DOXOLOGIA

griego glorificación. Fórmula de exclamación o alabanza de la gloria del Señor. En A. T., sobre todo en los Salmos, algunos de los cuales terminan con una d. El Salterio, está dividido en cinco libros, separados por doxologí­as, Sal 41 (40), 14; 72 (72), 18-20; 89 (88), 52; 106 (105), 48; y el Salmo 150, con que termina, es una d. larga, en la que se invita a todos los seres a alabar y glorificar a Yahvéh. En el libro del profeta Amós, encontramos unas doxologí­as, posiblemente añadidas con fines litúrgicos, que enfatizan el texto de los oráculos, Am 4, 13; 5, 8-9; 9, 5-6. En el N. T., se toman las doxologí­as de los israelitas, pero a Dios, generalmente, se le llama Padre, por medio de Jesucristo, Rm 9, 5; 11, 3536; 16, 25-27; Ga 1, 5; Ef 1, 3; 3, 21; Flp 4, 20; 1 Tm 1, 17; 6, 16; 2 Tm 4, 18; Hb 13, 21; 1 P 4, 11; 2 P 3, 18; Judas 25; Ap 16. En otros sitios del N. T., la alabanza es trinitaria, se nombran las Tres Personas divinas, como en 2 Co 13, 13.

En el siglo IV nacieron las doxologí­as mayor y menor conocidas como doxologí­as litúrgicas, empleadas hasta hoy en las ceremonias cristianas. La d. mayor, conocida en latí­n como Gloria in excelsis Deo, comúnmente llamada el †œGloria†, basada en el texto del evangelista Lucas, la alabanza del ángel y el ejército celestial, cuando el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén, Lc 2, 14, †œGloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad†. Este Gloria se entona en la celebración eucarí­stica, la misa, de la Iglesia católica, excepto en Adviento, Cuaresma y en algunos otros casos. La d. menor conocida en latí­n como Gloria Patri, †œGloria al Padre, al Hijo y al Espí­ritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén†. Por otra parte, el canon de la santa misa termina con una d. trinitaria: †œPor él, con él, en él, en la unidad del Espí­ritu Santo, toda gloria y honor son tuyos, Padre todopoderoso, por los siglos de los siglos†.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Especie de fórmula mediante la cual se invita a la alabanza de la gloria de Dios. Casi siempre es una exhortación al ser humano (Jos 7:19). Se bendice con ella al Señor (Sal 66:20; Sal 72:19). La expresión es muy caracterí­stica de los Salmos. En el NT aparece también la fórmula con la bendición a Dios (Rom 1:25; Rom 9:5; 2Co 1:3; 2Co 11:31; Efe 1:3; 1Pe 1:3). Se bendice a veces al Padre y al Hijo. Casi siempre al final de la fórmula se termina con las palabras †œpor los siglos† y †œamén†.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Fórmula con la que se terminaban muchas plegarias en forma de alabanza divina. (doxa, alabanza)

Aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento como conclusión de un cántico, de una plegaria o de un discurso (Jos. 7.19; 1. Sam. 6.5; Sal. 66.20; 2. Sam 22.47). En el Nuevo Testamento, los comienzos de las cartas apostólicas y las terminaciones son exaltaciones doxológicas a las misericordia divina 2 Cor. 1.3; Ef. 1.3; 1 Petr. 1.3.

Esas doxologí­as se convierten en himnos o en cánticos de alabanza cuando son más largos, pero que en el fondo son la misma cosa: exaltación agradecida de la gloria divina.

La Iglesia aprendió e intensificó esa costumbre y desde el siglo IV casi todas su plegarias terminaban con una doxologí­a trinitaria: gloria al Padre y al Hijo y al Espí­ritu Santo.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. gloria de Dios)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Es como un himno litúrgico abreviado, como una exclamación, en la que se celebra y se ensalza la gloria de Dios y de Jesucristo. En el N. T. hay como dos clases diferentes de doxologí­as: una en la que se bendice a Dios o a Jesucristo por las bendiciones que de ellos hemos recibido; en sí­ntesis es: “bendito sea Dios”; esta doxologí­a es más frecuente en el A. T. (Sal 66,20; 68,36; Mt 21,9; Lc 1,42.68; 19,38; 2 Cor 1,3; Ef 1,3; 1 Pe 1,3); la otra es una exaltación fervorosa de la gloria de Dios: “Gloria a Dios en las alturas” (Lc 2,14); en las epí­stolas paulinas es frecuente (Rom 16,27; 1 Tim 1,17; 6,16; 1 Cor 15,57; 2 Cor 1,3; 11,31). Una y otra suelen terminar con las palabras “amén”, “por los siglos de los siglos”, “por siempre”, “por toda la eternidad”. -> gloria.

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

SUMARIO: I. La doxologí­a en la existencia creada redimida.-II. Vocabulario y dinámicas: 1. El vocabulario doxológico; 2. Las dinámicas: el amor de caridad; 3. Doxologí­a e historia; 4. Analogí­a y diversidad respecto a la “acción de gracias”.-III. Textos doxológicos.-IV. La alabanza transformativa.

I. La doxológí­a en la existencia creada redimida
1. Por poco que se preste la debida atención, la Escritura está literalmente impregnada y como atravesada por la dimensión doxológica. Bastará redimir aquí­ textos como 1 Cor 10, 31: “Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis algo, hacedlo todo para gloria (dóxa) de Dios”, para el NT; y como Sal 33 (34), 2: “Bendeciré a Yahvé en todo tiempo, siempre en mi boca su alabanza”, para el AT. Así­ pues, hay que prestar atención al hecho de que el culto terreno (de alabanza, de acción de gracias y de súplica) es como el “gusto previo” (cf. SC 8) del culto eterno, en donde permanecerán para siempre la alabanza y la acción de gracias.
2. Los lugares que hay que considerar para un conocimiento adecuado de la doxologí­a son: a) la Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento en donde ocupan un lugar especial los salmos y los “himnos” bí­blicos, y las “doxologí­as” diseminadas por todas partes, por ejemplo, las que cierran las epí­stolas apostólicas; b) la sagrada liturgia, en especial las fórmulas clásicas del Gloria Patri y otras similares y en consecuencia la oración personal; tiene una importancia especial la doxologí­a con que termina la plegaria eucarí­stica; c) la gran predicación mistagógica (a bautizados) de los Padres, la homilética, que se cierra invariablemente con la doxologí­a más o menos breve, pero que puede contener fórmulas semejantes y entusiásticas también en el cuerpo del discurso; d) las catequesis de los Padres a los catecúmenos, que se cierran siempre con cláusulas doxológicas; e) las fórmulas conciliares “para gloria y alabanza de la santa, consustancial e indivisa Trinidad”, y otras parecidas; O las mismas disposiciones canónicas antiguas, en donde la legislación de la Iglesia se daba siempre “para que en todo sea glorificada la Trinidad”, y otras semejantes; g) las obras de los Padres, que tratan a menudo de la alabanza doxológica, como por ejemplo san Agustí­n en sus Enarrationes in Psalmos; h) las obras de los grandes espirituales (mí­sticos), que intercalan sus consideraciones con la glorificación divina.

II. Vocabulario y dinámicas
1. EL VOCABULARIO DOXOLí“GICO. Tanto la Escritura como los Padres, la liturgia y los autores espirituales reconocen y confiesan que toda expresión de la alabanza al Señor es siempre inadecuada a su inmensidad: “No tiene medida su grandeza” (Sal 144 [145] 3). De todas formas, el autor utiliza todos los recursos de su corazón y de su mente, animados por la voluntad de amor y por la fe en el Señor. Así­ ocurre con el uso curioso del “alfabeto” para los modernos: la lengua no podrá expresar todo el sentimiento y entonces el autor ofrece al Señor una composición en la que cada versí­culo (o grupos de versí­culos ) van siguiendo por orden las letras del alfabeto hebreo (aquí­, por ejemplo, el Sal 144 [145], un “himno de alabanza”). Pero sobre todo la Biblia muestra la multiplicación singular de los verbos, de los sustantivos, de los adjetivos y tí­tulos, de los adverbios, que pueden expresar lo más posible la alabanza. Impresionan sobre todo los verbos, en donde prevalecen los verbos del “hablar”: por ejemplo, aclamar, exclamar, proclamar, conclamar; enumerar, contar, describir, ordenar, representar; aceptar, y por consiguiente recordar, hacer memoria, imaginarse; confesar, profesar; alzar himnos, salmodiar, cantar; anunciar, publicar, hacer oí­r, dar a conocer, revelar, “evangelizar”; evocar, convocar, invocar, provocar, dar voces, gritar; exaltar, magnificar; celebrar; glorificar, conglorificar, dar honor; bendecir; eruptar del corazón; temer, temblar; orar, deprecar; beatificar, alabar, colaudar; cantar, sonar hábilmente, con sabidurí­a, dulcemente; buscar, rebuscar; hablar, decir, expresar, manifestar; dar comienzo a la alabanza, al canto; gloriarse en el Señor; venir, entrar en la Presencia, pasar sus puertas, sus atrios; ofrecer el “sacrificio de alabanza”; gozar, exultar, alegrarse, jubilar, gritar de gozo, dar palmadas; amar, crear, esperar, tener confianza.

Tienen una nota especí­fica los “imperativos hí­mnicos” con que el pueblo es llamado a la alabanza, así­ como los ángeles del cielo; en primera persona son “exhortativos hí­mnicos”, en tercera son “imperativos hí­mnicos”.

2. LAS DINíMICAS: EL AMOR DE CARIDAD. a) La alabanza doxológica es movimiento por el que se ama al Señor por él mismo, “a tí­, porque eres tú”, de manera desinteresada. Más allá de uno mismo, de la situación, de la necesidad, de la recompensa, de la espera, del prójimo, de toda criatura. Es anhelo por el Señor, “por él solo”, hacia la comunión inefable. La alabanza expresa de la forma más completa y perfecta dicho amor.

b) Así­, pues, la alabanza asume como único objeto digno a la persona divina, amada y alabada por ella misma. El Nombre divino indecible, revelado a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3, 14), YHWH, no pronunciado, traducido sin excepciones por los Setenta con ho Kyrios, vulgata Dominus, “el Señor”, es el centro en torno al cual gira toda la operación doxológica. Pues bien, tí­picamente, lúcidamente, la alabanza se refiere al Señor en este orden coherente:
-El, interpelado directamente como “tú” o indirectamente como “él”; de hecho, la alabanza podrí­a reducirse en el fondo sólo a este “tú-él”, y consumarse en él con un cumplimiento total;
-los tí­tulos con los que se engrandece al Señor: grande, magní­fico, bueno, inefable, misericordioso, omnipotente, y otros muchos;
-sus obras poderosas, prodigiosas, maravillosas -los mirabilia Dei-, obras permanentes, ininterrumpidas, que llevan a su cumplimiento el designio divino desde la creación, a través de la historia y de la providencia, hasta la escatologí­a. Esto puede verse, en el AT, en los “himnos”, que son los salmos del género literario de “himnos de alabanza”, “salmos de la realeza divina”, “cánticos de Sión”; pero también en las “acciones de gracias”. Y en el NT, con la tí­pica “lectura Omega”, es decir, la que parte del cumplimiento para remontarse al Alfa de la creación, que tiene como epicentro la alabanza al Padre, que resucitó al Hijo para dar su Espí­ritu; un tí­pico ejemplo de esto es el “himno de bendición” de Ef 1, 3-14. Pero la caracterí­stica de la alabanza es que, a diferencia de las “acciones de gracia”, las obras no se refieren “a nosotros”, aunque nos afecten, sino que se contemplan en sí­ mismas, de forma “desinteresada”. De aquí­ se derivan grandes consecuencias teológicas y espirituales.

c) El sujeto de la alabanza es “el orante”, la comunidad o un miembro de ella, en el intercambio tí­pico de las funciones orantes que se advierte ya en la Escritura: la comunidad puede ser “nosotros” o “yo”, indiferentemente, y así­ el fiel orante puede ser “yo” o “nosotros”, y no puede cantar himnos más que en nombre de la comunidad. Así­ pues, el “orante” procede a una operación sumamente compleja, que se llama “alabanza doxológica”. Si tomamos como ejemplo por un lado un salmo-“himno” de alabanza (v. gr. los Salmos 144 [145] 148), y por otra el prefacio de la IV Plegaria eucarí­stica, se tiene una serie de movimientos paralelos, alternados, implicados entre sí­, a veces sin un orden “lógico”. Los principales de ellos son:
-la contemplación y la celebración del Señor, en el NT y en la liturgia obviamente Dios Padre, en sí­ mismo y en sus tí­tulos apofáticos (“indecibles”) y catafáticos (“evidentes, pronunciables”); y luego de sus obras, tal como se describieron anteriormente;
-la contemplación de El en su globalidad llevó a la memoria anamnética perenne y renovada, “presente” y que “hace presente” esta realidad;
-viene siempre la sorpresa, con la admiración renovada dí­a tras dí­a por los mirabilia realizados y que se realizan “hoy, aquí­, para nosotros”;
-esto provoca el gozo y el entusiasmo, que quiere expresarse en fórmulas;
-se expresa la oración desinteresada: sólo la alabanza; el yo humano (comunidad, fieles), se hace “portavoz” de toda la creación inanimada y animada, pero irracional;
-la alabanza es gracia divina, que atrae conscientemente, que “hace subir” a la comunión con el Objeto divino alabado, porque el yo humano casi se pierde frente al tú divino en los lí­mites de su propia creaturalidad, pero sabe que ha llegado a la unión dada por Dios; en cuanto a la gracia de la alabanza, cf. sólo el Sal 50 (51), 17: “Señor, tú abres mis labios y entonces mi boca proclamará tu alabanza”; y la introducción al “Santo, Santo, Santo”, en donde generalmente, ya desde el siglo IV, la Iglesia orante pide verse asociada a la alabanza de los querubines y serafines que “contemplan el Rostro” (cf. Mt 18, 10: “continuamente”) y dan alabanza eterna (cf. Ap 4, 8).

De este modo, la alabanza doxológica, que sin embargo supone siempre tanto la “súplica”, que contempla la propia miseria y pide al Señor el socorro necesario que sólo él puede dar, como la “acción de gracias”, que exalta las obras buenas recibidas y las anuncia y pide que prosigan, está en la cima absoluta del culto de los fieles a su Señor. Esto se ve en los profetas, en los libros sapienciales, lógicamente en los salmos; pero hay además algunos textos de intensa calidad doxológica, como el Trisagion de Is 6, 3 para los serafines y elde Ez 3, 12 para los querubines; aquí­ se encuentra la plegaria en su pureza absoluta de glorificación al Señor. Ap 4,6 recoge estos dos textos, los funde y los presenta como el tipo de la plegaria eterna con la que se asociarán los fieles, guiados en el Espí­ritu Santo por el Cordero resucitado (cf. Ap 7; 14, 1-5; 15, 1-4).

La caridad divina derramada sobre los hombres de un modo tan abundante tiene sustancialmente en la alabanza su equivalente humano. Aquí­ está el “signo” unitivo que es la doxologí­a.

3. DOXOLOGíA E HISTORIA. Si se dice que la doxologí­a, como caracterí­stica principal eucológica, es “desinteresada”, es decir, que no contempla ante todo por su propia í­ndole la “historia de la salvación” como beneficio inmediato “para nosotros los hombres y para nuestra salvación”, esto no significa ni mucho menos que esté fuera de la historia concreta. Todo lo contrario. Porque:
a) la alabanza está antes de la historia, por así­ decirlo. Busca como Objeto Divino al Sujeto principal, al verdadero protagonista de la historia, para quien el orante “existe”. La alabanza se sitúa teológicamente antes, en cuanto que tiende directamente a la persona amada y glorificada, Dios, su persona, sus tí­tulos, sus obras; éstas, de suyo, son siempre y de todos modos obras “históricas” de la concreción más real;
b) la historia “está después”, siempre teológicamente, en el sentido de que la alabanza la anticipa y en cierto sentido “la hace”. El alabante se dirige a Dios en la historia que fluye y que, glorificando al Señor, está allí­, valorándola como si esta historia comenzase con la alabanza. De hecho, la dimensión laudativa del pueblo de Dios, al menos cuando era consciente y participada, es un impulso poderoso y una “lectura” intensa de la historia.

4. ANALOGíA Y DIVERSIDAD RESPECTO A LA “ACCIí“N DE GRACIAS”. Entre la doxologí­a y la “acción de gracias” hay que señalar algunas analogí­as y diferencias radicales.

a) La “acción de gracias”, dimensión “eucarí­stica”, usa también y con frecuencia el mismo vocabulario de la alabanza, como se vio anteriormente. En especial, el verbo hebreo berek, de donde berakah (griego, eulogéó, de donde eulogí­a; latí­n, benedicere, de donde benedictio). Tiene una doble dirección, según el contenido: si es oración “desinteresada”, doxológica, es “alabanza”; si es oración de algún modo “interesada”, es “acción de gracias”.

b) Así­ pues, la diversidad radical está en el hecho de que la “acción de gracias” es oración al Señor “por” los beneficios recibidos por el orante, por el pueblo. No es “dar gracias”; no existe en la Biblia un término para decir “gracias”. Porque este “agradecimiento”, si bien se ve, es un “rito de despedida”: dado el beneficio, el agraciado “da gracias” y se va. La “acción de gracias” es más bien: 1) contemplación del Señor con sus tí­tulos maravillosos; 2) especialmente en sus obras siempre maravillosas, que son contempladas, celebradas, ensalzadas y dadas a conocer, como únicas y que sólo puede hacer el Señor, frente a lo humanamente inesperado; 3) pero precisamente las obras divinas de la salvación sirven tanto al Señor como al agraciado, como medio indispensable para establecer o restablecer una “relación” que no puede disolverse (por tanto, no es una “despedida”) de tal categorí­a que, dentro de la divina alianza, lleve al orante cada vez mejor a la divina presencia, a querer gozar de esta Presencia, a no separarse de ella; 4) por eso la “acción de gracias” termina ordinariamente con la súplica (que es siempre “epiclética”, es decir, invoca la presencia divina) de permanecer siempre gozando de las obras “continuas”, de los beneficios genersosos dados por el Señor. Así­, de suyo, mientras que la alabanza es plegaria “pura”, la acción de gracias contiene elementos de la alabanza y de la súplica.

III. Textos doxológicos
1. EN EL NUEVO TESTAMENTO. a) Se muestra frecuentemente a Cristo mientras “alaba” al Padre. Su existencia entre los hombres es una inmensa continua doxologí­a al Padre, como es también ofrenda total de sí­ mismo al Padre en el Espí­ritu (cf. Heb 9, 14), y naturalmente una continua “acción de gracias” y súplica epiclética por el Espí­ritu. Bastará citar aquí­ el texto explí­cito del “júbilo mesiánico” o “comma johanneum” en la doble redacción sinóptica: Mt 11, 25-30; Lc 10, 21-24, que añade: “en aquel momento exultó de gozo en el Espí­ritu Santo” (v. 2la). El verbo principal es exomologéomai (exomologoúmai, en el griego de la koiné), es decir, confesar, profesar, celebrar, alabar, exaltar, en las dos redacciones.

Por otra parte, y de forma coextensiva, el fin del Padre respecto al Hijo y su encarnación histórica es la glorificación, la superexaltación (hyperpsóó) del mismo, como puede verse en el “himno de los Filipenses (Flp 2, 6-11; aquí­, 9); He 2, 32-33 (“exaltado a la diestra”: verbo hypsóó); Heb 1, 1-4 (el Nombre tan distinto de los ángeles heredado por él); Apocalipsis, passim. Es la petición expresa de la Gloria en la “oración sacerdotal” (Jn 17, 1-26, especialmente v.l; es teologí­a joánica común).

b) La Iglesia terrena está totalmente impregnada de la doxologí­a que, de suyo, según la “ley económica” del culto del NT, se dirige siempre y sólo “al Padre mediante el Hijo, sumo sacerdote, en la presencia operante del Espí­ritu Santo”. Ejemplos tí­picos son, en este caso, el Magnificatde la virgen Marí­a (Lc 1, 46ss) y el Benedictus de Zacarí­as (Lc 1, 68-79), pronunciados “en el Espí­ritu Santo”. Sin embargo, el NT alaba y magnifica también al Señor Jesús, ya en su vida histórica (por ejemplo, en la entrada mesiánica en Jerusalén con el “¡Hosanna!”) y luego en numerosas fórmulas doxológicas dispersas por los textos.

c) También la Iglesia celestial. Esto puede verse en el “himno angélico” de Lc 2, 4 y sobre todo en las liturgias angélicas, cósmicas, eternas del Apocalipsis, sobre todo cc. 4-5.

2. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO, además de algunos textos antes citados, se pueden indicar grandes doxologí­as, como el “canto de los tres jóvenes” (Dan 3, 51-56) y el “Benedicite” (Dan 3, 57-90: ambos textos sólo en los Setenta y la forma de “bendición” (eulogí­a, berakah). También el “salmo” que constituye Is 12, 1-6 (que cierra el “libro del Emmanuel”: Is 6, 1-12, 6).

3. ALGUNOS TEXTOS DOXOLí“GICOS. Recordamos además algunas formas doxológicas, como las que cierran los “5 libros” del salterio: Sal 40 (41), 14; 71 (72), 18-19; 88 (89), 53; 105 (106), 1. Los salmos 144 (145) – 149 se consideran como la “gran doxologí­a” del salterio; el salmo 150 finalmente es la “doxologí­a de las doxologí­as” con que se cierra magní­ficamente el salterio.

En el NT hay abundantes ejemplos: Rom 11, 33-36, 16, 25-27; 2 Cor 13, 13; Ef 3, 14-19.20-21; 6, 23-24; 1 Tim 6, 15-16, Heb 13, 20-21; 1 Pe 1, 3-4; 2 Pe 1, 2; 3, 18; Jds 24-25; y en general las cláusulas con que terminan las epí­stolas (como se ha recordado). El Apocalipsis abunda en doxologí­as, que aparecen en los momentos decisivos.

4. EN LA LITURGIA. Procedentes de los Padres que releen la Escritura, las liturgias de Occidente y de Oriente son ricas en fórmulas doxológicas:
a) Liturgia romana. Bastará citar aquí­ dos aspectos de la doxologí­a litúrgica, la que concluye las “oraciones presidenciales y la que termina la gran Plegaria eucarí­stica. La primera sigue el tipo: “Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espí­ritu Santo por los siglos de los siglos”. La segunda, más elaborada, suena así­: “Por él (Cristo), con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espí­ritu Santo, (pertenece) todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Es la antigua “fórmula económica” en la que la glorificación “mediante Cristo en el Espí­ritu Santo” se dirige al Padre, en el cual y con el cual se le tributa también al Hijo y al Espí­ritu; la “monarquí­a” del Padre es comprensiva, en la unidad del Dios Único, del Padre y del Hijo.

A partir de san Basilio (De Spiritu Sancto), más acentuada aún por la discusión arriana, la fórmula “al Padre mediante el Hijo en el Espí­ritu Santo” se convierte en “al Padre y (kat) al Hijo y (kai) al Espí­ritu Santo”, poniendo así­ a las personas divinas en el mismo plano y acentuando la unidad de la divinidad, lo cual no dejó de suscitar el contraste con los tradicionalistas de la época. Acentuando también la unidad divina contra los arrianos, las liturgias occidentales y orientales tributaron también la glorificación sólo a Cristo.

De todas formas, la fórmula litúrgica tipo sigue siendo el “Gloria al Padre y al Hijo y al Espí­ritu Santo”. de uso más común, sobre todo en la liturgia de las Horas.

b) Liturgias orientales. Son en general más numerosas y articuladas. Como es sabido, las familias orientales, que son de dos derivaciones según su origen histórico, alejandrina y antioquena, se dividen en tres tipos en cuanto a la anáfora eucarí­stica: alejandrino, antioqueno y siro-oriental. Recogeremos aquí­ por orden un ejemplo de doxologí­a que concluye la anáfora eucarí­stica de los tres tipos, según los ritos:
– tipo alejandrino: 1) Rito copto: Anáfora de san Marcos griega: “Para que sea santificado el santí­simo y precioso y glorificado Nombre tuyo (Padre), con Jesucristo y con el Espí­ritu Santo, aquí­ y en el universo entero, como era y es y será siempre de generación en generación y por los infinitos siglos de los siglos. Amén”. 2) Rito etiópico: Anáfora de nuestros Padres los santos Apóstoles..”Por la gracia y la misericordia del Unigénito Hijo tuyo, nuestro Dios y Señor y nuestro Salvador Jesucristo, en el cual a ti (Padre) con él y con el Espí­ritu Santo sea gloria y poder ahora y en los siglos de los siglos. Amén”.

– tipo antioqueno: 1) rito bizantino: Anáfora de san Juan Crisóstomo y anáfora de san Basilio: “Y concédenos que con una sola boca y un solo corazón glorifiquemos y alabemos el venerable y magní­fico nombre tuyo, Padre Hijo y Espí­ritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos”. Anáfora de Santiago griega: “Por la gracia y las misericordias y el amor a los hombres de tu Cristo, con el cual tú (Padre) eres bendecido y glorificado con su Santí­simo y Bueno y Vivificante Espí­ritu, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén”. 2) Rito siro-antioqueno (jacobita): Anáfora de los doce apóstoles: “Para que en esto como en todo sea glorificado tu Nombre (Padre), con el Nombre de Jesucristo y de tu Santo Espí­ritu, como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”. 3) Rito siromaronita: Anáfora de la santa iglesia romana: “Mediante tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, con el cual tú (Padre) eres bendito y glorioso en la unidad del Espí­ritu Santo, ahora y siempre y por los siglos. Amén. Como es, como era y será en los siglos de los siglos. Amén”. 4) Rito armeno: Anáfora de san Atanasio alejandrino: “Con el cual (Cristo Señor), a tí­, Padre omnipotente, junto con tu Espí­ritu Vivificante y Liberador, te pertenece la gloria y el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”.

– tipo sirio-oriental (nestoriano-caldeo): Rito siro-oriental: Anáfora de los apóstoles Mar Addai y Mar Mari: “Y por toda tu Economí­a grande y terrible con nosotros, te (Padre) damos gracias y alabamos sin fin en tu Iglesia redimida por la sangre preciosa de tu Cristo, con la boca abierta y con el rostro libre, tributando el himno, el honor, la confesión y la adoración a tu (Padre) Nombre vivo, santo y vivificante, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén”.

Como se ve, está siempre presente el cuidado escrupuloso por concentrar la alabanza en el Padre, y con él, en el Hijo y en el Espí­ritu, sin dirigir como tres alabanzas a tres personas separadas. El monoteí­smo estricto es una regla en toda la Iglesia.

IV. La alabanza transformativa
Existe un capí­tulo poco conocido, que recorre toda la Escritura y que está bajo la ley evangélica y salví­fica: ” Donde está tu tesoro, allí­ está tu corazón” (Mt 6, 21, en el contexto del “sermón de la montaña”). San Agustí­n argumenta: “Conservad más bien el amor a Dios, para que, como Dios es eterno, también vosotros viváis eternamente, ya que cada uno es como su amor. ¿Amas la tierra? ¡Serás tierra! ¿Amas a Dios? ¡Qué digo! ¡Serás Dios!… Escuchemos la Escritura (y cita a Jn 10, 34; Sal 81, 6: “dioses sois”) (Expos. in ep. b. Joannis, Tract. 2, sobre 1 Jn 2, 17). Lo mismo ocurre con la alabanza. En la gran bendición de Ef 1, 3-14, los vv. finales 12-14 proclaman: “(Dios) que lo hace todo según el consejo de su voluntad, para que nosotros …seamos alabanza de su gloria… Habéis sido selladoscon el Espí­ritu Santo de la promesa, el cual es prenda de nuestra herencia, para el rescate de la posesión que él se adquirió para alabanza de su gloria”. El término “alabanza” es epainos (de ainé8, alabar, de donde áinesis, alabanza). El texto traza una “teologí­a de la historia”: la redención, decretada ab aeterno, lleva al bautismo y por tanto al Sello, al Espí­ritu, que transforma a los “sellados” por él “en alabanza” al Padre mediante el redentor Jesucristo. Ya en Flp 1, 11 el Apóstol habí­a recordado que el conportamiento santo en el Espí­ritu lleva a los “frutos de la justicia” mediante Cristo, “para la gloria y alabanza (épainos)” de Dios. Se pueden encontrar huellas de esta teologí­a recorriendo textos como Ex 15,1-18: “Fuerza mí­a y Canto mí­o es el Señor” (c. 2); Dt 10, 20-21: “El es tu Alabanza y tu Dios” (v. 21); motivo repetido en el salterio: Sal 117 (118) 14; 21 (22) 4; presente ampliamente en los profetas: Is 12, 2 (Setenta); Jer 13, 11; 17, 14; 33, 9; Sof 3, 19-20 (dos veces los israelitas puestos por Dios como “Nombre y Alabanza”).

Así­ pues, el destino del pueblo de Dios es ser “pueblo de la alabanza”, ser transformado en “alabanza al Señor”. Su tarea, designada eternamente y para toda la eternidad, es dejarse atraer y llevar a la comunión con el Señor alabado y glorificado, ser transformados en su misma Vida divina, es decir, también en este sentido, “ser divinizados”. La nota que resalta aquí­ es la alabanza transformativa. Lo mismo que en el Cantar el Esposo exalta a la Esposa que todaví­a no está preparada para la unión nupcial, también la Esposa, que se deja encontrar y transformar, pasa a alabaral Esposo. Es que en la alabanza más propiamente el “tú” humano se deja encontrar por el “Tú” divino, que acude siempre para establecer la unión nupcial consumada. Parafraseando al Apóstol, que afirma que el amor divino nos hace ante todo verdaderos hijos de Dios, para manifestarse luego al final y transformarnos hasta el punto de poder contemplarlo “tal como es”, “ya que seremos semejantes a él” (1 Jn 3, 1-2), puede decirse que “sólo el semejante contempla al Semejante” y que “sólo el semejante alaba al Semejante”.

El pueblo de Dios necesita una nueva y profunda mistagogia de esta dimensión doxológica que afecta a toda la vida de fe y de oración, cuya base debe ser la oración de cada dí­a, la liturgia de las Horas, “Horas laudativas” por excelencia. El pueblo tiene que prepararse a la alabanza eterna ya desde ahora. Con la conciencia de que la alabanza se hace siempre en el Espí­ritu Santo y se celebra eternamente por Cristo Sumo Sacerdote, a cuyo culto al Padre se asocian los santos, los ángeles, los fieles, la Ecclesia laudan.

[-> Amor;; Angelologí­a; Arrianismo; Bautismo; Biblia; Caridad; Catequesis; Comunidad; Comunión; Creación; Cruz; Epí­clesis; Escatologí­a; Espí­ritu Santo; Eucaristí­a; Fe; Gracia; Hijo; Historia; Jesucristo; Lenguaje; Liturgia; Nombres de Dios; Oración; Padre; Padres (griegos y latinos); Sacerdocio; Salvación; Teologí­a y economí­a; Trinidad; Vida cristiana.]
Tommaso Federici

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Del griego doxa y logos. En el mundo griego, doxa significaba opinión.

Pero en la versión de los Setenta se usa para traducir el hebreo kabod, sufriendo una fuerte variación semántica. El término que connotaba la idea de pensar y suponer (es decir, unos actos subjetivos) pasa a expresar la objetividad absoluta, la realidad de Dios, su gloria.

La palabra “gloria” expresa realmente todas las manifestaciones de Dios en la historia de la salvación, desde la creación hasta la parusí­a.

En la teologí­a contemporánea “doxologí­a” se usa para indicar la propiedad de dar gloria a Dios que debe tener el lenguaje teológico para ser auténtico. En el lenguaje de la liturgia indica la oración de alabanza dirigida a Dios. En el culto de Israel ocupaban un lugar importante el canto de bendición (berakah), como aclamación a Dios por las maravillas realizadas en la historia, y los himnos de alabanza (salmos).

En la misa la gran doxologí­a es el himno del Gloria, un himno antiquí­simo y venerable con el que la Iglesia, reunida en el Espí­ritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero. El himno se recita o se canta en los domingos fuera del tiempo de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y fiestas, y en otras .celebraciones más solemnés. La oración eucarí­stica se cierra también con la doxologí­a: “Por Cristo, con él y en él…”, con la que se expresa solemnemente la glorificación de Dios. La fórmula se ratifica y se termina con la aclamación “Amén” por parte del pueblo. En la misa está también la doxologí­a: “Lí­branos, Se6or” que sigue al Padre nuestro. En la liturgia de las horas el himno, según la tradición, concluye con la doxologí­a que suele dirigirse a la Persona divina en cuyo honor se canta el himno. Al final de cada salmo se reza el Gloria al Padre: es una doxologí­a que confiere a la oración del Antiguo Testamento un sentido laudativo de carácter cristológico y trinitario.
R. Gerardi

Bibl.: A. Hamman, Doxologia, en DPAC, 1, 646-647; íd.. La oración, Herder Barcelona 1967 289-292, 680-682 y pássim; T. Federici, Doxologia. en DTDC, 355-363; S. Aalen, Gloria, en DTNT 11, 227-234.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El término se deriva del griego doxa (gloria), y denota una dedicación de alabanza a las tres personas de la bendita Trinidad. En su forma común, la que se conoce como el Gloria Patri o «Doxología Menor» dice: «Gloria demos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo: como era en el principio, así es ahora, y siempre será, por los siglos de los siglos. Amén». Su uso al final de los Salmos, como aparece por ejemplo en el libro de Oración Común, data del siglo IV. Es por lo tanto un símbolo del deber de cristianizar los Salmos y servir, al mismo tiempo, para «conectar la unidad de la divinidad como era conocida por los judíos con la Trinidad conocida por los cristianos» (Tutorial Prayer Book, Harrison Trust, Londres, p. 101).

La conocida «Doxología Mayor» es el Gloria in Excelsis, «Gloria sea a Dios en lo alto». Las palabras introductorias, tomadas directamente de Lc. 2:14, se conocen a veces como el Himno Angélico. Esta doxología es de origen griego (siglo IV) y se usó al principio como un cántico matutino. Más tarde fue incorporado a la misa latina, donde ocupaba un lugar al comienzo del servicio. En el servicio de comunión inglés de 1552, los reformadores trasladaron el himno al final del oficio, sin duda en concordancia con el uso de la primera eucaristía: «y cuando hubieron cantado el himno, salieron» (Mt. 26:30). En esta posición forma una conclusión ajustada al sacrificio cristiano de alabanza y de acción de gracias.

Por lo general ahora se está de acuerdo en que la doxología al final de la oración del Señor (El padre Nuestro) no forma parte del texto original de Mt. 6:9–13. Se entiende que es una adición litúrgica antigua a la oración, que fue adoptada por la iglesia griega, pero no por la latina.

Frank Colquhoun

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (197). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

En general, esta palabra significa un verso corto que alaba a Dios y que por regla general comienza con la palabra griega Doxa. La costumbre de terminar un rito o un himno con esa fórmula proviene de la sinagoga (cf. la Oración de Manasés: tibi est gloria in soecula soeculorum. Amén). San Pablo utiliza doxologías constantemente (Rom. 11,36; Gál. 1,5; Ef. 3,21; etc.) Los primeros ejemplos se dirigen sólo a Dios Padre, o a Él a través (dia) del Hijo (Rom. 16,27; Judas 25; I Clem. XLI. Mart Polyc. XX, etc.) y en (en) o con (syn, meta) el Espíritu Santo (Mart. Polyc., XIV, XXII, etc.) La forma del bautismo (Mt. 28,19) ha dado un ejemplo de nombrar las tres Personas en orden paralelo.

Especialmente en el siglo IV, como una protesta contra la subordinación arriana (ya que los herejes recurrieron a estas preposiciones, cf San Basilio, “De Spir Sancto.” LI-V), la costumbre de usar la forma: “Gloria al Padre, y al Hijo, y al “Espíritu Santo”, se hizo universal entre los católicos. A partir de ese momento tenemos que distinguir dos doxologías, una más larga (doxologia maior) y una más corta (minor). La doxología mayor es el Gloria in Excelsis Deo de la Misa. La forma más breve, que es la que generalmente se conoce bajo el nombre “doxología”, es el Gloria Patri, el cual se termina con una respuesta al efecto de que esta gloria durará para siempre. La forma, eis tous aionas ton aionon (por los siglos de los siglos), fue muy común en los primeros siglos (Rom. 16,27; Gál. 1,5; 1 Tim. 1,17; Heb. 13,21; 1 Ped. 4,11; I Clem, XX, XXXII, XXXVIII, XLIII, XLV, etc.; Mart Polyc, XXII, etc.). Es un hebraísmo común (Tob. 13,23; Sal. 84(83),5; varias veces en el Apocalipsis 1,6.18; 14,11; 19,3; etc.), que significa simplemente “para siempre”. La forma simple, eis tous aionas (por los siglos), también es común (Rom. 11,36; Doctr. XII Apost., 9,10; en la liturgia de las Constituciones Apostólicas, passim)

Fórmulas paralelas son: eis tous mellontas aionas (Mart. Polyc., XIV); apo geneas eis genean (ibid.); etc. Esta expresión pronto fue ampliada a “ahora y siempre y por los siglos de los siglos” (cf. Hb. 13,8; Mart. Polyc., 14, etc.). En esta forma aparece constantemente al final de las oraciones de la liturgia griega de Santiago (Brightman, Eastern Liturgies, págs. 31-34, 41, etc.) y en todos los ritos orientales. La forma griega se convirtió entonces en: Doxa Patri kai yio kai hagio penumati, kai nun kai aei kai eis tous aionas ton aionon. Amén. En esta forma se usa en las Iglesias Orientales en varios puntos de la liturgia (por ejemplo, en el rito de San Juan Crisóstomo, ver Brightman, págs. 354, 364, etc.) y como los últimos dos versículos de los salmos, aunque no tan invariablemente como con nosotros. La segunda parte es a veces ligeramente modificada y a veces se introducen otros versos entre las dos mitades.

En el rito latino parece que inicialmente tuvo exactamente la misma forma que en Oriente. En 529 el Segundo Sínodo de Vasio (Vaison en la provincia de Aviñón) dice que las palabras adicionales, Sicut erat in principio, se utilizan en Roma, en Oriente, y en África como una protesta contra el arrianismo, y ordena que se digan asimismo en Galia (can. V). En lo que concierne a Oriente, el sínodo se equivoca. Estas palabras nunca se han utilizado en ningún rito oriental y los griegos se quejaban de su uso en Occidente (Estrabón, siglo IX, De rebus Eccl., XXV). La explicación que sicut erat in principio intentaba ser una negación del arrianismo lleva a una pregunta cuya respuesta es menos obvia de lo que parece. ¿A qué se refieren las palabras? Todo el mundo entiende ahora gloria como el sujeto de erat: “Como era [la gloria] en el principio”, etc. Sin embargo, parece que originalmente estaban destinados a referirse a Filius, y que el significado de la segunda parte, en Occidente, en todo caso, era: “Como Él [el Hijo] era en el principio, así Él es ahora y así Él será para siempre.” El in principio, entonces, es una clara alusión a las primeras palabras del Cuarto Evangelio, por lo que la frase es, obviamente, dirigida contra el arrianismo. Hay versiones alemas medievales en la forma: “Als er war im Anfang”.

La doxología en la forma en que la conocemos se ha utilizado desde aproximadamente el siglo VII en toda la cristiandad occidental, excepto en una esquina. En el rito mozárabe la fórmula es: “Gloria et honor Patri et Filio et Spiritui sancto in saecula saeculorum” (así en el Misal de este rito, ver P.L., LXXXV, 109, 119, etc.) El Cuarto Sínodo de Toledo en 633 ordenó esta forma (can. XV). Una tradición medieval común, fundada en una falsa carta de San Jerónimo (en la edición benedictina, París, 1706, V, 415) dice que el Papa Dámaso (366-384) introdujo el Gloria Patri al final de los salmos. Casiano (m. c. 435) habla de esta como una costumbre especial de la Iglesia Occidental (De instit. Coen., II, VIII).

El uso de la doxología menor en la Iglesia Latina es la siguiente: las dos partes siempre se dicen o se cantan como un verso con respuesta. Ocurren siempre al final de los salmos (cuando varios salmos se unen como uno solo, como el 62 y el 66 y de nuevo el 148, 149 y 150 en laudes, el Gloria Patri ocurre una sola vez al final del grupo; por otra parte cada grupo de dieciséis versos del salmo 119(118]] en las horas del día tienen el Gloria), excepto en ocasiones de duelo. Por este motivo (ya que la doxología menor, como la mayor, Gloria in Excelsis Deo, es, naturalmente, un canto alegre) se deja fuera en los últimos tres días de la Semana Santa; en el Oficio de Difuntos es reemplazado por los versos: Requiem æternam, etc. y Et lux perpetua, etc.

También ocurre después de cánticos, salvo que el benedícite [1] tiene su propia doxología (Benedicamus Patrem… Benedictus es Domine, etc. —la única alternativa que queda en el rito romano). En la Misa ocurre después de tres salmos, el “Judica me” al principio, el fragmento del salmo-introito, y el “Lavabo” (que se omite en tiempo de Pascua, excepto en las fiestas, y en las Misas de Réquiem). La primera parte sólo se produce en el responsorio a través del Oficio, con una respuesta variable (la segunda parte del primer verso) en lugar de “Sicut erat”, la doxología completa después del “Deus in adjutorium”, y en las preces en prima; y de nuevo, esta vez como un verso, al final del invitatorio en maitines. En todos estos lugares se deja fuera en el Oficio de Difuntos y al final de la Semana Santa. El Gloria Patri también se usa constantemente en los servicios extra-litúrgicos, como el Rosario. Era una costumbre común en la Edad Media que los predicadores terminasen sus sermones con él. En algunos países, especialmente Alemania, la gente hace la Señal de la Cruz en la primera parte de la doxología, considerándola principalmente como una profesión de fe.

Bibliografía: ERMELIUS, Dissertatio historica de veteri christianâ doxologia (1684); SCHMIDT, De insignibus veteribus christianis formulis (1696); A SEELEN, Commentarius ad doxologiæ solemnis Gloria Patri verba: Sicut erat in principio in his Miscellanea (1732); BONA, Rerum liturgicarum libri duo (Colonia, 1674), II, 471; THALHOFER, Handbuch der kath. Liturgik, I, 490 sq.; IDEM in Augsburger Pastoralblatt (1863), 289 ss.; RIETSCHEL, Lehrbuch der Liturgik, I, 355sq.; KRAUS, Real-Encyk., I, 377 ss.

Fuente: Fortescue, Adrian. “Doxology.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909.
http://www.newadvent.org/cathen/05150a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc

NOTA:

[1] benedícite: Oración, que empieza con esta palabra, para bendecir la comida al sentarse a la mesa. Cántico que se originó como parte del cántico de los tres jóvenes en la adición secundaria del Libro de Daniel, el cual comienza “Benedicite omnia opera Domini Domino” en latín, y “Oh todas las obras del Señor” en español.

Fuente: Enciclopedia Católica