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ECONOMIA, POLITICA Y PAZ EN EL MUNDO OCCIDENTAL

ECONOMIA, POLITICA Y PAZ EN EL MUNDO OCCIDENTAL

SUMARIO: I. Economí­a: 1. La crisis del colectivismo; 2. La apoteosis del capitalismo; 3. La crisis económica; 4. Hacia el final de la civilización del trabajo; 5. La crisis ecológica; 6. Norte-Sur. II. Polí­tica: 1. Generalización de las democracias formales; 2. Cultura pospolí­tica; 3. La unificación europea. III. Paz: 1. El nuevo orden internacional; 2. El movimiento por la paz.

La finalidad de esta voz es actualizar los capí­tulos correspondientes de la Gaudium et spes desde la perspectiva española y, más en general, del hemisferio Norte. En la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual se decí­a que vivimos en un tiempo de cambios profundos y acelerados (GS 5). Y, en efecto, los cambios que han tenido lugar en los treinta años transcurridos desde entonces han sido tan notables que hacen necesarias estas páginas (las cuales, a su vez, envejecerán muy pronto).

I. Economí­a
1. LA CRISIS DEL COLECTIVISMO. En 1961, mientras la Iglesia católica preparaba el Vaticano II, el XXII congreso del Partido comunista de la Unión Soviética declaró consolidada la sociedad socialista y anunció solemnemente que aquella generación conocerí­a antes de morir la sociedad comunista, es decir, la meta final de la historia. Ni ellos ni los padres conciliares podí­an sospechar que lo que aquella generación alcanzarí­a a ver en 1989 no iba a ser la sociedad comunista, sino el retorno puro y simple al capitalismo.

Con la distancia que dan los años transcurridos, estamos en condiciones de comprender por qué fracasó aquel gigantesco experimento social que durante varias décadas supo elaborar mitos -en el sentido que G. Sorel daba a esta palabra: conjuntos de ideas e imágenes capaces de evocar de manera instintiva los anhelos más profundos de un pueblo o de una clase- basados en una esperanza de redención, y tan poderosos que muchos hombres y mujeres estuvieron dispuestos a sacrificar su vida por la causa.

En primer lugar, el colectivismo no fue capaz de ofrecer una alternativa al capitalismo; se limitó a crear un capitalismo de Estado. Marx daba por supuesto que la supresión de la propiedad privada de los medios de producción llevarí­a consigo la desaparición de las clases sociales y una transformación sustancial de las condiciones de trabajo. Sin embargo, los trabajadores de los paí­ses colectivistas han seguido considerándose trabajadores asalariados -ahora al servicio del Estado- más que copropietarios de los medios de producción. Dado que en los paí­ses colectivistas la patronal es el Estado, la masiva afiliación de trabajadores al sindicato polaco Solidarnosc puso de manifiesto que los gobernantes carecí­an del principal tí­tulo de legitimidad que se atribuí­an a sí­ mismos: ser representantes de la clase trabajadora.

En segundo lugar, desde el punto de vista económico, el capitalismo de Estado ha resultado ser bastante menos eficaz que el otro. Los famosos planes quinquenales, que comenzaron en 1929, dieron al principio resultados tan notables que la Unión Soviética llegó a ser la segunda potencia mundial; pero a medida que su economí­a se fue haciendo más compleja, la planificación imperativa central fue resultando cada vez menos eficiente, hasta el extremo de que la renta per capita no cesó de disminuir a lo largo de los últimos quince años de la historia de la URSS. Juan Pablo II habí­a llamado la atención sobre los peligros de suprimir el derecho a la iniciativa económica (SRS 15; CA 25b).

En tercer lugar, antes de ese fracaso económico -y explicándolo-, habrí­a que hablar de un fracaso antropológico. Marx habí­a dado por supuesto que la supresión de la propiedad privada de los medios de producción harí­a aparecer el hombre nuevo socialista, despojado de todo egoí­smo, con alta moral de ciudadano y dispuesto a sacrificarse por la causa del comunismo. Desgraciadamente no ha sido así­. Lo que surgió, una vez eliminados prácticamente los incentivos económicos, fue un hombre perezoso, que conocí­a perfectamente sus derechos, pero no querí­a saber nada de sus deberes. Se vio así­ que las raí­ces de la alienación eran más profundas que la propiedad privada de los medios de producción (la teologí­a cristiana habla del pecado original). Con realismo dijo Juan Pablo II que un «orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto» (CA 25c).

Por último, al no surgir en los plazos previstos el hombre nuevo socialista, fue necesario prolongar indefinidamente aquella dictadura del proletariado -que Marx habí­a supuesto bastante fugaz-, con el fin de obligar a todos a servir a la causa. Es verdad que hubo en los paí­ses colectivistas logros que no merecen desaparecer sin dejar rastro -por ejemplo, pan, escuela y hospital para todos-, pero quedaron empañados por la imposibilidad de conciliarlos con la dignidad, la libertad y la democracia.

2. LA APOTEOSIS DEL CAPITALISMO. Durante las décadas de 1960 y 1970 fue tan influyente en Occidente el pensamiento de la izquierda, que los grupos sociales privilegiados, si bien no perdieron sus posiciones y sus riquezas, perdieron sus antiguas legitimidades. Y las perdieron ante su propia conciencia, que fue lo novedoso. En cambio, durante la década de 1980 se asistió a una fuerte ofensiva del pensamiento capitalista, unas veces con discursos irritantes, como el del neoliberalismo de la Escuela de Chicago, y otras veces con discursos inteligentes, como el del neoconservadurismo norteamericano. Pero fue tras la caí­da del colectivismo, en 1989, cuando pudo hablarse de una verdadera apoteosis del capitalismo. Fukuyama se atrevió a afirmar que habí­a llegado ya el fin de la historia, no porque hubiera llegado su fin temporal, sino porque habí­a alcanzado su meta: el triunfo del liberalismo, tanto en la economí­a como en la polí­tica. En todo caso, es innegable que la opinión pública de los paí­ses capitalistas ya no considera que el capitalismo sea un sistema radicalmente perverso, o -como dijo Lukács partiendo de Fichte- el estadio de la pecaminosidad consumada.

Juan Pablo II ha denunciado el peligro de que, sin el contrapeso que representaban los regí­menes colectivistas, «se difunda una ideologí­a radical de tipo capitalista» (CA 42c). De hecho, frente a la economí­a social de mercado, donde los poderes públicos intervienen activamente para proteger a los más débiles, ha ido ganando terreno en las dos últimas décadas una concepción ultraliberal que, si bien ofrece grandes posibilidades a la creación de riqueza, abandona a su suerte a los menos competitivos. «Ojalá -dice el Papa-que las palabras de León XIII, escritas cuando avanzaba el llamado capitalismo salvaje, no deban repetirse hoy dí­a con la misma severidad» (CA 8c).

3. LA CRISIS ECONí“MICA. El Vaticano II se celebró durante la década de los sesenta, que ha sido la de mayor crecimiento económico de toda la historia de la humanidad. Fueron aquellos unos años de fe desarrollista en los que se creí­a no demasiado lejana una victoria sobre la pobreza. La Conferencia mundial sobre la alimentación, celebrada en Roma, anunció: «Dentro de diez años, ningún niño se acostará con el estómago vací­o, ninguna familia vivirá ansiosa por el pan del mañana».

Sin embargo, lo que llegó pocos años después fue una crisis económica que, por primera vez en la historia, tuvo un alcance mundial, afectando tanto a los paí­ses capitalistas como a los colectivistas, a los del Norte como a los del Sur. Las causas fueron muchas. La crisis del sistema monetario internacional llevó a renunciar en 1973 al sistema de cambios fiios, comenzando así­ una época de gran inestabilidad; las subidas de los precios del petróleo, ocurridas en 1973-74 y 1979-80, pusieron fin a la época de la energí­a abundante y barata; la aparición de los Nuevos paí­ses industrializados, con su mano de obra hiperbarata -es decir, superexplotada-, supuso una nueva división internacional del trabajo, que destruyó muchos empleos en otras latitudes, etc.

Parece que, al menos por el momento, no podemos contar ya con un crecimiento sostenido como en el pasado. En el verano de 1985, por ejemplo, se inició una fase expansiva, pero en 1991 comenzó una nueva recesión europea y mundial.

Estudios recientes de antropologí­a social, y sobre todo de sociobiologí­a,han puesto de manifiesto que, al margen de que exista o no una tendencia innata a la agresividad, las situaciones de escasez suelen estimularla. De hecho, desde que comenzaron las dificultades económicas ha aumentado mucho la insolidaridad, tanto en el interior de los paí­ses del Norte como en sus relaciones con los paí­ses del Sur. En los paí­ses del Norte se ha producido una fragmentación del mercado laboral, dando lugar a lo que algunos han llamado sociedades de los tres tercios, formadas por tres zonas cuyas fronteras no están perfectamente delimitadas: 1) una zona de integración, caracterizada por un trabajo estable y bien remunerado (contratos indefinidos y profesiones liberales), lo que frecuentemente va unido a unas relaciones sólidas con su ambiente familiar y de vecindad; 2) una zona de vulnerabilidad, que es una zona inestable, caracterizada por el empleo precario, con baja remuneración y mala protección social; son aquellos que desempeñan los trabajos de cualquiera (Offe); en esta zona se incluye también el trabajo ilegal; en los aspectos relacionales sufre los efectos de fragilización que ello produce en los soportes familiares y sociales; 3) Una zona de exclusión, conformada como expulsión del mercado laboral, es decir, el desempleo (indemnizado o no), cada vez más numeroso. Frecuentemente se combina con el aislamiento social.

4. HACIA EL FINAL DE LA CIVILIZACIí“N DEL TRABAJO. Muchos tienen puesta su fe en Kondratiev y esperan que se inicie una nueva oscilación larga con su correspondiente auge económico y vuelta al pleno empleo.

Otros -que nunca han oí­do hablar del célebre economista ruso-, simplemente piensan que ya vendrán tiempos mejores. Sin embargo, una institución nada propensa a los alarmismos, como es la Organización internacional del trabajo, ha declarado, por boca de su director general, que por lo menos hasta el año 2060 persistirán unas elevadas tasas de paro. La razón es obvia: las nuevas tecnologí­as -informática, robótica, etc.-harán cada vez menos necesario el trabajo humano.

Dado que se ha iniciado la era del automatismo, podemos dar por supuesto que las inversiones seguirán siendo una fuente de riqueza, pero ya no serán una fuente de empleos. En consecuencia, una serie de preguntas se agolpan en la mente: ¿cómo conseguirá la gente el dinero que necesita para vivir?; ¿cómo empleará su tiempo?; ¿seguirá teniendo vigencia la concepción cristiana del trabajo?
Si las nuevas tecnologí­as van a hacer cada vez menos necesario el tiempo dedicado a la producción, pero sin que por eso disminuya esta -más bien todo lo contrario-, se abre ante la humanidad un futuro lleno de posibilidades que, en esencia, consistirí­a en una buena distribución del tiempo que siga siendo necesario para la producción, y una buena distribución de la riqueza creada, haciendo posible que todo el mundo disponga de mucho más tiempo que hoy para tareas de enriquecimiento personal y de utilidad social no directamente productivas. Para conseguir esto, serí­a necesario proceder a unos cambios tan profundos en las actuales estructuras socio-económicas, que podrí­amos hablar sin exageración deuna verdadera mutación de nuestra civilización. En cambio, si se eluden esas transformaciones profundas, se agudizarí­a el proceso de segmentación social mencionado en el apartado anterior, aumentando cada vez más la zona de vulnerabilidad y, sobre todo, la zona de exclusión.

5. LA CRISIS ECOLí“GICA. Es inútil buscar la palabra ecologí­a en los diccionarios del Vaticano II. La conciencia ecológica se despertó después, cuando la humanidad empezó a tomar conciencia de que estábamos destruyendo los diferentes ecosistemas de la tierra como consecuencia de los recursos escasos que les robamos y de los elementos contaminantes que vertemos sobre ellos.

En todas partes existen grupos que se mantienen vigilantes con respecto a todo cuanto pueda suponer una amenaza al medio, pero todaví­a no hay certeza de que las medidas adoptadas hasta el momento -a menudo demasiado cautelosas y tardí­as- vayan a tener un efecto global beneficioso, sobre todo si nos limitamos a desplazar las industrias sucias al tercer mundo. La contaminación no respeta las fronteras polí­ticas.

6. NORTE-SUR. Debido a la interdependencia existente entre los paí­ses del Norte y los del Sur es inevitable dejar constancia aquí­ de la situación en que se encuentra ese 77% de la población mundial que vive en,los paí­ses en ví­as de desarrollo. Durante los quince años siguientes a la clausura del Vaticano II, las tasas de crecimiento de muchos paí­ses del tercer mundo superaron el promedio mundial, pero desde 1980 sólo China y el Sudeste asiático (es decir, los Nuevos paí­ses industrializados) han logrado seguir creciendo con rapidez. En muchos paí­ses pobres aparecieron incluso las tasas de crecimiento negativas. Especialmente dramática es la situación de los paí­ses menos desarrollados, donde vive el 8% de la población mundial: su participación en el Producto mundial bruto se ha reducido desde el minúsculo 1% de 1980 a un 0,5% todaví­a más exiguo.

Las Naciones Unidas han calificado la década de 1980 como década perdida para el desarrollo. No sólo se han quedado sobre el papel aquellas famosas reformas estructurales que en la década de 1970 se bautizaron con el nombre de Nuevo orden económico internacional (NOEI), sino que los paí­ses del Norte redujeron la Ayuda oficial al desarrollo (AOD) desde que comenzó la crisis económica. En los últimos años ha quedado estabilizada en el 0,33% del producto nacional bruto de los paí­ses desarrollados, muy lejos todaví­a del 0,7% exigido por las Naciones Unidas en 1972.

II. Polí­tica
1. GENERALIZACIí“N DE LAS DEMOCRACIAS FORMALES. Hoy existen muchas más democracias en el mundo que cuando se celebró el Concilio. Al final del totalitarismo marxista en la Europa del Este hay que añadir la caí­da, durante las décadas de 1980 y 1990, de no pocos regí­menes dictatoriales en América latina, e incluso en Africa y Asia, por lo que podemos hablar de una generalización del ideal democrático.

También España vivió durante las décadas que estamos analizando una transición polí­tica que, en este caso, exigió dos transformaciones: el paso de un régimen polí­tico autoritario a una democracia liberal homologable a las existentes’ en el resto de Occidente, y el paso de un Estado centralista a un Estado de las autonomí­as.

2. CULTURA POSPOLíTICA. Paulatinamente el pathos participativo con el que nació la democracia se ha ido desvaneciendo. Y quizá la nota más caracterí­stica de las actuales democracias occidentales estabilizadas es que se encuentran en una fase pospolí­tica.

Por desgracia, desde antiguo, la mayorí­a de los ciudadanos se limitaban a depositar su voto en las urnas cada cuatro años, despreocupándose después de la marcha del paí­s. Últimamente ha empeorado tanto la situación que muchos ni siquiera se molestan en votar, de modo que la vida democrática resulta cada vez más anémica. Asistimos a una paradoja: la gente reclama el derecho a votar, pero luego no vota; exige libertad de expresión, pero luego no lee los periódicos, etc. Todo esto hace pensar, frente a quienes dan por supuesta la existencia del horno democraticus, que quizás lo espontáneo es el Herdeninstinkt (instinto gregario) que Nietzsche atribuí­a a la mayorí­a de los mortales.

En la década de 1940, desarrolló Schumpeter la teorí­a elitista de la democracia, según la cual la democracia no serí­a el «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» -como sostuvo Abraham Lincoln en el célebre discurso pronunciado en el campo de batalla de Gettysburg-, sino, más humildemente, el «gobierno con el consentimiento del pueblo». Esta teorí­a ha sido rehabilitada en estos últimos años por el neoconservadurismo norteamericano, para quien la apatí­a polí­tica se convierte en un factor marcadamente funcional y positivo, porque la excesiva participación del pueblo conducirí­a a la ingobernabilidad de las democracias.

Sin embargo, como han puesto de manifiesto Macpherson y otros muchos autores, esa apatí­a polí­tica, hoy tan generalizada, es negativa tanto para los individuos, que se van alienando poco a poco, como para la sociedad, que está mucho más expuesta a los abusos del poder.

3. LA UNIFICACIí“N EUROPEA. Frente a la actual organización del mundo en Estados soberanos que se relacionan entre sí­ de forma conflictiva y competitiva, el Concilio se hizo eco de la antigua idea teológica de la comunidad de naciones (cf GS 83-90). Por aquellos años no existí­a todaví­a ninguna realización práctica de esa comunidad de naciones. La Comunidad europea agrupaba solamente a seis paí­ses y afectaba tan solo a cuestiones económicas. Sin embargo, en las tres décadas transcurridas desde entonces se ha vivido un doble proceso de crecimiento: cuantitativo y cualitativo.

El crecimiento cuantitativo de la Comunidad europea ha sido constante. Aquella pequeña Europa o Europa de los Seis es ya la Europa de los Quince. Además son varios los paí­ses que han presentado su solicitud de ingreso, y los cambios ocurridos en la Europa del Este hacen pensar que undí­a no lejano la federación podrí­a abarcar todos los paí­ses que van «desde el Atlántico hasta los Urales», según expresión de Charles de Gaulle en 1960.

El crecimiento cualitativo -es decir, la ampliación de las competencias comunitarias-, aunque se va haciendo a base de pragmatismo, ha sido igualmente grande. En lo económico se ha conseguido un mercado completamente unificado -libre circulación de personas, mercancí­as, capitales y servicios- y se ha establecido la moneda única. Los aspectos sociales se han cuidado mucho menos, pero existe un programa de cohesión que está financiando infraestructuras en los paí­ses más pobres de la Unión. Desde el punto de vista polí­tico, existe ya la ciudadaní­a de la Unión, dotada de contenidos concretos; una polí­tica exterior y de seguridad común; los Estados miembros van cediendo cada vez más competencias a los órganos de gobierno comunitarios; etc. En definitiva, que aquel famoso sueño de Victor Hugo, en 1849, en el que hablaba de los Estados Unidos de Europa podrí­a ser realidad dentro de unos años.

Actualmente Europa es, con mucho, el mayor mercado integrado del mundo, con 369 millones de habitantes, un producto interior bruto bastante superior al de los Estados Unidos de Norteamérica, bancos y mercados financieros que se cuentan entre los más importantes del mundo, grandes empresas industriales caracterizadas en estos últimos años por un crecimiento firme y regular, etc. El peligro que todaví­a no parece conjurado es que la Europa comunitaria, lejos de entenderse a sí­ misma como un primer paso hacia una comunidad de naciones verdaderamente internacional, se convierta en un club selecto de paí­ses ricos, que se ha rodeado por una especie de cordón sanitario con el fin de aislarse de los pobres del mundo.

III. Paz
1. EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL. La Gaudium et spes se discutió y publicó en los momentos más álgidos de la guerra frí­a. La construcción del muro de Berlí­n, en 1961, y la crisis de los misiles instalados en Cuba, en 1962, habí­an puesto a la humanidad al borde de una guerra nuclear. La situación actual es completamente distinta. Al caer el comunismo en 1989 se produjo el fin de la guerra frí­a y de la bipolaridad. Tras la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos ha quedado como única gran potencia militar. Debido, sin embargo, al poderí­o creciente de Japón y la Europa comunitaria podrí­amos estar caminando hacia un mundo tripolar.

Se ha dicho que 1987 fue el año en que dejamos de vivir peligrosamente porque se inició, de mutuo acuerdo, la carrera del desarme. Habí­a entonces 57.000 bombas nucleares en el mundo, con una fuerza explosiva equivalente a 1.200.000 bombas de Hiroshima. Estados Unidos y la Unión Soviética poseí­an casi el 98% de esas bombas. Los acuerdos firmados el 17 de junio de 1992 entre Estados Unidos y la Federación Rusa establecen para el año 2003 un máximo de 3.500 y 3.000 cabezas nucleares respectivamente. La reducción es, como se ve, sustancial. Sin embargo,para valorar ese dato conviene saber que, según los expertos, bastarí­an 200-300 cabezas atómicas para destruir el 50% de la población del otro paí­s.

Lamentablemente, a la vez que la Federación Rusa y Estados Unidos se han comprometido a reducir sus arsenales nucleares, otros paí­ses los aumentan. Francia, Gran Bretaña y China -con 450, 300 y 350 bombas, respectivamente- son miembros manifiestos del club nuclear. Están a punto de cruzar el umbral nuclear -o quizá lo han cruzado ya sin decirlo- India, Pakistán, Israel, Irak, Sudáfrica, Brasil, Argentina y Corea del Norte. También se ha extendido la posesión de arsenales quí­micos y biológicos y de misiles balí­sticos de corto, medio y largo alcance. Varios gobiernos del tercer mundo intentan contar con armas de destrucción masiva para hacer valer sus tesis. Es el caso, por ejemplo, de Irak. Debido a eso, el mundo de la posguerra frí­a se ha vuelto más complejo, más incontrolable, menos previsible.

Ha retrocedido, pues, el miedo a una guerra nuclear entre las superpotencias, pero no así­ el peligro de confrontaciones locales en las que se empleen armas de destrucción masiva. Incluso podrí­an darse en el futuro casos de terrorismo nuclear. Como dijo la señora Thatcher en la segunda sesión especial de las Naciones Unidas sobre el desarme: «Cada cual será ya consciente de que ha de vivir en adelante con la bomba, pues no podrá hacer que no haya sido inventada».

Por otra parte, serí­a ingenuo subestimar el daño que pueden causar hoy las armas convencionales. Desde la II Guerra mundial no se han empleado armas nucleares, pero se han producido no menos de 160 conflictos locales o regionales -casi siempre en el tercer mundo- que han causado alrededor de 18 millones de ví­ctimas.

En todo caso, lo indudable es que el gasto militar mundial ha venido descendiendo desde 1.016.000 millones de dólares, en 1987, hasta 868.000 millones de dólares, en 1993, cantidad que equivale todaví­a a los ingresos de casi la mitad (46%) de la población mundial. La disminución se ha producido, sobre todo, en los paí­ses más desarrollados. Muchos paí­ses menos avanzados, situados en regiones inestables, mantienen sus gastos o incluso los aumentan. Por otra parte, continúa existiendo el enorme complejo militar-industrial, con sus grandes grupos económicos interesados en perpetuar la confrontación militar.

La nueva situación habrí­a permitido hacer realidad aquella propuesta de Pablo VI de crear un gran fondo mundial para el desarrollo, alimentado con una parte de los gastos militares (PP 51); sin embargo, el ahorro acumulado -casi un billón de dólares desde 1987- se ha destinado a reducir los déficit presupuestarios y a otros gastos no relacionados con el desarrollo.

2. EL MOVIMIENTO POR LA PAZ. En la creación del nuevo clima internacional que acabamos de describir ha influido, junto con la desaparición del bloque colectivista, el movimiento por la paz. Existe un pacifismo radical, que se propone la eliminación de todas las guerras, y un pacifismo selectivo, que se opone a una guerra particular, a un determinado tipo de armamento o a una alianza militar. Dado que los objetivos del pacifismo selectivo pueden considerarse como una etapa intermedia hacia la supresión total de armas y ejércitos, en la práctica existe cierta unidad de acción.

Dentro del movimiento por la paz, es el pacifismo nuclear el que ha alcanzado mayor arraigo popular. El despliegue, al comienzo de los años ochenta, de los euromisiles -es decir, armas de alcance medio (entre 2.000 y 5.000 kilómetros), válidas tan solo para una eventual guerra nuclear que tuviera lugar en el escenario europeo-, fue el detonante que hizo resurgir este pacifismo en el Viejo Continente (en España el catalizador fue más bien el ingreso en la OTAN en 1982).

El movimiento por la paz no sólo se ha desarrollado cuantitativamente -movilizando un número cada vez mayor de personas-, sino también cualitativamente, tomando conciencia de que el fenómeno del militarismo se inserta en una problemática mucho más amplia que debe afrontarse de manera global (una tercera parte de la deuda externa del tercer mundo, por ejemplo, ha sido generada por la adquisición de armas). Hoy el movimiento por la paz no es tan solo un grupo de personas bienintencionadas que se limitan a pedir paz en abstracto. Incluye grupos organizados, centros de investigación sobre la paz y resolución de conflictos, intelectuales o lí­deres de opinión…

BIBL.: ALBERT M., Capitalismo contra capitalismo, Paidós, Barcelona 1992; BARNEY G. O. (clic), El mundo en el año 2000, Tecnos, Madrid 1982; Diálogo Norte-Sur. Informe de la Comisión Brandt, Nueva Imagen, México 1981; CLEVELAND H., Nacimiento de un nuevo mundo, El Paí­s-Aguilar, Madrid 1994; FuRET F., El pasado de una ilusión (ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX), Fondo de Cultura Económica, Madrid 1995; HANDY CH., El futuro del trabajo humano, Ariel, Barcelona 1986; KING A.-SCHEIDER B., La primera revolución mundial. Informe del Consejo al Club de Roma, Plaza & Janés, Barcelona 1991; MARDONES J. M., Capitalismo y religión. La religión polí­tica neoconservadora, Sal Terrae, Santander 1991; OLLER M. D., Ante una democracia de «baja intensidad». La democracia por construir, Cristianisme i Justicia, Barcelona 1993.

Luis González-Carvajal

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética