que viene por obra nuestra (cf In 5,65).
A continuación, el nuevo catecúmeno recibe la señal de su nueva condición, la señal de la cruz, la señal del cristiano. El catecúmeno es acogido como miembro de la Iglesia: «Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella, y la madre Iglesia los abraza en amor y solicitud como suyos» (LG 14).
Incorporados a la Iglesia, los nuevos catecúmenos son introducidos en el templo con estas o parecidas palabras: «Entrad en el templo para que tengáis parte con nosotros en la mesa de la Palabra de Dios». Comienza la fase propiamente catecumenal, la fase de la escucha de la Palabra de Dios. Por ello, quienes se encontraban en esta fase se llamaban catechumenoi (Oriente) y audientes (Occidente).
b) El catecumenado propiamente dicho. Durante el tiempo del catecumenado, los catecúmenos acogidos en el seno de la comunidad eclesial van siendo engendrados a la vida de fe, es decir, por la gracia del Espíritu, van reconociendo que Jesucristo está en ellos (2 Cor 13,5; cf 1 Cor 12,3; He 2,36) y van convirtiendo su corazón al Padre y a Jesucristo, el Señor (He 2,37s; Lc 10,27). La comunidad les transmite lo que ella a su vez ha recibido (cf 1 Cor 15,3). Con la experiencia de fe les va transmitiendo también todo el mensaje cristiano. Es la actividad catequética de la Iglesia (cf He 2,42); no sólo como catequesis dogmática, sino también e inseparablemente como catequesis moral. Asimismo les va introduciendo gradualmente en las celebraciones, símbolos, gestos y tiempos de la actividad litúrgica de la comunidad total (cf He 2,42). Igualmente va suscitando su actividad evangelizadora, que consiste en anunciar aquello que se cree y se vive (cf He 4,31). Cuando la experiencia comunitaria de fe ha madurado en ellos, los catecúmenos son, por lo mismo, iluminados (photizomenoi, Oriente; cf Heb 6,4; 10,32; Ef 5,8; Mt 5,14; Jn 8,12; 12,36) o elegidos (electi, Occidente; cf Mt 22,14; Mc 13,20; 13,22; 13,27; Lc 18,7; Rom 8,33; Col 3,12). La celebración de este acontecimiento (iluminación, elección) señala el fin del catecumenado propiamente dicho y abre el tiempo de preparación inmediata al bautismo, tiempo que tradicionalmente coincide con la Cuaresma (cf RICA 99 y 106).
El nacimiento a la fe (y la necesaria conversión) supone un acontecimiento tan trascendental en la vida de una persona y un cambio tan profundo, que no puede ser aceptado sin experimentar dificultades, luchas, resistencias. Estar en situación de éxodo no es posible sin cruzar, al propio tiempo, el desierto y experimentar la tentación.
El catecúmeno, miembro en parte de la humanidad irredenta, debe ser arrancado del poder de Satán, príncipe de este mundo (cf Jn 12,31; 16,11). El catecúmeno debe ser liberado de todo género de mal: la influencia de los pecados de otros, las malas inclinaciones del propio corazón y los errores anteriores sobre Dios, el hombre y el mundo.
La lucha, la conversión del catecúmeno, adquiere dimensión y profundidad bíblicas: los momentos de tentación, de indecisión, de tinieblas, de desesperación que un día se presentaron, vuelven a aparecer (cf Mt 12,43-45). Frente a todo eso, una y otra vez, la paz, la bondad, la alegría, la acción de Dios. En una palabra: expulsión del espíritu malo (cf Mc 9,25), acogida del Espíritu bueno (cf Jn 20,22), lucha de la luz contra las tinieblas (cf Jn 1,5; 3,19), exorcismo.
Los exorcismos (primeros o menores en la fase propiamente catecumenal) pueden repetirse en diversas circunstancias; normalmente se hacen durante la celebración de la Palabra. Muestran ante los ojos de los catecúmenos la verdadera condición de la vida cristiana, la lucha entre la carne y el espíritu, entre la luz y las tinieblas, la importancia de la renuncia para conseguir las bienaventuranzas del Reino de Dios y la necesidad constante de su gracia. En la oración de exorcismo, la Iglesia pide que se retire el mal que amenaza al hombre, un mal que está por encima del hombre, pero por debajo de Dios (cf RICA 101, 109, 118).
Las bendiciones normalmente se dan al finalizar la celebración de la Palabra de Dios (también en otras circunstancias). Manifiestan el amor de Dios y la solicitud de la Iglesia. Así, de ella, los catecúmenos reciben ánimo, gozo y paz en la continuación de su esfuerzo y de su camino. Extendiendo las manos sobre los catecúmenos, se pronuncia una oración semejante a ésta: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (nn. 6,24-26).
La fase catecumenal se prolonga cuanto sea necesario para que madure la conversión y la fe de los catecúmenos; si fuere preciso, por varios años. En casos peculiares, puede abreviarse (cf RICA 98).
La fase catecumenal concluye con la celebración de la elección. Esta celebración tradicionalmente tuvo lugar al comienzo de la Cuaresma (el primer domingo). La elección es como el centro de la atenta solicitud de la Iglesia hacia los catecúmenos, como el eje de todo el catecumenado. Ese día se realiza la admisión de los catecúmenos que, por su disposición personal, sean considerados maduros para acercarse a los sacramentos de la iniciación en la próxima Pascua. Se llama «elección» porque la admisión, hecha por la Iglesia, se funda en la elección de Dios, en cuyo nombre actúa ella; se llama también «inscripción de los nombres», porque los nombres de los futuros bautizados se inscriben en el libro de los elegidos. Dice san Gregorio de Nisa: «Dadme vuestros nombres para que yo los escriba con tinta. El Señor los grabará en tablas imperecederas, inscribiéndolos con su propia mano» (Adversus procrastinantes, PG, 46, 417B). Para ser elegidos se requiere de ellos la fe iluminada y la voluntad deliberada de recibir los sacramentos de la Iglesia (cf RICA 21-24 y 133-142).
Ser inscrito en el libro de los elegidos, en el libro de la Iglesia, es quedar incluido entre los ciudadanos de la Jerusalén celeste: «Desde ahora ya estás inscrito en el cielo» (Teodoro de Mopsuestia). Esto es lo que dice Jesús a sus discípulos cuando vuelven alegres, asombrados, por haber anunciado con poder el Reino de Dios: «No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos» (Lc 10,20; cf Ap 20,13; 3,1.5). En la elección, centro y eje de todo el catecumenado, la iniciativa corresponde, por encima de todo, a Dios: «Nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1,4; cf Col 3,12; Rom 8,33; 11,5; Sant 2,5; 1 Pe 2,9). Tal elección, como todo el plan de Dios, se realiza en Cristo: «Yo conozco a los que he elegido» (Jn 13,18). Y también: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (15,16; cf 6,70).
c) La purificación o iluminación. Con la fiesta de la elección, comienza la fase de la purificación o iluminación; tradicionalmente coincide con el tiempo de Cuaresma y es dedicada a la preparación próxima de los sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación, eucaristía). Esta fase es inaugurada en un clima de hondo lirismo y gozo eclesial: «Ya os llega un perfume de felicidad, iluminados. Ya estáis recogiendo las flores místicas para tejer con ellas coronas celestes. Ya el Espíritu Santo ha inspirado el dulce olor» (san Cirilo de Jerusalén, Procatequesis, 1). «Tiempo de gozo y alegría espiritual es éste en que nos encontramos. Flan llegado los días de las bodas espirituales, objeto de nuestro anhelo y de nuestro amor» (san Juan Crisóstomo, Ocho catequesis 1,1). Los elegidos (o iluminados) son invitados a permanecer vigilantes, a orar, a purificar y renovar sus corazones por la conversión y a asistir asiduamente a las catequesis, camino que lleva a la plenitud de la Pascua. Este camino va a ir jalonado durante la Cuaresma por reuniones casi diarias. Es una fase breve, pero muy intensa. En ella se celebran los escrutinios, los exorcismos y las entregas (traditiones).
Los «escrutinios» (son tres) se celebran tradicionalmente los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma y tienen esta finalidad: descubrir en los corazones de los elegidos lo que es débil, morboso o perverso para sanarlo y lo que es fuerte, sano y bueno para reforzarlo y confirmarlo. Los escrutinios conducen al reconocimiento de sí mismo y de la propia situación. Son como un diagnóstico. Corresponden a la función pastoral del discernimiento. En los escrutinios los catecúmenos conocen gradualmente el misterio del pecado, del cual todo el universo, y cada hombre en particular, anhela redimirse y verse libre de sus consecuencias actuales y futuras; además, sus corazones se impregnan progresivamente del misterio de Cristo y se convierten de la sed al agua viva, como la samaritana (Jn 4,5-42); de la ceguera a la luz, como el ciego de nacimiento (Jn 9,1-41); de la muerte a la vida, como Lázaro (Jn 11,1-45).
Los «exorcismos» ocupaban un lugar de preferencia en la liturgia bautismal antigua. La Traditio Apostolica de Hipólito dice que son diarios: «A partir del día que son elegidos, que se les imponga cada día las manos exorcizándoles» (Traditio, 20). No obstante, los exorcismos se celebran de un modo especial los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, junto a los escrutinios. La función pastoral del exorcismo pretende principalmente arrancar poco a poco al futuro bautizado de las fuerzas del mal y adherirlo a Cristo. Si el escrutinio es un diagnóstico, un discernimiento, el exorcismo es una cura. El tiempo de preparación al bautismo es un tiempo de lucha, de tentación. Por ello, el relato de la tentación de Jesús abre la liturgia de Cuaresma.
El exorcismo se funda en la certeza de que Dios continúa comunicando al hombre en situación desesperada de esclavitud e impotencia una salvación que jamás podría darle ninguna liberación humana (psicológica, sociológica, económica…). Es Cristo mismo quien combate para separar al futuro bautizado del príncipe de las tinieblas. Abandonado a sus fuerzas, el hombre no puede despegarse de ese poder del mal que le cautiva.
Desde la antigüedad las entregas (traditiones) del Símbolo (Credo) y de la Oración dominical (Padrenuestro) pertenecen a la fase de la purificación; tradicionalmente, el Símbolo se entrega dentro de la semana del primer escrutinio; la Oracion dominical, después del tercero (cf RICA 53). «Con las ‘entregas’, una vez completada la preparación doctrinal de los catecúmenos, o, al menos, comenzada en el tiempo oportuno, la Iglesia les entrega con amor los documentos que desde la antigüedad constituyen un compendio de su fe y de su oración» (RICA 181).
La entrega del Símbolo es un acto fundamental que contiene todo el significado de la catequesis. Al entregar el Símbolo, la Iglesia transmite a los que van a ser bautizados la fe; por eso lo convierte en un acto litúrgico: se celebra la transmisión de la fe (cf 1 Cor 15,3; Dt 6,1-7; Sal 18; Rom 10,8-13; 1 Cor 15,1-8; Jn 3,16; Mt 16,13-18; Jn 12,44-50). La tradición de la Iglesia está ahí presente y operante en toda la plenitud de su sentido. La catequesis se manifiesta entonces en toda su dimensión, como realización actual y viva de la tradición oral de la Iglesia. La misión del Símbolo es expresar resumidamente el contenido de la tradición; su origen es esencialmente catequético. Su formulación puede variar, pero el Símbolo constituye siempre un conjunto elemental y completo del mensaje cristiano de la salvación.
Transmitir la fe es también iniciar en la oración, enseñar a orar. El que va a ser bautizado pide a la Iglesia lo que losdiscípulos pidieron a Jesús: «Maestro, enséñanos a orar» (Lc 11,1; cf 11,1-13). Al entregar la Oración del Señor (Padrenuestro), la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos creyentes. El /.Padrenuestro es la oración específica de los creyentes, es decir, de los que ponen su confianza en el Padre, porque son hijos (cf 1 Jn 3,1; cf Os 11,1-9; Sal 22; Rom 8,14-27; Gál 4,4-7). Durante los quince días que siguen a la entrega del Padrenuestro se hace una catequesis intensiva sobre la oración cristiana.
De ordinario, la iniciación cristiana de los adultos, su nacimiento a la fe, se celebra en la santa noche de la Vigilia Pascual. Es la celebración del bautismo. Nada resalta mejor el carácter de muerte al pecado y de conversión a Dios, que señala toda la preparación al bautismo, como el rito final de la renuncia a Satanás y de la adhesión a Cristo. La adhesión a Cristo constituirá el acto de fe que se requiere para el bautismo (cf RICA 208, 217, 219; cf He 20,21). Según el antiguo uso, con el bautismo se celebra la confirmación y la eucaristía (cf RICA 34-36).
d) La mistagogia. La última etapa, tradicionalmente realizada en el tiempo pascual, se dedica a la catequesis mistagógica, es decir, a la profundización en la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad. Es la etapa de los neófitos.
* «Concluida la etapa precedente, la comunidad juntamente con los neófitos progresa, ya con la meditación del Evangelio, ya con la participación de la Eucaristía, ya con el ejercicio de la caridad, en la percepción más profunda del misterio pascual y en la manifestación cada vez más perfecta del mismo en su vida» (RICA 37).
* «La posterior frecuencia de sacramentos, así como ilumina la inteligencia de las Sdas. Escrituras, hasta tal punto acrecienta la ciencia de los hombres y redunda en la experiencia de la comunidad, que hace más fácil y provechoso a los neófitos el trato de los demás fieles. Por esto, la etapa de la `Mystagogia’ tiene gran importancia para que los neófitos, ayudados por los padrinos, traben relaciones más íntimas con los fieles y les enriquezcan con la renovada visión de las cosas y con un nuevo impulso» (RICA 39).
Jesús López
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S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987
Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad
SUMARIO: I. Origen y evolución histórica del catecumenado: 1. Antecedentes bíblicos; 2. Nacimiento y configuración primera: ss. II-III; 3. Evolución y cambios posteriores: ss. IV-VI; 4. Mantenimiento formal y decadencia práctica: s. VII ss.; 5. Intentos de recuperación en la evangelización del nuevo mundo: ss. xvi-xvii; 6. Renovación catecumenal en la época moderna: finales del xIx-xx; 7. El catecumenado en el Vat. II y el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (= RICA) – II. Sentido y realizaciones del catecumenado en la iglesia actual: 1. Una iglesia con talante catecumenal; 2. Objetivos del catecumenado: a) Maduración de la conversión y de la fe, b) Experiencia del Espíritu e inmersión en el misterio, e) Vinculación más estrecha a la iglesia y experiencia de comunidad, d) Aceptación responsable de la misión; 3. Identidad del catecumenado: a) Es un proceso dinámico señalado por etapas, b) Es un proceso marcado o significado por ritos, e) Es un proceso comunitario y en comunidad, d) Es un proceso educativo y doctrinal, e) Es un proceso vivencial, j) Es un proceso comprometente; 4. Catecumenado e iniciación cristiana; 5. Conclusión.
Se entiende por catecumenado (de katejein = instruir de palabra), en sentido más clásico, la institución iniciática de carácter catequético-litúrgico-moral, creada por la iglesia de los primeros siglos con el fin de preparar y conducir a los convertidos adultos, a través de un proceso espaciado y dividido por etapas, al encuentro pleno con el misterio de Cristo y con la vida de la comunidad eclesial, expresado en su momento culminante por los ritos bautismales de iniciación: bautismo, ritos posbautismales, eucaristía, que, normalmente presididos por el obispo, se celebran el sábado santo durante la vigilia pascual.
El catecumenado es, pues, una pieza fundamental del conjunto de elementos que componen el proceso de la iniciación cristiana. Hasta el punto de que sin él no puede considerarse que tal iniciación ha llegado a su plenitud. Por eso a lolargo de la historia, de una u otra forma, se le dio gran importancia teórica, aunque no siempre se le diera el mismo valor práctico. Hoy se ha venido a revalorizar tanto la importancia teórica cuanto la realización práctica del catecumenado a diversos niveles’. Pero su puesto en la estructura iniciática ha variado con frecuencia en relación con el que tuvo en la iglesia primitiva. Mientras que en los primeros tiempos de la iglesia precedía al bautismo, normalmente celebrado con adultos, en nuestros días suele realizarse con frecuencia después del bautismo, generalmente celebrado con niños.
Nuestro objetivo es ofrecer las líneas maestras de evolución y sentido del catecumenado, teniendo especialmente en cuenta la aportación de los autores y de la iglesia hispánica, sobre todo en los ss. vil y xvl, y tratando de mostrar las formas posibles de recuperación y actualización del catecumenado, desde la situación actual de la iglesia, principalmente en España.
I. Origen y evolución histórica del catecumenado
Para comprender la verdad de la institución catecumenal es preciso que primero recordemos la evolución del catecumenado en la historia, de modo que podamos decantar lo permanente y lo variable del mismo.
1. ANTECEDENTES BíBLICOS. Cristo no creó la institución del catecumenado. Pero la comunidad cristiana se encontró ya con un germen de institución catecumenal procedente de la tradición judía, y con un contenido catecumenal basado en el mensaje de Cristo y enlas mismas exigencias de conversión y de fe para el seguimiento de Cristo. La tradición judía imponía unas condiciones y medios para entrar a formar parte de la comunidad, como se manifiesta en estos dos ejemplos más típicos:
a) El de la admisión en las sectas judías (sobre todo en la comunidad de los esenios del Qumrán), que implicaba una iniciación progresiva a modo de etapas, un tiempo de formación y purificación, unas pruebas y un discernimiento por parte de la comunidad para ser aceptados.
b) Y el de la admisión de los prosélitos (según aparece en la literatura rabínica de finales del s. 1), que incluía la predicación misionera para la conversión, la purificación de los motivos de esta conversión, el examen de admisión realizado por tres rabinos, la instrucción sobre los mandamientos y la ley de Dios, y, finalmente, la circuncisión y el bautismo.
El Nuevo Testamento no nos ofrece una ordenación tan clara de los elementos de preparación al bautismo, pero ciertamente alude a esta exigencia de preparación. Aunque algunos textos pudieran hacer pensar en un bautismo repentino (Heb 2:37-38; Heb 2:41), sin embargo son frecuentes los textos que se refieren a una preparación y discernimiento anteriores a su celebración. Así se manifiesta en la sucesión de secuencias: predicación, acogida, petición y bautismo (Heb 2:37-39; Heb 8:27-28); en la conversión y decisión irreversible que implica el bautismo ( ,3); en la exigencia de una fe verdadera, que conlleve la renuncia a los ídolos y el conocimiento y servicio del Dios vivo y verdadero (1Ts 1:9-10); en la distinción que de algún modo se hace entre la primera evangelización, la catequesis y la petición del bautismo, tal como aparece en el caso de Cornelio (Heb 10:1-11, 18)… En una palabra, parece claro que, aunque no aparezca en el NT un catecumenado estructurado, sí aparece un contenido y unas secuencias catecumenales exigidas por el mismo sentido que se le da al bautismo. No se bautiza sin más a los que quieren ser cristianos. Se les exige el conocimiento, la conversión y la fe, que suponen un cambio total de vida y requieren un espacio y un tiempo determinados (He 2; Heb 5:9; Heb 8:20-21). En el s. 1 no existe el catecumenado como institución codificada, pero existe ciertamente el proceso catecumenal como verdad vivida.
2. NACIMIENTO Y CONFIGURACIí“N PRIMERA: SS. II-III. Durante el s. II resulta patente la necesidad del catecumenado, dada la situación en que vive la Iglesia (reducida, perseguida, en ambiente pagano y hostil…), la dificultad de mantenerse en la fe, la urgencia de profundizar en la conversión, la exigencia de conservar la unidad eclesial. Conscientes de que todo esto exige una preparación y un discernimiento serios, se ordena un proceso catecumenal por etapas en orden a la conversión sincera y a la transformación total de vida’, y para hacer posible el «acceso a la fe, la entrada en la fe y el sello de la fe» (accedere, ingresi, obsignare), como condición de autenticidad de los ritos bautismales y como garantía de fidelidad en la vida cristiana.
Los testimonios que hablan del catecumenado ya en esta época son muy importantes, y entre ellos cabe destacar Justino (hacia 150) y la Tradición Apostólica de Hipólito (hacia 215), en Roma Tertuliano ( hacia 220) y Cipriano´(+ 258), en Cartago; Clemente (+ antes del 215) y Orígenes (+ 253/254), en Alejandría; los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, las Pseudo-clementinas (principios del III) y la Didascalía de los Apóstoles (primera mitad del s. III), para las iglesias siropalestinas. De entre todos estos testimonios, nos parece que los más representativos, ricos e importantes son la Tradición Apostólica y Orígenes.
Será la Tradición Apostólica (nn. 15-22) la que por primera vez y de un modo más completo nos proponga la estructura del catecumenado, que supone tres tiempos o momentos:
a) Entrada en el catecumenado (nn. 15-16), que supone la evangelización y conversión primera, la presentación realizada por los padrinos y el examen de admisión, con lo que, verificada la sinceridad de actitudes, motivos y actividades del candidato, éste viene a ser incluido en el grupo de los catecúmenos.
b) Tiempo de catecumenado o catequesis (nn. 17-19), que en Roma dura tres años; desarrolla la dimensión doctrinal (formación-ilustración), la moral (cambio de costumbres-conversión) y la ritual (introducción a la oración y los símbolos), y viene a ser como el largo camino por el desierto hasta llegar a la tierra prometida por el bautismo cristiano.
c) Elección para el bautismo (n. 20), que tiene lugar después de haber pasado por un segundo examen, donde padrinos y comunidad testifican de su conducta y preparación, y los candidatos son considerados como aptos o elegidos, en orden a una preparación más intensa y definitiva al bautismo (con la oración, la imposición de manos yexorcismo, el ayuno y el rito del effetá), que tendrá lugar el sábado santo en la vigilia pascual.
Se trata, pues, de un proceso con diversos grados, como indica la misma nomenclatura que se utiliza: simpatizantes (accedentes), catecúmenos oyentes (auditores, catechumeni) y elegidos o iluminados (electi, illuminati) (nn. 17-20). De forma semejante se expresan Tertuliano° y Orígenes.
Sobre los contenidos del catecumenado, aun existiendo variaciones, parece claro que se destacan dos vertientes principales: una más moral sobre las dos vías (bien-mal, vida-muerte), destinada a madurar la conversión y la opción cristiana, abandonando los cultos y costumbres paganos; y otra más dogmática o doctrinal que o bien comenta la Escritura en clave histórico-salvífica o bien explica la fe del credo o símbolo de los apóstoles en un sentido trinitario y salvífico. En cuanto al aspecto más ritual, si bien no se habla con tanta explicitud, no cabe duda que se iniciaba a la oración y a los símbolos también durante este tiempo, corno lo indica la misma Tradición Apostólica (= TA) 18 al hablar «De oratione eorum qui audiunt verbum»
Para que todo esto pudiera cumplirse se requería la dirección de unos «responsables» o «ministros». Además del obispo y los presbíteros (TA 20), nuestros testimonios hablan de los padrinos (que ejercieron una función muy importante, comunicando espontáneamente la fe y suscitando el interés y la primera conversión); y sobre todo de los catequistas o doctores audientium, que podían ser clérigos o laicos («sive clericus est qui dat doctrinas, sive laicus»: TA 19), habían recibido una encomienda o misión por parte de la comunidad u obispo y tenían por función preparar e instruir a los catecúmenos, adaptando el mensaje a su capacidad, dando testimonio de vida, iniciándolos a la oración e imponiéndoles las manos y testificando ante el obispo de su conducta moral y su dignidad.
Los ss. III-IV constituyen ya el pleno desarrollo de la institución catecumenal y el momento álgido de su autenticidad. Las evoluciones posteriores habrá que juzgarlas a la luz del modelo ya entonces conconfigurado.
3. EVOLUCIí“N Y CAMBIOS POSTERIORES: SS. IV-VI. A partir de la paz constantiniana (313) se producen cambios eclesiales de gran importancia: conversión masiva, reconocimiento oficial de la religión cristiana, favor de los emperadores, aumento del bautismo de niños y disminución del de adultos… Esto llevará, sobre todo a partir del 430-450, a cambios sucesivos en el catecumenado, que conducirán a una progresiva desaparición. Podemos concretar en tres los cambios más significativos: a) Ambigüedad de motivos por los que se pide el catecumenado: a veces de interés político o social más que cristiano». b) Costumbre y tendencia a extender el tiempo de permanencia en el catecumenado con el fin de gozar de sus ventajas y librarse de las exigencias del bautismo2°. c) Retraso del bautismo prácticamente hasta el final de la vida, creando una situación anormal y suscitando la extensión del bautismo de niños.
Consecuencia de todo ello fue una progresiva devaluación de la institución catecumenal, a pesar de las protestas de los responsables y la introducción de algunas modificaciones significativas para adaptarse a la nueva situación de los candidatos. Entre estas modificaciones cabe señalar: el acento que ahora se pone en la preparación próxima; la vaciedad del término catechumeni en pro de la importancia dada a los competentes; la reducción práctica del proceso catecumenal de tres años al tiempo intensivo de la cuaresma; la concentración de contenidos y ritos en un tiempo relativamente insuficiente y corto (dar el nombre, escrutinios, exorcismos, elección, entregas…); en fin, la insuficiencia de la preparación real y la conversión con que muchos vienen a ser competentes.
Debido a este proceso, se entiende que la estructura del catecumenado tuvo que ser de hecho recompuesta. Así, el ingreso, que en principio debía ser con un largo tiempo de antelación, ya que sólo se le daba seriedad al catecumenado al final, vino a situarse al principio de la cuaresma. Los ritos que lo significaban varían de un lugar a otro: la inscripción solemne del nombre en Jerusalén (Egeria, Itinerario 45); el testimonio del padrino y el examen en Antioquía (Teodoro de Mopsuestia, Hom. XII 14); la signación y la sal en Africa (Agustín, Sermo 107); la imposición de manos en la Galia (Cesáreo de Arlés, can. 6: Mansi II, 471).
En cuanto al tiempo propio del catecumenado o catecumenado cuaresmal, se daba una preparación moral, que ponía el acento en el ayuno, la oración, la penitencia y los exorcismos como expresión de conversión verdadera; una preparación doctrinal, que se centra en la explicación del símbolo de la fe, de la historia salutis y a veces del padrenuestro, expresando su asimilación por la traditio y redditio symboli sobre todo; y una preparación litúrgica o ritual, que inicia a la oración, se expresa en bendiciones, exorcismos, escrutinios e imposiciones de manos, y viene a indicar la renuncia progresiva al mal y la creciente posesión de Dios.
El catecumenado en su etapa próxima e inmediata al bautismo incluía también algunos elementos, tales como la redditio symboli el domingo de Ramos, como gesto de haber recibido y creído su fe; la misma «renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo», acompañada de un doble gesto: vueltos hacia occidente, lugar de las tinieblas, para la renuncia, y mirando hacia oriente, lugar de donde viene la luz, para la adhesión de fe». A continuación, en la vigilia pascual, tenía lugar el bautismo de agua, acompañado de los ritos posbautismales, que variaban según las diversas tradiciones (oriental, africana, romana, ambrosiana, galicana, hispánica…): unción, signación en la frente, imposición de manos, lavatorio de los pies, eucaristía. Con ellos se quería indicar especialmente el don del Espíritu y la compleción o perfeccionamiento del bautismo».
Pero el proceso no terminaba con el bautismo. Continuaba con las catequesis mistagógicas a los neófitos durante la semana(s) de pascua, destinadas a la explicación y comentario de los ritos celebrados, a la apertura de los ojos al misterio (= arcano), a la experiencia de la fe y del gozoso encuentro con la comunidad creyente y resucitada». Los testimonios más importantes (Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia, Ambrosio) dan fe de la importancia de este momento, quizá como recuperación a posteriori de una autenticidad que no se logró anteriormente.
Naturalmente, debido a estos cambios y estructura, vinieron a tener cada vez menos importancia los ministerios laicales durante el catecumenado y, en cambio, cobraron cada vez más importanciael ministerio de los presbíteros y obispos, quienes, al reducirse el catecumenado al tiempo de cuaresma, asumieron la responsabilidad de catequizar intensivamente a los competentes, e incluso a los neophiti. El hecho de que a partir del s. IV apenas se nombre a los doctores audientium; el que se hable de grandes catequetas obispos (Cirilo de Jerusalén, Agustín: De catechizandis rudibus…); el que sean éstos quienes tienen sobre todo las catequesis y homilías catequéticas (catequesis mistagógicas); el que se nombre más a los diáconos y presbíteros en sus funciones de cara a los catecúmenos…, da a entender que realmente se produjo una clericalización de los ministerios catecumenales como evolución también significativa.
Estos cambios, unidos a la extensión cada vez mayor del bautismo de niños y a una disminución de las exigencias catecumenales, así como a un asentamiento creciente de la iglesia de cristiandad, conducirán a una situación de mantenimiento formal del catecumenado, pero en correspondencia con una realidad diversificada: la de la generalización práctica del bautismo de niños, y la de la realización real más excepcional del bautismo de adultos. Esta es la situación que reflejan perfectamente los testimonios más significativos de la iglesia hispánica del s. VII.
4. MANTENIMIENTO FORMAL Y DECADENCIA PRíCTICA: S. VII Y SS. Los testimonios hispánicos sobre el catecumenado aparecen ya desde comienzos del s. Iv: concilio de Elvira, Paciano de Barcelona, Gregorio de Elvira, Baquiario, Martín de Braga, Justo de Urgel, diversos concilios provinciales y toledanos, Liber Ordinum … En todos ellos se manifiesta una fundamental coincidencia con los testimonios de la iglesia occidental. Pero hay dos autores del s. vil, Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo, que, a nuestro entender, reflejan como ningún otro en la iglesia occidental la situación creada en el entre la pervivencia y la desaparición práctica del catecumenado. En ellos nos fijamos especialmente.
En esta época se practican los dos bautismos: más excepcionalmente el de adultos, sobre todo judíos y paganos o arrianos, y más generalmente el de niños, bien sea que se valgan ya por sí mismos o sean recién nacidos. Ildefonso de Toledo, al hablar de un acto penitencial por el que pasan tanto adultos como niños, y al pedir a algunos niños que reciten el símbolo por sí mismos, está dando a entender que hay niños ya mayores y más pequeños que son bautizados: «Majuscula aetate venientes… vel sive recens nati, sive parvuli sint…». Puede concluirse, por tanto, con J. M. Hormaeche, que hay «candidatos al bautismo que son adultos, candidatos niños con edad para poder adquirir una digna preparación y, finalmente, los párvulos»». Por tanto, al menos en principio, la catequesis o catecumenado está dirigido a los dos grupos de personas.
En el catecumenado o proceso hacia el bautismo los dos autores distinguen, siguiendo la tradición, tres grados: el de los catecúmenos o audientes, el de los elegidos o competentes y el de los bautizados o neophiti: «Catecúmeno se llama al que todavía está aprendiendo la doctrina de la fe y no ha recibido el bautismo. Competentes o pretendientes se llama a los que, después de recibir la instrucción de la fe, piden la gracia de Cristo»».
En cuanto al primer grado o catecúmenos-audientes son aquellos que, proviniendo del paganismo, desean creer en Cristo. Ildefonso dice al respecto: «Todos los que en edad adulta, procedentes de la vida y superstición gentil…, creen de buena intención en Dios, bien sean recién nacidos, bien párvulos, son llamados catecúmenos, es decir, oyentes, porque escuchan el primer mandamiento de la ley, que conmina con estas palabras: Escucha, Israel (Deu 6:4). Y estos catecúmenos, por el conocimiento de Dios que éste les comunica por el sacerdote…, se denominan oyentes»». Este primer grado consiste, por tanto, sobre todo en escuchar la palabra, que ahora ya no enseña el doctor audientium laico, sino el sacerdote, y que en principio está destinada también a sujetos de corta edad, incapaces de comprenderla y aceptarla por sí mismos. Además, el catecumenado incluía toda una serie de actos y ritos, como eran la oración y la penitencia, los escrutinios, los exorcismos, la degustación de la sal y la unción'». No nos detendremos a explicar ahora todos estos ritos». Cabe advertir, sin embargo, que el uso de la sal es propio sólo de la iglesia hispalense, que el Liber Ordinum se refiere además a una imposición de manos separada del exorcismo, que se le daba gran importancia al exorcismo y a íos ritos que le acompañaban, y que al comienzo de los escrutinios y antes de pasar al grado de competentes tenía lugar la inscripción de los nombres de los bautizados.
Se pasaba al grado de «competentes’ después de haber recibido la unción el domingo de Ramos por la mañana, y con el rito de la entrega del símbolo de la fe o credo. Ildefonso dice al respecto: «En efecto, así como se llama oyente por el hecho de oír la doctrina de Dios, así también porque, recibido el símbolo pide la gracia de Dios, se llama competente». E Isidoro afirma: «En este día [domingo de Ramos] se les entrega el símbolo de la fe por su proximidad al día solemne de la pascua»». Los competentes son aquellos catecúmenos que están decididos y dispuestos a recibir la gracia de Dios, y por eso piden ya expresamente el bautismo. A diferencia de los catecúmenos, a ellos se les da una catequesis particular sobre los sacramentos, y se les enseña la doctrina del símbolo de la fe. Símbolo éste que se les entrega para que lo aprendan de memoria, quede grabado en sus corazones y lo devuelvan como signo de su aceptación». Isidoro expresa este sentido con palabras bellísimas: «Post catechumenos secundus competentium gradus est. Competentes autem sunt, qui iam post doctrinam fidei, post continentiam vitae ad gratiam Christi percipiendam festinant. Ideoque appellantur competentes, id est, gratiam Christi petentes; nam catechumeni tantum audiunt, necdum petunt. Sunt enim quasi hospites, et vicini fidelium, deforis audiunt mysteria, et gratiam, sed adhuc non appellantur fideles»». En cuanto al contenido del símbolo, según Sejourné, al menos en Sevilla, parece que no era ni el de los apóstoles, ni el niceno-constantinopolitano, sino un resumen de la extensa profesión de fe elaborada por los concilios de Toledo. El hecho es que, después de una explicación doctrinal del mismo y de haberlo aprendido, tenía lugar la ceremonia de la redditio symboli o recitación de memoria por los candidatos el día de jueves santo, como dice Ildefonso: «Este símbolo que reciben los competentes el día de la unción, bien por sí personalmente si son adultos, bien por boca de los que los llevan si son infantes, lo recitan y dan cuenta de él al sacerdote el jueves de pascua, para que, aprobada su fe, se lleguen dignamente al próximo misterio de la resurrección del Señor por medio del bautismo del agua sagrada»
En cuanto a la duración del catecumenado o el momento preciso de cada una de las ceremonias, apenas se dan referencias. «Los dos autores que describen con más detalle las ceremonias de la preparación del bautismo -Isidoro e Ildefonso- nada dicen acerca del inicio de la misma ni determinan siempre el tiempo en que se administraba cada uno de los ritos. Esto se debe en parte a la situación de un catecumenado más formal que real, al menos con muchos de los sujetos niños. Por ello abundan los lugares en los que se insiste en que la catequesis debe prolongarse más allá del bautismo, a lo largo de toda la vida: «Hemos visto -dice Ildefonso- cómo llega el hombre a la gracia de la regeneración. Ahora es necesario detenerse a considerar los pasos que nos llevan a la meta final de la vida». Esta catequesis debe realizarse en dos grupos de personas sobre todo: «Los niños que han llegado al bautismo sin ninguna preparación, o con muy poca, y los adultos, que debido al escaso tiempo de preparación continúan ignorantes de muchos aspectos de la vida cristiana».
Como conclusión podemos decir que, si bien este catecumenado no muestra rasgos originales en su estructura respecto al que se practicaba en la iglesia occidental, sin embargo, sí es prueba de una pervivencia más formal que real, en una situación nueva donde los sujetos niños son considerados como catecúmenos, aun sin ser capaces de hacer un verdadero catecumenado. Aunque ni Isidoro ni Ildefonso son precisos al respecto, es indudable que las dos etapas catecumenales debieron sufrir modificaciones importantes en la práctica por fuerza de la nueva situación, tanto en su realización estructural cuanto ritual. Como bien dice A. Carpin, «no disponemos de elementos suficientes para poder decidir en qué casos se cumplían (los ritos descritos por Isidoro). Parece seguro que el rito del exorcismo se realizaba en el caso de los niños, junto con la degustación de la sal y la unción. En cambio, no es fácil pronunciarse sobre la presencia de la traditio symboli en este caso». Se trata, pues, de un momento de tránsito y de adaptación de la estructura catecumenal clásica a la situación catecumenal nueva, del catecumenado más general y real de adultos al catecumenado más general y formal con niños.
5. INTENTOS DE RECUPERACIí“N EN LA EVANGELIZACIí“N DEL NUEVO MUNDO: S. XVI-XVII. Durante largos siglos el catecumenado, así como el concepto general y la estructura más originaria de la iniciación cristiana, fueron de hecho olvidados. Con el descubrimiento del nuevo mundo vino a plantearse la necesidad de una renovación del catecumenado como medio de proponer una larga preparación que, superando la primera evangelización, fugaz y a veces coactiva, condujera a una verdadera conversión de los paganos o indios. Queremos explicar y detenernos en el sentido en que tal catecumenado se quiso renovar.
Si por catecumenado se entiende la institución clásica de los ss. III-IV aplicada en rigor a la nueva situación, es evidente que no llegó a darse. Pero si por catecumenado se entiende, de modo muy amplio, la evangelización e instrucción prebautismal institucionalizada, durante un período relativamente largo, para los adultos paganos o indios que deseaban descubrir la fe y convertirse en orden a la celebración del bautismo, entonces puede afirmarse que tal catecumenado sí se dio en la época que examinamos. La mentalidad de los misioneros y de la iglesia, la situación y las posibilidades del momento, hacen que de hecho el sistema de iniciación más generalizado para los indios adultos sea: anuncio primero y fundamental para una conversión inicial, bautismo, catequesis y adoctrinamiento prolongado, consideración de fideles en sentido pleno. Como afirma el P. Brou, «la conversión se obraba en tres tiempos, por decirlo así: adhesión de espíritu a los dogmas fundamentales explicados sumariamente, bautismo y catecismo». A pesar de este sistema, en el que parecería no hay lugar para el catecumenado, hay autores que hablan de catecumenado y de catecúmenos. José de Acosta dirá: «Vean los infieles, vean los catecúmenos, vean los neófitos en él un padre y protector; interceda muchas veces por ellos ante el capitán y la justicia, defiéndalos de las injurias de los soldados, provea a su pobreza aun con la propia mendicidad». Este hecho se debe a dos razones fundamentales: por una parte, la memoria del modelo del catecumenado antiguo; y, por otra, la convicción de una necesidad de cierta preparación de estilo catecumenal para los indios adultos, a fin de evitar la ligereza de un acercamiento al bautismo sin preparación. Testimonio de ello es el mismo J. de Acosta cuando afirma: «En otros tiempos, cuando estaba en su vigor la disciplina eclesiástica, a hombres de excelente ingenio e ilustres letras los tenían mucho tiempo en el orden de los catecúmenos, aprendiendo y estudiando el símbolo y los misterios de la fe, y no eran admitidos al sacramento del bautismo sino después de haber oído muchos sermones del obispo sobre el símbolo y de haber conferido muchas veces con el catequista… ¿Y nosotros, tardos y soñolientos, reprendemos duramente a los indios y les acusamos de rudeza y estupidez porque no aprenden lo que no les hemos enseñado ni han podido aprender de otros, siendo cosas sublimes y muy fuera de su alcance y condición?»
Acosta, como otros muchos misioneros y eclesiásticos, era consciente de los abusos y la facilidad con que a veces se bautizaba a los indios, de la credulidad excesiva en acoger a los candidatos, de la impaciencia en educar y evangelizar a las personas rudas, de la rapidez en administrar el bautismo y hasta de los bautismos masificados»… Por eso se insistía una y otra vez en la necesidad de instrucción, como hacía el concilio Limense I: «Que los infieles que se convierten a nuestra santa fe católica y quieren entrar en el corral de la iglesia por la puerta del bautismo, primero que lo reciban entiendan lo que reciben y a lo que se obligan, así en lo que han de creer como en lo que han de obrar». Pero mientras unos se contentaban con una instrucción sumaria y elemental, otros abogaban por un cierto proceso catecumenal: «Bien me parece que nada se había de haber decretado en el concilio provincial más gravemente… ni se había de castigar con más rigor, que si los indios adultos, no siendo en peligro de muerte, no fuesen detenidos antes del bautismo por un año o más aprendiendo los misterios de la fe y confirmándose en la buena voluntad…, pues no puede haber sacramento sin voluntad del que lo recibe, ni puede recibirlo el que no presta todo su consentimiento». Acosta no sólo busca una fe bautismal verdadera por el catecumenado, sino que quiere aplicar los mismos ritos catecumenales que manifiestan la conversión auténtica: «Muy bien sería, a mi parecer, que, conforme a la antigua disciplina de la iglesia, los catecúmenos se ejercitasen por unos días, ya que no fuesen meses, en ayunos, oraciones y otras pías obras, según puedan, antes del bautismo, y diesen testimonio de que se habían abstenido de contaminaciones perniciosas, de toda suerte de superstición gentilicia, y sobre todo de la borrachera, y frecuentasen también la iglesia, y de todas maneras mostrasen la enmienda de vida»». Sin duda, Acosta va más lejos que lo que decía el primer concilio Limense al formular esta orden: «S.S. ap. ordenamos y mandamos que ningún sacerdote de aquí en adelante baptice indio alguno, de ocho años y dende arriba, sin que primero, a lo menos por espacio de treinta días, sea industriado en nuestra fe católica, dándole a entender dentro de dicho término el error y vanidad en que ha vivido, adorando el sol y las piedras…»
De todo esto se deduce que no sólo se desea, sino que también se ordena el que exista una preparación de estilo catecumenal. En un caso (concilio Limense I) se manda que la duración sea de treinta días. En el otro (J. de Acosta) se desea que dure un año. Si realmente se cumplieron o no estos deseos de Acosta, no está claro. Sólo indica en un momento que realmente había catecúmenos o indios infieles que se preparaban al bautismo: Añádase a esto que los indios infieles no rechazan el bautismo, antes lo desean y lo piden, y la mayor parte se cuentan en el número de los catecúmenos, o por vicio de ellos o por negligencia de los nuestros» »
Por la misma época, en otra área misional jesuítica como el Japón, se extenderá y defenderá también la necesidad del catecumenado. El primer concilio de Goa mandará en la «Constituiçao IV», decretada en 1568, «que ningún catecúmeno sea bautizado sin primero ser instruido en las cosas de nuestra santa fe, principalmente declarándole por su lengua lo que ha de creer… Sin la cual instrucción, ya gaste mucho, ya poco tiempo, no será bautizado»». Y el tercer concilio de Goa, de 1585, ordenará en concreto que «a los gentiles y moros naturales no se dé el bautismo antes de veinte días de catecismo»». Si bien esta duración de veinte días era frecuente, variaba el tiempo a tenor de la categoría y capacidad de los catecúmenos, pues, como dice Valignano, «con los rudos y de poco ingenio se acomodará predicándoles solamente cosas fáciles y necesarias brevemente»». Brevedad ésta que en muchos casos se concretaba en diez días, a base de una preparación intensiva», que en ocasiones se hacía por familias o en las casas, resultando así la familia entera catequizada y al mismo tiempo catequizadora.
En cuanto al contenido de la instrucción catecumenal, del conjunto de los testimonios puede deducirse que sobre todo se trataba de la existencia de un Dios único, creador y salvador; del pecado original y de la salvación por Jesucristo; del paraíso y del infierno; de la Virgen Santísima; de la iglesia y el romano pontífice, ante el que debían reconocerse súbditos en lo espiritual. Además, se les exigía por regla general que supieran el padrenuestro, el credo y los mandamientos, así como otras oraciones. La celebración del bautismo tenía lugar, al menos en algunos casos, en las fechas de pascua o pentecostés, dando gran solemnidad al acto.
En conclusión, podemos decir que, si bien no puede hablarse de catecumenado en sentido estricto, sí puede afirmarse la existencia de un proceso catecumenal para los adultos. El catecumenado antiguo era para no pocos misioneros modelo que imitar, pero también ejemplo que aplicar a las circunstancias y capacidad del indio. Esta aplicación la realizaron de diversa manera: mientras los franciscanos no salvaban apenas ninguna característica del catecumenado, los agustinos, los dominicos y los jesuitas la realizaban aceptando elementos esenciales de dicho catecumenado (duración, seriedad en la preparación doctrinal, moral y ritual, celebración solemne del bautismo). Teniendo en cuenta que después del bautismo seguían largos años de doctrina, a la que todos estaban obligados, cabe considerar como serio este intento de renovación.
6. RENOVACIí“N CATECUMENAL EN LA EPOCA MODERNA: FINALES DEL XIX-XX. La instauración del catecumenado en la época moderna va ligada al cardenal Lavigerie, fundador de los Padres Blancos. Buen conocedor del catecumenado de la iglesia primitiva e inspirado en esta praxis, propone un catecumenado que (a partir de 1879) durará cuatro años y tendrá tres etapas o grados fundamentales: el de los postulantes, que reciben la instrucción fundamental (evangelización); el de los catecúmenos, que son instruidos con mayor amplitud y profundidad (catecumenado), y el de los candidatos al bautismo, que supone haber pasado un examen de admisión (preparación próxima). La institución catecumenal vino aimplantarse así poco a poco en Africa, con realizaciones más o menos limitadas o perfectas. Hoy puede afirmarse que el catecumenado africano es una realidad viva que, con variantes menores, tiene un puesto privilegiado en el proceso de iniciación cristiana, no sólo de adultos que se preparan al bautismo, sino también de jóvenes o niños ya bautizados.
Esta renovación en la iglesia africana, acompañada de un interés creciente de la iglesia, de numerosos estudios y encuentros sobre el tema, de una situación y una conciencia nueva en las comunidades cristianas…», vino a hacer posible el que, sobre todo a partir de 1954, comenzaran a prodigarse, primero en Francia y luego en el resto de los países europeos, las experiencias catecumenales y los bautismos de adultos. Se dan algunas variantes en la orientación y realización: Francia y Bélgica plantean un catecumenado en sentido estricto como iniciación de adultos no bautizados; Suiza, Alemania y Holanda le dan un marcado carácter ecuménico, al plantearse sobre todo con motivo de la conversión de cristianos de otras confesiones; España, Portugal e Italia hablan más bien de neocatecumenados o catecumenados de adultos, al tratarse de adultos ya bautizados que quieren autentificar su conversión y fe por una renovación de su bautismo.
Entre las causas de fondo que condujeron a esta renovación cabe señalar: el parangón de la situación eclesial actual con la de los primeros siglos; el aumento de convertidos no bautizados; la existencia de un número muy amplio de bautizados no convertidos; el deseo de superar el bautismo de niños indiscriminado; la necesidad de verdaderas ofertas eclesiales para autentificar la conversión y la fe; la urgencia de renovar la comunidad cristiana a través de las pequeñas comunidades y de una verdadera experiencia de comunidad; la acentuación del compromiso cristiano y de la dimensión ética de la fe; la búsqueda de cristianos convertidos y formados, capaces de asumir tareas y responsabilidades en la iglesia… Es cierto que a lo largo de los años se han ido revisando y remodelando diversos aspectos discutibles; pero los motivos permanecen, y cada vez se habla más de catecumenado en referencia a cristianos ya bautizados, en orden a autentificar su iniciación cristiana. Más que una institución para convertidos del ateísmo o la increencia, el catecumenado se entiende hoy como ese espacio y medio para un proceso de evangelización, a través de la acogida y la búsqueda, que se realiza en comunidades de talla humana, donde es posible la experiencia de la fe, la escucha mutua, la revelación progresiva de Jesús salvador y el aprendizaje de las costumbres evangélicas.
7. EL CATECUMENADO EN EL VAT. II Y EL RITUAL DE LA INICIACIí“N CRISTIANA DE ADULTOS (= RICA). En 1962 la Sagrada Congregación de Ritos sacaba a la luz un decreto mediante el que se promulgaba ad experimentum el Nuevo Ritual del Bautismo de adultos, distinguiendo diversas etapas, a través de las cuales los catecúmenos eran conducidos al bautismo». El Vat. II no sólo se propuso restaurar el catecumenado, sino que también se ocupó de los catecúmenos y su estatuto eclesial, de la importancia de la dedicación y acción pastoral a los mismos y de su inserción en el conjunto del proceso de la iniciación cristiana. El lugar más significativo es el n. 14del decreto sobre la actividad misionera de la iglesia, donde se habla del catecumenado y la iniciación cristiana, describiendo los elementos integrantes de dicha iniciación: anuncio del kerigma, conversión inicial, catecumenado, iluminación cuaresmal, participación ministerial de la comunidad entera, sacramentos de iniciación, incorporación plena al misterio de Cristo y a la vida de la comunidad cristiana.
Esta visión iniciática ha encontrado una cierta expresión en la reforma de los Rituales del bautismo y la confirmación, aun sin llegar a asumir todas las consecuencias, dado que piensan sobre todo en los niños. Será el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos donde esta concepción encuentre su acogida y su expresión plena, en un equilibrio armónico y una correspondencia adecuada entre planteamiento teológico, exigencia pastoral, medio catequético y expresión litúrgica. Las notas más destacables de este Ritual, cuya promulgación la consideramos como uno de los mayores aciertos de la reforma litúrgica del Vat. II, son las siguientes: restablecimiento y adaptación de una de las instituciones más clásicas y significativas de la iglesia (Praen. 2); recuperación práctica de la unidad de la iniciación, que incluye como elemento intengrante el catecumenado (Praen. 2.4-8); estructuración u ordenación coherente de los diversos elementos catecumenales: etapas, catequesis, ritos (Praen. 9ss); valoración adecuada de la intervención de Dios (iniciativa, gracia), del hombre (fe, conversión), de la iglesia (comunidad mediadora) en el proceso catecumenal (Praen. 5.15.20); adaptación ritual a la edad .y condiciones de los bautizados adultos, que permite superar toda ficción litúrgica (Ritual, 68ss); valoración ministerial de la comunidad cristiana y sus ministerios (Praen. 16.19.23.41-48); integración equilibrada de las diversas dimensiones de la iniciación: doctrinal, moral y litúrgica (Praen. 19).
La estructura de iniciación y catecumenal que nos propone distingue tres grados o etapas, que marcan los momentos culminantes de la iniciación y significan ritualmente el paso de una a otra: el primero es el ingreso en el catecumenado, por el que los candidatos vienen a llamarse catecúmenos; el segundo es el examen o elección, por el que se les denomina elegidos (competentes, iluminados); el tercero es el de los sacramentos de iniciación, por el que son llamados neófitos (Praen. 6).
Los grados vienen a culminar e introducir en los diversos tiempos: el primero es el del precatecumenado o evangelización primera (que culmina en el ingreso en el catecumenado); el segundo es el catecumenado o catequesis (que se concluye con la elección); el tercero es la purificación o iluminación (que tiene su punto terminal en el bautismo); el cuarto es la mystagogia o experiencia, por el que el neófito viene a ser plenamente integrado en el misterio de Cristo y de la iglesia. Esta estructura, que recoge los elementos clásicos más válidos, no es sino la ordenación externa de los elementos de un proceso con vistas a apoyar y expresar el dinamismo interno de un encuentro del catecúmeno con Dios por la mediación de la iglesia.
II. Sentido y realizaciones del catecumenado en la iglesia actual
Las etapas y la evolución histórica del catecumenado que hemos estudiado nos ha hablado al mismo tiempo de la importancia y permanencia, de la necesidad y el sentido de la institución catecumenal. Tratamos de ver ahora cuál es la interpretación teórica y práctica que se hace y puede hacerse de esta institución, de manera que responda con mayor rigor a su verdad histórica y a las necesidades concretas. Para ello nos fijaremos en diversos puntos brevemente 90.
1. UNA IGLESIA CON TALANTE CATECUMENAL. Desde los tiempos precedentes al Vat. II, la iglesia ha venido tomando conciencia cada vez más clara de una doble deficiencia y exigencia: ad extra, o en su relación con el mundo, es consciente de un cierto extrañamiento respecto a algunas realidades que se le escapan de las manos, y por tanto de una necesidad de hacerse realmente presente en todas las áreas donde se juega el futuro de la humanidad, por medio del testimonio y ejemplo de sus miembros; y ad infra, o en relación con su propia vida, es también consciente de la existencia de no pocos elementos de inautenticidad y disgregación, de la lejanía, indiferencia o escasa participación de la gran mayoría de sus miembros bautizados de hecho pero no plenamente convertidos, creyentes en teoría, pero ignorantes de su fe en la práctica…
Es cierto que no existe una respuesta clara e inmediata a esta situación. Pero si de algo ha hablado la iglesia en los últimos tiempos, es de evangelización. Y si algún elemento aparece como central en esta evangelización, es la catequesis y el catecumenado, como medios más eficaces para renovarse hacia afuera y hacia adentro. Desde el Vat. II se está imponiendo en la iglesia una perspectiva evangelizadora y catecumenal, unida a una exigencia de autenticidad de vida, de participación eclesial y de compromiso en el mundo y el servicio a los más pobres y necesitados. Por eso mismo, el catecumenado, como ámbito en el que se engendran todas estas actitudes y compromisos, ha venido a ser en muchas comunidades un momento y un medio pastoral prioritario. «El catecumenado se concibe hoy como una institución apta para el proceso de reiniciación cristiana de los bautizados no suficientemente evangelizados, y como medio de creación de comunidad cristiana, que debe ser el modelo de referencia de toda catequesis».
Ahora bien, esta reivindicación catecumenal y esta restauración renovada. del catecumenado, ¿está interpretándose y realizándose adecuadamente? ¿Cuál es el lugar que ocupa y debe ocupar el catecumenado en la comunidad cristiana? ¿Existe un iter o proyecto de iniciación, donde el catecumenado y los otros elementos iniciáticos encuentren su lugar, su articulación y su sentido pleno?
2. OBJETIVOS DEL CATECUMENADO. Con frecuencia el catecumenado sufre una degeneración o deformación práctica, porque o no se han identificado sus objetivos o no se realizan de modo adecuado. Por eso deben tenerse siempre presentes.
a) Maduración de la conversión y de la fe. El catecumenado, bien se realice antes o después del bautismo, tiende a profundizar y madurar la conversión y la fe a través de un proceso histórico y prolongado, que propone una pedagogía de crecimiento y aprendizaje, en la que entran como elementos fundamentales la ilustración y profundización en la fe por la catequesis y el diálogo, la expresión y celebración de esa fe por la oración y los símbolos, la experiencia de Dios y el compromiso cristiano por el amor y la justicia. La fe y la conversión, que ya existen primariamente antes del catecumenado, ahora arraigan en la vida, desarrollan todas sus dimensiones, y engendran toda su fuerza misionera de expansión por el compromiso cristiano. El objeto o contenido de esta fe y conversión no puede ser otro que Cristo mismo y su misterio de salvación.
b) Experiencia del Espíritu e inmersión en el misterio. El segundo objetivo del catecumenado es progresar en la participación del misterio de Cristo, desde un descubrimiento de la propia identidad a partir de la experiencia, el don y la fuerza del Espíritu. No basta que el misterio nos sea ofrecido por la palabra y los signos. Es preciso sumergirse, venir a la experiencia personal y vital por las que el mismo iniciado cree y acepta gozosamente este misterio, no como algo que se le ofrece desde fuera, sino como algo en lo que vive desde dentro y que transforma su propio ser, dando sentido a su existencia total. No se trata tanto de una introducción intelectual cuanto de una inmersión vivencial, por la que, más que pretender desentrañar el misterio con las categorías de la razón, se intenta vivirlo con la entrega del corazón, con la experiencia del gozo, con la admiración y el entusiasmo, con la contemplación, la oración y la acción. Y todo esto sólo es posible desde la experiencia del Espíritu, como el don pascual y gozoso, transformador y agraciante de una realidad insuperable e indecible.
c) Vinculación más estrecha a la iglesia y experiencia de comunidad. Ni la iglesia se entiende sin catecumenado ni el catecumenado se entiende sin la iglesia. Hacer el catecumenado es ir al encuentro de la iglesia por la mediación de la comunidad eclesial. Hayan sido o no bautizados todavía los catecúmenos, siempre será el catecumenado ese momento álgido de los desposorios entre la iglesia y el catecúmeno. Un momento en el que uno no es sólo introducido, sino que se introduce; no sólo se le declara miembro, sino que lo acepta libre y gozosamente; no sólo es vinculado a la iglesia, sino que se siente perteneciente a ella; no sólo vive en la comunidad, sino que hace la vida de la comunidad… Por eso el catecumenado es vinculación y experiencia de comunidad al mismo tiempo. Y éste es el objetivo que debe perseguir con todas sus fuerzas.
d) Aceptación responsable de la misión. Es decir, de las tareas eclesiales, con el compromiso de ser testigo de Cristo y de difundir y defender la fe con palabras y obras, para la edificación de la iglesia en el mundo. El cambio moral, el compromiso eclesial y temporal que supone el catecumenado implica la capacitación humana y cristiana para asumir aquellas tareas que, en correspondencia con el propio carisma, lleven al cumplimiento de la misión que Cristo ha encomendado a todos los miembros de la iglesia, aunque la participación sea diferente. En el compromiso con la palabra (servicios y ministerios de la palabra), con el servicio cultual (servicios y ministerios litúrgicos), con la caridad y la justicia (servicios y ministerios sociales), con la dirección para la comunión (servicios y ministerios para dirigir, animar o presidir la comunidad) se encuentran expresadas todas lasdimensiones de realización de la misión 9J.
3. IDENTIDAD DEL CATECUMENADO. Debido a las circunstancias en que suele realizarse el catecumenado en muchas iglesias (con jóvenes, adultos bautizados…), se producen unas adaptaciones que a veces llevan a una pérdida de la identidad catecumenal. Conviene, pues, tener en cuenta las características que pertenecen a la esencia del catecumenado y sin las cuales no podría ser ni calificarse como tal. Se deducen, en definitiva, de su comprensión y configuración histórica, y de la actual renovación propuesta por el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos.
a) Es un proceso dinámico señalado por etapas. Se ha definido el catecumenado como «un tiempo de formación y noviciado convenientemente prolongado en la vida cristiana». Esto quiere decir que no se trata de una simple catequesis más o menos intensiva, sino de un proceso distendido y prolongado, de un proceso dinámico y vital, que indica el avance, la progresividad, el cambio, evitando la sensación de monotonía y estancamiento. Para lograr esto se establecen diversas etapas, marcadas debidamente, que serán como punto de llegada y de partida, como momento de referencia que jalona y marca el proceso, que expresa externamente el cambio interno que se produce. No sólo responde a la historicidad del hombre, sino también a la necesidad de tiempo para la maduración de la propia opción, al respeto que merece la libertad, a la imposibilidad de abarcar el misterio en un momento, a la misma pedagogía de Dios.
b) Es un proceso marcado o significado por ritos. Las etapas se marcan y distinguen sobre todo por los ritos, y de ahí que el catecumenado «suponga unos ritos sagrados que han de celebrarse en tiempos sucesivos» (SC 64), y que la misma catequesis deba presentarse «acomodada al año litúrgico y basada en las celebraciones de la palabra» (RICA 19,1). Desde siempre la iglesia acompañó a los catecúmenos, expresando su proceso por multitud de ritos, como eran la imposición de manos, los exorcismos, los escrutinios, la signación y la unción, la bendición y la sal, las entregas (credo y padrenuestro) y las acogidas… Y es que los signos, ritos y símbolos son necesarios para el hombre. Son expresión de la vida, acercamiento visual al misterio, concreción de las aspiraciones más hondas, realización de la vida y de la persona, puntos de referencia necesarios y realidad constatable de una vida en busca del infinito. Habrá que adaptar algunos de estos ritos, será necesario evitar el ritualismo, pero no se pueden excluir del proceso catecumenal.
c) Es un proceso comunitario y en comunidad. No existe catecumenado en solitario ni al margen de la comunidad de referencia. Siempre es un proceso en comunidad y con la comunidad. Al ser en comunidad, quiere decir que debe hacerse en grupo, uniéndose a quienes quieren seguir el mismo proceso, buscan la misma verdad, tienen idéntico objetivo y están dispuestos a vivir la misma experiencia iniciándose en el misterio de Cristo y de la iglesia. De este modo, los catecúmenos sienten el mutuo apoyo y ayuda, son entre sí estímulo y testimonio… Y al ser proceso con la comunidad, quiere decir que no puede dejar de implicar a la comunidad entera; que ésta debe estar presente desde el primer momento, con su acogida y acompañamiento con la instrucción, el ejemplo, la oración y la participación activa. Esto supone que la comunidad debe estar formada e informada, es decir, debe existir como comunidad de referencia y debe interesarse como comunidad que se juega su propio futuro. Una cosa es cierta, en todo caso: como el catecumenado debe estar presente en la comunidad, así la comunidad debe estar presente en el catecumenado (cf RICA 4.11.18…).
d) Es un proceso educativo y doctrinal. «El catecumenado es un tiempo prolongado en que los candidatos reciben la instrucción pastoral y se ejercitan en un modo de vida apropiado» (RICA 19). Tiende, pues, a suscitar, alimentar y madurar la fe a través de la transmisión de unos contenidos y la iluminación de un misterio en el que se inicia. Para que este objetivo pueda lograrse adecuadamente, es preciso determinar con justeza los contenidos de la evangelización y catequesis catecumenal, de manera que se suscite una verdadera conversión y fe. Estos contenidos tendrán que tener en cuenta el sentido del mismo catecumenado y del sacramento o sacramentos a los que conduce, el carácter fundamental de dichos contenidos, la situación propia de los sujetos y su capacidad, las dimensiones fundamentales de la fe cristiana: histórico-salvífica, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, sacramental y vital. Debe valorarse el contenido sin absolutizarlo. Debe evitarse el racionalismo de la fe, el dogmatismo de contenidos, el subjetivismo doctrinal, el verbalismo absorbente. El catecumenado es también acción y testimonio, oración y celebración, contemplación y experiencia…
e) Es un proceso vivencial. El catecumenado es una pieza de la iniciación total, por la que la comunidad «induce con su ejemplo a los catecúmenos a seguir al Espíritu Santo con toda generosidad» (RICA 4). Uno de los objetivos fundamentales del catecumenado es suscitar en los catecúmenos la experiencia de Dios, la experiencia del Espíritu, conscientes de que no hay adhesión más plena y radical, más totalizante y transformadora que aquella que procede de la vivencia inmediata y sensible de la misteriosa cercanía y amor de Dios a los hombres. La experiencia de Dios es, en definitiva, la experiencia del Espíritu, la experiencia del Amor que nos sobrecoge y fascina, más allá de racionalismos e idolatrías representativas. Para suscitar y ayudar esta experiencia es preciso crear espacios de oración, dejar hablar al silencio, introducir al lenguaje de los símbolos, acoger la alegría de la fe…
f) Es un proceso comprometedor. El catecumenado ha exigido siempre un auténtico cambio de vida, una transformación moral en correspondencia con el evangelio, una conversión radical. Se trata de un «tránsito que lleva consigo un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, que debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante el catecumenado» (RICA 19,2).
No se trata ya tanto de abandonar los ídolos de otros tiempos ni de insistir en normativas morales con acento negativo sobre lo que significa ser cristiano. Se trata más bien de una insistencia en el ideal evangélico, sin olvidar sus exigencias en la vida personal, social, económica y política. Por otro lado, el catecúmeno debe estar dispuesto a aceptar las consecuencias y compromisos de su pertenencia a la Iglesia, de su participación en la misión.
4. CATECUMENADO E INICIACIí“N CRISTIANA. El catecumenado no debe considerarse como algo independiente de la iniciación, sino como un elemento constitutivo e integrante de la misma, que en un momento u otro, de una u otra forma, deberá darse. Por lo mismo, cuando se habla de catecumenado, se habla de iniciación, y viceversa. El problema radical de la iglesia al respecto creemos que no es ni el catecumenado ni la catequesis de adultos como elementos aislados, ni la celebración del bautismo, confirmación y eucaristía como ritos independientes, sino si existe un proyecto coherente de iniciación, un entramado dinámico de desarrollo, un sistema organizativo o programático adecuado, en el que hacer catecumenado o dar catequesis, bautizar y confirmar tengan pleno sentido. Pensamos que para situar bien el catecumenado en la iglesia actual es preciso replantearse y reestructurar la misma iniciación cristiana, en la que dicho catecumenado deberá encontrar un puesto correspondiente.
Desde el s. vi puede afirmarse que la iglesia ha carecido de un verdadero proyecto de iniciación cristiana teórico-práctica que, teniendo en cuenta la generalización del bautismo de niños, ofreciera todos los dispositivos necesarios para realizar en plenitud la iniciación, en correspondencia con lo sacramental y eclesialmente significado. La desaparición del catecumenado, la ruptura de la unidad de la iniciación, la prevalencia de lo ritual sobre lo vital, la mayor atención a lo cuantitativo que a lo cualitativo… hicieron que se creara una distancia entre lo que se entendía por iniciación y lo que se posibilitaba para la misma, sin que se alcanzara en muchos casos su verdadero objetivo. A pesar de los grandes avances realizados por el Vat. II, creemos que en el caso de los niños no llega a crear una adecuada estructura de iniciación que tenga en cuenta la situación peculiar, que posibilite la realización de todas sus dimensiones, que cuente con la institución catecumenal en su interior, que cree un ritmo adecuado, que tenga en cuenta las diversas edades y ámbitos de procedencia de quienes hoy se inician, que reordene los mismos sacramentos de iniciación… El RICA es y ofrece, ciertamente, la respuesta adecuada para el caso de adultos. Pero hoy, en nuestra iglesia, no son precisamente los adultos no bautizados los que más piden la iniciación, sino los jóvenes y adultos bautizados, porque son los que más lo necesitan. De ahí que no se haya respondido a la situación más generalizada.
Nos parece que la renovación del catecumenado está pidiendo, para ser verdadera, la renovación y reestructuración de la iniciación cristiana total, la recreación del proyecto de iniciación en correspondencia con la situación real. Pensamos, por tanto, que el catecumenado tiene su puesto más propio no fuera, sino dentro de la estructura de iniciación, que nos viene dada por el cuadro sacramental: bautismo, confirmación, eucaristía. Puesto que no es posible (por incapacidad subjetiva) situarlo antes del bautismo del niño o de la primera eucaristía, encontramos que la verdadera y la mejor posibilidad, por razones teológicas, pastorales y psicológicas, es situarlo antes de la confirmación, a una edad entre los dieciséis y los dieciocho años. En este caso, se trataría de un catecumenado que conservaría toda lafuerza de su sentido iniciático, por las siguientes razones: porque se trata de un catecumenado para la iniciación y dentro de la estructura-proceso de iniciación; porque culmina con un sacramento de iniciación celebrado por primera vez (confirmación) y se orienta a la eucaristía de la comunidad adulta; porque cumple su objetivo central de llevar a plenitud el bautismo y la iniciación, relacionando los diversos elementos-momentos integrantes.
5. CONCLUSIí“N. El catecumenado es una de las instituciones más clásicas e importantes de la iglesia. Realizado con verdad o adaptado por exigencia, exaltado en la memoria u olvidado en la práctica, lo cierto es que siempre ha sido una institución y realidad presente o latente en la vida de la iglesia. La importancia que hoy se le concede es síntoma de unas deficiencias y carencias que se sienten. En él se ve un signo de renovación de la misma iglesia. Es cierto que las circunstancias y sensibilidad han cambiado, y que, por tanto, será necesaria una adaptación. Pero hay una identidad que salvar, si queremos que el catecumenado sea una realidad que vivir. No podemos hacer simples trasplantes arqueológicos (imitación del pasado) ni ingenuos inventos de modernidad. El realismo y la sana renovación nos llevan a recuperar el catecumenado desde las dos claves, pasado y presente, identidad histórica y actualización vital. Será preciso, pues, redescubrir la verdad catecumenal sin absolutizarla, ya que el catecumenado no es fin, sino medio; no es el todo, sino la parte de la iniciación. Y no menos necesario será clarificarse sobre la terminología que utilizamos. Como ya hemos mostrado en otros lugares, una cosa es el catecumenado, que mantiene su estructura y su lugar dentro de la iniciación; otra cosa son los neocatecumenados, que aun manteniendo la estructura se realizan con cristianos adultos ya bautizados y fuera del marco iniciático, y otra los procesos catecumenales, que adoptando algunos elementos del catecumenado, como duración, intensidad de contenidos, celebraciones, proceso comunitario…, sin embargo, no conservan la estructura catecumenal, ni tienen como meta el bautismo. Una cosa debe alegrarnos en todo caso: la renovación del catecumenado es la renovación del talante catecumenal de la vida de la iglesia y la renovación de la iniciación cristiana total.
D. Borobio
D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia