ENTELEQUIA

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Término usado por Aristóteles en el sentido de algo que existe en la mente pero que no ha llegado a su final configuración, es decir que todaví­a camina hacia su elaboración. Es algo similara a hipótesis o suposición.

Aunque el término ha sido poco usado en la Filosofí­a posterior, en los tiempos recientes se cargó la expresión de cierto sentido peyorativo, aludiendo con ello a algo que se piensa como posible, pero que no llegará a ser real y se quedará como quimera.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

De entelés (perfecto, completo, acabado) y échein (tener poseer), indica en la filosofí­a aristotélica la perfección propia del acto, que se obtiene cuando éste llega a su realización definitiva, como, por ejemplo, en el caso de la estatua al final del proceso de su escultura. La entelequia es la meta del obrar, el punto de llegada de los dinamismos, la posesión de la perfección por parte de las cosas. A veces Aristóteles refiere este término a la vida misma. Con el concepto de entelequia se suele asociar una visión teleológica de la realidad: todo está orientado hacia un fí­n. En la visión bí­blica de la realidad está también presente un acentuado finalismo : el Dios creador al dar la existencia a las criaturas, dirige a cada una de ellas hacia un fin, lo mismo que dirige a 1srael y a los pueblos hacia una meta. Esto es lo que. a partir de la teologí­a de los Padres, se caracterizó con el término de “providencia’: Dios no sólo dio la existencia a la realidad de manera ordenada, sino que proveyo a las cosas y a las criaturas humanas para que todo alcance el fin positivo que él previó en su amor: ese fin es Dios mismo, para todas las criaturas y en particular para el hombre: éste incluso es llamado por Dios “a participar de los bienes divinos” (Concilio Vaticano I: DS 3005).

Esta orientación general de la realidad hacia un fin, que constituye su perfección, evidente para el hombre formado en la Biblia. ha sido puesto en discusión en los tiempos recientes, sobre todo en el ámbito de las ciencias naturales, donde a menudo se da importancia al azar como factor importante en los procesos evolutivos.

En el terreno estrictamente teológico-antropológico, el finalismo conserva una gran importancia, cuando se habla de “entelequia en relación con la orientación fundamental de la criatura espiritual a Dios como a su último fin” (A. Ganoczy). Pero esto hay que comprenderlo bien: a pesar de haber sido hecho por Dios y para Dios, el hombre Llega al encuentro y a la comunión con la divinidad (gracia) por pura gratuidad. Sólo un don de lo alto puede permitir al hombre llegar a su auténtica meta: el Dios trinitario.

G. M. Salvati

Bibl.: Entelequia, en DF 1, 531-532; H.

Brockard, Fin, en CFF 11, 149-161.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El concepto de e.( entelejeia) fue introducido en la filosofí­a por Aristóteles (–> aristotelismo i), que lo usa en diversos sentidos, aunque relacionados entre sí­.

Nosotros entendemos por e. una tendencia esencialmente inmanente a un ser material por la que él está ordenado a un determinado fin (télos), p. ej., a su propia perfección individual o a la de su propia especie. El principio de e. muchas veces es llamado también principio de finalidad o teleologí­a causalidad).

La pregunta de si hay una finalidad inmanente en el mundo fí­sico es muy discutida. Aristóteles y la mayorí­a de los filósofos medievales y de los pertenecientes a la escolástica posterior suponen que todo ser material, sea orgánico o inorgánico, está determinado por la e. Pero posteriormente, en general, se ha rechazado la teorí­a de una finalidad inmanente en lo inorgánico, sobre todo porque en las ciencias fí­sicas, tan desarrolladas, la idea de la causalidad final no desempeña ningún papel. En biologí­a reina menos uniformidad. Los mecanicistas consideran al organismo vivo como una máquina complicada, y creen que él está sometido a las mismas leyes que lo inorgánico. Luego se ha querido extender también al hombre este punto de vista. Por otra parte los vitalistas defienden que el organismo tiene su propio principio de vida, el cual lo distingue esencialmente de la máquina y lo capacita para acciones auténticamente encaminadas a un fin. Actualmente la mayorí­a de los biólogos presuponen – por lo menos como hipótesis de trabajo – que toda actividad vital puede deducirse de las leyes fí­sicas y quí­micas. La doctrina católica no admite que los actos “humanos” puedan estar plenamente determinados por leyes fí­sicas, pero no toma una postura directa con relación a la vida no humana. En este campo los recientes progresos de la bioquí­mica hacen menos imposible que antes una explicación exclusivamente fisicoquí­mica; lo cual afecta también en muchos aspectos al proceso vital del hombre.

Con ello se alzan dudas frente a la estricta distinción tradicional entre procesos orgánicos, que están dirigidos por la e., e inorgánicos, que no lo están (con todo, esta pregunta no se identifica con la cuestión de una diferencia en general; y, quizá, incluso cabrí­a hablar de dos formas esencialmente distintas de e.). Normalmente, o bien se admite una e. en todos los estadios del ser, o bien se rechaza para todos los estadios, exceptuando el humano. La primera parte de esta alternativa fue defendida con suma decisión por Teilhard de Chardin. Según él, todo el mundo corporal en su núcleo esencial está ordenado a la consumación de un único plan divino. Por eso lo inorgánico, en virtud de su naturaleza, tiende al nacimiento de órganos vivos; los organismos sencillos tienden a una evolución hasta el estadio humano; y el hombre a su vez está encaminado hacia una unidad social de tipo suprapersonal cada vez más estrecha con los demás hombres. Esta tendencia, que a causa de la –> encarnación está elevada al orden -> sobrenatural, se consuma finalmente por la unión del hombre con Dios en el cuerpo mí­stico de Cristo (-> evolución, –> hominización). Todaví­a se halla en marcha la discusión de este esbozo.

Independientemente del resultado de tal discusión, hay que distinguir entre la e. verificable en las ciencias particulares, y el plano de la problemática trascendental, donde e. significa la ordenación, la referencia del espí­ritu, en el conocer y querer, a la realidad (-> ser, -> verdad, -> bien). Si ya en el primer plano la alternativa entre e. o no e. no puede decidirse por la ostensión de la causalidad fí­sica eficiente (aunque no queden allí­ lagunas), pues finalidad y causalidad (eficiente) no se excluyen mutuamente, sino que se complementan (por más que una ciencia particular haya de reducirse a un momento por razones de método), el segundo plano se substrae explí­citamente a esta alternativa, pues él late ya en toda discusión del problema y la hace posible de antemano.

John Russell

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica