EGIPTO

Gen 37:28 los ismaelitas .. llevaron a José a E
Gen 42:3 descendieron los .. a comprar trigo en E
Gen 46:6 tomaron sus ganados y .. y vinieron a E
Gen 50:26 José .. fue puesto en un ataúd en E
Exo 1:8 se levantó sobre E un nuevo rey que no
Exo 13:14 Jehová nos sacó con mano fuerte de E
1Ki 10:28 y traían de E caballos y lienzos
2Ki 18:21; Isa 36:6 báculo de caña cascada, en E
Psa 106:21 Dios .. que había hecho grandezas en E
Isa 19:1 profecía sobre E. He aquí que Jehová
Isa 19:20 y será por señal y .. en la tierra de E
19:25


Egipto (heb. Mitsrayim, “tierra de los coptos”). El nombre español deriva del gr. Aiguptos, que a su vez probablemente derive del nombre egipcio de la antigua Menfis, 2.tk3-pth, “casa del (dios) Ptah”, escrito Hikuptah en las 351 Cartas de Amarna.* Los antiguos egipcios llamaban a su tierra Km.t, “la (tierra) negra”, por causa del contraste entre el suelo negro y fértil del valle del Nilo y el desierto a ambos lados del valle. Sin embargo, por lo general Egipto era llamado T3.wy, que significa “los dos paí­ses”, es decir, la unión del Alto y del Bajo Egipto. Las Cartas de Amarna muestran que en el s XIV a.C. los cananeos lo llamaban Mitsri. El heb. Mitsrayim, Mizraim,* tiene una terminación dual, que puede apuntar a las 2 principales regiones del paí­s, el Alto y el Bajo Egipto. Los egipcios hoy usan el nombre árabe Mitsr. I. Paí­s. Ubicado en el extremo noreste del ífrica, es parte del gran desierto de Sahara, pero debe su fertilidad al Nilo, que fluye desde el ífrica Central y las mesetas de Etiopí­a a lo largo de todo el paí­s, de sur a norte, y forma un angosto valle de 1,6 a 24 km. de ancho. Al este, entre el valle y el Mar Rojo está el desierto Oriental, cuya porción norte a veces se llama “desierto írabe”. Al oeste está el desierto de Libia y la vastedad del Sahara. A unos 160 km del Mar Mediterráneo el Nilo se divide en varios brazos y forma un gran delta, que es particularmente fértil en su parte sur. Como en el valle del Nilo prácticamente no llueve, fuera del delta la agricultura egipcia depende del rí­o. Antes de la construcción de la presa de Asuán, el agua se llevaba a los campos mediante canales de riego en tiempos normales. Comenzando en julio, el rí­o crecí­a de 4,5 a 6 m por sobre su altura habitual, alcanzando su máximo en septiembre y octubre. El descenso de las aguas, que llegaba a su nivel mí­nimo en los meses de marzo a junio, dejaba sobre los campos una rica capa de limo proveniente de la meseta etí­ope. El valle del Nilo, desde el mar hasta la primera catarata de Asuán (el antiguo lí­mite sur de Egipto), tiene una longitud de unos 960 km; si el ancho promedio es de 19 km, los antiguos egipcios tení­an sólo unos 33.700 km2 de tierra cultivable, una superficie aproximada a la de Holanda, o a la de Jamaica y El Salvador combinadas. Al oeste del valle del Nilo, en el desierto de Libia, habí­a 5 oasis. También estaba el Fayún, una zona interior fértil que rodeaba el Lago Moeris, alimentado con aguas del Nilo. Otras secciones habitables eran la franja costera entre el brazo más oriental del Nilo y el W>d§ el-‘Ar§sh, el bí­blico “rí­o de Egipto”; y el W>d§ Úumil>t (probablemente el Gosén bí­blico), que está entre el Nilo y el Lago Timsa en la región del Canal de Suez. 176. La pirámide escalonada del rey Zoser (3ª dinastí­a) en Saqqârah. Las montañas orientales proporcionaban a los antiguos egipcios materiales de construcción y minerales. De Asuán procedí­an granito negro y rojo, y piedra caliza y alabastro de muchas canteras a lo largo del paí­s. El W>d§ Hamm~m~t, un valle seco entre el Nilo y el Mar Rojo, proporcionaban una piedra dura rojo oscuro, que los egipcios buscaban para hacer sarcófagos. De la Pení­nsula del Sinaí­ se extraí­an el cobre y las turquesas, y el oro procedí­a de las montañas de Nubia, una dependencia egipcia durante gran parte de su historia antigua. Mapa V, B-2/3, etc. El antiguo Egipto nunca tuvo una gran variedad de vida vegetal. Trigo, cebada, lino y vides eran los principales cultivos en campos y huertas. Entre los pocos árboles que crecí­an en esa época estaban las palmeras datileras, las higueras, las acacias y los sicómoros. Como Egipto no tení­a bosques, tení­a que importar toda su madera, principalmente del Lí­bano. En los pantanos del Nilo crecí­a el papiro, una especie de junco con el cual se hací­a el material para escribir: los rollos de papiro (figs 400, 409 y 448), principal exportación egipcia. Los animales domésticos eran los bovinos, las cabras, las ovejas, una raza de perros parecida a los galgos, y ese animal de carga tan conocido: el burro. El caballo no llegó a Egipto hasta el perí­odo de los hicsos y, entonces, su uso fue principalmente militar. El camello fue poco usado en los primeros tiempos. Los gansos y los patos eran comunes, pero las gallinas se desconocieron hasta mediados del 2º milenio a.C., cuando Tutmosis III las introdujo desde Siria. El cocodrilo, el hipopótamo, la hiena y el chacal eran algunos de los animales silvestres del antiguo Egipto. II. Población. Los egipcios eran básicamente camitas (Gen 10:6), una de las razas mediterráneas. Sin embargo, la penetración temprana de los semitas (evidente por un estudio de su lengua; véase la sección III), y la invasión de nubios, hicsos, griegos y, en tiempos más modernos, árabes, produjeron una raza muy mezclada. Los antiguos eran pequeños, de tez oscura y cabello negro, la mayorí­a 352 agricultores, pero también habí­a muchos artí­fices y artesanos. Aunque la educación promedio de la masa de la población debió haber sido muy baja, su capacidad intelectual era alta, como lo demuestra el avanzado nivel del arte, la literatura, la arquitectura, la organización del estado, la medicina y las matemáticas. (Para muestras de pintura, véanse las figs 55, 409 y las hojas finales de este diccionario; para la arquitectura, figs 176-180; de la escultura, figs 291, 352; y de objetos de arte, figs 97, 125, 162, 521.) III. Lengua. Estamos en una situación favorecida porque podemos recorrer la historia de la lengua de Egipto desde los comienzos de la población del paí­s, y seguir sus cambios hasta sus formas más recientes, el copto, que dio lugar al árabe semí­tico. Los egipcios pertenecen a la familia camí­tica de lenguas, pero tiene tantos rasgos semí­ticos que se la llama una lengua camito-semí­tica. Se pueden reconocer las siguientes 5 etapas lingüí­sticas: 1. EGIPCIO ANTIGUO, que se habló durante las dinastí­as 1-8, de la cual los textos de las pirámides son los testimonios más extensos que tenemos. 2. EGIPCIO MEDIO, de las dinastí­as 9-18, considerado el perí­odo clásico de la lengua. 3. EGIPCIO TARDíO, que comenzó en la dinastí­a 18 y se usó como lengua del pueblo hasta la dinastí­a 24, pero que se mantuvo en las inscripciones durante mucho tiempo más. 4. DEMí“TICO, la lengua popular de Egipto desde la dinastí­a 24 hasta el s V d.C., representado principalmente por documentos y libros escritos en demótico. 5. COPTO, usado desde el s III d.C. en adelante. Fue la lengua principal del Egipto cristiano, y todaví­a se usa en la liturgia, aunque no ha sido un idioma vivo desde el s XVI. La Biblia se tradujo a varios dialectos coptos en los primeros tiempos del cristianismo. IV. Escritura. Los siguientes 4 tipos de escritura se usaron en los monumentos y textos de Egipto: 1. JEROGLíFlCA (expresión griega que significa literalmente “inscripción sagrada”), que designa el tipo de escritura que se usó en los monumentos. Esta forma fue, originalmente, puramente pictórica y consistí­a de unos 750 signos en el perí­odo clásico. Este número creció hasta que en Egipcio Tardí­o se usaban unos 2.500. En sus primeras etapas, cada figura representaba el objeto dibujado; por ejemplo, la figura de una casa significaba “casa”. Estos signos se llaman ideogramas, o signos que representan palabras. Al desarrollarse la escritura, se usaron figuras de objetos como fonogramas, o signos de sonido; es decir, las figuras se usaban para representar sonidos en vez de objetos. Cuando se deseaba un sonido especí­fico se escogí­a un objeto cuyo nombre reprodujera ese sonido, algo así­ como algunos acertijos que se suelen hacer. Por ejemplo, en español una figura del “sol” y un “dado”, puestos juntos, podrí­an representar a un soldado. En egipcio, muchos objetos tienen nombres muy cortos, y 24 de los signos representaban el sonido de una sola consonante. Estos han sido llamados signos alfabéticos. Además de éstos también habí­a determinativos, signos agregados a las palabras para indicar si la palabra escrita representa algo concreto o abstracto, si un hombre o una mujer, etc. Las vocales no se escribí­an, por lo que la pronunciación todaví­a es incierta. Esta escritura jeroglí­fica se usó hasta comienzos de la era cristiana (figs 57, 198, 268). 2. HIERíTICA (que significa “[escritura] sagrada”), término que usaron los griegos para designar la escritura cursiva que los antiguos egipcios usaban sobre el papiro y otros materiales cuando la escritura no tení­a un propósito ornamental. 3. DEMí“TICA (que significa “[escritura] popular”), que comenzó a usarse en el s VIII a.C. como una forma más cursiva de escribir que la hierático, y que se empleaba principalmente en los documentos de la vida diaria. Tení­a un menor número de caracteres que la jeroglí­fica y la hierática. La aparición de una nueva forma de escribir no eliminaba la anterior; en consecuencia, en el perí­odo greco-romano se usaban simultáneamente las 3 formas. 4. COPTA. Cuando Egipto fue una nación cristiana (s IV d.C.), las antiguas escrituras se descartaron y se adoptó el alfabeto griego para escribir la lengua copta. Se tomaron 8 caracteres adicionales del demótico para expresar sonidos para los cuales los griegos no tení­an letras. Como el conocimiento de los sistemas de escritura egipcios, con la excepción del copto, habí­a desaparecido completamente con el paso de los siglos, los textos antiguos escritos sobre papiro o sobre monumentos era un misterio. En 1799 se encontró en Egipto la famosa Piedra Roseta. Contení­a un decreto en honor de Tolomeo Epí­fanes (erigido en el 196 a.C.) en 3 escrituras: jeroglí­fico, demótica y griega (fig 197). Este monumento, ahora en el Museo Británico, proporcionó la clave para el antiguo egipcio. El diplomático sueco Akerblad hizo un comienzo satisfactorio en descifrar la porción demótica en 1802. Luego Tomás Young dio los primeros pasos exitosos en el desciframiento de los signos jeroglí­ficos en 1819. El desciframiento total fue realizado por el brillante joven francés Jean-François 353 Champollion, en 1822. Este trabajo ha sido refinado y completado por una gran hueste de egiptólogos desde los dí­as de Champollion, de modo que las inscripciones egipcias de todas clases y perí­odos se pueden leer con notable facilidad y certeza. V. Historia. A. Cronologí­a. La principal fuente de informaciones sobre este tema muy difí­cil son las antiguas listas de reyes, algunos fenómenos astronómicos y datos históricos que mencionan el año del rey bajo el cual sucedieron, o la longitud de sus reinados. La división en dinastí­as fue hecha por Manetón, un sacerdote egipcio que escribió la historia de Egipto en griego a comienzos del s III a.C. Esta obra se ha perdido y sólo hay disponibles algunos fragmentos en resúmenes o en referencias a él en Josefo, Africano y Eusebio. Llegar a una cronologí­a exacta ha sido más difí­cil que cualquier otra tarea de los egiptólogos desde que se pudieron leer los antiguos registros egipcios. Los eruditos no son unánimes en sus conclusiones, y ninguna fecha dada para la historia temprana está fijada con certeza. Las de los primeros eruditos para el comienzo de la historia de Egipto con su primera dinastí­a (Petrie: 4777 a.C.) ya nadie las acepta. Este acontecimiento es datado ahora por los egiptólogos entre el 3100 a.C. y el 2800 a.C. No es hasta que llegamos al Reino Medio cuando comienzan a existir fechas contables, y la primera fecha absoluta, sobre la base de datos astronómicos, es el 1991 a.C., el comienzo de la dinastí­a 12ª. Sin embargo, aun en el 2º y el 1er milenio a.C. ocurrieron sucesos para los cuales no existe ningún dato cronológico (por ejemplo, para la mayorí­a de los acontecimientos que ocurrieron durante las dinastí­as 13-17). Tampoco son confiables las cronologí­as para las 21-23. Sin embargo, las dinastí­as 18-20 están razonablemente bien fechadas, y la cronologí­a de las 24-30 tienen pocos problemas. Se deberí­a recordar esta variedad de grados de certeza al considerar las fechas que se dan en los párrafos siguientes. Las que se dan en relación a la historia de Egipto hasta la dinastí­a 12ª son las que aceptan actualmente los egiptólogos, quienes adhieren a la cronologí­a más corta, y no necesariamente se presentan como correctas totalmente. 177. La Esfinge y la piránide de Kufu en Gîzeh. Entre las patas de la Esfinge está una estela de Tutmosis IV. B. Prehistoria. Prácticamente no se sabe nada de Egipto antes de la existencia del arte de escribir en la 1ª dinastí­a. Los restos del Egipto predinástico consisten en algunas ruinas de aldeas, trozos de cerámica, vasijas de piedra, objetos de uso diario, armas, y algunas esculturas rústicas y pinturas en paredes. Los eruditos han dividido el tiempo prehistórico en perí­odos a los que se dan los nombres de los lugares donde se han encontrado restos culturales por primera vez: tasiano, badariano, amraciano y gerseano. No hay manera de determinar la duración de esos perí­odos. 1. Reino Antiguo, dinastí­as 1-6 (c 2800-c 2150 a.C.). Al comienzo de este perí­odo ocurrió la unificación de Egipto bajo un rey llamado Menes por Manetón, aunque ese nombre no ha sido hallado aún en los antiguos registros egipcios. Los reyes de las dinastí­as 1ª y 2ª dejaron enormes tumbas en Abidos y Saqq>rah, construidos con ladrillos a imitación del estilo mesopotámico. Muchas otras evidencias señalan a los valles del Tigris y del Eufrates como las tierras de origen de la primitiva cultura y realizaciones egipcias. Durante la 3ª dinastí­a se erigieron las primeras estructuras monumentales de piedra, a las que pertenecen la pirámide escalonada del rey Zoser (fig 176) y las numerosas estructuras alrededor de ella, que forman todo un gran conjunto sepulcral. Luego están los constructores de las grandes pirámides de la 4ª dinastí­a -Kufu, Keops y Menkaure-, que nos legaron 3 enormes pirámides en GTzeh (fig 177). Su dominio de las piedras duras, como lo atestiguan las esculturas y las estructuras monumentales (como las pirámides) y los templos mortuorios, nunca fue sobrepasado y rara vez igualado en el antiguo Egipto. El Reino 354 Antiguo sobresalió no sólo en la arquitectura y la escultura, sino también en ciencias (las matemáticas y la astronomí­a), y más tarde fue considerado como el perí­odo clásico. Durante las dinastí­as 5ª y 6ª el poder real declinó, como lo revelan el menor tamaño y la calidad inferior de las pirámides y otras construcciones mortuorias. En el s XXII a.C. el Reino Antiguo llegó a su fin y fue seguido por un perí­odo de caos y anarquí­a, señalado por una gran pobreza en la población y una reevaluación espiritual de toda la perspectiva de la vida. 2. Primer perí­odo intermedio, Dinastí­as 8-11 (c 2150-c 2025 a.C.). Primero se debe notar que, en los antiguos registros, no hay rastros de la existencia de la así­ llamada 7ª dinastí­a citada por Manetón; en consecuencia, hay que suponer que ésta nunca existió, y que se la debe excluir del estudio de la historia antigua de Egipto. Los reyes del 1er perí­odo intermedio, mayormente gobernantes locales que se llamaron reyes, fueron débiles sucesores de los del Reino Antiguo, e intentaron sin éxito lograr la supremací­a sobre el paí­s. Durante este perí­odo hubo también un influjo de asiáticos, probablemente amorreos, que aparecieron por todo el Cercano Oriente. Gobernaron sobre partes del delta y usaron la ciudad de Athribis como su capital; sus contemporáneos les echaron generalmente la culpa de todos los problemas y miserias de la época. Mientras el gobierno central se estaba desmoronando, existí­a mucha ilegalidad por todas partes, y una gran crisis económica llevó a la bancarrota al paí­s. Sin embargo, cuando las posesiones materiales se desvanecieron, hubo una profunda búsqueda de los verdaderos valores. Esto se refleja claramente en el florecimiento excepcional de la literatura sapiencial. 3. Reino Medio, Ddinastí­as 11 y 12 (c 2025-c 1780 a.C.). Uno de los reyes de la dinastí­a 11ª en Tebas, en el Alto Egipto, pudo terminar con las condiciones caóticas del perí­odo y poner todo el paí­s bajo su solo dominio. El resultado fue el regreso a un reino unido, fuerte, con su administración ordenada. Este acontecimiento señaló el comienzo del Reino Medio. Más tarde, una revolución produjo un cambio de dinastí­as, pero los reyes del la dinastí­a 12ª continuaron el gobierno poderoso de sus predecesores. Mudaron la capital a Lisht, en el Egipto central, y se preocuparon mucho en ser gobernantes responsables de su pueblo. Adiestraron a sus sucesores, promovieron el comercio exterior, explotaron las minas de Nubia y del Sinaí­, y realizaron expediciones militares a Palestina y a Libia. Al mismo tiempo, construyeron sólidas fortificaciones para proteger sus fronteras de las incursiones de extranjeros. 4. Segundo perí­odo intermedio, Dinastí­as 13-17 (c 1780- c 1590 a.C.). Una vez más Egipto experimento un perí­odo de caos y dominación extranjera. Esta 2ª ruptura del orden y del gobierno central fue producido por la invasión de los hicsos, un pueblo misterioso a quien Josefo llama “reyes pastores”. Habrí­an sido parte de una gran migración de pueblos que inundaron el Cercano Oriente, y que fueron responsables de la destrucción de varios reinos y del surgimiento de varios otros: el Imperio Hitita en el Asia Menor, el reino hurrita de Mitani en el Eufrates superior, y el reino casita en la Baja Mesopotamia. Los hicsos (significa “gobernantes extranjeros”), que entraron en Egipto desde el Asia, eran en parte semitas y en parte horeos (hurritas). Introdujeron una nueva arma de guerra: el carro de combate y el caballo, que cambió la lucha militar así­ como lo hizo la invención del tanque en el siglo XX. Se desconoce, por falta de evidencias documentales, si entraron en Egipto en forma pací­fica y luego se encargaron de la administración débil y obsoleta, o si conquistaron el paí­s por las armas. Más tarde, los egipcios destruyeron todo rastro de esos odiados opresores extranjeros. Los hicsos establecieron su capital en Avaris (la Tanis de los griegos; la Zoán* bí­blica) en la parte oriental del delta. Algunos de sus reyes más poderosos dominaron probablemente todo el valle del Nilo; otros tal vez no controlaron más que ciertas áreas limitadas. Los gobernantes nativos locales siguieron siendo reconocidos por los egipcios y los hicsos como administradores de ciertos territorios. Alrededor del 1600 a.C., el prí­ncipe local de Tebas comenzó una lucha por la liberación de Egipto de la dominación extranjera. Las campañas de 3 reyes sucesivos -Sekenen-Re, Camosis y Ahmosis- terminó con la derrota total de los hicsos, la conquista de Avaris y la expulsión de los opresores del paí­s. Los hicsos se establecieron por unos pocos años en Sharuhen, al sur de Palestina, pero después de una campaña de 3 años (o de 3 campañas anuales; el registro es ambiguo) los egipcios los expulsaron también de allí­, después de lo cual se pierden en la historia. Así­, c 1570 a.C., Egipto estaba libre otra vez y comenzaba el perí­odo más glorioso de toda su historia. 5. Imperio Nuevo. Antes del periodo de Amarna, comienzos de la dinastí­a 18 (c 1590-c 1380 a.C.). Ahmosis, el rey libertador procedente de Tebas, aparentemente inició una 355 nueva dinastí­a, aunque la lí­nea ancestral de la 17a no se interrumpió. Sus sucesores fueron gobernantes fuertes pero, en forma sorpresiva, durante varias generaciones sólo nacieron niñas a las reinas legí­timas, de modo que un rey tras otro eran personas comunes, que llegaban al trono sólo por su esposa real. Esto sucedió con los primeros 3 Tutmosis, y fue la razón de por qué una mujer, la famosa Hatshepsut, gobernara Egipto durante unos años como “rey”. 178. Templo mortuorio de la reina Hatshepsut, en Deir el-Bahri, en la Tebas oriental. Bajo Amenhotep I, Nubia llegó otra vez a ser parte integral del paí­s del Nilo, y se explotaron las minas de Sinaí­. Tutmosis I (c 1542-c 1524 a.C.) llevó a cabo campañas militares en Palestina y Siria, y llegó hasta el Eufrates. Bajo Hatshepsut (c 1504-c 1486 a.C.) se enviaron caravanas de mercaderes a Punt (tal vez la Somalí­a, en el ífrica oriental) y se desarrolló una gran actividad de construcción. Después del pací­fico pero poderoso reinado de Hatshepsut, Tutmosis III (c 1486-c 1450 a.C.), que ya habí­a sido corregente por varios años, comenzó una serie de campañas militares contra Palestina y Siria, que llevaron a Egipto a su mayor gloria. Creó el imperio más poderoso que haya existido en el 2º milenio a.C.; alcanzaba desde el Eufrates hasta la 6ª catarata del Nilo. Se estableció un gobierno central fuerte y por 1ª vez la nación tuvo un poderoso ejército de profesionales con guarniciones en todo 356 su vasto imperio. Los tesoros del mundo, que se vaciaban en el valle del Nilo, le permitieron a los faraones ocuparse en actividades de construcción de proporciones espectaculares. El mundo nunca vio nada parecido. 6. Perí­odo de Amarna. Parte final de la dinastí­a 18 (c 1380-c 1360 a.C.). El perí­odo de Amarna fue sólo un breve interludio en la historia de Egipto, pero es muy importante e interesante. Algunos acontecimientos que precedieron el perí­odo de Amarna ya se pueden notar a fines del s XV a.C. y comienzos del s XIV a.C., pero la historia no dice nada concreto hasta que Amenhotep IV (c 1381-c 1361 a. C.) sube al escenario de la historia como rey de Egipto. Era un monoteí­sta fanático, adorador exclusivo de Atón, el disco solar. Como la oposición a su revolución religiosa era muy fuerte en su antigua capital -Tebas (donde el politeí­smo, en especial el culto de Amón, estaba poderosamente atrincherado)-, mudó su capital a un lugar nuevo, Akhetatón (Amarna), a mitad de camino entre Tebas y Menfis. El antiguo templo fue cerrado y los sacerdotes desplazados, los dioses anteriores fueron suprimidos y se persiguió a sus adoradores; pero surgió un nuevo templo en Akhetatón. El rey, que cambió su nombre de Amenhotep a lknatón, se dedicó de todo corazón a la interpretación y difusión de la nueva religión y su culto. Sin embargo, no fue lo suficientemente fuerte como para cambiar completamente las arraigadas creencias del populacho, y hacia el fin de su reinado se puede notar un rechazo menos fanático de la antigua religión. Con su muerte, el movimiento se desmoronó. Uno de sus sucesores, Tutankatón (c 1361-c 1353 a.C.), yerno de él, fue obligado a regresar a Tebas. Cambió su nombre a Tutankamón y reabrió los templos antiguos, lo que indicó que se habí­a restaurado el orden anterior y que la revolución de Amarna habí­a muerto. La revolución de Iknatón fue el único intento de introducir el monoteí­smo en Egipto, hasta que apareció el cristianismo, el que triunfó sobre el paganismo unos 16 siglos más tarde. lknatón, más interesado en las reformas religiosas que en la polí­tica y la administración, compuso y entonó himnos a Atón en lugar de escuchar los frenéticos pedidos de ayuda que le hací­an sus súbditos y amigos en el Asia. Por ello, encontramos que toda Siria y la mayor parte de Palestina se escaparon del control egipcio durante esos funestos años, y los reyes que lo siguieron fueron demasiado débiles y estuvieron demasiado ocupados en su paí­s como para detener el desmoronamiento del imperio. 7. Imperio Nuevo, después del perí­odo de Amarna, dinastí­as 18-20 (c 1360-c 1101 a.C.). Después que la revolución de Amarna fracasara, la antigua religión y el anterior estilo de vida fueron rápidamente restaurados, y pronto desapareció todo vestigio de la revolución religiosa. Haremhab (c 1349-c 1322 a.C.), el 1er rey fuerte del perí­odo de la restauración, tení­a las manos demasiado llenas con la recuperación del orden y de la autoridad dentro de las fronteras de Egipto como para iniciar la reconquista de los territorios perdidos en el Asia. Seti I (c 1322-c 1304 a.C.) comenzó a hacer precisamente eso, subyugando varias ciudades fuertes en el valle de Esdraelón, en Palestina, y manteniendo el control de la región costera que las conectaba con Egipto. Dadas las circunstancias, no podí­a hacer más. Su sucesor, Ramsés II, gobernó casi 70 años (c 1304- c 1238 a.C.). Peleó contra los hititas en Cades y luego firmó un tratado que los dejó en posesión de Siria. Llegó a ser mejor conocido en la historia que cualquier otro rey de Egipto, porque su largo reinado le permitió cumplir un extenso programa de edificación. Usurpó muchos edificios de reyes anteriores, los demolió y usó los materiales para sus propios edificios, sobre los cuales puso su nombre como constructor. Durante el reinado de su hijo y sucesor, Merneptah, ocurrió la invasión de los Pueblos del Mar, bárbaros que vení­an del oeste e irrumpieron en los paí­ses civilizados del Oriente. Estos recién llegados ejercieron presión sobre los libios, quienes a su vez penetraron en Egipto forzando a Merneptah a luchar contra sus vecinos occidentales. El Imperio Hitita desapareció bajo las avalanchas de estos Pueblos del Mar, quienes ocuparon toda el Asia Menor. Cuando Ramsés III (c 1196-c 1165 a.C.) ascendió al trono, Egipto tení­a un miedo atroz a esos invasores, pero pudo frenar la marea al derrotarlos y hacerlos retroceder. Algunos restos de ellos permanecieron atrás, como los filisteos, que se establecieron en la costa sudoeste de Palestina. Ramsés III salvó a Egipto del peligro exterior, y también promovió la seguridad interna de su paí­s. Sin embargo, en la parte final de su reinado, comenzó un perí­odo de declinación que se aceleró bajo sus débiles sucesores, de modo que Egipto se convirtió en un paí­s de 2º o 3er nivel. La pérdida de sus posesiones extranjeras y del comercio internacional fue la causa principal de una seria crisis económica. Esta, a su vez, produjo la corrupción en el paí­s, el desorden en el personal militar, huelgas de los empleados gubernamentales, el saqueo de las tumbas reales, y 357 una difundida sensación de falta de seguridad personal y económica. Al mismo tiempo, el poder del sumo sacerdote de Amón crecí­a hasta que los sacerdotes se hicieron cargo del Estado. 8. Gobierno de los sacerdotes-reyes, los libios, los etí­opes y los asirios, dinastí­as 21-25 (c 1101-663 a.C.). Durante la dinastí­a 21ª hubo reyes rivales en Tanis y Tebas; el de Tebas era el sumo sacerdote de Amón. Egipto habí­a llegado a ser tan débil que aún sus embajadores recibí­an un trato humillante en el extranjero. Los reyes de origen libio (dinastí­a 22ª) lograron la unidad una vez más. El 1º de su reyes, Sheshonk I (el bí­blico Sisac; c 950-? a.C.), hizo un ambicioso intento de restaurar el imperio. Sin embargo, su campaña militar en Palestina no tuvo un éxito duradero y no recuperó los territorios perdidos al este de Egipto, aun cuando conquistó Jerusalén y muchas otras fortalezas de Judá e Israel. Los sucesores de Sheshonk fueron débiles, y Egipto siguió siendo la sombra de su antigua situación (fig 476). Después que los reyes libios gobernaran por unos 200 años, los egipcios nativos recuperaron el trono (dinastí­a 24ª), pero lo ocuparon sólo unos pocos años (c 750-c 715 a.C.). Pronto fueron reemplazados por invasores etí­opes de Nubia, quienes, como reyes de la dinastí­a 25ª, gobernaron Egipto por casi 9 décadas (c 715-663 a.C.). Estos faraones etí­opes tuvieron que luchar contra los asirios, quienes habí­an llegado a ser la nación más poderosa de la tierra. Por el 670 a.C., Esar-hadón de Asiria conquistó Egipto e hizo de él una provincia asiria, situación que se mantuvo varios años. Véase Etiopí­a. 9. Reyes saí­tas, dinastí­a 26 (663-525 a.C.). Durante esta dinastí­a, Egipto experimentó un perí­odo de prosperidad razonable. Sus reyes nativos, cuya capital fue SaVs, en el delta occidental, recuperaron para los egipcios algo del antiguo prestigio internacional. Al reinar durante el perí­odo de la declinación asiria, los reyes saí­tas restablecieron una semblanza de gobierno fuerte en Egipto. Se atrevieron a soñar con la reconstrucción de su antiguo imperio en el Asia, y desafiaron al reino neo-babilónico que acababa de emerger como un poder nuevo en la Mesopotamia. Necao, rey de Egipto, no sólo penetró profundamente en el Asia, sino que durante varios años estuvo en posesión de toda Palestina y Siria hasta el Eufrates. Sin embargo, su derrota en Carquemis a manos del prí­ncipe heredero Nabucodonosor de Babilonia (605 a.C.), terminó con las aspiraciones egipcias en el Asia. Desde entonces, los egipcios quedaron confinados en su propio territorio. Una tableta cuneiforme incompleta indica que probablemente sufrieron una invasión babilónica durante el reinado de Amasis. Sin embargo, los gobernantes egipcios nativos permanecieron en el trono durante todo el perí­odo del Imperio Babilónico. 179. Sí­mbolos heráldicos del Alto y del Bajo Egipto -el loto (derecha) y el papiro (izquierda)- en el templo de Karnak. 10. Gobernantes persas y los últimos gobernantes nativos, dinastí­as 27-31 (525-333 a.C.). Cambises, el 2º rey del Imperio Persa conquistó Egipto en el 525 a.C. y la transformó en una satrapí­a persa. Sin embargo, Egipto estuvo otra vez bajo gobernantes nativos desde el tiempo de Darí­o II hasta el reinado de Artajerjes III, perí­odo durante el cual reyes egipcios de 3 dinastí­as (28-30) ocuparon el trono de los faraones. Finalmente, los persas volvieron en el 341 a.C. y acabaron con los gobernantes nativos. Sin embargo, este 2º perí­odo persa, que Manetón cuenta como dinastí­a 31ª, no duró mucho, y terminó con la entrada triunfal de Alejandro en Egipto en el 332 a.C. C. Egipto helení­stico y romano. Con las aplastantes victorias de Alejandro sobre los 358 ejércitos persas, gobernantes helení­sticos tomaron a su cargo las regiones conquistadas, entre las que estaba Egipto, que fue administrado por Tolomeo. Unos 20 años después de la muerte de Alejandro, Tolomeo se proclamó su rey, y sus descendientes reinaron sobre el paí­s por casi 300 años. Se fundó Alejandrí­a como ciudad griega y se helenizaron ciertos sectores del Delta, pero el resto de Egipto continuó con sus antiguas costumbres, con muy pocos cambios. Con la llegada de los romanos, el reino se transformó en una dependencia de la poderosa república del Tí­ber. Después de su conquista por Octaviano (Augusto) en el 30 a.C. (el año siguiente a la batalla de Accio), llegó a ser una provincia romana bajo el gobierno directo del emperador; ésta era la situación de Egipto durante el tiempo de los apóstoles. VI. Religión. Aunque han sobrevivido muchos templos de los antiguos egipcios y se sabe bastante acerca de sus rituales, la verdadera naturaleza de la religión egipcia es todaví­a muy oscura. Se debe distinguir entre las deidades locales, mayormente identificadas con animales (el gato, la rana y el cocodrilo) y las deidades nacionales (Ra y Osiris). Las caracterí­sticas de los dioses y de sus esferas de acción variaban con el paso del tiempo. Osiris fue primero el dios del Nilo, luego el dios de la fertilidad y finalmente el dueño del mundo subterráneo. Ra, el dios sol, fue adorado por muchos siglos en On (Heliópolis), cerca de Menfis; pero en el perí­odo del imperio, cuando Amón (el dios con cabeza de carnero de Tebas) llegó a ser el principal dios de Egipto, Ra se identificó con Amón y recibió el nombre de Amón-Ra. Horus, con cabeza de halcón, era el dios de la reyesí­a, y todo rey se llamó a sí­ mismo Horus. La diosa vaca Hator era la patrona de Sinaí­, de Biblos y de otros lugares. Tot, el escriba de los dioses, que llevaba los registros celestiales, tení­a la cabeza de un ibis; y Anubis, el guí­a de los muertos, una cabeza de chacal. Los egipcios construyeron grandes templos a los dioses, les llevaban sacrificios para que pudieran subsistir, y celebraban fiestas en su honor, durante las cuales se llevaban en procesión sus emblemas. Como se creí­a que todas las fuerzas de la naturaleza, animadas e inanimadas, actuaban bajo la jurisdicción de uno o de varios dioses, los egipcios sentí­an la necesidad de apaciguar a estos dioses para poder gozar de las bendiciones de la existencia; pensaban que la buena vida sólo se podí­a obtener al hacerse amigo de los dioses y manteniendo esa amistad. Los egipcios creí­an en una vida después de la muerte. Sostení­an que si al morir se podí­a pasar un riguroso examen de su vida sobre la tierra (fig 65), continuarí­an la vida terrenal en el mundo subterráneo. Como la preservación del cuerpo era considerada necesaria para el bienestar en esa vida futura, los egipcios embalsamaban a sus muertos (figs 214, 423). Además, pensaban que se necesitaban ofrendas para el bienestar de los muertos; por lo tanto, la gente hací­a provisión durante su vida para la continuidad de estas ofrendas después de su muerte. 180. El Gran vestí­bulo Hypostyle en el templo de Karnak; una piedra en forma de rejilla cierra una ventana (centro arriba). Aunque el AT se refiere con frecuencia a los dioses egipcios, sólo uno de ellos se menciona por nombre: Amón, de Tebas (Jer 46:25). Sin embargo, en los nombres personales o de lugares aparecen muchos de ellos: en Asenat, Potifera, Ramsés, Pitom, Pibeset (Gen 41:45; 46:20; Exo 12:37; 1:11; Eze 30:17), etc. VII. Egipto y el relato bí­blico. Los principales hechos bí­blicos relacionados con Egipto, fechados en armoní­a con la historia del paí­s que se sigue en este Diccionario, con los siguientes: 1. Abrahán encontró refugio en el 359 Reino Medio de Egipto durante el hambre en Palestina (s XIX a.C.). Por ello, el faraón que conoció Abrahán y que lo trató con consideración y respeto (Gen 12:10-20), debió haber sido de la dinastí­a 12ª. 2. José fue vendido como esclavo en Egipto cuando los hicsos estaban en el poder (s XVII a.C.). Esto explica cómo pudo llegar a tener honor y autoridad como visir del paí­s, cuando en cualquier otro momento hubiera sido muy difí­cil que un semita ocupara ese cargo. Mientras estaba en la corte, la familia de Jacob se mudó a Egipto por causa del hambre y se estableció en la región de Gosén (39:1-47:28). 3. Los descendientes de Jacob se multiplicaron hasta ser un grupo formidable. Cuando los egipcios se liberaron de los hicsos esclavizaron a los hebreos, que, con el acompañamiento de milagros, fueron liberados bajo la conducción de Moisés (Exo 1:8-12; 3:10-12; 7-12). Este ocurrió probablemente bajo el rey Amenhotep II (1445 a. C.). 4. Merneptah, el hijo y sucesor de Ramsés II, menciona en una inscripción sobre la famosa estela de Israel que él derrotó a Israel, y por el contexto parece que este encuentro ocurrió en Palestina (fig 268). Este acontecimiento, a fines del s XIII a.C., durante el perí­odo de los jueces, no está registrado en la Biblia. 5. Salomón se casó con una hija de uno de los últimos reyes de la dinastí­a 21ª (1 R, 3:1). Uno de sus oficiales, Jeroboam, se rebeló contra él y encontró refugio en la corte de Sheshonk I (Sisac; 11:40). Este Sheshonk invadió Judá e Israel poco después de la muerte de Salomón y conquistó Jerusalén (1Ki 14:25, 26; 2Ch 12:2-5; fig 476). 6. Ezequí­as desafió a los asirios al confiar en parte en la fortaleza y ayuda de los reyes etí­opes de Egipto (2Ki 18:19-21). Taharka (el bí­blico Tirhaca fig 193) se menciona como habiendo hecho el intento de rescatar a Ezequí­as (19:9), pero nada se sabe acerca del éxito del intento. 7. Durante los últimos años del reino de Judá, Egipto desempeñó un papel mayor en la historia de la nación hebrea que el que habí­a tenido en muchos años. El rey Josí­as, probablemente atado por un acuerdo con los babilonios, intentó bloquear el paso del faraón Necao que iba hacia el norte contra aquéllos, y en la batalla de Meguido perdió su vida (2Ki 23: 29, 30; 2Ch 35: 20-24). Su hijo y sucesor, Joacaz, fue depuesto por Necao después de un breve reinado de 3 meses y llevado a Egipto como prisionero (2Ki 23:31-33; 2Ch 36:1-3). Joacim fue puesto por él como rey vasallo y siguió así­ hasta que Nabucodonosor acabó con la supremací­a egipcia en Palestina (2Ki 23:34, 35; 2Ch 36:4-6). Sin embargo, quedó entre los hebreos un grupo por egipcio, y fue la confianza en el poder de Egipto la que impulsó a Joacim y luego a Sedecí­as a rebelarse contra el rey de Babilonia. Durante el último sitio de Jerusalén el faraón Apries (el bí­blico Hofra) hizo un fracasado intento de llevar alivio a la ciudad sitiada, pero solo fue un breve respiro para ella (Jer 37:5-7). Muchos judí­os que habí­an escapado de la destrucción de Jerusalén por los babilonios, más tarde fueron a Egipto (Jer_42-44) formaron el núcleo de sólidas comunidades hebreas en tiempos posteriores. 8. José, siguiendo instrucciones divinas, huyó a Egipto con su esposa Marí­a y el niño Jesús para escapar de la ira de Herodes el Grande. Permanecieron allí­ hasta después de la muerte del rey, ocurrida en la primavera del 4 a.C. (Mat 2:13-15). Véase Cronologí­a IX (tablas). Bib.: A. Gardiner, Egypt of the Pharaohs [El Egipto de los faraones] (Oxford, 1961); H. Kees, Ancient Egypt: A Cultural Topography [El antiguo Egipto: una topografí­a cultural] (Londres, 1961); J. A. Wilson, The Burden of Egypt [La carga de Egipto] (Chicago, 1951); J. Cerny, Ancient Egyptian Religion [La religión egipcia antigua] (Londres, 1952); G. Steindorff y K. C. Seele, When Egypt Ruled de East [Cuando Egipto dominó el Oriente] (Chicago, 1957); P. Montet, Egypt and the Bible [Egipto y la Biblia] (Filadelfia, 1968). Egipto, Mar de. Véase Mar Rojo.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

región al nororiente del continente africano y el occidente de Asia. A través de las distintas etapas de su historia los lí­mites de E. han variado constantemente, debido a lo cual, por lo general, E. se identifica con la cuenca del rí­o Nilo, su más importante arteria fluvial, y las extensiones áridas al este y oeste hacia el mar Rojo, y al oeste hacia Libia, y al norte, lí­mite con el mar Mediterráneo. El Nilo ha sido siempre el centro de toda la actividad de los egipcios, posibilitó los primeros asentamientos humanos en esta región, a ambos lados del valle del Nilo, el Alto Egipto, y en el delta, el Bajo Egipto, pues las inundaciones periódicas del Nilo hacen de E. una franja ferilí­sima rodeada por el desierto, por lo que la agricultura ha sido la principal ocupación de sus habitantes y la base de su economí­a. En la antigüedad E. era gran productor de cereales, de uvas en los oasis y de papiro en las regiones pantanosas, producto éste que influyó notablemente en su cultura, como soporte de la escritura. En esta región se desarrolló, desde el IV milenio a. C., una de las civilizaciones más importantes de la antigüedad, cuyos orí­genes son difí­ciles de establecer. Los estudios de la misma se basan en los abundantes y ricos yacimientos arqueológicos, en el descubrimiento de ruinas, templos, monumentos funerarios, en las inscripciones geroglí­ficas; para la época dinástica, se cuenta con un documento importante, el Aegiptiaca, de Manetón, sacerdote del siglo III a. C., que contiene la lista de los soberanos, que comprende treinta dinastí­as y abarca desde la primera hasta la de los tolomeos, época en que vivió el sacerdote. La historia de E. se divide en época predinástica y en los imperios Antiguo, Medio y Nuevo. En la edad del cobre, ca. 4000 a. C., comienza la unidad de E. en un reino, la monarquí­a faraónica, inicios del Imperio Antiguo. El faraón era considerado una representación de los dioses, lo que propició la centralización rí­gida del sistema económico agrí­cola, basado en la explotación del trabajo de los súbditos campesinos.

La historia egipcia comprende aproximadamente cinco mil años cuya primera dinastí­a real de Tinis data ca. 3000 a. C., fundada por Nermer, llamado Menes por los griegos, que unifica el Alto y el Bajo Egipto. El Imperio Antiguo, 2755-2255 a. C., abarca de la III a la VI dinastí­a, cuya capital era Menfis, al norte; la IV fue la de mayor esplendor, en su tiempo se levantaron las pirámides. Este terminó con la fragmentación de E., que dio origen al Imperio Medio, a comienzos del segundo milenio a. C., con capital en Tebas. Hacia el siglo XVIII a. C., los hicsos, †œgobernantes extranjeros†, en egipcio, invadieron E. Este pueblo de origen semita se apoderó de Menfis y sometió a tributo al resto del paí­s, y fundaron las dinastí­as XV y XVI. Los hicsos reinaron desde su capital, en Avaris, este del delta, que les posibilitaba el control sobre las zonas media y alta del paí­s. Junto a la dinastí­a hicsa, existió la XVI de la nobleza antigua egipcia, que reinó en la parte central, lo mismo que la XVII tebana en el sur, entre Elefantina y Abidos. Los hicsos introdujeron en E. el caballo y los carros de guerra. El dominio de los hicsos en E. corresponde a la época de los patriarcas bí­blicos. Abraham estuvo en E., a causa de una hambruna en su paí­s, Gn 12, 10-20. Isaac también fue a E., por la misma circunstancia, Gn 26, 2. En esta época, sucedió la venta de José por sus hermanos, quien fue vendido luego en E. a Putifar, eunuco del faraón, donde tuvo un cargo en la corte e hizo una reforma agraria que definió la estructura social de E., de suerte que la tierra y las personas pertenecí­an al faraón; igualmente, el traslado de Jacob y su familia, quienes vivieron y prosperaron en esas tierras, Gn 47, 13-26. El tebano Kamosis, 15761570 a. C., luchó contra los hicsos, y su hermano y sucesor, Amosis I, 1570-1546 a. C., fundador de la XVIII dinastí­a, primera del Imperio Nuevo, los derrotó y los expulsó definitivamente. Este hecho histórico significó el comienzo de la opresión de los israelitas que viví­an en E.

Bajo el faraón Ramsés II Ex 1, 11, se dio la esclavitud, y bajo su hijo Mernephtah, el éxodo de Israel, hacia el siglo XIII a. C. En 1895, en Tebas, se encontró una estela de este último soberano, donde por primera vez en la historia se encuentra escrito el nombre de Israel, y dice: †œDevastado quedó Israel, sin descendencia alguna†. E., a través de las Escrituras es sí­mbolo repetido de opresión y constantemente se alude a la salida de ese paí­s gracias al brazo poderoso de Yahvéh.

El rey Salomón emparentó con la familia real de E. tomó por mujer a una hija del faraón, tal vez, Psusenas II, de la dinastí­a XXI, 1 R 3, 1; 7, 8; 9, 16 y 24. En el reinado de Roboam, hijo de Salomón, 931-913 a. C., el faraón Sosaq, primero de la dinastí­a XXII, invadió Judá, 1 R 14, 25; 2 Cro, 12, 1-9. Después se estableció en el trono egipcio una dinastí­a etí­ope, la XXV, época en que Senaquerib, rey de Asiria atacó a Israel, siendo rey de Judá Ezequí­as, donde el texto sagrado menciona a Tirhacá, rey egipcio, que atacó a los asirios, 2 R 19, 9, sin embargo éstos lograron invadir, después, a E. y llegaron hasta Menfis. El faraón Necao, en la Biblia, Nekó , de la dinastí­a XVI, se unió al último rey de Asiria ya en decadencia, 609 a. C., y Josí­as, rey de Judá, queriendo sacar partido de esta situación de los asirios, enfrentó al faraón, quien lo mató en Meguidó, 2 R 23, 29; 2 Cro 35, 19-22. Posteriormente, Necao hizo prisionero a Joacaz, sucesor de Josí­as, y lo llevó a E., y puso como rey a Elyaquim, a quien le cambió el nombre por el de Yoyaquim, 2 R 23, 3324; 2 Cro 36, 3-4. E. cayó, a fines del siglo VI a. C., en manos del soberano persa Cambises II. En el año 332 a. C., Alejandro Magno invadió E., y puso al frente de este paí­s al general macedonio Tolomeo, quien fundó la ciudad de Alejandrí­a, en honor de Alejandro, donde prosperó una colonia judí­a, antes del 100 d. C., se hizo allí­ la versión bí­blica Septuaginta. A la muerte de Alejandro, el general macedonio fue Tolomeo I Sóter, con lo que fundó la dinastí­a tolomea, o lágida, 305 a.C., con capital Alejandrí­a, perí­odo llamado helení­stico. Bajo Tolomeo VI Filométor, E. quedó najo la protección del seléucida Antí­oco IV, 169 a.C., cuando comenzó Roma a intervenir que hizo que este rey le entregara E., hasta el fin de la dinastí­a tolomea con Cleopatra VII, 51-30 a. C.

En el N. T. encontramos que José, Marí­a y el niño huyeron de Herodes, hacia E., según el oráculo del profeta, Os 11, 1; Mt 2, 13-15; desde donde volvieron a Israel, tras la muerte de Herodes, Mt 2, 19-21. El dí­a de Pentecostés, habí­a gente de E. presente, Hch 2, 10.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Para los israelitas, Egipto era Mizraim (heb., mitsrayim). Dice Hecateo, citado por Herodoto: †œEgipto es el don del Nilo.† Debido a la ausencia casi total de lluvia, el desborde anual del Nilo era de gran importancia para la tierra, porque regaba el suelo y le daba nuevos aluviones y algo de fertilizante orgánico. Se utilizaban sus aguas para beber (Exo 7:18, Exo 7:21, Exo 7:24; Psa 78:44), para bañarse (Exo 2:5) y para la irrigación (Deu 11:10). Era el canal principal de comercio y transporte.

La conciencia de la dependencia de la tierra y del pueblo de los recursos del Nilo llevó a la deificación del rí­o, el más largo del mundo, de 6.667 km. de largo.

La división de la tierra en Alto Egipto y Bajo Egipto es anterior a la unión de la nación. El Bajo Egipto incluí­a el delta y una corta sección del valle hacia el sur; el resto del valle hasta Asuán era el Alto Egipto. La tierra estaba protegida por fronteras naturales hacia el sur, el oeste y el este. En la frontera noreste, frente a Asia, los egipcios hicieron uso temprano de fortalezas y demás puntos de control para evitar la invasión desde esa dirección. Con tal protección, el paí­s estaba libre para desarrollar su cultura en una tranquilidad relativa, manteniendo al mismo tiempo un intercambio libre de bienes e ideas con otros pueblos.

En general, se puede describir a la religión como un politeí­smo complejo, con muchas deidades locales de diversos grados de importancia. Algunas de las divinidades más importantes eran: Osiris e Isis, Ra (Re) y Horus, dioses del sol, Set y Amón Ra. Habí­a una preocupación con la muerte. La influencia de la religión egipcia en la práctica religiosa israelita fue mayormente negativa.

Egipto fue el †œhorno de hierro de la aflición† durante la esclavitud, pero los israelitas quedaron tan impactados con el poder del reino faraónico que habí­a elementos de Judá que miraban hacia Egipto por ayuda aun cuando estaba dominado por Asiria (comparar 2Ki 18:21; Isa 36:6). Un aliado no fiable, Egipto también fue santuario para algunos de los enemigos individuales de Israel. Desde Egipto salieron también algunos de los peores motivos de apostasí­a en Israel. Era una cornucopia abundante del Cercano Oriente y durante siglos fue la primera potencia mundial.

Egipto aparece temprano en las referencias bí­blicas, ya que Mizraim (Egipto) es hijo de Cam (Gen 10:6). Abram permaneció en Egipto durante una época de hambre. Las relaciones egipcio-bí­blicas más estrechas pueden verse en la narración de José y el relato de la vida israelita en Egipto hasta la época de su éxodo (Génesis 37, 39—50; éxodo 1—15).

Cuando el remanente asirio estaba realizando su última defensa y Egipto marchó para ayudarle en contra de los babilonios destructores, Josí­as de Judá hizo un esfuerzo fatal por detener a las fuerzas egipcias en Meguido (2Ki 23:29-30; 2Ch 35:20-27). Después de la caí­da de Jerusalén en el 586 a. de C. y el asesinato subsecuente de Gedalí­as, el pueblo de Judá nuevamente miró hacia Egipto como un lugar de refugio a pesar de la advertencia del profeta. Allí­ fueron desparramados, con un grupo que llegó hasta Elefantina en el sur, manteniendo un templo y una correspondencia con Palestina, como lo revelan los papiros arameos hallados en Elefantina.

La mayorí­a de las referencias a Egipto en el NT tienen que ver con el pasado de Israel. José recibió indicación divina para llevar al niño Jesús y a Marí­a a Egipto para escapar la ira de Herodes (Mat 2:13-15; ver Exo 4:22; Hos 11:1). Egipto muchas veces fue un lugar de refugio o un medio para sustentar la vida. Tiene la predicción bí­blica de un futuro maravilloso (Isa 19:24-25; compararIsa 19:18-23).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

I. Nombre. El nombre Egipto se deriva probablemente del nombre de Menfis, Hi-ku-Ptah, †œla casa del espí­ritu de Ptah†, a través de la forma griega Aigyptos. Los antiguos egipcios tení­an varios nombres para su paí­s, tales como Kemi †œtierra negra†, y †œlas dos tierras† (el Alto y el Bajo Egipto). El nombre arábigo moderno para Egipto Misr, está relacionado con el hebreo Misrayim, una forma doble probablemente para referirse al alto y al bajo Egipto. Desde febrero de 1958, el nombre oficial del paí­s ha sido al-Jumhuriyah al-†˜Arabiyah al-Muttahidah, †œla República Arabe Unida†.
II. Geografia. El Egipto moderno es aproximadamente un rectángulo ubicado en la esquina nororiental del Africa. Limita al sur con el Sudán, al oriente con el mar Rojo y Palestina, al norte con el Mediterráneo y al oeste con Libia.
†œEgipto†, escribió Herodoto en el siglo V a. de J.C. , †œes el don del Nilo†. Noventa y nueve por ciento de la población vive en el 4 por ciento del área que puede ser irrigada con las aguas del Nilo y el resto es desierto, con la excepción de unos cuantos oasis. El promedio de lluvia en El Cairo es ca. 2 cms. , y en Asuán prácticamente ninguna. La sequedad de Egipto ha ayudado a preservar muchos monumentos antiguos, especialmente papiro, madera y momias, los que hubieran perecido en un clima más húmedo. El desbordamiento anual del Nilo durante el verano ha depositado suelo fértil y también ha liberado a miles de obreros para proyectos gigantescos como las pirámides, los templos y las tumbas reales. El Nilo también ha servido como una ví­a de comunicación para el transporte de bienes y de personas.
La diferencia entre el valle estrecho del Nilo y su amplio Delta ha dividido el área habitable en dos regiones geográfica y polí­ticamente distintas. En el Alto Egipto desde Asuán hasta El Cairo el promedio del valle es de unos 19 kms. de ancho entre las colinas del desierto. Aproximadamente a 20 kms. al norte de El Cairo, el Nilo se divide en dos ramas principales, de las cuales muchos de sus canales de agua irrigan el Delta plano, el cual alcanza una anchura de aproximadamente 240 kms.
Algunos de los productos de Egipto son mencionados en la Biblia. Las colinas de arenisca y piedra caliza de cada lado del Nilo suministraron piedra para las pirámides y los templos. El granito de Asuán se usó para los obeliscos, las estatuas y los sarcófagos. Del alabastro de Bani Suwayf se elaboraron jarrones para perfume (Mt. 26:7). El cobre del Sinaí­ suministró herramientas y armas durante el perí­odo del imperio egipcio, la última edad del bronce. Oro (Gn. 41:42) de los desiertos orientales, turquesa y el lapizlázuli del Sinaí­ se utilizaron para joyas. El trigo era generalmente abundante y en parte era comprado por los extranjeros desde el tiempo de Abraham (Gn. 12:10) hasta el de Pablo (Hch. 27:6, 38). Otros alimentos vegetales tales como pepinos, melones, puerros y cebollas (Nm. 11:5). El pescado era también un ingrediente importante de la dieta como lo ilustra la Biblia (Nm. 11:5; Is. 19:8) y los monumentos. El ganado (Gn. 41:2) se menciona o se representa en los registros más antiguos. Los caballos (Ex. 14:9) no se introdujeron sino hasta el perí­odo de los hiksos. La principal bestia de carga era el asno (Gn. 45:23). A lo largo del Nilo y de los canales creció el junco de papiro, el cual, abierto y prensado, sirvió para hacer el papel más antiguo (2 Jn. 12). El material más común para el vestido era el lino (Gn. 41:42; Is. 19:9), y se han encontrado piezas fubas de lino en las tumbas.
Las ciudades y distritos de Egipto mencionados en la Biblia incluyen: Baal-zefón (Ex. 14:2), tal vez cerca de Tell Defeneh, el bí­blico *Tafnes; Gosén (Gn. 47:6, 27) un distrito en la parte oriental del Delta; Hanes (Is. 30:4), tal vez el clásico Heracleópolis Magna, la moderna Ihnasiyah al Madinah; Migdol (Ex. 14:2), cerca del mar Rojo; No (Jer. 46:25) o No-Amon (Nah. 3:8), la *Tebas griega, capital del Alto Egipto y centro de adorción de Amón, la moderna Luxor; *Menfis (Is. 19:13; Os. 9:6) capital del antiguo imperio, la moderna Mit Rahneh; On (Gn. 41:45) o Aven (Ez. 30:17), o Betsemes, †œcasa del sol† Jer. 43:13), la griega *Heliópolis, centro de adoración de Re†™, el dios sol, la moderna alMatariyah; Patros (Is. 11:11), del egipcio p†™-t†™rsy, el territorio sur, el Alto Egipto; Pibeset (Ez. 30:17), la moderna Tell Basta en la parte oriental del Delta; Pi-hahirot (Ex. 14:2), cerca del mar Rojo; Pitón (Ex. 1:11), se ha propuesto identificarlo ya sea con Tell al-Maskhutah o Tall al-Ratabah en el Wadi Tumilat; Ramesés (Ex. 1:11), tal vez la moderna Qantir o San al-Hajar, ambas en la parte noreste del Delta; Sin (Ez. 30:15, 16), el clásico Pelusim, el moderno Tell al-Farama, aproximadamente veintiocho kilómetros al oriente del canal de Suez; Sucot (Ex. 12:37), tal vez la moderna Tell al-Mashkutah en el Wadi Tumilat; Sevene (Ez. 29:10),la moderna Asuán; *Tapnes (Jer. 43:7) o Tafnes (Ez. 30:18), la moderna Tell Defe en la parte nororiental del Delta; Zoán (Nm. 13:22), la griega Avaris o Tanis, la moderna San-al-Hajar en la parte nororiental del Delta.
III. Historia.
A. El Egipto prehistórico. Varias culturas prehistóricas se desarrollaron en Egipto desde ca. 5000 a. de J.C. , hasta el comienzo de le primera dinastí­a, ca. 3200 a. de J.C. Los centros de estas culturas predinásticas han sido hallados en al-Fayyum, Marindah Bani Salamah, Dair Tasa, al-†˜Umari cerca de Hilwan, al-Badari, al-†˜Amrah (cultra amratia, Jarzah (cultura gerzea), y al-Ma†™adi. Estos sitios muestran avances en la hechura de utensilios y la cerámica.
La escritura egipcia se desarrolló durante el perí­odo predinástico. La escritura jeroglí­fica consistí­a de cuadros usados primero para representar objetos o acciones, y lyego para representar sí­labas y finalmente para representar un sólo sonido como un alfabeto. Estas tres etapas de la escritura jeroglí­fica continuaron juntas por tres siglos. En 1905 W. M. Flinders Petrie descubrió en *Sarabit el-Khadem algunas inscripiciones semí­ticas que usaban signos prestados de los jeroglí­ficos egipcios. Este alfabeto sinaí­tico es un eslabón entre los jeroglí­ficos egipcios y nuestros alfabetos modernos.
Durante este perí­odo los egipcios idearon un calendario solar. Este calendario fue más tarde estandarizado durante el reinado de Djoser de la tercera dinastí­a, tal vez por su famoso canciller, Imhotep.
B. El primer perí­odo dinástico, ca. 3200–2780 a. de J.C. Un sacerdote egipcio, *Manetho, ca. 280 a. de J.C. , compiló una historia formal de Egipto, extractos de la cual han sido preservados por Josefo, Julio el Africano, Eusebio y otros. Manetho agrupó los reyes del Antiguo Egipto en 30 familias o dinastí­s hasta la conquista de Alejandro en el 332 a. de J.C.
El primer perí­odo dinástico comprende las dinastí­as I y II. Se han encontrado materiales de este perí­odo en las tumbas de Saqqara, Naqadah, Menfis, Hilwan y al-Fayyum y en el cercado del antiguo templo en Abidos.
El primer rey de la primera dinastí­a, Menes o Narmer, Unió el Alto y el Baho Egipto bajo un gobierno central totalmente organizado. Los registros escritos eran cuidadosamente guardados; se hizo un inventario meticuloso de los abastecimientos del gobierno y eran tomados un censo de la poblición y una evalución de la propiedad nacional cada dos años para exigir tributos. Las festividades religiosas se celebraron a intervalos designados.
C. El antiguo reino ( ca. 2780–2280 a. de J.C. ). Este perí­odo comprende las dinastí­s III, IV V y VI, de la lista de Manetho, y la capital era Menfis. Djoser ( ca. 2780–2761 a. de J.C. ), fundador de la tercera dinastí­a, es bien conocido por su pirámide escalonada y el templo mortuorio de Saqqara. Estos fueron diseñados por su médico, arquitecto y canciller, Imhotep.
La cuarta dinastí­a ( ca. 2680–2560 a. de J.C. ) es uno de los grandes puntos de la historia egipcia. Los anales del primer rey, Snefru, se conservan en parte en la Piedra de Palermo. El construyó dos pirámides en Dahshur.
Tres reyes de la cuarta dinastí­a, Khufu, Khafre y Menkaure, conocidos en griego como Queops, Quefrén y Micerino, construyeron tres grandes pirámides mortuorias en Gizeh, a 13 kms. al suroeste de El Cario. La pirámide de *Khufu, o la gran pirámide, es el edificio más grande que jamás se haya construido por el hombre. Cubre un área de 5 ha. , su altura original era de 147 mts. y está compuesta por alrededor de 2.300.000 grandes bloques de piedra caliza, cada uno con un peso ca. 2½ toneladas. Las cuarto caras de esta pirámide están muy certeramente dirigidas hacia los 4 puntos cardinales. Hacia el suroeste de la pirámide de Khufu, su hijo, Khafre, construyó una pirámide más puntiaguda y ligeramente más pequeña que la de su padre. Hacia el oeste de su pirámide y junto a su templo mortuorio Khafre hizo labrar la gran esfinge de piedra caliza sólida, con la forma de su propia cabeza y el cuerpo de un león recostado. Algunos piensan que Job 3:14 se refiere a las pirámides egipcias.
Durante la sexta dinastí­a el poder egipcio se expandió hasta Nubia y el comercio egipcio aumentó con los paí­ses de Africa del sur y con los territorios orientales del Mediterráneo hacia el norte.
D. Primer perí­odo intermedio ( ca. 2280–2052 a. de J.C. ). Durante las séptima y décima dinastí­as reyes menores gobernaron en Menfis, Tebas o Heracleópolis.
E. El imperio medio ( ca. 2134–1178 a. de J.C. ) Mentu-hoptep I ( ca. 2079–2061 a. de J.C. ) reunió los dos territorios y preparó el camino para el imperio medio, que incluí­a las dinastí­as once y doce.
Durante la décimosegunda dinastí­a ca. 1991–1778 a. de J.C. ) se explotaron nuevas y más grandes minas de cobre en Sarabit el-Khadem en el Sinaí­. Senusert III hizo un pillaje en Palestina hasta Siquem. La tumba de Khunmhotep, un noble de la décimosegunda dinastí­a, en *Beni Hasan tiene una pintura de algunos asiáticos que entran en Egipto para conseguir alimentos. Fue probablemente durante este perí­odo que Abraham visitó Egipto con el mismo propósito (Gn. 12:15–20).
F. Segundo perí­odo intermedio ( ca. 1778–1567 a. de J.C. ) Este segundo perí­odo de deterioración comprende las dinastí­as trece a diecisiete. Los hiksos, que significa †œreyes pastores† o †œgobernadores de paí­ses extranjeros†, conquistraon Egipto ( ca. 1675–1567). Estos parecen haber sido principalmente semitas que invadieron Egipto desde Asia, trajeron caballos, carros y nuevas armas. Tal vez José se elevó al poder (Gn. 41:14–45) durante este perí­odo de dominación foránea. Gosén, donde Jacob y su familia se se radicaron (Gn. 47:27), estaba cerca de Avaris, la capital de los hiksos en el Delta.
G. El nuevo imperio ( ca. 1567–1085 a. de J.C. ). Este perí­odo comprendió las dinastí­as dieciocho, diecinueve y veinte. Ahmose I ( ca. 1570–1546 a. de J.C. ) un prí­ncipe tebano, primer rey de la décimoctava dinastí­a, sacó a los hiksos de Egipto. Se ha señalado que él pudo haber sido el †œnuevo rey sobre Egipto que no conocí­a a Jos醝 (Ex. 1:8). Al perseguir a los hiksos sitió Sharuhen en el suroeste de Palestina. Thutmose I ( ca. 1526–1508 a. de J.C. ) hizo campaña en Siria hasta alcanzar el alto Eufrates. Thutmose II murió dejando un hijo pequeño, Thutmose III ( ca. 1490–1436 a. de J.C. ). A causa de juventud de este último, Hatshepsut, la viuda real, asumió el poder. Alrededor del 1469 a. de J.C. , su gobierno y su vida terminaron y Thutmose III obtuvo el mando absoluto. El hizo campañas con buen éxito en Palestina, Siria, el territorio heteo y el territorio mitano. Estas conquistas iniciaron la edad de oro del Antiguo Egipto. De acuerdo con la fecha del éxodo en el siglo XV, Thutmose III hubiera sido el faraón de quien Moisés huyó (Ex. 2:15). El fue sucedido por Amenhotep II ( ca. 1436–1411) quien reanudó las campañas de su padre en Palestina y Siria. De acuerdo con Manetho, el faraón del éxodo era Amenofis, la forma griega de Amenhotep. Tomando 2 R. 6:1 (el éxodo 480 años antes del templo de Salomón) y Jueces 11:26 (la conquista 300 años antes de Jefté) en su significado literal serí­a poner el éxodo en la mitad del siglo XV, alrededor del tiempo de Amenhotep II. Su estela descubierta en Menfis en 1943 se refiere a la captura de 3.600 apirus durante una campaña en Palestina. Algunos creen quo esto indica que el éxodo ya habí­a tenido lugar, pero el nombre apiru, aunque relacionado con los †œhebreos†, tiene una referencia mucho más amplia.
Después de Thutmose IV y Amenhotep III, el hijo de este último, Amenhotep IV ( ca. 1370–1353 a. de J.C. ), ascendió al trono. El abandonó Tebas y construyó una nueva capital, la que llamó Akhet-Aten, la moderna Tell el-Amarna en el Egipto medio. El y su bella esposa, Nefertiti, iniciaron una revolución religiosa. El adoptó la adoración a Aton, un dios de Heliópolis, descartó aquella de Amón de Tebas y cambió su nombre a Akhenatón. Naturalmente, se levantó una contienda entre los sacerdotes de Akhenatón y los de Amón en Tebas. Mientras él se encargaba de las reformas religiosas, las posesiones del imperio en Palestina y Siria se le fueron de sus manos. La muerte de Akhenatón fue un golpe fatal para la reforma religiosa.
La correspondencia internacional de Amenhotep III y de su hijo, Amenhotep IV, o Akhenatón, fue descubierta en 1887 en Tell el-Amarna. Estos archivos fueron en forma de tabletas de arcilla cocidas, escritas la mayor parte en acadio cuneiforme. Estas tabletas mencionan los habiru que estaban causando problemas en Palestina y Siria, y los cuales estaban relacionados en nombre probablemente con los hebreos. Algunos asocian las actividades rebeldes de los habirus con la conquista hebrea de Palestina y sostienen que el siglo XV fue la fecha del éxodo. Sin embargo, los habirus fueron activos en una área mucho más amplia que la de los hebreos.
El segundo sucesor de Akhenatón, su yerno Tut-†˜ankh-Aton, fue obligado a abandonar el atonismo. El cambió su nombre a Tut†˜ankh-Amun, †œbello en vida es Amón†. El también fue forzado a abandonar la residencia real en Akehet-Aton y a restaurar la corte de Tebas. Su tumba, llena de un magní­fico mobiliario mortuorio, fue descubierta por Howard Carter en 1922.
El poder militar de Egipto fue restaurado por dos generales que llegaron a ser faraones, Haremhab, el último rey de la décimoctava dinastí­a y Ramesés I, el primero de la dinastí­a décimonovena. Seti I llevó a cabo campañas en Palestina y Siria. Erigió un templo y una estela triunfal en Bet-sán, en la cual hace mención de los apiru. El derrotó la rebelión de los prí­ncipes de Galilea. En una campaña contra los heteos forzó a su rey, Mursilis II, a hacer la paz.
Ramesés II ( ca. 1290–1223 a. de J.C. ) peleó una batalla cerca de Cades contra los heteos y sus confederados y los hizo huir hasta el Orontes. Finalmente, en el 21vo. año de su reinado la guerra entre los heteos y los egipcios terminó con un tratado de paz entre Ramesés II y Hattusilis, rey de los heteos. De acuerdo con este tratado, Palestina y el sur de Siria permanecerí­an bajo el control de Egipto. Algunos creen que este gran constructor es el faraón para quien los hebreos construyeron la ciudad que lleva en su honor el nombre Ramesés (Ex. 1:11). En sus registros él menciona haber usado esclavos apirus en sus proyectos de construcción. En base a la fecha de destrucción de las ciudades de Palestina algunos quieren colocar el éxodo en su reinado ocurrido durante la primera parte del siglo XIII.
Otros creen que el faraón del éxodo fue Merneptah ( ca. 1223–1211 a. de J.C. ) el hijo de Ramesés II. Esta identificación, así­ como la de Amenhotep II mencionada antes, está de acuerdo con Exodo 2:23, la cual indica que el faraón que deseaba matar a Moisés y quien precedió al faraón del éxodo murió después que Moisés habí­a estado en el desierto por casi cuarenta años. Las victorias de Merneptah en Palestina son conmemoradas en una estela conservada en el Museo Egipcio de El Cairo. Esta estela tiene la única mención directa de los hijos de Israel de cualquier inscripción egipcia: †œIsrael yace en ruinas; su semilla ha dejado de ser.† El éxodo debió tener lugar antes de la fecha de esta estela, ca. en 1220 a. de J.C.
Ramesés III ( ca. 1192–1160 a. de J.C. ) de la vigésima dinastí­a registró sobre las paredes de su templo en Medinat Habu su repudio de los pueblos migratorios marí­timos del norte, entre los cuales estaban los pelesti, los filisteos bí­blicos. Los filisteos fueron capaces de establecerse en algunas ciudades de la llanura costera de Palestina, tales como Gaza, Askalón, Asdod, Ecrón y Gat.
H. El último perí­odo dinástico ( ca. 1085–332 a. de J.C. ) Este perí­odo incluye las dinastí­as vigé simoprimera hasta la trigésima y termina con la conquista de Egipto por Alejandro el Grande. Fue in iciada por Herihor, el sumo sacerdote de Amón, quien estableció un control eclesiástico que duró más de 400 años (1085–670 a. de J.C. ), un perí­odo de decadencia general. Durante la vigésimo-primera dinastí­a (1085–945 a. de J.C. ) la capital estaba en Tanis. El faraón que recibió a Hadad de Edom (1 R. 11:18) fue o Amenenope o Siamun de esta dinastí­a. El faraón que dio su hija en matrimonio a Salomón (1 R. 3:1) fue o Siamun o Psusennes II de la misma dinastí­a. La tumba de este último y el féretro de plata han sido descubiertos en Tanis.
Los faraones de la vigésimosegunda dinastí­a eran de origen libio y su capital fue Bubastis. Sisac, quien dio asilo al rebelde Jeroboam en tiempos de Salomón (1 R. 11:40) fue Sheshonq ( ca. 945–924 a. de J.C. ) primer rey de la dinastí­a. Más tarde él invadió Palestina y tomó el tesoro de Jerusalén en la época de Roboam (1 R. 14:25, 26; 2 Cr. 12:2–9). Un relieve en el exterior de la pared del sur del templo de Amón en Karnak representa esta campaña y hace una lista de las ciudades de Palestina capturadas. Zera, el etí­ope, que invadió Judá y fue derrotado por Asa (2 Cr. 14:9–15; 16:8), fue probablemente un general de Osorkón I (924–895 a. de J.C. ). Durante las dinastí­as vigésimosegunda, vigésimotercera y vigésimocuarta, los etí­opes establecieron un reino independiente con su capital en Napata y empezaron a presionar sobre Egipto. So de Egipto a quien Oseas de Israel envió embajadores (2 R. 17:4) puede haber sido Osorkon IV (727–716 a. de J.C. ) de la vigésimotercera dinastí­a o el visir de Egipto en Sais, una capital en el Delta ( BASOR , 171, oct. 1963, págs. 64–66).
Los etí­opes finalmente ganaron control de todo Egipto y establecieron la vigésimoquinta dinastí­a (712–663 a. de J.C. ). Durante este tiempo Asiria era una potencia en expansión en el Cercano Oriente. Los sitiadores asirios de Jerusalén advirtieron a Ezequí­as del peligro de confiar en Tirhaca (2 R. 19:8–13), el egipcio Taharqa, quien entonces era probablemente un general que más tarde llegó a ser un faraón de la vigésimoquinta dinastí­a o dinastí­a etí­ope. Los asirios derrotaron a Taharqa varias veces y finalmente saquearon Tebas en el 663 a. de J.C. (Nah. 3:8–10).
Bajo la dinastí­a vigésimosexta (663–525 a. de J.C. ) cuya capital era Sais, hubo un surgimiento del poder egipcio y del arte y literatura arcaicos. Necao II (610–595 a. de J.C. ) marchó a través de Palestina y trató de ayudar a Asiria en contra de la emergente Babilonia. Josí­as de Judá se le opuso en Meguido y fue derrotado y muerto (2 R. 23:29, 30). El faraón Necao removió a Joacaz, el sucesor de Josí­as, y puso a Joacim en el trono de Judá, demandando tributo de él (2 R. 23:33–35). Una carta aramea enviada por un rey de una ciudad palestina y que fue encontrada en Saqqara en 1942, informa a Necao de los avances babilónicos al sur de Palestina los que son también descritos en 2 R. 24:1–17 y 2 Cr. 36:6–10. El faraón Hofra, llamado Apries en griego, (589–570 a. de J.C. ) vino en ayuda de Zedequí­as quien estaba sitiado en Jerusalén por los babilonios (Ez. 17:11–21; Jer. 37:5). Nabucodonosor suspendió el sitio temporalmente y rechazó a Hofra (Jer. 37:7–11). Hofra fue finalmente muerto por su corregente Ahmose, de acuerdo con la profecí­a de Jeremí­as 44:30. En el reinado de Ahmose II (570–526 a. de J.C. ) Nabucodonosor marchó contra Egipto como lo predijo Jeremí­as (43:10–13; 46:13–26).
En 525 a. de J.C. , un ejército persa guiado por Cambises conquistó Egipto y continuando con monarcas persas constituyó la vigésimoséptima dinastí­a hasta la era de Alejandro. Los gobernantes egipcios que se rebelaron contra los persas en la última parte de este perí­odo formaron las dinastí­as veintiocho hasta la treinta. Los registros en papiros del siglo V a. de J.C. , pertenecientes a una colonia judí­a de la isla Elefantina ubicada cerca de Asuán, mencionan algunos personajes bí­blicos: Johanán el sacerdote (Neh. 12:22, 23), los hijos de Sanbalat (Neh. 2:10) y Anani (quizá 1 Cr. 3:24). Estos registros indican que los judí­os de esta ciudad fronteriza formaron una guarnición militar bajo el mando del gobernador persa y que tení­an su propio templo y observaban la pascua de acuerdo con las instrucciones del sumo sacerdote de Jerusalén. Un recipiente de plata de Tell el-Maskutah se refiere a Qainu, hijo de Gesem (Neh. 2:19) y muestra que este último fue rey de una tribu árabe de Cedar, quien evidentemente mantuvo una guarnición sobre la frontera oriental de Egipto para los persas.
I. Alejandro y los Tolomeos (332–30 a. de J.C. ). Cuando Alejandro y su ejército llegaron a Egipto en 332 a. de J. C, él fue aclamado como un libertador. Poco después de su llegada fue a Menfis, sacrificó al buey Apis y fue aceptado como faraón. A su regreso a la costa, fundó la ciudad de Alejandrí­a.
Cuando Alejandro murió en Babilonia en 323 a. de J.C. , su imperio se dividió y su general Tolomeo se apoderó de Egipto y llegó a ser el fundador de la dinastí­a tolomea, las que gobernó Egipto hasta la conquista romana. Est e primer Tolomeo estableció la famosa biblioteca de Alejandrí­a, la que llegó a ser un centro de la cultura griega. Daniel 11 menciona a muchos de los Tolomeos hasta el Tolomeo IV (180–145 a. de J.C. ) bajo el tí­tulo reyes del sur y describe especialmente sus conflictos con los seleucos. Los libros apócrifos mencionan a varios Tolomeos: IV (III Mac. 1:1), VI (1 Mac. 1:18), VII (1 Mac. 15:16) y VIII (Est. 11:1). Una estela de Tolomeo V (203–181 a. de J.C. ), inscrita en jeroglí­fico, demótico y griego fue encontrado cerca de Roseta y suministró a Champollion la clave para descifrar los jeroglí­ficos egipcios, la caul él publicó en 1822.
El último de los Tolomeos fue la reina Cleopatra. Julio César llegó a Egipto en el 48 a. de J.C. , luego Marco Antonio en el 41 a. de J.C. Cleopatra trató de mantener la soberaní­a egipcia usando artimañas con estos generales romanos. Octavio derrotó a Antonio y Cleopatra en la batalla naval de Accio, en el 30 a. de J.C. El se negó a ser influido por los encantos de Cleopatra; ella se quitó la vida y Egipto se convirtió en una provincia romana.
J. Egipto como una provincia romana y el Nuevo Testamento. De acuerdo con Mateo 2:13-15, José y Marí­a huyeron a Egipto para salvar al niño Jesús de Herodes. Se dice que descansaron bajo un árbol en el Heliópolis. Su estadí­a tradicional en el antiguo Cairo, conmemorada en la cripta de la I glesia de San Sergio, es posible debido a la comunidad judí­a que allí­ habí­a. Tradiciones locales afirman que también visitaron el Alto Egipto tan al sur como Drunkah, cerca de Asyut. Varios representantes de la gran colonia judí­a en Alejandrí­a se mencionan en el Nuevo Testamento: visitantes en Jerusalén para el dí­a de Pentecostés (Hch. 2:10), oponentes a Esteban (Hch. 6:9), el erudito y elocuente Apolos (Hch. 18:24-28) y un revolucionario en Jerusalén (Hch. 21:38). De acuerdo con la tradición, Juan Marcos predicó en Alejandrí­a y fue martirizado allí­. Los patriarcas ortodoxos cópticos se cuentan en sucesión desde él y son llamados patriarcas de la predicación de Marcos. Algunos creen que 1 P. 5:13 se refiere al antiguo El Cairo, llamado Babilonia en griego, uno de los más antiguos centros cristianos de Egipto, pero muchos piensan que la referencia es a Roma.
IV. Arte. Mucho del arte de Egipto que se ha preservado ha sido encontrado en las tumbas, a consecuencia de la creencia de que una cantidad de alimento o sirvientes o también algunos de los artí­culos de la vida diaria, podrí­an ser utilizados por los que habí­an fallecido. La arquitectura se caracteriza por lo masivo, como las pirámides del imperio antiguo y los grandes templos del nuevo imperio. La escultura, los bajos relieves, la pintura y la joyerí­a alcanzaron un alto grado de refinamiento. El artista egipcio representaba su objeto sin perspectiva, en su aspecto más caracterí­stico o desde varios aspectos al mismo tiempo. Ciertas poses del cuerpo llegaron a ser convencionales y fueron mantenidas a través de tres milenios del antiguo arte egipcio. El arte de *Amarna rompió con esa tradición al ser más realista. En tiempos tolomeos las influencias griegas aparecieron, por ejemplo, en un tratamiento más plástico del cuerpo humano.
El arte egipcio puede haber influido en los hebreos en ciertos puntos. (1) El becerro de oro hecho por Aarón y los hijos de Israel en el Sinaí­ (Ex. 32) pudo haber sido modelado a la semejanza del Apis o Mnevis egipcios. (2) El diseño de algunos templos egipcios y altares portátiles se asemeja al del tabernáculo (Ex. 25–27). (3) Las esfinges aladas egipcias podrí­an verse como los querubines que fueron representados sobre el arca (Ex. 25:18–22) y sobre las cortinas del tabernáculo (Ex. 26:1). (4) El trono de Tutankamón estaba decorado con leones, como el de Salomón (1 R. 10:19, 20). (5) Los prisioneros encadenados de diferentes paí­ses están representados en el estrado de los pies de Tutankamón, un simbolismo que también se encuentra en el Salmo 110:1. (6) La estatua dorita de Khafre está protegida por las alas de un halcón y se usa la misma figura para la protección de Dios en el Salmo 17:8.
V. Literatura. Entre los tipos de literatura egipcia que han sido conservados se encuentran: textos funerarios de las tumbas, el Libro de los Muertos (instrucciones para la vindicación en el juicio), himnos a los dioses, alabanzas por las victorias reales, proverbios, historias, poemas de amor, cartas, documentos de negocios, textos matemáticos, médicos y de magia.
Algunas de las relaciones entre la literatura producida en Egipto y la Biblia son las siguientes: (1) Algunas palabras en el hebreo del Antiguo Testamento se derivan del antiguo egipcio, como la palabra para Nilo, ye†™or (de †™irw), Moisés (tal vez de msw, †œnacido de† que aparece en los nombres de los reyes como Ramesés, †œnacido de Re†™†), y Phinehas (de p†™nshy, †œel Nubio†). (2) Las semejanzas entre la leyenda egipcia de *Los Dos Hermanos y la historia de José y Potifar y entre las confesiones negativas del Libro de los Muertos y los Diez Mandamientos son superadas por las diferencias. (3) Los paralelos entre el himno de Akhenatón a Atón y el Salmo 104 pueden ser el resultado del tema similar, la creación y providencia del dios y no puede probarse una directa afinidad literaria. (4) Muchos de los proverbios de *Amenemopet (escritos ca. 1100–950 a. de J.C. ) son similares a las †œpalabras del sabio† en Proverbios 22:17–24:22. (5) En el perí­odo intertestamentario la comunidad judí­a de Alejandrí­a produjo importantes escritos y traduccìones al griego: entre los apócrifos: Sabidurí­a y II Macabeos y la traducción griega del Eclesiástico de Sirá; entre los seudoepí­grafos, la Carta de Aristeas, los Oráculos de los Sibilinos, II y IV de Macabeos, II Enoc y III Baruc; y la traducción griega llamada Septuaginta, empezada de acuerdo con la tradición bajo Tolomeo II Filadelfo (285–246 a. de J.C. ), la cual sirvió para introducir el Antiguo Testamento a los judí­os de habla griega y a los gentiles y cristianos más tarde. (6) Filón, el filósofo judí­o de Alejandrí­a del siglo I d. de J.C. , quien trató de armonizar a Platón y la Biblia, usó algunas expresiones y métodos de interpretación del Antiguo Testamento que se encuentran también en Juan y Hebreos. Por ejemplo, Filón habla del Logos o Palabra, como el agente de la creación, como Juan 1:3 pero la gran diferencia es que en Juan la Palabra es personal, histórica y encarnada en Jesucristo. Filón, como Hebreos 9:11, 23, 24, se refiere al santuario terrenal como una sombra del celestial, y usa a Melquisedec como una alegorí­a de la razón verdadera, mientras que el escritor de Hebreos (5:10; 6:20; 7:1–28) lo usa como un tipo de Cristo, el supremo Mediador. (7) Algunos de los dichos de Jesús en los evangelios gnósticos cópticos del cuarto y quinto siglos d. de J.C. , recientemente descubiertos cerca de Nag†™Hammadi en el alto Egipto son prácticamente lo mismo que algunos pasajes de los Evangelios canónicos, pero otras secciones muestran tendencias ascéticas y dualí­sticas ajenas al Nuevo Testamento.
VI. Religión. Los muchos dioses egipcios han sido clasificados bajo tres tipos: (1) dioses de lugar, tales como Ptah de Menfis, el dios cocodrilo Sobek de al-Fayyum y Amón el dios de cabeza de carnero de Tebas; (2) dioses cósmicos tales como la diosa del cielo Nut, el dios de la tierra Geb y el dios del sol Re; (3) dioses responsables por alguna función en la vida, tales como Ma†™at la diosa de la verdad y la justicia, Sekhe-met la diosa de cabeza de leona de la guerra y la enfermedad, Hathor la diosa vaca del amor y Thoth el dios con cabeza de ibis de la sabidurí­a.
En el reino antiguo Ptah y Re fueron los dioses principales; pero en el nuevo imperio Amón predominó y fue identificado con Re. La adoración monoteí­sta de Atón por Akhenatón fue temporal. El mito más popular fue el de Osiris. El fue muerto por su hermano Set. Isis encontró el cuerpo de Osiris y lo embalsamó y entonces él revivió y vino a ser rey del Averno. Isis concibió a Orus de Osiris después de la muerte de este último. La adoración de Serapis (una combinación de Osiris, Apis y elementos griegos) fue introducida en los tiempos tolemaicos.
Hay semejanzas entre la religión egipcia y la bí­blica, pero también hay grandes contrastes. (1) La circuncisión que era una antigua práctica en Egipto, fue primero adoptada por Abraham de acuerdo con el mandato divino para Ismael su hijo y de Agar, su sierva egipcia (Gn. 16:3; 17:23). (2) Los relatos sobre el embalsamamiento por 40 dí­as y el luto por 70 dí­as (Gn. 50:3) y el ponerlo en un ataúd (Gn. 50:26) concuerdan perfectamente con las prácticas egipcias. (3) Uno de los propósitos de las plagas era mostrar la superioridad del único Jehová ante los muchos así­ llamados dioses de Egipto (Ex. 9:14). (4) Es difí­cil establecer una relación directa entre el monoteí­smo de Atón y el de Jehová. Esta última religión se distinguió por sus mayores demandas morales, por una relación más directa entre el adorador y Dios por la adoración sin imágenes; no al disco del sol, sino al creador del sol. (5) Algunos de los primeros padres del crí­stianismo vieron en el culto de Osiris una preparación para el evangelio. Sin embargo, la narración egipcia de Osiris muriendo y reviviendo es mí­tica y el relato acerca de Jesucristo en el Nuevo Testamento, es histórico. La trí­ada mí­tica y politeí­sta de Osiris, Isis y Horus es de una naturaleza muy diferente a la de la Santa Trinidad monoteí­stica.
VII. Textos Bí­blicos de Egipto. Antes del descubrimiento de los manuscritos del Qumrán, el texto hebreo más antiguo del Antiguo Testamento conocido, era de Egipto, como el papiro Nash, los fragmentos de la genizah de la sinagoga Ben Ezra en el antiguo El Cairo, el Códex Cairense de la comunidad Caraita en El Cairo y el Códex Leningrado usado como base para la Biblia Hebrea de Kittel. Entre los antiguos manuscritos bí­blicos griegos originados en Egipto están: el papiro Scheide de Ezequiel, probablemente los grandes códices Vaticanos y Sinaí­ticos, el fragmento del papiro de John Rylands de Juan fechado ca. 125 d. de J.C. , el papiro *Oxirrinco, el papiro de Chester Beatty y el recientemente publicado papiro Bodmer, de Juan, Lucas y las epí­stolas generales. Las traducciones cópticas están también entre los primerí­simos testigos del texto bí­blico. (Véase artí­culo: †œLos Primeros Manuscritos de la Biblia†, en la Biblia de Estudio Mundo Hispano.)
BIBLIOGRAFIA: A. Erman, A Handbook of Egyptian Religion, trans. A. S. Griffith, Archibald Constable, London, 1907; The Literature of the Ancient Egyptians, trans. A. M. Blackman, Methuen, London, 1927. H. Frankfort, Ancient Egyptian Religion, Harper and Brothers, New York, 1961. Alan Cardiner, Egypt of the Pharaohs, Oxford University Press, Oxford, 1961. W. C. Hayes, The Scepter of Egypt, parts I and II, Harvard University Press, Cambridge, 1953, 1959. O. F. A. Meinardus, In the Steps of the Holy Family, Dar al-Maaref, Cairo, 1963. C. F. Pfeiffer, Tell el-Amarna and the Bible, Baker Book House, 1963. G. Steindorff and K. C. Seele, When Egypt Ruled the East, 2nd. ed. , University of Chicago Press, Chicago, 1957. J. A. Wilson, translator of Egyptian texts in Ancient Near Eastern Texts, ed. James P. Pritchard, 2nd. ed. , Princeton University Press, Princeton, 1955; The Burden of Egypt, University of Chicago Press, Chicago, 1951.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

Paí­s del N de ífrica que hace frontera al N con el Mediterráneo, al S con el Sudán, al E con el mar Rojo e Israel y al O con †¢Libia. Su territorio alcanza un poco más de 1.000.000 km2, pero es mayormente desértico, con una precipitación pluvial por debajo de los 2 cm anuales. Por su centro corre el rí­o †¢Nilo, que con sus inundaciones periódicas forma terrenos muy buenos para la agricultura, de donde surgió la famosa frase de Herodoto (o de Hchateo de Mileto), de que E. es un †œdon del Nilo†. El valle que forma el Nilo es estrecho, pues tiene un promedio de unos 19 km de ancho en el llamado Alto E., desde Asuán hasta El Cairo. En el Bajo E. está el delta del Nilo, que alcanza una anchura de 240 km. En la cuenca de este rí­o vive 95% de la población. Se plantean varias versiones para el origen del nombre de E. Uno de los más citados lo refiere a la expresión †œHi-ku-Ptah† (la casa del espí­ritu de Ptah), que se utilizaba para señalar a la ciudad de †¢Menfis. Los hebreos lo llamaban Misrayim.

Historia bí­blica. La historia de E. se conoce mayormente por sus monumentos, tumbas, estatuas, obeliscos, etcétera, en los cuales se hací­an inscripciones en jeroglí­ficos. Este sistema comenzó representando las ideas gráficamente, luego evolucionó para representar sí­labas y más tarde simples sonidos, como un alfabeto. Un sacerdote egipcio llamado Maneto escribió una historia de E. en la cual agrupaba los distintos gobiernos de ese paí­s en una serie de treinta familias, llegando hasta los tiempos de †¢Alejandro Magno. A pesar de que el texto original de Maneto se perdió, esta clasificación de las dinastí­as egipcias fue copiada por otros autores de la antigüedad, entre ellos Josefo, y es básicamente la que todaví­a hoy está en uso. Algunos eruditos consideran que el viaje de Abraham a E. que se menciona en Gen 12:10-20 tuvo lugar en tiempos de la dinastí­a XII (1778-1567 a. C.). Se ha encontrado un mural correspondiente a ese perí­odo en el cual aparecen unos extranjeros que vienen aE. a comprar trigo. También se piensa que la historia de José pudo haber tenido lugar entre los perí­odos correspondientes a las dinastí­as XIII a XVII (1778-1567 a. C.). En Gen 46:5, Gen 46:29 se menciona que Faraón envió carros para buscar a Jacob. También José †œunció su carro y vino a recibir a Israel su padre†. Se sabe por la historia secular que los caballos y los carros fueron introducidos en E. por los hicsos, un pueblo semita (¿amalecitas?) que conquistó a ese paí­s precisamente porque disponí­a de esa novedad en armamento. Por lo tanto, se deduce que la historia de José aconteció en la época posterior a la conquista de E. por los hicsos. El hecho de que †œse levantó sobre E. un nuevo rey que no conocí­a a Jos醝 y que comenzó a maltratar a los israelitas (Exo 1:8-10) parece coincidir con la historia de un prí­ncipe de †¢Tebas, de la XVIII dinastí­a, llamado Ahmosis I, que liberó a los egipcios del yugo de los hicsos.
hay un acuerdo unánime entre los eruditos en cuanto a la fecha en que tuvo lugar el éxodo. Se menciona el siglo XV a.C., en tiempos del famoso Tutmosis III y su sucesor Amenhotep II (en griego Amenofis), alrededor del 1436-1411 a.C. Según esta teorí­a, Tutmosis III era el faraón de quien Moisés tuvo que huir, y regresó a E. cuando gobernaba Amenhotep II. Los arqueólogos encontraron una estela en cuya inscripción se menciona una victoria de este faraón en la cual hizo prisioneros a unos tres mil seiscientos †œapiru† en una campaña desarrollada en Canaán. Generalmente se interpretaba que †œapiru† es una forma primitiva para †œhebreos†, pero la verdad es que también se designaba así­ a una gama amplia de grupos poblacionales. En El †¢Amarna se encontraron piezas de la correspondencia cursada entre Amenhotep III y su hijo Amenhotep IV, en la forma de tablillas de arcilla cocidas. En ellas se mencionan a los †œapiru†, los cuales estaban creando muchos problemas a los egipcios en Canaán y Siria. Esta es otra razón que induce a los estudiosos a pensar en el siglo XV a.C. como fecha posible para el éxodo. Se conserva en el Museo de Brooklyn un papiro de esa época que contiene una lista de siervos de una propiedad en E. que incluye los nombres de †¢Sifra y †¢Púa entre otros de origen semita del N. No se piensa que sean las mismas †œparteras de las hebreas† mencionadas en Exo 1:15, pero a lo menos demuestran que esos nombres eran populares entonces.
és II fue el primer faraón de la XIX dinastí­a. En su tiempo se desarrolló una guerra contra los heteos que terminó en un acuerdo de paz. Se especificó en el mismo que Canaán y el S de Siria quedarí­a bajo el dominio de E. Como se nos dice en Exo 1:11 que los israelitas †œedificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés†, algunos interpretan que pudo haber sido en tiempos de Ramsés II que se produjo el éxodo, lo cual pondrí­a la fecha en el siglo XIII a.C. Por otra parte, en todos los monumentos egipcios sólo se ha encontrado una referencia directa a Israel. Se trata de una estela conmemorativa del faraón Merneptah, hijo de Ramsés II (1223 al 1211 a. C). En ella se lee: †œIsrael yace en ruinas; su semilla ha dejado de ser†. Muchos concluyen por esto que a esa fecha ya se habí­a realizado el éxodo.
calcula que David fue rey en Israel en los tiempos de la XXI dinastí­a, uno de cuyos reyes, llamado Amenenope, dio asilo a los sobrevivientes de la masacre realizada por †¢Joab, que †œmató a todos los varones de Edom†. Uno de los escapados fue el prí­ncipe †¢Hadad. éstos †œvinieron a … Faraón, rey de E., el cual les dio casa y les sañaló alimentos, y aun les dio tierra† así­ como a †œla hermana de la reina Tahpenes† como esposa. Hadad †œfue adversario de Israel todos los dí­as de Salomón† (1Re 11:15-25). De la misma XXI dinastí­a era Siamun, cuya hija fue esposa de Salomón (1Re 3:1). El faraón que dio asilo a †¢Jeroboam cuando éste huí­a de Salomón es llamado †¢Sisac en la Biblia (1Re 11:40). En las inscripciones egipcias se le llama Sheshong, que gobernó alrededor del 945-924 a.C. Pertenece a la XXII dinastí­a. Este rey invadió a Israel en dí­as de †¢Roboam †œy tomó los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa real, y lo saqueó todo† (1Re 14:25-26; 2Cr 12:2-9). Existe un relieve en un templo de Karnak donde se describe esta campaña militar. E. era un verdadero imperio que incluí­a a los pueblos de Libia y Etiopí­a. En el ejército de Sisac habí­a gran cantidad †œde libios, suquienos y etí­opes† (2Cr 12:3). Más tarde, en tiempos del rey †¢Asa de Judá, un general etí­ope llamado †¢Zera realizó otra invasión cuando gobernaba el faraón libio Osorkón I (2Cr 14:9-15; 2Cr 16:8). Al ascender †¢Asiria como poder mundial era inevitable una gran rivalidad con E., la otra potencia al S. Israel vení­a quedando entre las dos, siendo primeramente un vasallo de Asiria. Pero el rey †¢Oseas trató de librarse del yugo asirio entablando negociaciones con †œ †¢So, rey de E.†, por lo cual †¢Salmanasar invadió y tomó a Samaria (2Re 17:1-6). Algunos identifican a este So con el faraón Osorkón IV de la XXIII dinastí­a. Cuando los asirios bajo el mando de †¢Senaquerib invadieron a Judá en dí­as del rey †¢Ezequí­as, era natural que el pequeño reino de Judá buscara ayuda hacia el S mediante alianzas con E. Gobernaba entonces en E. el etí­ope †¢Tirhaca, llamado Taharqa por los egipcios. Era de la XXV dinastí­a. Los generales asirios, frente a los muros de Jerusalén, voceaban a Ezequí­as: †œMas ¿en qué confí­as, que te has rebelado contra mí­? He aquí­ que confí­as en este báculo de caña cascada, en E.† Y añadí­an que le destruirí­an (†œ… aunque estés confiado en E. con sus carros y su gente de a caballo† [2Re 18:20-24]). Tirhaca actuó viniendo en ayuda de Judá. Dios envió una plaga al ejército asirio (2Re 19:35-37). Por estas razones el sitio de Jerusalén tuvo que ser abandonado. Pero, de todas maneras, los asirios vencieron en batalla a Tirhaca, lo que trajo como consecuencia la invasión de E. por †¢Asurbanipal y la destrucción de Tebas en el 664 a. C., hecho que fue tan terrible que unos cincuenta años después el profeta †¢Nahúm lo recordarí­a para predecir que en esa misma forma †¢Ní­nive también serí­a aniquilada (Nah 3:8-10).
estas alturas E. vino a ser un reino aliado de Asiria. Cuando ésta tuvo que enfrentar el surgimiento de sus rivales los caldeos, el faraón †¢Necao II, que gobernó cerca del 610-595 a. C., realizó una expedición a través de Israel y Siria para ir en ayuda de Asiria. El rey judí­o †¢Josí­as, que querí­a liberarse de los asirios, le enfrentó en †¢Meguido, donde murió (2Re 23:29; 2Cr 35:20). Necao II hizo preso al sucesor †¢Joacaz y puso en su lugar a su hermano †¢Joacim, imponiendo un tributo a Judá (2Re 23:31-35). Este faraón serí­a derrotado por †¢Nabucodonosor en la batalla de †¢Carquemis. Jeremí­as comenzaba entonces su ministerio profético y predijo esa derrota (Jer 46:1-28). †œNunca más el rey de E. salió de su tierra; porque el rey de Babilonia le tomó todo lo que era suyo desde el rí­o de E. hasta el rí­o éufrates† (2Re 24:7). Judá quedó entonces como tributario de Babilonia. Más tarde, sin embargo, se rebeló contra los caldeos. Nabucodonosor tomó a Jerusalén y puso como rey a †¢Sedequí­as. éste trató de aliarse con E. para rebelarse también. Contra esa alianza profetizó Jeremí­as. Los caldeos volvieron a sitiar a Jerusalén. El faraón †¢Hofra, en griego Apries, que gobernó cerca del 589-750 a.C. acudió en auxilio de Sedequí­as. Pertenecí­a a la XXVI dinastí­a. Nabucodonosor abandonó el sitio de Jerusalén para hacerle frente y lo derrotó (Jer 37:7-11). Jeremí­as predijo que Hofra serí­a derrotado por sus enemigos (Jer 44:30), lo cual aconteció cuando fue vencido por Amasis, otro general egipcio. Nabucodonosor dejó como gobernador en Jerusalén a †¢Gedalí­as, pero éste fue asesinado. Temiendo los judí­os las represalias de los caldeos, huyeron hacia E., llevándose con ellos a Jeremí­as. Pero el profeta predijo allí­ que Nabucodonosor invadirí­a triunfante a E., tal como sucedió (Jer 43:10-13). Es en este perí­odo que se forma en †¢Elefantina, en el Nilo, una comunidad de mercenarios judí­os que tení­a a su cargo un puesto militar fronterizo.
és de los caldeos serí­an los persas los que dominarí­an en E. después de la invasión realizada por Cambises en el año 525 a.C. Distintos faraones pertenecientes a las dinastí­as XXVIII a la XXX que trataron de liberarse del dominio persa se sucedieron hasta la conquista hecha por los griegos bajo †¢Alejandro Magno. El macedonio fue proclamado como faraón y antes de retirarse fundó la famosa ciudad de †¢Alejandrí­a. A la muerte de Alejandro uno de sus generales, Ptolomeo, quedó como rey de E. Generalmente se entiende que lo que dice †¢Daniel acerca del †œrey del S† es una referencia a la dinastí­a de los Ptolomeos (Dan 11:1-45), la cual duró hasta la llegada de los romanos, siendo la última de esa lí­nea la famosa reina Cleopatra. Tres de los reyes Ptolomeos son mencionados en los libros apócrifos de los †¢Macabeos. En la tradición judí­a se pone a Ptolomeo II como el rey que ordenó la traducción del AT del hebreo al griego, la llamada †¢Septuaginta. Aunque la presencia de judí­os en E. se remonta a la época de la conquista asiria y los dí­as de Jeremí­as, fue con la dominación griega que se produjo un gran aumento de su número. Esto condujo a que en el siglo I d.C. una octava parte de la población de E. era judí­a, viviendo la mayorí­a en Alejandrí­a, que se convirtió en un gran centro cultural.
nace el Señor Jesús, E. era una provincia romana. Allí­ se refugiaron †¢José y †¢Marí­a con el niño para escapar de la persecución de †¢Herodes el Grande, y regresaron tras la muerte de éste, para que se cumpliese la Escritura: †œDe E. llamé a mi hijo† (Mat 2:15; Ose 11:1). En el dí­a de Pentecostés habí­a judí­os de procedencia egipcia entre la multitud, que entendieron el mensaje del evangelio (Hch 2:10). Entre los que no creyeron y se opusieron a †¢Esteban estaban judí­os de Alejandrí­a, de donde vino más tarde a éfeso el famoso †¢Apolos (Hch 18:24-28). También se menciona un †¢egipcio que encabezó una revuelta en Jerusalén (Hch 21:38). Josefo atestigua de esa revuelta. Una antiquí­sima tradición cristiana narra que Juan Marcos predicó el evangelio en E. y murió allí­ como mártir.

Religión. Las creencias de los egipcios incluí­an una gran multiplicidad de dioses, que comenzaron siendo locales y fueron extendiendo su culto según crecí­a y se consolidaba la unidad del paí­s. La veneración al rey le tornó en deidad: Horus, que se representaba con la cabeza de un halcón. A veces se atribuí­a a dos deidades locales una misma función. Los egipcios resolví­an el problema haciendo un sincretismo de ambas y combinando las figuras que les representaban. Por eso el dios del sol, Ra, se presenta asociado con muchas otras deidades, en vista de su carácter más universal. Creí­an los egipcios en la continuidad de la vida, siendo la existencia antes de la muerte sólo una parte de un todo. El individuo seguí­a viviendo más allá de la muerte, actuando incluso en el ámbito histórico con los demás seres humanos. Por eso al morir se hací­an grandes preparativos a fin de alistarle para una existencia en compañí­a de los dioses. Inicialmente esto sólo se pensaba del rey, pero más tarde se aplicaba también a personajes importantes que, por medio de un ritual especial, lograban ese honor.
periódicas crecidas del Nilo quizás influyeron en la creencia egipcia del tiempo como una serie de siclos. El mito de Osiris logró captar la creencia popular más que ningún otro. A esta deidad se oponí­a Set, dios del mal, que lo despedaza y lo lanza a la tierra. Pero Isis y su hermana Nefitis lo encuentran y le dan nueva vida poniéndole bajo la tierra, donde queda como gobernante y juez del mundo subterráneo. Osiris reinaba así­ sobre los muertos, pero también era quien daba la vida a todo lo que crecí­a de la tierra, incluyendo las crecidas del Nilo. Era por tanto el dador de la civilización. No se tení­a el concepto de resurrección, pero sí­ el de inmortalidad, pues esta deidad no resucitaba aunque seguí­a reinando en el mundo de los difuntos, los cuales tení­an que presentarse delante de él para ser juzgados. En Menfis se considera-ba que el buey †¢Apis era la encarnación de Osiris. Anubis, también dios de los muertos, era hijo de Osiris y Nefitis. Otros dioses eran: Ptah, creador del universo y patrón de los artesanos y los artistas. Amón, considerado el rey de los dioses; se representaba por una figura de hombre con cabeza de carnero. Isis era la reina de los dioses, esposa de Osiris y madre de Horus. Atón, o el sol, tuvo una gran incidencia cuando el faraón Akenatón quiso monopolizar su culto eliminando a los demás dioses. Se representaba por un disco solar que emití­a rayos que eran recibidos por manos humanas. Ma†™at era la diosa de la verdad y la justicia, pero más que un í­dolo era una concepción general sobre el orden universal que tení­an los egipcios. Y muchos otros, incluyendo la adoración a animales que se consideraban sagrados.

Influencia sobre Israel. La cultura egipcia influyó sensiblemente en los paí­ses circundantes, muchos de ellos sometidos a su dominio. Algunos han señalado el hecho de que la †¢circuncisión, por ejemplo, era una práctica egipcia y que Abraham la recibió como señal muchos años después de su viaje a E., circuncidándose él e Ismael, el hijo que tuvo con una egipcia (Gen 17:23-24). Además de las relaciones polí­ticas resultantes de la actividad de E. como potencia que incluí­a a Canaán o Israel en su área de influencia, hay que tomar en consideración que los israelitas vivieron dentro de aquel paí­s durante varios siglos. Por lo tanto, las costumbres y creencias egipcias tuvieron necesariamente que influir en su mentalidad. Moisés †œfue enseñado … en toda la sabidurí­a de los egipcios† (Hch 7:22). Se piensa también que el becerro de oro preparado por Aarón (Exo 32:4) fue probable-mente una copia del buey Apis, adorado en E. Algunos detalles del mobiliario del †¢tabernáculo pueden relacionarse con costumbres egipcias, tal como los altares diseñados por Moisés, que guardan cierto parecido con otros que se aprecian todaví­a en murales y bajorrelieves de los monumentos egipcios. Lo mismo se puede decir de las figuras de los querubines alados que estaban sobre el arca y tejidos en las cortinas, pues habí­a en E. abundancia de figuras aladas. En los templos egipcios los sacerdotes cuidaban diariamente del mantenimiento del fuego, lo que algunos comparan con lo que hací­an los descendientes de Leví­ con el candelero.
la literatura egipcia algunos eruditos han señalado también cierta similitud con historias y libros de la Biblia. En la famosa †œHistoria de Sinu醝, por ejemplo, se narra un combate entre este personaje y un campeón enemigo que se parece al relato de David y Goliat (1Sa 17:1-58). Otra leyenda titulada †œEl cuento de los dos hermanos†, describe a un joven recto y bueno, llamado Anubis, que es incitado al adulterio por la esposa de su hermano. Anubis se niega y ella lo calumnia. El resto del cuento narra la huida y aventuras de Anubis, que termina vindicado al final, como sucede en la historia de José (Gen 39:1-20). Se conoce también una leyenda sobre el intento de un dios airado por destruir la humanidad, que logra sobrevivir, así­ como también un cuento que habla de un perí­odo de hambre de siete años. En la poesí­a y la literatura sapiencial es donde más se señalan coincidencias con las Escrituras. El †œHimno a Atón†, compuesto a fines de la XVIII dinastí­a es comparado a veces con el Sal. 104. Diversos poemas de amor egipcios se parecen al Cantar de los Cantares. Se establece un paralelo también entre el libro de los Proverbios y las obras sapienciales †œInstrucción del visir Ptah-hotep† y las †œInstrucciones de Amunemope†.
lo que más marcó la conciencia de los israelitas fue el recuerdo de la época que pasaron en ese paí­s, pues llegaron allí­ como una familia de unas setenta personas, y llegaron a crecer hasta convertirse en un verdadero pueblo. La opresión que sufrieron y la historia del éxodo, con las maravillas y prodigios hechos por Dios en su favor para liberarles, formaron parte central de las grandes conmemoraciones de Israel, especialmente la Pascua, dirigidas a atender a la admonición divina: †œAcuérdate que fuiste siervo en tierra de E., y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido† (Deu 5:15).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip,

ver, HICSOS, JOSE, PLAGAS DE EGIPTO, EXODO, ANTíOCO

sit, a8, 113, 356

vet, En hebreo “Mizraim” (realmente, “Mitsraim”), es una forma dual, que significa “los dos Matsors”, en opinión de algunos, y que representan el Alto y el Bajo Egipto. También recibe el nombre de “Tierra de Cam” en el Sal. 105:23, 27; y “Rahab”, que significa “el soberbio”, en el Sal. 87:4; 89:10; Is. 51:9. (Este nombre no es en hebreo el mismo que el de la ramera Rahab, que es exactamente Rachab.). El Alto Egipto recibe el nombre de “Patros”, o “tierra del sur” (Is. 11:11). El Bajo Egipto es Matsor en Is. 19:6; 37:25, traducido en la RVR como “fosos” en el primer pasaje, y “Egipto” en el segundo. Egipto es uno de los más antiguos y renombrados paí­ses. La fecha de su fundación es objeto de muchas y diversas hipótesis, que han ido siendo revisadas con el paso del tiempo. I – Historia Por lo general, la historia del antiguo Egipto se divide en tres partes. 1. Imperio Antiguo, desde su comienzo a la invasión de Egipto por los hicsos o Reyes Pastores. Esto, en base al modelo comúnmente aceptado, abarcarí­a las once primeras dinastí­as. En algunas de estas dinastí­as los reyes residí­an en Menfis, y los de otras en Tebas. Ello suscita la importante cuestión de si algunas de las dinastí­as fueron contemporáneas en su existencia. A las primeras cuatro dinastí­as les son atribuidas la construcción de la Gran Pirámide y las pirámides segunda y tercera, y también la construcción de la Esfinge de Gizeh. 2. El Imperio Medio empezó, en el modelo comúnmente aceptado, con la duodécima dinastí­a. Algunos hicsos se habí­an establecido en el Bajo Egipto ya bajo la sexta dinastí­a; extendieron su poder en la decimocuarta dinastí­a, y reinaron supremos durante la decimoquinta, decimosexta y decimoséptima dinastí­as. Eran semitas de Asia. Se establecieron en el norte de Egipto en Zoam, o Tanis y Avaris, mientras que en el sur reinaban reyes egipcios. Se supone que mantuvieron el poder en el norte durante unos 500 años, pero otros creen que su dominio fue mucho más corto. (Véase HICSOS). 3. El Imperio Nuevo fue inaugurado por la expulsión de los hicsos en la decimoctava dinastí­a, cuando Egipto recuperó su anterior poder, tal como lo vemos por el AT. La primera mención de Egipto en las Escrituras es cuando Abraham fue a morar allí­ debido a un periodo de hambre. Se dirigió al mundo en busca de ayuda, y ello condujo al patriarca a una conducta por la que fue reprendido por Faraón, el prí­ncipe del mundo (Gn. 12:10-20). Toda la temática cronológica de este perí­odo es muy debatida, entrando en juego distintas variables y diferentes métodos de cálculo. Se puede calcular, sin embargo, que alrededor del año 1700 a.C. José fue llevado a Egipto, y vendido a Potifar. Siguió su exaltación, con motivo del sueño de Faraón con respecto al perí­odo de hambre que iba a venir sobre la tierra. Courville (ver Bibliografí­a) sitúa el inicio de los siete años de hambre alrededor del año 1665 a.C. Luego Jacob y toda su familia descendieron a Egipto. (Véase JOSE). Al final se levantó un rey que no conocí­a a José, y los hijos de Israel quedaron reducidos a la esclavitud (véase PLAGAS DE EGIPTO). A la muerte de los primogénitos de los egipcios, Israel abandonó Egipto (véase EXODO). De gran interés son las siguientes cuestiones: ¿Cuál de los reyes de Egipto fue el que exaltó a José? ¿Cuál fue el rey que no conoció a José? ¿Cuál fue el faraón reinante en la época de las plagas y del Exodo? Aquí­ hay opiniones encontradas, sugiriendo unos que el faraón que exaltó a José fue uno de los hicsos y que el faraón de la opresión fue Ramsés II; el faraón del Exodo hubiera sido Menefta, hijo suyo. Este último tuvo un hijo, Seti II, que hubiera debido morir en la última plaga de Egipto, si su padre fue el faraón del Exodo. Los monumentos registran la muerte de su hijo, y no se ha hallado la momia del padre, pero sí­ hay inscripciones acerca de que siguió viviendo y reinando después de la muerte de su hijo. Esto no concuerda con el hecho de que el faraón del Exodo murió en el mar Rojo (cp. Sal. 136:15; Ex. 9:15). Además, Menefta ha sido descrito como “débil, irresuelto, y carente de valor fí­sico”, y se cree que jamás se hubiera aventurado a lanzarse al mar Rojo. Al no darnos las Escrituras los nombres de los faraones en el Pentateuco, no hay realmente ningún enlace directo entre los allí­ mencionados y los reyes hallados en los monumentos. Hay egiptólogos que consideran unos reyes más probables que los anteriores, situando el tiempo de José antes del perí­odo de los Hicsos, y otros que lo sitúan después de la salida de ellos. Sin embargo, el esquema más probable es el dado por Velikovsky y Courville. Ambos autores documentan la identificación de los hicsos con los Amu y Amalecitas. Entonces, el establecimiento de los hicsos en Egipto coincide con la salida de los israelitas en el Exodo. Las hordas amalecitas que se enfrentaron con los hebreos que salí­an de Egipto (cp. Ex. 17:8-16) pudieron penetrar después fácilmente en un Egipto devastado, saqueado, con el ejército sepultado en el mar Rojo, sin faraón reinante, y con el heredero asimismo muerto. Esto está apoyado por el papiro de Ipuwer, que documenta estos acontecimientos, y que está ampliamente tratado por los mencionados Velikovsky, Courville, y también por el Greenberg (véanse Bibliografí­a y el artí­culo EXODO). La era de Saúl vio la derrota de los amalecitas. Las cuidadosas investigaciones de Velikovsky y Courville permiten establecer que esto marcó el final del imperio hicso (amalecita) en Egipto, y el inicio de la decimoctava dinastí­a. De esta manera, tenemos a Ahmose, el fundador de esta dinastí­a, junto con Amenhotep I, como contemporáneos de Saúl y de David, y a Salomón como contemporáneo de Tutmose y de Hatsepsut. Son muchas y poderosas las evidencias que llevan a esta conclusión, examinadas detalladamente por los citados autores en su profunda revisión de los esquemas clásicos de la historia de Egipto, apoyados, por otra parte, en muy endebles bases. El primer faraón que hallamos mencionado por su nombre en las Escrituras es Sisac (1 R. 11:40; 14:25, 26: 2 Cr. 12:2-9). Dio refugio a Jeroboam cuando huyó de Salomón, y después de la muerte de Salomón invadió Judea con 1.200 carros, 60.000 jinetes y tropa innumerable. Tomó las ciudades fortificadas y saqueó Jerusalén y el templo. Comúnmente se le identifica con Sesonk I, primer faraón de la vigesimosegunda dinastí­a. Sin embargo, el peso de la evidencia monumental y de las inscripciones identifica a Sisac con Tutmose III. La identificación hecha con Sesonk por la semejanza de nombre y por su cercaní­a en el esquema cronológico comúnmente aceptado no tienen fuerza alguna. Se pasa por alto el hecho de que los reyes egipcios tení­an muchos nombres. A menudo eran conocidos en paí­ses vecinos por apelaciones que no tení­an nada que ver con sus nombres regios. Asimismo su sucesor, Amenhotep II, también puede ser identificado históricamente con el etí­ope Zera, que fue contra Asa con 1.000.000 de hombres y 300 carros. Asa rogó la ayuda del Señor, declarando que su confianza estaba en El. Dios respondió a su fe, y las huestes egipcias fueron vencidas, tomando Judá gran cantidad de despojos (2 Cr. 14:9-13). Posteriormente, la alianza de Oseas, rey de Israel, con So, provocó el ataque de Asiria contra el reino de Israel y su aniquilación. La identidad de So, en base a la cronologí­a revisada, resulta ser Ramsés II. El nombre de trono de Ramsés II, de entre los 75 nombres aceptados para este rey, era Ra-user-Maat-So-tep-en Ra. Con un nombre así­, no es de sorprender que se usara una abreviación. Otro rey de Egipto mencionado en las Escrituras es Tirhaca o Taharka (el Tehrak de los monumentos), que se lanzó contra Asiria en el año 14 de Ezequí­as. Senaquerib estaba atacando Libna cuando oyó que el rey de Etiopí­a (clasificado en la vigesimoquinta dinastí­a) habí­a salido a luchar contra él. Senaquerib envió una segunda carta amenazadora a Ezequí­as; sin embargo, Dios destruyó su ejército por la noche, de una manera milagrosa. Pero Tirhaca fue después derrotado por Senaquerib, y una vez más en la conquista de Egipto por Essar-hadón (681-669). Essar-hadón murió en una segunda campaña contra Egipto para aplastar una revuelta contra los dominadores asirios (668 a.C.). Fue Assurbanipal quien logró la sumisión de Egipto, instalando como rey de Egipto a Sheshonk (Sesonk I). Este era hijo de Namaret, el general de Assurbanipal en la campaña de Egipto. El abuelo de Sesonk I se llamaba Pallashnes, y tení­a también el nombre de Sheshonk, como lo indica Bugsch, documentando irrefutablemente el hecho de que la vigesimosegunda dinastí­a tuvo un origen asirio. Egipto intentó recuperarse de esta postración bajo Psamético I de Sais (vigesimosexta dinastí­a), y en los dí­as de Josí­as, el faraón Necao, ansioso de rivalizar las glorias de las dinastí­as decimoctava y decimonovena, se dispuso a atacar al rey de Asiria y a recobrar la influencia tanto tiempo perdida de Egipto sobre Siria. Josí­as se opuso a Necao, pero murió en la batalla de Meguido. Necao prosiguió hasta Carquemis, y volviendo a Jerusalén depuso a Joacaz y lo llevó a Egipto (donde murió), poniendo en su lugar a su hermano Eliaquim, y dándole el nombre de Joacim. Impuso un tributo de cien talentos de plata y un talento de oro (2 R. 23:29-34; 2 Cr. 35:20-24; Jer. 26:20-23). Que Necao fuera capaz de atacar al rey de Asiria en un lugar tan lejano como Carquemis muestra el poder de Egipto en aquel entonces, pero el poder de Babilonia estaba creciendo, y después de tres años Nabucodonosor derrotaba al ejército de Necao en Carquemis, recuperando todo el terreno entre el rí­o de Egipto y el Eufrates. “Y nunca más el rey de Egipto salió de su tierra” (2 R. 24:7; Jer. 46:2-12). El Necao de las Escrituras es el Nekau de los monumentos, un rey de la vigésimo sexta dinastí­a. Los escritores griegos y los monumentos egipcios mencionan a Psamético II como sucesor de Necao, y después a Apries (Uahabra en los monumentos), el Hofra de las Escrituras (Jer. 44:30). Sedequí­as habí­a sido hecho gobernador de Jerusalén por Nabucodonosor, pero se rebeló e hizo alianza con Hofra (Ez. 17:15-17). Cuando los caldeos asediaron Jerusalén, Hofra, fiel a su palabra, entró en Palestina. Nabucodonosor levantó el sitio, atacó y derrotó a Hofra, y después volvió a poner sitio a Jerusalén. Tomó la ciudad y la devastó con fuego (Jer. 37:5-11). Hofra estaba lleno de soberbia, y se registra que dijo que ni su dios podí­a vencerle. Ezequiel se hallaba en Babilonia, y en su profecí­a (Ez. 29:1-16) predecí­a la humillación de Egipto y de su rey “el gran dragón que yace en medio de sus rí­os”. Egipto iba a quedar asolado desde Migdol hasta Sevene, hasta el mismo lí­mite de Etiopí­a, “por cuarenta años”. Abdallatif, un escritor árabe, dice que Nabucodonosor devastó Egipto y lo arruinó por haber dado asilo a los judí­os que huyeron de él y que quedó asolado durante cuarenta años Otras profecí­as fueron proclamadas contra Egipto (Ez. 30; 31; 32). Dios entregó a Hofra “en manos de los que buscan su vida” (Jer. 44:30), de entre los de su propio pueblo. Cuando Nabucodonosor hubo destruido Jerusalén, dejó a algunos judí­os en la tierra de Palestina bajo Gedalí­as el gobernador; pero al ser asesinado Gedalí­as, huyeron a Egipto, llevando consigo a Jeremí­as a Tafnes (Jer. 43:5-7). El profeta pronunció desde allí­ profecí­as contra Egipto (Jer. 43-44). La serie de profecí­as da una fecha aproximada para la devastación de Egipto por parte de Nabucodonosor. Al tomar Tiro “no tuvieron paga” (salvaron sus tesoros huyendo por mar), y por ello iba a tener Egipto como recompensa. Tiro fue tomada en el año 572 a.C., y Nabucodonosor murió el 562 a.C., lo que deja un margen de diez años (Ez. 29:17-20). Después de Nabucodonosor, Egipto quedó tributario a Ciro. Cambises fue su primer rey persa de la dinastí­a vigesimoséptima. Al caer el imperio persa, Alejandro Magno se apoderó de Egipto y fundó Alejandrí­a. A la muerte de Alejandro los Ptolomeos reinaron sobre Egipto durante 300 años. Algunos de los actos de los Ptolomeos fueron profetizados por Daniel (Dn. 11). (ver ANTíOCO). En 30 a.C., Octavio César entró en Egipto, y vino a ser una provincia romana. En el año 639 d.C., los sarracenos arrebataron Egipto al imperio bizantino, y los turcos dominaron Egipto hasta finales del siglo XVIII. A principios del siglo XIX, Egipto fue escenario de las luchas entre franceses, ingleses, turcos, viniendo a ser colonia británica en 1882, hasta 1922, en que el mariscal Allenby otorgó una declaración de independencia. En 1936 el ejército británico abandonó Egipto, excepto la franja del Canal de Suez, que no fue abandonado hasta 1954. Desde entonces, Egipto ha mantenido una postura continua de hostilidad contra el Estado judí­o de Israel, renacido polí­ticamente el año 1948. Esta enemistad se ha visto paliada en años recientes, desde la visita de Anwar al-Sadat a Jerusalén, y la firma de acuerdos de paz con Israel en 1978. Hemos visto que Egipto fue en el pasado histórico capaz de llevar un millón de soldados a Palestina; también de hacer frente a Asiria. También registra la historia su influencia sobre Fenicia y sus encarnizadas guerras contra los hititas, con los que al final hizo un tratado, que se da entero en los monumentos. Algunas de las profecí­as dadas, aunque se aplican a eventos ya sucedidos hace tiempo, pueden tener todaví­a una aplicación futura. Por ejemplo: “Y Jehová será conocido de Egipto, y los de Egipto conocerán a Jehová en aquel dí­a, y harán sacrificio y oblación… En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la tierra; porque Jehová de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mí­o Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Is. 19:21-25; cp. Sof. 3:9, 10). Ciertamente, estas afirmaciones se aplican a una época en que Dios dará bendición a Egipto. Esto es una cosa que pudiera chocar, siendo que Egipto es un tipo del mundo, el lugar en el que la naturaleza satisface sus concupiscencias, fuera de lo cual es llamado el cristiano; pero en el milenio la tierra recibirá bendición, y entonces ninguna nación recibirá bendición en tanto que no reconozca a Jehová y su Rey, que reinará, así­, sobre toda la tierra. Entonces, “vendrán prí­ncipes de Egipto; Etiopí­a se apresurará a extender sus manos hacia Dios” (Sal. 68:31). Se debe recordar también que Egipto fue el lugar donde moró el pueblo de Dios, Israel. Fue un rey de Egipto quien ordenó la traducción del Antiguo Testamento al griego, la LXX, citada por el mismo Señor aquí­ en la tierra; y fue a Egipto que huyó José con el niño Jesús y su madre frente a la amenaza de Herodes. Egipto fue una caña quebrada en la que se apoyaron los israelitas; les oprimió e incluso atacó o saqueó Jerusalén. Pero ha recibido castigo y permanece postrado hasta el dí­a de hoy; como reino del sur todaví­a jugará un papel en la historia futura (cp. Dn. 11:42 43). Después Dios lo sanará y le dará bendición; en gracia dirá: “Bendito el pueblo mí­o Egipto”. II – La tierra La conformación de Egipto es peculiar. El Nilo forma, en su desembocadura en el Mediterráneo, un delta; este habí­a llegado a tener siete brazos (Is. 11:15), pero ahora tiene sólo dos ramas. Es el rí­o más largo del mundo con 6.671 Km de longitud. A cada lado del valle por el que corre el rí­o se halla una cadena de montes, a partir de los cuales reina el desierto. El valle del Nilo tiene una anchura pocas veces superior a los veinte Km. El delta y el valle son muy fértiles, aunque han surgido problemas desde la construcción de la presa de Asuán, que retiene gran parte de los sedimentos que el Nilo arrastra en sus crecidas anuales. En efecto, históricamente, las inmediaciones del Nilo quedaban inundadas anualmente, quedando depositados en las márgenes del rí­o grandes cantidades de sedimentos muy ricos para la agricultura. Hay un sistema de canales de irrigación que llevan el agua por todo el valle. El delta, y hasta Noph (Menfis, 29° 51′ N), constituyen el Bajo Egipto; desde Noph hasta la primera catarata (24° N) es el Alto Egipto, aunque el lí­mite polí­tico del Egipto actual se extienda más hacia el sur. Las coronas emblemáticas que representaban a ambos distritos no eran iguales, pero las dos quedaron unidas en una sola cuando un rey reinó sobre todo Egipto. En los múltiples cambios en las diferentes dinastí­as hubo también cambios en los lí­mites. Cus o Etiopí­a, se extendí­a mucho más al sur, pero en las Escrituras se menciona frecuentemente junto con Egipto (Sal. 68:31; Is. 11:11; 20:4; 43:3; 44:14; Nah. 3:9). Reyes etí­opes reinaron sobre Egipto, y se hallan incluidos en sus listas de reyes. III – Población Los antiguos egipcios eran descendientes de Cam, pero sus descendientes eran numerosos y diversos. Por lo que su nombre implica, Egipto se asocia naturalmente con Mizraim; pero se cree que los egipcios de la época de los monumentos más antiguos eran del tipo circasiano, y que aparentemente descendí­an de Cus y no de Mizraim. El examen de las momias del Imperio Antiguo muestra que su estructura no concuerda con la raza negra, descendiente también de Cam. Los antiguos egipcios están clasificados entre las razas blancas; los etí­opes eran más oscuros, y los que se hallaban más al sur eran considerablemente más oscuros. Los coptos del moderno Egipto son considerados los descendientes de la raza antigua. Los monumentos muestran que los antiguos egipcios eran un pueblo sumamente civilizado y educado desde sus mismos orí­genes; no hay indicio alguno de ningún origen procedente de la barbarie; sus primeras magnas obras están entre las mejores. Si el hombre ha sido hallado en condiciones de brutalidad y de degradación es porque ha “caí­do” en su condición original en la que fueron creados Adán y Eva. En la Biblia leemos que ya antes del Diluvio se habí­a descubierto el uso del bronce, el cobre y del hierro, y éstas y otras artes se hallan en el paí­s de Egipto, fundado poco después del Diluvio. También se cultivaron en Egipto las ciencias, incluyendo la Astronomí­a. El templo de Karnak es un ejemplo del tamaño de sus edificaciones. IV – Religión Los egipcios eran un pueblo sumamente religioso, y aunque su religión era idolatrí­a, era sin embargo una idolatrí­a mucho más moderada y moral que la practicada por los cultivados griegos y romanos. Era una religión más antigua que la de estos últimos, y por ello estaba más cerca de la primordial revelación de Dios (Ro. 1:21). En teorí­a hablaban de un solo dios: “el único viviente en sustancia”, y “la única sustancia eterna”, y aunque hablan de dos, “padre e hijo”, como algunos interpretan, con todo ello no destruí­an la unidad de su dios, “el uno en uno”. A partir de ello trataban sus atributos como dioses separados; también tení­an otros dioses adicionales, desde el gato al cocodrilo, que eran considerados como sí­mbolos de sus dioses. El toro Apis representaba al dios Osiris; el toro era seleccionado con gran cuidado, y era guardado rigurosamente. Se supone que fue el recuerdo de este Apis lo que hizo que los israelitas eligieran la forma de un becerro para su í­dolo de oro; en Ez. 20:6-8 vemos que Israel habí­a caí­do en la idolatrí­a en Egipto. Los egipcios creí­an en un estado futuro. En una ilustración vemos como el corazón de un difunto está siendo pesado frente a una figura de la diosa de la verdad. Dos dioses estaban a cargo de la operación de pesado. A la derecha tenemos al difunto con las manos levantadas, introducido por dos diosas. El dios con cabeza de ibis tiene una tableta en la mano, y está registrando el resultado. A su lado está el dios Tifon, como acusador, exigiendo el castigo del muerto. Osiris es el juez presidente, con el cayado y el látigo. Si el juicio era favorable el alma pasaba a otras escenas; si no, pasaba a algún animal inferior. La concepción que tení­an del más allá estaba muy desarrollada, y hací­an grandes esfuerzos para asegurar a los difuntos las ventajas de la vida futura. Osiris, dios del Nilo, era considerado como el dios de la fecundidad; era también el dios de las profundidades infernales, en virtud de lo cual era el juez de las almas. Ra, el dios solar, era adorado en Heliópolis (On). Amón, dios de Tebas, participó en la exaltación de esta ciudad, de la que vino a ser su divinidad principal; finalmente quedó identificado con Ra, viniendo a ser Amón-Ra. En Hermópolis era adorada la luna, la divinidad medidora del tiempo, protectora de los matemáticos, de los escribas, de los sabios. Ptah, dios de Memfis, era el “gran patrón de los artesanos”. Habí­a dioses con cuerpos humanos y cabezas de animales, como los que vemos en la ilustración. Anubis, el guí­a de los muertos, tení­a una cabeza de chacal; Tot, el dios escriba, una cabeza de ibis. El desarrollo del imperio suscitó a la larga la idea de un dios nacional, que halló su expresión bajo Akenatón. Durante un breve perí­odo, se trató de mantener la diferencia entre Atón y el disco solar y a imponer una especie de monoteí­smo solar, pero esta moda fue de corta duración. A pesar de todas las deformaciones animistas, junto a su culto a las fuerzas de la naturaleza, tení­an ideas muy limpias acerca de la conducta de la vida, el pecado, la justificación, la inmortalidad, e incluso, como ya se ha indicado, un cierto conocimiento de Dios. V – Lenguaje El lenguaje egipcio tiene una historia filológica extraordinariamente prolongada. Los documentos más antiguos proceden de la primera dinastí­a. Esta lengua se perpetuó sin interrupciones, bajo diferentes formas escritas, hasta el copto, que proviene directamente del egipcio antiguo, y que dejó de ser una lengua viva en el siglo XVI d.C. El egipcio se clasifica dentro del grupo de las lenguas camitas pero, al estar próximo a las lenguas semitas (más que el cusita o etiópico), se le puede denominar semitocamita. En efecto, en la actualidad se admite generalmente que las lenguas camitas y semí­ticas son de un mismo origen. Aquí­ se puede distinguir esquemáticamente entre las siguientes etapas lingüí­sticas: (A) De la primera dinastí­a a la octava, el egipcio antiguo, que comprende la lengua de los textos descubiertos en las pirámides. (B) El egipcio medio, lengua literaria de las dinastí­as novena a decimoctava, y que vino a ser el egipcio clásico. (C) El egipcio tardí­o de las dinastí­as decimoctava a vigesimocuarta; se halla sobre todo en los documentos comerciales y en cartas privadas, así­ como también en algunas obras literarias. (D) El demótico, escrito en caracteres populares de la dinastí­a vigesimoquinta hasta la época romana posterior (del 700 a.C. al 470 d.C.). (E) El copto, hablado desde el siglo III de nuestra era por los descendientes cristianos de los antiguos egipcios. La Biblia ha sido traducida a diversos dialectos coptos; uno de ellos, el bohairico, sigue siendo empleado en la liturgia. Al principio, los egipcios se serví­an de jeroglí­ficos: Estos eran principalmente representaciones de objetos, de aves, animales, plantas, útiles y diversos sí­mbolos con formas geométricas. Se distinguen dos tipos de jeroglí­ficos: (A) Los ideogramas, signos que representan los objetos o que expresan ideas que van estrechamente relacionadas con ellos. (B) Sí­mbolos fonéticos; originalmente se trataba asimismo de ideogramas, y siguieron siendo usados como tales, incluso después que vinieron a ser utilizados como sí­mbolos de sonidos. La combinación de estos signos da un nuevo término, susceptible de carecer de relación alguna con el sentido de los jeroglí­ficos originales. Ya alrededor del año 2.000 a.C. los egipcios habí­an elaborado 24 letras que se correspondí­an con las consonantes y que formaban la base de un alfabeto que solamente se empleaba como complemento de los jeroglí­ficos; no se usaban vocales. Sin embargo, los jeroglí­ficos fueron conservados como base de la escritura; se les sigue hallando incluso en el inicio de la era cristiana. Los escribas habí­an comenzado ya, bajo el Imperio Antiguo, a simplificar los dibujos a fin de poder escribir con mayor rapidez: así­ es como nació la escritura hierática, empleada siempre que no era necesaria la ornamentación. Desde alrededor del siglo VIII a.C. se usó la escritura popular o demótico, que facilitaba las relaciones sociales y comerciales; era una forma cursiva de la escritura hierática. Después de la expansión del cristianismo se perdió la capacidad de leer los antiguos caracteres egipcios, que permanecieron largo tiempo como enigmas. En 1799, los soldados de Napoleón hallaron en Rosetta una piedra de basalto negro escrita con caracteres jeroglí­ficos, demóticos, y griegos. Se trataba de un edicto del año 196 a.C. en honor a Ptolomeo Epifanio. Esta piedra de Rosetta, que se ha hecho célebre como clave que permitió descifrar los escritos egipcios, se halla en el Museo Británico. Otra inscripción en caracteres jeroglí­ficos, relativa a Ptolomeo Fisicon y a dos Cleopatras, fue descubierta en 1815 en Filae. Su minucioso estudio hizo avanzar el desciframiento de los jeroglí­ficos, y el francés M. Champollion lo consiguió totalmente en 1822. VI- La estancia de los israelitas en Egipto. 1. La ida a Egipto se puede fechar indistintamente, en base a la cronologí­a, según se tome un tiempo de estancia de 215 años en Egipto, o de 430 años (ver a continuación, en el apartado (c), Duración de la estancia). Así­, podrí­a tomarse la fecha como alrededor del año 1.875 a.C., por una parte, o de 1.660 a.C. Ya Abraham, en una época de hambre, habí­a buscado refugio en este paí­s (Gn. 12:10-20). Jacob y sus hijos hicieron lo mismo en circunstancias análogas. El total de personas que fueron a Egipto fue de 70 (Gn. 46:27; Ex. 1:5; Dt. 10:22) o 75 según la versión griega (LXX). Esta cantidad se obtiene al añadir a la cifra de Gn. 46:27 los 3 nietos y 2 biznietos de José nombrados en Nm. 26:29, 35 ss. José, elevado por Faraón al segundo lugar del reino, apremió a su padre y familia a que fueran a instalarse provisionalmente con él (Gn. 45:9-11; 47:4, 29, 30: 48:21; 50:24). Israel y su clan se establecieron con sus rebaños y manadas en la fértil región de Gosén, y allí­ permanecieron hasta el éxodo (Gn. 47:6, 11; Ex. 8:22; 9:26; 12:37). 2. La estancia en Egipto: impronta en la conciencia nacional. La ida de Jacob y de su familia a Egipto, su multiplicación allí­, su esclavización, sus sufrimientos y su éxodo colectivo han quedado consignados en sus documentos históricos (Gn. 46:4, 28-34; 47:27; Ex. 1:9, 11, 15-22; 2:11; 12:31-37; 13:21). La fiesta de la Pascua y, en menor grado, la de los tabernáculos, dan testimonio de estos sucesos, y mantienen vivo su recuerdo en el seno del pueblo. Los salmistas y los profetas consideraron como hechos históricos experimentados por la nación tanto su estancia en Egipto como el éxodo. En cuanto a nosotros, la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación de aquel horno de aflicción son una permanente ilustración de la opresión de la Iglesia en el mundo así­ como el poder redentor del amor de Dios. Esta tradición no concierne solamente a una sola tribu de entre los hebreos que, a solas, hubiera sufrido esta esclavitud en Egipto. La aflicción de la esclavitud no tocó solamente a Judá, sino también a Efraí­n. Los profetas de los dos reinos dan testimonio de ello: en Judá, Isaí­as, Miqueas y Jeremí­as (Is. 11:16; Mi. 6:4; 7:15; Jer. 2:6; 7:22); en el reino de Samaria, Oseas y Amós (Os. 2:16; 8:13; 9:3; 11:1; 12:10, 14; Am. 2:10; 3:1; 9:7). Todo Israel poseí­a un origen y una tradición común: todo el pueblo habí­a sufrido la opresión en la tierra de Egipto. 3. Duración de la estancia en Egipto. Dios habí­a anunciado a Abraham: “Tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí­, y será oprimida cuatrocientos años… y en la cuarta generación volverán acá” (Gn. 15:13-16). Esta profecí­a es citada por Esteban en Hch. 7:6. Por su parte, Moisés afirma que “el tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años” (Ex. 12:40). En cambio Pablo escribe a los gálatas que la ley fue dada a Israel 430 años después de la promesa dada a Abraham (Gá. 3:16, 17) ¿Cómo se pueden comprender estas declaraciones? En primer lugar, es evidente que la profecí­a de Génesis usa números redondos cuando habla de cuatro siglos. Es evidente que se refiere a los 430 años. Por otra parte, las cuatro generaciones se refieren a la época de servidumbre en Egipto. La evidencia dada por Pablo (Gá. 3:16-17) llevarí­a a la conclusión de que Josefo está en lo cierto cuando dice (Ant. 2:9, 1) que el tiempo que estuvieron los hijos de Israel en Egipto fue de 215 años, correspondiendo los otros 215 años a la estancia en el paí­s de Canaán. La LXX, en su versión de Ex. 12:40, traduce: “el tiempo de peregrinación de los hijos y sus padres, que peregrinaron en la tierra de Canaán y en la tierra de Egipto, fue cuatrocientos treinta años”. Pudiera ser aquí­ que el texto masorético dé una lectura mal transmitida, y la LXX la genuina. El testimonio de Josefo, así­ como el gran peso de la afirmación de Pablo, hacen llegar a la conclusión de que ésta es la única posible interpretación de los cuatrocientos años. De la aflicción en Egipto, los descendientes iban a ser rescatados en la cuarta generación. Esta liberación en la cuarta generación no serí­a coherente con 430 años, pero sí­ con 215. La promesa es también coherente con que la liberación implicara la presencia de una buena representación de esta cuarta generación, con la quinta ya bien representada. También la tradición rabí­nica mantení­a esta postura acerca de la duración de la estancia de los hijos de Israel en Egipto. 4. La multiplicación de los israelitas durante su estancia en Egipto. Según Exodo, 70 personas llegaron a Egipto, y unos 215 años más tarde el pueblo contaba con 603.550 hombres en edad de llevar armas (Nm. 1:1-2, 46). Hay quien ha puesto en tela de juicio una multiplicación tan rápida. ¿Qué podemos decir a esto? Al contar estrictamente entre las 70 personas las de los nietos de Jacob que fundaron familias (además de los levitas), se llega a una cifra de 41. Si se admiten seis generaciones durante 215 años (la primera, las cuatro generaciones oprimidas, y la quinta, salida de Egipto junto con la cuarta), de los 41 cabezas de familia tendrí­amos una descendencia de 640.625 varones en la sexta generación (quinta de la opresión), aparte de todos los supervivientes de la quinta generación (cuarta de la opresión), contando que hubiera habido una descendencia de cinco hijos varones por cada familia y generación. No debemos juzgar esto con anteojos occidentales, sino observarlo a la luz de las costumbres orientales. Esta es una cifra totalmente factible, e incluso superable. Con todo esto, además, no se cuenta el hecho de los numerosos servidores del patriarca y de su familia (Gn. 30:43; 32:5; 45:10); estando todos ellos circuncidados, gozarí­an de todos los privilegios religiosos (Ex. 12:44, 48-49, etc.). Además, el casamiento con servidores no era considerado como algo que rebajara a nadie (Gn. 16:1-2; 30:4-9; Nm. 12:1; 1 Cr. 2:34-35). 5. Cambio de actividad durante la estancia en Egipto. Cuando los israelitas se establecieron en el paí­s de Gosén, formaron una pequeña tribu de hombres libres, dedicados al pastoreo. Después de la muerte de José y de los de su generación, transcurrió un tiempo en que los hijos de Israel se multiplicaron, “se llenó de ellos la tierra” (Ex. 1:7). Entonces se levantó un faraón “que no conocí­a a José” (Ex. 1:6-8). Dándose cuenta de que la cantidad de los israelitas aumentaba incesantemente, vino a temer que se aliaran con los enemigos de los egipcios, tomando por ello medidas destinadas a someterlos y a impedir su multiplicación. Puso sobre ellos a capataces que les impusieron duros trabajos: labores agrí­colas, fabricación de ladrillos, construcción (Ex. 1:11, 14; 5:6-8). Los israelitas debí­an además conseguir su propio sustento, al menos en cierta medida, con la crí­a de ganado (Ex. 9:4, 6; 10:9, 24:12:38). 6. Los milagros de Moisés al final de la estancia en Egipto. La opresión duró mucho tiempo, y los últimos 80 años, como mí­nimo, de esta opresión, incluyeron la orden de la eliminación de los hijos varones recién nacidos (Ex. 7:7; cp. Ex. 2:2). El clamor de ellos llegó a Dios, que les envió a Moisés con la misión de liberarles (Ex. 2:23). Le encomendó la misión de llevar a cabo unos milagros de un poder hasta entonces no oí­do (Sal. 78:12, 43). Señales destinadas a atraer la atención. Estas señales acreditaban a Moisés como embajador de Dios ante los israelitas (Ex. 4:8, 9, 30, 31; 6:7) y ante Faraón (Ex. 3:20; 4:21; 7:3-5; 8:22, 23). Se trató de manifestaciones de autoridad, no de meros fenómenos naturales. Cada uno de estos milagros tení­a un fin preciso, demostrando que no se trataba de fuerzas desencadenadas de la naturaleza. Por mucho que las 9 primeras plagas pudieran asimilarse a fenómenos naturales, Dios las controló y las usó para sus designios. Las plagas aparecieron en un cortejo consecutivo; existe una relación lógica, pero no de causa y efecto, entre cada plaga y la siguiente. Son graduales y demuestran a Faraón, desde el comienzo, que la autoridad de Moisés es de origen divino. Por otra parte, no infligen a los egipcios sufrimientos inútiles. Después que Faraón rehúsa dejar salir a los hebreos, las plagas se hacen más y más gravosas, obligándole al fin a capitular a pesar de su corazón endurecido. (a) Además, una diferencia sobrenatural quedó marcada entre el pueblo de Dios y los egipcios (Ex. 8:22, 23; 9:4, 25, 26; 10:22, 23; 11:5-7; y cp. Ex. 9:11; 10:6). (b) Una epidemia hubiera podido dejar sin vida, en una sola noche, a una gran cantidad de egipcios, pero la décima plaga actuó metódicamente y no puede en manera alguna explicarse como un mero fenómeno natural. Se trató de una acción directa de Dios, no de muertes fortuitas, ya que sólo murió el primogénito de cada familia egipcia. Estas señales prodigiosas constituyen el primer grupo de milagros registrados en las Escrituras. (Véanse EXODO, PLAGAS DE EGIPTO). 7. Relaciones entre Israel y Egipto después del éxodo. Después de un perí­odo de silencio, en el que Egipto no aparece en las páginas de las Escrituras (véase HICSOS), Salomón se casa con una princesa egipcia (1 R. 3:1). Durante el reinado de Roboam, el reino de Judá y el de Israel fueron vencidos y despojados por Sisac (1 R. 14:24-26), hecho confirmado por la arqueologí­a. Las cartas de Tell el-Amarna, aunque generalmente han sido situadas en una época muy temprana, parecen pertenecer, en base a estudios rigurosos, dentro de la época de Josafat y reyes posteriores (ver AMARNA). En estas cartas se solicita el apoyo de Faraón contra las bandas de Siria y otras naciones, que devastaban el paí­s. Al ceñirse sobre Judá el peligro de las invasiones, los profetas exhortaron repetidamente a Israel que se abstuviera de alianzas con Egipto (Is. 30:1-3, 7; 31:1-3; Jer. 2:18; Ez. 17:17; 29:2-3, 6-7). Después de la caí­da de Jerusalén y el asesinato de Gedalí­as, Jeremí­as fue llevado muy a su pesar a Egipto por los que temí­an la cólera de Nabucodonosor (Jer. 42-43). Más tarde, después de las conquistas y muerte de Alejandro Magno, numerosos judí­os se establecieron en Egipto, siendo tratados favorablemente por los Ptolomeos. Bibliografí­a: Courville, D. A.: “The Exodus Problem and its Ramifications” (Challenge Books, Loma Linda, California, 1971); Velikovsky, I.: “Ages in Chaos” (Doubleday, Garden City, New York, 1952).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

DJN
 
El nombre geográfico de Egipto, como el de Israel, es “teóforo”, es decir, contiene el nombre de Dios y significa: “Casa del Dios Ptah”, que es también uno de los nombres de la ciudad egipcia de Menfis. En la época de los ptolomeos o lagidas, cuyo nombre proviene del general y guardaespaldas de Alejandro Magno (356-323 a. C.) Ptolomeo Lagos, sátrapa o gobernador de Egipto a partir del año 323, emigraron numerosos judí­os a Egipto. En Alejandrí­a surgió un gran barrio judí­o, cuya lengua era el griego. Con Julio César, en alianza con Cleopatra, la última descendiente de la dinastí­a ptolomea, Egipto pasó a formar parte del imperio romano y después de la muerte de Marco Antonio y Cleopatra (30 a. C.) a ser gobernado por un prefecto romano.

En los evangelios aparece la palabra “Egipto” sólo en el llamado Evangelio de la Infancia según Mateo, cuatro veces, con motivo de la huida de José, Marí­a y el niño Jesús a Egipto y su vuelta después de la muerte de Herodes el Grande (Mt 2, 13-15. 19). No existen otros testimonios históricos fuera de los pasajes mateanos mencionados ni para corroborar ni negar la huida a Egipto y la degollación de los inocentes. Tampoco la cuestión histórica del relato mateano afecta a las verdades de fe cristológicas; su historicidad ni se puede negar ni afirmar al cien por cien, pues nos faltan testimonios históricos para contrastar históricamente las expresiones de Mateo. El creyente católico ha de creer con fe dogmática lo que ha sido propuesto como dogma o verdad definida por el magisterio de la Iglesia, pero ni este relato de Mateo ni muchas otras expresiones de la Biblia han sido propuestas por la Iglesia como verdades a creer. Tomar al pie de la letra lo que dice la Biblia, como si cada expresión bí­blica fuera una verdad de fe revelada, sin tener en cuenta su contexto particular y general, su género o forma literaria especial y el magisterio de la Iglesia, es caer en la interpretación fundamentalista de las sectas protestantes, que por falta de un magisterio eclesiástico se agarran al texto de la Biblia (sola scriptura). La Biblia no es una colección árida de afirmaciones históricas, sino que su enseñanza religiosa está presentada de modo ameno por medio de diversos géneros literarios. Los evangelistas como los historiadores antiguos tení­an otros criterios históricos y gustos diferentes de los modernos. En los relatos de la infancia el evangelista emplea el género ásico, es decir, el significado teológico, profundo de la historia de Jesús a través su comparación con la de és, que es salvado milagrosamente, la historia de Israel, que es sacado por Dios de Egipto, superando a és y a Israel, porque Jesús es el Hijo de Dios (1, 20-23; 2, 15). La persecución del niño Jesús es un preludio de su ministerio público, pasión y muerte. No son, por tanto, los detalles o curiosidades de la historia de Jesús lo que el evangelista pretende enseñar a sus lectores, sino quién es Jesús.

En el discurso de Esteban delante del sanedrí­n, también de corte midrásico, encontramos mencionada la palabra “Egipto” trece veces (He 7, 9-40), como asimismo en el discurso misionero de Pablo en la sinagoga de Antioquí­a de Pisidia (13, 17). En ambos discursos se despliega la historia salví­fica del pueblo elegido en vista de la venida, muerte y resurrección de Jesús, el Mesí­as (7, 52. 55; 13, 26-41). También en Heb 3, 16; 8, 9; 11, 26-27 como en Jds 5 se menciona la salida del pueblo de Israel de Egipto como obra maravillosa de Dios y se subraya su significado espiritual para los lectores cristianos (cf. también Ap 11, 8: la ciudad opuesta a Dios se llama Sodoma y Egipto).

Entre los cristianos de la Iglesia primitiva habí­a judí­os prosélitos, es decir, no judí­os que se habí­an adherido a la religión judí­a, sin aceptar la circuncisión, oriundos de Egipto y de la región colindante, llamada Cirene, que formaban parte de la iglesia de Jerusalén (He 2, 10; cf. 6, 9). De Egipto procedí­a también el colaborador de Pablo, llamado Apolo (He 18, 24). -> virde Marí­a; Belén.

Rodrí­guez Ruiz

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(dualismo, idolatrí­a, éxodo, Moisés). Tiene una gran importancia en el conjunto de la Biblia. Su organización y economí­a unificada ha fascinado a los israelitas, que suponen que fue un antepasado suyo (José) quien la organizó, de manera que pueda haber almacenamiento de los excedentes de comida para tiempos de carestí­a (cf. Gn 40). Pero, en conjunto, Egipto aparece en la Biblia como lugar de esclavitud para los hebreos, a quienes ha liberado Yahvé en el éxodo. Desde ahí­ queremos evocar la religión de Egipto y la forma en que la ha interpretado la Biblia.

(1) Religión de Egipto. Padre-Madre, el gran Sistema. La realidad aparece en Egipto como un tipo de organismo biológico sagrado: Dios es Padre-Madre; de su semen o fuerza vital procedemos, en su seno habitamos (en el útero o cuna que forman cielo y tierra), en su proceso germinal somos, de su poder engendrador nacemos. Por eso, la religión es experiencia de inmersión en el Todo divino, Corporalidad primera engendradora: “El Señor Universal dijo, después de haber comenzado a existir: Yo soy el que comencé a existir como Khepri (Dios-Sol de la mañana). Cuando yo empecé a existir, comenzó a existir todo, y todos los seres comenzaron a existir después de mí­. Fueron muchos los seres que empezaron a existir por mi boca (palabra)… Yo coloque a algunos en Nun (aguas primordiales), antes que yo encontrara un lugar donde mantenerme… Yo hice planes y concebí­ en mi mente todas las formas, antes que escupiera a Shu (aire), antes de que escupiera a Tefnut (humedad), antes que hubiera empezado a existir algún otro ser que pudiera actuar conmigo. Yo hice planes en mi corazón, y surgieron una multitud de formas de seres. Fui yo el que copulé conmigo mismo, yo me excité con mi mano. Entonces escupí­ con mi propia boca: escupí­ a Shu, a Tefnut…” (ANET, 6-7). Este Señor divino lo engendra todo. Es bisexual, unión de contrarios, Padre-Madre que todo lo concibe y alumbra por su palabra y saliva (escupe) o por su semen (se autoexcita). De ese principio (útero y fuente), en proceso diverso, han surgido las diversas realidades, hasta culminar en el Dios-nacional, representado por el Faraón y su Consorte, que garantizan y sustentan el orden del imperio. Se vinculan así­ tres niveles de generación o palabra. Uno primigenio: del PadreMadre superior nacemos, en su poder nos sustentamos. Otro cósmico: el mundo es hierogamia, pareja divina engendradora. Otro polí­tico: la vida del DiosCosmos se expande, expresa y concreta en el Estado divino.

(2) Visión israelita de la religión de Egipto. Los israelitas, que se enfrentaron con la visión de Egipto, a través de todo el proceso de esclavitud y liberación (Ex 1-15), la entendieron como impositiva: el Dios Padre-Madre tiene a sus vasallos sometidos; el Dios autoengendrador del cielo y de la tierra, de las aguas primordiales (Nun), del aire y humedad (Shu, Tefnut), de la vida y muerte (Osiris e Isis), viene a expresarse y condensarse en el Faraón y su consorte. Pues bien, entendido de esa forma, ese Dios es un principio de opresión. Por eso, cuando recuerdan su guerra contra Egipto, los hebreos afirman que Yahvé, Dios de libertad, venció al Faraón opresor, que es el verdadero Dios de Egipto. Este es el tema básico de Ex 4-14, interpretado como lucha no militar entre Yahvé (Dios trascendente, liberador de su pueblo) y Faraón (Dios inmanente, que se identifica con el orden de Egipto). Los israelitas descubrieron que el Dios egipcio (Madre-Padre), engendrador sacral del cosmos, fuente y sentido dual de la vida, era perverso, pues avalaba la dictadura del Estado. Lógicamente, el Faraón, Dios de Egipto, representante de un sistema que oprimí­a a los hebreos, era enemigo de Yahvé, Dios de libertad. Así­ trazaron el nexo entre religión materno-paterna e imperialismo de Estado, entre generación divina y opresión faraónica. Ellos vieron que el Orden generador del Dios-Diosa puede volverse opresor, dictadura que impide vivir en libertad a los humanos: el sistema económico-social y religioso de Egipto era perverso. Los egipcios eran muy religiosos, pero poco libres; crearon un Estado-sistema que duró milenios, pero sobre bases de esclavitud social y religiosa: concibieron lo divino como fuente original (poder germinador, madre-padre, agua de vida) y lo simbolizaron en el faraón y su consorte. Pero, al mismo tiempo (por necesidad sacral), identificaron proceso vital y orden del Estado. Su religión se hizo polí­tica de abundancia para unos y de sometimiento para otros (hebreos). En ese contexto, la victoria de Yahvé contra el faraón se expresa a través de las plagas y del paso por el mar Rojo, de manera que el mismo Yahvé “endurece el corazón del faraón” (cf. Ex 9,12), a quien ese mismo endurecimiento le lleva a la ruina.

(3) Aplicación actual. La Biblia ha realizado así­ la primera y más radical de las interpretaciones polí­ticas de la religión, identificando el sistema religioso egipcio con el poder del Faraón. Una visión religiosa como la de Egipto aparece en otros imperios que han sacralizado los poderes vitales de la naturaleza (incas, aztecas, romanos), trazando un paralelo entre orden cósmico y Estado. El engendramiento divino suscita un sistema sagrado, que ofrece muchos beneficios (orden y comida) y se eleva como signo de inmortalidad a través de sus pirámides-sepulcros, faraones momificados y veneración de los muertos. Es como si la generación divina se hubiera detenido y culminado en un Estado que diviniza sus pirámides eternas. Los israelitas que salieron de Egipto sabí­an que Dios (principio de libertad) desborda la pretendida inmortalidad del sistema: buscaban un encuentro personal más hondo, de tipo ético, fundado en la libertad de cada hombre (y en concreto de los marginados y esclavos). Precisamente los excluidos del sistema, abandonados de los dioses de la tierra y del Estado, eran privilegiados de Dios. Salieron de Egipto buscando libertad. No querí­an más religión, pues habí­a en Egipto bastante. Tampoco querí­an un padre o madre divinos, pues los habí­a en Egipto. Buscaron libertad.

(4) Aplicación cristiana. De Egipto llamé a mi Hijo (Mt 2,15; con cita de Os 11,1). Conforme a la visión de Mateo, la historia de Jesús reasume (para todos los hombres) el camino de liberación de los hebreos, cuando salen de Egipto. Oseas habí­a recreado ya, con amor de padre y ternura de esposo, la vieja historia salvadora: “Cuando Israel era niño, yo lo amé y desde Egipto yo llamé a mi Hijo…”. Ese mismo tema guí­a la trama fuerte de la vida de Jesús, instaurando en él la historia humana, en amor creador. No es fácil proclamar esta palabra allí­ donde, como en Mt 2, parece dominar la muerte y exilio, donde los niños sufren y los mayores siguen siendo perseguidos, pero el evangelista sabe y puede afirmar, mirando en Jesús a todos los ne cesitados de la tierra: de Egipto llamé a mi Hijo. Textos tomados de ANET: B. PRITCHARD (ed.), Ancient Near Eastem Texts Relating to the Oí­d Testament, University of Princeton NJ 1950; cf. H. FRANKFORT, Reyes y Dioses, Alianza, Madrid 1976.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Territorio
En algún tiempo en su historia, Egipto extendió su dominio sobre casi todo el mundo civilizado aun llegando a Siria y hasta el rí­o Eufrates. Pero Egipto, propiamente, era un paí­s al noroeste de ífrica, que se extendí­a desde el mar Mediterráneo a la primera catarata del Nilo de Assuán, como a 966 kms. Está rodeado al este por Arabia y el mar Rojo y al oeste por el gran desierto. La parte habitada de Egipto está a los lados del rí­o Nilo, el cual se ensancha gradualmente de unos cuantos kilómetros en el sur hasta casi 161 kms. en el norte. Se divide en el alto Egipto, con Tebas, una ciudad de gran magnificencia, como su capital; y el bajo Egipto con Menfis como la capital. La Biblia se interesa en la parte del bajo Egipto.
Es una tierra de maravillas y se la ha llamado la dádiva del Nilo. Su fertilidad se debe completamente a la inundación anual del Nilo, causada esta por las lluvias que caen en los paí­ses tropicales donde el rí­o nace. El clima del paí­s es el más extraño que
hay en el mundo. En Egipto no hay lluvias, es regado solamente por el Nilo en su inundación anual. Esto no solamente da agua, sino que cada año hace un depósito fluvial que mantiene la tierra fértil. La tierra, aunque nunca se le dé descanso y más bien muchas veces se la maltrata con métodos pobres de cultivo, nunca es menos fértil ni se necesita de ningún método artificial para renovar el suelo. El estado del Nilo, más que la temperatura, es el que determina los tiempos y la regularidad de su crecimiento, así­ como también la cantidad exacta de su desbordamiento es uno de los fenómenos más extraordinarios en el mundo. En el alto Egipto el desbordamiento del rí­o alcanza a 12 metros; en Tebas, 11 metros; en el Cairo 8 metros, y en la desembocadura como 2 metros. Esta disminución se puede explicar por la evaporación, absorción y el uso del agua para riego y por el hecho de que no llueve y que por 2.414 kms. no tiene tributarios. Esto también explica el hecho de que el rí­o es más grande a 3.214 kms. rí­o arriba, en su desembocadura. El crecimiento llega al centro del delta como a fines de junio, y alcanza su máximo como a fines de septiembre. Empieza a disminuir a mediados de octubre, y la tierra regada está seca para fines de noviembre; entonces se hace la siembra y las cosechas se quedan verdes hasta el fin de febrero. Marzo es el tiempo de las cosechas. Así­ es que todas las sazones se gobiernan por el estado del Nilo
Historia
Según los registros de las Escrituras o de los monumentos más antiguos que hay, Egipto aparece ante nosotros como un paí­s completamente formado. Entre más retrocedemos en el tiempo, hallamos que el desarrollo y la organización del paí­s son más perfectos. Podemos, no obstante, hacer un bosquejo de varios aspectos de su historia y adquirir algún conocimiento provechoso de él. La cronologí­a es un asunto muy incierto, y hay algunos que hacen retroceder el perí­odo auténtico a 5702 a.de J.C. Otros, sin embargo, lo llevan solamente hasta el año 3150 a. de J.C. Las siguientes divisiones nos ayudarán en nuestro estudio:
1. La Edad Prehistórica. Este perí­odo se extiende a un pasado remoto cuando el valle desierto del Nilo recibí­a suficientes depósitos de su inundación como para mantener a una población. No podemos estar seguros del origen de estos primeros pobladores, pero la poca información que los arqueólogos nos han podido dar muestra que en una edad temprana ellos habí­an hecho un gran avance en la civilización y las artes. Hilados y tejidos, artesaní­a en madera, el uso de cobre, oro y plata, y una clase superior de cerámica, todo ello da testimonio de su desarrollo espléndido. Heliópolis, u On eran probablemente el centro de su gobierno.
2. El Imperio Antiguo. (dinastí­as 1-14). Del perí­odo no conocido, o prehistórico, hasta 2100 a. de J.C., e incluyendo las primeras catorce primeras dinastí­as. Desde muy al principio hallamos los elementos del arte de escribir. Durante el perí­odo de la cuarta dinastí­a se encontró una gran pirámide, la que ha sido llamada “la más eminente y la más exacta construcción que el mundo jamás ha visto”. Las estatuas de este perí­odo parecen como si tuvieran vida, más que las de cualquier época posterior.
3. El Imperio Medio o Hikso. (dinastí­as 15-17). De 2100 a. de J.C. hasta cerca de
1600 a. de J.C. e incluyendo las dinastí­as 15, 16 y 17. durante la primera parte de esta era Abraham emigró de Ur de los Caldeos y durante la última parte de ella los hebreos entraron en Egipto.
4. El Nuevo Imperio. (dinastí­as 18-24). Del Imperio Medio, 1600 a. de J.C. a 940 a. de J.C., incluyendo las dinastí­as 18 al 24. En este perí­odo se edificaron templos inmensos en Luxor y Karnak, y también se construyeron las más excelentes de las tumbas de los reyes. Esto nos impresiona respecto al esplendor regio de aquella época.
5. El Imperio Posterior. (dinastí­as 25-30) Del Nuevo Imperio hasta el tiempo del imperio grecorromano, 940 a. de J.C. Hasta 350 a. de J.C., e incluyendo las
dinastí­as 25 al 30. Este fue un perí­odo de gran cambio e incertidumbre, en que el poder del paí­s nunca fue muy estable.
6. Egipto Moderno. Del imperio grecorromano, 350 a. de J.C., hasta el tiempo presente. Aquí­ hay un perí­odo de 2.317 años. Comenzó con el gobierno delos griegos y romanos y vio el dominio de los coptos, la edad el mundo de los árabes, el poder de Mesopotamia, la supremací­a de los turcos y, todaví­a más tarde, la dirección general de la influencia europea.
Después de la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo militante egipcio, incorporado en el Partido Wafd, creció. Diferencias entre los poderosos wafdistas y el trono dominaban el perí­odo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Cairo era el cuartel militar del cercano oriente para las fuerzas británicas. Después de la guerra,
el 14 de mayo de 1948, Israel fue hecho un estado independiente, a pesar de las fuertes objeciones de parte de Egipto, y en ese mismo dí­a una guerra árabe-israelí­ empezó. Las fuerzas egipcias sufrieron serios reveses y después de nueve meses se firmó un armisticio.
En 1952 mediante una revuelta militar fue derrocado el rey Farouk I, y el coronel Gamal Abdel Nasser al fin de ella tomó cargo del gobierno. Para 1954 ya habí­a una república con el general Mohamed Naquib como presidente y Nasser como vicepresidente. Uno de sus primeros actos en 1956 fue la nacionalización del canal de Suez, acto que precipitó una invasión por Israel. Los ingleses y los franceses tuvieron que intervenir con fuerza militar, pero Inglaterra y Francia tuvieron que ordenar el cese de fuego antes de que terminara el año. Esto se debió a un ultimátum de Rusia y porque los Estados Unidos de América se pusieron renuentes a provocar a Rusia más, apoyando de ese modo sus acciones. Bajo órdenes de las Naciones Unidas, Israel al fin sacó sus tropas de la Faja de Gaza y del Golfo de Akabah, que eran las áreas que habí­a tomado.
En febrero de 1958, Egipto y Siria se unieron para constituirse en un solo paí­s, con el nombre de República Unida írabe, con un presidente, una bandera, un parlamento y un ejército unido. Egipto dominó la unión desde el principio, y Siria, después de que su ejército se rebeló, salió de la República Unida írabe en 1961 y se hizo un estado independiente. En 1967 hubo guerra otra vez contra Israel, por parte de las naciones árabes; Egipto, Siria, Jordania, Lí­bano y Saudi Arabia. Nuevamente Israel venció a las naciones árabes y Egipto perdió el territorio de Gaza.
Egipto tiene ahora una población de 29.000.000 habitantes. Su capital es Cairo con una población de 3.518.200. Otras ciudades son Alejandrí­a, con 1.587.000
habitantes. Puerto Said con 256.000, y Suez, con 219.000. Se habla el árabe y el inglés.
El Gobierno y la Religión
Como ya ha sido indicado, el paí­s estaba dividido en Bajo Egipto y Alto Egipto. Estaba también dividido en 44 departamentos; 22 en Alto Egipto y 22 en Bajo Egipto. Cada uno de estos departamentos tení­a un gobierno municipal aparte de un monarca o gobernador-teniente. Además de estos habí­a gobernadores de ciudades y templos, escribas, jueces y otros funcionarios. El número de estas divisiones variaba mucho. En algunos tiempos variaba más y en otros tiempos habí­a menos de
44. pero tales divisiones se extienden al menos hasta la cuarta dinastí­a.
La religión tení­a mucho que ver con toda la vida de los egipcios. Todos sus grandes templos, las pirámides, y la esfinge, así­ como también otras cosas, muestran que la religión era la causa motivadora de todas sus grandes proezas. Su religión era una clase de filosofí­a que dividí­a los varios atributos de la deidad entre los diferentes dioses del Panteón. Cada uno de los departamentos y las ciudades principales tení­a un grupo familiar de dioses, que consistí­a de una deidad-padre, una esposa, una hermana y un hermano. En general habí­a tres grupos de dioses. El primer grupo contení­a siete (o nueve); el segundo doce; el tercero un número no conocido. Todos sus dioses tení­an pasiones y afectos humanos. Algunos existí­an por sí­ mismos; algunos procedí­an de un padre, mientras que otros nací­an solamente de una madre, y aun otros eran los hijos de dioses más grandes. Ellos creí­an en la trasmigración de las almas. Adoraban a algún representante de cada planeta o casa material. La deidad que se adoraba universalmente era Osiris y su esposa Isis. Se dice que Osiris fue el primer rey de Egipto y eso, entonces, podrí­a haber sido una forma de culto a sus antepasados.
Abraham fue a Egipto por causa de un hambre, Génesis 12:10-20. Ismael, el primer hijo que le nació a Abraham, era hijo de Agar, una egipcia, Génesis 16:1.
(Vea muchas otras citas bí­blicas sobre Ismael.)
Ismael se casó con una egipcia, Génesis 21:21, de modo que su madre, siendo egipcia, los ismaelitas eran tres cuartas partes egipcios.
José fue vendido a los ismaelitas, llevado a Egipto y vendido por esclavo a un oficial egipcio, Génesis 37:38; 39:1.
Jacob y su familia sufriendo de una gran hambre en Canaán, se establecieron en
Egipto bajo el cuidado de José, Génesis 45-50.
La opresión de Israel en Egipto fue profetizada, Génesis 15:13; Hechos 7:6;
la historia de ella se halla en Exodo 1, 2.
La liberación o rescate de Egipto, Exodo 1, 2.
Hadad, siendo niño, huyó de David, de Edom a Egipto; se casó con la hermana de la reina de Egipto y volvió como rey de Edom y enemigo de Salomón, 1 Reyes
11:14-22.
Jeroboam huyó a Egipto y permaneció allí­ hasta la muerte de Salomón, 1 Reyes
11:26-40; después volvió y vino a ser rey sobre las diez tribus en Siquem, 1
Reyes 12:25 sig.
Sirac, rey de Egipto, invadió a Judá y la subyugó, 1 Reyes 14:25, 26; 2
Crónicas 12:1-9.
Zera, rey de Egipto, invadió sin buen éxito a Judá, 2 Crónicas 14:9; 16:8. Oseas, rey de Israel, y Ezequí­as, rey de Judá, buscaron la ayuda de los reyes de Egipto en contra de Asiria, 2 Reyes 17:4; 19:9.
Necao, rey de Egipto, mató a Josí­as, 2 Reyes 23:29, 30; 2 Crónicas
35:20-24.
Un remanente de judí­os, huyó a la frontera de Egipto y allí­ se estableció, 2
Reyes 25:25, 26; Jeremí­as 42-44.
El infante Jesús fue allí­ para escapar de ser matado por Herodes, Mateo 2:13- 23.

Fuente: Diccionario Geográfico de la Biblia

1. Importancia de Egipto en la historia sagrada. Entre las *naciones extranjeras con que estuvo en relaciones Israel, ninguna quizá manifiesta mejor que Egipto la ambigüedad de los poderes de la tierra. Esta tierra de abundancia es el refugio providencial de los patriarcas afligidos por el hambre (Gén 12,10; 42ss), de los proscritos (IRe 11,40; Jer 26,21), de los israelitas vencidos (Jer 42s), de Jesús fugitivo (Mt 2,13); pero por eso mismo representa una tentación fácil para gentes sin ideal (Ex 14,12; Núm 11,5…). Imperio pagado de su *fuerza, oprimió en otro tiempo a los hebreos (Ex 1-13); no obstante, conserva su prestigio a los ojos de Israel durante los siglos en que éste aspira a la grandeza temporal: se busca su apoyo en los perí­odos de crisis, tanto en Samaria (Os 7,11) como en Jerusalén (2Re 17,4; 18,24; Is 30,1-5; Jer 2,18…; Ez 29,7…). Foco de cultura, contribuyó a la educación de Moisés (Act 7,22), y los sabios inspirados utilizan ocasional-mente su literatura (particularmente Prov 22,17-23,11); pero, en cambio, es una tierra de idolatrí­a y de magia (Sab 15,14-19), cuya seducción nefasta aleja a los israelitas de su Dios (Jer 44,8…).

2. Egipto delante de Dios. No tiene, pues, nada de extraño que haya un *juicio de Dios contra Egipto: en el momento del Exodo, para forzarlo a dar libertad a Israel (Ex 5-15; cf. Sab 16-19); en la época de la monarquí­a, para castigar a esta orgullosa potencia que promete a Israel una ayuda vana (Is 30,1-7; 31,1-3; Jer 46; Ez 29-32), para humillar a esta nación pagana ilusionada con sus sabios (Is 19,1-15). Por todas estas razones seguirá simbolizando a las colectividades humanas condenadas a la ira de Dios (Ap 11,8).

Dios, sin embargo, aun en el momento mismo en que así­ lo castiga, usará de moderación con Egipto: los egipcios no dejan de ser sus criaturas, a las que ante todo querrí­a retraer del mal (Sab 11,15-12,2). Es que tiene el designio de convertir final-mente a Egipto y unirlo a su pueblo, para que aprenda a su vez a servirle (Is 19,16-25; Sal 87,4-7). Egipto, juzgado por sus pecados, participará, no obstante, de la salvación como todas las demás *naciones.

-> Fuerza – Naciones.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Aunque este país no fue una tierra prometida para los patriarcas y fue un lugar prohibido como refugio en tiempos de hambre (Gn. 26:2; cf. 12:10–20), sin embargo, sirvió como un refugio para Jacob y su posteridad (Gn. 46:3, cf. 15:13–16), quienes, como peregrinos y extranjeros, nunca dejaron de mirar a Canaán como su hogar (Gn. 47:30; 50:24, 25). Comparado con el desierto, Egipto ofrecía pretendidas comodidades que llevaron a la nostalgia a muchos israelitas (Nm. 11:4–6). Dios usó su dura experiencia para enseñarles compasión por los extranjeros (Ex. 23:9), y su liberación de la esclavitud mediante el poder de Dios fue delante de la nación un recordatorio de su propósito redentor (Dt. 4:34; Sal. 78:52).

El Faraón llevó la representación de quienes cumplen la voluntad de Dios a pesar de que le resisten con porfía (Ex. 14:17; Ro. 9:17, 18). La teología del Éxodo incluye el juicio sobre los falsos dioses (Ex. 12:12). Egipto era sensual (Ex. 23:19–21) caracterizándose por un orgullo que merecía un castigo divino (Ez. 29:3ss). La pretendida alianza de Judá con Egipto se cataloga como un pacto con la muerte y un convenio con el Seol (Is. 28:15). Egipto aparece consecuentemente como un símbolo del poder mundano anti-Dios (Ap. 11:8). Esto hace resaltar más aún la promesa del favor de Dios sobre este pueblo en los últimos días (Is. 19:25).

Everett F. Harrison

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (200). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El antiguo reino y la moderna república en el rincón NE de África, ligada a Asia occidental por el istmo de Sinaí.

I. Nombre

a. Egipto

La palabra “Egipto” deriva del gr. Aigyptos, lat. Aegyptus. El término mismo probablemente sea transcripción del egp. (wt)-k˒-Pt(ḥ), que se pronuncia aproximadamente Ha-ku-ptá, como se ve por la transcripción cuneiforme en las cartas de Amarna, ca. 1360 a.C., donde aparece como Hikupta. “Hakuptah” es uno de los nombres de Menfis, la antigua capital egipcia, sobre la margen O del Nilo, un poco más arriba que El Cairo (que finalmente la reemplazó). Si esta explicación es correcta, luego el nombre de la ciudad tiene que haber sido usado por los griegos para Egipto en general al lado de Menfis, en forma similar a lo que acontece en la actualidad con Cairo y Egipto, que son ambos Miṣr en árabe.

b. Mizraim

La palabra habitual heb. (y sem. común) para Egipto es miṣrayim. Este vocablo aparece primeramente en fuentes externas en el ss. XIV a.C.: como mṣrm en los textos ugaríticos (cananeos septentrionales), y como miṣri en las cartas de Amarna. En el 1º milenio a.C. los textos as.-bab. se refieren a Muṣur o Muṣri; lamentablemente emplean este término ambiguamente: para Egipto por un lado, para una región en el N de Siria/S del Asia Menor por otro, y (en forma muy dudosa) para parte del N de Arabia (véase la literatura citada por Oppenheim en ANET, pp. 279, n. 9). Para la dudosa posibilidad de que en 1 R. 10.28 se haga referencia a Muṣri en Siria septentrional véase * Mizraim. Se piensa que el término Muṣri significa ‘marcha(s)’, tierras fronterizas, y por consiguiente aplicable a cualquier tierra en esas condiciones (egipcia, siria, o árabe; cf. Oppenheim, loc. Cit.). Aunque pueda ser cierto desde un punto de vista militar as., dicha explicación apenas puede ser adecuada para dar razón de la forma heb./cananea miṣrayim/mṣrm del 2º milenio, o de su uso. Es posible que miṣrayim sea una forma dual que refleja la dualidad de Egipto (véase II, inf.), pero muy dudoso. Spiegelberg, en Recueil de Travaux 21, 1899, pp. 39–41, procuró derivar mṣr del egp. (i) mḏr, ‘paredes (de fortificación)’, con referencia a los fuertes en la frontera asiática de Egipto desde ca. 2000 a.C. en adelante, que es lo primero que veían los visitantes semitas de esa época al aproximarse. El hecho de que el término pudiera asimilarse al semítico māṣôr, ‘fortaleza’, agrega peso a lo anterior. No obstante, al presente no puede ofrecerse una explicación definitiva y completa del vocablo miṣrayim

Cuadro de los principales períodos de la cronología de Egipto desde épocas prehistóricas hasta el 641 d.C.

Cuadro de los principales períodos de la cronología de Egipto desde épocas prehistóricas hasta el 641 d.C.

II. Aspectos naturales y geográficos

a. General

La unidad política conocida como “Egipto” en la actualidad es aproximadamente un cuadrado, que se extiende de la costa africana del Mediterráneo en el N hasta los 22° de latitud N (1.100 km de N a S), y desde el mar Rojo en el E hasta los 25° de longitud E en el O, con una superficie total de aproximadamente 1.000.250 km². Sin embargo, de esta superficie total, el 96% es desértico y sólo un 4% es tierra aprovechable; y el 99% de la población de Egipto vive en ese 4% útil.

El Egipto real y verdadero es el territorio bañado por el Nilo, o sea el tan frecuentemente citado “don del Nilo” de Herodoto. Egipto se encuentra en un cinturón desértico de la “zona templada”, con un clima cálido y sin lluvias; en un año Alejandría tiene apenas 190 mm de lluvia, El Cairo 30 mm, y Asuan prácticamente nada. Para la provisión vital de agua Egipto depende enteramente del Nilo.

b. Los dos Egiptos

Históricamente el antiguo Egipto ocupaba el largo y angosto valle del Nilo desde la primera catarata en Asuán (no desde la segunda, como en la actualidad) hasta la zona de Menfis/Cairo, además del ancho y chato triángulo (de allí su nombre) del Delta desde El Cairo hasta el mar. El contraste entre el valle y el delta imprimen un carácter dual a Egipto.

(i)     El Egipto superior. Limitado a ambos lados por acantilados (piedra caliza al N y piedra arenisca al S de Esna, unos 530 km al S de El Cairo), el valle nunca alcanza más de 19 km aproximadamente de ancho, y a veces se estrecha hasta unos cuantos cientos de metros (como en Gebel Silsileh). Durante las inundaciones anuales el *Nilo fue depositando cada año nuevas capas de sedimento sobre la tierra más allá de sus riberas hasta que las presas de Asuán detuvieron el proceso en tiempos modernos. Hasta donde llegan las aguas pueden crecer plantas verdes; pero inmediatamente después de esa zona todo es desierto hasta los acantilados.

(ii)     El Egipto inferior. Unos 20 km al N del Cairo el Nilo se divide en dos brazos principales. El brazo N alcanza el mar a la altura de Rosetta, y el del E en Damietta, a unos 145 km de distancia; de El Cairo al mar hay unos 160 km. Entre los dos grandes brazos del Nilo, y por una zona considerable más allá de ellos hacia el E y el O, se extienden las tierras planas y pantanosas del Delta, compuestas enteramente de material aluvial arrastrado por el río, y cruzadas por canales y zanjas de desagüe. El Egipto inferior ha incluido siempre, desde la antigüedad, dentro de sus contornos la parte del valle del Nilo desde un punto inmediatamente al S de Menfis/Cairo, además del Delta propiamente dicho. En tiempos antiguos la tradición sostenía que el Nilo tenía siete bocas en la costa del Delta (Herodoto), pero en las antiguas fuentes egipcias sólo tres se reconocen como importantes.

c. El Egipto de la antigüedad

Al O del valle del Nilo se extiende el Sahara, desierto chato y rocoso de arena desplazada y, paralelo al valle, una serie de oasis, e. d. grandes depresiones naturales, donde los cultivos y la vida se hacen posibles mediante el suministro de aguas artesianas. Entre el valle del Nilo y el mar Rojo en el E se encuentra el desierto arábigo, tierras montañosas con alguna riqueza mineral: oro, piedras ornamentales, incluyendo el alabastro, la brecha, y la diorita. Del otro lado del golfo de Suez se encuentra la península rocosa del Sinaí.

De este modo Egipto estaba suficientemente aislado entre sus desiertos como para impulsar su propia cultura individual; pero, al mismo tiempo, el acceso desde el E, ya sea por el istmo de Sinaí o el mar Rojo y el uadi Hammamat, y desde el N y el S por el Nilo, era lo suficientemente directo como para que recibiera (y ofreciera) estímulo externo.

La antigua geografía del Egipto faraónico es asunto de considerable complejidad. Los nomos o provincias históricos surgen claramente por primera vez en el reino antiuo (4ª dinastía) en el 3º milenio a.C., pero algunos probablemente se originaron antes como territorios de lo que eran originalmente pequeñas comunidades separadas en la época prehistórica. Se consideraba que había 22 de estos nomos para el Egipto superior y 20 para el Egipto inferior en la enumeración que era tradicional ya en la época grecorromana, a la cual pertenecen los anales geográficos más completos.

III. Pueblo y lengua

a. El pueblo

Los indicios más primitivos de actividad humana en Egipto son las herramientas de pedernal de la época paleolítica procedentes de las terrazas del Nilo. Pero los primeros egipcios verdaderos que se establecieron como agricultores en el valle del Nilo (y de los que existen restos físicos) son los denominados tasobadarianos, la primera cultura predinástica (prehistórica). Parecen haber sido de origen africano, juntamente con las dos fases culturales prehistóricas sucesivas, mejor denominadas Naqada I y II, que terminan alrededor del 3000 a.C. o poco después. Los egipcios modernos descienden directamente de los habitantes del Egipto antiguo.

b. Lengua

El antiguo egipcio es de origen mixto, y ha tenido una historia sumamente larga. Generalmente se lo denomina “camitosemítica”, y era básicamente una lengua camítica (e. d. relacionada con las lenguas libicoberebéricas del Africa septentrional) absorbida en época temprana (prehistórica) por una lengua semítica. Buena parte del vocabulario egipcio está directamente emparentada con el semítico, y existen analogías en la sintaxis. La falta de material escrito del período antiguo impide hacer comparaciones adecuadas con el camítico. Sobre las afinidades de la lengua egipcia, véase A. H. Gardiner, Egyptian Grammar, ẓ 3, (en mayor detalle) G. Lefebvre, Chronique d’Égypte, 11, Nº 22, 1936, pp. 266–292.

En la historia de la lengua egipcia pueden distinguirse convenientemente cinco etapas principales en los documentos escritos. El egipcio antiguo era arcaico y conciso, vigente en el 3º milenio a.C. El egipcio medio quizá fue la lengua de las dinastías 9–11 (2200–2000 a.C.) y se usó universalmente para los registros escritos durante el reino medio y la primera parte del reino nuevo (hasta ca. del 1300 a.C.), y se siguió usando en textos oficiales, ligeramente modificado, hasta los días grecorromanos. El egipcio posterior era la lengua popular del reino nuevo y después (ss. XVI-VIII a.C.), pero ya se venía usando popularmente dos siglos antes de esa época (1800–1600). Es también el idioma de los documentos y la literatura del reino nuevo, y de los textos oficiales desde la dinastía 19º en adelante. El egipcio antiguo, el medio, y el posterior se escribían con jeroglíficos, como también con escritura hierática (* Escritura). Demótico es en realidad el nombre de un tipo de escritura, que se aplica a una forma más evolucionada todavía del egipcio utilizado en documentos que datan del ss. VIII a.C. hasta la época romana. El copto, última etapa del egipcio, lengua nativa del Egipto romanobizantino, tiene varias formas dialectales y se convirtió en lengua literaria en manos de los egipcios cristianos o coptos. Se escribía con el alfabeto cóptico, y no con la escritura egipcia, y se componía del alfabeto griego más siete letras adicionales tomadas de la antigua escritura demótica. El copto ha subsistido como lengua puramente litúrgica en la iglesia copta (egipcia) hasta los tiempos modernos, siendo equivalente su uso al del latín en la iglesia católica romana.

IV. Historia

De la larga historia de Egipto sólo se consideran a continuación los rasgos salientes, y aquellos períodos que tienen relación con los estudios bíblicos.

a. Egipto antes del 2000 a.C.

(i)     El Egipto predinástico. Durante las tres fases sucesivas de asentamiento predinástico se colocaron los fundamentos para el Egipto histórico. Surgieron comunidades con aldeas, santuarios locales, y la creencia en una vida posterior (evidenciada por las costumbres funerarias). En la última parte de la fase prehistórica final (Naqada II) existieron contactos concretos con la Mesopotamia sumeria, y las ideas e influencias mesopotámicas fueron lo suficientemente fuertes como para dejar su marca en la cultura egipcia en formación (cf. H. Frankfort, Birth of Civilisation in the Near East, 1951, pp. 100–111). Es en este momento cuando aparece la escritura jeroglífica, el arte egipcio adopta sus formas características, y comienza la arquitectura monumental.

(ii)     El Egipto arcaico. El primer faraón de todo Egipto fue aparentemente Narmer del alto Egipto, que conquistó el reino rival del Delta; era quizá el Menes de la tradición posterior, y sin duda el fundador de la 1ª dinastía. La cultura egipcia adelantó y maduró rápidamente durante estas dos primeras dinastías.

(iii)     El reino antiguo. En las dinastías 3ª-6ª Egipto alcanzó cimas de prosperidad, esplendor, y logros culturales. La piramide escalonada del rey Zoser y sus edificios adyacentes constituye la primera estructura de grandes proporciones en piedra cortada de la historia (ca. 2650 a.C.). En la 4ª dinastía el faraón era el amo absoluto, no sólo en teoría (como fue el caso siempre), sino también de hecho, como no había ocurrido nunca, antes ni después. Segundo en autoridad con respecto al rey divino estaba el visir, y por debajo de él los jefes de las diversas secciones administrativas. Al principio estos cargos los ocupaban miembros de la familia real. Durante este período la cultura material alcanzó elevados niveles en la arquitectura (culminando en la gran pirámide de Keops, 4ª dinastía), la escultura y en los relieves pintados, como también en la fabricación de muebles y en la orfebrería. En la dinastía 5ª el poder de los reyes se debilitó económicamente, pero los sacerdotes del dios sol Ra apoyaron al trono. En la dinastía 6ª los egipcios se encontraban explorando y comerciando activamente en la Nubia (posteriormente Cus). Mientras tanto la declinación del poder del rey continuaba. Esta situación alcanzó su punto culminante en las postrimerías del reinado de 94 años de Pepi II. La literatura de la época comprende varios libros de sabiduría: los de Imhotep, Hardidief, ([?] Kairos) a Kagemni, y el de Ptah-hotep, que merece mención especial.

(iv)     El primer período intermedio. En el Delta, donde el orden constituido fue derrocado, esta fue una época de trastorno (revolución) social y de infiltración asiática. Se hicieron cargo reyes nuevos en el Egipto medio (dinastías 9ª y 10ª), los que procuraron restablecer el orden en el Delta. Pero terminaron peleándose con los príncipes de Tebas en el Egipto superior, y estos entonces declararon la independencia (dinastía, 11ª) y terminaron derrotando a sus rivales del N, volviendo a unir Egipto bajo un solo cetro fuerte (el de los reyes Intef y Mentuhotep). Los disturbios de esta época tormentosa destruyeron la frágil autosuficiencia del Egipto del reino antiguo, y dieron comienzo a una serie de escritos yesimitas que se encuentran entre los mejores y mas notables de la literatura egipcia.

b. El reino medio y el segundo período intermedio

(i)     El reino medio. La dinastía 11ª fue seguida por Amenemes I, fundador de la dinastía 12ª, el hombre fuerte de su época.Tanto él como su dinastía (ca. 1991 a.C.) fueron igualmente notables. Elegido para ocupar un trono inestable por nobles celosos de su autonomía local, Amenemes I procuró rehabilitar la realeza mediante un programa de reforma material anunciada y justificada en obras literarias elaboradas a modo de propaganda real (véase G. Posener, Littérutare et Politique dans l’Egypte de la XIIð Dynastie, 1956). En ellas se proclamaba a sí mismo salvador (político) de Egipto. En consecuencia reconstruyó la administración, promovió la prosperidad agrícola, y aseguró las fronteras, colocando una serie de fuertes en la frontera asiática. La administración ya no estuvo en la Tebas de la dinastía 11ª, que se encontraba demasiado al S, sino que fue ubicada nuevamente en la zona de Menfis, estratégicamente muy superior, en un centro edificado ex profeso y denominado Itet-Taui, Sesostris III incursionó en Palestina, llegando hasta Siquem (“Sekmem”). El grado de influencia egipcia en Palestina, Fenicia, y el S de Siria durante la dinastía 12ª se ve por los textos de execración (s. XIX a.C.), que conservan los nombres de las maldiciones mágicas destinadas a príncipes semíticos y sus distritos que pudieran ser enemigos potenciales, además de nombres nubios y egipcios. Véase W. F. Albright, JPOS 8, 1928, pp. 223–56; BASOR 81, 1941, pp. 16–21 y BASOR 83, 1941, pp. 30–36.)

Esta fue la época de oro de la literatura clásica egipcia, especialmente en lo que respecta al cuento. Este Egipto de la dinastía 12ª, altamente organizado, atento a su frontera asiática, fue con toda probabilidad el Egipto de Abraham. El encargo que faraón dio a sus hombres con respecto a Abraham (Gn. 12.20) cuando abandonó Egipto tiene un paralelo exacto (en sentido inverso) en el retorno del exiliado egipcio Sinué (ANET, pp. 21, líneas 240–250) y, pictoricamente, en el grupo de 37 asiáticos que visitaban Egipto, y que aparecen en una famosa escena sepulcral en Beni-hasán (véase, p. ej., IBA, fig(s). 25, pp. 28–29). Amón de Tebas, fusionado con el dios sol como Amen-Ra, se había convertidó en el principal dios nacional; pero en Osiris residía la mayor parte de las esperanzas de los egipcios en cuanto a la vida del mas allá.

(ii)     Segundo período intermedio y los hicsos.

Durante apenas un siglo después de 1786 a.C. dominó la mayor parte de Egipto una nueva línea de reyes, de la dinastía 13ª, que siguieron gobernando desde Itet-Taui. Sus reinados fueron breves en general, de modo que un mismo visir podía servir a varios reyes. Privada de un control real personal firme y estable, la maquinaria del estado inevitablemente comenzó a descomponerse. En esta época hubo muchos esclavos semitas en Egipto, que llegaban hasta Tebas incluso (* José), y con el tiempo jefes semíticos (egp. “jefes de tierras extranjeras”, ḥḳ˒w-ḫ˒swt = hicsos) adquirieron prominencia en el Egipto inferior y luego (quizá mediante un rápido golpe de estado) se hicieron cargo de la corona de Egipto en la misma Itet-Taui (formando las dinastías 15ª-16ª de los “hicsos”), donde gobernaron durante 100 años aproximadamente. Establecieron también una capital en la parte E del Delta, Avaris (al S de la moderna Qantir). Estos faraones semitas adoptaron plenamente el rango y el estilo de la realeza tradicional. Al principio, los hicsos se hicieron cargo de la administración estatal egipcia como algo económicamente positivo, pero con el paso del tiempo, designaron oficiales semíticos en cargos altos; de estos el más conocido es el canciller Hur.

En este contexto José (Gn. 37–50) encaja perfectamente. Como tantos otros, fue un servidor semita en la casa de un egipcio importante. La corte real era puntillosamente egipcia en su etiqueta (Gn. 41.14; 43.32; * José), y sin embargo el semita José es designado sin problemas para una función elevada (como en el caso de Hur, tal vez, un poco más tarde). La fácil pero peculiar fusión de elementos egipcios y semitas que se ve en el relato de José (independientemente de tratarse de un relato heb. ubicado en Egipto) encuadra perfectamente en el período de los hicsos. Más todavía, el E del Delta ocupa un lugar prominente bajo los hicsos (Avaris), pero no posteriormente en la historia egipcia hasta la época de Moisés (e. d., la dinastía 19ª o, cuando más, el comienzo mismo de la 18ª).

Finalmente algunos príncipes de Tebas entraron en conflicto con los hicsos en el N; el rey Kamés arrebató todo Egipto a Apopi III (Auoserre) excepto Avaris en el NE del Delta, según una estela histórica suya recientemente descubierta (véase L. Habachi, The Second Stela of Kamose, 1972). Finalmente, el sucesor de Kamés, Ahmosis I (fundador de la dinastía 18ª y del reino nuevo) expulsó de Egipto a los hicsos y a sus adherentes inmediatos (egp. tanto como asiáticos), y los persiguió en Palestina también. En W. C. Hayes, Scepter of Egypt, 2, 1959, pp. 3–41, hay un bosquejo (ilustrado) sobre la cultura de este período.

c. El reino nuevo: el imperio

Los cinco siglos siguientes, desde ca. 1552 a ca. 1069 a.C., fueron testigos de la culminación del poder y la influencia politicos de Egipto, y de su mayor grandeza y suntuosidad exteriores, pero también, hacia el final, de la quiebra del antiguo espíritu egipcio, y la consiguiente disolución de la vida y la civilización egipcias que ocurrió durante el período tardío.

(i)     La dinastía 18ª. Los primeros reyes de esta línea (excepto Tutmosis I) al parecer se conformaron con expulsar a los hicsos y gobernar Egipto y la Nubia según la tradición de la vieja dinastía 12ª. Pero el dinámico Tutmosis III adoptó la política embrionaria de su abuelo Tutmosis I, procurando conquistar la Siropalestina, y ubicó la frontera nacional lo más lejos posible del Egipto propiamente dicho, con el fin de evitar cualquier repetición de la dominación de los hicsos. Los príncipes de las ciudades-estados cananeas/amorreas fueron reducidos a vasallaje y tuvieron que pagar tributos. Esta estructura duró casi un siglo, hasta las postrimerías del reinado de Amenofis III (ca. 1360 a.C.); durante este breve período, Egipto es la potencia que alcanzó mayor relieve en el antiguo Cercano Oriente.

Tebas no era la única capital de esta época: Menfis en el N era más conveniente admimstrativamente (especialmente para Asia). Amenofis III evidenció predilección particular por Atón, el dios sol manifiesto en el disco solar, mientras procuró limitar la ambición sacerdotal, y al mismo tiempo honrar oficialmente a Amón. Pero su hijo Amenofis IV rompió completamente con Amón, y luego con la mayoría de los dioses antiguos, prohibiendo su culto y eliminando hasta sus nombres de los monumentos. Amenofis IV proclamó el culto único a Atón, cambió su propio nombre por el de Akenatón, y se trasladó a la ciudad capital creada por él en el Egipto medio (Aketatón, la moderna Tell el-Amarna). Sólo él y la familia real adoraron a Atón directamente; el hombre común adoraba a Atón en la persona del faraón divino, Akenatón mismo.

Mientras tanto, el dominio de Egipto sobre Siropalestina se debilitó parcialmente. Los príncipes subordinados en dichos lugares tenían libertad para luchar entre sí en busca de la ambición personal, denunciándose mutuamente ante el faraón y procurando ayuda militar egipcia en apoyo de sus correspondientes proyectos. Esta información procede de las famosas cartas de Amarna. En lo interno, Akenatón finalmente tuvo que llegar a un acuerdo con las fuerzas opositoras, y a los dos o tres años de su muerte el culto, la riqueza, y el renombre de Amón fueron plenamente restaurados.

El general Haremhab asumió el control y comenzó a enderezar los asuntos de Egipto nuevamente. A su muerte el trono pasó a su colega Paramessu, quien, como Ramses I, fundó la dinastía 19ª reinó durante un año.

(ii)     La dinastía 19ª. Aprox. 1300–1200 a.C. A continuación de la restauración interna de Haremhab, Setos I (hijo de Ramsés I) se sintió capaz de volver a establecer la autoridad egipcia en Siria. Su enfrentamiento con los hititas no fue infructuoso, y las dos potencias hicieron un tratado. Seti comenzó un amplio programa de edificación en el NE del Delta (el primero desde los tiempos de los hicsos), y tuvo una residencia allí. Puede haber fundado la capital del Delta, edificada mayormente por su hijo Ramsés II, que la llamó por su propio nombre, “Pi-Ramsés, “casa de Ramsés” (la Ramesés de Ex. 1.11). Ramsés II adoptó la actitud del faraón imperial por excelencia, deslumbrando a las generaciones siguientes a tal punto que nueve reyes posteriores adoptaron su nombre (Ramsés III-XI). Además de la residencia en el Delta, este rey llevó a cabo muchas empresas edilicias en todo el territorio de Egipto y Nubia durante su largo reinado de 66 años. En Siria realizó campañas (generalmente contra los hititas) durante 20 años (incluyendo la batalla de Cades) hasta que, cansado de las luchas, y teniendo que enfrentar a otros enemigos, él y su contemporáneo hitita, Hattusil III, firmaron por fin un tratado de paz permanente entre ellos. Su sucesor Merneptah hizo una breve incursión en Palestina (la captura de Gezer es testimoniada por una inscripción en Amada, independiente de la famosa estela de Israel), aparentemente rozándose con unos cuantos israelitas, entre otros, y tuvo que impedir una invasión peligrosa (la de los “Pueblos del mar”) procedente de Libia; sus sucesores no resultaron efectivos.

La primera mitad de la dinastía 19ª fue testigo, al parecer, de la opresión israelita y el éxodo (* Cronologia del Antiguo Testamento). El restablecimiento del orden bajo Haremhab, y el gran impulso que le dieron a la actividad edilicia en el E del Delta Seti I y Ramsés II, con la consiguiente necesidad de contar con una fuerza laboral fuerte y económica, proporcionó el telón de fondo para la opresión heb., que culminó en la obra de Pitón y Ramesés descripta en Ex. 1.8–11. *Ramesés fue la gran residencia del faraón en el Delta, y *Pitón un municipio en el uadi Tumilat. Ex. 1.12–22 ofrece algunos detalles de las condiciones de esta esclavitud, y del marco en que se desenvolvía la fabricación de ladrillos por los hebreos, véase * Ladrillo; * Moisés.

Por lo que hace a los primeros años de Moisés, no hay nada excepcional ni increíble en el hecho de que un semita del O haya sido criado en círculos reales en Egipto, tal vez en un harim en alguna residencia de recreo en el Delta, ya que los faraones tenían varios harim en distintas partes (cf. J. Yoyotte en G. Posener, Dictionary of Egyptian Civilization, 1962). Por lo menos a partir del reinado de Ramsés II en adelante hubo asiáticos que se criaron en los harim reales, con el fin de que luego ocuparan cargos oficiales (véase S. Sauneron y J. Yoyotte, Revue d’ Egyptologie 7, 1950, pp. 67–70). Ben-Ozén de Sur-Basán (“Roca de Basan”), semita puro, fue copero real (wb’-nsw) de Merneptah (J.M.A. Janssen, Chronique d’ Egypte 26, Nº 51, 1951, pp. 54–57 y fig.11), y otro copero semita suyo se llamaba Pen-Hasu[ri], (“el de Hazor”) (cf. Sauneron y Yoyotte, op. cit., pp. 68, n.6). En un nivel inferior, un egipcio de ca. 1170 a.C. reprende a su hijo por unirse en hermandad de sangre con asiáticos en el Delta (J. Cerny, JNES 14, 1955, pp. 161ss). Por lo tanto la formación y la crianza egipcias de Moisés en Ex. 2 es enteramente aceptable; la obligación de demostrar lo contrario recae sobre el que niega el relato. Una consecuencia adicional es que Moisés adquiriría una educación egipcia, una de las mejores que se podía obtener en esa época. Véase más información bajo * Moisés. Para los magos, véase * Magia y brujería; y para las plagas, * Plagas de Egipto. Para la huida de fugitivos (comparable a la de Moisés en Ex. 2.15), cf. la huida de dos esclavos escapados en el papiro Anastasi V (ANET, pp. 259) y cláusulas sobre la cxtradición de fugitivos en el tratado entre Ramsés II y los hititas (ANET, pp. 200–203). Para movimientos de pueblos o grupos grandes, véase el ejemplo hitita citado en el artículo * Exodo, y para el número de israelitas en la época del éxodo, * Desierto de la peregrinación. Entre Egipto y Canaán hubo en este período un constante ir y venir (cf. los informes fronterizos en ANET, pp. 258–259). La época de la dinastía 19ª fue la más cosmopolita en la historia egipcia. Más que en la dinastía 18ª, entraron en cantidad palabras hebreocananeas en la lengua y la literatura egipcias, y los oficiales de gobierno egipcios ostentaban con orgullo su conocimiento de la lengua cananea (papiro Anastasi I, véase ANET, pp. 477b). Las deidades semíticas (Baal, Anat, Resef, Astarté o Astarot) eran aceptadas en Egipto, e incluso tenían templos allí. De este modo era casi imposible que los hebreos no oyesen hablar algo sobre la tierra de Canaán, y los cananeos y sus costumbres les eran conocidos incluso antes de partir de Egipto; el conocimiento de tales asuntos que se evidencia en el Pentateuco no significa que haya que pensar en una fecha de composición posterior a la invasión israelita de Canaán, como con frecuencia suele pensarse equivocadamente.

(iii)     La dinastia 20ª. En su momento, un príncipe de nombre Set-nakht restableció el orden. Su hijo Ramsés III fue el último gran faraón imperial de Egipto. En la primera decada de su reinado (ca. 1190–1180 a.C.), grandes movimientos de población en la cuenca del Mediterráneo, en su parte E, barrieron el imperio hitita en Asia Menor, desbarataron completamente las tradicionales ciudades-estados cananeoamorreas de Siropalestina, y amenazaron Egipto con una invasión tanto de Libia como de Palestina. Ramsés III combatió estos ataques en tres campanas desesperadas, e incluso brevemente llevó las armas egipcias a Palestina. Desde que sus sucesores Ramsés IV-XI fueron en buena medida ineficaces personalmente, la maquinaria del estado se volvió crecientemente ineficiente y corrupta, y una inflación crónica desequilibró la economía, causando gran sufrimiento a la gente común. Los famosos robos de las tumbas reales en Tebas alcanzaron su punto máximo en esta época.

d. El Egipto de la época posterior y la historia hebrea

De ahora en adelante, la historia de Egipto es un constante deterioro, detenido a intervalos, pero sólo brevemente, por algunos reyes de gran personalidad. Pero la memoria de la pasada grandeza egipcia perduró mucho más allá de sus propias fronteras, y le hizo daño a Israel y a Judá cuando tuvieron la necedad de confiar en la “caña cascada”.

(i)     La dinastía 21ª y la monarquía unida. A fines del reinado de Ramsés XI el general Herihor (ahora también sumo sacerdote de Amón) gobernó al Egipto superior, y el príncipe Nesubanebded I (Esmendes) gobernó al Egipto inferior; esto se consideró, políticamente, un “renacimiento” (wḥm-mswt). Al morir Ramsés XI (ca. 1069 a.C.), Esmendes se hizo faraón en Tanis, asegurando la sucesión para sus descendientes (dinastía 21ª), mientras que, como compensación, los sucesores de Herihor en Tebas fueron confirmados en el sumo sacerdocio hereditario de Amón y en el gobierno del alto Egipto bajo los faraones tanitas. De modo que en la dinastía 21ª una mitad de Egipto gobernaba la totalidad sólo porque en su bondad la otra mitad se lo permitía (!).

Estas circunstancias tan peculiares contribuyen a explicar la modesta política exterior de esta dinastía en Asia: política de amistad y alianza con los estados palestinos vecinos, restringiéndose la acción militar a la función de “policía”, para asegurar la frontera en el rincón SO de Palestina más próximo a la frontera egipcia. Los motivos comerciales también habrían de ser fuertes, ya que Tanis era un gran puerto. Todo esto se vincula con las referencias a la época contenidas en el AT.

Cuando el rey David conquistó Edom, Hadad, el heredero edomita infante, fue llevado a Egipto por razones de seguridad. Allí encontró una acogida tan favorable que, cuando creció, obtuvo una esposa real (1 R. 11.18–22). Un ejemplo claro de la política externa de la dinastía 21ª ocurre al comienzo del reinado de Salomón. Un *faraón “había … tomado Gezer” y se la dio como dote con la mano de su hija al concertar una alianza matrimonial con Salomón (1 R. 9.16; cf. 3.1; 7.8; 9.24; 11.1). La combinación de acción “policial” en el SO de Palestina (Gezer) y alianza con el poderoso estado israelita le dio a Egipto seguridad en su frontera asiática, e indudablemente redundó en beneficio económico para ambos estados. En Tanis se encontró una escena triunfal en relieve (dañada) del faraón Siamón hiriendo a un extranjero, aparentemente filisteo, a juzgar por el hacha de tipo egeo que iene en la mano. Este detalle tan específico sugiere marcadamente que fue Siamón el que dirigió la actividad “policial” en Filistea (hasta llegar a Gezer cananea), y que se convirtió en aliado de Salomón. (Para esta escena, véase P. Montet, L’Égypte et la Bible, 1959, pp. 40, fig(s). 5.)

(ii)     Las dinastías libias y la monarquía dividida. 1. *Sisac. Cuando murió el último rey tanita en 945 a.C. un poderoso jefe tribal libio ([?] de Bubastis/Pi-beset) accedió al trono pacíficamente como Sesonc I (el Sisac bíblico), fundando con ello la dinastía 22ª. Al tiempo que consolidaba a Egipto internamente bajo su gobierno, Sesonc I comenzó una política foránea asiática agresiva. Veía la Israel de Salomón no como una aliada sino como una rival política y económica en su frontera NE, y por lo tanto procuró quebrantar el reino hebreo. Mientras vivió Salomón, Sesonc se abstuvo astutamente de tomar medidas, aparte de albergar refugiados políticos, especialmente a Jeroboam hijo de Nebat (1 R. 11.29–40). Al morir Salomón el retorno de Jeroboam a Palestina precipitó la división del reino en los dos reinos menores de Roboam y Jeroboam. Poco después, en el “quinto año” de Roboam, 925 a.C. (1 R. 14.25–26; 2 Cr. 12.2–12), y aparentemente con el pretexto de un incidente fronterizo beduino (fragmento de estela, Cirdseloff, Revue de l’Histoire Juive en Épypte, 1, 1947, pp. 95–97), Sisac invadió Palestina, subyugando a Israel tanto como a Judá, como lo evidencia el descubrimiento de una estela suya en Meguido (C. S. Fisher, The Excavation of Armageddon, 1929, pp. 13 y fig.). Muchos nombres de lugares bíblicos aparecen en la lista agregada al relieve triunfal esculpido subsiguientemente por Sesonc en el templo de Amón (Karnak) en Tebas (véase ANEP, pp. 118 y fig(s). 349). (Véase tamb. * Suquienos) El propósito de Sesonc era limitado y concreto: obtener seguridad política y comercial subyugando a su vecino inmediato. No hizo ningún intento de reavivar el imperio de Tutmosis o de Ramsés.

2. *Zera. Parecería por 2 Cr. 14.9–15; 16.8, que el sucesor de Sesonc, Osorcón I, quiso emular el éxito palestino de su padre, pero era demasiado perezoso como para ir él mismo. En cambio, al parecer mandó como general a Zera el etíope, que fue rotundamente derrotado por Asa de Judá ca. 897 a.C. Esta derrota dictó el fin de la política agresiva de Egipto en Asia. Sin embargo, nuevamente como Sesonc I, Osorcón I mantuvo relaciones con Biblos en Fenicia, donde se han encontrado estatuas de ambos faraones (Syria 5, 1924, pp. 145–147 y lámina 42; Syria 6, 1925, pp. 101–117 y lámina 25).

3. Egipto y la dinastía de Acab. El sucesor de Osorcon I, Takelot I, fue un fracaso total aparentemente, que permitió que el poder real se le fuera de sus incompetentes manos. De este modo el rey siguiente, Osorcón II, heredó un Egipto cuya unidad ya estaba siendo amenazada: los gobernadores libios locales se estaban haciendo crecientemente independientes, y en Tebas aparecieron tendencias separatistas. En consecuencia, parecería que reimplantó la antigua política exterior “modesta” de la (igualmente débil) dinastía 21ª, la de la alianza con sus vecinos palestinos. Esto se intuye por el descubrimiento, en el palacio de Omri y Acab en Samaria, de un vaso de alabastro de Osorcón II, semejante a los que los faraones incluían en sus regalos diplomáticos para otros gobernantes (ilustrado en Reisner, etc., Harvard Excavations at Samaria, 1, 1924, fig(s). en pp. 247). Esto sugiere que Omri o Acab tuvieron vínculos con Egipto tanto como con Tiro (cf. el casamiento de Acab con Jezabel). Osorcón II también presentó una estatua en Biblos (M. Dunand, Fouilles de Byblos, 1, pp. 115–116 y lámina 43).

4. Oseas y “So, rey de Egipto”. La política “modesta” reiniciada por Osorcón II fue continuada indudablemente por sus sucesores crecientemente débiles, bajo los cuales Egipto se desintegró progresivamente en las provincias locales que lo constituían, con reyes que reinaban en otras partes (dinastía 23ª), a la par de la dinastía principal, la 22ª, en Tanis/Zoán. Con anterioridad a un gobierno doble (quizá acordado mutuamente), el estado egipcio fue sacudido por crueles guerras civiles centradas en Tebas (cf. R. A. Caminos, The Chronicle of Prince Osorkon, 1958), y la verdad es que en realidad no podría haber sostenido ninguna otra política externa.

Todo esto indica por qué Oseas, último rey de Israel, se volvió tan fácilmente a *“So, rey de Egipto” en procura de ayuda contra Asiria en 725/4 a.C. (2 R. 17.4), y qué error cometió al confiar en un Egipto tan débil y dividido. No recibió ayuda alguna para salvar a Samaria de su caída. La identidad de “So” permanece en la oscuridad. Es probable que se trate de Osorcón IV, último faraón de la dinastía 22ª, ca. 730–715 a.C. El poder efectivo en el Egipto inferior lo tenían Tafnacti y su sucesor Bekenrenef (dinastía 24ª) de Sais en el Delta occ.; tan impotente fue Osorcón IV que en 716 a.C. sobornó a Sargón de Asiria en la frontera de Egipto con un regalo consistente en doce caballos (H. Tadmor, JCS 12, 1958, pp. 77–78).

(iii)     Etiopía-la “caña cascada”. En Nubia (Cus) había surgido mientras tanto un reino gobernado por príncipes que eran enteramente egipcios en cultura. De estos, Kasta y Pionki invocaron derechos a un protectorado sobre el Egipto superior, por cuanto eran adoradores de Amón de Tebas. En una sola campaña Pionki subyugó a Tafnacti del Egipto inferior para lograr la seguridad de Tebas, pero rápidamente regresó a Nubia.

Sin embargo, su sucesor Sabacón (ca. 716–702 a.C.) prestamente reconquistó Egipto, eliminando a Bekenrenef en 715 a.C. Sabacon actuó como amigo neutral de Asiria; en 712 entregó a un fugitivo a pedido de Sargón II, y en Nínive se han encontrado marcas de sellos de Sabacón (posiblemente de documentos diplomáticos). No cabe duda de que Sabacón tenía suficiente que hacer internamente en Egipto sin meterse en asuntos externos; pero lamentablemente sus sucesores en esta dinastía (25ª) fueron menos sabios. Cuando *Senaquerib de Asiria atacó a Ezequías de Judá en el 701 a.C. el nuevo pero arrebatado faraón etíope Sebitku envió a su hermano *Tirhaca, igualmente joven e inexperto, a oponerse a Asiria (2 R. 19.9; Is. 37.9), lo que resultó en una tremenda derrota para Egipto. Los faraones etíopes no apreciaban en absoluto la fuerza superior de Asiria—después de este contratiempo Tirhaca fue derrotado dos veces más por Asiria (ca. 671 y 666/5, como rey) y Tanutamón una vez—, y su ineficaz intervención en asuntos palestinos fue desastrosa para Egipto y Palestina por igual. Ellos constituían con toda seguridad la “caña cascada” de la burla del rey de Asiria (2 R. 18.21; Is. 36.6). Exasperado por este empecinado manoseo, Asurbanipal finalmente saqueó la antigua ciudad santa de Tebas en el 664/ 3 a.C., con sus catorce siglos de tesoros sagrados. El profeta Nahúm (3.8–10) no pudo haber encontrado una comparación más gráfica que la caída de esta ciudad cuando proclamó la ruina de Nínive que se avecinaba. No obstante, Asiria no pudo ocupar Egipto, y sólo dejó guarniciones en puntos claves.

(iv)     Egipto, Judá, y Babilonia. En un Egipto ahora desorganizado, el astuto principe local de Sais (Delta occ.) logró con gran habilidad reunir todo Egipto bajo su cetro. Se trata de Samético I, quien así estableció la dinastía 26ª (o saíta). Él y sus sucesores restauraron la unidad y la prosperidad internas de Egipto. Levantaron un ejército eficiente en torno a un núcleo de mercenarios griegos, mejoraron grandemente el intercambio comercial alentando a los mercaderes griegos, y fundaron flotas poderosas en el Mediterráneo y el mar Rojo. Pero, como si fuese en compensación por la falta de una verdadera vitalidad interna, buscaron inspiración en las glorias pasadas de Egipto; el arte antiguo fue copiado y los títulos arcaicos se pusieron de moda nuevamente en forma artificial.

En lo externo, esta dinastía (excepto el caso del testarudo Hofra) practicó en lo posible una política de equilibrio de poderes en la parte occidental de Asia. Así, Samético I no atacó Asiria sino que fue su aliado frente al renaciente poderío de Babilonia. Así, también, Necao II (610–595 a.C.) marchaba en auxilio de una Asiria reducida (2 R. 23.29) contra Babilonia, cuando Josías de Judá selló el destino de Asiria demorando a Necao en Meguido, a costa de su propia vida. Egipto se consideraba heredero de las posesiones asirias en Palestina, pero sus fuerzas fueron resonantemente derrotadas en Carquemis en 605 a.C., de modo que toda la Siropalestina cayó ante Babilonia (Jer. 46.2). Joacim de Judá por lo tanto cambió el vasallaje egp. por el bab. por tres años. Pero como lo revelan las tablillas de las crónicas babilónicas, Egipto y Babilonia tuvieron un conflicto directo en el 601 a.C., con grandes pérdidas para ambos lados; Nabucodonosor entonces permaneció 18 meses en Babilonia para reorganizar su ejército. A esta altura Joacim de Judá se rebeló (2 R. 24.1s), indudablemente con la esperanza de que llegara auxilio egipcio. Pero no recibió ayuda; Necao obró sabiamente manteniéndose neutral, de modo que Nabucodonosor no fue molestado en su captura de Jerusalén en 597 a.C. Samético II mantuvo la paz; su visita de estado a Biblos estaba vinculada más bien con los reconocidos intereses comerciales de Egipto en Fenicia que con otros intereses. Luchó únicamente en Nubia. Pero Hofra (589–570 a.C.; el Apriés de los griegos) tontamente hizo a un lado la prudencia dinástica, y marchó en apoyo de Sedequías en su revuelta contra Babilonia (Ez. 17.11–21; Jer. 37.5), pero regresó apresuradamente a Egipto cuando Nabucodonosor temporariamente levantó su (segundo) sitio de Jerusalén para repelerlo, dejando que Jerusalén pereciera a manos de los babilonios en el 587 a.C. Después de otros desastres, *Hofra fue finalmente suplantado en 570 a.C. por Ahmosis II (Amasis, 570–526 a.C.). Como ya había sido profetizado por Jeremías (46.13ss), Nabucodonosor ahora marchó contra Egipto (como se refiere en una tablilla bab. dañada), indudablemente con el fin de impedir toda repetición de las intervenciones desde ese lado. El y Ahmosis deben haber llegado a algún entendimiento, porque a partir de entonces, hasta que ambos fueron absorbidos por Medopersia, Egipto y Babilonia se aliaron en contra de la creciente amenaza de Media. Pero en el 525 a.C. Egipto siguió a sus aliados pasando al dominio persa, bajo Cambises. Sobre este período, véanse también los artículos * Babilonia y * Persia.

(v)     El reino bajo. Al principio el gobierno persa en Eppto (Dario I) fue justo y firme; pero las repetidas insurrecciones egipcias dieron por resultado un endurecimiento de la política persa. Los egipcios desparramaban propaganda antipersa que caía bien a los griegos (cf. Herodoto); compartían un enemigo común. Por poco tiempo, durante ca. 400–341 a.C., los últimos faraones egipcios nativos (dinastías 28ª-30ª) reconquistaron una independencia precaria hasta que fueron dominados por Persia, país al que permanecieron sujetos por sólo nueve años, hasta que Alejandro entró en Egipto como “libertador” en 332 a.C. (Véase F. K. Kienitz, en la bibliografía, y G. Posener, La Premiere Domination Perse en Égypte, 1936). De allí en más, Egipto fue primeramente una monarquía helenística bajo los *Tolomeos, y luego cayó bajo la bota de Roma y Bizancio. Desde el ss. III d.C. Egipto fue un país predominantemente cristiano con su propia iglesia (copta), finalmente cismática. En el año 641/2 d.C. la conquista islámica sirvió de preludio a las épocas medieval y moderna.

V. Literatura

a. Ámbito de la literatura egipcia

(i)      3º milenio a.C. La literatura religiosa y sapiencial son los productos mejor conocidos del reino antiguo y del primer período intermedio. Los grandes sabios Imhotep, Hardidief [(?) Kairos] Kagemni, y Ptahhotep produjeron “Instrucciones” o “Enseñanzas” (egp. sb’yt), colecciones escritas de máximas sagaces para la conducta sabia de la vida diaria, especialmente para jóvenes varones esperanzados en obtener cargos encumbrados, iniciando así una tradición muy larga en Egipto. La que mejor se conserva es la de Ptahhotep; véase Z. Zába, Les Maximes de Ptahhotep, 1956. Para los textos de las pirámides y la teología menfita, véase VI, inf.

En el primer período intermedio el colapso de la sociedad egipcia y del antiguo orden tal vez estén representados en las Admoniciones de Ipuuer, mientras que la Disputa de un hombre cansado de la vida con su alma refleja la agonía de este período en función de un conflicto personal que lleva al hombre al borde del suicidio. La Instrucción para el rey Merihkarē evidencia una notable consideración por el buen obrar en asuntos de estado, mientras que los nueve discursos retóricos del Campesino elocuente, en el marco de un prólogo y un epílogo en prosa narrativa (cf. Job), reclaman justicia social.

(ii)     Primera parte del 2º milenio a.C. En el reino medio se destacan los cuentos y las obras de propaganda. La mejor de las narraciones es la Biografía de Sinué, un egipcio que estuvo muchos años en el exilio en Palestina. El Marinero náufrago es una fantasía náutica. Entre los escritos propagandísticos la Profecía de Neferty (“Neferrohu” en libros más viejos) es una seudoprofecía para anunciar a Amenemes I como salvador de Egipto. Sobre la predicción en Egipto véase Kitchen, Tyndale House Bulletin 5/6, 1960, pp. 6–7 y refs. Dos “Instrucciones” leales, Sehetepibrē y Un hombre a su hijo, tenían por objeto identificar la buena vida con la lealtad al trono en la mente de las clases gobernante y proletaria respectivamente. La poesía de los Himnos a Sesostris III también expresan, aparentemente, dicha lealtad. Para funcionarios administrativos en preparación, la Instrucción de Khety hijo de Duauf o Sátira de los oficios señala las ventajas de la profesión del escriba por encima de todas las otras ocupaciones (manuales) mediante el recurso de pintar estas últimas en colores oscuros. Para cuentos de magos, véase * Magia y Brujería (egipcia).

(iii)     Postrimerías del 2º milenio a.C. Durante este período el imperio produjo más cuentos, incluyendo encantadores cuentos de hadas (p. ej. El príncipe condenado de antemano; Cuento de los hermanos), aventuras de carácter histórico (La captura de Jope, cuento precursor de Alibabá y los cuarenta ladrones), e informes biográficos tales como las Desventuras de Wenamūm, que fue enviado al Líbano en busca de madera de cedro en los infortunados días de Ramsés XI. La poesía sobresalió en tres formas: lírica, real, y religiosa. Bajo el primer encabezamiento se incluyen algunos encantadores poemas de amor, anunciando en su estilo general las tiernas cadencias del Cantar de los Cantares. Los faraones imperiales conmemoraban sus victorias con himnos de triunfo, de los cuales los mejores son los de Tutmosis III, Amenofis III, Ramsés II, y Merneptah (estela de Israel). Aunque menos prominente, la sabiduría sigue bien representada; además de las “Instrucciones” de Ani y Amennakhte hay una notable oda sobre la inmortalidad de la escritura. Para la sabiduría de Amenemope véase h. (i), 2, inf.

(iv)     El 1º milenio a.C. Hasta el presente se conoce poca literatura nueva de este período. En demótico la “Instrucción” de Oncsesonq data de los últimos siglos a.C., y los Cuentos de los sumo sacerdotes de Menfis (magos) de los primeros siglos d.C. La mayor parte de la literatura copta (cristiana) es traducida (de la literatura eclesiástica gr.); Senoute es el único escritor cristiano nativo destacable.

b. La literatura egipcia y el AT

El panorama muy incompleto que se ofrece arriba servirá para destacar la cantidad, la riqueza, y la variedad de la literatura egipcia antigua; además del material adicional bajo Religión mas abajo, hay todo un cuerpo de textos históricos, comerciales, y formales. Egipto no es más que uno de los países bíblicos; los países vecinos ofrecen, también, un cúmulo de escritos (* Asiria; * Canaán; * Hititas). La pertinencia de tales literaturas es doble: primeramente, con respecto a cuestiones de contacto directo con los escritos heb.; y segundo, en tanto que proporcionan material comparativo y contemporáneo fechado de primera mano, para el control objetivo de las formas literarias del AT y de los tipos de crítica literaria.

(i)     Cuestiones de contacto directo. 1. Gn. 39; Sal. 104. En épocas pasadas se ha considerado ocasionalmente que el incidente de la mujer infiel de Potifar en Gn. 39 estaba basado en un incidente similar en el mítico Cuento de dos hermanos. Pero la mujer infiel es el único punto en común; el Cuento es intencionalmente una obra de fantasía pura (el héroe se convierte en toro, en árbol, etc.), mientras que el relato de José es biografía que en todo momento se relaciona con la realidad. Lamentablemente, las mujeres infieles no son sólo un mito, ni en Egipto ni en ninguna otra parte (véase un ejemplo egipcio incidental en JNES 14, 1955, pp. 163).

En general hoy los egiptólogos no consideran que el himno de Akenaton, “Himno a Atón”, haya inspirado partes del Sal. 104, como pensaba en una época Breasted (cf. J. H. Breasted, Dawn of Conscience, 1933, pp. 366–370). El universalismo y la adoración de la deidad como creador y sustentador aparecen en himnos a Amón, tanto antes como después del himno a Atón, por lo que hace a fecha, lo cual significa que estos conceptos podrían haber llegado hasta la época de la salmodia heb. (así, p. ej., J. A. Wilson, Burden of Egypt/Culture of Ancient Egypt, pp. 224–229). Pero incluso este tenue vínculo no tiene mayor peso, por cuanto ese mismo universalismo aparece en épocas parecidas en el O de Asia (cf. los ejemplos que ofrece W. F. Albright, From Stone Age to Christianity, eds. de 1957, pp. 12–13, 213–223 [trad. cast. De la edad de piedra al cristianismo, 1959]) y por lo tanto esta demasiado difundido como para que se lo pueda tomar como criterio para probar una relación directa. Lo mismo podría decirse con respecto a los así llamados salmos penitenciales de los obreros de la necrópolis de Tebas en la dinastía 19ª. Un sentido de fracaso o de pecado no es algo peculiar a Egipto (y en realidad es muy poco tipico allí); y los salmos egp. deberían compararse con la confesión de la pecaminosidad del hombre hecha por el rey hitita Mursil II (ANET, pp. 395b), y con las odas penitenciales babilónicas. Estas últimas muestran también la amplia difusión de un concepto general (aun cuando el enfoque local podría ser diferente en distintos lugares); y no pueden usarse para establecer una relación directa (cf. G. R. Driver,The Psalmists, eds. de D. C. Simpson, 1926, pp. 109–175, esp. 171–175).

2. La Sabiduría de Amenemope y Proverbios. Impresionados por las estrechas semejanzas verbales entre diversos pasajes en la “Instrucción” egp. de Amenemope (ca. 1100 a.C., véase inf.) y las “palabras de los sabios” (Pr. 22.17–24.22) citadas por Salomón (igualando la “mi sabiduría” de 22.17 con la de Salomón desde 10.1), muchas personas han dado por supuesto, siguiendo a Erman, que Proverbios es deudor de Amenemope; sólo Kemn y McGlinchey se aventuraron a adoptar la posición contraria. Otros, con W. O. E. Oesterley, Wisdom of Egypt and The Old Testament, 1927, dudaron de la justicia de un enfoque que favoreciera a cualquiera de los dos extremos, considerando que tal vez tanto Amenemope como Proverbios habían recurrido a una fuente común de dichos proverbiales del oriente antiguo, y especialmente a una obra heb. más antigua. La supuesta dependencia de Proverbios con respecto a Amenemope sigue siendo el punto de vista común (p. ej. P. Montet, L’Égypte et la Bible, 1959, pp. 113, 127), pero evidentemente es demasiado simple. Mediante un minucioso examen, tanto de Amenemope como de Proverbios, en el marco total de la sabiduría del antiguo Cercano Oriente, las investigaciones recientes han demostrado que no hay ninguna base adecuada para suponer la existencia de una relación especial, en cualquiera de los dos sentidos, entre Ameneope y Proverbios. Es preciso notar dos puntos más. Primero, con respecto a fecha, Plumley (DOTT, pp. 173) menciona un óstraca de El Cairo perteneciente a Amenernope que “puede fecharse con cierta certidumbre en la segunda mitad de la dinastía 21ª”. Por lo tanto, el Amenemope egp. no puede ser posterior al 945 a.C. (= fin de la dinastía 21ª), y los egiptólogos tienden ahora a favorecer una fecha en las dinastías 18ª-20ª. En todo caso, no hay razón objetiva alguna para suponer que las Palabras de Sabiduría hebreas no sean tan antiguas como el reinado de Salomón, e. d., el ss. X a.C. El segundo punto se relaciona con la palabra šilšôm, que se encuentra en Pr. 22.20, que Erman y otros traducen como “treinta”, con lo cual hacen que Proverbios imite los “treinta capítulos” de Amenemope. Corresponde indicar que Pr. 22.17–24.22 no contiene 30 sino 33 admoniciones, y la interpretación más simple de šlšwm consiste en tomarla como forma elíptica de ˒eṯmôl šilšôm, ‘anteriormente’, ‘ya’, y traducir la cláusula simplemente como, “¿Acaso no he escrito para ti, ya, en/con consejos de sabiduría?”

(ii)     Uso literario y crítica veterotestamentaria.

Es particularmente lamentable que los métodos convencionales de la crítica literaria del AT (véase tam. * Crítica bíblica) se hayan formulado y se hayan desenvuelto, en el curso del último siglo en particular, sin más que una referencia muy superficial a las verdaderas características de la literatura contemporánea del mundo bíblico, a la par de la cual vieron la luz los escritos hebreos, y con cuyos fenómenos literarios presentan considerables semejanzas externas y formales. La aplicación de tales controles externos y tangiblemente objetivos, no puede dejar de tener consecuencias drásticas para estos métodos de crítica literaria. Mientras que los textos egp. constituyen una fuente particularmente fructífera de los datos externos que sirven de control, las literaturas mesopotámica, norcananea (ugarítica), hitita, y otras, proporcionan confirmación valiosa. Véase para un estudio panorámico preliminar, K. A. Kitchen, Ancient Orient and Old Testament, 1966, cap(s). 6–7.

VI. Religión

a. Los dioses y la teología

La religión egipcia nunca fue un todo unitario. Siempre hubo dioses locales a lo largo del territorio, entre los que se encontraban Ptah, dios artífice de Menfis; Tot, dios de la erudición y la luna en Hermópolis; Amón “el oculto”, dios de Tebas, que sobrepasó a Mentu, el dios de la guerra, y se convirtió en el dios del estado en el Egipto del 2º milenio; Hator, diosa de la alegría en Dendera; y muchos más. Luego estaban los dioses cósmicos: primero y principal Ra o Atún el dios sol, cuya hija Maet personificaba la verdad, la justicia, lo recto, y el orden cósmico; luego Nut la diosa del cielo y Su, Geb, y Nu, los dioses del aire, la tierra, y las aguas primordiales, respectivamente. Lo que más se acercaba a una verdadera religión nacional era el culto de Osiris y su ciclo (con su mujer, Isis, e hijo, Horus). El relato de Osiris ejercía una gran atracción para el ser humano: el buen rey, asesinado por su perverso hermano Set, que gobierna el reino de los muertos y triunfa en la persona de su hijo póstumo y vengador Horus, quien, con el apoyo de su madre Isis, obtuvo la realeza de su padre en la tierra. El egipcio podía identificarse con el Osiris revivificado en su reino del más allá; el otro aspecto de Osiris, como dios de la vegetación, vinculado con el crecimiento anual del Nilo y la consiguiente resurrección de la vida, se combinaba poderosamente con su aspecto funerario en las aspiraciones egipcias.

b. El culto egipcio

El culto egipcio contrastaba marcadamente con el culto hebreo en particular, y con el culto semítico en general. El templo estaba aislado dentro de sus propios terrenos circundados por altos muros. Sólo el sacerdocio que oficiaba adoraba en tales templos; y era sólo cuando el dios salía en reluciente procesión en las grandes fiestas que el pueblo participaba activamente en honrar a los grandes dioses. Aparte de esto, buscaban solaz en los dioses domésticos menores. El culto de los grandes dioses seguía un patrón general único, tratándose al dios igual que a un rey terreno. Se lo despertaba del sueño todas las mañanas con un himno, se lo lavaba y vestía (e. d. su imagen), desayunaba (ofrenda matutina), cumplía actividades, y se le daban las comidas del medio día y de la noche (las ofrendas correspondientes) antes de retirarse a dormir. El contraste no podría ser más grande entre el Dios de Israel—autosuficiente y en constante vigilancia, con su sistema de sacrificios didácticos, que simbolizaban la necesidad de la expiación (y los medios para efectuarla) a fin de resolver la cuestión del pecado humano, y de sacrificios propiciatorios en comunión en el tabernáculo o el templo—y esas deidades egp. terrenas de la naturaleza. Para el culto egp. en los templos, cf. H. W. Fairman, BJRL 37, 1954, pp. 165–203.

c. Literatura religiosa

Al 3º milenio pertenecen los textos de las pirámides (así llamados por estar inscritos en las pirámides de la dinastía 6ª), un considerable cuerpo de “encantamientos” que, aparentemente, forman rituales funerarios reales increíblemente complicados, y también la teología menfita, que glorifica al dios Ptah como primera causa, el que concibe en su mente (“corazón”) y crea con su palabra de poder (“lengua”) (distante heraldo del concepto de logos que aparecería posteriormente en el Evangelio de Juan [1.1ss] transformado mediante Cristo). En todas las épocas hay himnos y oraciones a los dioses, generalmente llenos de alusiones mitológicas. En el imperio ciertos himnos a Amón, y el famoso himno de Akenatón a Atón, ilustran notablemente el universalismo de la época; veáse V. Literatura, b (i) 1, sup. Los relatos épicos de los dioses con los que se cuenta en la actualidad ofrecen extractos únicamente. Una parte obscena del ciclo de Osiris subsiste en las Contenciones de Horus y Set. Los textos de los féretros del reino medio (generalmente pintados dentro de los féretros en esa época). v el “Libro de los muertos” del imperio y el período tardío, no son más que colecciones de encantamientos mágicos para proteger y beneficiar a los muertos en la vida del más allá; se inscribían guías especiales de geografía “infernal”. Sobre la literatura mágica, * Magia y brujería. ANET contiene traducciones de textos religiosos.

d. Creencias funerarias

Las complejas creencias de los egipcios sobre la vida de ultratumba encontraron expresión en los términos concretos y materiales de un Egipto más glorioso, ultramundano, gobernado por Osiris. Otras posibilidades en la ultratumba incluían el acompañar al dios sol Ra en su viaje diario a través del cielo y por el mundo inferior, o morar con las estrellas. El cuerpo era un agregado material para el alma; la momificación no era más que un medio artifical de conservar el cuerpo con dicho fin, cuando las tumbas pronto se volvieron demasiado complejas como para que los rayos del sol desecasen el cuerpo en forma natural, como ocurría en los sepulcros superficiales de la época prehistórica. Los objetos dejados en las tumbas para uso de los muertos generalmente atraían a los ladrones. La preocupación egipcia por la muerte no era morbosa; este pueblo alegre, pragmático, y materialista buscaba simplemente llevarse las cosas buenas de esta vida consigo, valiéndose de medios mágicos para hacerlo. La tumba era la morada física y eterna del muerto. Las pirámides eran simplemente tumbas reales cuya forma estaba modelada en la de la piedra sagrada del dios sol Ra en Heliópolis (véase I. E. S. Edwards, The Pyramids of Egypt, 1961). Las tumbas secretas de los faraones imperiales labradas en roca en el Valle de los Reyes en Tebas fueron planeadas para combatir a los ladrones, pero fracasaron, como las pirámides a las que reemplazaron.

Bibliografía. J. Pirene, Historia de la civilización de Egipto, 1963–4, 3 t(t).; E. Driaton, “Egipto”, DBDM, t(t). II, cols. 1112–1152; A. Toynbee, Entre el Niger y el Nilo, 1966; B. Davidson, La historia empezó en África, 1963; O. Neubert, El valle de los reyes, 1958; R. Fernández Valbuena, Egipto y Asiria resucitados, 1985, 4 t(t).; C. F. Pfeiffér, “Egipto”, °DBA, pp. 233–245; M. Noth, El mundo del Antiguo Testamento, 1976; G. E. Wright, Arqueología bíblica, 1975; P. Alonso Schökel, Viaje al país del Antiguo Testamento, 1956, pp. 77–151.

General. Introducciones populares al tema del Egipto antiguo: L. Cottrell, The Lost Pharaohs, 1950, y Life under the Pharaohs, 1955; P. Montet, Everyday Life in Egypt in the Days of Ramesses the Great, 1958. Muy útil es S. R. K. Glanville (eds.), The Legacy of Egypt, 1942 (nueva eds. 1965); W. C. Hayes, Sceptre of Egypt, 1, 1953; 2, 1959, ambos muy bien ilustrados. También G. Posener, S. Sauneron y J. Yoyotte, Dictionary of Egyptian Civilization, 1962. Sobre Egipto y Asia, W. Helck, Die Beziehungen gyptens zum Vorderasien im 3. Und 2. Jahrtausend vv. Chr., 1962. Es clásica la obra de H. Kees, Ägypten, 1933, de la cual la parte 1 de Kulturgeschichte des Alten Orients forma parte de la serie Handbuch der Altertumswissenschaft; H. Kees, Ancient Egypt, a Cultural Topography, 1961, es útil y confiable. Hay bibliografías completas en: I. A. Pratt, Ancient Egypt, 1925, y su Ancient Egypt (1925–41), 1942, para casi todo lo anterior a la guerra; W. Federn, ocho listas en Orientalia 17, 1948; 18, 1949; y 19, 1950, para los años 1939–47; y J. M. A. Janssen, Annual Egyptological Bibliography, 1948ss, para 1947 en adelante, además de B. J. Kemp, Egyptology Titles, de publicación anual. Tamb. Porter-Moss, Topographical Bibliography, 7 t(t).

Origen del nombre. Brugsch, Geographische Inschriften, 1, 1857, pp. 83; A. H. Gardiner, Ancient Egyptian Onomastica, 2, 1947, pp. 124*, 211*.

Geografía. De mucho valor para consultas sobre aspectos físicos y geográficos de Egipto es J. Ball, Contributions to the Geography of Egypt, 1939. Sobre estadísticas modernas, vease el estudio en The Middle East, 1958. Baedeker’s Egypt, 1929, contiene mucha información. Los desiertos se describen en alguna medida en A. E. P. Weigall, Travels in the Upper Egyptian Deserts, 1909. Sobre el estado primitivo y el asentamiento inicial en el valle del Nilo, W. C. Hayes, “Most Ancient Egypt” = JNES 22, 1964. Respecto a la geografía egipcia antigua, hay un tesoro de informacion en (Sir) Alan Gardiner, Ancient Egyptian Onomastica, 3 t(t). 1947, con buenos análisis y referencias a literatura. Véase tamb. * Egipto, Río de; * Hanes * Menfis; * Naftuhim; * Nilo; * On; * Patros; * Pibeset; * Ramesés; * Tebas; * Zoan, etc.

Lengua. En cuanto a detalles sobre el idioma egipcio, y bibliografía sobre el tema, véase Sir A. H. Ganhner, Egyptiun Grammar³, 1957. Sobre el copto, véase W. C. Till, Koptische Grammatik, 1955, y A. Mallon, Gramaire Copte, 1956, que contiene amplia bibliografía; en inglés, cf. C. C. Walters, An Elementary Coptic Grammar, 1972.

Historia. La obra clásica es É. Drioton y J. Vandier, L’Égypte (Collección “Clio”)4, 1962, con amplios análisis y bibliografía. De valor es la obra de J. A. Wilson, The Burden of Egypt, 1951, reimpreso en edición económica, como The Culture of Ancient Egypt, 1956. J. H. Breasted, History of Egypt, varias ediciones, pero ya está desactualizado, lo mismo que H. R. Hall, Ancient History of the Near East. Véase tamb. A. H. Gardiner, Egypt of the Pharaohs, 1961; y esp. CAH³, tt.1 y 2, 1970ss.

Sobre obras históricas egp., véase L. Bull en R. C. Dentan (eds.), The Idea of History in the Ancient Near East, 1955, pp. 3–34; C. de Wit, E 28, 1956, pp. 158–169.

Sobre grupos sacerdotales rivales, véase H. Kees, Das Priestertum im gyptischen Staat, 1953, pp. 78–88 y 62–69, tamb. Nachträge, 1958; véase tamb. J. A. Wilson, Burden of Egypt/Culture of Ancient Egypt, cap(s). ix. Para el período tardío, véase K. A. Kitchen, The Third Intermediate Period in Egypt (1110–650 BC), 1972, esp. parte IV.

Sobre Egipto bajo el dominio persa, véase F. K. Kienitz, Die Politische Geschichte gyptens, vom 7. bis zum 4. Jahrhundert vor der Zestwende, 1953. Para las tablillas de las crónicas babilónicas, véase D. J. Wiseman, Chronicles of Chaldaean Kings, 1956. Una pequeña pero importante corrección sobre las fechas de la 26ª dinastía se encuentra en R. A. Parker, Mitteilungen des Deutschen Archäologischen Instituts, Kairo Abteilung, 15, 1957, pp. 208–212.

Para el Egipto grecoromano, véase CAH, últimos tomos; Sir H. I. Bell, Egypt from Alexander the Great to the Arab Conquest, 1948, y su Cults and Creeds in Graeco-Roman Egypt, 1953 y eds. posteriores; W. H. Worrell, A Short Account of the Copts, 1945.

Literatura. Para obras literarias, cf. W. K. Simpson (eds.), The Literature of Ancient Egypt, 1972, y M. Lichtheim, Ancient Egyptian Literature, 1–2, 1973–6; hay muchos textos históricos en J. H. Breasted, Ancient Records of Egypt, 5 t(t). 1906/7. En ANET aparecen diversas selecciones resumidas. Un excelente trabajo de enumeración, identificación, y restauración de la literatura egp. se encuentra en Posener, Recherches Littéraires, 1–7, en la Revue d’Égyptologie 6–12 (1949–60). Sigue siendo valioso en este campo T. E. Peet, A Comparative Study of the Literatures of Egypt, Palestine and Mesopotamia, 1931.

Religión. Un resumen adecuado en inglés sobre la relipón egipcia aparece en J. Cerný, Ancient Egyptian Religion, 1952; hay más detalles y bibliografía en J. Vandier, La Religión Egyptienne, 1949; H. Kees, Der Götterglaube im alten gypten, 1956, es una buena obra; cf. tamb. S. Morenz, Egyptian Religion, 1973.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico