CATEQUISTAS

DicEc
 
La palabra «catequistas» no aparece en el Nuevo Testamento, pero las funciones de estos probablemente eran asumidas por los llamados >»maestros». Desde el siglo II existen escuelas catequéticas (didaskaleion), siendo famosas la de Justino en Roma (antes del 165), la de Clemente en Alejandrí­a (desde el 189, aunque la escuela era anterior) y la de Orí­genes, que se puso al frente de la escuela alejandrina hacia el 204. Al parecer se ocupaban también de temas seculares, en diálogo especialmente con la filosofí­a griega. Se parecí­an más a una escuela superior, o incluso a una facultad de teologí­a, que a un centro de educación elemental.

Entre los escritos más antiguos relativos a la función del catequista están las Pseudoclementinas. Bajo este tí­tulo se agrupan varios textos apócrifos, entre los que se encuentran la Carta de Pedro a Santiago, la Carta de Clemente a Santiago, Las homilí­as y Los reconocimientos. La datación de estos textos es una cuestión delicada: están formados por distintos estratos y redacciones. En su forma final pueden situarse en el siglo IV, aunque su núcleo procede probablemente de los tiempos de Orí­genes, en la primera mitad del siglo III, y utiliza materiales aún más antiguos. Los pasajes acerca de los catequistas parecen proceder de estos estratos más antiguos. El catequista era independiente de lo que más tarde llamarí­amos el clero. En la Carta de Clemente a Santiago (14) se le llama «oficial de reclutamiento». En la época de Las homilí­as pseudoclementinas era un presbí­tero-catequista; en Los reconocimientos, el catequista ha desaparecido. En la >Tradición apostólica el catequista podí­a ser laico o eclesiástico. Poco después la catequesis se convirtió en una tarea sacerdotal y, sobre todo, episcopal, y así­ permaneció durante siglos. Muchos de los Padres publicaron obras catequéticas (> Catecismos). Se insistí­a además en el deber de los padres de transmitir la fe a sus hijos. A partir de la Edad media empezaron a aparecer manuales para ayudar a los pastores y a los padres en la tarea catequética.

En los tiempos modernos se han producido diferentes desarrollos. A partir del siglo XIX el sistema educativo tal como lo conocemos evolucionó. En las escuelas católicas se impartí­a educación religiosa. Pero en las escuelas estatales, en muchos paí­ses, no era posible, y la Iglesia tuvo que buscar distintos modos de enseñar a los jóvenes la fe y de prepararlos para los sacramentos. Un primer ejemplo de este tipo de instrucción, la Hermandad de la Doctrina Cristiana, que hundí­a sus raí­ces en el siglo XVI, recibió su carta magna de Pí­o X en 1905, y se hizo prescriptiva en el Código de Derecho canónico de 1917 (CIC 711 § 2). A partir de la década de 1930 empezó a aumentar la conciencia de que los catequistas necesitaban una preparación especial y se inició el establecimiento de centros con este fin.

Un desarrollo paralelo fue el surgimiento de los catequistas en los territorios de misión. Dado que los misioneros sacerdotes se veí­an obligados a desplazarse de unos lugares a otros para celebrar la misa, las figuras clave en las aldeas, eran los catequistas; el Vaticano II reconoció su importancia (AG 17; cf 15). Esto suponí­a un liderazgo espiritual de los catequistas en las comunidades locales, en las cuales enseñaban la doctrina y presidí­an la oración en sus respectivas comunidades. El concilio habló también de una posible misión canónica que les serí­a otorgada por medio de una función litúrgica (AG 17). Más tarde Pablo VI, en su carta apostólica sobre la renovación de los ministerios de >lector y >acólito, afirmaba que una conferencia episcopal podí­a establecer en un área determinada el ministerio del catequista como un ministerio litúrgicamente instituido. Poco después alababa la labor de los catequistas en su exhortación apostólica sobre la evangelización.

El Código de Derecho canónico de 1983 dedica varios cánones a la catequesis y al papel que las diferentes personas desempeñan dentro de ella (CIC 773-780). La solicitud por la catequesis «corresponde a todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno» (CIC 774 § 1), teniendo los padres una responsabilidad especial (§ 2). La responsabilidad de proveer adecuadamente a la catequesis recae primariamente en el obispo, y en segundo lugar en el pastor local; los catequistas tienen un papel especial y deben recibir una formación adecuada (CIC 776, 780).

El nuevo Catecismo observa que los tiempos de renovación en la Iglesia fueron tiempos de una intensa actividad de catequesis (n 4); el desafí­o lanzado a los catequistas nunca debe de haber sido tan grande como en los tiempos presentes.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología