ENFERMEDAD

v. Dolencia, Malo, Plaga
Exo 15:26 ninguna e de las que envié a los egipcios
Deu 7:15 quitará Jehová de ti toda e; y todas las
2Ki 1:2; 8:8


latí­n infirmitas. Cualquier alteración de la salud. La e., en las Sagradas Escrituras, es considerada desde un punto religioso, no médico. Las alteraciones de la salud eran tenidas como consecuencia de las violaciones a los mandamientos, preceptos divinos, al pecado, como castigo a esas faltas, el cual podí­a ser individual o colectivo, como en las maldiciones del segundo discurso de Moisés al pueblo, donde se mencionan como castigo por la infidelidad a Yahvéh, la peste, la tisis, la fiebre, la inflamación, la gangrena, Dt 28, 21-22. Si Dios mandaba la e., también él podí­a sanar al enfermo, como se lee en el Cántico de Moisés, †œYo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y sano yo mismo (y no hay quien libre de mi mano)†, Dt 32, 39; así­ lo dice también el profeta de Egipto, Is 19, 22. A través de la Biblia, encontramos la mención de problemas de salud, algunos de los cuales con la muerte como consecuencia: Raquel, mujer de Jacob, murió por complicaciones en el parto de su hijo Benjamí­n, Gn 35, 16-18. La lepra era tenida como e. contagiosa, y quien la sufriera debí­a ser apartado de la comunidad, como medida sanitaria, y tenido por impuro, Lv 13, 45-46; otras novedades, como las manchas, los diviesos o abscesos, afecciones del cuero cabelludo, caí­da del cabello, que debí­an ser examinadas por el sacerdote para determinar la impureza o si se trataba de lepra, Lv 13, 1-44.

Enfermedades de carácter sexual como el flujo seminal y la blenorragia, así­ como la regla en la mujer, las cuales producí­an impureza en quien las padeciera, la cual se extendí­a a los objetos con que tuviera contacto y a quien tuvieran comercio sexual con esa persona, para cuya purificación se exigí­an los baños, además de los sacrificios, Lv 15. Cuando los filisteos capturaron el Arca, hubo una invasión de ratas que, posiblemente, portaban los gérmenes causantes de los tumores que empezaron a sufrir aquéllos, lo cual fue tomado como castigo de Yahvéh y el Arca fue devuelta, 1 S 5; 6; Sal 78 (77), 66. Incluso se habla de problemas de í­ndole mental en la Biblia, como el caso que le sucedió al rey Saúl, a quien un espí­ritu malo lo perturbaba y se aliviaba con la música que David le tocaba en la cí­tara, 1 S 16, 14-23.

En el N. T. se mencionan diversas enfermedades, y muchos de los que las padecí­an fueron sanados por Cristo y sus discí­pulos: la parálisis, Mt 8, 6; 9, 2; Mc 2, 3; Lc 5, 18; Hch 9, 33; la ceguera, Mt 12, 22; Mc 8, 22; 10, 46; Lc 18, 35; Jn 9, 1; la sordera, Mc 7, 32.

La enfermedad es tomada como una prueba que Dios les pone a los hombres, al justo, como en el caso del santo Job. En época de Jesús aún se considera la enfermedad como resultado del pecado, tal sucedió cuando le presentaron un ciego de nacimiento y los discí­pulos le preguntaron si el pecado era del enfermo o de sus padres, a lo que Cristo respondió: †œNi él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios†, Jn 9-3; 11, 4.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(Alteración de la salud).

Jesucristo sanó a muchos enfermos y curó a muchos endemoniados. Ver “Cristo”. Ver “Curacion de enfermos”.

Nosotros debemos “imitar” a Jesús, cumpliendo su mandato, ya que el sanar a los enfermos y expulsar los demonios, son dos “senales” que deben seguir a todo creyente, Mar 16:17-18.

Debemos visitar a los enfermos, Mat 25:36, Mat 25:44.

La enfermedad es pena del pecado propio, o de los padres: Jua 5:14 Exo 20:5, Lev 26:16-18, Deu 28:22, Deu 28:27, Deu 28:28 2 s.24:15.

La manda Dios directamente: (ver las citas anteriores), y Deu 32:39, o a través del diablo, del mundo, de la carne: (Luc 13:16, Dt.28).

A veces no se debe al pecado del enfermo ni de los padres, sino para que se manifieste la gloria de Dios, como en el ciego de Jua 9:1-3.

¿Qué hacer cuando uno, está enfermo?: Ver “Eclesiástico”, y Snt.5:14.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Medicina. Médicos.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[679]
Pérdida de la salud corporal o mental. En la naturaleza se presenta como hecho corriente, ordinario, periódicamente inevitable. En la Escritura se presenta como un castigo divino por algún pecado o infidelidad, según la interpretación fatalista de la cultura hebrea. (Job 2.7; Ex. 11.4; 1 Sam. 16.14; Lev. 26.16)

Jesús se encargará de poner las cosas en su sitio cuando los discí­pulos pregunten ante un ciego de nacimiento: “¿Quién peco, él o sus padres?” Y Jesús respondió: “Ni él ni sus padres. Su mal sirve sólo para que se manifieste la gloria de Dios.” (Jn. 9. 1-4)

Jesús, aunque no consta explí­citamente cómo ni cuándo, estableció un signo sensible para dar la gracia a los que se sienten gravemente enfermos y se acercan a la terminación de la vida, lo cual significa el sacramento de los enfermos, tal como lo ha visto la Iglesia desde el principio. (Sant. 5.14) (Ver “Unción de Enfermos” 7.3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> curaciones, milagros). El hombre bí­blico es un ser marcado por la debilidad desde el mismo principio de la historia (cf. Gn 2-3). En la Biblia hay dos discursos importantes sobre la enfermedad: uno en el libro de Job, otro en el evangelio de Jesús actualizado por la Iglesia.

(1) Job sufriente, enfermedad irracional. Representa a la humanidad ente ra, dominada por una enfermedad que, en sentido simbólico, aparece causada por Satán, el Diablo*, con el permiso de Yahvé: “Satanás hirió a Job con unas llagas malignas, desde la planta de sus pies hasta su coronilla” (Job 2,8). A lo largo del libro, esa enfermedad se va desplegando en todas sus formas. Es sufrimiento material, pobreza. Aplastado por la rueda de un destino adverso, Job pierde sus bienes y padece, despojado de toda protección externa, sobre el suelo duro de la tierra, sin más ayuda o posesión que el sufrimiento. Ha perdido casa y campos, propiedades familiares y sociales. Desnudo de bienes y vestidos yace Job, hombre expulsado, fuera de la ciudad de los humanos. Es sufrimiento afectivo, violencia y muerte de sus hijos (su familia). Pierde el presente de cariño y confianza, el futuro de vida y descendencia. De esa forma queda a solas, a espaldas de la gente, como un condenado que espera la muerte en el estercolero de la ciudad, donde se pudren en vida las basuras. Significativamente, sobrevive su mujer, pero sólo para atormentarle como acusadora, echándole en cara su pasado de justicia (cf. 2,9). Es sufrimiento fí­sico: la enfermedad le corroe, el dolor va quebrando y destruyendo su existencia. De esa forma se derrumba (le derrumban) sobre el muladar, sin fuerzas para mantenerse, como escoria viviente (mejor dicho, muriente), allá en el basurero donde vienen a parar hombres y cosas que estorban en el mundo. Queda allí­, como un desecho: pura ruina humana entre las ruinas de la tierra. Es sufrimiento social, destrucción ideológica. Los responsables de la buena sociedad no sólo le han echado a la basura, sino que le destruyen moralmente con su juego de razones. Los ideólogos del sistema se empeñan en quebrar sus defensas, para que confiese su culpa ante el Dios que ellos presentan como signo de armoní­a y verdad sobre la tierra. No les basta con matar al Job externo. Quieren destruirle internamente, matando su simiente de honradez sobre la historia. Es sufrimiento personal: le van minando sus propias dudas, las dificultades interiores, los interminables razonamientos diurnos, las pesadillas nocturnas… Encerrado en su dura mente, Job tiene que luchar su lucha interna, convertido en pura contradic ción, un campo de batalla donde vienen a expresarse y combatirse mutuamente los problemas de la historia (cf. Job 1-2). Los amigos de Job quieren mostrarle la “racionalidad de la enfermedad”: él sufre porque lo merece. La grandeza de Job consiste en desmontar todas las razones que intentan probar el carácter racional de su dolencia: humana y religiosamente, la enfermedad no tiene sentido.

(2) Milagros de Jesús, protesta contra la enfermedad. Son muchos los que actualmente se sienten molestos ante la actitud que, según los evangelios, Jesús ha tomado ante el hecho de la enfermedad: él aparece y actúa, como un ingenuo taumaturgo, que pretende curar a los enfermos. Más aún, muchos siguen diciendo que Jesús no curaba a los enfermos, que sus milagros eran ilusiones, de manera que serí­a mejor olvidarse de los milagros de Jesús y centrar el Evangelio en su doctrina espiritual. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que si se niegan los milagros de Jesús, es decir, su gesto poderoso de ayuda hacia los enfermos, se destruye el Evangelio. Ciertamente, Jesús no va en contra de la medicina. Tampoco teoriza sobre el sentido de las enfermedades (¿brotan de Dios, nacen del diablo?), pero se sitúa como amigo y como portador del reino de Dios ante los enfermos. No se limita a razonar y protestar contra los razonamientos de los que justifican la enfermedad, como los “amigos” de Job, sino que protesta de un modo apasionado en contra de las mismas enfermedades. “Los milagros de Jesús elevan una protesta incondicional contra la miseria y necesidad humana, tanto contra la miseria fí­sica como contra el aislamiento social. Alguien podrá encontrar estos milagros primitivos, pero mientras haya personas que los escuchen y cuenten, identificándose por dentro con ellos, esos milagros elevarán su protesta contra la dureza de la presión selectiva y ofrecerán su mensaje a los enfermos e impedidos, a los hambrientos y amenazados, a los rechazados y expulsados. Mientras se escuchen y cuenten los milagros, habrá seres humanos que no aceptarán una situación en la que hay poco alimento para muchos y mucho para pocos; ellos afirmarán con fuerza que la realidad podrí­a ser tan rica que doce panes basten para alimentar a cinco mil personas” (Theissen 187). Su gesto puede y debe compararse y distinguirse del de Buda. El prí­ncipe Gautama salió al mundo para descubrir el sentido de la realidad, encontrando las necesidades del hombre: un enfermo, un anciano, un muerto… Quedó de tal forma impresionado por los dolores de los hombres que no pudo continuar viviendo como antes sobre el mundo, sino que se retiró, buscando un refugio interior, más allá de las enfermedades y la muerte. En contra de eso, toda la vida de Jesús fue una protesta activa en contra de las enfermedades. No quiso habitar en un mundo resguardado, más allá del deseo y sufrimiento, como Buda, sino que deseó vencer el sufrimiento con todas sus fuerzas y así­ se dedicó a ayudar a los enfermos.

(3) Dos actitudes eclesiales. La actitud de la Iglesia ante los enfermos se ha expresado en dos gestos básicos, uno de liberación, otro de asistencia o visita. El modelo liberador está representado por Lc 4,18-19 (y Mt 11,4-6), donde se afirma que Jesús ha venido a curar a los enfermos, ofreciendo a los hombres, desde ahora, un camino de salud mesiánica. El modelo asistencial aparece en Mt 25,31-46: “Estuve enfermo y me visitasteis”. Mt 25,31-46 supone que Jesús ya ha redimido el mundo, pero la vieja ley que divide y se impone (y en un plano ha de hacerlo) sigue aún vigente todaví­a, pues habitamos una tierra de violencia económica (hambre), social (exilio), legal (cárcel) y, sobre todo, humana (enfermedad). Por eso, la respuesta básica frente a la enfermedad es la visita, es decir, la asistencia humana.

Cf. X. Pikaza, La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003; G. Theissen, La fe bí­blica en una perspectiva evolucionista. Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La única manera de vivir la enfermedad —y no simplemente soportarla como un tiempo muerto de la existencia — es la de buscarle un sentido, una orientación positiva para el camino del espí­ritu, aun en medio de la paralización de los miembros, de la pasión y la humillación de la carne. Reconocerle un sentido a la enfermedad es posible, pero a condición de que volvamos a cuestionarnos el sentido de la vida humana. Para reconocer que también las cosas que se padecen —y sobre todo ellas mismas— alimentan la libertad del hombre, primero hay que reconocer que toda libertad humana empieza con e! signo de la obediencia. Cuando el hombre aprende a superar una visión posesiva y pagada de sí­ de los bienes terrenos, entonces también aprende a creer y a esperar más allá de la pérdida de esos bienes. La pérdida de la salud no conduce a la humillante conclusión de que la vida ya no es posible, conduce más bien a Invocar y a esperar una salud o una salvación que alcanza al hombre cuando éste ha juntado ya sus manos inoperantes. La pasión extrema de la enfermedad mortal es la experiencia humana en la que misteriosamente se experimenta la suprema libertad: la libertad de la fe, y no la de las obras. En esta lucha suprema, los hermanos, que quedan al margen y tampoco saben qué hacer ni qué decir, también participan, pero en la misma actitud del agonizante, es decir, juntando sus manos, en la fe y en la invocación. Su constancia y su valor al permanecer junto al hermano que sufre, aunque no puedan hacer nada por él, es la única forma de participar y comunicarse más allá de toda palabra.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Es un estado patológico debido a la alteración de la función de un órgano o de todo el organismo.

Desde el mismo momento en que el hombre es corporeidad, la enfermedad tiene un doble carácter, fí­sico y psí­quico, La condición patológica manifiesta al paciente su estado creatural y pone a prueba sus resistencias humanas. La actitud madura de la persona frente a la enfermedad se ve afectada por los influjos de la corporeidad que están fuera del dominio de la persona. Evidentemente, el hombre tiene que resistir y luchar para vencer la enfermedad.

Un “dolorismo” que condujera a cultivar el dolor por el dolor, sin tener en cuenta las diversas posibilidades de superarlo, es una deformación. Lo que no puede sin embargo eliminarse de la enfermedad tiene que aceptarse como respuesta a la llamada misteriosa de Dios. Por eso es una equivocación pensar que la enfermedad es una pausa en el verdadero movimiento de la existencia. El dinamismo de la vida prosigue intensamente en la enfermedad soportada con espí­ritu cristiano.

En este contexto se comprende lo que afirma la Instrucción introductoria al Rito del Sacramento de la unción y cura pastoral de los enfermos (1972), cuyos destinatarios son aquellos fieles que por su enfermedad o por su ancianidad experimentan un estado de salud muy precario. A través de la gracia de la unción el hombre recibe ayuda para la salvación, se siente reanimado por la confianza en Dios y obtiene nuevas fuerzas contra las tentaciones del maligno y la ansiedad de la muerte. De esta manera no sólo se puede soportar válidamente el mal, sino combatirlo y conseguir incluso la salud. El efecto propio de la gracia sacramental de la unción de los enfermos consiste en ayudar a vivir de forma positiva y salví­fica la situación de enfermedad.

B. Marra

Bibl.: P. Laí­n Entralgo, Antropologia médica, Salvat, Barcelona 1988; J Ch, Didier El cristiano ante la enfe”nedad, Casal y Vall, Andorra 1960; T Goffi, Enfermedad, en DE, 1, 644-648; G. Davanzo, Enfermo y Sufrimiento, en NDE, 425-433.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. En un primer sentido general se puede distinguir la e. de las tribulaciones fí­sicas que llegan al hombre desde fuera y de los sufrimientos psí­quicos, definiéndola como un mal que afecta al organismo humano desde dentro e intenta destruirlo. De todos modos se puede establecer una relación entre –>salud y ->vida, por una parte, y entre e. y -> muerte, por otra. El hombre sano vive en actividad, armoní­a y seguridad; la e. en cambio se presenta como pérdida del favor y desconcierto, como manifestación de la fragilidad e inseguridad de la vida, y normalmente va unida a dolores que no sólo son corporales, sino también psí­quicos: miedo a un desenlace funesto y el sentimiento de ser objeto de misericordia y depender de otros; el enfermo se convierte en “paciente”.

Aunque el hombre es uno en cuerpo y alma, sin embargo se puede distinguir entre e. mentales, que afectan a las actividades del espí­ritu, e. psí­quicas, que radican en el ámbito del sentimiento o de la representación y en todo el campo del subconsciente (->psicologí­a profunda, -> psicopatologí­a), y e. corporales, que atacan un órgano o una función del organismo. Pero la verdad fundamental de la unidad psicosomática del hombre, o del influjo mutuo entre el cuerpo y el alma, hace que esas diferencias sean relativas y muestra cómo el hombre entero, con todas sus dimensiones, es sujeto de la e., y desde ahí­ puede entenderse el carácter personal de la misma. No hay enfermedades, sino solamente enfermos.

Aunque no hay ninguna definición universal de enfermedad, sin embargo es posible una descripción general sobre su sentido e importancia en la vida humana. En las palabras de Juvenal: Mens sana in corpore sano, puede verse expresada la constitución perfecta del hombre, pero no debe ignorarse el hecho de que la e. muchas veces es la condición o incluso la causa para la liberación y el desarrollo de fuerzas aní­micas y espirituales. Grandes figuras de la humanidad, santos y genios, sufrieron e. Por tanto, la e. puede considerarse “como una modalidad del ser humano” (v. Weizsácker).

2. La historia de la religión muestra que el hombre en todos los tiempos ha considerado la enfermedad como un problema religioso, y por eso la medicina y los medios salví­ficos aparecen estrechamente unidos en el saber sagrado y en la -> magia.

a) En el Antiguo Testamento el problema religioso de la e. guarda una relación muy estrecha con el de la retribución. Puesto que inicialmente ésta era entendida en un sentido temporal (Dt 28, 21ss), al principio toda e., lo mismo que toda desgracia, fue considerada como un castigo divino por un pecado (Sal 38 y 107, 17-20) del individuo, de la estirpe o del pueblo. Por eso la e. de un justo constituí­a un escándalo, hasta que en tiempos posteriores se abrió paso el pensamiento de que la enfermedad puede ser una prueba querida por Dios. Job, Tobí­as, el Eclesiastés y los salmistas se esfuerzan por dar una respuesta a este problema, y sus soluciones sirven de punto de apoyo al libro de la Sabidurí­a (3, 1-8), que promete para el más allá el premio por la prueba superada. El Deuteroisaí­as (53, 48) habla, en un tono extraño para el judaí­smo, del sufrimiento del siervo de Dios y del valor de la expiación como sacrificio propiciatorio por otros (cf. A. LoDs, Les idées des Israélites sur la maladie, ses causes et ses remédes, escrito de homenaje a K. Martin, Gie 1925, p. 181-193; J. CHAINE Révélation progressive de la notion de rétribution dans l’AT. “Recontres” 4, Ly 1941, p. 7389 ).

b) En el Nuevo Testamento’ sobrevive todaví­a la concepción de la e. como castigo de Dios (Jn 9, 2) pero ya no en forma exclusiva; aunque esa concepción no es rechazada, sin embargo queda matizada en sus detalles Un 9, 3). De acuerdo con la escatologí­a de los profetas (Is 35, 5s y 53, 4, relacionado con Mt 11, 5 y 8, 17), la irrupción del -> reino de Dios trae el final de todo mal y debilidad, como una dimensión de la victoria sobre Satán y el pecado (Lc 5, 17-25; 13, 11; Jn 5, 14), lo cual responde a la concepción judí­a del hombre. La misión de los discí­pulos acentúa la atención especial que se ha de dedicar a los enfermos, y contiene el encargo de curarlos (Mc 6, 13; Lc 10, 9; Mt 10, 1). Y sobre todo Jesús mismo cura a muchos, como signo de que ha hecho su irrupción el tiempo mesiánico y con ello la redención de todo mal corporal y aní­mico (cf. O. CULLMANN, La délivrance anticipée du corps humazn d’aprés le NT, homenaje y reconocimiento a K. Barth, Neuenburg 1946, p. 31-40). Curación de enfermos y perdón de los pecados van mano a mano (Mc 2, 1-12; Jn 5, 1-15). En ningún lugar de los Evangelios se narra que, con relación a un enfermo, Jesús se conformara con una mera promesa, enseñando, p. ej., a sacar un bien mayor del ‘sufrimiento. Más bien, él se compadece de los enfermos, se pone a su lado y manda a sus discí­pulos que desarrollen una actividad viva de amor en relación con los que sufren (Mt 25, 34-45).

3. Actitudes cristianas. La objeción de Nietzsche contra el cristianismo, según la cual éste contradice a los valores humanos porque glorifica el dolor y la cruz, se hace problemática ante el hecho de que paganos como Epicuro sabí­an soportar el sufrimiento por su propia fuerza interna.

a) La espiritualidad cristiana, en un esfuerzo secular por entender el mensaje y el modelo de Cristo, ha puesto la e. en relación estrecha con determinadas verdades fundamentales de la fe: creación del hombre y su destinación sobrenatural, poder de Satán, pecado original y pecados propios, redención por la cruz, resurrección de la carne, etc. Sin duda en esta perspectiva la e. sigue siendo un mal, pero ella recibe un nuevo valor, puede enfocarse positivamente y quedar integrada en el orden salví­fico.

La Iglesia, desde sus principios, ha visto la e. en relación esencial con el -> pecado y la culpa. La experiencia de que la e. todaví­a sigue existiendo en este perí­odo intermedio que nos separa de la parusí­a (1 Cor 11, 30; Flp 2, 26; 2 Tim 4,20; Sant 5, 14s), y la fe en que ella llegará a su fin cuando se produzca la instauración escatológica del reino de Dios (Ap 21, 4; cf. 22, 2), determinan la visión cristiana de la enfermedad. En el cristianismo el hombre lucha contra la e. lo mismo que contra toda manifestación del poder del -> mal, y sabe a la vez que no puede vencerla definitivamente. Así­, ciertamente el enfermo es exhortado a la santa entrega (Agustí­n), a la confianza (Crisóstomo), a la paciencia (Gregorio Magno) y a la penitencia (Beda; concilio Lateranense zv, can. 22), ciertamente la e. es considerada más como un medio de expiación y perfeccionamiento o como una prueba en vistas a un bien mayor (2 Cor 12, 9) que como un castigo; pero la antigua Iglesia nunca ve en la e. un “sustitutivo del martirio” o un camino para la perfección. Con todo, también se desarrolla una devoción cristiana que, sin prohibir jamás la oración por la curación, descubre en la e. una posibilidad de compartir el sufrimiento del Cristo crucificado y de identificarse mí­sticamente con él, tomando así­ parte en el sacrificio redentor (cf. Col 1, 24). La historia de esta espiritualidad de la enfermedad, aun cuando sólo alcance su auténtico esplendor en la edad media, abunda por todas partes en ejemplos de semejante sublimación. Hay toda una literatura relativa a este tema; a veces se trata de exhortaciones ocasionales (p. ej., Crisóstomo), otras se nos ofrece una obra entera (p. ej., GERARDO DE LIEJA [?], De duodecim utilitatibus tribulationum), y Pascal llega a componer su “oración para un uso saludable de las e.”. Todo eso da testimonio de una doctrina que, mediante enunciados en parte paradójicos (“si el hombre supiera cuánto le aprovecha la enfermedad, nunca querrí­a vivir sin ella”), expresa las posibilidades -ricas en tensiónde la actitud cristiana con relación a la e.

b) En el plano de la acción la actitud cristiana para con el enfermo se caracteriza ante todo por el amor. Ya no se desprecia a los enfermos (Sal 38, 12; 88, 9) sino que se les honra; y se considera que quien sirve a ellos, presta un servicio a Cristo. De ahí­ el puesto que el cuidado de los enfermos ocupa entre “las obras de misericordia” (cf. las Consuetudines de Cluny con sus prescripciones acerca del cuidado de los enfermos, así­ como la importancia de las instituciones [casas, fundaciones, orden] al servicio de los enfermos). A diferencia de ciertas sectas, el cristianismo siempre ha valorado positivamente la ciencia médica y los medios naturales para la curación. El impulso del amor cristiano, junto con otros factores, ha dado origen a la asistencia social.

Además de esto, la oración de la Iglesia por los enfermos ocupa un puesto destacado en su liturgia. En las oraciones se pide constantemente la curación corporal, la fortaleza de ánimo durante la prueba y la salvación eterna; se ha formado una rica liturgia de bendiciones y ritos. También en este campo los sacramentos han de entenderse como una continuación de la acción salvadora de Cristo, y como un cauce institucional de los primitivos carismas cristianos; ya en virtud de la unidad aní­mico-corporal del hombre, ellos dicen una relación al cuerpo. La –> unción de los enfermos es junto con la eucaristí­a y la penitencia el auténtico sacramento de los que padecen una enfermedad. Por su origen histórico, tiene una relación estrecha con el carisma de la curación. La unción de los enfermos tiende siempre al hombre entero; Sant 5, 14s se refiere tanto a la e. del cuerpo como a la del alma. Sin duda es recomendable que esta medicina Ecclesiae (Cesario de Arles) se aplique inmediatamente al producirse una e. grave, pero una prudente cura de almas tomará en consideración la situación del enfermo. Y en general la Iglesia, en su preocupación por los enfermos, desea una colaboración estrecha entre el sacerdote y el médico. Sobre todo ha de evitarse que el enfermo se sienta excluido de la comunidad parroquial, precisamente en un tiempo en que necesita urgentemente de su ayuda y en que él mismo con su sufrimiento puede prestar a aquélla un gran auxilio, apuntando hacia un orden que está más allá de la producción y el éxito.

Sin embargo, en la presente situación de cambio en la estructura parroquial, las formas concretas en que puede expresarse y hacerse fructificar la unión mutua entre comunidad y enfermo aún han de buscarse.

Jean-Charles Didier

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

A. Verbo jalah (hl;j; , 2470), “estar enfermo, débil”. Este verbo es de uso corriente en todos los perí­odos del lenguaje hebreo y aparece unas 60 veces en la Biblia hebraica. Se encuentra en el texto por primera vez casi al final de Génesis cuando a José le avisan que su “padre está enfermo” (Gen 48:1). Examinando los usos de jalah se puede percibir que a menudo se empleaba con cierta falta de precisión y que el factor decisivo en determinar su significado debe ser el contexto. Cuando Sansón dijo a Dalila que si lo ataban con mimbres verdes se “debilitarí­a y serí­a como cualquiera de los hombres” (Jdg 16:7), obviamente el verbo no significa “estar enfermo”, a menos de que ello implicara un estado por debajo de lo normal para él. Cuando se describe a Joram como enfermo debido a las heridas sufridas en batalla (2Ki 8:29), quizás sea mejor decir que se sintió débil. Los animales cojos o “enfermos” que se ofrecen para el sacrificio (Mal 1:8) son, más bien, imperfectos e inaceptables. El vocablo a veces se usa en sentido metafórico para decir que alguien se está esforzando demasiado y, por tanto, debilitándose. Esto se percibe en las varias traducciones de Jer 12:13 “Están exhaustos, pero de nada les aprovecha” (rva); “se han cansado inútilmente” (bla); “se han esforzado sin provecho alguno” (lba; cf. nrv); “se afanaron sin provecho” (bj); “todos sus trabajos fueron vanos” (bvp); “quedaron baldados en balde” (nbe); “tuvieron la heredad, mas no aprovecharon nada” (rvr). En Son 2:5, todas las revisiones de la rv (así­ como lba, bj y bla) traducen “enferma de amor”. La lvp dice “me muero de amor” y la nbe “desfallezco de amor”, que tal vez sea la mejor traducción (o “desfallezco de pasión”). B. Nombre holéí† (ylijí• , 2483), “enfermedad”. El nombre aparece unas 23 veces. El uso del término en la descripción del Siervo Sufriente en Isa 53:3-4 “experimentado en quebranto †¦ sufrió nuestros dolores” (“varón de dolores” viene de otro vocablo, bazah) ha resultado en una diversidad de traducciones: “sufrimiento †¦ enfermedades” (rva, nrv); “quebranto †¦ dolores” (rvr); “aflicción †¦ enfermedades” (lba); “dolencias” (bj); “dolor †¦ sufrimiento” (nbe, lvp), “sufrimiento †¦ dolores” (bla). El significado de “enfermedad” se expresa claramente en Deu 7:15 “Jehovah quitará de ti toda dolencia y todas las terribles enfermedades [madweh] de Egipto” (rva). Holéí† se usa metafóricamente para expresar la aflicción de la tierra (Hos 5:13).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento