Biblia

EVANGELIOS APOCRIFOS

EVANGELIOS APOCRIFOS

La existencia de perí­odos de la vida de Jesús de los que los Evangelios canónicos no se ocupan así­ como la brevedad con que se refieren episodios como los cuarenta dí­as posteriores a la resurrección o el tiempo pasado a solas con los discí­pulos, motivó una curiosidad popular por saber más acerca de ellos. Tales lagunas fueron también terreno fácil para injertar en la doctrina cristiana elementos heréticos que así­ se veí­an dotados de un fachada de autenticidad de la que carecí­an. Fruto de ese interés popular, por un lado, y de la astucia de los herejes, por otro, es el género de los Evangelios apócrifos. Entre éstos se pueden mencionar el Evangelio de los Hebreos (no ha llegado hasta nosotros si bien sabemos que tení­a relación con Mateo y que era utilizado por los ebionitas debiendo datarse su redacción a finales del s. I o inicios del s. II), el de los egipcios (gnóstico, de finales del s. II según C. Vidal Manzanares), el ebionita (identificado por Quasten con el de los Doce Apóstoles, datado a inicios del s. III, se manifiesta opuesto a los sacrificios leví­ticos), el de Pedro (del s. II, sufrí­a de cierta influencia docética. Al parecer, en él los hermanos de Jesús eran identificados con hijos de José tenidos de una esposa anterior a Marí­a), el de Nicodemo (escrito en torno al s. V, parece ser una respuesta cristiana a un libelo anticristiano publicado durante la persecución de Maximino Daia en 3ll ó 312), el Protoevangelio de Santiago (de enorme influencia posterior ya que, como ha señalado C. Vidal Manzanares, constituye el principal aporte escrito del judeo-cristianismo a la mariologí­a.

Este mismo autor ha señalado la posibilidad de que se trate de un intento de defensa de la legitimidad de Jesús frente a las calumnias judí­as. En él se defiende por primera vez la idea de la virginidad de Marí­a antes, durante y después del parto. Su datación ha de situarse, como mí­nimo, en el s. II. El Decreto gelasiano del s. VI lo declaró herético. No obstante, su aporte a la liturgia católica es considerable), el de Tomás (gnóstico, C. Vidal Manzanares lo ha datado en el s. II, pero algunos especialistas lo retrotraen al s. I e incluso lo sitúan antes de la redacción de alguno de los evangelios canónicos. Sin duda es el más importante de los Evangelios apócrifos, y ha conservado algunos dichos de Jesús no recogidos en otras fuentes y que cuentan con la posibilidad de ser originales), el Evangelio árabe de la infancia de Jesús, la Historia árabe de José el Carpintero (hacia el s. IV-V), el Evangelio de Felipe (gnóstico, se puede datar en la segunda mitad del s. III); el de Matí­as (anterior a la época de Orí­genes), el de Bernabé (del que no nos ha llegado nada si bien sabemos que el Decreto Gelasiano lo consideró apócrifo), el de Bartolomé (un conjunto de diálogos en el que diversos personajes, incluido Satanás, responden a las preguntas del autor acerca del descenso de Cristo a los infiernos), el de Andrés (gnóstico), el de Judas Iscariote (gnóstico), el de Tadeo, el de Eva (gnóstico), el de Basí­lides (gnóstico), el de Cerinto (gnóstico), el de Valentí­n (gnóstico) y el de Apeles (gnóstico). En su conjunto todas estas obras, si bien nos permiten acceder al pensamiento de algunos grupos heréticos, especialmente los gnósticos, carecen de validez histórica a la hora de estudiar la figura y la enseñanza de Jesús, con la excepción — que ha de ser muy matizada-del Evangelio gnóstico de Tomás en el que, no obstante, la coloración heterodoxa obliga a desconfiar de la fuente. Ver Gnosticismo.

VIDAL MANZANARES, César, Diccionario de Patrí­stica, Verbo Divino, Madrid, 1992

Fuente: Diccionario de Patrística