CONSTANTINOPLA IV, CONCILIO DE

(869-870)
DicEc
 
El IV concilio de Constantinopla sólo fue aceptado como el octavo concilio ecuménico en Occidente a partir aproximadamente del siglo XI, pero en Occidente nunca fue recibido como tal. Se celebró en una época extremadamente complicada en el Imperio de Oriente, los detalles de la cual ni siquiera hoy están del todo claros para los historiadores.

El contexto inmediato está constituido por el ascenso del pendenciero Ignacio al patriarcado de Constantinopla el 847. Se vio obligado a abdicar el 858 y aceptó, bajo condiciones bastante razonables, ser sucedido por Focio. Pronto surgieron los problemas. Focio repudió este acuerdo con su predecesor y se cuestionó la legitimidad de su propio nombramiento. Habí­a por medio también una cuestión polí­tica: tanto Roma como Constantinopla reclamaban la jurisdicción sobre Bulgaria. El 863 un sí­nodo Laterano celebrado en Roma depuso a Focio. El papa, Nicolás II (858-867), se mostró personalmente muy ignorante, y poco comprensivo, con la Iglesia bizantina, y especialmente con su rito.

Focio respondió con dos decisiones importantes: rechazó la adición al credo de las palabras «y del Hijo» (>Filioque), y celebró un sí­nodo el año 867 con la pretensión de deponer al papa. Focio fue destituido por el emperador Basilio el 867, restableciendo a Ignacio en su cargo. Adriano II (867-872), al enterarse de la condena lanzada por Focio contra su predecesor, celebró un sí­nodo en Roma el 867 en el que se anatematizó a Focio y a sus seguidores. El papa se puso pronto en comunicación con el emperador, que querí­a un concilio general para determinar la situación de los que habí­an sido ordenados por Focio.

El concilio se celebró entre noviembre del 869 y febrero del 8704. En él se hizo una profesión de fe y se confirmó la condena de Roma contra Focio. Veintisiete cánones se asocian con el concilio: volvieron a aprobarse las imágenes (cán. 3); los actos de Focio quedaron invalidados (cáns. 4, 6, 9, 25); se sancionó el orden oriental de los patriarcas, en el que se daba la precedencia a Constantinopla sobre Alejandrí­a (cán. 21); se afirmaba la primací­a de la sede romana en un texto que se usarí­a luego en el Vaticano I (cán. 21).

A los pocos dí­as de la conclusión del concilio, los delegados de los patriarcas, a pesar de las protestas de los enviados del papa, decretaron que Bulgaria quedaba incorporada a la jurisdicción de Constantinopla, y no a la de Roma como Nicolás I habí­a pretendido.

En Oriente este concilio fue considerado una humillación de la Iglesia bizantina y una renuncia a su autonomí­a frente a Roma. Por eso, cuando Ignacio murió el 877, Focio pudo de nuevo convertirse en patriarca (878-886). Un sí­nodo celebrado en Constantinopla en el 879-880 bajo la presidencia de Focio, al que asistieron casi 400 obispos, llevó a cabo la rehabilitación de Focio; los enviados papales insistieron en que esto se hizo por un acto de Juan VIII (872-882). El papa querí­a a toda costa la paz y la unidad con Oriente, y estaba dispuesto a hacer concesiones para conseguirlo.

La importancia perdurable de la saga fociana estriba en que sentó un precedente del antirromanismo explí­cito y, en última instancia, del cisma. Aunque su influencia directa en el cisma del 1054 fue escasa, la actividad y labor de Focio proporcionó un arsenal que más tarde serí­a utilizado por los protagonistas de los acontecimientos en Oriente.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología