ESCLAVO, ESCLAVITUD

(heb.†™evedh, siervo, esclavo; gr. doulos, sirviente, siervo). Ciertamente, las palabras heb. y gr. son muy comunes en la Biblia. La palabra castellana esclavo o esclava se encuetra 46 veces en la RV, y la palabra esclavitud, aunque sí­ aparece en el NT, no existe en el AT en la RV, porque la palabra heb. implicada se traduce más veces como †œsiervo, sierva o servidumbre†.

Entre los hebreos, los esclavos podí­an ser adquiridos de diversas maneras:
como prisioneros de guerra (Num 31:7-9), por compra (Lev 25:44), como obsequio (Gen 29:24), por aceptar a una persona en lugar de una deuda (Lev 25:39), por nacimiento de esclavos ya poseí­dos (Exo 21:4), por arresto si el ladrón no tení­a nada para pagar por el objeto hurtado (Exo 22:2-3), y por la decisión voluntaria de la persona que quisiese ser una esclava (Exo 21:6). Los esclavos entre los hebreos eran tratados más bondadosamente que los esclavos entre las otras naciones, debido a que la ley mosaica establecí­a reglas que gobernaban su trato. Ellos podí­an ganar su libertad de diversas maneras (Exo 21:2-27; Lev 25:25 ss.; Deu 15:12-23). La esclavitud continuó en tiempos del NT, mas el amor de Cristo pareció contraponerse a que siguiese su existencia (Gal 3:28; Eph 6:5-9).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Las palabras esclavo, esclavitud y esclavizar, todas aparecen en la RV60. La RV60 guarda el debido equilibrio entre «siervo» y «esclavo» al traducir el hebreo ʿeḇeḏ y el griego doulos, palabras que también pueden ser correctamente vertidas al español por «siervo» (Gn. 9:25–27). La idea básica en estas palabras es servicio, y pueden referirse a un servicio que es dado libremente o bien a aquel servicio que es obligatorio a causa de cautiverio. Entre los hebreos, una sierva o siervo era propiedad de su amo. En un sentido era esclavo o parte de los enseres del hogar. Un amo podía adquirir un esclavo: (1) comprándolo (Gn. 17:12; 37:28), (2) por captura en guerra (Nm. 31:9; 2 R. 5:2), (3) por el nacimiento de hijos a los esclavos ya adquiridos (Ex. 21:4), (4) como pago de una deuda de aquel que es hecho esclavo, de este modo el deudor se vendía a sí mismo como esclavo (Lv. 25:39, 47), (5) como regalo (Gn. 29:24).

Pero la posición que tenía el esclavo hebreo no debe confundirse con la suerte que tenía el esclavo en las sociedades crueles de otras naciones. Entre los israelitas no había una profunda diferencia entre la relación que tenía el esclavo con su amo a la relación que tenían los miembros de la familia con el amo de la familia. Las esposas e hijos estaban bajo el poder del amo lo mismo que los esclavos. No se pensaba en los esclavos como inferiores, y aunque no tenían derechos civiles, se los consideraba verdaderos miembros de la familia (Gn. 17:23; Ex. 12:44). El amo hebreo estaba atado a los reglamentos de la ley mosaica y su responsabilidad para con ellos se acentuaba por mandamientos tales como el de Dt. 15:15, el cual les recordaba de su esclavitud en Egipto. Los esclavos también estaban protegidos por las regulaciones del año sabático y el jubileo (Ex. 21:2–27; Lv. 25:25–55). Según Jer. 34:8–22 el descuido de estas regulaciones llevó a muchos abusos, y se advierte al pueblo de Judá que no desobedezca las regulaciones mosaicas en cuanto al esclavo. Hay algunos parecidos pero también importantes diferencias entre las regulaciones en cuanto al esclavo hebreo y las que se encuentran en el Código de Hammurabi. En el NT, el evangelio, con su mensaje de amor, puso el fundamento para la eliminación de la esclavitud humana (Flm.; Gá. 3:28; Ef. 6:5–9).

Véase también Siervo.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Fullerton en HDB; I. Benzinger en EB, col. 4653.

Arnold C. Shultz.

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

EB Encyclopaedia Biblica

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (222). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

a. Introducción

Bajo la influencia de la ley romana, el esclavo se considera generalmente como una persona (de sexo masculino o femenino) que es de propiedad de otra, sin derechos, y que—como es el caso de cualquier otro tipo de propiedad privada—puede ser utilizada o enajenada de la manera que el propietario disponga. En el antipuo oriente bíblico, sin embargo, los esclavos no solo podían adquirir sino que adquirían ciertos derechos ante la ley, o por la fuerza de la costumbre, y estos derechos incluían el de propiedad (incluso el de tener esclavos propios), así como también la facultad de realizar transacciones comerciales estando todavía bajo el control del amo. La existencia de la esclavitud es un hecho confirmado desde tiempos remotos en todo el Cercano Oriente antiguo, y su existencia y perpetuación se debían principalmente a factores económicos.

b. Cómo se obtenían los esclavos

(i)     Por captura. Los cautivos, especialmente los prisioneros de guerra, eran por lo general reducidos a la esclavitud (Gn. 14.21, exigidos por el rey de Sodoma; Nm. 31.9; Dt. 20.14; 21.10ss; Jue. 5.30; 1 S. 4.9 [cf. °vp ]; 2 R. 5.2; 2 Cr. 28.8, 10ss), costumbre que se remonta a los primeros documentos escritos, hasta más o menos el año 3000 a.C. y probablemente aun más allá (referencias en I. Mendelsohn, Slavery in the Ancient Near East, 1949, pp. 1–3).

(ii)     Por compra. Se podían adquirir esclavos fácilmente comprándolos a otros propietarios o a los mercaderes generales (cf. Gn. 17.12–13, 27; Ec. 2.7). La ley permitía a los hebreos adquirir esclavos de otras naciones por compra a extranjeros que residían en el país o en otros países (Lv. 25.44s). En la antigüedad, los esclavos se vendían juntamente con toda clase de mercancías, y de un país a otro. Así fue como los madianitas y los ismaelitas vendieron a *José a un alto funcionario egipcio (Gn. 37.36; 39.1), y Tiro y Fenicia importaban esclavos y artículos de bronce del Asia Menor (Ez. 27.13) y vendían judíos a los jónicos, exponiéndose de esta manera a la amenaza de que sus propios connacionales fuesen tratados de igual forma (Jl. 3.4–8). Para comprobar cuán grande era el número de esclavos de raza semítica que fueron llevados a Egipto durante la época de José, como resultado mayormente de operaciones comerciales, véanse las referencias en el artículo sobre *José, o en la bibliografía al final de este artículo. Véase Mendelsohn, op. cit., pp. 3–5, para conocer la envergadura de las actividades comerciales de Babilonia en relación con el tráfico de esclavos en lugares tales como Tiro.

(iii)     Por nacimiento. Los hijos de padres esclavos “nacidos en la casa” se consideraban “esclavos nacidos en la casa”; esclavos de esta clase se mencionan en las Escrituras desde los tiempos patriarcales en adelante (Gn. 15.3; 17.12–13, 27; Ec. 2.7; Jer. 2.14), y en tiempos igualmente remotos en documentos hallados en la Mesopotamia (Mendelsohn, pp. 57–58).

(iv)     Por restitución. Si un ladrón condenado no podía hacer restitución y pagar las multas y daños ocasionados, estos podían sufragarse vendiéndolo como esclavo (Ex. 22.3; cf. una disposición similar en el código de Hamurabi, §§ 53–54: ANET pp. 168).

(v)     Por falta de pago de deudas. Cuando un deudor iba a la quiebra, frecuentemente se veía obligado a vender sus hijos como esclavos, o sus hijos eran confiscados por el acreedor para tenerlos como esclavos (2 R. 4.1; Neh. 5.5, 8). Era común que el deudor insolvente, como también su esposa y familia, pasaran a ser esclavos del acreedor a fin de trabajar para él durante un período de tres años, hasta tanto su deuda fuese cancelada y pudiera recobrar su libertad, según el código de Hamurabi (§ 117: DOTT, pp. 30, o ANET, pp. 170–171). Esta costumbre parecería servir de fondo a la ley mosaica de Ex. 21.2–6 (y 7–11) y Dt. 15.12–18, donde se dice que el esclavo hebreo debe trabajar seis años, explícitamente el “doble” del período de tiempo (Dt. 15.18), comparado con los tres años de Hamurabi (cf. Mendelsohn, pp. 32–33), pero una vez liberado debía proveérsele de lo necesario para establecerse nuevamente (véase también d. (i) 1, inf.). La insolvencia era una de las causas principales que llevaban al estado de esclavitud en el oriente bíblico (Mendelsohn, pp. 23, 26–29).

(vi)     Por la venta de uno mismo. El acto de venderse uno mismo voluntariamente y hacerse esclavo, e.d. hacerse dependiente de otro para evitar la pobreza, era una costumbre muy difundida (Mendelsohn, pp. 14–19, para mayor información). Lv. 25.39–43, 47ss, reconocía esta práctica, pero disponía, a la vez, el rescate en el año del jubileo (o aun antes en el caso de amos extranjeros).

(vii)     Por secuestro. El acto de robar una persona, como también el de reducir a una persona secuestrada al estado de esclavitud, eran faltas que acarreaban la pena capital para el culpable, tanto en las leyes de Hamurabi (§ 14: DOTT, pp. 30; ANET, pp. 166) como en las de Moisés (Ex. 21.16; Dt. 24.7). Fundamentalmente los hermanos de *José se hicieron culpables de esta ofensa (Gn. 37.27–28 con 45.4), y con razón podían sentirse “turbados” y necesitar que se les asegurase que no debían “entristecerse (Gn. 45.3, 5, y cf. Gn. 50.15).

c. El precio de los esclavos.

Naturalmente que el precio de los esclavos variaba hasta cierto punto según las circunstancias y el sexo, la edad, y la condición física de los mismos, pero el precio fue aumentando durante el curso de la historia, como las demás mercancías, siendo la mujer en edad propicia para tener hijos de más valor que el esclavo de sexo masculino. Hacia fines del 3º milenio a.C., en la Mesopotamia (dinastías acádica y 3ª de Ur) el precio promedio de un esclavo era de 10–15 siclos de plata (referencias en Mendelsohn, pp. 117–155). Alrededor del año 1700 a.C. José fue vendido a los ismaelitas por 20 siclos de plata (Gn, 37.28), justamente el precio corriente durante el período patriarcal, donde 1/3 de una mina equivale a 20 siclos (§§ 116, 214, 252: DOTT, pp. 35; ANET, pp. 170, 175–176, p. ej., en el código de Hamurabi, ca. 1750 a.C.) en tablillas contemporáneas de la antigua Babilonia (cf. Mendelsohn, loc. Cit.), y en Mari (G. Boyer, Archives Royales de Mari, 8, 1958, pp. 23, Nº 10, líneas 1–4). Ya para el ss. XV a.C. aproximadamente el precio medio era 30 siclos en Nuzi (B. L. Eichler, Indenture at Nozi, 1973, pp. 16–18, 87), y podía ser 20, 30 ó 40 siclos en Ugarit en el N de la Siria (Mendelsohn, pp. 118–155; J. Nougayrol, Palais Royal d’Ugarit, 3, 1955, pp. 228: 2 con refs., pp. 23 n. 1) en los ss. XIV/XIII a.C., lo cual se compara favorablemente con el precio corriente de 30 siclos en la misma época que se refleja en Ex. 21.32. Posteriormente el precio medio de un esclavo de sexo masculino aumentó gradualmente bajo los imperios de Asiria, Babilonia, y Persia hasta llegar a unos 50–60 siclos, 50 siclos, y 90–120 siclos, respectivamente (Mendelsohn, pp. 117–118, 155). Para 50 siclos en la época asiria, cf. 2 R. 15.20, donde los israelitas notables, bajo Manahem, debieron abonar su valor como esclavos, presumiblemente como rescate para evitar su deportación a Asiria (D. J, Wiseman, Iraq 15, 1953, pp. 135, y JTVI 87, 1955, pp. 28). Los sucesivos e idénticos aumentos en los precios medios pagados por esclavos, tanto en las crónicas bíblicas como en otras fuentes, sugieren claramente que los de las primeras se basan directamente en tradiciones exactas procedentes de los períodos específicos en cuestión, e. d. la época temprana y tardía del 2º milenio y la tardía del 1º milenio a.C., y no constituyen en estos aspectos elaboración de tradicionalistas posteriores o de redactores sacerdotales excesivamente estadísticos.

d. Esclavos de propiedad privada en Israel

(i)      Esclavos hebreos. 1. La ley procuraba (al igual que el código de Hamurabi cinco siglos antes) evitar el riesgo de un movimiento masivo de la población hacia la esclavitud y la servidumbre debido a presiones económicas impuestas a los pequeños granjeros, mediante la imitación del período de servicio que debían prestar los deudores insolventes a seis años (véase b. (v), sup.). La liberación de su estado de servidumbre debía ser acompañada por la provisión de los elementos indispensables para comenzar de nuevo la vida en libertad (Ex. 21:2–6; Dt. 15.12–18). El hombre que estuviera casado al pasar a la condición de esclavo se llevaba consigo a su esposa al ser liberado, pero si era soltero y su amo le hubiera provisto de esposa, dicha mujer, con los hijos que hubiera tenido, permanecían como posesión del amo. De ahí que aquellos que deseaban seguir siendo esclavos para retener a sus familias podían hacerlo en forma permanente (Ex. 21.6; Dt. 15.16s); en el momento del jubileo recuperaba su libertad de cualquier forma (Lv. 25.40) en relación con la restauración de la herencia en ese momento (Lv. 25.28), aun en el caso de que eligiera seguir permanentemente a las órdenes de su amo. Los deudores insolventes que estuviesen cumpliendo una esclavitud temporaria similar a la de Ex. 21.2ss son los que probablemente constituyen el tema de Ex. 21.26–27. La pérdida permanente de un miembro anulaba la deuda, y el acreedor/amo debía conceder la libertad inmediata en estos casos (Mendelsohn, op. cit., pp. 87–88). En los días de Jeremías, el rey y los pudientes hacían flagrante abuso de la ley que establecía la libertad al 7º año, ya que liberaban a sus esclavos para inmediatamente prenderlos de nuevo, pero fueron debidamente condenados por esta práctica vil (Jer. 34.8–17).

2. El hebreo que voluntariamente se vendía como esclavo para escapar de la pobreza debía servir a su amo hasta el año del jubileo, cuando recobraba su libertad (Lv. 25.39–43) y se le reintegraba su herencia (Lv. 25.28). Pero si su amo era extranjero, tenía la opción de comprar su libertad o ser rescatado por algún pariente en cualquier momento antes del jubileo (Lv. 25.47–55).

3. A las esclavas se les aplicaban leyes y costumbres adicionales. El hecho de que las criadas de la esposa principal podían dar a luz hijos a su amo en el caso de que su ama fuese estéril lo atestigua tanto el relato patriarcal (Gn. 16) como los documentos cuneiformes hallados, p. ej., en Ur (Wiseman, JTVI 88, 1956, pp. 124). Si una muchacha hebrea era vendida como esclava (Ex. 21.7–11), la ley garantizaba su estado marital cuidadosamente: podía contraer matrimonio con su amo (y ser rescatada si era rechazada), o con su hijo, o hacerse concubina con derecho al debido sostén, pero debía ser liberada si el amo no cumplía alguna de las tres condiciones a que se había obligado. En la Mesopotamia los contratos de esta naturaleza eran generalmente más rigurosos, y frecuentemente no incluían garantía alguna (cf. Mendelsohn, pp. 10ss, 87).

(ii)     Esclavos extranjeros. 1. A diferencia de los esclavos hebreos, estos podían ser esclavizados permanentemente, y podían ser pasados de unos a otros juntamente con las demás posesiones de la familia (Lv. 25.44–46). Sin embargo, fueron incluidos en la mancomunidad hebrea sobre la base de precedentes patriarcales (la circuncisión, Gn. 17.10–14, 27) y participaban de las fiestas (Ex. 12.44, la pascua; Dt. 16.11, 14) y del día de reposo (Ex. 20.10; 23.12).

2. Una mujer hecha prisionera en la guerra podía ser tomada como esposa plena por un hebreo, en cuyo caso abandonaba su condición de esclava; consecuentemente, si con posterioridad el marido le daba carta de divorcio, ella quedaba libre y no era considerada como esclava (Dt. 21.10–14).

(iii)     Condiciones generales. 1. El tratamiento dispensado a los esclavos dependía enteramente de la personalidad de sus amos. Podía ser una relación de confianza (cf. Gn. 24; 39.1–6) y afecto (Dt. 15.16), pero la disciplina podía ser muy severa, incluso fatal (cf. Ex. 21.21), aunque el hecho de dar muerte a un esclavo sin más trámite acarreaba una penalidad (Ex. 21.20), seguramente la muerte (Lv. 24.17, 22). Es posible que los esclavos hebreos, al igual que algunos babilonios, llevaran a veces alguna señal visible de su esclavitud (Mendelsohn, pp. 49), aunque de esto no existen pruebas concluyentes. En algunas circunstancias los esclavos podían exigir justicia (Job 31.13) o recurrir a los tribunales (Mendelsohn, pp. 65, 70, 72), pero—como en el caso del egipcio perdonado por David—podían ser abandonados por amos insensibles cuando se encontraban enfermos (1 S. 30.13). En los tiempos patriarcales el amo que carecía de hijos podía adoptar a un esclavo y designarlo como heredero, como leemos acerca de Abraham y Eliezer antes del nacimiento de Ismael e Isaac (Gn. 15.3), y de otros casos en documentos cuneiformcs (Ur, cf. Wiseman, JTVI 88, 1956, pp. 124).

2. En todo el curso de la historia antigua, los documentos disponibles dan testimonio de las grandes cantidades de personas que procuraron escapar de la esclavitud huyendo de sus amos, y cualquiera que los ayudaba o instigaba podía esperar el consiguiente castigo, especialmente en los primeros tiempos (Mendelsohn, pp. 58ss). Sin embargo, los esclavos que huían de un país a otro entraban en una categoría distinta. Algunos estados a veces tenían cláusulas de extradición mutua en sus tratados; esto podría explicar cómo fue posible que Simei recuperara tan fácilmente dos esclavos fugitivos suyos del rey Aquis de Gat en Filistea (1 R. 2.39–40; cf. Wiseman, op. cit., pp. 123). No obstante, algunos estados también determinaban a veces que si algún natural del país, esclavizado en el extranjero, regresaba a su patria, debía ser liberado y no quedaba sujeto a extradición. Así dictaminó Hamurabi de Babilonia (Código, § 280: DOTT, pp. 35; ANET, pp. 177; cf. Mendelsohn, pp. 63–64, 75, 77–78), y es probable que este sea el significado de Dt. 23.15s (Mendelsohn, pp. 63–64).

(iv)     La manumisión. Según las leyes heb. el deudor esclavizado debía ser liberado al cabo de seis años (Ex. 21.2; Dt. 15.12, 18), o como compensación por perjuicios físicos (Ex. 21.26–27), y una muchacha podía ser rescatada o liberada si era repudidada, o si no se respetaban las condiciones del servicio (Ex. 21.8, 11; véase d. (i) 3 sup.). El hebreo que se vendía a sí mismo como esclavo debía ser liberado en el año del jubileo, o podía ser rescatado mediante compra en cualquier momento si su amo era extranjero (Lv. 25.39–43, 47–55; d. (i) 2 sup.). En lo que respecta a Dt. 23.15s, véase la sección precedente. Una mujer cautiva podía convertirse en liberta por casamiento (Dt. 21.10–14).

En 1 Cr. 2.34s un hebreo llamado Sesán no tenía hijos, de manera que unió en matrimonio a su hija con su esclavo egipcio Jarha, a fin de continuar la línea familiar; lo más probable es que Jarha fuera liberado en tales circunstancias (Mendelsohn, pp. 57), lo mismo que Eliezer de Damasco (Gn. 15.3), si no hubiese sido reemplazado como heredero de Abraham por Ismael y luego por Isaac.

En la lengua hebrea el término que denota que una persona es “libre” y no esclava (o que ha dejado de serlo) (p. ej. Ex. 21.2, 5, 26–27; Dt. 15.12–13, 18; Job 3.19; Jer. 34.9–11, 14, 16; etc.), es ḥofšı̂, que tiene una larga historia en el Oriente antiguo. Aparece como ḫupšu en los textos cuneiformes de los ss. XVIII a VII a.C., y se refiere generalmente a libertos que eran pequeños terratenientes, granjeros arrendatarios o labriegos contratados. Cuando un hebreo era libertado ingresaba en esta categoría. Se convertía en un pequeño terrateniente si recobraba su herencia (como en el año del jubileo), de lo contrario en arrendatario o labriego en tierras que pertenecían a otros. Sobre el tema de la manumisión en el Oriente antiguo, véase Mendelsohn, pp. 74–91; sobre ḥofšı̂, véase la bibliografía al final.

e. Esclavitud estatal y esclavitud vinculada con el templo

(i)     Esclavitud estatal en Israel. Esto se practicaba en escala restringida. David obligó a los amonitas derrotados a realizar trabajos forzados (2 S. 12.31), y Salomón reclutó a los descendientes de los pueblos de Canaán que aun vivían para formar parte de su mas-˓ōḇēḏ, leva laboral estatal permanente, pero no eran verdaderos israelitas (véase 1 R. 9.15, 21–22; llevadores de cargas y canteros, vv. 15 y 2 Cr. 2.18). Los israelitas prestaban servicios obligatorios gratuitos en forma temporaria (mas) en el Líbano únicamente, por rotación (1 R. 5.13s). No hay contradicción entre 1 R. 5 y 9 en lo tocante a los servicios gratuitos; cf. M. Haran, VT 11, 1961, pp. 162–164, que sigue y en parte corrige a Mendelsohn, pp. 96–98. Cf. A. I. Rainey, IEJ 20, 1970, pp. 191–202. El trabajo en las famosas minas de cobre cerca de Ezión-geber (* Elat) muy probablemente se efectuaba mediante la utilización de esclavos cananeos y amonitas/edomitas (N. Glueck, BASOR 79, 1940, pp. 4–5; Mendelsohn, pp. 95; Haran, op. cit., pp. 162). Esta utilización de los prisioneros de guerra era común en todo el Cercano Oriente, y en otros países fuera de Israel sus menos afortunados compatriotas y esclavos ordinarios podían a veces ser absorbidos por el estado (Mendelsohn, pp. 92–99).

(ii)     Esclavos del templo en Israel. Después de la guerra con Madián, Moisés exigió a los guerreros y a Israel en general, 1 de cada 500 y 1 de cada 50 respectivamente de todo su botín en personas y mercancías, para el servicio del sumo sacerdote y los levitas en el tabernáculo, indudablemente como sirvientes (Nm. 31.28, 30, 47). Luego se agregaron a estos los gabaonitas cuyas vidas fueron perdonadas por Josué, que fueron utilizados como “leñadores y aguadores” para la casa y el altar de Yahvéh (Jos. 9.3–27), e. d. sirvientes para el tabernáculo y su personal. También David y sus oficiales habían dedicado cierto número de extranjeros (netineos) para un servicio similar con los levitas que servían en el templo, algunos de cuyos descendientes volvieron de la cautividad con Esdras (8.20); a los cuales se agregaron los “hijos de los siervos de Salomón” (Esd. 2.58). Ezequiel (44.6–9) posiblemente aconsejó en contra de permitir que estos sirvientes incircuncisos usurparan un lugar que no les correspondía en el culto del templo. Bajo Nehemías (3.26, 31) algunos de estos vivieron en Jerusalén y cooperaron en la reparación de sus muros.

f. Conclusión: tendencias generales

En términos generales en el AT prevalece un espíritu más humanitario en lo que respecta a las leyes y costumbres sobre la esclavitud, como queda ilustrado en las repetidas instrucciones dadas en nombre de Dios de no tratar ásperamente a un compatriota hebreo (p. ej. Lv. 25.43, 46, 53, 55; Dt. 15.14s). Aun cuando las leyes y costumbres hebreas en lo que respecta a esclavos comparten la común herencia del antiguo mundo semítico, existe este cuidado especial en nombre de Dios para esas personas que no tenían la condición de personas, algo que no figuraba en los códigos legales de Babilonia y Asiria. Además, debe tenerse en cuenta que, de manera general, la economía del antiguo Cercano Oriente no se basaba sustancialmente ni principalmente en mano de obra de esclavos, como en la Grecia “clásica” o posterior, o sobre todo en la Roma imperial (cf. Mendelsohn, pp. 111–112, 116–117, 121; I. J. Gelb, Festschrift for S. N. Kramer, 1976, pp. 195–207, sobre estadísticas y comparaciones; cantidades limitadas y oportunidades económicas de los esclavos neobabilónicos, cf. F. I. Andersen (síntesis de Dandamayer), Buried History 11, 1975, pp. 191–194). Y Job (31.13–15) anuncia ya el concepto de la igualdad de todos los hombres, cualquiera fuese su condición, ante el Dios creador.

Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 124–138; J. A. G. Larraya, “Esclavo”, °EBDM, t(t). III, cols. 99–110; M. de Tuya, J. Salguero, Introducción a la Biblia, 1967, t(t). II, pp. 347–355; S. Moscati, Las antiguas civilizaciones semíticas, 1960.

Una obra fundamental que cita con frecuencia datos del AT es I. Mendelsohn, Slavery in the Ancient Near East, 1949, continuación de estudios anteriores, y complementado por IEJ 5, 1955, pp. 65–72. La información bíblica ha sido resumida y evaluada por A. G. Barrois, Manuel d’Archéologie Biblique, 2, 1953, pp. 38, 1 14, 211–215, y por R. de Vaux, Ancient Israel: its Life and Institutions, 1961, pp. 80–90, 525). Respecto a esclavos del templo en Israel, véase M. Haran, VT 11, 1961, pp. 159–169. Sobre ḥofšı̂, ‘libre/liberto’, véase Mendelsohn, BASOR 83, 1941, pp. 36–39 e ibid., 139, 1955, pp. 9–11; E. R. Lacheman, ibid., 86, 1942, pp. 36–37; D. J. Wiseman, The Alalakh Tablets, 1953, pp. 10. Para información egipcia sobre la esclavitud, véase la monografía de A. M. Bakir, Slavery in Pharaonic Egypt, 1952, complementado para el período de José por W. C. Hayes, A Papyrus of the Late Middle Kingdom in the Brooklyn Museum, 1955, pp. 92–94, 98–99, 133–134, y especialmente G. Posener, Syria 34, 1957, pp. 147, 150–161.

K.A.K.

II. En el Nuevo Testamento

a. Sistemas de esclavitud en los tiempos del NT

La esclavitud judaica, a juzgar por el Talmud, siguió siendo gobernada como siempre por la ajustada unidad nacional del pueblo. Había una distinción neta entre los esclavos judíos y gentiles. Los primeros estaban sujetos a la manumisión del año sabático, y la responsabilidad recaía sobre las comunidades judías en todas partes de rescatar a sus compatriotas mantenidos en esclavitud por los gentiles. De este modo no se reconocía ninguna división fundamental entre siervos y libres. Al mismo tiempo, todos los que formaban el pueblo podían considerarse como siervos de Yahvéh.

Por contraste, la esclavitud griega se justificaba en la teoría clásica por el supuesto de la existencia de un orden natural de esclavos. Desde que únicamente la clase de los ciudadanos estaba formada, estrictamente hablando, por seres humanos, los esclavos no eran sino cosas. Si bien esta idea se llevaba a la práctica sólo en casos excepcionales, donde el sentido común y el humanitarismo dejaban de funcionar, subsiste el hecho de que a lo largo de la antigüedad clásica la institución de la esclavitud se daba por sentada sencillamente, incluso por aquellos que trabajaban por su mejoramiento.

Hubo una diversidad muy grande en diferentes momentos y lugares en cuanto a usos y difusión de la esclavitud. El sentimiento moderno está dominado por los horrores de la esclavitud agrícola masiva en Italia y Sicilia durante los dos siglos entre las guerras púnicas y Augusto, que fueron dramatizados por una serie de revueltas de esclavos. Esto fue un subproducto de la rápida conquista romana del Mediterráneo, y la principal fuente de la superabundancia de esclavos eran los prisioneros de guerra. En los tiempos del NT, en cambio, hubo muy poca actividad bélica, y de todos modos los establecimientos con esclavos constituían un método peculiarmente romano de llevar a cabo las actividades granjeras. En Egipto, por ejemplo, casi no había esclavitud agrícola, y la tierra era trabajada por un campesino libre bajo supervisión burocrática. En Asia Menor y Siria había grandes fincas de propiedad de los templos, cuyos granjeros arrendatarios vivían en una especie de servidumbre. En Palestina, a juzgar por las parábolas de Jesús, se empleaban esclavos en las fincas campestres más bien en posiciones administrativas, mientras que la mano de obra se reclutaba sobre una base circunstancial.

La esclavitud doméstica y pública eran las formas más comunes. En el primer caso los esclavos eran comprados y empleados como índice de riqueza. Cuando sólo se poseía uno o dos, trabajaban a la par de su amo en las mismas ocupaciones. En Atenas no se los podía distinguir de los hombres libres en las calles, y la familiaridad de los esclavos hacia sus dueños era tema característico de las comedias. En Roma las grandes casas empleaban veintenas de esclavos por puro lujo. Su trabajo era altamente especializado y con frecuencia sumamente ligero. En el caso de los esclavos públicos, su posición les confería una buena medida de independencia y respeto. Realizaban toda suerte de tareas en ausencia de un servicio civil, incluyendo también servicios policiales en algunos casos. Las profesiones tales como la medicina o la educación eran comúnmente seguidas por esclavos.

Las principales fuentes de esclavos eran: (1) por nacimiento, según la ley del estado de que se tratara, relativa a los diversos grados de paternidad servil; (2) la difundida práctica de abandonar a los niños no deseados, los que quedaban disponibles para su uso por cualquiera que quisiera encargarse de su crianza; (3) la venta de los propios hijos como esclavos; (4) la esclavitud voluntaria como solución a problemas tales como las deudas; (5) la esclavitud penal; (6) por medio del rapto y la piratería; (7) el tráfico por las fronteras romanas. No todas estas fuentes estaban disponibles en un mismo lugar y al mismo tiempo; había una gran medida de variedad en las leyes y el sentimiento locales. La medida en que imperaba la esclavitud también variaba grandemente, y es imposible calcularla. Puede haber alcanzado a un tercio de la población en Roma y las grandes ciudades metropolitanas orientales. En zonas donde imperaba una economía campesina, sin embargo, se reducía a una pequeña fracción de la misma.

La manumisión se podía arreglar fácilmente en cualquier momento si los propietarios estaban dispuestos. En Roma se realizaba generalmente por testamento, y se hacía necesario ponerle límites a la generosidad de los dueños, a fin de impedir un debilitamiento demasiado rápido del cuerpo de ciudadanos con personas de extracción extranjera. En los estados griegos dos formas comunes eran un tipo de autocompra, en la que la incompetencia legal del esclavo se resolvía asignándole técnicamente su propiedad a un dios, y la manumisión a cambio de un contrato de servicios, lo cual significaba simplemente que el esclavo continuaba en el mismo cargo, aunque legalmente era libre.

La condición de la esclavitud ya se venía mitigando firmemente en todas partes en la época del NT. Si bien los esclavos no tenían personalidad legal, los amos reconocían que trabajaban mejor cuando su condición se acercaba a la de la libertad, y por lo general se permitía la posesión de propiedades y la concertación de matrimonios. Se condenaba la crueldad en razón de un creciente sentimiento general de humanidad, y en algunos casos se la controlaba legalmente; en Egipto, por ejemplo, la muerte de un esclavo determinaba la intervención de la justicia. Mientras en los estados griegos los esclavos emancipados se convertían en extranjeros residentes en la ciudad a la que perteneciera su amo, en Roma se convertían automáticamente en ciudadanos al producirse su manumisión. Así fue como la vasta incorporación de esclavos en Italia, especialmente durante los dos últimos siglos antes de Cristo, tuvo el efecto de internacionalizar la república romana, anticipando así la política del propio gobierno de ampliar crecientemente su composición.

b. La actitud neotestamentaria hacia la esclavitud

Los doce discípulos de Jesús aparentemente no tuvieron nada que ver con el sistema de la esclavitud. El grupo no incluía ni esclavos ni amos. La esclavitud figura frecuentemente en las parábolas, sin embargo (p. ej. Mt. 21.34; 22.3), porque las casas reales y las de la nobleza a las que pertenecía ofrecían una linda analogía del reino de Dios. Jesús habló repetidas veces de la relación de los discípulos hacia él como la de siervos para con su señor (p. ej. Mt. 10.24; Jn. 13.16). Al mismo tiempo destacó los aspectos inadecuados de esta figura. Los discípulos habían sido emancipados, por así decirlo, y admitidos a privilegios superiores de intimidad (Jn. 15.15). Además, ante el gran desconcierto de ellos, Jesús mismo adoptó el papel servil (Jn. 13.4–17), con el objeto de instarlos al servicio mutuo.

Fuera de Palestina, sin embargo, donde las iglesias con frecuencia se reunían en torno a una casa, los miembros incluían tanto amos como siervos. La esclavitud es una de las divisiones humanas que pierden su sentido en la nueva comunidad en Cristo (1 Co. 7.22; Gá. 3.28). Esto aparentemente llevaba a un deseo de emancipación (1 Co. 7.20), y tal vez a que algunos lo alentaran activamente (1 Ti. 6.3–5). Pablo no se oponía a la manumisión si se presentaba la oportunidad (1 Co. 7.21), pero se abstenía conscientemente de presionar a los dueños de esclavos, aun en casos en que su sentimiento personal lo hubiera podido arrastrar a hacerlo (Flm. 8, 14). No sólo estaba la razón práctica de evitar que las iglesias se vieran sometidas a las críticas (1 Ti. 6.1s), sino también la cuestión del principio de que todas las condiciones humanas son dispuestas por Dios (1 Co. 7.20). Los esclavos deberían por lo tanto procurar agradar a Dios con su servicio (Ef. 6.5–8; Col. 3.22). Los lazos fraternales con un amo creyente deberían constituir una razón adicional para rendirle buen servicio (1 Ti. 6.2). El amo, por otra parte, bien podría dejar que prevaleciera el sentimiento fraterno (Flm. 16), y desde luego que debía tratar a sus esclavos con moderación (Ef. 6.9) y estricta equidad (Col. 4.1).

El hecho de que la esclavitud doméstica, que es la única que se menciona en el NT, estaba gobernada generalmente por sentimientos de buena voluntad y afecto, está implícito en su uso figurado en los “miembros de la familia de Dios” (Ef. 2.19). Los apóstoles son regularmente mayordomos de Dios (1 Co. 4.1; Tit. 1.7; 1 P. 4.10) e incluso meros siervos (Ro. 1.1; Fil. 1.1). El carácter legal del “yugo de esclavitud” (Gá. 5.1) no se perdía de vista, sin embargo, y la idea de la manumisión y la adopción en la familia misma constituía la gloriosa conclusión de esta línea de pensamiento (Ro. 8.15–17; Gá. 4.5–7). Así, ya sea en la práctica o por analogía, los apóstoles claramente calificaron la institución de la esclavitud como parte del orden que debía pasar. En último análisis, la fraternidad de los hijos de Dios se encargaría de que todos sus miembros se vieran libres de sus ataduras.

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W. W. Buckland, The Roman Law of Slavery, 1908; R. H. Barrow, Slavery in the Roman Empire, 1928; W. L. Westermann, The Slave Systems of Greek and Roman Antiquity, 1955 (con amplia bibliografía); M. I. Finley (eds.), Slavery in Classical Antiquity: Views and Controversiese, 1960; J. Jeremias, Jerusalem in the Time of Jesús, 1969, pp. 314, 334–337; J. Vogt, Ancient Slavery and the Ideal of Man, 1974; S. S. Bartchy, Mallon Chresai: First-Century Slavery and the Interpretation of 1 Cor. 7:21, 1973.

E.A.J.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico