El término credo deriva del latín credo («yo creo»), y cuando se usa en una iglesia cristiana significa una confesión de fe. La forma de los antiguos credos indica primeramente que un credo no es una mera declaración de creencias o aceptación de la revelación divina, aunque todas estas están envueltas. Es, más bien, un reconocimiento personal de confianza en Dios. Por lo tanto, no decimos meramente: credo Deum (esse): «yo creo que Dios existe»; o credo Deo: «yo creo lo que Dios dice»; sino: credo in Deum: «yo creo, o confío, o tengo fe en Dios».
La derivación histórica de nuestros presentes credos siempre estará en el misterio. Hay pocas dudas, sin embargo, que ellos derivaron de las formas rudimentarias de confesión que encontramos en el NT (cf. Hch. 8:36ss.; Ro. 10:9; 1 Co. 12:3; 1 P. 3:18ss.) y que fueron probablemente usados no únicamente en el bautismo sino con propósitos de adoración e instrucción. En algunos casos, estos expresan fe en Jesucristo solamente; pero, en otros, el Padre es también incluido. La fórmula bautismal de Mt. 28:19 (cf. 2 Co. 1:21s.; 1 P. 1:2) nos muestra que tanto las formas trinitarias como la binitaria y la puramente cristológica fueron usadas en el período del NT.
El desarrollo principal de los credos en los siglos que siguieron estuvo casi siempre dentro del contexto de los catecúmenos y del bautismo, con un énfasis consecuente sobre el elemento de la confesión. Dos problemas principales han llamado la atención de los eruditos: primero, si los credos son una expansión de la fórmula cristológica de Hechos (cf. 8:16; 19:5) o de la fórmula trinitaria de Mt. 28:19, y segundo, si su uso original era declaratorio (como más tarde las fórmulas bautismales y también las de instrucción catequista) o más estrictamente interrogatorio, como parece sugerirse de los primeros escritores (cf., Tertuliano, Hipólito). La probabilidad es tal que no tenemos que hacer una simple elección en estas materias sino que más bien se trata de énfasis complementarios. En cualquier caso, sin embargo, no cabe duda del carácter confesional de estos primeros credos.
Sin embargo, el uso de credos con el propósito de instrucción conllevaba el énfasis en la sustancia que debía confesarse. Esto no es malo en sí mismo. Creer en Dios necesaria y correctamente significa creer lo que Dios es y creer lo que él nos dice acerca de sí mismo. No es sorprendente, por lo tanto, que algunas de las verdades o hechos más importantes de la Biblia concernientes a Dios y a su obra lleguen a constituir una parte en la confesión primaria de fe en Jesucristo o del Dios trino, ni puede describirse como ilegítimo el proceso en tanto «la fe» se mantenga en el contexto primario de la fe.
Con el desarrollo de la enseñanza hereje, sin embargo, hubo una tendencia natural de usar los credos como una prueba de la ortodoxia universal. Ésta es la explicación general del uso del término latino symbolum para credo. Éste es una muestra por la que puede conocerse al verdadero cristiano del infiel o hereje. El cristiano genuino no expresa meramente fe en Jesucristo y luego en el Padre y en el Espíritu Santo. Él afirma su fe y tiene por ciertas algunas implicaciones básicas en esta manera particular. No podemos estar seguros, por supuesto, si ésta es la razón real para el uso de la palabra «símbolo»; pero parece armonizar mejor tanto con la evidencia detallada como con el desarrollo general.
Ejemplos y aplicaciones de este nuevo énfasis pueden observarse brevemente en una declaración simple como el Credo Apostólico. Así, la confesión de que Dios es el creador excluye la idea gnóstica del demiurgo, y del énfasis que la muerte de Cristo es una respuesta al docetismo. Pero el surgimiento de nuevas herejías, especialmente en el campo de la cristología (véase), necesitaban una elaboración continua en la definición de credos e incluso la introducción de terminología para la que no hay un precedente escritural. Esto se refleja en el así llamado Credo Niceno y más particularmente en el complicado credo de Atanasio.
Hasta este punto parece ser natural y justificable el desarrollo. No obstante, éste se llevó a cabo con cuatro serios peligros. Primero, el elemento de confesión genuina de fe en Cristo se perdió grandemente en el asentimiento de la ortodoxia teológica. Segundo, el credo llegó a ser un instrumento de división antes que de unidad. Tercero, el contenido altamente intelectual imposibilitó al hombre promedio de entender las declaraciones y, por lo tanto, se le requirió que aceptara de buena fe la verdad, con todos los males asociados, como una fe implícita. Cuarto, llegó a ser difícil detener este proceso de elaboración, y el continuo requerimiento de ésta o de este nuevo dogma bajo pena de condenación eterna únicamente podía aumentar el poder de la iglesia, debilitar la verdadera fe y su confesión, y servir de base para que grupos opuestos hicieran declaraciones que le dieran un cierto significado simbólico.
En una típica reacción contra el énfasis en el contenido del credo, el protestantismo liberal ha dado una nueva y falsa importancia al sujeto de la confesión haciendo una distinción en el término del credo. «Mi» credo es lo que yo ahora voy a creer respecto a Dios, al mundo y a mí mismo; lo importante no es mi respuesta a la palabra divina y a la obra de Jesucristo, sino que es el producto no obligatorio y variable de mi propio pensamiento, fantasía o experiencia.
En su sentido básico de confesión, el credo siempre debe tener un lugar como profesión de la fe justificadora en Jesucristo y, por lo tanto, en el Padre y en el Espíritu Santo. Para los propósitos del bautismo litúrgico, el credo apostólico ofrece una declaración breve y bíblica que, subordinada a la Escritura, debería siempre permanecer en un uso continuo en las iglesias. Los valores litúrgicos y de instrucción también pueden encontrarse en los otros dos credos primarios, aunque ellos difícilmente pueden imponerse o usarse en el mismo sentido, y siempre deben estar sujetos a la norma de la Escritura. Las confesiones más detalladas tienen un lugar legítimo en expresar la manera de pensar de las iglesias sobre cuestiones controversiales y, por lo tanto, ayudan en el trabajo de exposición y teología. Pero las confesiones no pueden mirarse nuevamente como atadura absoluta o final, y siempre deben tomarse como no obligatorias para la iglesia o para la Biblia de manera que no limiten la verdad, sino más bien usarlas en la búsqueda de una ortodoxia detallada.
BIBLIOGRAFÍA
HERE; F.J. Badcock, The History of the Creeds; O. Cullmann, The Earliest Christian Confessions; H.B. Swete, The Apostle’s Creed; J.N.D. Kelly, Early Christian Creeds.
William Kelly
HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (133). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología