DONES DEL ESPIRITU SANTO

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Son los regalos misteriosos que la acción el Espí­ritu realiza en el alma de quien los recibe con amor. Tradicionalmente son siete: sabidurí­a, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios.

(Ver. Espí­ritu Santo 7)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Dones del Espí­ritu Santo y virtudes

En relación con la gracia santificante y con las virtudes teologales y morales, se reciben los «dones» del Espí­ritu, a modo de «hábitos» o «disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espí­ritu Santo» (CEC 1830), así­ como «completan y llevan a su perfección las virtudes» (CEC 1831).

Las virtudes cristianas quedan reforzadas, también en el sentido de mayor espontaneidad. Se enumeran los siguientes dones sabidurí­a, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (cfr. Is 11,1-3; 61,1ss; cfr. Lc 4,18). Así­ se participa de la plenitud filial de Cristo (Rom 8,14.17). «Los dones están ligados entre sí­ en la caridad, de suerte que el que posea la caridad, posee todos los dones del Espí­ritu Santo, y ninguno de ellos puede permanecer en un alma sin caridad» (Santo Tomás, I-II, q.68, a.5)

Los siete dones del Espí­ritu Santo

El don de la sabidurí­a refuerza la caridad, a modo de conocimiento amoroso de Dios y de experiencia sapiencial. El don del entendimiento ayuda a profundizar la fe, a modo de sintoní­a con la unidad armónica de todo el mensaje y misterio de Cristo. El don del consejo refuerza la prudencia, a modo de serenidad y equilibrio para iluminar las situaciones difí­ciles. El don de la fortaleza refuerza la esperanza como abandono confiado, magnánimo, filial y activo en manos de Dios. El don de la ciencia comunica a la fe una nueva perspectiva a modo de armoní­a entre todas las verdades reveladas. El don de la piedad acentúa la actitud filial hacia Dios y fraterna para con los hermanos, comunicando a la virtud de la justicia un sentido de misericordia. El don del temor de Dios, mientras ayuda a la virtud de la templanza moderando deseos y temores, viene a ser un resumen de todas las virtudes y dones, como actitud filial que quiere complacer al padre en todo (temor filial).

La dinensión evangelizadora

La venida del Espí­ritu Santo en las primeras comunidades cristianas manifestó que sus dones eran para todos cuantos aceptaran con fe el mensaje de Jesús (Hech 2,38). Por esto
comunicó a los creyentes la audacia de evangelizar (Hech 4,31). En la casa de Cornelio, Pedro pudo constatar que «el don del Espí­ritu Santo se habí­a derramado también sobre los gentiles» (Hech 10,45).

Referencias Carismas, discernimiento, Espí­ritu Santo, frutos del Espí­ritu Santo, temor de Dios, virtudes.

Lectura de documentos LG 4, 7-8,12, 59; AG 4; GS 38; CEC 1830-31.

Bibliografí­a CH. BERNARD, Dons du Saint Esprit, en Dictionnaire de Spiritualité, III, 1579-1641; Y. CONGAR, El Espí­ritu Santo (Barcelona, Herder, 1983) 340-347; A. ROYO MARIN, El gran desconocido ( BAC, Madrid, 1973) 94-107. Ver otros estudios en referencias (Espí­ritu Santo…).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El profeta Isaí­as es el primero que habla de los siete dones del Espí­ritu (1s 11,2-3) como de unos bienes que poseerí­a el futuro Rev-Emmanuel. El profeta mira hacia él futuro y profetiza que algún dí­a despuntará un nuevo reino sano y vigoroso en el que se cumplirán todas las promesas hechas a David. El espí­ritu de Yahveh reposará sobre él. La forma estable con que se le comunica el espí­ritu está muy cerca de la unción que recibirá el «Mesí­as», el «Christos», el Ungido.

Aquel dí­a se cumplió cuando Jesús en la sinagoga de Nazaret recordó otro texto mesiánico de Isaí­as (1s 61,1): «El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres… Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecí­a » (Lc 4,18.21).

El texto original de Isaí­as nos habla sólo de seis espí­ritus o dones, pero la traducción de los Setenta y más tarde la latina de san Jerónimo, al introducir el término eusebeia/pietas, vio aquí­ siete dones, quizás por la importancia del número siete y ~ porque en otros lugares de la Escritura se habla tanto metafórica como explí­citamente de siete espí­ritus de Dios (cf. Ap 1,4; 3,1.

2,1).

Orí­genes, en la homilí­a sobre Isaí­as (PG 13, 227-230), ve representados los siete espí­ritus de Dios en la siete mujeres que van en busca de un «hombre» que pueda quitarles su «vergüenza».

Las siete mujeres son también una sola. No necesitan ni alimento ni vestido; tienen ellas solas su propio decoro. Los espí­ritus de Dios son siete y su enumeración es la siguiente: sabidurí­a e inteligencia, consejo y fortaleza, ciencia y piedad, y finalmente el temor del Señor. Sin embargo, sufren el oprobio por parte de otras: la sabidurí­a y la inteligencia. Utilizando 1 Cor 2, Orí­genes nos la presenta así­: la sabidurí­a de este mundo desprecia a la sabidurí­a «de mi Cristo» (PG 13 228). Y como quieren verse libres d~ este oprobio, buscan a un «hombre», Orí­genes afirma además que el Espí­ritu de Dios se «posó» también sobre los profetas del Antiguo Testamento, empezando por Moisés, pero «moró solamente en Jesús’,.

Agustí­n, en el sermón 147 recurre a los siete dones para indicar la escala que hay que subir para llegar a la perfección cristiana (PL 39, 1524- 1526).

En su reflexión, Agustí­n empieza diciendo que el profeta comienza con el don de la sabidurí­a para llegar al del temor como el que desde la cima va bajando hasta nosotros. «El terminó por donde nosotros tenemos que comenzar» (PL 39, 1524). Agustí­n piensa sobre todo en los cristianos: los cristianos reciben los dones del Espí­ritu, que son considerados como gracias que hay que añadir en un proceso ascendente ininterrumpido de perfección cristiana. Gregorio Magno (PL 75, 592593) les asigna una tarea concreta: la «sabidurí­a» modera la «necedad», el «consejo» remedia las «prisas», la «fortaleza» quita el «temor», la «piedad» acaba con la «dureza de corazón» y finalmente el «temor de Dios» destruye la «soberbia». Así­ pues, para Gregorio Magno los dones del Espí­ritu se conceden al cristiano para ayudarle a superar las diversas pruebas y tentaciones.

Gregorio acepta el planteamiento de Agustí­n y lo desarrolla en un sentido moral. Tomás de Aquino, en la secunda secundae de la Suma, trata de las virtudes y nos habla también de los dones. En la realidad tan compleja del hombre creado por Dios y provisto de medios convenientes para alcanzar su último fin, podemos distinguir dos planos, el natural y el sobrenatural, í­ntimamente unidos en el ser cristiano. En el plano natural encontramos -según santo Tomás- al alma dotada de sus facultades superiores, inteligencia y voluntad, que permiten al hombre- dirigirse libremente, siempre con la ayuda providencial de Dios, hacia su fin último, a pesar de las tendencias a veces contrarias de la parte sensitiva humana.

La función principal que Tomás asigna a las virtudes morales es la de facilitar al hombre su marcha guiada por la razón, va que es esta última la que tiene que tomar el mando en el camino hacia su fin último. De forma semejante las virtudes sobrenaturales tienen que ser estimuladas y guiadas.

Pero su naturaleza sobrenatural requiere una causa superior, o sea, el Espí­ritu Santo. La acción del Espí­ritu Santo, sus mociones e inspiraciones, tienen que encontrar un sujeto dispuesto y pronto a acoger estas mociones. Según santo Tomás no bastan para ello las virtudes sobrenaturales, sino que se necesitan «hábitos» correspondientes a esas virtudes. Entra aquí­ el discurso sobre los «dones» del Espí­ritu Santo. Tomás sostiene la diferencia entre «virtudes» y «dones» y defiende coherentemente que los dones se añaden a las virtudes sobrenaturales y hacen al hombre un «bien móviln (~. Th. III11, q. 19, a. 9: III1, q. 68, a. 1 y 3) hacia la acción del Espí­ritu Santó.

El hombre entonces, enriquecido por las virtudes morales en el orden de la naturaleza y por las virtudes sobrenaturales con los dones del Espí­ritu Santo en el orden sobrenatural, puede ser guiado por la razón y por el Espí­ritu Santo y expresar de este modo su tendencia-hacia la perfección cristiana y la visión beatí­fica.

Lo que importa es decir con santo Tomás que «los dones están ligados entre sí­ en la caridad, de manera que el que posea la caridad posee todo los dones del Espí­ritu Santo, y ninguno de ellos puede permanecer én un alma sin caridad» (S. Th. III1, q. 68, a. 5). Los dones del Espí­ritu Santo no son un privilegio de algún alma particularmente dotada, ni se dan tampoco a un número restringido de genios o de héroes; al contrario, abren la posibilidad a una genialidad y a un heroí­smo generales, ya que se dan a todos los que reciben en el bautismo la visita del Espí­ritu de Dios, independientemente de las cualidades y de las dotes naturales.

Según santo Tomás. los dones son necesarios a todos para la salvación, precisamente por la función que desempeñan de completar la participación divina en el hombre.

A. Tomkiel

Bibl.: A. Gardeil, Dons du Saint Esprit, en DTC, 1V 1754-1779; Ch. Bernard, Dons du Saint Esprit, en DSp, III, 1579-1641; Y Congar, El Espí­ritu Santo, Herder, Barcelona 1983, 340-347

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico