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En el Nuevo Testamento encontramos diakonoi junto con episkopoi hacia el año 55 en Filipos (Flp 1,1), e instrucciones acerca de los requisitos y comportamiento necesarios en ITim 3,8-12. Estos textos se refieren a un grupo específico dentro de la Iglesia primitiva. Hay además un uso genérico del término, en el que puede no significar más que ministro; por ejemplo, en 1Tes 3,2; 2Cor 3,6; 1 1,23. En relación con Febe (Rom 16,1) se plantea una dificultad especial: ¿se usa el término diakonos en relación con ella para designar una función específica, o sólo de un modo genérico? (>Diaconisas). He 6,1-6 se ha solido considerar en el uso litúrgico como el origen del diaconado; la exégesis moderna, sin embargo, no coincide enteramente con esta idea. Lo que este texto recoge probablemente es el nombramiento de los siete como jefes y ministros para los cristianos de lengua griega en la Iglesia primitiva, de manera más o menos paralela a la estructura de los doce para los convertidos hebreos (>iglesia primitiva). Del Nuevo Testamento no se desprende una imagen clara del papel y la función del diácono, si no es que la palabra diakonos remite al servicio. Los otros textos primitivos no contribuyen a aclarar las cosas; vienen sólo a confirmar la idea neotestamentaria de que se trata de una forma de liderazgo/servicio y de que conlleva determinadas funciones litúrgicas. A finales del siglo 1 encontramos diáconos en las Iglesias visitadas por >Ignacio, en la >Didaché y en la Carta de >Clemente. Las cartas de Ignacio parecen referirse a la predicación de la palabra.
Hacia comienzos del siglo III la figura del diácono empieza a emerger con más relieve. En la >Tradición apostólica sólo el obispo (no los sacerdotes) impone las manos al candidato, del que se dice que no recibe el Espíritu común a los presbíteros, ya que no es introducido en el sacerdocio, sino en el servicio al obispo (in ministerio episcopi). (Cabría señalar que Ignacio iba acompañado de un diácono, Burro, que era su amanuense o mensajero). Detrás de esta norma fundamentalmente litúrgica de la Tradición apostólica puede haber un intento por parte de los diáconos de conseguir mayor dignidad y autoridad. En la >epiclésis del rito de ordenación se pide el Espíritu de gracia y de celo. El Sacramentario de Verona incluye en la ordenación de diáconos una oración en la que se pide la gracia para servir al altar y ser un ejemplo ante el pueblo. La tipología del rito es la de Jesús siervo.
La Tradición apostólica muestra al diácono claramente diferenciado de los presbíteros. Aproximadamente en esa misma época se describe al diácono como especialmente vinculado al obispo: «Tengan, pues, el obispo y el diácono una misma mente (…). Sea el diácono el oído del obispo, y su boca y su corazón y su alma». Con el tiempo habrá un diácono, el archidiácono, que estará especialmente asociado al obispo y tendrá amplios poderes hasta el siglo XIII; en la actualidad es un título honorífico. Entre tanto hubo una larga serie de textos canónicos en los que se pedía claramente la subordinación de los diáconos a los presbíteros. Su oficio incluía tanto la liturgia como el servicio, especialmente las labores sociales y el servicio a los pobres.
A finales del siglo IV las >Constituciones apostólicas conceden un importante lugar a los diáconos, que ocupan el tercer lugar, después de los sacerdotes y sujetos a ellos: el diácono no ejerce el sacerdocio (hierósuné), que está reservado a los obispos y sacerdotes, sino que está a su servicio; es descrito como el profeta y mensajero (angelos) del obispo; se repite el lenguaje de la Tradición apostólica acerca de sus relaciones con el obispo; una importante función suya es la de presidir la oración del pueblo. En >Pseudodionisio la tarea del diácono es purificar especialmente a los que se acercan a los sacramentos de iniciación.
La historia posterior del diaconado lo muestra en declive a partir del siglo IV. Antes de esta época un obispo podía ser elegido de entre los diáconos, y en Roma un sacerdote podía no haber sido ordenado diácono antes. Con el tiempo el diaconado se fue convirtiendo en una simple etapa en el camino hacia la ordenación sacerdotal, y hacia el siglo IX las funciones del diácono eran casi exclusivamente litúrgica. Santo Tomás de Aquino señala en un lugar la proclamación del evangelio como la tarea más alta del diácono, pero menciona también otras tareas: prepara al pueblo para los sacramentos por medio de exhortaciones santas y ofrece el cáliz como quien está entre el sacerdote y el pueblo. En tiempos del concilio de Trento los futuros sacerdotes pasan muy poco tiempo como diáconos. El concilio quiso restaurar los oficios tradicionales, incluyendo el de diácono, pero el decreto se quedó en letra muerta.
En la década de 1950 hubo un movimiento en Alemania en favor de la ordenación diaconal de personas profundamente comprometidas en las labores de la Iglesia, y fue en gran medida por los obispos alemanes por quienes llegó al Vaticano II la solicitud de restauración del diaconado permanente. Puede detectarse una doble motivación para esta restauración: la escasez de sacerdotes y el deseo de completar la estructura jerárquica restableciendo un ministerio valioso. La restauración no se aprobó, desde luego, por la razón meramente práctica de salir al paso de la escasez de vocaciones sacerdotales. El Vaticano II, en el capítulo 3 de la LG, al hablar de la jerarquía, afirma que las funciones del diácono son «extremadamente necesarias para la vida de la Iglesia»; y deja a las jerarquías locales el determinar la posibilidad de establecer en su área el diaconado permanente (LG 29; OE 17). Las actas del concilio muestran que hubo mucha discusión acerca de esta restauración y de la cuestión de los diáconos casados. Pero la afirmación más clara está en AG 16: «Es justo que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente diaconal, o que como catequistas predican la palabra divina, o que dirigen, en nombre del párroco o del obispo, comunidades cristianas distantes, o que practican la caridad en obras sociales o caritativas, sean fortificados por la imposición de las manos transmitida desde los apóstoles y unidos más estrechamente al servicio del altar para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado».
La teología del diaconado no está todavía plenamente desarrollada. Una dificultad procede del hecho de que los laicos pueden realizar, al menos excepcionalmente, la mayor parte de las funciones atribuidas al diácono en LG 29 (bautismo, distribución de la sagrada comunión, matrimonio, viático, lectura de la Escritura, sacramentales, servicios funerarios, presidencia del culto y de la oración, obras de caridad y funciones de administración) y en el Código de Derecho canónico (predicación, bautismo, distribución de la comunión, CIC 764, 861, 910), a las que puede añadirse la señalada por Pablo VI: «Fomentar y sostener el apostolado». La clave para la comprensión del diaconado habría que buscarla no en lo que el diácono hace, sino en lo que es: el representante sacramental de Cristo siervo, que «coopera» con los pastores, mientras que los laicos, se dice, «los asisten» (CIC 519). Los diáconos «sirven al pueblo de Dios en unión con el obispo y su clero» (CD 15; cf LG 20, 41). Más que subrayar su lugar tradicional por debajo de los sacerdotes, lo que hay que hacer es insistir en su papel en relación con el obispo y los sacerdotes, como colaborador, y en relación con los fieles, como servidor, en una eclesiología de >comunión. Es en este contexto en el que puede entenderse el triple servicio del diácono (LG 29), reflejo del >triple «oficio» sacerdote, profeta yrey: el servicio de la liturgia en todo aquello que no pertenezca exclusivamente al sacerdocio ministerial de modo que el diácono puede dar la bendición (CIC 943); el servicio de la palabra, leyendo la Escritura, instruyendo y exhortando, y el servicio de la caridad, que incluye todas las actividades de atención que lleva a cabo la Iglesia. Es menester notar que desde el Vaticano II el diácono es ministro ordinario del bautismo y de la sagrada comunión; se trata de un desarrollo doctrinal y canónico. Puede verse también en la distinción entre los diáconos, que cooperan con los pastores, y los laicos, que los asisten, un nuevo desarrollo en la comprensión del ministerio de los diáconos; su actividad es una función del sacramento del orden.
La legislación canónica relativa al diaconado permanente incluye: los candidatos no casados están obligados al celibato (CIC 1037); el casado ha de tener al menos 35 años y el consentimiento de su mujer (CIC 1031 § 2); si su mujer muere, no puede volver a casarse (CIC 1087); ha de recibir una formación adecuada (CIC 1027-1028; 1032). El candidato al diaconado ha de ser recibido por un obispo en su diócesis o pertenecer a un instituto religioso (CIC 1015-1016; 1018-1019; 1025 § 3). Por medio de la recepción del diaconado una persona se convierte en clérigo (CIC 266 § 1).
La espiritualidad del diaconado puede verse especialmente en los decretos posconciliares de Pablo VI y en el ritual de la ordenación: los diáconos son ordenados para el servicio del altar; reciben los siete dones del Espíritu para desempeñar su ministerio; en la plegaria de ordenación se pide: «Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales; (…) perseveren firmes y constantes con Cristo, de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo, que no vino a ser servido, sino a servir, merezcan reinar con él en el cielo». Al entregarles el libro de los evangelios, el obispo dice: «Recibe el evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado» (cf DV 25).
Ha habido gran interés por el diaconado permanente en diferentes países. Sólo el tiempo mostrará el valor para la Iglesia de la restauración de este orden y llevará a la Iglesia en su conjunto a comprender más plenamente su sentido y su función; previsto para revitalizar el servicio en una Iglesia sirviente y pobre, el diaconado se ha desarrollado sobre todo en Iglesias de países ricos (60% del mundo en Estados Unidos; 40% en Europa, sobre todo en Alemania); el tiempo decidirá también cuál es el mejor modo de formación para los diáconos permanentes en cada país; el tiempo, en fin, mostrará si el matrimonio contribuye a enriquecer el ministerio en la Iglesia.
Por último, conviene recordar lo que se dijo en Lima, invitando a las Iglesias que no tenían diaconado a reflexionar sobre él y, al mismo tiempo, a las Iglesias que lo tenían, a buscar en común una comprensión más profunda del mismo: «Los diáconos representan en la Iglesia su llamada al servicio del mundo. Desviviéndose en nombre de Cristo por atender a las innumerables necesidades de las sociedades y las personas, los diáconos son un ejemplo de la mutua dependencia del culto y el servicio en la vida de la Iglesia. Ejercen responsabilidad en el culto de la comunidad; por ejemplo, leyendo las Escrituras, predicando y dirigiendo al pueblo en la oración. Colaboran en la formación de los fieles. Ejercen un ministerio de amor dentro de la comunidad. Desempeñan ciertas tareas administrativas y pueden ser elegidos para responsabilidades de gobierno». Si se aclarara este último punto del gobierno, el texto de Lima podría aceptarse dentro de una teología católica del diaconado». [En 1998 las Congregaciones romanas para la Educación católica y para el Clero publicaron unas Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes, y un Directorio para el ministerio y la vida de los Diáconos permanentes.]
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
Institución y lugar en el Presbiterio
Ya desde los tiempos apostólicos, fueron instituidos los diáconos («servidores») para ayudar a los Apóstoles especialmente en el campo de la caridad y de la organización de la comunidad, a fin de que los Apóstoles pudieran dedicarse plenamente a la evangelización más directa (cfr. Hech 6,1-6; cfr. Fil 1,1; 1 Tim 3,8-13). Aunque el término «diácono» es todavía fluctuante en el Nuevo Testamento (como ocurre con la palabra presbítero y obispo), aparece siempre la realidad de un servicio especial encomendado por imposición de manos. San Pablo invita a Timoteo a cuidar de la selección y de la vida de los diáconos (1Tim 3,8-13).
Al principio del siglo II, con San Ignacio de Antioquía, en todas las Iglesia particulares se encuentran diáconos, quienes también forman parte del Presbiterio en dependencia directa de los obispos. Se les encomendaba la beneficencia (obras de misericordia), el servicio litúrgico, el cuidado del orden en la asamblea litúrgica, la guía en la oración de los fieles, etc. Con el correr del tiempo, la institución diaconal asumió un poder prevalente (por el hecho de llevar la administración) y originó problemas de equilibrio en la Iglesia particular.
Diaconado permanente
Puesto que su oficio podía ser asumido por los presbíteros, y su acción caritativa había pasado en gran parte a ser obra de los monasterios, los diáconos permanentes desaparecieron, quedando el diaconado sólo como un paso hacia el presbiterado. En el concilio Vaticano II, ha sido recuperado el diaconado permanente, pudiendo ser hombres casados o célibes, sin necesidad de pasar al presbiterado «El diaconado podrá establecerse como grado propio y permanente en la jerarquía» (LG 29). Propiamente no se llaman sacerdotes, puesto que no celebran la Eucaristía.
La imposición de manos que reciben los diáconos es en vistas al ministerio de la Palabra, de la Eucaristía (aunque no la presidencia), de diversos servicios de caridad y administración. La gracia y el carácter, recibidos en le sacramento del Orden, tienen el matiz de servicio a Dios y a los hermanos, a imitación de Jesucristo. «Confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su Presbiterio, sirven al Pueblo de Dios, en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad» (LG 29).
A partir de estas líneas básicas, se va perfilando el oficio diaconal restablecido, en vistas a que puedan dedicarse a «la administración solemne del bautismo, el conser¬var y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios» (LG 29).
Objetivos apostólicos y espiritualidad
Dentro de estos objetivos apostólicos hay que subrayar la importancia de preparar a los catecúmenos para el bautismo, orientar en la preparación para el matrimonio (además de la asistencia en nombre de la Iglesia), dirigir las parroquias en nombre del obispo, presidir las celebraciones de la Palabra, predicar también en las celebraciones eucarísticas. Aunque casi todos estos oficios los pueden desempeñar personas que no hayan recibido el sacramento del diaconado, no obstante, los diáconos los desempeñan con la gracia del Espíritu recibida en el sacramento y con la misión peculiar recibida de la Iglesia.
La espiritualidad diaconal es de servicio peculiar, en la línea profética (por el servicio de la Palabra), litúrgica (por el servicio eucarístico y de la oración), caritativo y administrativo. Por esto, «dedicados a los oficios de caridad y administración, recuer¬den los diáconos el aviso de San Policarpo «Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos»» (LG 29).
Los diáconos que hayan sido llamados a vivir la virginidad, practicarán esta misma espiritualidad con las características de desposorio con Cristo presente en la Iglesia particular, asumiendo plenamente la responsabilidad evangelizadora local y universal. La gracia recibida en el sacramento les comunica la posibilidad de hacerse disponibles para esta evangelización, dentro de la comunión del Presbiterio presidido por el obispo.
En el rito de la ordenación, se recuerda al diácono que debe resplandecer en «todas las virtudes», especialmente en «el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad humilde, una pureza inocente y un cumplimiento espiritual de las normas». Esta espiritualidad está en relación con su ministerio, siempre en vistas a la evangelización.
Referencias Orden, predicación, Presbiterio, servicio.
Lectura de documentos LG 29; CEC 1569-1571.
Bibliografía A. ALTANA, Diácono, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 476-484; D. BOROBIO, Diaconado, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 582-593; Y.M. CONGAR, Le diacre dans l’Eglise et dans le monde d’aujourd’hui (Paris, Cerf, 1966); A. KEERKVOORDE, Elementos para una teología del diaconado, en La Iglesia del Vaticano II (Barcelona, Flors, 1966) 917-958; V. OTEIZA, Diáconos para una Iglesia en renovación (Bilbao, Mensajero, 1982); R. SCHALLER, H. DENIS, Los diáconos en el mundo actual (Madrid, Paulinas, 1968); P. WINNINGER, Presente y porvenir del diaconado (Madrid, PPC, 1968).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización