CUERPO MISTICO

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Misterio y doctrina fundamental en el cristianismo, que expresan en forma de metáfora que la Iglesia, es decir la unidad de los seguidores de Jesús, forman un cuerpo o grupo. En ese “cuerpo” vivo y unido hay una cabeza, que es Cristo, y hay miembros que son todos los que están unidos por la fe y el amor a la cabeza. Cada uno tiene una función que desempeñar en el cuerpo; y de la armoní­a depende la vida y la fecundidad.

La metáfora viene de San Pablo (1 Cor. 12. 1-13), que recoge la otra comparación del mismo Jesús que la expresó en forma de vid y sarmientos (Jn. 15. 1-16). Luego fue ampliamente comentada a lo largo de toda la historia cristiana.

La idea del cuerpo suscita la conciencia de que los cristianos no están sólo “cerca” de Jesús” por el amor, sino que están “en” Jesús porque el lo ha querido y su gracia lo ha logrado. Forman una unidad con El. Aquí­ está el misterio que, lejos del panteí­smo (no se confunden con Jesús”), les permite descubrirse y sentirse como “divinizados”. Se hace un Cristo mí­stico, esto es, misterioso.

Por eso la metáfora se desarrolla en otras muchas que son tradicionales en la Iglesia y en los comentarios de los santos: Iglesia como esposa de Jesús, Iglesia como amada, Iglesia como hogar y familia, Iglesia como pueblo en camino, Iglesia como comunión de los miembros, como unidad
El Concilio Vaticano II decí­a sobre este misterio: “El Hijo de Dios, constituyó a sus hermanos mí­sticamente en un cuerpo y les comunicó su Espí­ritu. La vida de Cristo en este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo muerto y glorificado, por medio de los sacramentos.” (Lum. Gent. 7)

Los ví­nculos de esa unión se inician en el Bautismo, por el cual nos unimos a Cristo (Rm. 6. 4-5; 1 Cor. 12. 13), se incrementan cada dí­a por la plegaria y por la Eucaristí­a en la que “compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros.” (Lum. gent. 7). Y se hará misteriosamente plena en la otra vida.

Cada cristiano sigue siendo él mismo, pero en la unidad del cuerpo mí­stico. San Pablo lo comentaba a los Corintios: “En la construcción del cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espí­ritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia… Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él.” (1 Cor. 12. 6) En fin, la unidad del Cuerpo mí­stico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judí­o ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3. 27-28). Cristo es la Cabeza de este Cuerpo (Col. 1. 18). Nosotros somos los miembros. Y “todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos” (Gal. 4. 19).

San Agustí­n escribí­a: “Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que El es la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es El y nosotros.. La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros. ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia”. (Coment. a Jo. 21. 8).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa