DIOSES

El mundo bíblico tenía una multitud de dioses, tantos como el hombre pudiera inventar. En el mundo antiguo había solamente una religión que en todos lugares tenía características similares (H. Frankfort, Ancient Egyptian Religion, Columbia University Press, Nueva York, N.Y., 1948, p. 3). Originalmente, la religión era monoteísta, pero degeneró debido al culto idolátrico, y el Dios verdadero y sus atributos comenzaron a ser representados por ídolos, objetos cúlticos y fetiches. Puesto que Dios era invisible y trascendente, los hombres pusieron ídolos como expresiones materialistas de él. Pronto las cosas creadas fueron adoradas como Dios en lugar del Creador. Así, cada nación tenía su dios principal y otros tantos según ellos pensaran que eran necesarios. No sólo se usaban ídolos, sino también diversas formas de la naturaleza tales como los cuerpos celestiales, las montañas, los mares, los ríos, los insectos, las aves y los animales.

  1. Egipto. En Egipto, el dios supremo era adorado bajo distintos nombres según fuera el centro religioso. En Heliópolis era llamado Atón Ra-Hepri (dios sol); en Elefantina, Khnum-Ra; en Tebas, Amón-Ra (rey de los dioses); y en Tel El Amarna, Atum-Ra, el disco solar. El escarabajo, khepera o khepri, generalmente era aceptado como una forma de Ra, el dios supremo. El ídolo que se encuentra más comúnmente es el del escarabajo, que mantenía su sentido sagrado aun cuando se usaba con otros propósitos.

El dios supremo era la cabeza de una tríada o trinidad como Ptah, Sekhmet y Nefer Tem, esto es, padre, madre e hijo; Amón-Ra y Mut (diosa madre), Khensu (dios luna), padre, madre e hijo; y también la de Osiris (dios de la muerte), Isis (su esposa), y su hijo Horus (dios cielo). El pensamiento de una trinidad unida por relación familiar era una antigua concepción entre los egipcios.

Hay dioses menores que cabe destacar tales como: Apis o Serapis, el buey deificado de Menfis que fue el dios que los hijos de Israel adoraron como el becerro de oro (Ex. 32; 1 R. 15:25–33); Hapi, el dios Nilo; Hathor, la diosa del amor y la belleza; Maat, la diosa del derecho y el orden; Sothis, el dios estrella; Sekor, el dios del averno; Shu, el dios del aire; Thoth, el escriba de los dioses, además de una multitud de animales y aves sagrados. En total, el número de dioses mencionados en los textos de la Pirámide son más de doscientos, mientras en el Libro de los Muertos y otros escritos son unos mil doscientos. Puesto que Faraón era descendiente y sucesor del dios supremo, era considerado divino y con derecho de recibir adoración.

  1. Mesopotamia. En Mesopotamia (tierra que incluye a sumerios, babilonios y asirios), los habitantes adoraban una multitud de dioses. En Babilonia se ha hecho una lista de más de setecientos. Cabe destacar que cuando la tierra era conquistada, los conquistadores aceptaban los dioses que encontraban, sumándolos a su propio panteón. En algunos casos, el mismo dios podía tener un nombre sumerio y otro babilonio. Aquí, como en Egipto, se mantenía la misma concepción general de un creador. El concepto de monoteísmo no es tan claro porque había una sucesión de grandes dioses, adorados a veces en conjunto en la misma ciudad. Tenían el mismo poder creador y se les daba crédito por la creación del universo, la tierra y el hombre, así como de lo dioses menores.

El primer gran dios es Anu (el dios de los cielos), de quien no hay representación pictórica. Se le llama «Padre y Rey de los dioses». Su esposa era Antú, y sus hijos eran contados entre los dioses menores del averno. Antú más adelante fue superada por Istar, la diosa del amor. El principal centro del culto a Anu era Lagash.

El segundo gran dios era Enlil (dios de la tierra), que más tarde fue sustituido por Marduk. El principal centro del culto a Enlil fue Eridu. Su esposa era Damkina y su hijo era Marduk. Este último grupo formaba una trinidad de padre, madre e hijo. Cuando Babilonia alcanzó la hegemonía, los dioses anteriores fueron sustituidos por el dios con nombre semita, Marduk. Había confusión acerca de los actos creativos de estos dioses principales. Otros dioses y diosas tenían parte con ellos. La diosa madre Ninmack o Aruru estaba asociada con Ea en la creación del hombre. Asur llegó a ser el principal dios de Asiria, y tomó el lugar de Ea.

Cabe destacar otros tres grandes dioses de origen semita. Ellos eran Sin (o Nannar en sumerio) el dios luna, Shamash, el dios sol, e hijo de Sin, y Adad o Hadad, el dios tormenta. La esposa de Sin era Ningal, madre de Shamash el dios sol. Sus principales ciudades eran Ur y Harán. La diosa Istar también se asocia con estas tres divinidades. Antes era designada por su nombre sumerio, Inina. Llegó a ser la principal diosa femenina, desplazando a las esposas de los seis grandes dioses. Sin embargo, estrechamente relacionado con ella estaba Tammuz (nombre sumerio, Dumuzi), el dios de las plantas y la vegetación, su esposo. El descenso de Istar al averno a buscarlo y su regreso a la tierra es la historia de la muerte de la vegetación en el invierno y el renacimiento de una nueva vegetación en la primavera. Como diosa de la fertilidad y el amor, su descenso al averno impedía la producción de fruto durante su ausencia. Ella era la más importante de todas las diosas y su relación con los seis grandes dioses y con Tammuz muestra la baja concepción de normas morales. La adoración de Tammuz se practicó en Israel hasta fechas bastante avanzadas (Ez. 7:14).

Otros dioses y diosas importantes eran: la diosa Ereshkigal (semítico Allatu), gobernadora del averno; Namtar, dios heraldo de la muerte con su cortejo de sesenta enfermedades; Irra, el dios plaga; Kingsu, diosa del Caos, y su marido, Apsu, el dios del océano del averno; Nabu, dios patrono de la ciencia y el aprendizaje; y Nusku, el dios fuego. La confusión en el panteón mesopotámico, sin duda, se debe a la conquista de la tierra por diversos invasores: los sumerios que eran camitas, y los asirobabilonios que eran semitas.

Además de Tammuz, se mencionan los siguientes dioses mesopotámicos: Adramelec, dios de Sefarvaim (Sippar), quizás fuera Adad-Milki (2 R. 17:31); Anamelec, también dios de Sefarvaim (Sippar), quizás era Anu-Melik (2 R. 17:31); Bel, mencionado en Jer. 51:44, y 50:2 se encuentra asociado con Merodac (Marduk) y en Is. 46:1 con Nebo; Merodac (babilonio, Marduk) como se notó antes, en Jer. 50:2; Nebo (Nabu), mencionado en Is. 46:1 (una montaña en la cadena de montes Abarim al este del extremo norte del Mar Muerto lleva su nombre); Nergal, dios patrono de Cuta (2 R. 17:30), se encuentra en el nombre compuesto del general babilonio Nergal-Sarezer (Jer. 39:3, 13); Nisroc, dios asirio que era tan importante que había un templo para él en Nínive (2 R. 19:37); Sucotbenot, un dios de los hombres de Babilonia, que aun falta identificar (2 R. 17:30); y Tartac, un dios de Ava, aún no identificado (2 R. 17:31).

III. Palestina y Siria. En Palestina y en Siria, solamente Yahveh (Jehová) reclama la exclusividad como Creador del universo, el cielo y el hombre. Los dioses de las naciones vecinas de los hebreos no estaban en el rango de los dioses de Egipto, Mesopotamia y otras potencias mundiales. Todos ellos parecen ser de un nivel nacional y, como se ha notado, estas naciones también adoraban a los dioses de las grandes potencias, juntamente con los propios. Jehová permanece supremo y superior, con sus elevados atributos y su santa naturaleza espiritual y las más altas exigencias morales de sus adoradores.

Los dioses de Siria también eran conocidos y adorados por la gente de Palestina, de modo que los consideraremos en conjunto.

El panteón de Ugarit muestra a El como el dios supremo, que luego fue sustituido por su hijo Baal, dios de la tormenta y la vegetación. Después de lograr la victoria sobre el dios Mat, señor del mar, estableció su derecho de reinar sobre todos los dioses como rey de ellos. Esta supremacía la reconocía en forma evidente la mayor parte de la gente de Siria y Palestina (Nm. 22:41; 1 R. 18; 2 R. 17:16; Os. 11:2; Ro. 11:4; y cincuenta y ocho referencias más en el AT). En Tivo era supremo, y durante el reinado de Acab fue el principal dios de Israel. Su nombre estaba unido al Baalzebub palestino, dios de las moscas; Baal del rayo; Aleyan Baal, el dios tormenta y Baal Sapuna en Ugarit. Las ciudades como centros de su culto unían Baal a su nombre, como Baal-peor en Moab (Os. 9:10; Sal. 106:28). Este era el centro del dios principal, Quemos de Moab. Puesto que Baal, que significa «señor», era aplicable también a otros dioses, se convirtió en una divinidad compuesta que combinaba una cantidad de actividades importantes. Aun el plural «Baales» se usa en el AT con referencia a él en sus diversas formas. Su hermana era Asera, la diosa de Tiro, que también era adorada en Samaria por los israelitas (1 R. 15:13; 18:19; 2 R. 21:7; 23:4). En la versión RV09 y en la LXX el nombre de Asera se tradujo «bosques», pero inscripciones encontradas más recientemente han demostrado que ella era una diosa. La diosa Anat era su hermana y la adoraban en Siria, especialmente en Ugarit. Existían varias diosas, como Cadesh, denominada «señora de los cielos, patrana de todos los dioses de Siria»; la diosa siria Min; Hepa, una diosa cuyo ídolo fue encontrado en Ugarit y que podría ser hurrita; Astoret, conocida también como Istar (Egipto), Astarté (Grecia y Fenicia) y Venus (Roma), reina del cielo (Jer. 7:18; 44:17–19, 25), y también diosa de la fertilidad. Es conocida en las tierras bíblicas por los nombres arriba mencionados (Jue. 2:13; 10:6; 1 R. 11:5, 33; 2 R. 23:13). La diosa «Señora de Biblos» cuyo ídolo usa el tocado de Hathor, la diosa del amor, muestra la influencia egipcia. Además de las mencionadas, se han descubierto varias diosas desconocidas que muestran el bajo culto a la fertilidad.

Entre los dioses masculinos están: Dagón, dios mitad pez, mitad hombre, dios supremo entre los filisteos, que sostenían que Baal era hijo de Dagón (Jos. 15:41; Jue. 16:23; 1 S. 5:1–7); Asima, el dios de Hamat que fue deportado a Samaria por Sargón II de Asiria (2 R. 17:30); Quiún, dios planetario, llamado así en honor a Saturno, y que se menciona en Am. 5:26; Hch. 7:43; Gad, el dios de la Fortuna que era adorado por los israelitas (Is. 65:11), nombre que se encuentra como un dios en fenicio, asirio y arameo; Men, dios de origen quizá egipcio (Menu), dios del destino y de la buena suerte, posiblemente un dios astral, una de las Pléyades o que representa a todo ese grupo de estrellas, nombrado junto con Gad (Fortuna) en Is. 65:11; Mekal, el principal dios de Betsán, que se muestra sosteniendo el «ankh» símbolo egipcio de la vida, que muestra las influencias egipcias; Milcom, «abominación» de los amonitas (1 R. 11:5, 33; 2 R. 23:13), dios de ellos y quizás el mismo Moloc (Moloc, o Molec era el dios que se designaba «Melec» [rey] cuyo culto requería sacrificios humanos quemados con fuego, Lv. 18:21; 20:1–5); Rimón (Rammon, Tronador o Fulminador), el dios principal de Damasco (2 R. 5:18) emparentado con el dios mesopotámico Adad (Hadad); Resef, dios sirio de la guerra, aceptado no solamente por los siropalestinos, sino que también se ha encontrado esculpido en Egipto sosteniendo el «ankh», emblema egipcio de la vida.

Además de todos estos dioses, había imágenes del sol; el culto a las serpientes, como se ve en «Nehustán», la serpiente de bronce, que fue adorada por los hebreos (2 R. 18:4); los árboles o bosques sagrados; los ejércitos del cielo (2 R. 17:16), y los terafim, que eran dioses caseros de todo tipo (Gn. 31:19; Jue. 17:5).

  1. Creta. En Creta el principal objeto de culto era una diosa madre que evidentemente era Cibeles, la gran madre de los dioses. Se piensa que su culto se originó en Asia Menor y uno de sus lugares de morada y culto era el monte Ida, la montaña más alta de Creta. Virgilio, en su Eneida, sostenía que Cibeles originalmente había venido de Creta. Cibeles es identificada con Rea, la diosa madre de Grecia y madre de Zeus. En las religiones del Mediterráneo ella es la encarnación de la fertilidad de la tierra. Esto está en conformidad con la creencia cretense que tiene tantos aspectos como la naturaleza misma. Estaba tan asociada en el arte con los cuerpos celestes, la vegetación y las rocas de la tierra, con reptiles, aves, y animales, además de las armas y las vestiduras de los hombres, que parece haber tomado sobre sí todas las funciones de los demás dioses. Si los filisteos vinieron originalmente de Creta y de otras islas del Mediterráneo (H.R. Hall, Cambridge Ancient History, Cambridge University Press, Cambridge), la transición fue natural para la adopción de los dioses semitas que encontraron en Palestina.
  2. Filisteos, hititas. Astarté era una diosa de la fertilidad, como Cibeles o Rea, y su consorte era Dagón, el principal dios de los filisteos. Los hititas entraron en Palestina durante el siglo decimonoveno a.C. y trajeron consigo sus dioses. Éstos, aun sus dioses principales, tales como Teshup, el dios del clima, y Khepa, el dios sol, no se mencionan. Cabe destacar que el panteón hitita contenía entre sus miles de dioses los de sus vecinos: semitas, camitas e indoeuropeos. Así, en Palestina, adoraban a los dioses semitas de su panteón.
  3. Grecorromanos. La religión grecorromana era un politeísmo antropomórfico cuyos dioses tenían forma y mente de hombres. Los ideales y deseos eran deificados en la persona de diversos dioses. Eran adorados dondequiera que gobernaban griegos y romanos. El dios principal era Zeus (el Júpiter o Jove de Roma) que llegó a ser el principal dios de la creencia popular, casi monoteísta. El era el creador del universo y padre de dioses y hombres. Homero lo reconoció como un dios de piedad y misericordia. Asociado con él como su consorte y esposa estaba Hera (la romana Juno). Ella era denominada reina del cielo y diosa del matrimonio. A ella también se le atribuía el título de diosa del aire, la tierra y la luna. Hermes (el dios romano Mercurio) era el dios de la fertilidad, protector del ganado, las ovejas y patrono de la música. Cuando los romanos lo adoptaron, se convirtió en dios de los mercaderes y las mercancías, y portavoz de los dioses (Hch. 14:12).

Atenea, la virgen diosa del consejo, la guerra, las artes e industrias femeninas, fue llamada Minerva por los romanos. Se la enfatizaba como diosa de la guerra. Junto con ella, los romanos adoraban al dios Marte, dios de la guerra y la agricultura, Apolo era el dios artista, poeta, músico y especialmente el dios de la profecía. Después, los romanos lo adoraron como dios de la luz y del cielo. Adonis era el dios del amor y estaba vinculado con el dios semita, Tammuz. Afrodita (la romana Venus) es solamente el nombre griego de Istar o Astarté. Ella era la diosa del amor y la belleza, y como su contrapartida semita, la diosa de la vegetación y la fertilidad. Como entre los egipcios y sus vecinos semitas, el sol era adorado en la persona de Helios, el dios sol. En su honor se levantó una estatua sobre la bahía a la entrada de Rodas. La diosa Artemisa (la Diana romana) era la diosa de la castidad, la caza y la agricultura. En Éfeso era adorada como diosa de la productividad y como diosa de todas las madres que amamantan (Hch. 19:23ss.). Ceres era aceptada tanto por los griegos como por los romanos como la diosa del crecimiento de las plantas alimenticias. Dionisio (el Baco romano) era un dios natural del vino y también de la fructificación. Su culto conducía al vicio extremo y a las orgías y borracheras. Jano era el dios romano de dos caras de las entradas y de los principios. Su ídolo estaba puesto en las puertas y entradas de edificios y se le atribuía el principio de cualquier período de tiempo, por ejemplo, el primer mes del año romano llevaba su nombre.

Esculapio (el romano de Asklepios) era adorado como el dios de la medicina y la curación. Vinculada con él y enrollada en la vara había una serpiente. Sea como esposa o hermana se asociaba con él a Higea, la diosa de la salud. Los dioses mellizos, Cástor y Pólux, hijos de Zeus y Leda (la diosa cisne) eran los dioses de los navegantes (Hch. 28:11).

Con la muerte de Julio César, se inició el culto al emperador. A su muerte fue deificado, y posteriormente se hizo obligatorio adorar a los emperadores de Roma mientras vivían.

Cabe hacer notar que, «para los griegos, el cristianismo en cierto modo era la continuación del paganismo. Se podría decir que las antiguas deidades y héroes que habían dado protección a sus ciudades aún eran sus guardianes, bajo la nueva forma de santos (a veces imaginarios) y arcángeles y realizaban en favor de ellos el mismo tipo de milagros. La idolatría pagana había sido reemplazada por el culto cristiano a las imágenes, el cual los cristianos de muchas partes del Asia Menor, al igual que los mahometanos, consideraban como un simple politeísmo» (EncyBrit, Encyclopedia Britannica, Inc. Chicago, III., 1954, Vol. 19, p. 438).

VII. Los israelitas y la idolatría. Surge la pregunta ¿Por qué los israelitas querían ir tras los ídolos de sus vecinos cuando tenían al Dios verdadero? ¿Por qué se sentían atraídos de tal modo por el culto politeísta? Podemos dar siete razones: (1) Les ofrecía un objeto material definido como algo sobre el cual poner la fe. (2) El elaborado ritual y las coloridas vestimentas y ceremonias apelaban a sus naturalezas estéticas. (3) La idea de la diosa madre, representando un papel dentro de la familia, por ejemplo, la triada padre, madre e hijo, transfirió esta idea de familia a la de los dioses y la diosa madre que era a la vez madre de dioses y hombres. (4) Un atractivo sexual y las orgías extremadamente inmorales apelaban a la naturaleza animal de los adoradores. (5) La deificación de los atributos y funciones del Dios supremo alejó la idea de su trascendencia. (6) Había el atractivo de lo misterioso provocado por ceremonias secretas de iniciación y otros ritos secretos. (7) El énfasis en la necesidad de abundantes cosechas, ganado, ovejas y otras necesidades similares, hacían atractivo el culto a los dioses de la cosecha, el clima, la fertilidad y la productividad.

Los diez mandamientos dados por Dios en el Sinaí enfatizan que él es un Dios celoso y no admite interferencias en cuanto a lealtad, amor y culto a él mismo (Ex. 20:3–5; Dt. 5:7–9). Apartarse de él para adorar ídolos era denunciado como adulterio por los profetas. Dios hablaba por medio de los profetas y ellos, movidos por el Espíritu Santo, mostraban por palabra y hecho cuál era su actitud. Esto se mostró en el grave castigo de los israelitas cuando Moisés los encontró adorando el becerro de oro (Ex. 32:25); el celo de Finees cuando dio muerte al israelita y a la mujer madianita, además de los veinticuatro mil que murieron en la plaga de Baal-peor (Nm. 25:1–9). Los juicios cayeron sobre los individuos por medio de castigos, enfermedades, persecuciones por enemigos, esclavitud y muerte. Nacionalmente, los israelitas fueron cautivos de sus enemigos para servir como esclavos en tierra extranjera. Además, muchos eran torturados o muertos, sus casas, tierras y cosechas eran saqueadas o destruidas; sus ciudades eran sometidas al pillaje y las dejaban convertidas en ruinas humeantes; las cosechas eran destruidas por la sequía, por los insectos (Jl. 1:4–20), el fuego, las inundaciones y tormentas. Parece que sobre ellos vino todo tipo de castigo a modo de juicio. Todo verdadero profeta desde Moisés a Malaquías predicó con toda vehemencia y con todo el poder que tenía para hacer volver al pueblo del culto a los ídolos.

«Sin embargo, mientras más los llamaban los profetas, tanto más se alejaban» de Dios (Os. 11:2). Israel, y luego Judá fueron llevados a un exilio como el último gran castigo, dado que ellos fueron tras dioses ajenos (2 R. 22:17). Se necesitó este terrible juicio para apartarlos de la idolatría, lo cual tuvo el resultado deseado. Cuando volvieron de la cautividad a su tierra, dirigidos por Zorobabel, como nación nunca más volvieron a adorar a ídolos.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Wallis Budge, Cook’s Handbook for Egypt and the Sudan, pp. 641–662; Leonard Cottrell, The Bull of Minos, pp. 20–143; H. Frankfort, Ancient Egyptian Religion, pp. 3–29; John Garstang, The Heritage of Solomon, pp. 55–57, 68–78, 82–86, 156–163; O.R. Gurney, The Hittites, pp. 132–169; S.H. Hooke, Babylonian and Assyrian Religion, pp. 23–46; E.O. James, Myth and Ritual in the Ancient Near East, pp. 37–278; James B. Pritchard, The Ancient Near East in Pictures, pp. 303–318.
  2. Leslie Carlson

RV09 Reina-Valera, Revisión 1909

LXX Septuagint

EncyBrit Encyclopaedia Britannica

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (180). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología