Biblia

EVANGELIOS, CRITICA DE LOS

EVANGELIOS, CRITICA DE LOS

Todo estudio cientí­fico de la -> Escritura (del contenido, de la forma, de las fuentes) se ve confrontado con el hecho de que la Biblia ante todo quiere ser un testimonio de fe para creyentes, o sea, la función kerygmática de sus enunciados tiene la primací­a sobre el afán de objetividad «histórica». Como en los siglos xviii y xix el horizonte de la problémática era distinto de éste, en ese tiempo se hicieron una y otra vez intentos de escribir biografí­as del Jesús histórico, que generalmente fue visto a la luz de la filosofí­a coetánea (ilustración, idealismo, romanticismo, optimismo cultural y crí­tica de la cultura, etcétera); en consecuencia, los testimonios de las fuentes que no coincidí­an con la tendencia fundamental de la concepción respectiva, fueron interpretados con cierta arbitrariedad o explicados como un complemento mí­tico (Reimarus, Lessing, Reinhard, Herder, Paulus, Schleiermacher, Strauss, Renan, etc.). El balance de estos esfuerzos lo hizo A. Schweitzer, con su Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, T 1906 (Historia de la investigación de la vida de Jesús). La ocupación con las fuentes de los -» sinópticos y el Evangelio de -> Juan, con la historia de la redacción y de las -> formas, con el problema de la -> desmitización (-> interpretación existencial) y la -> hermenéutica bí­blica, tuvo como consecuencia que disminuyeran los escritos relativos a la investigación de la vida de -> Jesús. Pues, en efecto, la -> exégesis histórica y crí­tica condujo al conocimiento de que los Evangelios no son fuentes históricas, en el sentido de que ellos no se preocupan primordialmente por la fidelidad histórica o por componer una biografí­a a la manera moderna, sino que primariamente son signos de una reflexión teológica, que resalta lo esencial de la profesión de fe en Jesucristo y en la significación de su obra, sobre todo de su cruz y resurrección, para la respectiva situación de la comunidad, en la que el Cristo glorificado está presente «con su voluntad, su fuerza y su palabra» (G. BoRNKAMM, Jesus von Nazaret [T 1956] p. 14). Esta «tendencia a actualizar» la persona y el mensaje de Jesús en la fe y teologí­a de la Iglesia primitiva y sus testimonios, dificulta el acceso al Jesús histórico, aunque no lo hace imposible y, sobre todo, no cierra el camino hacia su mensaje, que está presente en el ->kerygma de los Evangelios.

La c. de los E. comenzó su trabajo con los sinópticos, pues éstos, a causa de su dependencia literaria entre sí­, plantean aproximadamente los mismos problemas (historia de las formas y de la redacción, etc., y sobre todo el problema del Jesús histórico), mientras que el Evangelio de –> Juan es con toda evidencia testimonio de una posterior reflexión teológica autónoma.

I. Crí­tica textual
Los Evangelios han llegado a nosotros en más de 12 000 copias manuscritas – anteriores a la invención de la imprenta – totales o parciales, en lengua original o en versiones antiguas (cf. versiones de la -> Biblia, G). El cotejo de estos códices entre sí­ y con las innumerables citas contenidas en las obras de los antiguos escritores cristianos, ha descubierto un texto fielmente transmitido, que es sometido a una constante comprobación nueva en las actuales ediciones crí­ticas.

II. Crí­tica literaria
La crí­tica literaria investiga el autor, el lenguaje, el estilo, la redacción, la tendencia teológica y los destinatarios de los Evangelios, así­ como la «función en la vida» de la comunidad de determinadas unidades literarias, entre otros puntos. Estudia además la dependencia mutua y los influjos literarios provenientes de fuera (->géneros literarios). Se ha puesto de manifiesto que los modelos para la manera de exposición de los Evangelios han de buscarse preferentemente en los libros sagrados del AT, en los escritos rabí­nicos y en la anterior literatura hebrea extrabí­blica. Estos contactos literarios se descubren sobre todo en la formulación de la catequesis oral, previa a la consignación por escrito; sin duda alguna los sinópticos dependen en gran parte de ella (cf. historia de las ->formas).

III. Crí­tica histórica
Pero el problema fundamental de los Evangelios es el que aborda la crí­tica histórica. ¿En qué medida los Evangelios, en los que está reflejada la fe de la comunidad cristiana del primer siglo, nos dan la imagen exacta del Cristo histórico? ¿Qué papel pudo desempeñar la fe de los evangelistas o de los autores de la catequesis primitiva en una posible idealización del Cristo histórico (kerygma)? En orden a la solución de esta pregunta hemos de anteponer la siguiente reflexión.

Para el creyente es incuestionable la inerrancia de los libros inspirados por Dios y, por tanto, de los Evangelios. Pero la inerrancia bí­blica consiste, no en la conformidad exacta de las palabras textuales con la realidad objetiva, sino en la perfecta adecuación entre lo que el autor intenta decir y esa misma realidad. La intención subjetiva del autor inspirado es la que en virtud de la inerrancia debe estar de acuerdo con la realidad. Por ello no se pueden confundir la inerrancia y la historicidad. Si el autor no pretendió escribir historia o sólo pretendió escribirla en medida muy limitada, en virtud de la inerrancia no se le puede exigir historicidad, y menos todaví­a una historicidad total. Toda la Biblia está exenta de error, pero no toda ella es histórica. No caben grados en la inerrancia, que se mide por la intención y exige que ésta responda a la realidad; pero sí­ en la historicidad, que puede ser – sin mengua de la inerrancia – mayor, menor o nula, según la intención del hagiógrafo. Los Evangelios, como libros inspirados, son en todo verdad y no pueden contener error. Pero el ámbito y el grado de su historicidad objetiva dependen de la intención de sus autores, y ésta se descubre a través y en función del género literario que emplearon. El cometido, pues, de la crí­tica histórica, aplicada a los Evangelios, consiste en averiguar el grado de esa intención de historicidad objetiva en sus autores.

Para ello conviene tener en cuenta el doble estadio o estrato redaccional de los Evangelios, según la instrucción de la p.c. bí­blica de 21 de abril de 1964 (AAS 56 [1964] 712-718): el de la composición escrita a cargo de los evangelistas, y el de la previa catequesis oral apostólica que éstos recogen.

1. En la actividad de los evangelistas hay que distinguir un doble aspecto: el empleo respetuoso de la catequesis anterior; y la ordenación y explicación de los hechos conforme a la finalidad especial que cada uno se propone, teniendo en cuenta las circunstancias del momento al que va destinada su predicación escrita. La mayorí­a de los materiales que los evangelistas sinópticos emplean habí­an adquirido ya una forma redaccional estereotipada por obra de la catequesis oral. Ellos la respetan. Recuérdese el testimonio de Papí­as a propósito de Marcos: «Marcos, intérprete de Pedro, escribió con diligencia las cosas que recordaba. Pero no por el orden con que fueron dichas y hechas por el Señor. El no habí­a oí­do al Señor ni le habí­a seguido, sino que, más tarde – como dije – estuvo con Pedro, quien predicaba el Evangelio según las exigencias de sus oyentes, sin propósito de referir con orden los dichos y hechos del Señor. Marcos no erró al reproducir algunas cosas como las recordaba. Su plan fue no omitir nada de lo que habí­a oí­do, ni, menos todaví­a, falsearlo» (citado por Eusebio, Hist. Eccl., 3, 39; MG 20, 300). La preocupación histórica de los sinópticos fue la de reproducir exactamente la catequesis o, en todo caso, los testimonios «de los que, desde el principio, fueron testigos oculares y ministros de la palabra» (Lc 1, 2). Y así­ sus relatos descubren filológicamente un fuerte sustrato semí­tico, anterior a la difusión del cristianismo por el mundo helénico. La vida social, las costumbres religiosas y las corrientes del pensamiento allí­ subyacentes, pertenecen a un perí­odo anterior a los profundos cambios introducidos en Palestina por el desastre del año 70. La comparación con los escritos paulinos (–>Pablo, cartas de) pone de manifiesto el carácter arcaico de la catequesis recogida en los Evangelios, que presenta a Jesús en un ambiente todaví­a lejano de las instituciones eclesiásticas y de la sistemática preocupación doctrinal, las cuales aparecen ya desarrolladas en las cartas del apóstol. Todo esto garantiza la fidelidad histórica de los evangelistas a la anterior catequesis oral, y refuta la hipótesis de una idealización llevada a cabo por los mismos evangelistas, o en el estadio inmediatamente anterior a la fijación escrita.

2. ¿Y qué decir de la anterior catequesis oral, en la que ya se percibe una clara labor redaccional? Ante todo no tenemos ningún motivo para negar que los configuradores de esta tradición estuvieran bien informados. Sin embargo, la finalidad parenética de la predicación oral, que evidentemente partió de hechos históricos, nos prohí­be atribuir sin más a esta catequesis la intención de una estricta objetividad histórica. La catequesis se preocupaba más por la verdad contenida en los hechos fundamentales de la fe cristiana, particularmente en la cruz y la resurrección, bajo cuya luz se vieron y ordenaron en forma nueva las palabras y acciones de Jesús, que por una exacta reconstrucción histórica de su persona y obra. Papí­as, en el texto antes citado, advierte que «Pedro predicaba el Evangelio según las exigencias de sus oyentes, sin propósito de referir con orden los dichos y hechos del Señor». Y estos oyentes se interesaban sobre todo por el hecho de la –> resurrección, que significaba para ellos la única salvación. También la dependencia de modelos literarios semí­ticos, sobre todo del AT, muestra cuán dudoso resulta que los Evangelios sean «historia objetiva» en el sentido actual.

Recuérdese, p. ej., la tendencia del AT a «escenificar» pruebas internas o revelaciones divinas, haciéndolas así­ «espaciales» y «palpables». Así­, ciertas narraciones de los Evangelios – como, p. ej., las tentaciones de Cristo o el anuncio de los ángeles en la historia de Lucas sobre la infancia- aparecen bajo una nueva luz. Sin embargo, la negación de la historicidad substancial de estos hechos equivaldrí­a a llevar las conclusiones más allá del alcance de las premisas. Pero quien tomara al pie de la letra estos relatos, sin tener en cuenta el género literario en que fueron redactados – con evidente influencia midrásica -, como decí­a la pontificia comisión bí­blica a propósito de los 11 primeros capí­tulos del Génesis, aplicarí­a indebidamente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados» (carta al cardenal Suhard de 16 de enero de 1948: AAS 40 [19481 47). En consecuencia, la aplicación de la crí­tica histórica a los Evangelios no sólo es legí­tima, sino también necesaria. Pero únicamente tiene sentido si no pone a priori en tela de juicio la fe en que se fundamentan los escritos del NT, ni pretende demostrar a la fuerza una estricta historicidad objetiva en todos los casos; pues los Evangelios son un relato creyente y un kerygma actualizado, en el que ya la primitiva Iglesia se entiende como intérprete de la salvación. La tarea de la crí­tica consiste más bien en buscar la «historia de Jesús» como fundamento de la verdad en medio del esfuerzo kerygmático de los evangelistas; pues esa verdad es lo que ellos quisieron proclamar realmente. Y consiste además en traducir a nuestra moderna visión de la historia la imagen del Jesús histórico que los Evangelios presentaron según los cánones literarios de su tiempo. Para esta tarea la exégesis tiene necesidad de libertad en la investigación cientí­fica (cf. Divino afflante Spiritu: AAS 35 [19431 321), aun cuando sus tesis a veces acarreen dificultades para el dogma y la fe (las cuales, sin embargo, con frecuencia se resuelven rápidamente si se tiene en cuenta el fin hipotético y heurí­stico de muchas de esas tesis). En último término, tales dificultades exigen simplemente que se aborde de nuevo el problema de la relación entre exégesis y dogmática, que hasta ahora no ha sido resuelto definitivamente (->Escritura 111). Véase también –>hermenéutica bí­blica, ->desmitización, -> teologí­a bí­blica.

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Salvador Muñoz Iglesias

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica