ELIAS

1Ki 17:1-19; 2Ki 1:1-2. Predice la sequía, 1Ki 17:1; alimentado por los cuervos, 1Ki 17:2-7; alimentado por la viuda de Sarepta, 1Ki 17:8-16; revive al hijo de la viuda, 1Ki 17:17-24; regresa adonde Acab, 1Ki 18:1-19; Elías y los profetas de Baal, 1Ki 18:20-40; ora por la lluvia, 1Ki 18:41-46; huye a Horeb, 1Ki 19:1-8; oye la voz de Dios, 1Ki 19:9-18; llama a Eliseo, 1Ki 19:19-21; reprende a Acab, 1Ki 21:17-29; pide que caiga fuego del cielo, 2Ki 1:3-16; arrebatado al cielo, 2Ki 2:1-11.
Mal 4:5 yo os envío el profeta E, antes que venga
Mat 11:14 y si .. él es aquel E que había de venir
Mat 16:14; Mar 8:28; Luk 9:19 otros, E .. o alguno de los profetas
Mat 17:3; Mar 9:4; Luk 9:30 aparecieron Moisés y E hablando con él
Mat 17:12; Mar 9:13 mas os digo que E ya vino
Mat 27:47; Mar 15:35 decían, al .. A E llama éste
Mar 6:15; Luk 9:8 otros decían: Es E. Y otros
Luk 1:17 irá delante de él con el espíritu .. de E
Luk 9:54 descienda fuego del cielo, como hizo E
Joh 1:21 le preguntaron .. ¿Eres tú E? Dijo: No
Rom 11:2 ¿o no sabéis qué dice de E la Escritura
Jam 5:17 E era hombre sujeto a pasiones .. y oró


Elí­as (heb. ‘Kliyyâh[û], “Dios es Yahweh” o “mi Dios es Yahweh”; ac. Ilu-yâu; gr. lí­as). 1. Mensajero especial de Dios al reino norteño de Israel durante la gran apostasí­a bajo Acab (c 874-853 a.C.) y Jezabel, cuando la adoración a Baal prácticamente habí­a sustituido al culto del verdadero Dios. Se lo identifica sólo como un tisbita* (1Ki 17:1). Como hombre de gran fe y osado celo por Dios. Elí­as fácilmente ocupa un lugar entre los profetas más grandes. La alta estima en la cual lo han tenido los judí­os de siglos posteriores se evidencia por la expectativa popular, basada en la predicción de Mal 4:5, 6, de que el profeta regresarí­a a la tierra para anunciar la inminente aparición del Mesí­as (Mat 17:10-12). Jesús identificó el ministerio de Juan el Bautista con el que fue predicho por Malaquí­as, después de declarar que no habí­a nadie mayor que Juan (Mat 11:11, 14). Hasta donde se sepa, Elí­as fue la única persona, con excepción de Enoc, honrada por la traslación al cielo sin ver la muerte (2Ki 2:11, 12). También fue elegido para acompañar a Moisés, el gran legislador, en la transfiguración de Cristo (Mat 17:3). Cuando Acab comenzó a reinar, habí­a pasado poco más de medio siglo desde la muerte de Salomón y la división del reino; desde entonces Israel, el reino del norte, habí­a caí­do rápidamente en apostasí­a. Pero Acab “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él”, porque se casó con Jezabel, hija de un rey fenicio, y adoptó la religión de ella y se convirtió en un adorador de Baal (1Ki 16:30, 31). No sólo eso, sino que le construyó un templo en Samaria (vs 32, 33), y así­ hizo “Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová” (v 33). Tales eran las condiciones bajo las cuales Dios llamó a Elí­as para que visitara a Acab en la corte y le anunciara una sequí­a severa de duración indefinida como castigo aleccionador (17:1). Luego se instruyó al profeta a que huyera por su seguridad al arroyo de Querit,* un tributario estacional del rí­o Jordán (vs 2, 3), donde fue alimentado por un tiempo con comida provista en forma milagrosa (vs 4-6). Cuando se secó el arroyo, Elí­as recibió la instrucción de salir de Israel y encontrar refugio en Sarepta* (figs. 451, 517), un pueblo sidonio (Luk 4: 26). Allí­ Dios hizo un nuevo milagro para sostenerlo (1R. 17: 7-16) y por medio de él resucitó al hijo de la viuda cuya hospitalidad le habí­a provisto un refugio temporario (vs 17- 24). Después de nos 3 l/2 años (Luk 4: 25, 26), durante los cuales Acab no habí­a cejado en sus esfuerzos por encontrar al profeta y pedirle cuentas por el hambre que llegó a ser muy severa (1Ki 18: 2-6, 10), Dios le indicó a Elí­as que tení­a que presentarse una vez más en la corte de Acab (vs 1, 2). La intensidad del hambre y la gravedad con la que Acab consideraba la situación están reflejados en la reacción temerosa de Abdí­as, el oficial que administraba la casa de Acab, ante quien Elí­as se presentó (vs 7-14). El cargo inicial de Acab al encontrarse con Elí­as: “¿Eres tú el que turbas a Israel?”, fue rápidamente silenciado por la acusación divina de que Acab mismo era el culpable de la desgracia de la nación, y por la orden de que el rey se presentara inmediatamente en el monte Carmelo con todos los profetas de Baal y de Asera (1Ki 18: 17- 19). En el monte Carmelo se hizo una dramática prueba para ver si Baal o Yahweh era el Dios verdadero, con el propósito de que el rey mismo y el pueblo pudieran hacer una decisión sobre el tema (vs 20-40). Los profetas de Baal tuvieron la 1ª oportunidad de demostrar el poder de su dios, pidiéndole que hiciera descender fuego del cielo para consumir el sacrificio que le habí­a sido ofrecido (vs 22-29), pero Baal no respondió. Entonces Elí­as reparó el altar de Jehová que yací­a en ruinas, puso un sacrificio sobre el altar, empapó todo con agua y luego invocó a Dios para que vindicara su nombre. El Señor respondió enviando fuego que consumió el sacrificio, el altar y el agua (vs 30-38). La gente reconoció que Jehová era el verdadero Dios, y, al mandato de Elí­as, mataron a todos 369 los profetas de Baal (vs 39, 40). Luego, para demostrar que la sequí­a habí­a sido un castigo divino sobre la tierra, y como consecuencia de la admisión del pueblo de que Jehová era el verdadero Dios, cayó una lluvia abundante (vs 41-46). Airada por los acontecimientos, Jezabel amenazó la vida del profeta, con el resultado de que Elí­as huyó hacia el sur, hacia el desierto de Sinaí­, donde se alojó en una cueva; una vez más fue sostenido milagrosamente (1Ki 19:1-9). Cuando Jehová le pidió cuentas por su vergonzosa huida ante la amenaza de Jezabel, Elí­as protestó que él era el único que habí­a quedado fiel a Dios, y que ahora mismo su vida estaba en peligro (vs 10-14). Dios lo reprendió con mucho tacto y le asignó nuevas tareas: ungir a Jehú como rey de Israel en lugar de Acab, a Hazael como un látigo para Israel por causa de su apostasí­a, y a Eliseo como su propio sucesor (vs 15- 21). Después de un tiempo no indicado, durante el cual Acab y Jezabel asesinaron a Nabot para conseguir su porción de tierra que habí­a heredado, Elí­as fue a encontrarse con él en momentos en que iba a tomar posesión de la heredad de Nabot, y le anunció la suerte que le esperaba al rey, a Jezabel y a toda la familia real por causa de su apostasí­a e impenitencia (cp 21). Cuando Acab murió, su hijo Ocozí­as le sucedió por poco tiempo en el trono (22:40). Al enfermar, apeló a Baal de Ecrón, pero sus mensajeros se encontraron con Elí­as, quien les indicó que regresaran a su amo con el anuncio de que morirí­a (2Ki 1:1-4). Ocozí­as envió 3 compañí­as de soldados para prender al profeta. Las primeras 2 fueron milagrosamente consumidas por fuego, pero la última no, porque su dirigente se presentó sumiso ante Elí­as (vs 5-16). Poco después de este acontecimiento, el ministerio de Elí­as llegó a su término y fue trasladado al cielo (2:1-11). Eliseo, testigo presencial del evento, fue dotado con el poder y la autoridad que habí­a tenido Elí­as y fue confirmado en el cargo profético (vs 12-15). 2. Hijo de Joram, de la tribu de Benjamí­n, que vivió en Jerusalén (1Ch 8:27). 3. Sacerdote, hijo de Harim, casado con una mujer extranjera en tiempos de Esdras (Ezr 10:21). 4. Hijo israelita de Elam. Estuvo entre los que se habí­an casado con mujeres extranjeras en tiempos de Esdras (Ezr 10:26). 185. Lugar sobre el monte Carmelo señalado como el sitio tradicional donde Elí­as ofreció el sacrificio a Dios.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Yahvéh es Dios. Profeta del siglo IX a. C., oriundo de Tisbé, en la región de Galaad, en Transjordania, 1 R 17, 1. El ministerio profético de E. se inició bajo el soberano Ajab, rey de Israel, 874-853 a. C., quien obró mal delante de Yahvéh, pues tomó por mujer a Jezabel, hija de Itobaal, rey de los sidonios, quien le hizo caer en la idolatrí­a a Baal, 1 R 16, 29-33. A causa de este pecado, E. le predijo a Ajab una sequí­a de tres años. Luego, por palabra de Yahvéh, E. debió marcharse hacia el oriente y esconderse en el torrente de Kerit, frente al rí­o Jordán, donde los cuervos lo alimentaban, le llevaban pan en la mañana y carne en la tarde, y bebí­a del agua del torrente, hasta cuando ésta se agotó por la sequí­a, 1 R 17, 2-7. De nuevo Yahvéh le habló a E. y le hizo ir a Sarepta de Sidón, donde una viuda, que lo alimentarí­a, en cuya casa, milagrosamente, no faltó la harina ni el aceite, según le aseguró el profeta a la mujer, hasta cuando pasara la sequí­a, 1 R 17, 8-16. Estando E. en casa de la viuda, el hijo de ésta enfermó gravemente y murió, y el profeta milagrosamente lo resucitó, 1 R 17, 17-24. A los tres años, Yahvéh le ordenó a E. que se dejara ver del rey Ajab, y el profeta se encontró con Abdí­as, mayordomo de palacio y hombre temeroso de Yahvéh, a quien envió E. donde el rey para avisarle de su presencia, 1 R 18, 1-15. Cuando el rey Ajab y E. se encontraron, éste le pidió reunir, en el monte Carmelo, a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, llevados desde Tiro y mantenidos por Jezabel, la mujer del soberano, y a todos los israelitas, para llevar a cabo un juicio de Dios, 1 R 18, 16-19. Dispuesto lo necesario para el sacrificio, los novillos y la leña, los sacerdotes de Baal llevaron a cabo sus ritos, entre ellos, hacerse incisiones en sus cuerpos, e invocaron a su dios para que les mandara fuego que consumiera el holocausto, pero fue inútil.

Entonces E. preparó todo para el sacrificio invocó a Yahvéh y cayó fuego del cielo que devoró el holocausto, con lo que se demostró que Yahvéh es el único Dios. Tras esto, el profeta E. degolló a todos los profetas de Baal en el torrente de Quisón, después de lo cual cesó la sequí­a y sobrevino una gran lluvia, 1 R 18, 20-46. Jezabel, mujer del rey Ajab, al enterarse de la muerte de los profetas de Baal, amenazó a E., mediante un mensajero, por lo que el profeta huyó a Berseba, al desierto, donde se deseó la muerte. Habiéndose dormido E., un ángel de Yahvéh lo despertó y lo alimentó, tras lo cual el profeta caminó durante cuarenta dí­as y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb, donde se concluyó la Alianza. E. se metió en la cueva, la misma †œhendidura de la peña† donde estuvo Moisés cuando Yahvéh se le apareció, Ex 33, 22, y el Señor le habló enviándolo en dirección del desierto de Damasco, para ungir a Jazael como rey de Aram, a Jehú, rey de Israel, mandato éste que realizarí­a Eliseo, a quien E. debí­a consagrar como sucesor suyo. Yahvéh le dijo a E. que acabarí­a con los que se habí­an ido tras Baal y dejarí­a un resto de siete mil israelitas, que habí­an permanecido fieles, 1 R 19, 1-18. E. partió al encuentro con Eliseo, quien se encontraba arando, y le echó el manto encima. Eliseo ofreció el sacrificio de los bueyes con que araba, entregó la carne al pueblo para que comiera, siguió a E. y le serví­a, 1 R 19, 19, 21.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., †™eliyahu, Jehovah es Dios). Nombre de cuatro hombres en la Biblia.
1. Benjamita e hijo de Jehorah, habitante de Jerusalén (1Ch 8:27).
2. Descendiente de Harim que se casó con una mujer extranjera durante el exilio (Ezr 10:21).
3. Israelita inducido a despedir a su mujer extranjera (Ezr 10:26).

4. El profeta Elí­as (1Ki 17:1—2Ki 2:12) cuyo ministerio se desenvolvió en la época del rey Acab (c. 874-852 a. de J.C.) del reino del norte de Israel. Elí­as nació en Tisbe y se describe como morador de Galaad (1Ki 17:1). Predijo una sequí­a (1Ki 17:1) que durarí­a más de tres años (1Ki 18:1). Dios entonces llevó a Elí­as a tres años de reclusión como aprendizaje (1Ki 17:3) y proveyó por él milagrosamente. En Sarepta Elí­as aprendió que el Señor cuida de su siervo obediente y que el poder del Señor es mayor que el poder del hombre (1Ki 18:10). Elí­as también aprendió acerca del poder de la oración para transformar situaciones de muerte: un niño fue devuelto a la vida (1Ki 17:22) y su madre llegó a la fe espiritual y el testimonio (1Ki 17:24).

Elí­as le informó a Acab que se habí­a acabado la sequí­a y, sabiendo que el Señor contesta la oración (1Ki 17:20-24), propuso un concurso de oración (1Ki 18:24) en el monte Carmelo. Según una práctica conocida como †œmagia imitativa†, los profetas de Baal (1Ki 18:26-29) trataron de hacer en la tierra lo que deseaban que su dios hiciera desde el cielo.

Su danza alrededor del altar sugerí­a las llamas chispeantes (1Ki 18:26). Cuando eso falló, cortaron sus cuerpos en la esperanza que el correr de sangre pudiera hacer correr el fuego, pero sin resultado. Con sencillez y dignidad (1Ki 18:36-37) Elí­as apoyó su caso en la certeza de que el Señor contestarí­a la oración. Su oración fue contestada dramáticamente.

Elí­as tení­a un asunto más para ocuparlo en el monte Carmelo. Santiago (Jam 5:18) nos lleva a interpretar la actitud postrada de Elí­as como actitud de oración: estaba orando por el cumplimiento de lo que el Señor habí­a prometido (1Ki 18:1). Envió a su siervo a un mirador siete veces; en cuanto apareció la indicación más leve de lluvia, respondió en fe activa a su mensaje (1Ki 18:43 ss.).

No es difí­cil entender el colapso de Elí­as (1Ki 19:1 ss.). El tiempo que el Señor le hizo dormir a Elí­as (1Ki 19:5-6) después de su colapso muestra el grado al cual habí­a descuidado su bienestar fí­sico. Dios le dio descanso y alimento a su siervo (1Ki 19:5-7), lo llevó a su propia presencia (1Ki 19:8-9) y renovó el sentido del poder de la palabra de Dios en Elí­as. El Señor renovó la comisión de Elí­as y le dio una palabra de aliento (1Ki 19:15-18) pero dejó sin contestar la oración de Elí­as por la muerte (1Ki 19:4). En vez de ello, le concedió que no muriera nunca (2Ki 2:11). Elí­as reprochó valientemente a Acab por el asesinato de Nabot (1 Reyes 21).

Elí­as se sintió aislado y solo fácilmente (1Ki 18:22) aunque sabí­a que era lejos de la realidad (comparar 1Ki 18:13). Cuando más necesitaba compañerismo y ayuda, deliberadamente buscó un sendero solitario (1Ki 19:3-4) y cuando el Señor lo bendijo con el compañerismo y la calidez de Eliseo, no estaba listo para compartir con él la gran experiencia que sabí­a que habí­a de ser suya (2Ki 2:2, 2Ki 2:4, 2Ki 2:6). Sin embargo, el Señor permitió que Elí­as evitara la muerte y entrara al cielo en el torbellino (2Ki 2:11).

Se cumplió su profecí­a (1Ki 21:23) en cuanto a Jezabel (2Ki 9:36), así­ como su predicción en cuanto a la dinastí­a de Acab (2Ki 10:10, 2Ki 10:17). Elí­as también tuvo un ministerio como escritor (2Ch 21:12-15). La profecí­a de Elí­as como precursor del Mesí­as (Mal 4:5-6) se cumplió en el ministerio de Juan el Bautista (p. ej., Mat 11:13-14; Mat 17:9-13). El mayor privilegio de Elí­as en la historia bí­blica fue estar junto al Hijo de Dios en el monte de la Transfiguración (Mat 17:3-4; Mar 9:4-5; Luk 9:30-33).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Jehová es Dios). Nombre de personas del AT.

1. Profeta de Israel. Ejerció su ministerio durante el reinado de †¢Acab y †¢Ocozí­as, en el siglo IX a.C. Le correspondió desarrollar una intensa lucha a favor de Jehová y en contra del culto de †¢Baal. El rey Acab se habí­a casado con †¢Jezabel, una princesa fenicia, la cual apoyaba la adoración de Baal, llegando a tener gran cantidad de profetas o sacerdotes de ese dios. Al mismo tiempo, desató una persecución contra los sacerdotes de Jehová, salvándose algunos sólo porque †¢Abdí­as, mayordomo del rey, los escondió (1Re 18:3-4, 1Re 18:13). El rey Acab permití­a las actividades de su esposa. E. combatió con gran celo esa polí­tica religiosa. Esto le hizo impopular en la corte judí­a, porque era deseo de las autoridades mantener buenas relaciones con sus vecinos fenicios. La actividad de E. no se caracterizaba por un nacionalismo extremo, como puede apreciarse del hecho de que fue a vivir a †¢Sarepta, una comunidad en la costa fenicia, cerca precisamente de †¢Sidón, donde realizó milagros para una viuda y su hijo (1Re 17:8-24; Luc 4:24-26). Su lucha, pues, era eminentemente religiosa.

Comienza la historia de E. cuando se presenta delante de Acab y predice que vendrí­a una sequí­a de tres años, tras lo cual se refugia †œen el arroyo de Querit†, al E del Jordán, donde fue alimentado por cuervos. Al cesar el agua del arroyo, fue a Sarepta, donde estuvo hasta que se cumplieron los tres años y Dios le ordena presentarse delante del rey. E. se encuentra con †¢Abdí­as, siervo de Acab, con quien enví­a el recado para una reunión. Acab viene a E. y éste le reprende duramente (†œYo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales† -1Re 18:18). Pide que se realice una magna reunión de †œlos cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel†. Así­ se hace. El profeta de Jehová desafió a los baalistas para ver cuál dios respondí­a con fuego, y resultó que nada sucedió cuando Baal fue invocado, mientras que por la oración de E. †œcayó fuego de Jehovᆝ. El pueblo exclamó: †œJehová es el Dios, Jehová es el Dios†. Y los profetas de Baal fueron ejecutados. También E. oró por lluvia y ésta llegó (1Re 18:1-46).
esto, Jezabel amenazó de muerte a E., que salió huyendo. Desalentado, pidió a Dios que le quitara la vida, pero un ángel le fortaleció para que pudiera llegar a †¢Horeb, donde se metió en una cueva. Dios se le reveló allí­, diciéndole que él no estaba solo, porque el Señor habí­a dejado siete mil hombres †œcuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron†. Recibió órdenes de ir a ungir †œa †¢Hazael por rey de Siria. A †¢Jehú … por rey sobre Israel; y a Eliseo … para que sea profeta† E. llegarí­a solamente a ungir a Eliseo, que cumplirí­a el resto del encargo con Hazael. Un discí­pulo lo harí­a con Jehú (1Re 19:1-21; Rom 11:1-5).
el asesinato de †¢Nabot, llevado a cabo por Jezabel para quitarle una herencia y dársela a Acab, E. fue enviado por Dios a anunciar al rey el juicio de Dios contra él y su esposa. Pero el rey reaccionó humillándose delante de Dios, por lo cual el Señor dijo a E. que el juicio vendrí­a en dí­as del hijo del rey (1Re 21:1-29). En efecto, Acab murió y reinó en su lugar †¢Ocozí­as su hijo. éste cayó enfermo y mandó a consultar †œa †¢Baal-zebub dios de Ecrón†. E. predijo que morirí­a por haber hecho eso. El rey mandó a buscar a E. con compañí­as de soldados, pero E. los destruí­a haciendo caer sobre ellos fuego del cielo. A la tercera vez, Dios dijo a E. que fuese. Frente al rey, repitió su profecí­a, la cual se cumplió (2Re 1:1-18).
la actividad de E. se desarrolló mayormente en el Reino del N, también le tocó predecir un juicio sobre †¢Joram, rey de Judá, al cual envió una carta donde le sacaba en cara sus pecados. El castigo de Dios consistió en que perderí­a a toda su familia y que morirí­a de unapenosa enfermedad intestinal. La carta y el cumplimiento de esta profecí­a aparecen en 2Cr 21:12-20.

†œCuando quiso Jehová alzar a E. en un torbellino†, fue acompañado de Eliseo hasta el Jordán, cuyas aguas se retiraron cuando el profeta las golpeó con su manto. Poco después †œun carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos†, E. subió al cielo y Eliseo recogió su manto, quedando como su heredero (2Re 2:1-12).
ministerio profético de E. dejó una fuerte impresión en la conciencia de Israel. El profeta †¢Malaquí­as predijo que Dios enviarí­a a E. †œantes que venga el dí­a de Jehová, grande y terrible† para realizar una obra de arrepentimiento en el pueblo (Mal 4:5-6), por lo cual se asociaba la figura de este profeta con el advenimiento de la era mesiánica. En el libro apócrifo de †¢Eclesiástico se hace una apologí­a de E., diciéndose que él vendrí­a †œpara restablecer las tribus de Jacob† (Eco 48:1-11). El Señor Jesús identificó a †¢Juan el Bautista como †œaquel E. que habí­a de venir† (Mat 11:7-14; Mar 9:11-13; Luc 1:16-17), aunque el mismo Bautista no se reconocí­a a sí­ mismo como tal (Jua 1:19-21). Muerto Juan, algunos viendo los milagros que hací­a el Señor decí­an que él era E. (Mar 6:14-15). Los hijos de Zebedeo, †¢Jacobo y †¢Juan, quisieron en una ocasión hacer descender †œfuego del cielo, como hizo E.† para castigar a una aldea de samaritanos que se habí­a negado a recibirlos, pero el Señor Jesús lo impidió (Luc 9:52-56).
judí­os asociaban la figura de E. con la de Moisés, diciendo que así­ como éste realizó la liberación de Israel de Egipto, E. inaugurarí­a la restauración de Israel. Era la creencia popular de que ambos intervendrí­an a comienzos de la era mesiánica. Los Evangelios, cuando narran la transfiguración del Señor, dicen que aparecieron †œdos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y E…. y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén† (Mat 17:3; Mar 9:4; Luc 9:30-31). En el folklore judí­o en tiempos del NT se tení­a a E. como el auxiliador de los que sufrí­an injusticias. Por eso, cuando el Señor Jesús exclamó en la cruz: †œElí­, Elí­, lama sabactani…. Algunos de los que estaban allí­ decí­an, al oí­rlo: A E. llama éste†. Y cuando alguien quiso darle a beber vinagre en una esponja, le dijeron: †œDeja, veamos si viene E. a librarle† (Mat 27:46-49). En la epí­stola de Santiago se utiliza la figura de E. para animar a los creyentes a la oración, diciéndose que †œera hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto† (Stg 5:17-18).

2. Personaje en la descendencia de Benjamí­n (1Cr 8:27).

. Sacerdote que regresó del exilio en tiempos de Esdras y que fue uno de los que se habí­an casado con mujeres extranjeras y fueron obligados a separarse de ellas (Esd 10:21).

. Israelita que regresó del exilio en tiempos de Esdras y que fue uno de los que se habí­an casado con mujeres extranjeras y fueron obligados a separarse de ellas (Esd 10:26).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG PROF SACE HOMB HOAT ESCA

fot, dib00317, fot00110

ver, TISBI, CUERVO, MILAGRO

vet, = “Jehová es mi Dios”. 1. Uno de los mayores profetas. Apellidado “el Tisbita”, de Galaad; según la LXX esta última mención precisaba que no era originario de otro Tisbe más conocido, que se hallaba en Galilea. (Véase TISBI). Llevaba una vestimenta de pelo de camello ceñida con un cinto de cuero (2 R. 1:8). Cuando Acab, bajo la influencia de Jezabel, su esposa tiria, se convirtió en un adorador del Baal de Tiro, Elí­as apareció repentinamente en escena. Se presentó delante del pervertido soberano, y le anunció una sequí­a de duración indeterminada, como castigo por la apostasí­a. Siguió una época de hambre. Elí­as se retiró al principio al arroyo de Querit, donde le alimentaron los cuervos enviados por el Señor. (Véase CUERVO). Cuando el arroyo de Querit se secó, Elí­as fue a Sarepta, en la costa mediterránea, al norte de Tiro. Allí­ viví­a una viuda que puso su confianza en Dios, y que compartió su última comida con Elí­as. Entonces intervino Dios. La tinaja de harina y la vasija de aceite no se acabaron mientras duró la época de hambre. El hijo de la viuda murió; entonces la oración del profeta lo volvió a la vida (1 R. 17:1-24; Lc. 4:24-26). Pasado mucho tiempo, al tercer año (1 R. 18:1; Lc. 4:25; Stg. 5:17). Elí­as recibió de Jehová la orden de presentarse ante Acab. Siguió la escena del monte Carmelo. Los sacerdotes paganos intentaron demostrar la divinidad de Baal, pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Elí­as congregó al pueblo alrededor del altar que los israelitas piadosos del norte habí­an indudablemente levantado a Jehová, ya que debido al cisma de las 10 tribus ya no podí­an ir a Jerusalén. Este altar habí­a sido derruido. Al reconstruirlo con 12 piedras, Elí­as dio silencioso testimonio de que el cisma de las 12 tribus en 2 reinos era contrario a la voluntad de Dios. Para evidenciar la imposibilidad de todo fraude, ordenó al pueblo que arrojara agua sobre el holocausto y sobre el altar. A continuación oró al Señor, y cayó fuego del cielo, consumiendo el holocausto sobre el altar y el mismo altar. Así­ el Señor manifestó Su existencia y poder. Los profetas de Baal, convictos de fraude, fueron llevados al arroyo de Cisón; Elí­as ordenó el degüello de todos ellos (1 R. 18:1-40; cp. Dt. 17:2-5; 13:13-16). El pueblo reconoció que Jehová es Dios, y obedeció la orden de su profeta. Aparecieron nubes, anunciando la lluvia y el retorno del favor divino. El profeta, para honrar al soberano del pueblo elegido de Dios, se ciñó y corrió delante del carro de Acab hasta llegar a Jezreel (1 R. 18:41-46). Jezabel, furiosa por la muerte de sus profetas, juró matar a Elí­as, que, atemorizado, huyó. Como Moisés, fue divinamente sustentado por 40 dí­as y 40 noches, hasta llegar al monte Horeb (Ex. 24:18; 34; Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8). Con una tremenda exhibición de poder y de suavidad, Elí­as fue reprendido y después devuelto a su misión. Dios le ordenó que ungiera a Hazael rey de Siria, y a Jehú rey de Israel, para que castigaran la idolatrí­a de Israel. También iba a ungir a Eliseo como profeta en su lugar, para anunciar el juicio. Elí­as arrojó su manto sobre Eliseo, y le dio la misión de llevar a cabo el resto de su misión (1 R. 19:1-21). Jezabel habí­a hecho matar a Nabot con la complicidad de los magistrados, a fin de conseguir su viña para Acab. Elí­as se le presentó en el mismo terreno arrebatado para darle a conocer el castigo que el Señor iba a mandarle (1 R. 21:1-29). La muerte de Acab en la batalla de Ramot de Galaad fue el inicio del castigo pronunciado por Elí­as contra la casa real (1 R. 22:1-40). Ocozí­as, hijo y sucesor de Acab, se hirió al caer de una ventana; envió entonces a mensajeros a que consultaran a Baal-zebub, í­dolo de Ecrón, para saber si sanarí­a. Elí­as detuvo a los mensajeros y los envió al rey con su mensaje. El rey mandó a dos capitanes de cincuenta para detener a Elí­as, y él hizo bajar fuego del cielo, que los consumió. Al final, un tercer capitán se presentó ante Elí­as suplicándole que respetara su vida; Elí­as fue con él a ver a Ocozí­as (2 R. 1:1-16). Al profeta Elí­as se le dio el privilegio de ser traspasado al cielo sin pasar por la muerte. Un carro de fuego tirado por caballos de fuego se le apareció a Elí­as, que habí­a ido al otro lado del Jordán con su siervo Eliseo. Este prodigio les separó, y Elí­as subió al cielo en un torbellino (2 R. 2:1-12) Este acontecimiento tuvo lugar, según parece, poco antes de la accesión de Joram al trono de Israel (2 R. 2; cp. 2 R. 1:18 y 3:1). Eliseo habí­a redactado un vehemente documento contra Joram de Judá, que compartí­a el trono con Josafat y que se habí­a casado con una hija de Acab. El profeta le amenazaba con el castigo divino, provocado no solamente por los pecados que habí­a cometido en vida de Josafat, sino también por los crí­menes que perpetró a continuación de su muerte (2 Cr. 21:12-15; cp. vv. 4 y 13). Si Elí­as fue ascendido al cielo durante el reinado de Josafat, entonces predijo, en vida de este rey, la conducta futura de Joram de Judá, como lo hizo con Hazael y Jehú (1 R. 19:15- 17). Se da otra explicación, que es que el relato de la ascensión de Elí­as se habrí­a insertado en 2 R. 2 para dar fin a la historia de su actividad pública, y que Elí­as hubiera estado todaví­a en este mundo cuando el encuentro de Eliseo, al sur de Judá, con el ejército de Josafat y cuando Joram subió al trono. Sin embargo, esta explicación no cuadra nada con 2 R. 3:11, y se debe aceptar que la denuncia de Elí­as era una predicción. Los dos últimos versí­culos del AT anuncian que Dios enviará a Elí­as antes de la venida del dí­a grande y terrible del Señor (Mal. 4:5-6). En el NT Juan el Bautista vino “en el espí­ritu y poder de Elí­as”, humilde y lleno de celo como el tisbita (Mt. 3:4; Mr. 1:6), y encargado de un ministerio semejante al suyo (Mt. 11:1-14; 17:10-12; Lc. 1:17). Aquí­ se debe hacer notar lo siguiente: (A) Juan el Bautista declaró él mismo que él no era Elí­as (Jn. 1:21) (B) el Señor Jesús, si bien dijo que “Elí­as ya vino” en cierta manera en el carácter de Juan el Bautista, añadió también que “Elí­as a la verdad vendrá primero y restaurará todas las cosas” (Mr. 9:11-13). Parece, por ello, que esta bien claro que, como sucede con frecuencia, tenemos aquí­ dos cumplimientos sucesivos de la profecí­a de Mal. 4:5, 6, el primero parcial, en la primera venida de Cristo, el otro total en su segunda venida. La “restauración de todas las cosas” significa la instauración del glorioso reinado del Mesí­as (Hch. 3:20, 21). En cuanto al “dí­a de Jehová, grande y terrible”, este es evidentemente todaví­a futuro. Es el dí­a de la manifestación y dominio total del Señor, en que ejecutará sus juicios y establecerá su dominio. Numerosos comentaristas opinan que Elí­as podrí­a ser (¿junto con Enoc?) uno de los dos testigos de Ap. 11:3-11. Sobre el monte de la Transfiguración, Elí­as, representando a los profetas del AT, apareció para honrar a Jesús. Su ascensión y la de Enoc (Gn. 5:24) prefiguran, indudablemente, la ascensión del Salvador resucitado. Los milagros que marcan el ministerio de Elí­as pertenecen al segundo de los 4 perí­odos de milagros que presenta la historia de la redención. Este segundo perí­odo es el de la lucha a ultranza entre la religión de Jehová y el culto a Baal. El mantenimiento de la fe de los padres o la apostasí­a era el tema crucial de esta batalla que tuvo lugar en el Israel norteño. Las cuestiones referentes a otras observancias religiosas palidecí­an frente a este hecho capital. (Véase MILAGRO). 2. Benjamita, hijo de Jeroham, residí­a en Jerusalén (1 Cr. 8:27). 3. Sacerdote hijo de Harim, se habí­a casado con una mujer gentil (Esd. 10:21). 4. Israelita de entre los que Esdras convenció a despedir a sus mujeres extranjeras (Esd. 10:19, 26).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[013]

Fue el profeta más carismático y cautivador del Antiguo Testamento. Su nombre en hebreo significa “Yaweh es Dios”. Y su misión a lo largo de una vida ajetreada, como fue la de Israel en el siglo IX, fue luchar contra la idolatrí­a de Baal que imponí­a en la reina consorte Jezabel, la mujer fenicia del rey Ajab.

Natural de Tisbi en Galaad, se presentó como luchador taumatúrgico ante el pueblo de Israel. Sus gestos (recogidos en 1 Rey. 17 a 2 Rey 1) son eco probable de un libro primitivo escrito sobre sus hazañas y su enfrentamiento con la corte real, sobre todo con Jezabel.

Modelo de valentí­a y de victoria sobre la idolatrí­a, quedó en la tradición de Israel como signo de esperanza futura, misteriosamente llevado al final en un carro de fuego (por lo tanto, no muerto). Esa supervivencia para un regreso al final del mundo le convertí­a en los tiempos de crisis en figura resonante para asegurar la victoria final de los seguidores de Yaweh.

En tiempos de Jesús el recuerdo de Elí­as se mantení­a vivo y era soporte de esperanza escatológica. En el texto evangélico aparece nada menos que 30 veces aludido, de las que 6 está referido su nombre en labios de Jesús. La referencia a Elí­as se mezclaba con Jesús, pues, en la mente de los redactores de los texto. Ello indica que era alguien muy entrañable, popular y cautivador (Mt. 16. 14; Mt. 17. 10-13; Lc. 9.8; Jn. 1-21-25). “Cierto que Elí­as ha de venir a restaurarlo todo. Pero os digo más: Elí­as ya ha venido y no lo han reconocido. Y entendieron ellos que se referí­a a Juan el Bautista”. (Mt. 17.10 y Mc. 9.13)

Ese sentimiento sobre el profeta arrebatado al cielo siguió vivo en los primeros cristianos, al igual que lo estaba en los judí­os en el siglo I. Dio origen incluso a varios libros apócrifos sobre su figura.

(Ver Profetas 3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Fue uno de los grandes profetas predicadores (no dejó nada escrito), que vivió en la primera mitad del siglo IX. Gran defensor de la religión yahvista. Famoso por sus muchos milagros, algunos de los cuales están recordados en los evangelios (Lc 4, 25; 9, 54). Fue arrebatado al cielo (2 Re 2, 11). Por eso se creí­a que debí­a volver a la tierra (Mt 16, 14; 17, 10-13; 27, 47-49; Lc 9, 8; Jn 1, 21. 25). Así­ parece que lo indica la profecí­a de Malaquí­as (Mal 3, 1-4). Llegó a convertirse en figura mesiánica y a concebirse como un precursor. La profecí­a se vio cumplida en la persona de Juan Bautista (Mt 11, 10. 14; 17, 12; Mc 1, 2; 9, 13; Lc 1, 16-17. 76). Moisés y Elí­as, representantes de la Ley de los profetas, fueron testigos de la transfiguración de Jesús (Mt 17, 3; Mc 9, 14; Lc 9, 30). La tradición le sitúa entre los ángeles del cielo, con una misión confortadora y salvadora (Mt 27, 47. 49; Mc 15, 35-36). —> ón.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> Baal, sacrificio, profetas). Las tradiciones de Elias han marcado poderosamente la conciencia profética de Israel y del cristianismo primitivo. Pa rece que Jesús se ha presentado como profeta “en la lí­nea de Elias”. Por otra parte, la tradición cristiana ha vinculado la gloria de Jesús con el testimonio de Moisés y Elias (la ley y los profetas) en la escena de la transfiguración*. Aquí­ no evocamos el tema de los milagros de Elias, sino el del sacrificio del Carmelo y el de la teofaní­a del Sinaí­, porque han definido y siguen definiendo el imaginario religioso de los lectores de la Biblia.

(1) Sacrificio del Carmelo. (1) Trasfondo histórico. El tema del sacrificio del Carmelo constituye uno de los textos básicos del surgimiento israelita. El tema de fondo era la identidad del Dios que produce la lluvia: se trata de saber que Dios fecunda la tierra con el agua, de manera que broten las plantas, maduren las mieses y haya comida. El poder de Dios (sea Baal*, sea Yahvé*) se encuentra vinculado a la tormenta que produce el rayo (fuego para el hogar y el sacrificio) y que derrama el agua sobre el campo. Por eso, al disputar sobre dioses, la gente se pregunta: ¿Quién concede el agua? Así­ interrogaban los israelitas en tiempo de Ajab, rey de Samarí­a (874-852 a.C.), cuya esposa Jezabel, de origen fenicio, celebraba los cultos de Baal y Ashera*, pareja divina del agua y el fuego, el amor y la vida. Siguiendo el ejemplo de la reina, muchos israelitas aceptaban (preferí­an) los esquemas religiosos cananeos, que en el fondo eran los mismos de Fenicia: pensaban que el nombre y experiencia de Yahvé, Dios de la alianza de las tribus de Israel, perdí­a importancia. Habí­a llegado el momento de Baal, Señor de Vida, Dios de la fecundidad y la abundancia de los campos. En ese tiempo de crisis y cambio surgió Elias profeta, que mantuvo una fuerte lucha a favor de Yahvé. En ella se inscribe el relato del sacrificio del Carmelo (1 Re 18), que tiene un fondo histórico, pero que ha sido reelaborado con elementos y esquemas posteriores, de tipo deuteronomista. Los partidarios de los cultos cananeos afirmaban que el agua es de Baal. Elias contestó: “¡Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo, que no caerá en estos años gota de agua ni rocí­o a no ser que yo lo mande!” (1 Re 17,1). Tres años duró la sequí­a, según nuestro relato, sin que Baal pudiera evitarla, pues Yahvé habí­a cerrado las fuentes del agua, mien tras el profeta, escondido por temor al rey en una torrentera, tuvo que escapar a Fenicia, pues incluso las aguas del torrente se secaron (cf. 1 Re 17,3-24). Se extendí­a el hambre por el pueblo. Morí­an de sed los animales (cf. 1 Re 18,5). Al tercer año vino la palabra de Yahvé sobre el profeta: “¡Preséntate a Ajab, que voy a enviar agua!” (18,1).

(2) Sacrificio del Carmelo. (2) Baal, un Dios inútil. Este va a ser el momento de la teofaní­a, como manifestación del Dios del agua y del fuego, ante el conjunto del pueblo. Elias dispuso cuidadosamente la escena sobre el monte sagrado del Carmelo, entre el mar y las llanuras, en el borde donde vienen a juntarse Fenicia, Galilea y Samarí­a. Se congrega el pueblo, acuden los sacerdotes de Baal, el rey Ajab, que preside el rito. Elias se acercó al pueblo y dijo: “¿Hasta cuándo andaréis cojeando sobre dos muletas? Si Yahvé es Dios seguidlo. Si lo es Baal seguidle. El pueblo no respondió nada. Entonces Elias les dijo: He quedado yo sólo como profeta de Yahvé, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos traigan dos toros. Escoged vosotros uno, que lo descuarticen y pongan sobre la leña, sin prenderle fuego. Yo prepararé otro toro y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro Dios y yo invocaré a Yahvé. Y el Dios que responda con fuego ése es Dios. Y replicó todo el pueblo: ¡Bien dicho!” (1 Re 18,21-24). Este juicio de Dios con dos sacrificios se parece al de los chivos* (Lv 16); pero aquí­ tenemos dos toros y dos sacrificios: uno para Yahvé, otro para Baal. El toro de Baal queda inútil, sobre su altar falso, y sus sacerdotes-profetas vencidos son degollados. Por el contrario, Yahvé enví­a su fuego sobre el altar de Elias, es decir, de Israel, sacralizando su sacrificio y distinguiendo así­ entre el buen pueblo y el malo, en demostración impresionante de potencia (rayo, fuego, muerte, agua). Así­ se distinguen los dos sacrificios: “Los profetas de Baal tomaron el toro e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta mediodí­a diciendo: ¡Oh Baal! ¡Respóndenos! Pero no habí­a voz (trueno: qol) ni respuesta, mientras saltaban ante el altar que habí­a edificado… Pasado el mediodí­a, profetizaron hasta la oblación de la tarde, pero no se oí­a voz, ni respuesta ni contestación…”.

(3) Sacrificio del Carmelo. (3) El triunfo de Yahvé. Ahora empieza el nuevo sacrificio: “Y Elias construyó con piedras un altar al nombre de Yahvé… Apiló la leña, descuartizó el toro y lo colocó sobre la leña… Y a la hora de la ofrenda se acercó Elias, el profeta, y dijo: ¡Yahvé, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que hoy se reconozca que tú eres Dios de Israel y que yo soy tu siervo, que en tu nombre he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Yahvé, respóndeme; para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios… Y descendió el fuego de Yahvé (el rayo) y consumió la ví­ctima, la leña, las piedras… Y lo vio todo el pueblo y cayeron sobre su rostro exclamado: ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Y les dijo Elias: Tomad a los profetas de Baal. Que no escape ninguno de ellos. Los agarraron. Y Elias les hizo bajar al torrente Quisón y allí­ los degolló. Y dijo Elias a Ajab: ¡Vete! ¡Come y bebe! Que ya se escucha el ruido de la lluvia” (cf. 1 Re 18,25-41). Más que un hecho histórico concreto del pasado, el texto ha transmitido el valor permanente del sí­mbolo de Elias: ha evocado el fuego de Dios, ha fortalecido a los israelitas, abriendo las fuentes de agua para el pueblo. La respuesta es clara: (¡baja el fuego de Dios, viene el rayo y consume/consuma el sacrificio! Este fuego del sacrificio no puede brotar de la tierra, no es conquista de los hombres, ni tesoro robado de los dioses (como en Prometeo), sino don de Yahvé, Dios de los cielos (por el rayo). La intención polémica es clara: no es Baal quien lanza el rayo y da la lluvia, pues sus fieles se agotan y caen en una danza inútil. Sólo Yahvé es el verdadero Dios del rayo: dueño del fuego que habla qol = rayo o palabra) aceptando y consumando el gesto de sus fieles. Desde aquí­ se entiende el sacrificio: el animal ofrecido sobre el ara es sólo un signo de fe, expresión de la plegaria de confianza del profeta. Por eso, lo que importa no es el gesto de los hombres que danzan sino aquello que realiza Yahvé, cuyos fieles aclaman: ¡YHWH hu-ha†™Elohim, YHWH hu-ha Elohim! ¡Yahvé es Dios, Yahvé es Dios! (18,39). Este es el tema de fondo: Yahvé, Dios de Israel, ha enviado su rayo-fuego sobre el sacrificio de Elias, ratificando la verdad de la religión y culto israelita, y Elias le responde sacrificando a los profetas de Baal, no sobre el altar (¡no están puros!), sino en el torrente, como primicia del agua que empezará a correr pronto, pues ha llegado el rayo y está llegando la lluvia. Los sacerdotes de Baal son las ví­ctimas de este sacrificio; y Elias, sacerdote de Yahvé, no les enví­a ya al desierto de Azazel (como en el texto anterior), sino que les sacrifica sobre el torrente, para que lleguen las lluvias. El rey puede marcharse. Queda claro que Yahvé es el único Dios que manda sobre el rayo (fuego) y da la lluvia. Este es un texto de clara violencia* sagrada.

(4) Teofaní­a del Horeb. Introducción (-> fuego, sacrificio). Elias el Tesbita, de Tisbe de Galaad, se habí­a opuesto por muchos años a los cultos de Baal, como ha indicado el texto que acabamos de comentar (1 Re 18). Pero un dí­a tuvo que darse por vencido: parecí­an haber fracaso sus esfuerzos y su lucha. Por eso quiso presentarse ante su Dios y emprendió el camino del Horeb, para morir en la presencia del Señor, que habí­a querido hacerle su profeta. Pero el camino era duro y en medio de la marcha invocó a la muerte: “¡Basta ya, oh Señor! ¡Quí­tame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)” (1 Re 19,4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida para que siguiera en su camino. Así­ siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta dí­as y cuarenta noches. “Allí­ se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí­ que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí­, Elias? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Re 19,9-10). Elias quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora están allí­ los dos, frente a frente: Elias, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Re 18,3839; 2 Re 1,10.12), y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que se ponga en pie y que vea, que sienta, que discierna: “Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompí­a las peñas delante de Yahvé, pero Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. (5) Teofaní­a del Horeb. El Dios de la brisa. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oí­rlo Elias cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí­ que vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí­, Elias?” (1 Re 19,11-13). En un primer momento se ha manifestado el Dios de Elias, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habrí­a imaginado: éste es el Dios del huracán, del terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia. El verdadero Dios está en la brisa suave, después de que han pasado los signos de la teofaní­a destructora, del volcán y del incendio en la montaña. Este es el Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Este es el Dios que le dice a Elias que vuelva, que empiece de nuevo: “Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí­; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios” (1 Re 19,15-18). Allí­ donde Elias pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel, que estaban enfrentados. Elias, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.

Cf. M. íLVAREZ BARREDO, Las narraciones sobre Elias y Eliseo en los Libros de los Reyes. Formación y Teologí­a, Carthaginensia, Murcia 1996; A. J. HAUSER y R. GREGORY, From Carmel to Horeb. Elijah in Crisis, JSOT SuppSer 85, Sheffield 1990.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

(Mi Dios Es Jehová).

1. Uno de los principales profetas de Israel. Su hogar debió estar en Tisbe, que según ciertos eruditos era un pueblo que estaba en la tierra de Galaad, al E. del rí­o Jordán. (1Re 17:1.) Empezó su larga carrera como profeta en Israel durante el reinado del rey Acab, quien comenzó a gobernar alrededor del año 940 a. E.C., y continuó en el reinado de Ocozí­as, hijo de Acab, que ascendió al trono cerca de 919 a. E.C. (1Re 22:51.) La última vez que se le menciona en su papel de profeta (esta vez en Judá) es hacia el final del reinado de ocho años del rey Jehoram de Judá, reinado que empezó en 913 a. E.C. (2Cr 21:12-15; 2Re 8:16.)
Jehová proveyó en la persona de Elí­as una columna de apoyo para la adoración verdadera en un tiempo en que la condición espiritual y moral de Israel habí­a decaí­do de manera alarmante. El rey Acab, hijo de Omrí­, habí­a continuado la adoración de becerros introducida por Jeroboán, y, peor aún, se habí­a casado con Jezabel, la hija del rey sidonio Etbaal. Bajo su influencia, Acab incrementó en gran manera sus pecados por encima de todos los reyes anteriores de Israel, al introducir la adoración de Baal en gran escala. Se multiplicaron los profetas y los sacerdotes de Baal, y la corrupción alcanzó un grado extremo, pues el odio de Jezabel hacia Jehová provocó la persecución y el asesinato de sus profetas, lo que los obligó a esconderse en cuevas. (1Re 16:30-33; 18:13.)

Alimentado por cuervos. Elí­as aparece por primera vez en el registro cuando Jehová le enví­a para anunciar castigo sobre Israel debido a sus pecados. Sus primeras palabras registradas son: †œÂ¡Tan ciertamente como que vive Jehová el Dios de Israel, delante de quien en efecto estoy de pie […]!†. Indica que Jehová, el Dios vivo de Israel, ha decretado que no llueva ni haya rocí­o durante varios años, excepto por orden de la palabra de Elí­as. Este perí­odo durarí­a tres años y seis meses. (1Re 17:1; Snt 5:17.) Después de este anuncio, Jehová dirige a Elí­as al valle torrencial de Kerit, al E. del Jordán, en el territorio de la tribu de Gad. Allí­, los cuervos le llevan alimento de forma milagrosa, y Elí­as consigue agua del valle torrencial, que con el tiempo se agota debido a la sequí­a. Jehová continúa guiándole y le enví­a fuera del territorio de Israel, a Sarepta, ciudad fenicia dependiente de Sidón. En este lugar —cerca de la ciudad de Sidón, donde gobierna el suegro del rey Acab, Etbaal (1Re 16:31)— Elí­as halla a una viuda preparando la última comida para ella y para su hijo con lo que le queda de harina y aceite. Entonces Elí­as le pide una torta, con la promesa de que Jehová proveerá para ella durante la sequí­a. En respuesta a la solicitud, la mujer, que ha reconocido a Elí­as como un hombre de Dios, accede a su petición y es bendecida. (Compárese con Mt 10:41, 42.) Durante la estancia de Elí­as en casa de la mujer, el hijo de ella muere. Elí­as ora a Dios, y El le devuelve la vida al muchacho, siendo la primera resurrección de la que hay registro y el tercero de los ocho milagros de Elí­as. (1Re 17.)

¿Cómo convenció Elí­as a Israel de que Jehová es el Dios verdadero?
Mientras tanto, Acab ha estado buscando sin éxito a Elí­as por todas partes, sin duda para matarlo. (1Re 18:10.) Por fin, Dios le da instrucciones a Elí­as para que se presente a Acab. Cuando ambos se encuentran, Elí­as solicita una reunión con los 450 profetas de Baal y los 400 profetas del poste sagrado (aserá). Acab reúne a los profetas en el monte Carmelo, cerca del mar Mediterráneo. (GRABADO, vol. 1, pág. 950.) Elí­as propone ante el pueblo una prueba para demostrar quién es el Dios verdadero a quien se debe seguir: todos han de reconocer al Dios que consuma el toro que se le haya sacrificado. El pueblo lo considera justo y concuerda en que se haga así­. Primero se invoca a Baal, pero en vano: no hay fuego ni ninguna prueba de que Baal sea un Dios vivo, a pesar de las oraciones y de los cortes rituales que se infligen sus profetas. Durante la mayor parte del dí­a, cojean en derredor del altar bajo un sol ardiente, mientras que Elí­as se mofa de ellos con sarcasmo, lo que aumenta su frenesí­. (1Re 18:18-29.)
Cuando le llega el turno a Elí­as, repara con doce piedras un altar que habí­a sido derribado, muy probablemente por instigación de Jezabel. A continuación hace que el pueblo empape con agua la ofrenda y el altar por tres veces, e incluso se llena de agua la zanja que habí­a alrededor del altar, quizás de unos 32 m. de lado. (1Re 18:30-35.) Más o menos a la hora de la ofrenda diaria de grano del atardecer, Elí­as ora una vez a Jehová, quien enví­a fuego desde el cielo para consumir, no solamente la ofrenda, sino también la leña, las piedras del altar y el agua de la zanja. (1Re 18:36-38.) Todo el pueblo cae sobre su rostro al ver esto y clama: †œÂ¡Jehová es el Dios verdadero! ¡Jehová es el Dios verdadero!†. Luego Elí­as hace que se degüelle a los 450 profetas de Baal en el valle torrencial de Cisón. Jehová contesta la oración de Elí­as y da fin a la sequí­a enviando un aguacero. Después de esto, Elí­as, ayudado por el poder de Jehová, corre unos 30 Km. delante del carro de Acab hasta Jezreel. (1Re 18:39-46.)

Huye de Jezabel. Cuando se informa a la reina Jezabel de la muerte de los profetas de Baal, jura que matará a Elí­as. Este, temeroso, huye a unos 150 Km. al SO., a Beer-seba, situada al O. del extremo meridional del mar Muerto. (MAPA, vol. 1, pág. 949.) Allí­ deja a su servidor, se adentra más en el desierto y pide en oración morir. En este lugar se le aparece el ángel de Jehová a fin de prepararle para un largo viaje a Horeb, la †œmontaña del Dios verdadero†. Lo que come entonces le provee sustento para el viaje de cuarenta dí­as, en el que recorre una distancia de unos 300 Km. En Horeb Jehová le habla después de una demostración imponente de su poder —viento, terremoto y fuego—. Sin embargo, Jehová no está en estas manifestaciones, El no es la naturaleza deificada ni la personificación de fuerzas naturales, sino que estas fuerzas naturales son meras expresiones de su fuerza activa, y no Jehová mismo. El Todopoderoso le muestra a Elí­as que todaví­a le queda trabajo por hacer como profeta. Corrige la idea de Elí­as de que es el único adorador del Dios verdadero en Israel diciéndole que hay 7.000 que no se han inclinado ante Baal. A continuación, le enví­a de nuevo a su asignación, nombrando a tres personas que han de ser ungidas o comisionadas para hacer un trabajo para Jehová: Hazael, como rey de Siria; Jehú, como rey de Israel; y Eliseo, como su propio sucesor. (1Re 19:1-18.)

Nombra a Eliseo como sucesor. A continuación, Elí­as viaja hacia la ciudad natal de Eliseo, Abel-meholá, y lo halla arando un campo. Elí­as echa su prenda oficial sobre él, indicando de este modo su nombramiento o ungimiento. Desde ese dí­a Eliseo le sigue sin cesar como su sirviente, y permanece con él cuando de nuevo ha de profetizar contra Acab. El codicioso rey, adorador de Baal, se habí­a apoderado ilí­citamente de una viña que era posesión hereditaria de Nabot el jezreelita, permitiendo que su esposa Jezabel tramase su asesinato mediante falsos cargos, falsos testigos y jueces injustos. De modo que Elí­as se encuentra con Acab en la viña y le dice que los perros lamerán su sangre en el mismo lugar donde lamieron la de Nabot, anunciando también una suerte similar para Jezabel. (1Re 19:19; 21:1-26.)
Unos tres años más tarde muere Acab en una batalla; lavan su carro de guerra cerca del estanque de Samaria y los perros lamen su sangre. Sin embargo, la ejecución de Jezabel no acontece hasta unos quince años después. A Acab le sucede su hijo Ocozí­as. Este rey sigue en los inicuos pasos de su padre, puesto que cuando resulta herido en un accidente, se dirige al dios falso Baal-zebub, dios de Eqrón, para preguntar acerca del resultado de su enfermedad. Elí­as le transmite la palabra de Jehová: debido a su proceder, no cabe duda de que morirá. Cuando Ocozí­as enví­a tres grupos sucesivamente para buscar a Elí­as, cada uno compuesto de un jefe con cincuenta hombres, el profeta pide que baje fuego del cielo y aniquile a los primeros dos grupos, pero debido a la súplica del tercer jefe, vuelve con él para pronunciar en persona el juicio contra Ocozí­as. (1Re 22:1, 37, 38; 2Re 1:1-17.)

Eliseo le sucede. Llega el tiempo en que Elí­as tiene que transferir su manto oficial de profeta a Eliseo, quien ya estaba bien preparado y habí­a sido nombrado años antes. Todo esto sucede durante el reinado de Jehoram de Israel, sucesor de su hermano Ocozí­as. Para ese entonces, Elí­as va a Betel, de allí­ a Jericó y luego baja hacia el Jordán, acompañado durante todo el camino por Eliseo. Llegado este momento, Eliseo es recompensado por su fidelidad al ver un carro de guerra de fuego, caballos de fuego y a Elí­as ascendiendo a los cielos en una tempestad de viento. Eliseo recoge la vestidura oficial que se le habí­a caí­do a Elí­as, y vienen sobre él †œdos partes† (como la porción de un hijo primogénito) del espí­ritu de Elí­as, un espí­ritu de valor y de estar †œabsolutamente celoso por Jehová el Dios de los ejércitos†. (2Re 2:1-13; 1Re 19:10, 14; compárese con Dt 21:17.)
Elí­as no murió en esta ocasión, ni tampoco fue a una región espiritual invisible, sino que se le transfirió a otra asignación profética (Jn 3:13); prueba de ello es que Eliseo no guardó ningún perí­odo de duelo por su maestro. Unos cuantos años después de su ascensión en la tempestad de viento, Elí­as todaví­a estaba vivo y activo como profeta, en esta ocasión profetizando contra el rey de Judá. Debido al inicuo derrotero emprendido por el rey Jehoram de Judá, Elí­as le escribió una carta en la que expresaba la condenación de Jehová, condenación que se cumplió poco tiempo después. (2Cr 21:12-15; véase CIELO [Ascensión al cielo].)

Milagros. En el relato bí­blico se le atribuyen a Elí­as ocho milagros. Son: 1) impedir que lloviera, 2) hacer que no se acabara el suministro de harina y aceite de la viuda de Sarepta, 3) resucitar al hijo de la viuda, 4) hacer que descendiese fuego del cielo en respuesta a una oración, 5) hacer que lloviese para que la sequí­a finalizase como respuesta a una oración, 6) hacer que bajase fuego sobre un capitán del rey Ocozí­as y sus cincuenta hombres, 7) que descendiese fuego sobre un segundo capitán y sus cincuenta hombres y 8) dividir el rí­o Jordán al golpearlo con su prenda oficial de vestir. Su ascensión a los cielos también fue milagrosa, pero en este caso fue una acción directa de Dios, no antecedida por una oración o proclamación de Elí­as.
Elí­as fue un gran defensor de la adoración verdadera de Jehová. Luchó con afán contra el baalismo en Israel, lucha en la que le sucedió Eliseo. Jehú llevó a cabo la ejecución de Jezabel y destruyó el inmundo baalismo sidonio. En los dí­as de Elí­as, 7.000 israelitas se mantuvieron fieles a Jehová, entre ellos, Abdí­as, el administrador de la casa de Acab; y seguro que Elí­as fortaleció mucho a algunos de estos. Elí­as nombró a Eliseo sucesor suyo, y este a su vez ungió a Hazael y a Jehú.
El apóstol Pablo debí­a referirse a Elí­as cuando habló de †œSamuel y de los demás profetas, que por fe […] efectuaron justicia […]. Hubo mujeres que recibieron a sus muertos por resurrección†. De modo que fue uno de la gran †œnube† de fieles testigos de la antigüedad. (Heb 11:32-35; 12:1.) El discí­pulo Santiago se refiere a Elí­as como una prueba de la eficacia de las oraciones de un †œhombre de sentimientos semejantes a los nuestros†, que sirvió a Dios con rectitud. (Snt 5:16-18.)

Su obra fue profética de cosas por venir. Unos cuatrocientos cincuenta años después del tiempo de Elí­as, Malaquí­as profetizó que ese profeta aparecerí­a †œantes de la venida del dí­a de Jehová, grande e inspirador de temor†. (Mal 4:5, 6.) Los judí­os del dí­a de Jesús estaban a la expectativa de la venida de Elí­as para que se cumpliese esta profecí­a. (Mt 17:10.) Algunos pensaron que Jesús era Elí­as. (Mt 16:14.) Juan el Bautista llevaba una prenda de vestir de pelo y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos como Elí­as, pero negó ser Elí­as en persona. (2Re 1:8; Mt 3:4; Jn 1:21.) El ángel no le habí­a dicho a Zacarí­as, el padre de Juan, que este serí­a Elí­as, sino que tendrí­a †œel espí­ritu y poder de Elí­as […] para alistar para Jehová un pueblo preparado†. (Lu 1:17.) Jesús indicó que Juan hizo esa obra, pero que los judí­os no lo reconocieron. (Mt 17:11-13.) Después de la muerte de Juan, se vio a Elí­as y a Moisés en la transfiguración de Jesús, indicando que la obra que Elí­as habí­a realizado representaba algo todaví­a futuro. (Mr 9:1-8.)

2. Hijo del benjamita Jeroham; habitante de Jerusalén y cabeza de su casa. (1Cr 8:1, 27, 28.)

3. Sacerdote levita de †œlos hijos de Harim† (1Cr 24:8; Esd 2:1, 2, 39) que se contó entre los que siguieron la admonición de Esdras de despedir a sus esposas extranjeras. (Esd 10:21, 44.)

4. Descendiente de Elam que estuvo entre los que siguieron la exhortación de Esdras de despedir a sus esposas extranjeras. (Esd 10:26, 44.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

“¡Vive Yahveh, en cuya presencia estoy! ” es una exclamación muy natural en Eliyyahu, que realiza en su existencia lo que su *nombre significa: “Yahveh es mi Dios.” Profeta semejante al *fuego, restauró la alianza del Dios vivo; “por estar abrasado en celo de la ley, fue arrebatado hasta el cielo” (IMac 2,58) “en un torbellino de fuego, por un carro con caballos de fuego” (Eclo 48,9).

AT. 1. Retorno al desierto. El *desierto adonde debe huir Elí­as le revela la solicitud de su Dios (1Re 17, 2ss; 19,4-8), que le concede llegar hasta el Horeb. Allí­ se le manifiesta Dios, en el mismo lugar en que Moisés vio a Yahveh ade espaldas” (19, 9-14; cf. Ex 33,21.23). Y como *Moisés, también el tesbita se convierte por su encuentro con Yahveh en fuente de santidad para el pueblo (0 Re 19,15-18).

2. El paladí­n de Dios y de los oprimidos. “Estoy lleno de ardiente celo por Yahveh Sabaoth” (19,10). Todo aquel *celo devorador era necesario para afrontar a los potentados de entonces. Embriagados por las victorias militares, el esplendor de la nueva capital y la prosperidad de las ciudades, están sumergidos en un clima de arrogante suficiencia y de exaltación nacional (16,23-34). En el palacio real, “la casa de marfil” (22, 39), Jezabel, esposa pagana de Ajab, no maquina sino proyectos blasfemos. En el templo de Baal mantiene a centenares de falsos profetas encargados de propagar el culto de los *í­dolos… Elí­as acepta el desafí­o y confunde a sus adversarios con la espléndida intervención de Yahveh en el monte Carmelo (18). Así­, cada vez que se ponen en litigio los derechos de su Dios, entra Elí­as en la lid con sus fulgurantes invectivas (2Re 1). No sólo se trata del verdadero culto, sino también de la *justicia y de la suerte de los débiles: Elí­as truena contra Ajab, asesino del pací­fico Nabot, de tal manera que el rey, amedrentado, acaba por arrepentirse 11 Re 21). Semejante fi-gura merecí­a bien ser caracterizada para siempre con este rasgo fulgurante de la Escritura: “Entonces se levantó Elí­as como un fuego, su pa-labra ardí­a como una antorcha” (Eclo 48,1).

3. Testigo de Dios entre los paganos. Para más de un israelita del siglo ix los beneficios de Dios deben circunscribirse al pueblo elegido. Pe-ro para Dios, que enví­a a Elí­as, la obra de la *salvación rebasa los lí­mites de la alianza: una pagana es salvada del hambre (I Re 17,10-16) y su hijo es arrebatado a la muerte (17,17-24).

4. Rapto de Elí­as al cielo. El hombre de Dios desaparece misteriosa-mente de la vista de los que le rodean, arrebatado por ael torbellino”, “el carro de Israel y su auriga”, dejando a Eliseo su espí­ritu profético para que continúe la obra de Dios (2Re 2,1-18).

5. El precursor. Al rapto misterio-so corresponderá un retorno escatológico: “He aquí­ que os enví­o al profeta Elí­as antes de que venga el *dí­a de Yahveh, grande y temible”; su obra, “volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres” (Mal 3,23s), será el último plazo fijado por Dios “para apagar la *ira antes de que estalle” (Eclo 48,10).

NT. 1. Juan Bautista y Elí­as. Esta espera escatológica (cf. Mc 15,35s p) se realiza en *Juan Bautista (Mt 17, 10-13), pero en forma misteriosa, pues Juan no es Elí­as (Jn 1,21.25), y si su predicación vuelve los corazones de los hijos hacia su padre, no es él quien aplaca la *ira divina.

2. Jesús y Elí­as. Juan Bautista realiza la *figura de Elí­as en lo que se refiere a la *penitencia practicada en el desierto (Mt 3,4; 2Re 1,8), pero Jesús es quien realiza los rasgos mayores. Desde el episodio de Nazaret define su *misión universal en relación con la de Elí­as (Lc 4,25s). El milagro de Sarepta se lee como en falsilla en el de Naí­n (Lc 7,11-16; cf. 1Re 17,17-24). Elí­as habí­a hecho bajar del cielo un fuego vengador (2Re 1,9.14; cf. Lc 9,54), Jesús aporta un nuevo fuego, el del *Espí­ritu Santo (Lc 12,49). En el monte de los Olivos Jesús es *consolado y re-animado por un ángel, como lo fue Elí­as en el desierto (Lc 22,43; cf. 1Re 19,5.7); pero, a diferencia de Elí­as, Jesús no habí­a pedido la muerte. Elí­as arrebatado al cielo mientras que “su espí­ritu reposa sobre Eliseo” (2Re 2,1-15) prefigura la *ascensión de Cristo que enviará a sus discí­pulos “lo que ha prometido su Padre” (Le 24,51; cf. 9.51).

3. El creyente y Elí­as. Santiago presenta la intercesión de Elí­as, “un hombre semejante a nosotros”, como modelo de la oración del *justo (Sant 5,16ss).El coloquio del profeta con Jesús transfigurado (Mt 17,1-8 p), como en otro tiempo con Yahveh “en el rumor de una brisa ligera” (1Re 19,12), quedó para la tradición cristiana como *ejemplo de la intimidad a la que llama el Señor a los creyentes.

-> Ascensión – Fuego – Juan Bautista – Profeta – Celo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En el AT se dan dos responsabilidades a Elías: (1) como la voz de la denuncia contra la opresión social y contra la adoración amoral de Baal durante los días de Acab de Israel (1 R. 17, etc.), y (2) como la voz de la preparación de la resurrección durante los días escatológicos para proclamar la inminente aparición de «el día del Señor» (Mal. 4:5).

Cuando la adoración apóstata e idólatra de Israel había alcanzado su punto más bajo durante el reinado de Acaz (1 R. 16:30), apareció súbitamente Elías para predecir una infinidad de desastres como castigos sobre Israel por haber rechazado a Dios (1 R. 17:1). Esto se hizo evidente cuando el pueblo reconoció al Señor como Dios después de los sucesos acontecidos en el monte Carmelo entre Elías y los profetas de Baal (1 R. 18). Pero, Elías, temeroso de la ira de Jezabel ante su victoria sobre la adoración baalística huyó al monte Horeb por cuarenta días con sus respectivas noches. Allí, Dios se le apareció, lo amonestó y lo envió de vuelta para que continuara con su papel de ser la conciencia nacional, y a ungir a Eliseo como su sucesor (1 R. 19:21; 2 R. 1). El ministerio de Elías concluyó cuando fue llevado vivo al cielo en un torbellino (2 R. 2). Sin embargo, debía regresar durante los últimos días para preparar el corazón de los hombres ante el advenimiento del juicio mundial (Mal. 3:1; 4:6)

El NT y el judaísmo tardío reflejan el rol escatológico de Elías. La enseñanza farisaica común era que antes del advenimiento del Mesías debía venir primero Elías (Mr. 9:11). Por ello Jesús anunció que Juan el Bautista era el cumplimiento de esta profecía (Mt. 11:7–15). En la literatura rabínica se espera que Elías reaparezca en los días finales para resolver los problemas legales y dificultades que Israel haya sido incapaz de enfrentar a través de los años. La frase común es «hasta que Elías venga» (cf. Menanoth 63a; Bekheroth 24a; Ebduyoth 8:7; 1 Mac 4:41–47; 14:41). Es posible que uno de los manuscritos del Mar Muerto también refleje esta tradición (1 QS 9:11). Un aspecto final en el papel preparatorio de Elías ocurrió en la transfiguración cuando con Moisés y, él representando la Ley y los profetas, aparecieron con Jesús para simbolizar su cumplimiento en él (Mt. 17:3; Mr. 9:4).

BIBLIOGRAFÍA

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TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

WDB Westminster Dictionary of the Bible (Davis—Gehman)

UJE Universal Jewish Encyclopaedia

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (202). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Profeta de Israel del ss. IX. Su nombre aparece en el AT heb. como ˒ēlı̂yyâhû y ˒ēlı̂yyâ, en el AT gr. como leiou, y en el NT como Åleias. Significa “Yah es él” o “Yahvéh es Dios”.

Además de la referencia a Elías en 1 R. 17.1 como el “tisbita, que era de los moradores de Galaad”, no tenemos información sobre su origen. Esta referencia, incluso, es oscura. El TM sugiere que aunque Elías residía en Galaad (mittōšāḇêgile˓āḏ), el lugar de su nacimiento era otro (quizás Tisbé de Neftalí). La LXX tiene ek thesbōn tēs galaad, lo que indica Tisbé de *Galaad. Aparentemente Josefo está de acuerdo con esto (Ant. 8. 319). Tradicionalmente se lo ha considerado como un lugar ubicado unos 13 km al N del Jaboc.

El ministerio profético de Elías está registrado en 1 R. 17–19; 21; 2 R. 1–2. Estas narraciones están escritas en el heb. clásico más puro “de un tipo que difícilmente pueda encontrarse después del ss. VIII” (W. F. Albright, From the Stone Age to Christianity, pp. 307 [trad. cast. De la edad de piedra al cristianismo]). No podrían haber durado mucho tiempo en forma oral. Describen su ministerio en el reino del N durante la dinastía de Omri (* Omri). Elías era contemporáneo de Acab y Ocozías, y por la posición de la narración del arrebatamiento (2 R. 2) y la respuesta a la pregunta de Josafat en 2 R. 3.11, llegamos a la conclusión de que su arrebatamiento se produjo probablemente en la época del comienzo del reinado de Joram en Israel aproximadamente. La dificultad que presenta a esta conclusión 2 Cr. 21.12–15 posiblemente pueda resolverse interpretando que el tan controvertido versículo de 2 R. 8.16 habla de una corregencia de Josafat y Joram, reyes de Judá (* Cronología del AT), o considerando la carta como un oráculo profético escrito antes de su arrebatamiento.

El ciclo de Elías presenta seis episodios en la vida del profeta: su predicción de sequía y su posterior huida, el encuentro en el mte. Carmelo, la huida a Horeb, el incidente de Nabot, el oráculo acerca de Ocozías, y su traslado o arrebatamiento. Con excepción del último, todos se refieren básicamente al choque entre la adoración de Yahvéh y *Baal. El Baal de estas historias es Baal-melcart, la deidad protectora oficial de Tiro. Acab impulsó esta variante fenicia del naturismo religioso de Canaán después de su casamiento con la princesa tiria, *Jezabel (1 R. 16.30–33), pero fue Jezabel la que tuvo la mayor responsabilidad por el exterminio sistemático del culto a Yahveh y la propagación del de Baal en Israel (1 R. 18.4, 13, 19; 19.10, 14).

Elías aparece en el primer episodio (1 R. 17) sin introducción, y después que hizo llegar a Acab el oráculo anunciándole una sequía se aleja de la jurisdicción de este rey, primero al uadi Querit, al E del Jordán, y de allí a Sarepta (la actual Sarafend debajo de Sidón todavía preserva el nombre y domina las ruinas de este antiguo puerto sobre el Mediterráneo). Elías se mantuvo en forma milagrosa en ambos lugares, y mientras se encontraba en Sarepta hizo un milagro de curación (1 R. 17.17–24).

El segundo episodio, tres años más tarde (1 R. 18.1; cf. Lc. 4.25; Stg. 5.17, que siguen la tradición judía), narra el cese de la sequía una vez eliminado el culto a Baal en el mte. Carmelo. La sequía impuesta y retirada por la palabra de Yahvéh fue un reto a la soberanía de Baal sobre la naturaleza 1 R. 17 mostraba a Elías en el propio centro de Baal-melcart, mantenido por Yahvéh mientras el país languidece (1 R. 17.12; cf. Jos., Ant. 8. 320–4). 1 R. 18 pone de manifiesto el desafío, y la supremacía de Yahvéh queda espectacularmente demostrada. En referencias postenores (p. ej. 2 R. 10.18–21) puede verse que el culto a Baal en el mte. Carmelo no fue totalmente exterminado por cierto. Para la presencia de un. altar de Yahvéh en este monte, véase *Altar. Keil sugiere que probablemente lo construyeron adoradores piadosos de Yahvéh después de la división del reino. Algunos comentaristas omiten 1 R. 18.30b completamente, mientras otros omiten los vv. 31–32a.

El tercer episodio (1 R. 19), que describe la huida de Elías a Horeb a fin de librarse de la ira de Jezabel, es particularmente significativo. Horeb era el monte sagrado en el que se manifestó el Dios del pacto de Moisés, y el viaje de Elías a este lugar representa el retorno de un profeta leal, pero descorazonado, a la fuente misma de la fe por la cual había luchado. Aparentemente la comisión final en 1 R. 19.15–18 fue sólo parcialmente cumplida por Elías. Los reinados de Hazael y Jehú en Siria e Israel, respectivamente, están registrados en el ciclo de *Eliseo.

El incidente de Nabot (1 R. 21) ilustra y justifica el principio arraigado en la conciencia religiosa de Israel, el principio de considerar que la tierra que poseía una familia o clan israelita era un don de Yahvéh, y que no reconocerlo y no respetar los derechos del individuo y la familia en el seno de la comunidad del pacto traería como consecuencia el juicio. Elías surge como el campeón de las poderosas demandas éticas de la fe mosaica que tan significativamente faltaban en el culto a Baal.

El quinto episodio en 2 R. 1 continúa ilustrando el choque entre Yahvéh y Baal. La dependencia de Ocozías del dios de la vida de Siria, Beelzebú (Beel-zebul en los textos de Ras Shamra, cf. Mt. 10.25, °vm mg; Beel-zebú, que significa “Señor de las moscas”, probablemente fuera una forma de ridiculizar a la deidad siria), provoca el juicio de Dios (2 R. 1.6, 16). Un juicio de fuego también cae sobre los que trataron de resistir la voz de Yahvéh atacando a su profeta (2 R. 1.9–15). El arrebatamiento de Elías en un torbellino (seārâ) le da un toque dramático al final de su espectacular carrera profética. La exclamación de Eliseo (2 R. 2.12) se repite en 2 R. 13.14 con referencia a sí mismo.

Se pueden hacer dos observaciones sobre la importancia de Elías. Primero, que sigue la tradición veterotestamentaria de la profecía extática que proviene de los días de Samuel, y también que es un precursor de los rapsodistas o *profetas escritores del ss. VIII. Su nexo con la tradición anterior se ve en que, en primer lugar, es un hombre de acción, y sus movimientos determinados por el Espíritu desafian la predicción humana (1 R. 18.12). En el fondo de la obra de Elías siguen existiendo las escuelas proféticas de la época de Samuel (1 R. 18.4, 13; 2 R. 2.3, 5, 7). Su nexo con los profetas posteriores se basa en su constante esfuerzo por hacer volver a su pueblo a la religión de Moisés, tanto en la adoracion de Yahvéh como único Dios, como en la proclamación del modelo mosaico de justicia para la comunidad. En ambos sentidos anticipa los oráculos más completos de Amós y Oseas. Esta defensa de la fe mosaica por parte de Elías se apoya en varios detalles que sugieren un paralelo entre Elías y Moisés. El retorno de Elías a Horeb es bastante evidente, pero también está el hecho de que a Elías acompaña y sucede Eliseo, como en el caso de Moisés y Josué. Este paralelo es bastante notable. No sólo hay un aire de misterio en torno a la muerte de Moisés (Dt. 34.6), sino que su sucesor aseguró la fidelidad de Israel al participar del mismo espíritu que poseía Moisés, y al demostrar su capacidad para el cargo por medio de un cruce milagroso del río (Dt. 34.9; Jos. 4.14). El relato del arrebatamiento (2 R. 2) reproduce este modelo con bastante precisión. También el hecho de que Dios responde a Elías con fuego en dos ocasiones (1 R. 18.38; 2 R. 1.10, 12) parece llevarnos de vuelta a la exhibición de la presencia y el juicio de Dios en el fuego en las narraciones del éxodo (p. ej. Ex. 13.21; 19.18; 24.17; Nm. 11.1; 16.35). No es de extrañar, entonces, que en el pensamiento hagádico judío se considere a Elías como el equivalente de Moisés.

En segundo lugar, se habla de que su ministerio había de ser restablecido “antes que venga el día de Jehová, grande y terrible” (Mal. 4.5–6 . Se trata de un tema popular en la Misná judía (* Talmud), y era tópico común de discusión durante el ministerio de Jesús (Mr. 8.28). Jesús indicó que la profecía de Malaquías se refería al ministerio de *Juan el Bautista (Mt. 11.14; 17.12s). Elías reaparece personalmente en el monte de la transfiguración (Mr. 9.4), y en el NT se lo menciona también en Lc. 4.25–26; Ro. 11.2–4; Stg. 5.17–18.

Otros tres hombres del mismo nombre aparecen en el AT; el primero de ellos es un sacerdote benjamita (1 Cr. 8.27; heb. ˓ēlı̂yyâ), y el segundo y el tercero un sacerdote y un laico, respectivamente, que se casaron con mujeres extranjeras (Esd. 10.21, 26; heb. ˓ēlı̂yyâ).

Bibliografía. G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1976, pp. 30–42; A. Lods, Israel, 1956, pp. 344–348; S. Herrmann, Historia de Israel, 1979, pp. 272–279; J. Bright, Historia de Israel, 1966, pp. 252–256; A. Neiter, La esencia del profetismo, 1975.

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B.L.S.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

(Hebreo, ‘Eliahu, “Yahveh es Dios

Es el profeta más elevado y maravilloso del Antiguo Testamento. Lo que conocemos de su vida pública está esbozado en algunas narrativas populares, en su mayoría, en el Primer Libro de Reyes. Estas narrativas, que llevan el sello de una época casi contemporánea, tomaron forma, muy probablemente, en el norte de Israel, y están llenas de detalles muy gráficos e interesantes. Cada momento de la vida del profeta allí narrado corrobora la descripción del escritor del Eclesiástico (48,1): “Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha.” Los tiempos requerían semejante profeta. Aunque Ajab quizás no pensaba abandonar totalmente el culto a Yahveh, sin embargo, bajo la perniciosa influencia de su esposa tiria, Jezabel, había erigido un templo al baal tirio en Samaria (1 Rey. 16,32) e introdujo una multitud de sacerdotes extranjeros (18,19); indudablemente había ofrecido sacrificios de vez en cuando a la deidad pagana, y, además, consagró una persecución sangrienta contra los profetas de Yahveh.

No se sabe nada sobre el origen de Elías, excepto que era de Tisbé; no hay certeza absoluta si era de Tisbé de Neftalí (Tobías 1,2) o de Tisbé de Galaad, como indican nuestros textos, aunque la mayoría de los estudiosos, basados en la autoridad de los Setenta y de Josefo, prefieren la última opinión. Algunas leyendas judías, repetidas por algunos escritos cristianos, afirman además que Elías era de origen sacerdotal; pero no hay ningún otro fundamento para tal declaración que el hecho de que ofreció sacrificios. Todo su estilo de vida se parece un poco al de los nazires y es una fuerte protesta contra la corrupción de su época. Su manto de pelo y faja de piel ceñida a su cintura (2 Rey. 1,8), su pie veloz (1 Rey. 18,46), su hábito de morar en las hendiduras de los torrentes (17,3-6) o en las cuevas de las montañas (19,9), o dormir debajo bajo un refugio insuficiente (19,5), revelan al verdadero hijo del desierto. Aparece abruptamente en la escena de la historia para anunciarle a Ajab que Yahveh había determinado vengar la apostasía de Israel y su rey, y que traería una larga sequía en la tierra. Después que entregó su mensaje, el profeta desapareció tan de repente como había aparecido, y, guiado por el Espíritu de Yahveh, se dirigió al torrente de Kerit, al este del Jordán, y los “cuervos (algunos críticos traducirían, por improbable que sea la variante, “ árabes” o “comerciantes”) “le llevaban pan y carne por la mañana y pan y carne por la tarde, y bebía del torrente” (17,6).

Después que el arroyo se hubo secado, Elías, bajo la dirección divina, atravesó Sarepta, dentro del dominio tirio. Allí fue recibido hospitalariamente por una viuda pobre a quien el hambre había reducido a su última comida (17,12); él recompensó su caridad aumentando su provisión de comida y aceite durante todo el tiempo que durasen la sequía y la hambruna, y luego le resucitó al hijo de ella. (17,17-24). Durante tres años, no cayó lluvia o rocío alguno sobre Israel, y la tierra estaba absolutamente estéril. Entretanto, Ajab había hecho infructuosos esfuerzos recorriendo el país en busca de Elías. Al fin, éste resolvió afrontar una vez más al rey, y apareciendo de repente ante Abdías, lo mandó que llamara a su amo (18,7, ss.). Cuando se encontraron, Ajab reprendió amargamente al profeta como causante del infortunio de Israel; pero el profeta le devolvió la acusación: “No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahveh y haber seguido a los Baales” (18,18). Aprovechando el desconcierto del silencioso rey, Elías lo reta a convocar a los profetas de Baal al Monte Carmelo, para una confrontación decisiva entre su dios y Yahveh.

La ordalía tuvo lugar frente a una gran concurrencia del pueblo (vea Monte Carmelo) a quien Elías, en términos muy duros, indujo a elegir: “¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste.” (18,21). Entonces ordenó a los profetas paganos que invocaran a su deidad; él por sí solo “invocaría el nombre de su Señor”; y “el Dios que responda por el fuego, ése es Dios.”(24). Los adoradores de Baal habían erigido un altar y colocaron la víctima sobre él; pero sus gritos, bailes salvajes y mutilaciones a sus propios cuerpos, a lo largo del día, no dieron resultados: “No hubo voz, ni quien escuchara, ni quien respondiera.” (29). Elías reparó el arruinado altar de Yahveh que se levantaba allí, y preparó sobre él su sacrificio; entonces, a la hora de ofrecer la oblación de la tarde, mientras oraba fervientemente, “Cayó el fuego de Yahveh que devoró el holocausto y la leña y lamió el agua de las zanjas” (38). La cuestión quedó peleada y ganada. El pueblo, enloquecido por el triunfo y por orden de Elías, cayó sobre los profetas paganos y los degollaron en el torrente de Quison. Esa misma tarde la sequía cesó y en medio de un fuerte aguacero el extraño profeta corrió delante de Ajab hasta la entrada de Yizreel.

El triunfo de Elías fue breve. La ira de Jezabel, que había jurado quitarle la vida (19,2), lo obligó a huir de inmediato y a buscar refugio más allá del desierto de Judá, en el santuario del Monte Horeb. Allí, en el desierto de la montaña sagrada, con espíritu quebrantado, vertió su queja ante el Señor que lo fortaleció con una revelación y le restauró su fe. Le impuso tres mandatos: ungir a Jazael como rey de Siria, a Jehú como rey de Israel y a Eliseo como su propio sucesor. Elías sale de inmediato a ejecutar esta nueva obligación. Rumbo a Damasco se encuentra con Eliseo en el arado, y echándole su manto encima, lo convierte en su fiel discípulo e inseparable compañero, a quien le confiará la compleción de su tarea.

El traicionero asesinato de Nabot fue la ocasión para una nueva reaparición de Elías en Yizreel, como campeón de los derechos del pueblo y del orden social y para anunciarle a Ajab su condena inminente: la casa de Ajab caerá. En el lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, los perros también lamerán la sangre del rey; ellos se comerán a Jezabel en Yizreel; toda su posteridad perecerá y sus cuerpos serán dados a las aves del cielo (21,20-26). Herido en su conciencia, Ajab se acobardó ante el hombre de Dios, y en vista de su penitencia se retrasó la amenazada ruina de su casa.

La siguiente vez que oímos hablar de Elías es en conexión con Ocozías, el hijo y sucesor de Ajab. Habiendo recibido lesiones severas por una caída, este príncipe envió mensajeros al altar de Baal Zebub, dios de Ecrón, para inquirir si se iba a recuperar, pero fueron interceptados por el profeta, que los envió de regreso a su amo con la notificación que sus lesiones serían fatales. Varias bandas de hombres, enviadas por el rey para capturar a Elías, fueron heridas con fuego del cielo; finalmente el hombre de Dios se presentó ante Ocozías para confirmar su amenazante mensaje. Otro episodio registrado por el cronista (2 Crón. 21,12) relata cómo Joram, el rey de Judá que había permitido el culto a Baal, recibió de Elías una carta en la que le advertía que todos los de su casa serían castigados por una plaga, y que él mismo estaba condenado a una muerte prematura.

Según 2 Reyes 3, la carrera de Elías concluyó antes de la muerte de Josafat. Esta afirmación es difícil —pero no imposible— de armonizar con la narrativa anterior. Como quiera que esto sea, Elías desapareció aún más misteriosamente de cómo apareció. Tal como Henoc, fue “arrebatado” para que no probase la muerte. Mientras conversaba con Eliseo, su hijo espiritual, en las colinas de Moab, “un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino” (2 Reyes 2,11), y todos los esfuerzos que hicieron los escépticos hijos de los profetas por encontrarlo, descreyendo el relato de Eliseo, fueron inútiles. La memoria de Elías ha permanecido viva en las mentes tanto de judíos como de cristianos. Según Malaquías, Dios preservó el profeta vivo para confiarle una misión gloriosa al final de los tiempos (4,5-6); en el período del Nuevo Testamento se creía que esta misión precedería inmediatamente el advenimiento del Mesías ( Mateo 17,10.12; Marcos 9,11); según algunos comentaristas cristianos, consistiría en la conversión de los judíos (San Jerónimo en Mal. 4,5-6); los rabinos, finalmente, afirman que su objeto será dar las explicaciones y respuestas reservadas por ellos hasta ahora. 1 Mac. 2,58 alaba el celo de Elías por la Ley, y Ben Sira entrelaza en una bonita página la narración de sus acciones y la descripción de su misión futura (Eclesiástico 48,1-11). En el Nuevo Testamento Elías es todavía la personificación del siervo de Dios (Mt. 16,14; Lucas 1,17; 9,8; Juan 1,21). No es de extrañar, por lo tanto, que haya aparecido con Moisés al lado de Jesús el día de la Transfiguración.

Tampoco es sólo en la literatura sagrada literatura y en los comentarios a ellas que encontramos evidencias del eminente lugar que Elías ganó para sí mismo en las mentes de las épocas posteriores. Hasta el momento el nombre de Jebel Mar Elyas, normalmente dado por los árabes modernos al Monte Carmelo, perpetúa la memoria del hombre de Dios. Varios lugares en la montaña: la gruta de Elías; El-Khadr, la supuesta escuela de los profetas; El-Muhraka, el sitio tradicional del sacrificio de Elías; Tell el-Kassis, o montículo de los sacerdotes —donde se dice que mató a los sacerdotes de Baal— todavía son muy venerados, tanto por los cristianos de todas las denominaciones como por los musulmanes. Todos los años los drusos se reúnen en El-Muhraka para celebrar un festival y ofrecer un sacrificio en honor a Elías. Todos los musulmanes tienen al profeta en gran reverencia; ningún druso, en particular, se atrevería a violar un juramento hecho en nombre de Elías. No sólo entre ellos, sino también entre judíos y cristianos, muchos cuentos legendarios se asocian a la memoria del profeta. Los monjes carmelitas durante mucho tiempo acariciaron la creencia de que su orden podía remontarse en sucesión ininterrumpida hasta Elías, a quien aclamaban como su fundador. Los Bolandistas, especialmente Papenbroeck, se les opusieron tenazmente, y los carmelitas de Flandes ya no sostuvieron enérgicamente su pretensión, hasta que el Papa Inocencio XII, en 1698, estimó prudente imponer silencio a ambas facciones contendientes. La Iglesia Griega y la Latina honran a Elías el 20 julio.

Las viejas listas en verso y los escritos eclesiásticos antiguos ( Const. Apost., VI, 16; Orígenes, Comm. in Mt. 27,9; Eutalio; Epifanio, Haer. XLIII) mencionan un “Apocalipsis de Elías” apócrifo, citas del cual se ha dicho que se encuentran en 1 Cor. 2,9 y Efesios 5,14. Perdido de vista desde los primeros siglos del cristianismo, parte de esta obra se recuperó en una traducción copta encontrada (1893) por Maspéro en un monasterio del Alto Egipto. Desde entonces se han descubierto otros fragmentos, también en copto. Lo que poseemos ahora de este Apocalipsis —y parece que tenemos la mayor parte de él— fue publicado en 1899 por G. Steindorff; los pasajes citados en 1 Cor. 2,9 y Ef. 5,14; no aparecen allí; el Apocalipsis por otro lado, tiene una sorprendente analogía con el “Sepher Elia” judío.

Fuente: Souvay, Charles. “Elias.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909.
http://www.newadvent.org/cathen/05381b.htm

Traducido por José Luis Anastasio. rc

Fuente: Enciclopedia Católica