ESOTERISMO

Enseñanzas ocultas. Una serie de religiones y sectas presentan elementos ocultistas de cierta importancia que las diferencian de otros tipos de religiosidad. Es beneficioso separar lo que es puramente “religioso” de lo esencialmente “esotérico”. El esoterismo incluirí­a para algunos la totalidad de prácticas esotéricas. Se señalan como esotéricos la ® ALQUIMIA, el ® DRUIDISMO, el ® HERMETISMO, los ® ROSACRUCRUCES, el ® ESPIRITISMO, etc.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

SUMARIO: I. Apocalí­ptica.-II. Hermetismo.-III. Gnosticismo.-IV. Esoterismo clásico: mí­stica y filosofí­a.-V. Teosofí­a y teosofismo.-VI. Esoterismo y ciencia.-VII. Supermercado esotérico: las vulgarizaciones.-VIII. Juicio crí­tico: la diferencia cristiana.

Exotérico es aquel conocimiento que se encuentra abierto a todos. Esotérico, en cambio, el que se ofrece y cultiva sólo entre unos pocos iniciados que penetran, de esa forma, en el misterio de las cosas o las ciencias, superando así­ el nivel de vida y de saberes del gran vulgo, de la muchedumbre de los ignorantes.

El esoterismo es ciencia de iniciados. Así­ aparece como gnosis verdadera o más profunda que no puede abrirse a todos, porque no la entenderí­an. Suele presentarse, a veces, como un conocimiento hermético o cerrado, propio de aquellos que saben penetrar en los secretos del Gran Hermes, Dios de sabios. Aparece otras veces como teosofí­a o comprensión más honda de Dios, que ha de verse ya como distinta de la teologí­a abierta a todos los creyentes vulgares de las religiones. Normalmente, el esoterismo funciona como mí­stica que lleva al contacto personal con lo divino.

El cristianismo ha presentado algunas veces aspectos esotéricos, unidos a una especie de culto o disciplina del arcano: sólo después de superar un exigente catecumenado los neófitos podí­an proclamar abiertamente el Credo, recitando luego el Padrenuestro y celebrando con el resto de los fieles-iniciados el misterio de la Eucaristí­a. Sin embargo, estrictamente hablando el cristianismo es exotérico: ha ofrecido su palabra a todos los hombres y mujeres de la tierra, proclamando su mensaje en medio de las plazas.

El cristianismo es exotérico por hallarse vinculado al mensaje y a la historia de Jesús que ha proclamado abiertamente el reino de Dios sobre la tierra. Los miembros de su Iglesia no se juntan en secreto, como sociedad oculta: ellos anuncian de manera pública el camino de Jesús y públicamente se vinculan y reúnen dentro de este mundo, ofreciendo a todos la razón de su esperanza. Ciertamente, saben que Jesús es un misterio que no puede probarse con razones de la tierra; pero es misterio para todos, no sólo para unos iniciados.

En las páginas que siguen estudiamos algunos de los rasgos principales del esoterismo religioso de Occidente, en referencia al cristianismo. Por eso prescindimos de las formas orientales (ligadas a budismo e hinduismo); nos referimos sólo de pasada a los rasgos esotéricos más propios del islamismo y judaí­smo (sufí­es, cábala), para así­ ocuparnos de aquellos movimientos que se encuentran más ligados a la historiacristiana. Como punto de partida y lugar de referencia primera trataremos de la apocalí­ptica judí­a (tradición de Enoc) y del hermetismo greco-egipcio (sobre todo del Poimandres). Así­ podremos ocuparnos de la gnosis y las tendencias posteriores que han surgido en relación al cristianismo.

Estudiamos al tema en perspectiva teológica, es decir, en referencia al Dios cristiano. Por eso destacamos, desde ahora, algunas notas que se van repitiendo en todos los contextos (menos en la apocalí­ptica judí­a): Dios y el hombre forman una especie de unidad fontal y no se puede hablar de creación estricta ni tampoco de la libertad o autonomí­a personal de los humanos; las almas forman parte de una especie de “continuo espiritual” de manera que se encuentran inmersas dentro de un proceso de caí­da y salvación general (de transmigraciones); evidentemente, no hay lugar para revelación sobrenatural ni condena o salvación estricta de los hombres. Sobre el orbe de las almas se ha expandido un tipo de necesidad sagrada: ellas mismas se descubren y realizan en verdad como divinas’.

1. Apocalí­ptica
Estrictamente hablando, la apocalí­ptica judí­a (y judeocristiana) que ha venido a extenderse del s. IV a. de C. al II d. de C. no se puede interpretar como esotérica en sentido radical, puesto que en ella Dios es transcendente y revela desde arriba su misterio. Además las almas de los hombres no se encuentran sometidas a un ritmo de transmigraciones (reencarnaciones) quepuedan conducirlas hasta del núcleo original de lo divino del que descendieron. Sin embargo, ella presenta muchos rasgos que anuncian y preparan lo que luego será el esoterismo de las tendencias principales de Occidente.

Apocalí­ptica significa desvelamiento o revelación de algo que se hallaba oculto para el conjunto de los hombres. Normalmente so ofrece en forma de visión: se abren los cielos más ocultos y el testigo de las cosas interiores ve y describe lo que estaba escondido desde el tiempo del principio; un ángel hermeneuta le acompaña y le interpreta el sentido de aquello que ha captado o descubierto; viaja el vidente por los mundos superiores y descubre los misterios más ocultos, sabe leer en las estrellas del futuro o en los libros del destino de la historia.

El vidente apocalí­ptico es un hombre que se pone en contacto con los sabios y los genios del pasado (Enoc, Noé, Melquisedec, Daniel…). Ellos le abren las puertas de lo oculto y le desvelan el misterio de Dios y de la historia. Ahora tratamos especialmente de Enoc, a quien la tradición de Gén 5, 21-24 ha presentado como el “patriarca joven” y perfecto al que Dios mismo quiso elevar hacia su altura. “Caminó con el Señor y es ejemplo de religión para todas las edades” (Eclo 44, 16). En su nombre se ha escrito un “Pentateuco apocalí­ptico” (1 En o Enoc Etí­ope) y un “Libro de secretos” (2 En o Enoc Eslavo) que los maestros esotéricos modernos siguen teniendo en gran estima. Aquí­ dejamos a un lado los temas de otros autores apocalí­pticos del AT y del NT, para indicar algunos rasgos esotéricos más propios de esta tradición de Enoc, escrita entre el siglo IV a. de Cristo y el 1 d. de Cristo. Destacamos de manera inicial ocho motivos.

1. El Sabio Apocalí­ptico ha subido hasta la Casa de Dios, descubriendo de esa forma sus secretos. “Su suelo era de fuego; por encima habí­a relámpagos y órbitas astrales; su techo de fuego abrasador. Miré y vi en ella un elevado trono, cuyo aspecto era como de escarcha y tení­a en torno a sí­ un cí­rculo, como sol brillante y voz de querubines. Bajo el trono salí­an rí­os de fuego abrasador, de modo que era imposible mirar. La Gran Majestad estaba sentada sobre él, con su túnica más brillante que el sol…” (1 En 14, 17-20). Este Dios donde en potente paradoja se vinculan todos los contrarios (frí­o y calor, luz y oscuridad) suele presentarse como principio del tiempo (Anciano de dí­as) y guí­a de las almas (Señor de los Espí­ritus).

2. El vidente conoce los misterios de la creación y de esa forma puede escribir con más hondura y más detalle de secretos el relato primitivo de Gén 1. Así­ confiesa Dios a su gran sabio: “Entonces pensé poner un fundamento y crear la naturaleza visible. Y dí­ órdenes en las alturas para que descendiera de lo Invisible un ser visible. Y descendió Adoil (¿eternidad de Dios? ¿luz de Dios?), grande en extremo, y al mirarle vi que tení­a en su vientre una gran luz. Y le dije: Ab rete Adoil y que se haga visible lo que está naciendo en ti. Y al abrirse salió una gran luz y yo me encontré en medio de ella. Y cuando parecí­a que iba siendo creada la luz salió de ella el gran con, mostrando todas las cosas que yo habí­a pensado crear” (2 En 11, 7-12). El vidente ha penetrado en el misterio, atreviéndose a decir aquello que Gén 1-2 no se atreví­a a pronunciar: parece que Dios mismo se hace fuente de luz, vientre maternal del que proceden todas las cosas.

3. El vidente apocalí­ptico (Noé, Melquisedec, Esdras, Daniel, Enoc…) penetra de algún modo en el misterio de Dios, descubriendo allí­ su propia verdad honda. A partir de aquí­ se entiende el proceso de la revelación, con la figura sobrehumana del sabio que desvela los misterios y revela el ser de lo divino. Dan 7, 13-14 nos presenta una “figura humana” (Hijo de Hombre) que recibe poder, honor y gloria. 1 En le identifica con el Elegido de Dios, que mora en la justicia original y que realiza su gran juicio sobre el mundo (1 En 46-47; 62). Lógicamente, llegando hasta el final en esa lí­nea, 1 En 71 identifica al propio Enoc (sabio-vidente sobrehumano) con ese Hijo de Hombre que ha nacido para la justicia: Dios mismo manifiesta sus secretos a los sabios, les desvela su verdad más honda; los elegidos del grupo apocalí­ptico participan de la ciencia de Dios. Esto es esoterismo.

4. Una vez que se ha empezado, el “ciclo de la ciencia oculta” continúa: el vidente penetra en el misterio de los ángeles de Dios. Hasta ahora la Biblia de Israel habí­a sido voluntariamente sobria, dejando a un lado todas las especulaciones sobre seres celestiales. Pero una vez que se han abierto las compuertas del saber (o la curiosidad), los videntes pueden describir los nombres (Miguel, Uriel, Rafael…), la naturaleza y las funciones de los ángeles de Dios (1 En 9, 1). “Estos son los nombres de los santos ángeles que vigilan: Uriel, ángel del trono y el temblor; Rafael, el encargado de los espí­ritus de los hombres; Ragüel, el que castiga al universo y a las luminarias (los ángeles caí­dos); Miguel el encargado de la mejor parte de los hombres y de la nación (Israel); Saraqel, encargado de los espí­ritus del género humano que hacen pecar a los ángeles; Gabriel, encargado del paraí­so, las serpientes y los querubines…” (1 En 20). La lista y oficios de los grandes espí­ritus se extiende y aplica de mil formas. El esoterismo será ciencia de lo angélico.

5. Pero al lado de los ángeles buenos que guí­an y sostienen por mandato de Dios todo el universo están los ángeles pecadores o caí­dos que pervierten a los hombres. Gén 2-3 lo mismo que Rom 5 habla de un “pecado de Adán” (del hombre). Pero todo el esoterismo ve el pecado como prehumano: un tipo de caí­da angélica primera. Más que culpables del mal de este mundo, los hombres somos “ví­ctimas” de un gran proceso de degeneración que, en la lí­nea de Gén 6, 1-4, ha detallado 1 En 6-8: “los ángeles de Dios (Semyaza, Urakiva, Rameel, Kokabiel, Tamiel, Ramiel…) tomaron para sí­ mujeres y comenzaron a mancharse con ellas; les enseñaron a fabricar espadas y toda clase de instrumentos bélicos; corrompieron sus costumbres y les enseñaron los encantamientos y hechicerí­as, los encantos y los trucos…”. Este es el pecado originario: el deseo de la carne, el sexo posesivo que vincula a los ángeles y a los hombres, llevándoles al engaño y la violencia. En el fondo de este mito de la gran caí­da, el esoterismo ha visto siempre el signo de una perversión fundamental que nos hace esclavos de una especie de “Dios malo”.

6. Ha caí­do Dios, pero no del todo. Su universo sigue siendo en el fondo positivo. Por eso, el gran vidente puede viajar y viaja por el ancho espacio de los astros, contemplando la verdad de Dios que se refleja en su poder y su armoní­a. El esoterismo se presenta desde ahora como una especie de astronomí­a o astrologí­a sagrada. “Vi los lugares de las luces y los truenos en los confines, en el fondo, donde está el arco de fuego…” (1 En 17, 3). “Allí­ vieron mis ojos los arcanos de los relámpagos y el trueno; los secretos de los vientos. Vi las cámaras del sol y de la luna, por donde salen y donde regresan. Vi su glorioso regreso y cómo uno es superior a la otra (el sol superior a la luna), y sus órbitas magní­ficas, de las que no se apartaban en su marcha ni en más ni en menos…” (1 En 41, 5-6). La religión se convierte así­ en un tipo de “veneración celeste”, de manera que uno de los libros del Pentateuco de Enoc se titula “curso de las luminarias celestes” (1 En 72-82). Es muy importante fijar el orden y sentido de los astros: son espacio de manifestación de Dios. Como dirá después todo el esoterismo, los hombres tenemos una especie de “alma astral”; por eso es ya muy claro lo que dice Dan 12, 3: “los sabios (ya salvados) del final brillarán como estrellas de los cielos”.

7. En esa misma lí­nea ha de entenderse eso que llamamos geografia sacral: los maestros de la apocalí­ptica conocen los secretos de la salvación y la condena. Enoc llega hasta el lí­mite del caos descubriendo allí­ el “desierto” en que se queman las estrellas de los ángeles caí­dos (que rompieron el orden del buen firmamento) (cf. 1 En 21). En su viaje astral encuentra también las “cavidades” donde esperan las almas de los muertos hasta el tiempo del gran juicio; su guí­a celestial (el ángel Rafael) le lleva hasta el lugar en que se esconde el árbol de la vida, mostrándole también el valle donde sufren los malditos (cf. 1 En 22-27). El esoterismo posterior mantiene y desarrolla estos motivos, destacando sin embargo el hecho de que nada es duradero ni constante para el hombre: las almas de todos los vivientes permanecen en constante camino que les lleva de un espacio a otro de esta geografí­a sacral que ahora presentamos.

8. Finalmente, la apocalí­ptica ha ofrecido una promesa de esperanza dirigida a la reconciliación y plenitud (la salvación) de los videntes. Sus textos más antiguos están llenos de un intenso mesianismo. “En esos dí­as toda la tierra será labrada con justicia; toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición” (1 En 10, 12). “Luego, en la décima semana… será el juicio eterno, en el que Dios tomará venganza de todos los Vigilantes (ángeles perversos). El primer cielo desaparecerá y aparecerá un cielo nuevo, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más” (1 En 91, 15-16). El esoterismo ha recogido esta esperanza de “reconciliación final”, expresada en términos de plenitud cósmica (celeste): se trata de una especie de retorno universal de los espí­ritus que vuelven otra vez a los divino. Pero la manera de expresarlo varí­a mucho en unos modelos y otros. Por eso dejamos el tema así­. Estas ocho notas de la apocalí­ptica están en la base de gran parte de los sistemas esotéricos posteriores de occidente2.

II. Hermetismo
Sin embargo, al lado de la apocalí­ptica, resulta quizás más importante el influjo del pensamiento filosófico-mí­stico de Grecia (del helenismo tardí­o), tal como ha sido codificado y transmitido en Egipto (Alejandrí­a) por los sabios del hermetismo. Conforme el testimonio de una tradición mil veces repetida, Hermes Trimegisto habrí­a sido un sabio egipcio que vivió en tiempos de Abrahán y recibió revelaciones superiores del Espí­ritu divino de este cosmos. Descubrió de esa manera la verdad más honda y más secreta, aquel misterio que también hallaron (en menor medida) otros videntes como Buda y Moisés; su enseñanza contendrí­a la verdad originaria de la ciencia y de las religiones posteriores de la tierra.

Históricamente sabemos que Hermes ha sido el Dios del saber hondo y misterioso de los griegos antiguos. Los helenistas de Alejandrí­a le identifican con Thot, el Dios de la sabidurí­a egipcia, poniéndole también en contacto con Isis, la gran diosa del misterio cósmico, y con otros seres divinos de la tradición antigua. De esa forma, sobre la figura de Hermes-Thot, llamado el Trimegistos (tres veces grande o muy grande) se ha ido tejiendo una especie de conocimiento secreto, de tipo filosófico-religioso, que está emparentado con el neoplatonismo (de carácter más filosófico) y con el gnosticismo (de carácter más judeocristiano).

La doctrina religiosa que ha surgido de ese fondo, desarrollándose en Egipto (Alejandrí­a) en los siglos 1-III d. de Cristo, ha sido un intento de promover el paganismo antiguo (de tipo greco-egipcio), vinculado a la nueva filosofí­a espiritualista del helenismo. Posiblemente influyen elementos orientales que parecen derivar de las religiones de la India (transmigración de las almas); quizá también habí­a influjos judí­os (unidad de Dios, un modo de entender la creación); quizá pueden hallarse vestigios de tipo cristiano (la importancia del Logos)… Pero es evidente que, en su fondo, el hermetismo ha recibido y explicitado, en forma filosófico-religiosa, la herencia secular del helenismo. Así­ aparece como versión mí­ticosacral del neoplatonismo: es quizá el producto final del espí­ritu griego que quiere mantenerse fiel a su principio racional, aceptando ciertos préstamos orientales (persas, hindúes), para oponerse así­ al “riesgo” cristiano que amenaza con destruir su vieja herencia.

Es significativo el hecho de que el hermetismo se haya desplegado expresamente en Egipto, apelando a la autoridad de los viejos dioses de la sabidurí­a oculta (Thot, Hermes). Es significativo que se presente como “doctrina oculta”, como revelación secreta sobre la espiritualidad y transformaciones del alma. Esta es la mí­stica pagana que quiere defenderse del cristianismo, ofreciendo un mensaje de secreto y salvación que continua siendo punto de referencia de todos los esoterismos posteriores.

Ciertamente siguen influyendo algunos de los rasgos anteriores de la apocalí­ptica. Pero ahora el pensamiento se ha vuelto más “pagano”: se acentúa la unión de Dios y el mundo (de las almas), se destaca el carácter “cósmico” de la caí­da y se pone en el centro del sistema el postulado de la”transmigración” (convertibilidad) de las almas dentro del conjunto divino de la realidad. Teniendo esto en cuenta resaltamos los aspectos teológicamente más salientes del Corpus Hermeticum.

1) Conforme a la experiencia radical del helenismo, Dios es todo. Su esencia consiste en querer que todo exista: es como el sol que se abre en forma de luz hacia los seres, como el bien que se difunde (Llave 1-2). Estrictamente hablando, debemos afirmar que todo es uno: Dios es como un rí­o de vida que se expande y precipita, abarcando en sí­ todas las cosas (Asclepio 3). Por eso debemos afirmar que todo se halla lleno del “Dios doble” (que es, al mismo tiempo, masculino y femenino). “Dios no tiene nombre o, mejor aún, los tiene todos, puesto que es a la vez Uno y Todo, de forma que es preciso o bien designar todas las cosas por su nombre (por el nombre de Dios) o bien dar a Dios el nombre de todas las cosas, puesto que es todas las cosas por sí­ solo, infinitamente lleno de la fecundidad de los dos sexos, preñado siempre de su propia voluntad; por eso da a luz todo lo que ha planeado o decidido procrear” (Asclepios 20; cf. Poimandres 9, 12).

Dios aparece, al mismo tiempo, como Uno (más allá de toda división), como Unión Dual (es masculino-femenino, ser autofecundo) y como Todo (incluye en sí­ el valor y la existencia de aquello que existe). Estamos así­ cerca del antiguo panteí­smo y del emanatismo griego (neoplatónico), expresado en formas populares, más cercanas a la mitologí­a egipcia. Dios no es avaro; nada encierra en sí­, todo lo ofrece al universo (CH, I, V). Siendo la esencia de Dios”engendrarnos”, nosotros nos sabemos unidos a su esencia: “Tú eres todo lo que yo puedo ser, todo lo que yo puedo hacer, todo lo que yo puedo decir; porque Tú eres todo y no hay nada que no seas Tú. Tú eres todo lo que ha nacido” (CH, I; V). Ninguna realidad se puede ya oponer a Dios o desobedecerle, porque él es la existencia de los seres (cf. CH I, VI), Esta es la experiencia radical del sabio: hallarse unido al Dios que es, a la vez, el Creador y lo Creado. Si se apartara Dios del mundo, el mundo se hundirí­a en el abismo de la nada (CH I, XI). Este es el secreto, la verdad de todo esoterismo.

2) Dando un paso más, el sabio llega a descubrir el ritmo interno de ese Dios que, siendo masculino y femenino, se expande y se realiza (se despliega, como gran viviente) en un ritmo ternario de existencia. Esta es la Trinidad esotérica: Dios, señor de la eternidad, es el primero; el mundo es el segundo; el hombre es el tercero” (Asclepios 10). El principio y centro de la trilogí­a es Dios, interpretado como ser fundante del que todo brota y al que todo vuelve. A partir de Dios ha de entenderse el mundo, como “divinidad material” y espacio en el que surge y se realiza la existencia de los hombres. Tenemos, según eso, un universo descendente. “Existen, pues, tres seres: Dios, que es el Padre y el Bien; el mundo y el hombre. El mundo es contenido por Dios, el hombre por el mundo. El mundo es producido como hijo de Dios; y el hombre es producido como hijo del mundo, como nieto de Dios, por así­ decirlo” (La Llave 14).

Pero, en otra perspectiva, se puede afirmar que en el centro de la trí­ada está el hombre. Dios se encuentra arriba, como foco y meta de todo lo que existe. El mundo es la expresión material de ese Dios. Dividido entre ambos se encuentra el hombre: abierto hacia Dios por un lado, tendido hacia el mundo por otro. “El hombre es un viviente divino, que debe ser comparado no al resto de los vivientes terrestres, sino a los de lo alto, en el cielo, a los que se da el nombre de dioses” (La Llave 24, cf. 22-25). Esta es, por lo tanto, la tarea del hombre verdadero: subir de la materia hasta el ser de lo divino, gobernando como un Hijo de Dios las cosas de aquí­ abajo y buscando incesantemente las del cielo o primer Dios (cf. Asclepios 8-9). Formando parte del mundo por su sensación, el hombre pertenece a Dios por su entendimiento (CH I, VIII). Por eso, el hombre verdadero se eleva por encima de todas las cosas del mundo, conociendo el Todo y de ese modo integrándose en el todo, que es el ser de lo divino (cf CH I, XI).

3) Partiendo de aquí­ debe explicarse la caí­da, interpretada como principio de la forma mundana de existencia de las almas. No puede hablarse de un “pecado original” de Adán que se transmita a los que son sus descendientes, en la lí­nea del sí­mbolo cristiano (cf. Gén 2-3 y Rom 5). Tampoco existe aquí­ lugar para los ángeles lascivos y violentos que bajan y pervierten (poseen sexualmente) a las mujeres, como en el relato de 1 En de la apocalí­ptica. Para el hermetismo cada uno es responsable de su propia situación: de una forma misteriosa, los hombres de este mundo hemos querido entrar en la materia, encarnándonos en ella.

Somos “espí­ritus caí­dos”, pero no estamos abandonados: del Dios que está en el fondo de nosotros procede el entendimiento, de manera que podemos volver a nuestro origen y librarnos de esta situación de condena donde ahora nos hallamos (cf. Asclepio 14-15; Poimandres 11 ss). Por eso, los sabios que conocen el sentido de Dios y se conocen a sí­ mismos “abarcan con su inteligencia lo que está sobre la tierra… y este espectáculo les hace considerar como una desgracia su morada de aquí­ abajo. Desprecian todas las cosas corporales e incorporales (todo lo que no sea Dios). Tal es, oh That, la inteligencia de los inteligentes: contemplar las cosas divinas y comprender a Dios. Tal es el don del cráter divino” (CH I, IV). La misma religión ha de entenderse, por lo tanto, como ciencia de liberación que invierte la caí­da y nos conduce a lo divino.

4) La religión es la ciencia de las transmigraciones. Se trata de saber lo que antes fuimos (el origen) a fin de que, venciendo lo que somos, podamos alcanzar de nuevo nuestra vida y unidad en lo divino. Todas las almas provienen de Dios (forman parte del mismo gran Todo); pero cada una, al separarse de ese Todo, se divide y de esa forma adquiere un ser distinto. El alma buena, daimónica o divina, al liberarse del cuerpo (por la muerte) se convierte toda ella en intelecto (vuelve a lo divino). “Por el contrario, el alma impí­a se mantiene al nivel de su propia naturaleza, castigándose a sí­ misma y buscando un nuevo cuerpo de tierra en que poder entrar…” (La Llave 19). Esto es lo que se llama la metamorfosis de las almas, entendida aquí­ como proceso de”autocreatividad”, en forma genética. No hay persona individual; no hay experiencia de la libertad y autonomí­a de los seres. Los hombres forman parte de un “continuo” divino, que va plastificándose a sí­ mismo, va tomando diferentes formas y figuras, de acuerdo a sus deseos (Ibid. 6).

La misma vida actual del hombre sobre el mundo se interpreta así­ como un castigo; pero no es castigo “mí­o”, ni condena impuesta desde fuera. Somos resultado de un proceso espiritual de caí­da y búsqueda que viene desde atrás y nos envuelve. Nada es irreparable, nada definitivo (no hay cielo absoluto ni hay infierno). Todo es un “proceso espiritual”, como una especie de gran “metamorfosis” divina en la que somos, al mismo tiempo, ví­ctimas, testigos y creadores. Por un pequeño momento tomamos las riendas de una vida que nos antecede y nos desborda; por un breve momento vemos lo que somos y guiamos nuestra vida hacia el camino de la libertad (o perdición); luego volvemos a la gran “inconsciencia” de la divinidad que realiza su historia a través de nuestra historia. Esto es esoterismo (cf. CH, La virtud 1).

5) A partir de aquí­ se entiende la experiencia filosófico-religiosa de los iniciados. Ellos se convierten ya en predicadores de una salvación y bienaventuranza que consiste en “ser Dios” (Poimandres 26). Por eso dicen a los hombres: “dejad de revolcaros en la vida de pasiones… Liberaos de las tinieblas, tomad vuestra parte en la inmortalidad, dejando para siempre este tipo de vida que es muerte” ( Poimandres 27-27)
Este es el mensaje de los sabios. Pero debemos recordar que ellos noquieren propagarlo de manera irreverente a todos los hombres de la tierra “porque es cosa impí­a divulgar entre la multitud una enseñanza llena toda ella de la majestad divina” (Asclepios 1). La verdad se vuelve así­ secreto de iniciados. “Estas lecciones deben tener un pequeño número de oyentes, o si no pronto no tendrán ninguno en absoluto… Guárdate de la muchedumbre que no comprende la verdad de estos discursos” (CH IV, Fragmentos de los discursos de Hermes a su hijo Tat). Los elegidos de la tierra, fieles a la vida y la verdad de Dios, saben elevarse por encima de la muchedumbre, iniciando un culto espiritual que les vincula desde ahora con el Todo: “Cantad al Uno y al Todo, potencias que estáis en mí­; cantad, según mi voluntad, todas mis potencias. Gnosis santa, iluminado por ti, canto a través tuyo a la Luz Ideal, me regocijo en la alegrí­a de las inteligencias… Yo te bendigo, Padre, energí­a de mis potencias; yo te bendigo Dios, potencia de mis energí­as…” (CH I, XIII). De esta forma, culminando en oración de alabanza y de identificación con Dios, el Hermetismo viene a presentarse ante nosotros como el más perfecto de los esoterismos religiosos.

III. Gnosticismo
De la gnosis trataremos de manera más concisa, pues resulta ya más conocida que el hermetismo. En sentido general, pueden llamarse gnósticas aquellas religiones que ponen de relieve el proceso de conocimiento humano como medio de liberación. Ellas se distinguen de las religiones proféticas o históricas (judaí­smo, cristianismo, islam) que han destacado más la acción de Dios, su influjo positivo dentro de la vida de los hombres. Pertenecen a las religiones gnósticas el hiñduismo y el budismo: ellas entienden el camino salvador como proceso de interiorización y conocimiento personal, meditativo: superando el extraví­o y la caí­da en que se encuentran dislocados y perdidos, los devotos (hombres religiosos) pueden encontrar su libertad al liberarse de este mundo, reconociendo su hondura y verdad en lo divino.

Estas religiones gnósticas, tomadas en sí­ mismas, no son esotéricas. Puede haber en ellas grupos de iniciados, con secretos de grupo y prácticas ocultas. Pero en general su doctrina y actuación es exotérica: está abierta a todos los que quieran asumirla y practicarla. Por eso, aquí­ nos referimos más bien al gnosticismo occidental estrictamente dicho que se propagó en las zonas del este del imperio romano (Siria, Egipto, Asia Menor y Roma) entre los siglos II y IV d. de Cristo. Hay en su origen un influjo griego, en la lí­nea del neoplatonismo ya estudiado al hablar del hermetismo; puede haber también influjos orientales (un posible dualismo iranio, elementos de budismo); pero, sobre todo, ha sido fuerte la presencia de elementos judí­os y cristianos.

Sea cual fuere el origen de estos grupos, lo cierto es que ellos tienden a formar comunidades esotéricas, de sabios iniciados, de creyentes o devotos que superan la doctrina de la “masa” (de cristianos o paganos) para elaborar una doctrina de carácter elitista, fundada en los secretos de la manifestación divina y salvación de los perfectos. Supongo conocida la historia de estos grupos y partiendo, sobre todo, de las observaciones crí­ticas de Ireneo de Lyon y de los textos descubiertos en Egipto (Nag Hammadi), quiero ofrecer los rasgos principales de la teologí­a de estos grupos de iniciados, reunidos en torno a las figuras de Marción, Basí­lides, Valentí­n y otros maestros.

1. El gnosticismo ha elaborado un tipo de visión teogónica del misterio. Dios aparece a modo de “proceso inmanente” de vida donde se destacan dos polos primordiales definidos por el sexo (hay un elemento masculino y otro femenino) y uno o dos aspectos derivados (hay un hijo o dos hijos divinos). De esa forma puede hablarse de una Trinidad originaria que se expresa como Padre-Madre-Hijo, conforme a la visión natural de la familia. Pero también se puede hablar de una Cuaternidad sagrada en la que Dios recibe un elemento nuevo (el Hombre primordial, la Hija divina…). Se puede hablar, en fin, de un Pléroma más alto: de una especie de equilibrio divino que se encuentra integrado por aspectos polares mutuamente vinculados o complementarios.

2. A partir de aquí­ resulta importante la exigencia de explicar la Gran Caí­da, interpretada siempre en forma de ruptura intradivina, sobre todo a partir del mito de una Sophí­a deficiente. La Sophí­a es un aspecto o elemento femenino del misterio de Dios: ella es perfecta y positiva mientras siga vinculada a lo divino en “syzyguí­a” o matrimonio armonizado. Pues bien, en un momento de gran crisis ha engendrado fuera de sí­, sin vincularse a lo divino masculino; de esa forma deja que unaparte del ser de lo divino se despliegue y se derrame, hasta caer como cautiva en la materia. Resultado de ese “mal engendramiento” fuimos los humanos. No somos hijos de una acción creadora y positiva de Dios; somos producto de un error intradivino, parcela de divinidad perdida sobre el mundo.

3. De manera consecuente, el gnosticismo tiende a distinguir “dos Dioses. Existe un Dios que es bueno, Espí­ritu perfecto, origen primigenio, más allá de la materia, en el espacio de la unión fundante de lo masculino y femenino. Pero sobre el mundo ha dominado un Dios perverso que los gnósticos presentan con los rasgos y figura del Yahvé del AT. Este es el Dios de la Materia, el prí­ncipe y regente de este mundo malo, cabeza de los ángeles caí­dos o demonios que mantienen a los hombres sometidos a su arbitrio de violencia. El NT de Jesús nos ha invitado a desligarnos de este Dios perverso (de la esclavitud, de la violencia y de la ira) para conducirnos nuevamente al Dios supra-mundano del principio. Eso significa que el mundo en que nosotros existimos en lo externo (en su materia) es malo. Llegamos de esa forma al “dualismo” radical de la gnosis que el mismo Plotino ha criticado a partir del pensamiento griego.

4. Lógicamente, el conocimiento de la redención tiende a presentarse en el lenguaje de un mito de bajada salvadora: a la caí­da de la Sophí­a (protopecado de Dios) corresponde ahora la bajada o descenso redentor de un ser divino, del Hombre primigenio o Cristo originario. No existe encarnación estricta. Dios no puede hacerse carne de materia mala, pervertida. Pero lo divino ha bajado en un tipo de descenso redentor: llega hasta nosotros el Hijo bueno de Sophí­a (el Dios contrario al Dios perverso del AT), para liberarnos a través de su conocimiento superior; nos desvela nuestro origen verdadero y, de ese modo, sabiendo lo que somos, podemos liberarnos de la esclavitud y cautiverio de esta tierra mala.

5. De una forma normal, los gnósticos han ido suscitando grupos o comunidades de iniciados. En un nivel externo siguen vinculados a la gran Iglesia, a los cristianos de carácter material (hylico) o al menos animal (psí­quico), que entienden las palabras de la Biblia de una forma vulgar, historizante y doctrinaria. Pero en lo interno ellos se creen portadores de una verdad más honda, de tipo espiritual o pneumático. Así­ forman grupos de iniciados, de “sabios esotéricos”, que entienden la verdad oculta del mensaje de Jesús y que lo expresan de una forma “filosófica”.

Estos gnósticos integran los primeros grupos de cristianos esotéricos: tienen conciencia de su sabidurí­a especial y así­ diluyen o interpretan el mensaje de Jesús en una clave de conocimiento general de lo divino, dentro de una lí­nea mí­tico-filosófica cercana a la que vimos al tratar del hermetismo. Tiende a desaparecer la transcendencia de Dios respecto al hombre (las almas aparecen como una parcela del ser de lo divino) y también desaparece el valor concreto de la historia de Jesús y del mensaje y vida de su Iglesia. No existe Trinidad estricta, ni mensaje de la Cruz; no hay libertad y autonomí­a del hombre ante el misterio. En lugar de eso encontramos una especie de más alta “especulación” sobre el ser (genealogí­as) y el proceso en que se mezclan y en el fondo se unifican lo humano y lo divino. Los hombres ordinarios de la Iglesia “creen” lo que ignoran; por el contrario, los iniciados, conocen y dominan el misterio’.

IV. Esoterismo: mí­stica y filosofí­a
El esoterismo normal de nuestro tiempo puede parecer algunas veces una simple “comedia burlesca”, ingenua o engañosa de iniciados que se evaden de este mundo real y que no saben siquiera lo que dicen. Da la impresión de que renuncian a la racionalidad del pensamiento creador, a la seriedad y hondura de las grandes religiones. Se presentan casi como mezcla de engañados y engañantes dentro de un nuevo gran supermercado de necesidades y evasiones psicológicas, en relación cercana con espiritistas y brujos, echadores de fortuna y adivinos, ocultistas y parapsicólogos, orientalistas baratos, ufólogos y magos.

No olvidemos, sin embargo, que ha existido y quizá sigue existiendo un gran esoterismo que he querido presentar aquí­ con el apelativo de “clásico”. Está constituido por esa tradición oculta de experiencia religiosa y pensamiento que atraviesa desde antiguo la historia de occidente, fuera de los cí­rculos normales de la ciencia oficial y las iglesias más organizadas. Sin pretensiones de ofrecer aquí­ la lista completa de tendencias de ese tipo, sin distinguirlas tampoco plenamente, quiero esbozar algunos rasgos o momentos de ese esoterismo clásico en la historia medieval y moderna de Occidente.

En la lí­nea judí­a ha sido primordial la cábala. El judaí­smo normativo se ha centrado en el cultivo de la “ley”, fijada en Mishna y en Talmud, desarrollando así­ un modelo de “racionalidad religiosa” inpresionante: todo está normado y todo tiene su sentido en la visión y vida de una comunidad de escogidos que quiere mantenerse a la luz de la revelación de Dios. Pero, en fenómeno de compensación que resulta normal, han existido siempre grupos de judí­os que han querido conocer la “parte oculta” de su religión y del misterio original de lo divino. Ellos han fijado su doctrina en el libro del Zoharo Luminosidad, escrito probablemente en León, España, entre el siglo XI y XII. Los cabalistas posteriores, especialmente en Cataluña y en Provenza, aplicaron a la Biblia la ciencia secreta de los números sagrados y estudiaron la presencia o creación divina: contrayéndose en sí­ mismo, Dios se expande y con sus “Sefirot” llena de sí­ todas las cosas. De esa forma, más allá de toda ley o acción externa, el camino religioso se convierte en experiencia de inmersión del hombre en Dios.

En lí­nea convergente citaremos también a los sufies del Islam que, a lo largo de toda la Edad Media, en un arco de presencia que se extiende desde Irán a España, fueron buscando y desplegando la parte más oculta del Corán: hay una ciencia oculta del misterio, una experiencia que se liga al vací­o y pura nada de todo lo que está fuera de Dios y quiere dominar nuestra existencia externa sobre el mundo. Aquí­ hallamos, en su forma extrema, aquel deseo más profundo de los mí­sticos: dejar que Dios inunde y defina (determine) nuestra propia vida.

Dentro de la cristiandad fue decisivo el brote gnostizante de los cátaros o “puros”. Ellos se vinculan a los movimientos maniqueos anteriores que separan de manera radical espí­ritu y materia, el Dios bueno y las potencias mundanas (posesivas, violentas y sexuales) de lo malo. Llegando del oriente (quizá con las cruzadas), los grupos de cátaros o puros se fueron extendiendo por todo el Mediodí­a Francés y por el Norte de Italia al final del siglo XII, siendo luego derrotados y aniquilados en los campos de batalla y en los juicios de la primera inquisición cristiana. Fueron los cátaros, también llamados en Francia albigenses, grupos de iniciados que decí­an formar parte del “misterio positivo de Dios”, teniendo así­ que superar los principios de lo malo (la materia y sus deseos) sobre el mundo. Ellos desarrollaron una fuerte experiencia de ruptura frente a lo diabólico, de concentración interior y de inmersión en el camino del “espí­ritu bueno” que, habiendo sufrido la caí­da en la materia, vuelve a integrarse en lo divino. Ellos representan los rasgos más “heréticos” del esoterismo cristiano: dualidad intradivina, caí­da de Dios, transmigración de los espí­ritus, etc.

También podemos hablar de un esoterismo mí­stico cristiano que a lo largo de los siglos ha tomado varias formas, sobre todo en el área cultural germana, católica y luego protestante. Podemos citar aquí­ a Eckhart y Taulero, a Boehme y a Silesius, todos ellos representantes de eso que se puede llamar la “mí­stica especulativa”. Los maestros españoles (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz) son más “experimentales”: hablan de aquello que han vivido; describen los procesos de su vida interior. Por el contrario, los mí­sticos germanos tienden a “teorizar”, atreviéndose a describir el ser de Dios y sus procesos dentro de la vida de las almas. Así­ despliegan una especie de teosofia o ciencia superior de Dios, que es propia de iniciados y que lleva fácilmente a las fronteras de un panteí­smo espiritualista: parte de Dios somos; en el interior de Dios debemos descubrir nuestra realidad y realizarnos.

Más filosófica que mí­stica es la fuerte experiencia de Espinoza, el más racionalista de los grandes filósofos del siglo XVII: por panteí­sta y negador de la existencia personal de Dios le expulsó la sinagoga sefardita de Amsterdam; como panteí­sta abierto hacia la especulación intelectual de lo divino vino a ser el gran maestro de muchos intelectuales europeos de los siglos XVII, XVIII y XIX que rompieron los moldes confesionales de las grandes iglesias (cátólicas, protestantes y judí­as) para adentrarse de manera personal (difusa, intimista y no dogmática) en el ser de lo divino.

La gran eclosión idealista de la filosofí­a alemana del final del XVIII y del principio del siglo XIX lleva las marcas de ese “esoterismo panteí­sta”. La mí­stica fiducial, como experiencia de inmersión del hombre en lo divino, se convierte aquí­ en teogoní­a racional o imaginativa. Tanto Hegel como Fichte y Schelling fueron creando sistemas de pensamiento y despliegue racional que ellos juzgaban adaptados al más hondo proceso divino. Sus filosofí­as se fueron convirtiendo en “logosofí­as” donde el ser de Dios se identifica con el ser del propio pensamiento, en lí­nea de “secreto” intelectual, propio de iniciados. De esta forma, en proceso racional que deberí­a estudiarse con mayor cuidado, la mí­stica se convierte en especulación racionalista y el racionalismo acaba conduciendo al ateí­smo. Se pasa así­ del panteí­smo inicial (todo es Dios) a la negación de Dios, en la que sólo queda la aventura del propio pensamiento, propenso a especular sobre sus mismos caminos racionales, convertidos pronto en ejercicios imaginativos, proyecciones de deseos. Allí­ donde se pierde la fe en Dios se corre el riesgo de acabar siendo atrapado por la creatividad imaginativa de fantasí­as o de grupos. En esta lí­nea han de entenderse muchos rasgos del esoterismo posterior de Europa y de todo el Occidente.

V. Teosofí­a y teosofismo
Se llama teologí­a al esfuerzo racional de aquellos que, sabiendo que Dios les sobrepasa y aceptando su revelación (sea en lí­nea cristiana, musulmana o judí­a), quieren expresar con sus palabras lo que implica la presencia y actuación de ese Dios transcendente. Por el contrario, suele llamarse teosofí­a al proyecto de aquellos que pretenden “conocer del todo a Dios”, penetrando en su misterio; ciertamente, los teósofos pueden aceptar una revelación religiosa positiva, pero luego quieren desbordarla, conociendo y describiendo desde dentro el ser de lo divino.

En la lí­nea de los mí­sticos citados puede hablarse de los grandes teósofos antiguos, de Boehme y Swendenborg, de Taulero y algunos cabalistas judí­os. Sin embargo lo que en estos últimoscien años se conoce por teosofí­a es más bien “teosofismo”, una mezcla vulgar, precipitada y poco rigurosa de motivos orientales (hindúes y budistas) con doctrinas modernas de Occidente, vinculando una visión poco desarrollada de la evolución con el espiritismo y la apertura mágico-racional hacia el conjunto de la realidad. Sobre el vací­o del Dios cristiano, allí­ donde la mente parece ya cansada de pensar de un modo riguroso y de creer de un modo intenso (en clave religiosa), ha ido surgiendo un tipo de sucedáneo esoterista de tipo teosófico.

La historia del movimiento teosofista está vinculada a los escritos y experiencias de las señoras Blavatsky y Besant, de los señores Solovioff, Steiner y otros muchos que, a finales del siglo XIX, promovieron una especie de comunidad de sabios (iniciados) para penetrar de un modo mágico-cientí­fico en los secretos divinos de la naturaleza; en el fondo, ellos pretenden superar el plano de la fe (nivel a que nos llevan las grandes religiones) para darle al ser humano la experiencia interior de lo divino. Estos nuevos sabios quieren llegar a la “certeza” experiencia) de su propia realidad sagrada, como miembros activos del gran Todo.

Los teosofistas dicen apoyarse a veces en filósofos de tipo espiritualizante como Bergson o como H. James, pero luego mezclan su teorí­a sobre el alma con supersticiones de tipo muy variado donde todo al fin parece confundirse en una especie de nebulosa sacral y donde sólo queda claro el afán de seguridad de los videntes-iniciados. De manera quizá convencional resumo algunos de los rasgos más salientes de su “pensamiento”.

1. En el principio está la confusión de religiones. Digo “confusión” y no fusión, porque resulta difí­cil fundir en unidad visiones y tendencias que en principio estaban separadas. Los maestros esotéricos sitúan en el mismo plano los relatos primordiales de las grandes religiones: hinduismo y budismo, islam, judaí­smo y cristianismo. En ese mismo fondo mezclan las teorí­as y visiones de los mí­sticos y herméticos, la cábala y la gnosis, la masonerí­a y ocultismo. Ellos parecen ser “universales”, capaces de acogerlo todo en su visión abarcadora, sin darse cuenta de que han destruido aquello mismo que pretenden asumir. Ese concordismo fácil, convertido en nivelación mental y religiosa, es resultado de un rechazo de todos los valores más profundos de las grandes religiones, especialmente del cristianismo.

2. Quizá la nota más saliente de ese esoterismo sea el rechazo del Dios personal. Sus adeptos favorecen, al menos en lo externo, las tendencias del budismo, vulgarizadas luego en una especie de nivelación supersticiosa: más que el verdadero yoga de la interiorización gratificante, más que el “arhat” que es la victoria sobre la potencia del deseo egoí­sta y destructivo, les importa ya la afirmación de la hondura sagrada de su espí­ritu. El auténtico iniciado ha de librarse de la “tiraní­a” de un Dios personal que le limita o juzga desde fuera. Niega así­ toda apertura a la verdadera transcendencia, niega la experiencia de la gracia vinculada a Cristo. El hombre queda en manos de sí­ mismo: busca la seguridad de su propio espí­ritu, rechazando al mismo tiempo la exigencia de una responsabilidad personal que pueda abrirle a la condena o salvación definitiva.

3. En el fondo del esoterismo teosófico hay también un tipo de cientificismo ingenuo. Sus adeptos aceptan sin más crí­tica una especie de evolucionismo extendido ahora a las almas, construyendo así­’ una especie de “mitologí­a universal de los espí­ritus”. Dentro de la marcha de la humanidad, encuadrada asimismo en la evolución cósmica del espí­ritu, encuentran momentos especiales de ruptura y cambio, “razas madres” … y dicen luego que la onda de la vida va pasando de unos planetas a los otros. Es difí­cil seguir aquí­ los meandros y los saltos de esa “fantasí­a sagrada” que abandona la fe en el Dios personal para creer en los procesos mucho más difí­ciles y raros de las almas. Normalmente, ellos admiten algún tipo, más o menos personalizado, de transmigración: todo se encuentra dominado por la ley del karma que dirige los procesos de bajada y ascenso, de despliegue y repliegue del espí­ritu en el cosmos.

4. En esta lí­nea se puede hablar también de Dios, sobre todo allí­ donde se intenta defender la existencia de un esoterismo cristiano que interpreta en clave simbólica el mensaje de sus dogmas. La misma Blavatsky puede hablar de Trinidad, como expresión de la multivalencia sagrada de lo divino o como signo del Espí­ritu Abstracto (Espí­ritu Santo), Diferenciado (Padre) y Encarnado (Cristo, el Hijo). Más aún, en ese aspecto puede aludirse luego a Buda y Cristo como expresiones complementarias de la verdad sacral humana: Buda es signo de lo general, Cristo de lo particular; Buda es la inteligencia (lo masculino), Cristo la intuición (lo femenino), etc. Esto significa que el dogma cristiano (historia de Jesús como revelación de un Dios transcendente y del Espí­ritu que actúa dentro de la Iglesia) se diluye para convertirse en signo del proceso de totalidad sagrada de una mente que lo abarca todo (panteí­smo de base) y se desvela en formas siempre cambiantes dentro de una lógica de autosuficiencia espiritual, controlada por los sabios.

5. El esoterismo teosófico aparece como religión de la sabidurí­a. Quizá se pudiera llamar “logosofí­a”, como un modo de captar y promover el “logos” divino que existe dentro de nosotros. Carece de la hondura de gracia de Jesús (el don de amor del Padre), carece de la transparencia y de la compasión piadosa del auténtico budismo. En su lugar sitúa un tipo de doctrina oculta sobre el destino de las almas superiores. De esa forma, la verdad más alta se convierte en una especie de “mitologí­a astral” que acaba siendo pretenciosa y aburrida: se trata de saber (reconocer) a los espí­ritus supremos o elegidos, aquellos que orientan, guí­an, garantizan el proceso de la evolución superior de los perfectos, en un tipo de camino que conduce al hombre nuevo, planetario, realizado. El mismo Dios desaparece; pasa a segundo lugar la experiencia de la gratuidad y del amor personal interpretado como entrega por los otros. Queda en el hueco allí­ formado la pretensión de los “grandes iniciados” que dicen conocer el secreto de las viejas religiones (en la lí­nea de los sacerdotes de Memfis en Egipto o de los vigilantes de la tradición de Enoc): ellos controlan y dirigen el proceso supremo de las almas.

6. Al llegar a este lugar, la religión que ha pretendido ser más alta (sabidurí­a suprema de los viejos pueblos) se convierte en portadora de vulgar superstición y orgullo de iniciados que se piensan superiores a los otros. Bastan las obras de Blavatsky para convencerse de ello: allí­ se mezcla el magnetismo con la evocación de los espí­ritus, el culto a los milagros con las pretensiones de una ciencia oculta. Lo que intentaba presentarse como religión acaba siendo magia, ciencia prodigiosa. El Dios auténtico o la hondura de las viejas religiones creadoras se ha esfumado: queda la vaciedad del ser humano que se pierde sobre el mundo y, ya perdio, busca “la intuición manifestadora del YO” (la seguridad de sí­ mismo) en el vací­o que han dejado los sistemas anteriores (cristianismo, hinduismo, etc.). Emerge así­ el deseo de las “nuevas experiencias”: “hinduismo y budismo, cristianismo e islamismo desaparecen sepultados bajo el pujante alud de los hechos” porque el Divino Arquitecto de este cosmos (la divinidad del Todo) se revela en una especie de nueva y poderosa magia transformante (cf. Blavatsky, Isis II, 187 y 424).

VI. Esoterismo y ciencia
Esta visión teosófica del mundo, propia de los nuevos iniciados, ha intentado superar el plano de la fe y la gratuidad para llevarnos al campo dende vienen a igualarse ciencia y experiencia religiosa. Volvemos, de esa forma, al espacio de la magia. La religión verdadera es gratuidad, presencia libre y creadora de Aquel (de Aquello) que nosfundamenta y sobrepasa; la ciencia, en cambio, está en la lí­nea de la magia, del hombre que controla y que dirige para su provecho los poderes de la naturaleza.

En esa perspectiva, el esoterismo teosófico al que aquí­ aludimos pertenece al campo de la magia más que a la experiencia religiosa verdadera. Los teósofos pretenden dominar a Dios más que alabarle; les interesa asegurar la propia vida más que abrirla al espacio de la gracia (que es el ser de lo divino). De esa forma resucitan o actualizan dos antiguas actitudes de la “ciencia sacra”: la astrologí­a y la alquimia.

Los teósofos se sienten vinculados a la vieja astrologí­a, es decir, al conocimiento mágico-sacral y participativo del mundo de los astros. La moderna astronomí­a, convertida en ciencia exacta, mide distancias de los orbes estelares, deduciendo de esa forma conclusiones sobre el mundo que Dios mismo ha creado como espacio de vida para el hombre. La astrologí­a, en cambio, toma a las estrellas como elemento de la misma vida humana: formamos parte de un universo sagrado y nuestras almas están emparentadas con las “almas” de los astros, dentro del gran campo de la transmigración de los espí­ritus.

Es algo semejante lo que pasa con la alquimia. También la quí­mica moderna es ciencia exacta y positiva en el estudio de los minerales y metales. La alquimia, en cambio, vive todaví­a en el nivel de la magia participativa: hay un misterio de fondo en el que todo puede transmutarse en todo; el universo entero tiene rasgos y matices de carácter espiritual (de pensamiento). Por eso puede darse un tipo de transmutación material que está en la lí­nea de las “transmigraciones” de las almas.

La atracción que ejerce el teosofismo esotérico se basa, en gran medida, en este tipo de espiritualismo universal que viene a presentarse, al mismo tiempo, como pseudociencia que resuelve todos los problemas de la tierra. Ni la religión es religión (lugar de gratuidad y experiencia transcendente); ni la ciencia es ciencia (saber positivo y medible). En el lugar donde se juntan y confunden ambas actitudes surge ya esa pretendida panacea del esoterismo, como una especie de medicina abarcadora donde vienen a sanarse todos los problemas de los cuerpos y las almas. En esta perspectiva han de entenderse las observaciones que ahora siguen.

a) En el principio se halla la unidad de los tres reinos. Todos conocemos la ecuación primera de la relatividad de Einstein (E=MC) según la cual la energí­a (E) es igual a la masa multiplicada por la velocidad al cuadrado. Los esoteristas interpretan esta fórmula en sentido ontológico, identificando en el fondo la materia (espacio, masa) con el tiempo y la energí­a. Todo lo que existe ha recibido un carácter mental: espacio y tiempo se vinculan, energí­a y masa se terminan confundiendo; ellos tienen un sentido espiritual, son “mente” en movimiento.

b) De esa forma, dando un paso más, ellos pueden postular la identidad entre trinidad cósmica (materia-energí­a-mente) y trinidad divina (Padre-Hijo-Espí­ritu). El Padre es la energí­a creadora en su principio; el Hijo es la energí­a interpretada en forma de materia o realidad extensa; el Espí­ritu, en fin, se identifica con el mismo pensamiento. Esta es la trí­ada primera, como sí­ntesis y base de todo lo que existe. El Hijo (materia) y el Padre (energí­a) se vinculan y unifican como Espí­ritu (a modo de pensamiento), en una especie de sí­ntesis autocreadora donde todo es siempre idéntico a sí­ mismo.

c) De esta trí­ada primera o Dios emergen todas las restantes trí­adas del mundo. Ciertamente podemos afirmar que “el Universo es Dios”, pero debemos añadir que Dios no es solamente este universo: Dios es Todo como fundamento y realidad de donde emerge y donde adquiere consistencia todo lo que existe. Dios es la armoní­a primera, abarcadora; por eso, los conflictos sociales, religiosos, afectivos sólo pueden darse allí­ donde se pierde esta unidad fontal de lo divino. La teologí­a o, mejor dicho, la teosofí­a (conocimiento de la armoní­a divina fundante) es básica para resolver los conflictos de la vida social y de la ciencia.

d) Como imagen de Dios, toda cosa es triple en su naturaleza. Aquello que existe se resuelve siempre en tres elementos fundamentales; pero estos elementos nunca pueden darse por aislado. Sólo pueden subsistir y realizarse en un proceso de constante movimiento; de esa forma se vinculan la materia y energí­a por el pensamiento. Esta es la ley de la dialéctica, entendida de un modo armónico y ternario: el pensamiento, interpretado como Espí­ritu, vincula y unifica a los opuestos, manteniendo y superando, al mismo tiempo, sus diferencias.

e) Este principio de trinidad universal puede aplicarse y se aplica a los campos más diversos de la realidad. Veamos algunos ejemplos, teniendo siempre en cuenta que el tercer aspecto vincula o unifica a los primeros, superando y ratificando así­ su diferencia:
DIOS: Padre-Hijo: Espí­ritu (Espí­ritu unifica a Padre e Hijo).

UNIVERSO: Materia-energí­a: pensamiento abarcador.

NOMBRE: cuerpo-alma: espí­ritu (espí­ritu unifica lo anterior).

TIEMPO: pasado presente: futuro (vinculación en el futuro).
MOVIMIENTO: tiempo-velocidad: espacio (espacio unificante).
ESPíRITU: sentimiento-voluntad: pensamiento unificador.

FAMILIA: padre-madre: hijos (los hijos unen a los padres).

PERSONAS: tú-yo: él (el tercero nos vincula).

No hace falta mucha perspicacia para descubrir la lógica hegeliana (tesis-antitesis-sí­ntesis) al fondo de estos esquemas triádicos. También es fácil observar su contenido metafí­sico, de forma que Dios viene a presentarse como vida y movimiento de todo lo que existe, en proceso de Trinidad impersonal abarcadora. Estamos ante un tipo de filosofí­a idealista donde el pensamiento viene a concebirse como medio de unificación universal: el proceso de “idea” de los hombres forma como el “alma del conjunto de esta cosmos”, en camino de reconciliación definitiva. Todo esto es claro y puede tener alguna lógica. Lo que ya nos parece menos lógico es el hecho de querer resolver desde este esquema todas las oscuridades y problemas de la ciencia (de la fí­sica y la quí­mica, la matemática y la misma biologí­a). Como he dicho al comienzo de este apartado el teosofismo de carácteresotérico que quiere unificar la ciencia y teologí­a acaba por caer en un doble peligro: ignora la transcendencia gratuita de Dios y destruye (infravalora) la autonomí­a creada de este mundo’.

VII. Supermecado esotérico: Las vulgarizaciones
El esoterismo es concordista en el campo de la historia. Por eso ha resaltado la continuidad que existí­a entre hermetismo greco-egipcio y budismo oriental, buscando bambién la identidad de fondo entre templarios y albigenses, cátaros y rosacruces, magos, masones e iniciados de todos los diversos grupos ocultistas. Estamos ante un tipo de gran supermecado de las maravillas donde pululan grupos de neo-gnósticos, unidos a las sectas de carácter japonés o tibetano: se juega al tarot, se proyectan las figuras del I Ching y los diversos magos y videntes del momento nos resuelven con antiguas y nuevas recetas de misterio (pretendido zen o tao, yoga camuflado o gran meditación) los problemas perdurables de la vida.

Resulta inútil buscar el contenido unitario de estos grupos. Posiblemente no lo tienen; son proteicos y cambian de figura a cada instante. A veces no sabemos si son juego y diversión para un momento o si pretenden ofrecernos mensajes salvadores permanentes. Lo que es cierto es que responden a una moda de momento y son, al mismo tiempo, el gran reflejo de una inmensa necesidad religiosa. Lo más extraño es que algunos que parecen grandes pensadores de este tiempo acaban cayendo en este juego: no saben distinguir losmovimientos religiosos, de manera que confunden el papado católico y el zen de algunos budistas orientales con las exigencias del imán de los chiitas; deforman las religiones y después las mezclan dentro de esa especie de gran “olla podrida” de los movimientos esotéricos de turno
Digo que resulta inútil ofrecer una teorí­a unitaria o metafí­sica de los esoterismos, porque contienen muchas cosas, mezcan casi todo y luego cambian, de lugar a lugar, de tiempo a tiempo. Por otra parte, eso que podemos llamar el “pensamiento esotérico” navega y se difunde en cientos de folletos sin autor reconocido. Muchos de ellos se vinculan al Kybalion, libro que pretende actualizar el hermetismo greco-egipcio. Tomemos como ejemplo un breve texto multicopiado, escrito por la Aciop (Asociación cultural de investigación de la parapsicologí­a y ofnilogí­a) y titulado Destino de la humanidad y otras cuestiones importantes vistas a través de la luz esotérica. Está escrito en algún lugar de España en torno al 1986 y su mensaje puede reducirse o condensarse en estos puntos:
1) El hombre viene a ser como una pirámide escalonada: su primer peldaño es el cuerpo fí­sico; el segundo es el vital o etérico (como aureola que rodea al cuerpo fí­sico); el tercero es el astral, llamado alma; el cuarto es el mental o pensamiento… Ascendiendo en la pirámide a la cumbre llegamos al Espí­ritu o Chispa divina, emanada de la Divinidad. Materia somos en la base; partecita de Dios en nuestra cumbre.
2) El Espí­ritu o yo superior es lo más importante del hombre. Es lo que perdura, por ser eterno. Es lo que se perfecciona, porque a través de cada existencia fí­sica (en el ciclo de las reencarnaciones) va adquiriendo nuevos conocimientos y experiencias que se graban en su memoria eterna. El Espí­ritu integra en unidad a los restantes cuerpos (fí­sico, etérico, astral y mental); por eso es el verdadero YO, formando así­ la personalidad del hombre al que se entiende como eterno viajero del cosmos, que debe regresar un dí­a hasta su centro divino para integrarse en su Creador.

3) La ley del Universo se formula en dos grandes principios, uno cí­clico y otro evolutivo. Por una parte estamos regidos por la ley del ritmo cósmico: el péndulo del ser esté siempre en movimiento y cuando el flujo de la expansión (salida de las almas) llega hasta su máximo comienza un movimiento de reflujo (de retorno a lo divino). Las energí­as de Dios se van creando y destruyendo, al mismo tiempo, de manera que todo se renueva y todo permanece inalterado. Pero, en otro nivel, ese proceso cí­clico de expansión y repliegue se vincula a un más profundo camino evolutivo: todo lo que ha sido y lo que existe en este tiempo nos conduce hacia la nueva era de Acuario, hacia el gran reino mesiánico de la reconciliación más alta de lo humano.
4) La evolución mesiánica se expresa en clave de agoní­a y nuevo nacimiento. Tenemos que dejar por ya caducas las viejas formas de vida evolutiva; debemos caminar con los más altos iniciados hacia un grado más sutil de humanidad. Madura de esta forma el árbol de la vida; unos quedan rezagados y se pierden (por ahora) en el proceso de nuevo nacimiento. Sólo algunos pocoshombres superiores van guiando el camino evolutivo de los sabios donde viene a realizarse la verdad de nuestra historia. Parece que se extiende por el mundo (especialmente en los cí­rculos rectores de USA) la certeza de que avanza ya la edad de Acuario. Llegamos a las puertas de una humanidad; el ideal esotérico parece estar triunfando de manera que después podrá imponerse en todo el mundo.

5) No hay condena eterna. Ciertamente existe castigo para aquellos que se oponen a las fuerzas de la vida. Pero no hay castigo eterno. Los que descienden en la escala evolutiva pueden ascender de nuevo, reiniciando así­ la recuperación. Por otra parte, todas las fuerzas psí­quicas y espirituales en la Vida del Universo empujan a los seres del polo negativo para que progresen y de ese modo asciendan hacia el polo positivo. Estamos entrando en la Era Mesiánica y el hombre debe proseguir su marcha ascendente hacia la perfección, es decir, debe seguir evolucionando hacia la meta de la vida.
6) Dentro del proceso esotérico recibe su puesto Jesucristo. Ciertamente, los cristianos iniciados en la lí­nea teosófica saben que no basta el “don gratuito” que se funda en la fe de Jesucristo. La salvación es un “proceso” donde el hombre es parte principal, protagonista de su propia plenitud: Cristo es ejemplo que ayuda a desgarrar el cerco de materia y egoí­smo en donde el hombre vive aprisionado, pero cada uno debe hacer camino por sí­ mismo. Además, al lado de Jesús, hay otros que a lo largo de la vida humana han visitado desde arriba nuestra tierra: son los seres puros, angélicos y llenos de luz, que hanayudado a sus hermanos de la tierra en el camino de la perfección. Estos son los Vivientes más antiguos que han llegado ya a la meta de la perfección; son ángeles sublimes de eternas vibraciones que han logrado entrar en sintoní­a (identidad de fondo) con Dios y con el cosmos primigenio. Su Espí­ritu ha venido a fundirse ya con Dios: han alcanzado el saber originario y participan en la obra de la creación y redención de los humanos$.

VIII. Juicio crí­tico. La diferencia cristiana
Al llegar a ese final parece que el esoterismo ha culminado, apareciendo como ingenua y pobre ideologí­a de progreso espiritual donde se mezclan la más simple fe en la evolución de las “culturas superiores” y una especie de superstición animista muy ingenua. Puede que éste sea un indicio de la gran pobreza cultural y religiosa en que se mueve una parte de occidente. Esotéricos de ese tipo son los que leen por un lado el Péndulo de Foucault de U. Eco y creen en los signos del Acuario mientras siguen, por el otro, las tendencias del moderno consumismo espiritual de masas. Esa experiencia tiene sus valores y en algún aspecto puede sentirse heredera de las grandes tradiciones gnósticas y herméticas antiguas. Pero se trata en realidad de una postura “no cristiana”, amenazada por el riesgo de la banalización espiritual y de la manipulación económica. Brevemente indicaremos algunos de sus rasgos distintivos, es decir, sus diferencias respecto al cristianismo.

1) La primera diferencia está en la falta de una verdadera transcendencia. El esoterismo es al fin un “culto al hombre”, culto a ese camino de espí­ritu en que estamos inmersos y del que somos una parte. No hay sobre nosotros nadie: falta Dios en sí­, el misterio verdadero que jamás podrá entenderse, ni siquiera tras la muerte; falta la experiencia de la gracia, de la vida interpretada como don de amor del otro.

2) Por eso, no hay auténtica persona. Ni hay persona en Dios, como Trinidad verdadera y eterna donde Padre, Hijo y Espí­ritu se encuentran y despliegan en camino de amor mutuo y ya perfecto desde siempre, sin necesidad de creación (de darse al mundo). Ni hay persona humana verdadera: los hombres son momentos de un proceso corporal y astral, noético y divino, que les sobrepasa; nadie puede realizarse plenamente, por sí­ mismo y para sí­, en el breve camino de su historia humana.

3) Lógicamente falta encarnación. Ni Dios es Dios en sí­ ni el hombre es hombre. Por eso no se puede hablar de una presencia de Dios en lo distinto de sí­ mismo (en la carne de este mundo). En vez de encarnación hay mezcla o proceso de conjunto en que se pierden todos los niveles de la realidad. Por eso, estrictamente hablando, nadie puede ir de verdad hacia los otros, en gesto de comunicación y entrega plena. Por un lado parece que “todo es caridad”: es vida compartida de los seres del cielo y de la tierra. Pero, al mismo tiempo, falta verdadera caridad, entrega sacrificada y creadora de uno al otro.

4) Eso significa que no puede hablarse de Misterio pascual. Ni existe Cruz como entrega verdadera de Cristo por los hombres, pues cada uno ha de hacer su propio camino de purificación solidaria. Ni existe resurrección como triunfo fundante del Cristo, Hijo de Dios, que ofrece su campo de amor y de vida al resto de los hombres. En vez de eso se habla de una especie de proceso universal de salida y retorno, de despliegue en que nosotros somos un momento (una partí­cula) de ese gran “ritmo divino”.

5) Difí­cilmente puede hablarse aquí­ de una moral estricta, es decir, de un proceso de autoconfirmación humana en el plano de la ley y de la gracia. Ni hay AT como espacio de vida en el que Dios nos pone ante la urgencia de la ley (“coloco ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte”) para realizar de una manera radical nuestro camino. Ni hay tampoco NT de la gracia de Cristo entendida como amor que se regala, abriendo al hombre un nuevo espacio de ser en el misterio de la pura donación y del regalo pleno de la vida.

6) Parece muy normal que el esoterismo acabe siendo lugar de superstición curiosa. Donde falta la fe en Dios, entendida como respeto por la transcendencia y como pura confianza ante su gracia, surge la necesidad de conocer por experiencia lo que soy (o lo que somos). Por eso es muy frecuente la salida hacia la magia unida a los diversos tipos de espiritismo: queremos conocer nuestro lugar en el proceso cósmico de los espí­ritus, queremos escuchar la voz y sentir la presencia de iniciados superiores; por eso buscamos la manera de describir y precisar la “verdad” del mundo de los sueños, de los viajes astrales, de las reencarnaciones. Una vez que se ha empezado en esa lí­nea es normal que sequiera contar la historia de Jesús como aventura de un supraterreste que ha bajado a dar ejemplo a los espí­ritus más pobres (menos evolucionados) de este planeta. También será normal que se describan mundos fantásticos de evolución espiritual, ciclos de estrellas purificadoras, viajes y mil viajes planetarios que parecen conducirnos más al centro del sistema de la vida. Se mezclan así­ dioses y “ovnis”, revelaciones angélicas y curiosidades magnéticas, culturas antiguas y manifestaciones de espí­ritus que vienen de otros mundos mentales. El hueco que ha dejado la falta de un auténtico Dios (de lo sagrado verdadero) quiere así­ llenarse con el amontonamiento cuantitativo de nuevos espacios pseudosagrados.

7) Es posible que al fondo de todo haya de verse una regresión sociopolí­tica. Allí­ donde los hombres pierden el ideal ético de la justicia trabajada con esfuerzo cada dí­a, allí­ donde se afanan por lograr los primeros puestos de la administración polí­tica y la vida económica, ellos tienden a identificar su privilegio con una especie de razonamiento psudoteológico: forman parte de una casta superior, son portadores de una especie más excelsa de sabidurí­a que ahora está brotando sobre el mundo. Ciertamente, algunas de las agrupaciones esotéricas han buscado y siguen buscando el progreso; baste con pensar en los diversos tipos de masonerí­a y en eso que algunos describen ahora como la “conspiración de Acuario”. Pero en el fondo se trata de grupos elitistas: falta en ellos la justicia interpretada como apertura hacia todos, como participación universal en las tareas y en los bienes de la tierra, falta la fe en el valor de los más pobres.

Algunos han pensado que los esoterismos acaban siendo reflejo del poder establecido, como signo del despotismo ilustrado de los grandes imperios del momento. No es fácil probar esta afirmación. Pero resulta mucho más dificil refutarla. Donde no hay Dios auténtico los hombres tienden a caer en manos de los pobres y pequeños dioses del momento, en manos de una confusa dictadura cultural de tipo espiritualizante.

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Xabier Pikaza

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano