CRUCIFIXION (HISTORIA)

DJN
 
Se trata de una ejecución de la pena capital, que Roma aplicaba en casos extremos a esclavos, bandidos y prisioneros de guerra especialmente conflictivos y recalcitrantes. Consistí­a en suspender de un madero el cuerpo desnudo del reo, con los brazos extendidos sobre otro madero transversal, y prolongar el suplicio hasta que le sobreviniera la muerte. Para que ésta no se prolongara indefinidamente, el reo solí­a ser previamente azotado. A veces se precipitaba intencionalmente la hora de la muerte, mediante algún tipo de agresión directa sobre el cuerpo crucificado. Aunque el suplicio de la crucifixión no ha sido exclusivamente practicado por los romanos, fue sin embargo entre este pueblo donde adquirió mayor renombre y donde quizá sus técnicas han estado más definidas. El reo más famoso de todos los tiempos que sufrió tal martirio fue Jesús de Nazaret, en Jerusalén, hacia el año 30 d. C., por sentencia del gobernador romano Poncio Pilato.

Para acercarse históricamente a este evento, más que especular sobre las condiciones fí­sicas en que podrí­a sobrevenir la muerte en un patí­bulo de esta naturaleza, o rastrear lo que los autores romanos en distintas épocas y lugares del imperio han dicho acerca de la crucifixión, será conveniente compulsar, en la medida de lo posible, los testimonios directos de que disponemos sobre la aplicación de este tipo de muerte por parte de los romanos en la propia tierra de Palestina. Flavio Josefo habla varias veces de crucifixiones, especialmente en Jerusalén. Así­, el gobernador (legatus pro praetore) de Siria, Quintilio Varo, en el año 4 a. C. mandó crucificar a 2.000 judí­os, tras los disturbios producidos después de la muerte de Herodes el Grande (Bel/. lud. II, 75). Igualmente el gobernador de Siria, Quadrato, hacia el 51 d. C. hizo crucificar un buen número de “bandidos” de la partida del galileo Eleazar, que habí­a capturado Ventidio Cumano, gobernador (procurator) de Judea tras los famosos incidentes entre samaritanos y galileos (Bell. lud. II, 241). Otro gobernador de Judea, Antonio Félix en los años “cincuenta” crucifica asimismo a numerosos bandidos (Bel/. lud. II, 253). Finalmente el general y futuro emperador Tito el año 70 crucifica frente a la muralla de Jerusalén a los fugitivos de la ciudad que habí­an caí­do prisioneros (Bel/. lud. V, 449). Desgraciadamente estos datos históricos, no vienen acompañados de otras informaciones más precisas acerca del modo con que se efectuó el suplicio. Tan sólo dos alusiones pueden ser aplicables a nuestro caso. Una, que los reos suelen recibir el nombre de /esooi = bandidos, apelativo con el que los romanos designaban también a los patriotas de los pueblos sometidos (Viriato, por ejemplo, era un lestes). La otra alusión se refiere al hecho de que la crucifixión tenga lugar fuera y cerca de los muros de la ciudad.

Es necesario recurrir a la arqueologí­a para obtener más datos acerca del suplicio de la crucifixión en Palestina. En este sentido estamos en condiciones favorables de aportar elementos muy precisos.

El hallazgo en 1968 de la sepultura de un crucificado de la primera mitad del siglo 1 d. C. en la necrópolis de Giv’at ha Mivtar, en las afueras de Jerusalén, nos ha proporcionado datos de extraordinario interés. Desgraciadamente no se trata propiamente de un sepulcro primario con el cadáver in situ, sino de una arqueta de restos u osario, lo que disminuye en mucho el número de evidencias que puede ofrecernos en torno al proceso de su crucifixión. Aún así­, las conclusiones derivadas del estudio de los huesos y publicadas en los años 1976 y 1985 son muy importantes. El crucificado se llamaba Juan y era hijo de Haggol. Pertenecí­a a una familia pudiente de Jerusalén, que contaba con una buena tumba familiar. No se trata, pues, de un simple esclavo o de un verdadero bandolero; pero el hecho de haber sufrido la pena de la crucifixión apunta a un delito de tipo polí­tico. Estamos ante un nacionalista mezclado en alguna sublevación. Era un joven de unos 25 años y de 1,70 m. de estatura.

Uno de los clavos destinado a fijar los pies en la cruz atravesó un nudo en la madera y se torció; por eso, al bajar de la cruz a Juan para su sepultura, fue muy difí­cil desclavar ese clavo, hasta el punto de que lo dejaron insertado en el tobillo del cadáver llevando consigo un trozo de madera. Esta circunstancia ha sido beneficiosa para los investigadores, pues ha permitido extraer algunos datos más, si bien las interpretaciones de los estudiosos a veces difieren entre sí­. La cruz debió ser de madera de olivo. Las manos de Juan no fueron atravesadas por los clavos, por lo que, según unos investigadores, serí­an las muñecas las que estarí­an sujetas por los clavos; pero otros piensan que éstas solamente fueron fijadas a la cruz con cuerdas. En cambio, las extremidades inferiores sí­ estaban ciertamente clavadas a la cruz, aunque no a través del mismo pie, sino del tobillo. La discusión entre los especialistas que han analizado los restos se centra, sin embargo, en determinar cómo se habí­a realizado la fijación a la cruz. Aunque algunos hablan de un solo clavo para ambos tobillos, otros, tal vez más acertadamente, suponen la existencia de dos clavos. Cada uno de éstos y tras atravesar el tobillo irí­a fijado mediante una tablilla intermedia no a la cara frontal de la cruz, sino a las dos caras laterales. Ello obligarí­a a suponer una postura violenta para el crucificado, con las piernas separadas. En cualquier caso, todos los estudiosos del tema (V. Móller-Christensen, J. Zias y E. Sekeles) opinan que Juan apoyaba su cuerpo medio sentándose sobre un pequeño saliente que tení­a la cruz. Este dato concuerda con otros testimonios históricos del mundo romano que citan esa pieza de la cruz con el nombre de y aluden a que los crucificados “cabalgaban” en la cruz. También hay discusión sobre si a Juan le hicieron el llamado por los textos para acelerarle la muerte, es decir, si al final le quebraron las piernas después de permanecer un tiempo largo en la cruz. Con todas las dudas y discusiones éstos son los valiosos datos aportados por la arqueologí­a y la paleopatologí­a sobre la forma en que los romanos crucificaban en Jerusalén a los condenados a muerte en la época de Jesús, aunque pueda admitirse teóricamente que se practicaran allí­ más de un tipo de crucifixión.

En lo que respecta directamente a la crucifixión de Jesús, podemos precisar algunas circunstancias más, fundadas en las narraciones evangélicas y en el conocimiento de la topografí­a y arqueologí­a de la ciudad de Jerusalén. La ubicación del Calvario (Golgoltha en arameo), es segura y corresponde al lugar venerado por la tradición a la derecha de la actual entrada a la basí­lica del Santo Sepulcro.

Allí­ fue donde el emperador Adriano, sólo cien años después de la muerte de Jesús y como represalia contra judí­os y cristianos, levantó una estatua en honor a la diosa Venus-Afrodita, lugar que tres siglos después serí­a convertido por el emperador Constantino en dentro del fastuoso complejo basilical llamado del Santo Sepulcro. Las excavaciones arqueológicas allí­ realizadas han sido llevadas a cabo por Harvey en 1933-1934, Corbo en 1961-1963, Broshi en 1975 y especialmente F. Dí­ez en 1977-1981.

El Calvario, en contra de lo cree mucha gente, no era un monte y nunca aparece citado como tal en los evangelios. Se trataba simplemente de un mogote de piedra de unos 5 m. de altura, cuya forma podí­a evocar vagamente una cabeza humana; de ahí­ el nombre popular con que era designado. Estaba al exterior de la ciudad y cerca de la muralla, formando parte de una zona de antiguas canteras de donde se habí­a extraí­do piedra para las edificaciones de la ciudad, y, con motivo de lo cual, quedaban altibajos en la roca y secciones cortadas en vertical. No debí­a ser un sitio habitual de ejecuciones, pero la premura de tiempo que caracteriza todos los acontecimientos del Viernes Santo, ante la inminencia de la gran fiesta pascual que comenzaba al ponerse el sol, debió influir en que se convirtiera en patí­bulo, dada su relativa proximidad con el palacio de Herodes, convertido en , donde habrí­a tenido lugar la condena. Tras ésta, el reo salió, como solí­a ser costumbre, amarrado con los brazos extendidos al palo transversal de la cruz, mientras que un piquete de soldados habrí­a ido por delante a colocar in situ el palo vertical, cuyo hincamiento en la piedra agrietada requerí­a alguna pequeña obra, por motivos de estabilidad. Dado el estado de agotamiento de Jesús, se tomó inmediatamente la medida de retirarle el palo transversal y se obligó a un judí­o, que por allí­ pasaba, a que llevara el palo, naturalmente al hombro y no a la manera de los reos (Mt 27, 32; Mc 15, 20-21; Lc 23, 26; Jn 19, 16-17). Se trata de un detalle histórico de los evangelios bien comprobado, pues se cita el nombre de la persona, Simón; su lugar de origen, la provincia romana de Cirene en el norte de Africa; el hecho de que tení­a fincas cerca de Jerusalén; y, sobre todo, que era un personaje muy conocido en la primitiva comunidad cristiana, puesto que sus hijos, Alejandro y Rufo, eran miembros destacados de ella (Mc 15, 20-21). Era normal que el tí­tulo de la acusación fuera escrito en una tablilla y precediera la marcha del reo, y a veces que éste lo llevara colgado del cuello. En el caso de Jesús conocemos el tenor de dicho tí­tulo: Jesús de Nazaret, rey de los judí­os (Mt 27, 37; Mc 15, 26; Lc 23, 38; Jn 19, 19-20) y el hecho de que estaba escrito en hebreo, latí­n y griego (Jn 19, 19-20).

Junto a Jesús partieron en la comitiva y fueron ejecutados en el Calvario otros dos presos, a quienes los evangelios (Mt 27, 38 y 44; Mc 15, 27 y 32; Lc 23, 32 y 39-43; Jn 19, 18) llaman bandidos (lestoi), según la terminologí­a oficial, pero que acaso fueran nacionalistas implicados en acciones violentas, como era el caso de Barrabás, ese mismo dí­a indultado. La época de Jesús no fue la más propicia para este tipo de “terrorismo”, ya que tuvieron que transcurrir bastantes años para que se organizaran los movimientos de tal í­ndole, de tanta importancia en los tiempos de la Primera Revuelta de los años 68-70 d. C. Sin embargo, habí­a ya brotes violentos que en ocasiones aisladas recurrí­an a las armas. Los dos bandidos estaban condenados a muerte y en espera de la ejecución, la cual debió adelantarse para aprovechar el inesperado acto de crucifixión de Jesús. Una vez llegada la comitiva al Gólgota, los reos fueron desnudados totalmente según la costumbre romana, aunque cabe la probabilidad de que se respetara la prescripción judí­a de que un paño cubriera las partes sexuales de las ví­ctimas. De hecho, otra costumbre judí­a, la de permitir que los reos bebieran una pócima embriagante (vino con mirra) para mitigar sus dolores en la muerte, fue respetada por el piquete romano de ejecución, como se dice expresamente en el evangelio, si bien Jesús rechazó la bebida (Mt 27, 34; Mc 15, 23). La muerte en la cruz solí­a ser muy lenta y los condenados podí­an permanecer en el suplicio, en medio del dolor y agotados por la fiebre y la sed, horas e incluso dí­as. En el caso que nos ocupa urgí­a la muerte de los reos para que el espectáculo no se prolongara en el dí­a solemne de la fiesta de la Pascua, en contra de todas las prescripciones legales judí­as. Por eso se aplicó la intervención urgente de rematar a los crucificados y así­ proceder a su sepultura, tras desmantelar las cruces. El procedimiento habitual que aceleraba inmediatamente la muerte era el , que consistí­a en quebrar las piernas de los que estaban colgados de la cruz. El evangelio habla expresamente de que esta intervención de los soldados fue aplicada aquella tarde del Viernes Santo a los crucificados de Jerusalén, pero no a Jesús que ya habí­a fallecido, por lo que en este caso uno de los soldados se contentó con darle un lanzazo en el pecho (Jn 19, 31-34). En todo caso, la agoní­a de Jesús no fue excesivamente larga, porque otro testimonio evangélico alude a la extrañeza de Pilato por la insólita rapidez de la muerte del ajusticiado, y cómo ésta tuvo que ser certificada por el oficial responsable de la ejecución (Mc 15, 42-45).

Desde luego que la crucifixión de Jesús comporta otros aspectos fundamentales, tanto de orden escriturí­stico como teológico, que no han sido tocados en el presente artí­culo, que intencionalmente sólo atiende a la vertiente histórico-arqueológica del hecho en sí­. Esos otros aspectos están incluidos y ampliamente desarrollados en distintos artí­culos teológicos de este Diccionario. .

BIBL. – , J. E. SEKELES, “The crucified from Giv’at ha Mivtar”, en Israel Exploration lournal 35 (1985): -27; Dí­EZ, F., “Vestigios de culto sobre la del Gólgota” I Simposio Bí­blico Español (Córdoba 1985), Valencia , pp. -60; GONZíLEZ ECHEGARAY, ., Arqueologí­a y Evangelios, 21 ed., Estella 1999.

. González Echegaray

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret