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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

Espiritualidad especí­fica del sacerdote ministro

La espiritualidad especí­fica de cada vocación deriva de las realidades de gracia que en ella se han recibido. Quien ha recibido el sacramento del orden, está llamado a vivir lo que es (su consagración) y lo que hace (su misión). A estas realidades de gracia se añaden las que corresponden al hecho de ser miembro de una Iglesia particular, de un Presbiterio, de una comunidad o institución, siempre en relación de dependencia respecto a los sucesores de los Apóstoles, especialmente al propio obispo y al Papa.

La espiritualidad especí­fica o estilo de vida del sacerdote deriva, pues, de su consagración y acción ministerial. Es espiritualidad eminentemente «pastoral», como transparencia de la caridad del Buen Pastor y «ascesis propia del pastoral de almas» (PO 13). Por esto es una espiritualidad que se realiza «ejerciendo los ministerios incansablemente en el Espí­ritu de Cristo» (PO 13). Esta espiritualidad es «unidad de vida» o armoní­a y equilibrio entre la vida interior y la acción directa (PO 14). Tiene su punto central en la Eucaristí­a, como «fuente y cumbre de la evangelización» (PO 5).

Caridad pastoral y lí­neas básicas

La caridad pastoral es la clave de la espiritualidad sacerdotal (PO 12-14; PDV 21-24). De ella derivan unas lí­neas maestras que califican el estilo espiritual y pastoral del sacerdote. Es la vida según el Espí­ritu (cfr. Gal 5,25), que corresponde al ser y al obrar sacerdotal.

Las lí­neas fundamentales en que se concreta esta espiritualidad sacerdotal, son las siguientes consagración para la misión y el servicio (PO 1-2, 4-6); actitud relacional con Cristo, en sintoní­a con su caridad pastoral o amor sacerdotal al Padre en el Espí­ritu y a toda la humanidad (PDV 49); seguimiento evangélico como imitación de las virtudes del Buen Pastor, para compartir esponsalmente su misma vida de caridad pastoral (PO 15-17; PDV 7-30); vida de comunión eclesial (en el misterio de la Iglesia comunión y misión) (PO 7-9,14); disponibilidad misionera «para el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia» (LG 28; cfr. PO 10; OT 20; AG 38-39; EN 68; RMi 63-64, 67-68; PDV 16-18, 31-32).

Según la «vida apostólica»

El sacerdote es signo transparente de la vida evangélica del Buen Pastor, que amó hasta «dar la vida» (caridad pastoral), dándose él (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como consorte o Esposo (virginidad) (Jn 10; Mt 8,20; Jn 4,34; Mt 9,15). Así­ fueron llamados a vivir los Apóstoles y sus sucesores, en seguimiento evangélico radical, comunión fraterna y disponibilidad misionera (Mt 4,19ss; 19,27ss; Mc 3,14; PDV 15-16, 60), para compartir esponsalmente la misma vida del Señor (Mc 10,38; PDV 22, 29) y llegar a ser signo de cómo amó él (Jn 17,10; PDV 49).

Esta realidad de signo es también «relacional» o contemplativa, de profunda amistad con Cristo (Jn 15,14; Mc 3,14; 1Jn 1,1ss; PDV 12,25; Dir 38-42), como de quien vive de su presencia (Mt 28,20; Mc 16,20).

Todo sacerdote, además de ser signo personal de Cristo, es también signo comunitario (especialmente en el Presbiterio), dentro de la realidad de Iglesia comunión (Lc 10,1; Jn 17,21-13; PO 8; PDV 17, 31, 74-80; Dir 25-29). La vivencia de esta realidad de comunión se convierte en signo eficaz de evangelización. Por participar del sacerdocio y misión de Cristo, así­ como por participar en la sucesión apostólica, ser cooperador directo del Obispo y estar incardinado en la Iglesia particular, el sacerdote ha de estar disponible para la misión local y universal (Mt 28,19-20; LG 28; PO 10; PDV 17, 32; Dir 45-56).

Espiritualidad sacerdotal mariana

Por el hecho de ser «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), para transmitir la vida nueva el Espí­ritu, el sacerdote vive esta espiritualidad estrechamente unida a la maternidad de la Iglesia (PO 6; cfr. Gal 4,19) y, por tanto, encuentra en Marí­a su modelo y su Madre (cfr. PO 18; OT 8; PDV 82).

La relación de Marí­a con el sacerdote ministro se basa en este triple dato consagración, función, vivencia. Marí­a es Madre de Cristo Sacerdote, de cuya consagración, acción salví­fica y estilo de vida participa el sacerdote ministro (cfr. PO 18). La consagración sacerdotal de Cristo ha tenido lugar en el seno de Marí­a (por la unión hipostática); el mismo Señor ha querido asociar a Marí­a en su acción salví­fica y ha querido que ella compartiera su misma vida y misión (Lc 2,35; Jn 19,25). En este sentido, se puede comprender la afirmación frecuente en el magisterio sobre Marí­a como Madre especial del sacerdote ministro, puesto que «Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discí­pulo» (OT 8).

Referencias Caridad pastoral, espiritualidad, espiritualidad mariana del apóstol, espiritualidad misionera, Iglesia particular, Orden, Presbiterio, sacerdocio, sacerdocio ministerial, sacerdote diocesano, vida apostólica.

Lectura de documentos PO 12-18; OT 8-12; PDV 19-33; Directorio 34-68. Encí­clicas sacerdotales.

Bibliografí­a AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE, 1989); AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio (Madrid, EDICE, 1987); J. CAPMANY, Apóstol y testigos, reflexiones sobre la espiritualidad y la misión sacerdotales (Barcelona, Santandreu, 1992); M. CAPRIOLI, Il sacerdozio. Teologia e spiritualití  (Roma, Teresianum, 1992); CL. DILLENSCHNEIDER, Teologí­a y espiritualidad del sacerdocio (Salamanca, Sí­gueme, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Teologí­a de la espiritualidad sacerdotal ( BAC, Madrid, 1991); Idem, Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 1991); A. FAVALE, El ministerio presbiteral, aspectos doctrinales, pastorales y espirituales (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989); J. GARCIA VELASCO, El sacerdocio en el plan de Dios (Salamanca, Sí­gueme, 1974); J. GEA, Ser sacerdote en el mundo de hoy y de mañana (Madrid, PPC, 1991); L.E. HENRIQUEZ, El ministerio sacerdotal (Caracas 1985); R. SANCHEZ CHAMOSO, Ministros de la Nueva Alianza (Bogotá, CELAM, 1993); M. THURIAN, L’identití  del sacerdote (Casale Monferrato, PIEMME, 1993).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Los sacerdotes, en virtud del sacramento del orden, quedan habilitados para realizar un ministerio especí­fico en favor del pueblo de Dios, en relación con la transmisión de la salvación con el anuncio de la Palabra, la administración de los sacramentos y la dirección de la comunidad cristiana (LG 28a).

A los que reciben el signo sacramental de la imposición de manos se les confiere un » carisma «, cuya existencia atestiguan las cartas pastorales, donde se habla del «don espiritual» o del ,don de Dios»: un don que no hay que descuidar, sino que ha de reavivarse continuamente (cf 1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6). Este «don espiritual», que proviene del Espí­ritu Santo, expresa una modalidad nueva de presencia y de acción del mismo Espí­ritu, que repercute en el ser y en el obrar del sacerdote. Este acontecimiento de gracia produce ante todo en el sacerdote una novedad existencial, es decir, la novedad de su ser en Cristo, configurándolo con él como ministro y representante suyo.

a) Exigencia de santidad. Cristo es modelo de la santidad sacerdotal. El sacerdote, por su configuración con Cristo, sumo y eterno sacerdote, tiene que esforzarse en conseguir la santidad subjetiva, mortificando en sí­ mismo las obras de la carne y comprometiéndose sin reservas en el servicio a los hermanos (cf. PO 12b).

La espiritualidad del sacerdote di mana del ministerio especí­fico que está llamado a cumplir en la Iglesia al servicio del Reino de Dios en el mundo y se expresa en la caridad pastoral:
«Como guí­as y pastores del pueblo de Dios, son incitados por la caridad del buen Pastor, que los empuja a dar la vida por sus ovejas, dispuestos incluso al supremo sacrificio, a ejemplo de aquellos sacerdotes que, aun en nuestros dí­as, no se negaron a entregar sus vidas…» (PO 13).

b) La vida interior del sacerdote. Es el ministerio lo que caracteriza a su espiritualidad. En el ejercicio de su ministerio, el sacerdote construye y madura su espiritualidad.

y por tanto su santidad personal. El sacerdote debe dejarse interpelar y transformar por la Palabra de Dios. Y la lectura meditada tendrá que llevar a la interiorización del mensaje revelado. Por consiguiente, todo esto tiene que llevarlo a la contemplación amorosa y a un anuncio convencido del designio salví­fico de Dios sobre cada individuo y sobre la humanidad entera.

La preparación a través de la escucha y de la meditación de la Palabra prepara el camino hacia el ministerio de los sacramentos, destinados a hacer de las gentes «una ofrenda consagrada por el Espí­ritu Santo, agradable a Dios» (Rom 15,16).

c) Paternidad espiritual. El sacerdote unido a Cristo se convierte en artí­fice de la regeneración espiritual de los hombres y de la formación del pueblo de Dios. Uno de los campos preferidos en que el sacerdote puede ejercer la paternidad espiritual es el de la dirección espiritual, sacramental o extrasacramental. Esta paternidad espiritual potencia y orienta en sentido especí­ficamente apostólico aquella capacidad de amar y de entregarse que existe en el interior de todo ser humano.

d) Ascesis sacerdotal. El ministerio del sacerdote será eficaz en la medida en que realice en su vida las instancias evangélicas de la ascesis cristiana. El ministro tiene que colaborar con Dios en la obra de su propia santificación, aceptando las exigencias de compromiso personal, de mortificación y de espí­ritu de sacrificio que supone – esta cooperación, recordando las palabras de Jesús: » El que quiera venir en pos de mí­, que renuncie a sí­ mismo, que cargue con su cruz de cada dí­a y me siga» (Lc 9,23).
A. Tomkiel

Bibl.: J Esquerda Biffet, Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos l 985; A, Marchetti, Sacerdote, en DE, III, 3l6-332; G.Thils, Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, San Esteban, Salamanca l 960; AA. VV , El presbí­tero en la Iglesia hoy, Atenas, Madrid l994; Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbí­teros (3l de enero de l ~44), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano l 994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico