EPICLESIS

[424]
Invocación o plegaria en la acción eucarí­stica por la que se reclama la presencia del Espí­ritu Santo en medio de la liturgia del sacrificio.

En las liturgias orientales se llama así­ al momento cumbre y transubstanciador de la Eucaristí­a, del mismo modo que en las occidentales se tiende a magnificar el momento de la “anamnesis” o recordación de las palabras consecratorias del mismo Jesús. (Ver Eucarí­stico. Sacrificio 1.3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
La palabra griega epiklésis significaba originariamente invocación, y con el tiempo pasó a significar oración en general. En las últimas décadas hay una tendencia a restringir su uso a una invocación al Padre para que enví­e el Espí­ritu Santo, o en casos raros directamente al Espí­ritu Santo. Su uso más frecuente es en la eucaristí­a, en la que consiste en una oración para que el Espí­ritu Santo transforme el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, o en una oración para que los que están congregados se unan en comunión y amor. Aunque la plegaria eucarí­stica I no tiene epiclésis (exceptuando quizá la oración Quam oblationem, “Bendice y acepta…”), las nuevas plegarias eucarí­sticas posconciliares tienen todas dicha invocación. Hay oraciones de epiclé sis también en otros sacramentos: en la bendición del agua en el bautismo y durante los ritos de la confirmación y la ordenación. Muchos de los libros para servicios revisados de las Iglesias anglicanas y protestantes incluyen también oraciones de epiclésis. Cabe destacar estas palabras de Y. Congar, en relación tanto con la epiclésis como con la eclesiologí­a: “Allí­ donde haya de haber una intervención del Espí­ritu Santo, es menester implorar su venida… De una forma u otra, es necesaria una epiclésis para la concelebración del Espí­ritu con la Iglesia, confiriendo así­ la aprobación divina a sus obras”.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

(v. Espí­ritu Santo, Eucaristí­a)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: I. Concepto.-II. E. eucarí­stica: 1. Los más antiguos formularios eucarí­sticos; 2. Tradición antioquena, siro-occidental y sirooriental; 3. Tradición alejandrina; 4. Tradición occidental.-III. Textos patrí­sticos.- IV. E. al Logos.-V. La e. en otras acciones simbólicas eclesiales.-VI. Sobre el origen de la e.: sus fuentes bí­blicas.-VII. Perspectivas ecuménicas.

I. Concepto
El término epí­clesis significa invocación. El significado de la e. ha sido modernamente revalorado a nivel ecuménico. En la oración eucarí­stica -sobre todo en las tradiciones orientales-tiene la e. un valor fundamental. Pero no sólo en la oración eucarí­stica encontramos la e., sino también en otros momentos centrales simbólicos (sacramentos) de la vida de la Iglesia. Le e. eucarí­stica ha tenido un desarrollo, sobre todo a partir de la clara afirmación de la divinidad del Espí­ritu Santo.

II. E. eucarí­stica’
1. Los MíS ANTIGUOS FORMULARIOS EUCARISTICOS: la tradición apostólica de Hipólito y la anáfora sirooriental de Addai y Mari ofrecen una e. Es fundamental tener en cuenta la estructura literaria de toda la anáfora. El formulario de la tradición apostólica es una acción de gracias a Dios Padre por medio de Jesucristo. Por medio de oraciones de relativo (esquema de la bendición veterotestamentaria: salmos) vienen presentados los motivos de agradecimiento. Todos ellos son de carácter cristológico. La cena de despedida del Señor -palabras de la institución- es una oración más de relativo; por tanto las palabras de la institución no tienen aqui carácter consecratorio. Las palabras del Señor “cuando hacéis esto, hacedlo en memoria mí­a”, conducen a la formulación, que la Iglesia hace memoria de la muerte y resurrección del Señor (anámnesis). En una tercera oración se pide el enví­o del Espí­ritu Santo. El mismo esquema literario se encuentra en la anáfora de Addai y Mari.

Texto epiclético. Tradición apostólica: “Y te suplicamos que enví­es tu Espí­ritu Santo sobre la oblación de la santa Iglesia, [para que] reuniéndo[los] en unidad des a cuantos participan de tus santos dones que sean llenos del Espí­ritu Santo para confirmación de su fe en la verdad”. Addai y Mari: “Y venga Señor tu Espí­ritu y descienda sobre esta oblación de tus siervos…, a fin de que sea para nosotros, Señor, para expiación de las deudas… “. En ambos textos se pide el descendimiento del Espí­ritu sobre la oblación de la Iglesia. Se trata formalmente de una epí­clesis de comunión: por la participación de los dones se participa del Espí­ritu. No se explicita que la venida del Espí­ritu sea para transformar los dones, pero se sobreentiende. Posteriores e. explicitarán esto (epí­clesis consecratorias).

2. TRADICIí“N ANTIOQUENA, SIROOCCIDENTAL Y SIRO-ORIENTAL. El esquema literario, en el que viene encuadrada la e., es el mismo que en los dos formularios más antiguos. Literariamente o se pide a Dios Padre que enví­e el Espí­ritu del cielo sobre la oblación de la Iglesias o se pide directamente la venida del Espí­ritiu’. En algunas se pide el enví­o del Espí­ritu “sobre nosotros y sobre los dones ofrecidos”, concretándose a renglón seguido el enví­o como acción transformadora de los dones y como acción santificadora de los participantes’. En otras se pide la venida del Espí­ritu para que transforme los dones, de forma que los dones transformados sean para quienes los reciban para vida, resurrección y perdón de los pecados’. Siempre indican las e. que la celebración eucarí­stica está orientada a la comunión. Aquí­ se indican los frutos de la comunión; siempre aparece como fruto el perdón de los pecados.

A veces viene formulada la e. en paralelismo literario con las palabras de la institución, lo que es signo de que la e. “era considerada como aplicación de la cena de Cristo”.

3. TRADICIí“N ALEJANDRINA. El esquema completo de la anáfora es: acción de gracias – sanctus – la epiclesis – palabras de la institución – anámnesis – 2.a epí­clesis. El texto de la la epí­clesis (anáfora de S. Marcos y copta de S. Cirilo) suena así­: Santo… “Realmente están llenos el cielo y la tierra de tu santa gloria por la manifestación del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Llena también, oh Dios, este sacrificio con la bendición que de ti procede por la venida de tu santí­simo Espí­ritu. Porque el Señor Jesucristo en la noche en que se entregaba, tomó pan…”. La la epí­clesis viene testificada por el eucologio de Serapión”, pero con la diferencia de que se habla tan sólo de la potencia divina, mientras que en el texto de la anáfora de S. Marcos se concretiza la potencia divina como el Espí­ritu Santo.

La existencia de la 2a epí­clesis – texto recibido- viene atestiguada por el papiro de Manchester” así­ como por el eucologio de Serapión. En este eucologio se trata de una e. al Logos: “Descienda, oh Dios de la Verdad, tu santo Verbo sobre este pan, para que se convierta en el cuerpo del Verbo, y sobre este caliz, para que se convierta en la sangre de la verdad. Y haz que todos los que participen reciban el remedio de la vida…”. Contra la opinión, de que aquí­ se muestra el prototipo de una e. al Logos (Lietzmann, Betz)'” arguyenotros que el autor del eucologio muestra una clara tendencia arrianizante. En el texto recibido se encuentra una amplia teologí­a sobre el Espí­ritu Santo, que es signo de una polémica contra los negadores de la divinidad del Espí­ritu.

4. TRADICIí“N OCCIDENTAL. a. El canon romano. Su estructura literaria: La oración eucarí­stica comienza con una acción de gracias (vere dignum et justum est). A continuación el “sanctus” y tras él tres oraciones intercesoras: te igitur; hanc igitur oblationem; quam oblationem. En esta última se pide a Dios que bendiga la ofrenda de la Iglesia para que venga a ser para los participantes el cuerpo y la sangre de Cristo. Las palabras de la institución vienen conexionadas con esta oración intercesoria por medio de una oración de relativo. Después viene la anámnesis. Se concluye el canon con dos oraciones de carácter intercesorio: supra quae propitio y supplices te rogamus. En ellas se pide que la oblación de la Iglesia sea recibida en el altar divino y que los participantes de los dones sean llenos de la gracia celestial.

¿Tuvo el canon romano una e. explí­cita? ¿Tiene el texto al menos una e. implí­cita? Las opiniones son divergentes. Según J.A. Jungmann una invocación explí­cita al Espí­ritu “no tiene ningún apoyo en los documentos de dicha liturgia”. “La única oración que expresaba parecida idea fue el sencillo ruego pidiendo la bendición de los dones de forma ingenua y arcaica, que siempre tení­a su puesto antes de la consagración’. M. Righetti cita textos patrí­sticos latinos de fines del s. IV y comienzos del V, textos que subrayan la acción del Espí­ritu en la consagración. Esto es, el texto del canon fue interpretado posteriormente en sentido pneumatológico. Righetti concede que una invocación explí­cita “no se deduce necesariamente. Podí­a ser una epí­clesis tácita y sobreentendida, evocada por un simple benedicas como sucede todaví­a hoy’. C. Giraudo considera la oración quam oblationem como e. consecratoria, aunque no pneumatológica, en razón de la petición para que venga a ser para nosotros el cuerpo y la sangre de Cristo.

b. Otras liturgias occidentales. Isidoro de Sevilla (t 636) indica en su descripción del ordo missae de la Iglesia mozarábica que en la sexta oración se pide que la ofrenda ofrecida a Dios sea santificada por el Espí­ritu Santo. Varias e. de la liturgia mozarábica (y de la liturgia gálica) tienen esta tesitura, pero no todas. En otros casos se trata de una e. al Logos (mitte Verbum tuum de coelis…) o simplemente de una petición sin mención expresa del Espí­ritu.

III. Textos patrí­sticos
Testimonios de una e. pneumatológica se encuentran en las homilí­as mistagógicas de Cirilo de Jerusalén (o de su sucesor)21 y de Teodoro de Mopsuestia22, que comentan y transmiten el texto litúrgico de sus iglesias a finales del s. IV o comienzos del V. Lo mismo en las homilí­as de Narsai de Nisibe (+ 502) . Cirilo escribe: “Una vez santificados nosotros mismos por estos himnos espirituales, suplicamos a Dios amante de los hombres que enví­e el Espí­ritu Santo sobre los dones ahí­ colocados para que haga del pan el cuerpo dé Cristo y del vino la sangre de Cristo, pues todo lo que toca el Espí­ritu viene a ser santificado y transformado”. Ambos autores indican la existencia de la e. también fuera de la celebración eucarí­stica: con relación al agua bautismal (Teodoro), con relación al perfume o crisma (Cirilo).

Otros testimonios (según las diversas tradiciones). Antioquí­a – Constantinopla: J. Crisóstomo: “El sacerdote hace descender el Espí­ritu. El desciende sobre la ví­ctima e inflama por su medio todas las almas”. Cesarea: Gregorio Niseno indica que el Espí­ritu actúa en el bautismo y en la eucaristí­a: “[El óleo y el vino] tienen poco valor antes de la bendición (eulogí­a). Después de la santificación actúan ambos de forma distinta”. Basilio de Cesarea habla de “las palabras de la epí­clesis en vista a la consagración (lit. mostración) del pan de la eucaristí­a y del cáliz de la eulogí­a (bendición)”. Alejandrí­a.†¢ el patriarca Teófilo (año 402) argumenta contra Orí­genes del hecho de que el Espí­ritu actúa en las aguas bautismales y en los dones eucarí­sticos. Roma: Papa Gelasio indica que el Espí­ritu es invocado y viene para la consagración del misterio divino. Africa: en su discusión con los donatistas indica Optato de Milevi que Dios es invocado en el altar y que el Espí­ritu desciende.

El testimonio patrí­stico es claro. Se constata una conexión entre el desarrollo de la e. y la afirmación de la divinidad del E.S. Ambrosio de Milán (t 396) ofrece en sí­ntesis la reflexión de toda la patrí­stica, cuando justifica la divinidad del Espí­ritu, en razón de que el Espí­ritu es nombrado en el bautismo juntamente con el Padre y el Hijo y porque el Espí­ritu es invocado en la oblación eucaristica.

Textos anteriores. Pocos y no muy precisos son los textos de fecha anterior, que poseemos. Ireneo dice que tras “la invocación de Dios” el pan ya no es más pan ordinario, sino el cuerpo de Cristo’. Tertuliano indica que Dios es invocado sobre las aguas, con las que se bautiza: “Hecha la invocación, les sobreviene el Espí­ritu desde el cielo”. Orí­genes habla de la invocación de las tres personas divinas sobre el pan: “los panes sobre los que se invoca el nombre de Dios [Padre] y de Cristo y del Espí­ritu”. De esta época es el texto de la tradición apostólica.

Un texto de los Excerpta ex Theodoto, transmitido por Clemente alejandrino, debe ser subrayado: “El pan y el óleo son santificados por la invocación del nombre de Dios: en cuanto a su aspecto exterior parecen de la misma naturaleza, pero en cuanto a su dinamis han sido transformados en dí­namis pneumática”. Clemente parece aceptar esa opinión.

IV. E. al Logos
No se puede dudar de la existencia de una e. al Logos. Testimonios de una tal e. se encuentran en la liturgia mozárabe y en el eucologio de Serapión. F.J. Dólger, H. Lietzmann y J. Betz consideran, que la e. al Logos es la forma más antiqua. En la argumentación de estos autores juega un papel central la formulación de Serapión en la oración eucarí­stica así­ como en la consagración del agua bautismal. En mi opinión varios de los otros textos patrí­sticos, que estos autores citan, pueden ser interpretados de otra forma. De todas formas no se debe olvidar que la teologí­a de esa época no diferenciaba claramente la acción del Logos de la del Espí­ritu: Pneuma hagion era usado por los apologetas como expresión para el Logos; la encarnación así­ como la inspiración de los profetas era considerada como acción del Logos. En Justino se encuentra un texto sobre el que se ha discutido mucho: “No tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que a la manera como Jesucristo nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tomó carne y sangre por nuestra salvación, así­ se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado (di’euchés lógou toú par’autoú) es la carne y la sangre del mismo Jesús encarnado”. La expresión griega viene entendida por J. Betz de la forma siguiente: “por medio de una oración al Logos, esto es para su venida y acción”, el cual viene de Dios. Betz argumenta del paralelismo en el texto con el hecho encarnatorio. Otros interpretan: por medio de una palabra de oración, que viene del Logos, o sea de Jesucristo. Ambas interpretaciones son posibles; la de Betz no se impone apodí­cticamente.

De todas formas la e. al Logos fue relegada por la e. al E.S. a raí­z de la controversia con los pneumatómacos. En la tradición occidental (canon romano) hay una epí­clesis genérica -tan solo esto se puede probar textualmente- que fue interpretada posteriormente de forma pneumatológica a la luz del convencimiento general patrí­stico de que es el Espí­ritu el agente santificador. No se debe olvidar que toda la oración eucarí­stica tiene carácter epiclético (J. Betz). Serí­a falso interpretar los textos que hablan genericamente de e. a la luz de textos posteriores explicitos sobre una concreta e. pneumatológica.

V. La e. en otras acciones simbólicas eclesiales
La e. no se reduce a la eucaristí­a sino que impregna toda la vida eclesial. Tertuliano testifica que la santificación del agua bautismal acaece por medio de la acción del E.S. También se encuentran testimonios semejantes en Origenes, Ambrosio, Gregorio Niseno, Cirilo de Jerusalén y en el eucologio de Serapión (cfr., supra III). La acción santificadora del crisma es presentada como acción del E.S. por Cirilo de Jerusalén. La tradición apostólica indica que el Espí­ritu es dado en la ordenación y ofrece una oración con carácter epiclético: “Dios Padre…, derrama ahora la virtud que viene de ti, la del Espí­ritu soberano, que diste a tu Hijo bien amado Jesucristo, que lo dio a los Apóstoles…”.

VI. Sobre el origen de la e.: sus fuentes bí­blicas
El origen de la e. es oscuro; sin embargo el rito tomado genéricamente como invocación del nombre de Dios es de origen apostólico. En los LXX es epikaléo el vocablo más importante para el concepto invocar. La invocación en la oracion se dirige a Dios o al Dios de Israel o al Señor, pero sobre todo al nombre del Señor (epikalein to ónoma tois Kyrí­ou). “Desde aquí­ [esto es desde el AT] es comprensible que la relación de epikaleisthai a Cristo en el NT aparezca como el momento caracterí­stico de la fe en el Mesí­as… El que la oración se dirija a Jesus es el momento diferenciador de la fe en el Mesí­as’. En el NT el objeto de la invocación es Dios Padre en He 2.2.1; 1 Pe 1,17. En los otros casos el objeto es Jesucristo: He 9,14,21; 22,26; Rom 10,12-14; 1 Cor 1,2; 2. Tim 2.22.

Lo esencial de la e. está en la invocación del nombre de Dios “En los LXX “invocar el nombre de Dios sobre una persona o cosa significa que esta persona o cosa deviene propiedad de Dios. Si se atiende al hecho de que la anáfora es una bendición y por tanto una invocación del nombre de Dios, se ve que la e. permanece en este género.

Por qué pasos o bajo qué influjo litúrgico (sinagogal) se concretizó la e. es una pregunta que no ha sido aclarada en la investigación. Se hace referencia al Maranatha (1 Cor 15,22; Ap 22,20; Didaché 10,6) como primera forma epiclética. Ligier ha tratado de esclarecer la e. de forma complementaria por el maranatha y por la liturgia del templo y de la sinagoga.

VII. Perspectivas ecuménicas
El que las nueva anáforas de la Iglesia católica introdujeran una e. antes de las palabras de la institución fue alabado unanimemente a nivel ecuménico. Su lugar está de acuerdo con la tradición del canon romano (oración quam oblationem) y con la de la tradición alejandrina (la epicleses).

La e. pertenece a los principales elementos de la oración eucarí­stica. No se debe olvidar que el carácter epiclético y concretas e. se hallan en casi todos los formularios nuevos de los sacramentos.

La e. pone de relieve que la Iglesia no es dueña de los sacramentos, sino que ella depende de Dios, sabiendo que su petición será escuchada en razón de la promesa de Jesucristo: “Aunque la eficacia de la epí­clesis de la Iglesia depende de la libertad de Dios, ordena la Iglesia [miembros para el ministerio] en la confianza de que Dios, que es fiel a su promesa en Cristo, irrumpe sacramentalmente en las formas contingentes e históricas de relación entre los hombres”. Entre ortodoxos y latinos se ha discutido mucho sobre si el carácter consecratorio hay que atribuir a las palabras de la institución o a la e. El primer testimonio de la tesis ortodoxa es N. Cabasilas. (primera mitad del s. XIV). La razón de la polémica radica en la crí­tica latina, de que los griegos añadan oraciones que imploran el cambio tras las palabras de la institución. En Florencia defendió y repitió la tesis ortodoxa el metropolita M. Eugénico quien se opuso con todos los medios a la unión.

De hecho la escolástica subrayó el in persona Cristi del ministro en un ambiente en el que el sentimiento de la unidad de la oración eucarí­stica habí­a sido perdido. Se ha indicado con razón que en el tema de la e. late un problema eclesiológico, dado que las e. usan siempre el nosotros (“te pedimos”), que muestra la conexión orgánica entre el ministro y la comunidad”. Sin entrar en este punto en un análisis de textos concretos patrí­sticos baste indicar dos aspectos: 1) J. Crisóstomo testimonia claramente el valor de las palabras de la institución; 2) las palabras de la institución son enfatizadas en todas las liturgias orientales. De todas formas se subraya hoy comunmente que es al conjunto de la anáfora al que hay que darle valor consecratorio. Aquí­ no hay que perder de vista el esquema literario de la anáfora, al que hemos aludido supra II.

Las respuestas por parte de las Iglesias luteranas al documento de Lima sobre la Eucaristí­a ponen de relieve el problema ecuménico, que late aquí­, dado que el subrayar el valor de la e. oscurece en opinión de esas iglesias la dependencia de la Iglesia para con Cristo. Las palabras de la institución ponen de relieve que Cristo es el que se nos da. Resumiendo su tesis: la e. no puede ser un momento tan constitutivo como indica el texto de Lima.

[ -> Bautismo; Comunidad; Comunión; Encarnación; Escolástica; Espí­ritu Santo; Eucaristí­a; Fe; Gracia; Hijo; Iglesia; Jesucristo; Liturgia; Logos; Oración; Padre; Salvación; Teologí­a y economí­a.]
Miguel M.a Garijo Guembe

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Del griego epí­klesis (verbo epikaléin = invocar sobre). Como no es posible ninguna liturgia sin la presencia de] Espí­ritu Santo, la epí­clesis es una dimensión fundamental de toda celebración litúrgica. Y puesto que e] Espí­ritu Santo está presente y actúa en la vida de la Iglesia, su presencia y su acción se requiere para la vida de los miembros del Cuerpo de Cristo, especialmente donde esta vida se constituve, crece y se desarrolla, es decir, en la acción litúrgico-sacramental. En todo sacramento o acción litúrgica, en cuanto acontecimientos de culto de la nueva economí­a de salvación “en espí­ritu y en verdad”, siempre está presente el Espí­ritu Santo actuando en plenitud: siempre tiene lugar la introducción del Espí­ritu Santo por medio de su presencia invocada (epí­clesis).

En la eucaristí­a se invoca al Espí­ritu para que queden consagrados los dones ofrecidos, el pan y el vino, es decir, para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y para que la ví­ctima inmolada, que se recibe en la comunión, ayude a la salvación de los que participan de ella y actúe sobre la comunidad eclesial celebrante, se invoca por segunda vez al Espí­ritu. En la participación en los santos misterios la asamblea puede entonces afianzar cada vez más su propia unidad con Cristo y en la relación mutua, alcanzando el fruto más grande de gracia y santificación. De esta manera los dos efectos (objetivo sobre los dones y subjetivo en los participantes) se sitúan en estrecha dependencia con el Espí­ritu invocado.

Aunque en el canon romano no hay una mención explí­cita del Espí­ritu Santo, hay sin embargo plegarias análogas que insisten especialmente en la idea de ofrenda del sacrificio. Los orientales atribuyen a la epí­clesis eucarí­stica un valor propiamente consecratorio, mientras que los occidentales atribuyen sobre todo a las palabras de la institución de la eucaristí­a la virtud de transformar los elementos del pan y del vino en el cuerpo y la sangre del Señor. Hay que subrayar además la acción del Espí­ritu en- las otras epí­clesis sacramentales y plegarias litúrgicas.

En todo sacramento o acción litúrgica está siempre presente el Espí­ritu actuando en su plenitud. La celebración es el lugar por excelencia en el que se invoca y se da al Espí­ritu Santo. En la bendición del agua bautismal se pide al Padre que infunda “por obra del Espí­ritu Santo la gracia de su único Hijo”. Y se le pide también que “descienda a esta agua la virtud del Espí­ritu Santo” En la confirmación se invoca al Padre para que infunda el “Espí­ritu Santo Paráclito: espí­ritu de sabidurí­a, de entendimiento, espí­ritu de consejo, de fortaleza, espí­ritu de ciencia y de piedad”. Y lo que se da entonces como don es “el sello del Espí­ritu Santo”. En el sacramento de la penitencia el ministro pide a Dios, “Padre de misericordia que… derramó el Espí­ritu Santo para remisión de los pecados”, que conceda al penitente el perdón y la paz, En la unción de los enfermos, cuando hay que bendecir el óleo, se pide a Dios, Padre de todo consuelo, que enví­e desde el cielo al ” Espí­ritu Santo Paráclito”. Y durante la unción se dice:
“Por esta santa unción y su piadosí­sima misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espí­ritu Santo” Pero es sobre todo en los ritos de ordenación donde se pone de relieve la acción del Espí­ritu en las epí­clesis consecratorias, Sobre el obispo: “Derrama ahora sobre este elegido la fuerza que viene de ti, Padre, tu Espí­ritu que lo gobierna y lo guí­a todo: tú lo diste a tu querido dijo Jesucristo y lo transmitiste a los santos apóstoles…”. Sobre el presbí­tero: ” Renueva en él la efusión de tu Espí­ritu de santidad”. Sobre el diácono: “Derrama en él al Espí­ritu Santo, que lo fortifique con los siete dones de tu gracia, para que cumpla fielmente la obra del ministerio”.

Por lo demás, no puede haber acción consecratoria sin la invocación del Espí­ritu Santo, asociada al gesto apostólico de la imposición de manos.

Se puede concluir entonces que toda auténtica acción litúrgica es epí­clesis del Espí­ritu, epifaní­a del Espí­ritu, sacramento del Espí­ritu.

R. Gerardi

Bibl.: A. M. Triacca, Espí­ritu Santo, en NDL, 702-720; A. Chupungco, Epí­clesis, en DPAC, 1, 716-718; M. M. Garijo Guembe, Epí­clesis, en DTDC.407-414; íd., Epí­clesis y Trinidad, en Eucaristí­a y Trinidad, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990, 115-147.

L. Maldonado, La plegaria eucaristica, BAC:
Madrid 1968, 520-536.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico