CHIVO

macho de cabrí­o, cabrón. Para la dedicación del altar, los prí­ncipes de Israel ofrecieron doce chivos para el sacrificio por el pecado, uno cada dí­a, Nm 7. En el gran dí­a de la Expiación, se presentaban dos machos cabrí­os, sobre los que echaba la suerte, uno para Yahvéh, que se sacrificaba por el pecado; el otro para Azazel, en cuya cabeza se poní­an los pecados del pueblo delante de Yahvéh para hacer la expiación, y que era soltado vivo en el desierto, éste es el llamado ch. expiatorio, Lv 16, 7 10 y 20-22.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

1. Expiatorio

(-> expiación, sacrificio). Uno de los sí­mbolos más poderosos de la antropologí­a bí­blica es el que ofrecen los chivos de Lv 16, que tienen una función expiatoria (simbolizan la purificación de los buenos israelitas) y emisaria (expresan la expulsión de los impuros, arrojados al desierto de Azazel).

(1) Los dos chivos. En sí­ mismo, el chivo* (o la cabra) no es un animal maldito ni negativo, de tal forma que según Ex 12,5 puede emplearse para el ritual de la pascua, lo mismo que el cordero (“será macho de un año, cordero o cabrito”: Ex 12,5). Pero después, quizá por su color negro o por su vinculación con ciertos espí­ritus del desierto, del tipo de los sátiros, puede convertirse no sólo en signo de Dios, sino también de Azazel. El mecanismo del chivo emisario/expiatorio, que está en el fondo de ese texto, se ha convertido en uno de los referentes básicos de la cultura de Occidente. El conjunto de la Biblia y de un modo especial el Nuevo Testamento ha superado el riesgo de dualismo* y violencia* de esos chivos, abriendo un camino de reconciliación no victimista (sin sacrificio ni expulsión) para todos los hombres, de tal forma que podemos decir que Jesús asume e invierte (supera) la figura del chivo expiatorio-emisario. Pero el tema y riesgo que expresan esos chivos sigue marcando nuestro mundo. Por eso es necesario evocarlos. Los dos chivos de la fiesta de Lv 16 empiezan siendo ambivalentes: pueden significar el bien (sangre de Dios), pero también el mal (son portadores de pecado). Están en el lí­mite entre Dios y Azazel, en la frontera donde la vida y la muerte se tocan. Son, sin duda, una expresión del pueblo: las dos caras de una misma humanidad violenta que puede ser perdonada sobre el templo (sangre purificadora) o destruida en el desierto. Son ambivalentes y por eso se deben sortear (Lv 16,7-10), en gesto que recuerda viejos ritos sagrados, vinculados en Israel a los Urim y Tumim (cf. Ex 28,30; Lv 8,8; Nm 27,21; Dt 28,8.10). Es como si, llegando al lí­mite, no se distinguieran bien y mal, Dios y Azazel, violencia positiva y negativa.

(2) Chivo de Dios. El texto lo presenta así­: “Aarón degollará el chivo de la expiación por el pueblo e introducirá su sangre detrás de la cortina y hará con su sangre lo que hizo con la sangre del novillo: la salpicará sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio. Y hará la propiciación por el santuario, por las impurezas de los hijos de Israel, por sus delitos, por todos sus pecados. Lo mismo hará en la tienda del encuentro que está con ellos, en medio de sus impurezas… Después irá al altar que está delante de Yahvé y hará la propiciación por él: tomará sangre del novillo y del chivo y la pondrá alrededor, sobre los cuernos del altar. Salpicará sobre el altar siete veces con la sangre de su dedo. Así­ lo purifica y santifica de los delitos de los israelitas” (Lv 16,15-19). Con el chivo de Dios y un novillo se realiza el rito de propiciación, esparciendo la sangre de los animales sacrificados sobre el Altar, el Santo y el Santí­simo. La sangre* significa la violencia al servicio de la vida, de manera que ella sirve para expiar (cf. Lv 17,11), es decir, para reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos mismos. Esa sangre ritual limpia los lugares centrales del santuario: (a) El propiciatorio del Santí­simo, más allá del velo, donde parecí­an pegarse simbólicamente los pecados, que la sangre limpia, de manera que los hombres vuelven a ser transparentes ante Dios, (b) La tienda del encuentro o Santo donde los sacerdotes presentan sus ofrendas y oraciones, a fin de que el templo vuelva a ser espacio de comunicación con lo sagrado, (c) El Altar del gran patio, a cielo abierto, donde se quema la carne de los sacrificios y donde habí­a quedado pegada la impureza de los muchos pecados de los hombres, que deben limpiarse con sangre.

(3) Tiempo de ví­ctimas. El texto supone que los hombres necesitan ví­ctimas para reconciliarse. Ellos se enfrentan y matan entre sí­, en proceso de oscurecimiento creciente: olvidan la santidad del Señor y llenan todo de impureza. Pero Dios les ofrece un medio de purificación: la sangre del chivo sacrificado y del toro con la que el Sumo Sacerdote asperge y limpia el Santí­simo, el Santo y el Altar. Todos los israelitas se han unido sobre la explanada santa, poniendo sus manchas en manos del Gran Sacerdote que lleva la sangre más allá de la cortina, limpiando con ella (en ella) el espacio de Dios (templo y altar). Esta es la fiesta del perdón, el sacramento de la sangre, el gran signo de la violencia ritual que permite que los hombres superen la violencia mutua y se reconcilien, purificados ante Dios. La sangre del toro y del macho cabrí­o funciona así­ en la lí­nea del talión: es sangre sagrada que sirve para superar el riesgo de la sangre asesina, es violencia ritualizada que nos permite superar año tras año el peligro de la guerra sin fin que nos amenaza desde el principio de la historia. Esta es la sangre que limpia los pecados del pueblo.

Cf. G. DEIANA, Il gionio delTEspiazione. Il kippur nella tradizione bí­blica, ABI 30, EDB, Bolonia 1995; B. JANOWSKI, Süline ais Heilsgeschehen: Studien zur Sühnetheologie der Priesterschrift und zur Wurzel KPR in Alten Orient und in ALten Testament, WMANT 55, Neukirchen 1982; H. M. KÜMMEL, “Ersatzkonig und Sündenbock”, ZAW 80 (1968) 289-318; X. PIKAZA, Violencia y religión en la historia de occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005; R. SCHWAGER, Brauchen wir einen Sündenbock?, Kosel, Múnich 1978.

CHIVO
2. Emisario

(-> Azazel, dualismo, templo). El ritual del chivo expiatorio, con su sangre purificadora (Lv 16,11-19), ha servido para expiar por los pecados del pueblo. Pero no hay sangre que pueda limpiar toda mancha, no hay sacrificio que aplaque hasta el final toda violencia. Por eso, fuera del espacio en el que se aplica el poder de los sacrificios purificatorios (con la sangre que limpia el Santí­simo, el Santo y el Altar), queda el ancho desierto que no puede ser purificado ni reestablecido, el lugar de Azazel* y de aquellos que le pertenecen. De esa forma se establecen los polos simbólicos de esta densa geografí­a sacral, abierta al mundo entero y no sólo a Israel y a sus creyentes.

(1) Hay un centro sagrado, un lugar de pureza donde Dios habita, un santuario donde los hombres pueden expiar sus pecados, de manera que expulsan lo malo y quedan limpios, para comenzar de nuevo su vida bien purificados, reconciliados por la sangre, es decir, por la violencia del chivo expiatorio de Dios, más poderoso que la violencia de los hombres. Ese centro se identifica con el espacio del templo y su entorno, que se concreta, sobre todo, en la tierra y el pueblo de Israel.

(2) Hay una periferia impura, un desierto donde ni la sangre puede ya purificar los pecados de los hombres. Este es el campo de Azazel, donde se expulsa el segundo chivo, el chivo emisario, que lleva los pecados que no pueden perdonarse: “Acabada la propiciación del santuario, de la tienda del encuentro y del altar, Aarón hará aproximar el chivo vivo. Y pondrá sus dos manos sobre la cabeza del chivo vivo y confesará todos los delitos sobre la cabeza del chivo y lo enviará al desierto, por medio de un hombre destinado para esto. El chivo llevará sobre él todos los delitos a una tierra solitaria; y el encargado de ello soltará el chivo en el desierto” (Lv 16,20-22). El texto no define con más precisión las funciones de Azazel y de su chivo, de manera que ellas se han interpretado de diversas formas. Pero sabemos que los dos chivos son complementarios: aquello que Dios ha limpiado al limpiarnos (al purificar el lugar de su presencia, con el chivo expiatorio) nos permite descubrir, como por contraste, un nuevo tipo de suciedad, que ya no se puede expiar y purificar desde dentro, de manera que hay que enviarla fuera, con el chivo emisario, al desierto externo.

(3) Los dos chivos. Así­ se ven mejor las diferencias, (a) El sacerdote mata al primer chivo, de manera que su sangre se vuelve expiatoria y se emplea, con la sangre del toro, como fuente de purificación para los buenos miembros del pueblo israelita, (b) Por el contrario, el sacerdote expulsa al chivo de Azazel, mandándolo vivo al desierto, sin limpiar sus pecados, sin superar sus violencias, sin matarlo. Ese chivo representa, por tanto, la exterioridad impura, aquello que no puede redimirse y que queda, de esa forma, para el diablo; éste es un chivo emisario, pero no para Dios, sino para Azazel. En esta lí­nea se enmarcan los dos signos religiosos principales y complementarios. La sangre expiatoria, con la que el sacerdote asperge y purifica los lugares simbólicos centrales del pueblo de Israel, permite crear un espacio de paz resguardada en medio de un entorno de tierra-desierto impuro. Por el contrario, el chivo que se manda al desierto, sin haberlo matado, es un emisario para Azazel. Los hombres impuros no pueden purificarse con su sangre, pues su sangre no es sagrada para Dios; por eso se le lleva vivo al desierto como chivo emisario, descargando sobre él los pecados y violencias que no pueden purificarse, (c) Eso significa que los celebrantes del rito de la expiación* se vinculan de dos formas: de manera positiva, recibiendo unidos, hacia dentro, el signo del perdón de Dios (por la sangre del chivo de Yahvé); de manera negativa, descargando la violencia interior sobre un “tercero”, un chivo emisario al que se manda al desierto.

(4) No se puede matar al chivo de Azazel, porque Azazel no quiere ví­ctimas puras (¡la sangre ritual es de Dios!). Por eso, el sacerdote carga sobre el chivo las culpas de todo el pueblo y así­, lleno de impureza, lo enví­a al desierto. De esa forma, mientras la comunidad reunida en torno al templo se siente segura, resguardada y limpia (en torno a la sangre sagrada del Chivo de Dios y de su toro), los expulsados de Azazel no tienen más remedio que morir (fí­sica, social y culturalmente) en el desierto externo. La buena sociedad necesita chivos emisarios, para expulsarlos y pensar así­ que queda limpia.

Cf. G. Deiana, Ilgionio dell†™Espiazione. Il kippurnella tradizione bí­blica, ABI 30, EDB, Bolonia 1995; R. Girard, El misterio de nuestro mundo, Sí­gueme, Salamanca 1982; El Chivo Emisario, Anagrama, Barcelona 1992; H. Tawil, “Azazel the Prince of the Steppe: A comparative Study””, ZAW 92 (1980) 43-59; D. P. Wright, “Azazel”, ABD I, 536-537.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra