CONSTANTINOPLA I, CONCILIO DE

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DicEc
 
En las décadas que siguieron a >Nicea (325) los arrianos y semiarrianos fueron consolidando poco a poco su posición, consiguiendo por ejemplo el exilio de Atanasio de la sede de Alejandrí­a. A la muerte de Constantino (337), Constancio II favoreció a los semiarrianos en Oriente, mientras que Occidente, unificado bajo Constante, permaneció fiel a Nicea. Una larga serie de concilios locales en Oriente tuvo como objetivo minar la labor del primer concilio. Se plantearon en este perí­odo dos nuevas cuestiones: la divinidad del Espí­ritu Santo y la plena humanidad de la Palabra, comprometida por los apolinaristas, que le negaban el alma humana.

Convocado por Teodosio, Constantinopla I, «el concilio de los 150 padres», estuvo formado sólo por obispos de Oriente. Regularizó la situación del mismo obispo de Constantinopla. Gregorio de Nacianzo fue confirmado como obispo, aunque sólo para verse obligado a renunciar a su cargo en un momento posterior del concilio. El concilio aprobó cuatro cánones. El primero era una condena general de la herejí­a arriana y sus sectas. El segundo limitaba el poder de los obispos dentro de áreas determinadas. El tercero, que refleja un sentimiento antirromano y antialejandrino, concedí­a la primací­a honorí­fica a Constantinopla en Oriente, como la «nueva Roma». En el cuarto canon eran condenados Máximo el Cí­nico y sus seguidores. Los cánones cinco y seis fueron de un sí­nodo de Constantinopla que se celebró un año más tarde, y el séptimo canon procede de una carta de la Iglesia de Constantinopla al obispo Martirio de Antioquí­a.

El credo más importante de la cristiandad es sin duda el niceno-constantinopolitano. El texto actual apareció en Calcedonia, donde fue reconocido como expresión auténtica de la fe. No es el credo niceno con algunos añadidos, sino que probablemente se basó en un credo de Jerusalén o Antioquí­a que expresaba la fe de Nicea. Aunque la opinión de los entendidos varí­a, hay serias razones para afirmar que el credo fue elaborado en el concilio I de Constantinopla. Hay en él importantes añadidos a credos ya existentes: las palabras «y su reino no tendrá fin», y la afirmación indirecta de la divinidad del Espí­ritu Santo: es «Señor» y «dador de vida», «procede del Padre» y, junto con el Padre y el Hijo, «es adorado y glorificado».

La consecuencia del concilio fue la >recepción de Nicea tanto en Oriente como en Occidente. Aunque de hecho fue sólo un concilio local, su carácter ecuménico fue reconocido más tarde al ser recibido por toda la Iglesia. El papa Gregorio I escribió: «Confieso, acepto y venero los cuatro concilios (Nicea, Constantinopla, Efeso y Calcedonia) del mismo modo que los cuatro libros del santo evangelio». Sin embargo, los cánones no fueron formalmente aceptados en Occidente durante 900 años. Con ocasión del centenario del concilio, Juan Pablo II publicó una carta titulada A concilio Constantinipolitano I, dedicada en gran parte a la >pneumatologí­a.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología