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EVANGELIZACION

EVANGELIZACION

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Acción y efecto de evangelizar. Se considera como una misión de la Iglesia en el mundo y, en consecuencia, como un derecho y un deber de todos los miembros de la comunidad cristiana, en función del bautismo recibido.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
 
La palabra euaggelion, que significa «evangelio» o «buena noticia», aparece 72 veces en el Nuevo Testamento, 54 de ellas en el corpus paulino. Tiene una amplia gama de significados: el mensaje cristiano en su conjunto (Mc 1,1); la buena noticia de Jesús (2Cor 4,4) o de Pablo (2Cor 4,3); es para todos (Mc 13,10; 16,15); es una revelación de Dios (Gál 1,11-12), que ha de ser creí­da (Mc 1,15) y proclamada (1Cor 9,14.16.18). Hay que arriesgarlo todo por el evangelio (Mc 8,35; Rom 1,16), servirlo (Rom 1,1; 15,16), defenderlo (Flp 1,7.16); se le pueden poner obstáculos (1Cor 9,12), se le puede rechazar (Rom 10,16) o distorsionar (Gál 1,6-7). Euaggelion es la buena noticia de la verdad (Gál 2,5.14), de la esperanza (Col 1,23), de la paz (Ef 6,15), de la promesa de Dios (Ef 3,6), de la inmortalidad (2Tim 1,10), de la resurrección de Cristo (1Cor 15,1ss.; 2Tim 2,8) y de la salvación (Ef 1,13). [En definitiva, Evangelio en el Nuevo Testamento designa la noticia que se refiere a Dios o que proviene de El y se convierte en un término técnico para referirse al mensaje acerca de Jesucristo. Por tanto, no se refiere sólo a la predicación, sino a la nueva realidad que Dios ha introducido en la historia humana, y por esto equivale al contenido de la misma fe cristiana.] El pensamiento maduro de santo Tomás de Aquino resume el evangelio como el conjunto de todo lo que se refiere a la gracia del Espí­ritu Santo.

La palabra «evangelización», que no aparece en el Nuevo Testamento, fue usada, aunque discretamente, por el Vaticano II [ya que sólo se encuentra una sola vez en la LG, de las treinta y una que aparece en todo el Concilio. Será su sinónimo la palabra «misión» que tiene la primací­a por sus más de ciento cuarenta usos –entre los cuales veintisiete en LG–]. El Vaticano II, en efecto, afirma que es tarea especialmente de los obispos promover la evangelización por medio de los fieles (CD 6); está asociada a la santificación en la misión propia de los laicos (AA 2, 6, 20, 26; LG 35); los sacerdotes han de aprender métodos de evangelización (PO 19) y tomar conciencia de que la eucaristí­a es la fuente y la cumbre de la evangelización (PO 5). Pero es sobre todo en el decreto sobre las misiones donde aparecen los principales perfiles de la evangelización: «El fin propio de la actividad misionera es la evangelización y la implantación de la Iglesia» (AG 6); «la Iglesia tiene la obligación y el sagrado derecho de evangelizar» (AG 7); los catecúmenos tienen que comprometerse en la labor eclesial de la evangelización (AG 14); a los catequistas les corresponde una parte importante en la tarea de la evangelización (AG 17), así­ como a los laicos (AG 21); la evangelización por parte de los individuos y los institutos brota de un carisma del Espí­ritu (AG 23); se alaba la labor de los institutos misioneros en el terreno de la evangelización (AG 27) y se esboza el papel de la entonces Congregación de Propaganda Fidei (AG 29); «la evangelización es un oficio fundamental del pueblo de Dios» (AG 35-36); los obispos han de enviar sacerdotes a la evangelización misionera (AG 38), los sacerdotes han de fomentar la evangelización entre los fieles (LG 39); los institutos religiosos contemplativos y activos, así­ como los institutos seculares, desempeñan un papel capital en la evangelización del mundo (AG 40). Por último, la labor misionera se describe como la edificación de Iglesias jóvenes, de modo que estas puedan a su vez continuar la labor de evangelización (LG 17).

El tercer sí­nodo ordinario de los obispos (1974) abordó el tema de la evangelización; tras él se publicó la gran exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi (EN, 1975). La EN, uno de los mejores documentos pontificios del siglo, recapitula la enseñanza del Vaticano II en clave de evangelización, aunque destacando con mayor nitidez aún los temas: el primer evangelizador es Cristo (EN 6-13, 15); «evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14). Y también: «La evangelización es algo inherente a la auténtica naturaleza de la Iglesia» (EN 15). La evangelización es un proceso complejo que supone la renovación de la naturaleza humana, el testimonio, la proclamación pública, la aceptación sincera y cordial de la comunidad de la Iglesia y la incorporación a la misma, la adopción del signo exterior y los trabajos apostólicos (EN 24). La exhortación pone especial énfasis en el testimonio (EN 21, 41, 66, 69, 76…), pero subraya, [especialmente después de una de las mejores descripciones del valor evangelizador del testimonio, desde un punto de vista fenomenológico, existencial y espiritual (EN 21)], que «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios» (EN 22). El papa relaciona además la evangelización con temas importantes que se han planteado en la Iglesia posconciliar: la cultura (EN 18-20), la liberación (EN 29-39), la religiosidad y la piedad populares (EN 48), las comunidades cristianas de base (EN 58), la >inculturación (EN 63-64), el >pluralismo (EN 65-66). Hay, por último, un largo y bello pasaje que trata de la obra del Espí­ritu Santo en la evangelización (EN 74-75).

La tercera asamblea general de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), celebrada en Puebla en 1979, se dedicó a tratar de la evangelización. Habí­a notables avances en la EN que se habí­an convertido ya en ideas clave en relación con los pobres (EN 76). Partiendo de la realidad cotidiana de opresión y dependencia, proponí­a la liberación y la evangelización liberadora como respuesta crí­tica (nn 470-506). En importantes pasajes se valoran positivamente las comunidades de base (nn 96-97, 619-643) y la religiosidad popular (nn 444-469). La conferencia manifestaba una opción preferencial, no exclusiva, por los pobres (nn 1134-1165) y los jóvenes (nn 1166-1205). Los pobres son al mismo tiempo objeto de la evangelización y agentes de la misma (nn 707, 1130, 1141-1147). El potencial de los pobres para enriquecer a la Iglesia se desarrollarí­a en los años siguientes a Puebla. El tema de la evangelización volvió a ser abordado por la asamblea del CELAM celebrada en Santo Domingo en 1992, en la que se hicieron patentes a su vez algunas de las reflexiones motivadas por el V centenario del descubrimiento, explotación y evangelización de Latinoamérica.

El papa Juan Pablo II llamó a una década de evangelización antes del año 2000. Resultado de ello fue la oficina romana Evangelización 2000, que estimula el establecimiento de escuelas de evangelización en distintas partes del mundo. Otro resultado fue «Lumen 2000», que se encarga de la utilización de los medios electrónicos de comunicación. Ambas han sido criticadas por desatender la dimensión social de una evangelización integral.

Al parecer, el Papa usó por primera vez el término «nueva evangelización» en 1979. En 1983 dijo que la novedad residí­a en su vigor, sus métodos y su expresión. Unos años más tarde desarrolló más esta idea»: ha de ser nueva por su renovado ardor, procedente de una mayor unidad con Cristo y una mayor confianza en su poder; nueva por sus métodos, que impliquen a todos en la Iglesia; nueva en su expresión, al adquirir los cristianos un sentido más intenso de su propia identidad y transmitir unmensaje relevante que incluya el compromiso con la justicia. La exhortación possinodal sobre la vocación y la misión de los laicos, Christifideles laici (Chl, 1988), habla de reevangelización (Chl 34, 64). El lenguaje de la evangelización adquiere nueva claridad en la encí­clica sobre las misiones, Redemptoris missio (RMi). Tres situaciones son las que tiene que afrontar la >misión de la Iglesia. Hay pueblos, grupos y contextos socioculturales en los que Cristo y su evangelio no son conocidos; es esta la misión ad gentes en el sentido propio del término. Están en segundo lugar las comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas; en ellas la Iglesia lleva a cabo su labor pastoral. «Se da, por último, una situación intermedia, especialmente en los paí­ses de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su evangelio. En este caso es necesaria una «nueva evangelización» o «reevangelización»» (RMi 33). Aunque la encí­clica aporta nueva luz, son ideas que se encuentran ya germinalmente en el Vaticano II (AG 6).

Sin embargo, esta terminologí­a de «nueva evangelización», o «reevangelización», no es de uso universal. Muchos hablan de «nueva evangelización» en un sentido liberador en el contexto latinoamericano. De hecho, la llamada a la evangelización adopta formas distintas en los diferentes lugares. Sin pretender ser exclusivos, podrí­amos señalar ciertos temas clave según los lugares: en el primer mundo se pone el acento en la ciencia, la tecnologí­a y el capitalismo, por lo que la evangelización tiene que insistir en los valores evangélicos y transcendentes; en los antiguos paí­ses socialistas de la Europa del Este se están produciendo rápidos cambios sociales en culturas que antes eran oficialmente ateas, por lo que la evangelización ha de poner el énfasis en el dinamismo transformador de la fe; en América Latina la situación es de opresión de los pobres, por lo que la evangelización ha de plantearse como transformadora y liberadora; en Asia las grandes religiones (>No cristianos) necesitan ser evangelizadas a través del diálogo y el testimonio de la espiritualidad cristiana, así­ como a través de una concienciación cada vez mayor de la injusticia; en Africa los antiguos paí­ses coloniales están afirmando con orgullo su identidad africana, de modo que la evangelización ha de hacerse por medio de una honda >inculturación del evangelio.

Una vez más sin pretensión de ser exclusivos, pueden distinguirse varios modelos de evangelización. La evangelización es un acto eclesial. Tradicionalmente la evangelización la llevaron a cabo misioneros dirigidos por sacerdotes que transmití­an un evangelio de carácter marcadamente europeo. Los puntos de inserción eran frecuentemente la educación y la atención sanitaria, poniéndose el énfasis en las conversiones y más tarde en el clero nativo. En las décadas recientes se ha puesto el acento en el diálogo con la cultura de los pueblos y en la edificación de la comunidad. En este modelo de evangelización los que se dirigen a un pueblo son más conscientes de las «semillas de la Palabra» sembradas ya por el Espí­ritu Santo. La encí­clica de Juan Pablo II sobre las misiones subraya el valor del diálogo, pero insiste en que este no puede sustituir a la evangelización (RMi 55-57, con 33). El modelo más reciente es el liberador, en el que el mensaje del evangelio es considerado buena noticia para la vida en su integridad. Los pobres ocupan en él un lugar especial: son los destinatarios privilegiados de la buena noticia (cf Lc 4,17; 7,22) y evangelizan a su vez a los evangelizadores.

Poco antes del concilio Vaticano II se distinguieron tres etapas en el proceso de la catequesis: la preevangelización, fase de escucha en la que se despierta el interés y se prepara el terreno; la evangelización propiamente dicha, que conduce a la conversión; y la catequesis, que se ocupa de formar a los cristianos.

Desde las décadas de 1960 y 1970 ha habido mucho interés en la evangelización por parte de los protestantes, aunque ellos prefieren llamarla «evangelismo». Se ha hablado de ello en varios encuentros celebrados por el Consejo Mundial de las Iglesias o auspiciados por él. Es un campo en el que hay amplio espacio para la colaboración y el diálogo permanente.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

La acción evangelizadora

La expresión «evangelizar» indica una acción que hay que realizar como consecuencia de la «misión» (enví­o). En el caso tí­picamente cristiano, es una acción apoyada en la gracia divina. Efectivamente, «Evangelizar» significa anunciar («angello») el gozo o buena nueva («eu») de que Cristo es el Salvador esperado. El «apóstol» (enviado, misionero) tiene la misión de anunciar la Buena Nueva, es decir, de «evangelizar».

Evangelizar es la caracterí­stica de la acción misionera de Jesús «El Espí­ritu del Señor sobre mí­, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18; cfr. 4,43). Esta acción salví­fica de Jesús es anuncio del mensaje y del Reino, cercaní­a a la situación humana concreta, donación sacrificial. El Señor eligió a sus apóstoles para acompañarle y para continuar su acción evangelizadora (cfr. Mc 3,14; Lc 9,6).

La palabra «evangelización» (como substantivo) se empezó a usar en el siglo XIX, pero hoy es frecuente en los documentos magisteriales y en la teologí­a. Ordinariamente se usa como sinónimo de «misión». En los textos bí­blicos se usan diversos términos de acción enviar, evangelizar, proclamar, anunciar, transmitir, testimoniar… Se trata de un contenido polivalente expresado en un contexto más rico que el de las mismas palabras.
Contenidos y objetivo

Si el origen de la misión es el mismo Dios, por Cristo, en el Espí­ritu Santo, el contenido o naturaleza de la misma incluye el encargo («mandato») de realizar una acción salví­fica «evangelizar», es decir, anunciar el gozo de la salvación plena y universal, por medio de Jesucristo su Hijo hecho hombre por nosotros, muerto y resucitado, presente activamente en la Iglesia.

Los elementos fundamentales de la evangelización aparecen en su objetivo o finalidad inmediata «Evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo, mediante el Espí­ritu Santo» (EN 26). Los «elementos esenciales» de la evangelización son el anuncio del Reino de Dios, el anuncio de la salvación liberadora, la llamada a la conversión, la predicación infatigable, los signos salví­ficos… (cfr. EN 7-12; RMi V). Por esto «la evangelización es un paso complejo, con elementos variados renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explí­cito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos… son complementarios y mutuamente enriquecedo¬res» (EN 24).

Llamada a adherirse a Cristo

La evangelización, al anunciar y testimoniar la salvación universal en Cristo, es también una llamada a la adhesión personal a Cristo (por la fe), como proceso de apertura de todo el corazón (conversión), para recibir el bautismo y entrar a formar parte de la comunidad eclesial (Iglesia visible). Por esto la evangelización es una acción permanente que continúa ayudando a la comunidad cristiana a profundizar en la Palabra, celebrar los signos salví­ficos, insertarse responsablemente en la sociedad humana, tender hacia la trascendencia y plenitud en Cristo resucitado.

El objetivo final de la evangelización en la consecución de la gloria de Dios, la «alabanza de su gloria» (Ef 1,6) por la vivencia de sus planes salví­ficos en Cristo. Para llegar a este objetivo, la evangelización se concreta en una acción armónica (acción evangelizadora), asumiendo todos los elementos esenciales que se han señalado, y que tendrá en cuenta las situaciones concretas, los medios o caminos, los responsables o agentes, la cooperación y el espí­ritu con que ha de realizarse esa misma acción.

La evangelización enraí­za en la naturaleza misma de la Iglesia. «Evangelizar consti¬tuye, en efecto, la gracia y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).

Referencias Acción evangelizadora, «Ad Gentes», anuncio, apóstol, apostolado, «Evangelii nuntiandi», Iglesia (misionera), misión, misión «ad gentes», misionologí­a, nueva evangelización, pastoral, «Redemptoris Missio», Reino.

Lectura de documentos AG (todo el documento); EN 19-39; RMi 41-60; CEC 1122.

Bibliografí­a AA.VV., Evangelización y hombre de hoy (Madrid, EDICE, 1986); AA.VV., Haced discí­pulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encí­clica «Redemptoris Missio» (Valencia, EDICEP, 1991); B. CABALLERO, Pastoral de la evangelización (Madrid, PS, 1974); A. CAí‘IZARES, La evangelización hoy (Madrid 1977); M. DAGRAS, Théologie de l’évangélization (Paris, Desclée, 1976); J. ESQUERDA BIFET, Evangelizar hoy, Animadores de las comunidades (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987); Idem, Teologí­a de la evangelización. Curso de Misionologí­a ( BAC, Madrid, 1995); J. GUITERAS I VILANOVA, Evangelització (Montserrat 1985); P. VADAKUMPADAN, Evangelization today (Shillong 1989). Ver otros estudios en acción evangelizadora, misionologí­a, etc.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: 1. Precisión terminológica. -2. Fundamentación teológica. – 3. Historia de la evangelización. – 4. Documentos oficiales sobre la evangelización. – 5. Naturaleza de la evangelización. – 6. Las etapas del proceso evangelizador. – 7 El contenido esencial de la evangelización. – 8. Las mediaciones de la evangelización. – 9. Orientaciones pastorales.

En la etapa postconciliar el concepto de evangelización es el que mejor expresa tanto el conjunto de la misión de la Iglesia como el contenido fundamental de la misma. En el décimo aniversario del Concilio y en la tercera Asamblea General del Sí­nodo de los Obispos, el Papa Pablo VI reflejaba estas preocupaciones nucleares: ¿cómo acercar el mensaje cristiano en la sociedad moderna al hombre de hoy?; ¿cómo hacer para que el evangelio sea la fuerza que aliente la solidaridad humana?; y ¿qué métodos utilizar para que el Evangelio sea más eficaz? Y en este ciclo histórico «la Iglesia, ¿es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para inserirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espí­ritu y eficacia?» (E.N.4).

1. Precisión terminológica
Evangelio significa «buena nueva» y evangelizar hace referencia «al hecho de anunciar la buena noticia»; también significa la recompensa que recibí­a el mensajero por la buena noticia que traí­a. En el mundo secular tiene que ver con las victorias militares y con los beneficios concedidos por el emperador en la celebración de acontecimientos significativos de su reinado. El cristianismo habla de «buena noticia» para referirse a la encarnación del Verbo y para denominar a algunos escritos del Nuevo Testamento, los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas, y Juan.

En los escritos paulinos Evangelio es la buena noticia de que Dios nos ha salvado y reconciliado en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cada uno de los evangelistas acentúa algún aspecto de la evangelización: Marcos insiste en la historia de Jesús como el contenido del Evangelio; Mateo subraya la proclamación del Reino que hace Jesús; Lucas se sitúa en la perspectiva del anuncio del Evangelio como buena noticia para los pobres, pequeños y excluidos; y el evangelista Juan presenta a Jesús como el Camino la Verdad y la Vida para la humanidad y la importancia de ser sus testigos.

En la plenitud de los tiempos Dios Padre envió a su Hijo para anunciar y realizar la salvación del género humano; Jesús de Nazaret constituye un grupo de discí­pulos para que continúen su misión. En Pentecostés enví­a al Espí­ritu Santo que constituye a los discí­pulos en Apóstoles (Mc 3,14, Mt 10, 2.5; Lc 6,13); éstos predican a Jesucristo como el Señor y Salvador.

2. Fundamentación teológica
La persona de Jesús, su testimonio y misión constituyen el fundamento de la misión evangelizadora de la Iglesia y de los cristianos. Recordemos las palabras de Jesús en la sinagoga: «El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ungió para evangelizar a los pobres» (Lc 4, 18; cf. Is 61,1). Para esto ha sido enviado el Mesí­as (Lc 4,43) y «es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades» (Lc 4, 43). Jesús de Nazaret es el primer evangelizador y la referencia básica para todos los evangelizadores; El es el Evangelio de Dios concretado en sus palabras, gestos, actitudes, y acontecimientos de su vida.

Para Jesús lo central de su mensaje y el horizonte de su vida es el anuncio del Reino o reinado de Dios; todo lo demás es relativo (Mt 5, 3-12), y se nos dará «por añadidura» (Mt 6,33).

En los evangelios ocupa un lugar amplio e importante todo lo relacionado con el Reino: es que consiste, cómo se manifiesta, la felicidad del que lo acoge (Mt 5,3-12), las actitudes para pertenecer a El, cómo se construye, cuál es su ley (Mt 5-7), los mensajeros del Reino (Mt 10) y la perseverancia hasta el final (Mt 24-25).

El Reino es don gratuito y misericordioso del Padre que salva y libera al hombre de toda opresión; es invitación a encontrarse con Dios, a acoger su auto-comunicación y de amarle con todo corazón, con toda el alma y con todo el ser. Esta manera radicalmente nueva de vivir el encuentro con Dios y con lo humano es posible por la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y se consumará al final de los tiempos (1 Tes 5,1-2). «Esta gracia y misericordia de Dios, cada uno debe conquistarla con la fuerza («el reino de Dios está en tensión y los esforzados lo arrebatan» (Mt 11,12; Lc 16,16), dice el Señor), con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al evangelio, con la renuncia y la cruz, con el espí­ritu de las bienaventuranzas (E.N.10).

Estos dinamismos se sintetizan en la conversión como cambio interior que lleva a una nueva forma de pensar y de actuar; esta renovación no viene por el esfuerzo moral en primer lugar, sino por la acogida de Jesús y su Evangelio en la vida. El signo más evidente de la llegada del reino está en que «los pequeños, los pobres son evangelizados, se conviertan en discí­pulos suyos, se reúnen ‘en su nombre’ en la gran comunidad de los que creen en él» (E.N 12). El gran aliento del corazón de Jesús consistió en hacer la voluntad del Padre: «reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11.52). Los que se sienten seguidores de Jesús, hijos de Dios y hermanos son constituidos por la fuerza del Espí­ritu Santo en comunidad evangelizadora (1 Pe 2,9).

Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa» (E.N.14). La Iglesia surge de la persona y de la misión evangelizadora de Jesús y de los Doce y es enviada por el Señor Resucitado a evangelizar hasta su segunda venida (Mt 28,19).

La comunidad apostólica continúa la presencia y la acción salvadora de Jesús de Nazaret muerto y resucitado (LG. 8; A.G. 5). Los Hechos de los Apóstoles nos hablan del dinamismo misionero de las primeras comunidades: su presencia, el modo de vivir, la Palabra y el Pan compartido, la caridad, el testimonio profético y la itinerancia. Todo ello es presencia de Jesucristo y del reino de Dios que cuestiona a sus contemporáneos, y se hace por la predicación profética y el ofrecimiento de la salvación.

3. Historia de la evangelización
Las comunidades del Nuevo Testamento y los primeros evangelizadores proclaman, a judí­os y paganos, el kerigma, cuyo contenido fundamental es que Jesús de Nazaret, Mesí­as de Dios, fue crucificado pero ha resucitado, y sentado a la derecha del Padre es constituido Señor y Salvador para cuantos creen él El y se convierten. El que habí­a proclamado la buena noticia es proclamado ahora como Evangelio. Como fruto de la expansión misionera se da la primera inculturación de la fe en el ámbito judí­o, en el ámbito pagano y en la diáspora judí­a. Poco a poco se va estructurando la doctrina (didajé). que constituye el depósito de la fe que se enseña a los que movidos por primer anuncio (kerigma) comienzan un camino de descubrimiento de la persona y el mensaje de Jesús en el seno de las comunidades. Este itinerario culmina en la adhesión plena a Jesucristo y en el Bautismo.

En el último tercio del siglo primero se inicia la evangelización de Hispania por la Bética; a comienzos del siglo IV se celebra el Concilio de Granada presidido por Félix, obispo de Guadix y asisten cerca de veinte obispos y otros tantos prebí­steros en representación de unas cuarenta comunidades que en el siglo 11-111 se habí­an ido formando. A partir del siglo IV Hispania fue evangelizada en casi todos sus territorios.

Con la conversión de Constantino y la declaración del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, se produjo un aumento grande en las conversiones. Al final del siglo II se habí­a establecido el catecumenado (J. A. JUNGMANN, Katechumenat, en Lexikon für theologie und Kirche, VI, 51-54). Según Hipólito a comienzos del siglo III el catecumenado duraba tres años y eran admitidos los que superaban un examen sus intenciones y comportamientos morales. «Los admitidos se llamaban catecúmenos quienes tomaban parte en la liturgia de la palabra, en la oración y en sus reuniones propias. Volví­an a tener otra prueba después de una larga etapa y, una vez admitidos, se convertí­an en electi o competentes. Diariamente recibí­an una instrucción acompañada de una imposición de manos y de un exorcismo; eran bautizados en la noche pascual, después de una última imposición de manos, conjuración del demonio, soplo, signación y unción con el óleo del exorcismo. Al salir de la inmersión recibí­an el crisma, se vestí­an de blanco y entraban en el templo, donde el obispo les imponí­a las manos, ungí­a con óleo de acción de gracias y sellaba su frente» (C. FLORISTíN, Para comprender la evangelización, Verbo Divino, 1993, 17).

El catecumenado de los primeros siglos tiene cuatro etapas: la etapa misionera para suscitar la primera adhesión a Jesucristo y la conversión inicial, la etapa catecumenal para la fundamentación y sistematización de la fe, así­ como «probar» al candidato, la etapa cuaresmal para prepararse a los sacramentos de la iniciación que se recibí­an en la vigilia pascual, y la etapa mistagógica en la que se hací­a una catequesis de la vida sacramental. En este proceso la comunidad cristiana tení­a una presencia y actuación apadrinante, pues acogí­a, pedí­a por los catecúmenos, les daba ejemplo de vida y los recibí­a como miembros plenos después del Bautismo. El catecumenado decae progresivamente hasta desaparecer en la medida que se generaliza el bautismo de niños y la eclesiologí­a de cristiandad.

En la Edad Media las preocupaciones de la Iglesia se van polarizando en la lucha contra los infieles (Cruzadas) y en la persecución de los herejes (Inquisición). La formación catequética y la predicación de caer en unos momentos en que aparecen los lenguas romances y la gente sencilla ya no entiende el latí­n. En el medievo el término misión se emplea en la teologí­a trinitaria para hablar de las misiones de las divinas personas; lo relacionado con el anuncio y mantenimiento de la fe es denominado con los términos apóstol y apostolado (cf. JOAN GUITERAS, Evangelización, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo 1999, 857).

El Papa Alejandro VI concede a los reyes de España y a Portugal el cristianizar a los pueblos que han descubierto; esto es el comienzo del Patronazgo Real de Indias creado en 1508. La Santa Sede empieza a relacionarse con estos paí­ses para los asuntos eclesiales después de la independencia de la corona española. En los siglos XV- XVII hubo enfrentamientos entre los misioneros dominicos, franciscanos y jesuitas y los encomenderos que sometí­an a los indí­genas en todos los aspectos. El dominico obispo de Chiapas, P. Bartolomé de Las Casas refleja en sus escritos esta problemática. También aparecí­an los primeros catecismos empleando diferentes recursos pedagógicos para poder ser comprendidos por los indí­genas.

La evangelización de los pueblos de América tuvo un carácter de adoctrinamiento según correspondí­a a la eclesiologí­a de cristiandad de estos siglos; las reducciones de Paraguay (jesuitas) y de California (Fray Juní­pero Serra) fueron un modelo distinto y revolucionario, pues se basaban en la vida de comunidad, en la formación integral de la persona en el empleo de recursos variados y creativos. En 1511 Fray Antonio de Montesinos denunció proféticamente la violencia y tiraní­a con la que los encomenderos trataban a los indí­genas. Esta misma actitud fue mantenida por Bartolomé de las Casas convertido a una nueva actitud habiendo sido el mismo encomendero durante doce años; después fue ordenado sacerdote, se hizo dominico y fue obispo de Chiapas (Méjico) «La obra evangelizadora de la Iglesia en América Latina es el resultado del unánime esfuerzo misionero de todo el pueblo de Dios. Ahí­ están las incontables iniciativas de caridad, asistencia, educación y de modo ejemplar las originales sí­ntesis de evangelización y promoción humana de las misiones» (Puebla n. 9).

Hay quienes se sitúan desde los que padecieron una forma de evangelización y tienden «hacia la actitud crí­tica y la memoria penitencial transformadora de un pasado hecho de luces y sombras» (Conferencia de Religiosos de Colombia, Formación en la Nueva >evangelización, Bogotá, 27). A modo de sí­ntesis de la evangelización española en América citamos estas palabras de C. Floristán: «En definitiva, la historia debe enseñar a los creyentes a rechazar lo equivocado o injusto y a reconocer lo acertado o evangélico. De este modo se podrá desarrollar una «nueva evangelización», bajo el signo de la liberación que integra y supera, -sin suprimir-los logros de la primera evangelización, llevada a cabo bajo el signo de la sujeción» (C. FLORISTíN, o. C., 32).

A partir del siglo XVI se desarrolló en la Iglesia un fuerte espí­ritu misionero; de muchos sitios partí­an misioneros enviados a Iglesias cristianas necesitadas de apoyo, de nueva evangelización o amenazada por la herejí­a. El término misión se utiliza para designar las misiones apostólicas en el exterior de la Iglesias europeas; en 1622 se crea la Congregación de Propaganda Fidei (ahora se llama Congregación para la evangelización de los pueblos).

En 1625 Vicente de Paúl funda la Congregación de la Misión, formada por sacerdotes cuyo carisma y ministerio son las misiones populares y las misiones extranjeras. En el siglo XIX hay un nuevo resurgir misionero unido al fenómeno de la colonización. Después de la Primera Guerra Mundial se da un resurgimiento de lo nacional con la revalorización de las propias culturas y religiones en los paí­ses de misión; esto conlleva unos nuevos planteamientos y sensibilidades que, poco a poco, orientarán de otra forma la actividad misionera de la Iglesia.

En 1911 se funda el Instituto Internacional de Investigaciones Misionológicas; en España, en los años 1920-1930, J. Benlloch, arzobispo de Burgos, y el jesuita J. Zameza son los impulsores de la misionologí­a en una doble lí­nea: hacia fuera (misiones que implanten la Iglesia) y hacia dentro para propiciar la conversión y el Bautismo. Después de la segunda Guerra Mundial, los procesos de descolonización propiciado por las Naciones Unidas llevan a la Iglesia a un nuevo planteamientos de las misiones; la incipiente renovación bí­blica, litúrgica, social, etc., previa al Concilio Vaticano II ayuda a descubrir que toda la Iglesia es sujeto y objeto de misión y que hay que dejar de tutelar a la Iglesia del Tercer Mundo.

En uno y otro lugar se siente Europa como paí­s de misión; J. Cardijn (1924) funda la JOC para la evangelización del mundo obrero, y H. Godin e Y. Daniel publican un libro en el paí­s vecino titulado «France, pays de mission?». Y con estos planteamientos alientan el surgimiento de la parroquia como comunidad misionera en determinados ambientes descristianizados. Se produce cierta tensión en la relación entre evangelización y sacramentos. En 1958 se publica en Francia la revista Evangéliser; en Tubinga el profesor Arnold, profundiza en el sentido del anuncio del Evangelio en cada lugar y situación y el papel de la iglesia y de las mediaciones eclesiales.

El Concilio Vaticano II aportó una nueva teologí­a de la misión en el decreto Ad Gentes; las sugerencias de las Iglesias en paí­ses de misión fueron decisivas para este nuevo enfoque. La teologí­a de la misión fundamenta a ésta en la Trinidad, en la persona de Jesús y en el mandato misionero que nos dejó; en consecuencia, las clásicas misiones se sitúan dentro de la única misión de la Iglesia, y la importancia del catecumenado y la comunidad y el compromiso con los pobres en la misión pastoral de la Iglesia. La acción de la Iglesia necesita una presencia encarnada, testimonial, profética y dialogante.

La Conferencia Latinoamericana de Obispos de Medellí­n (1968) relaciona claramente evangelización y liberación. El tema de la evangelización también fue abordado por la Iglesias africanas (reunión de Kampala de 1969), asiáticas (Bangkok 1973) y por el Consejo Ecuménico de las Iglesias (Upsala 1968). El cuarto Sí­nodo de Obispos (1974) abordo este mismo tema, y Pablo VI publica en 1975 la Exortación Evangelii Nuntiandi, documento referencia) para todos los demás documentos, pastorales del magisterio pontificio y episcopal.

En 1979 †¢la Conferencia Latinoamericana de Obispos en Puebla aborda la situación actual y el futuro de la evangelización. Juan Pablo II (1990) publica Redemptoris Missio para tratar los grandes ámbitos de la misión de la Iglesia: los que no conocen a Cristo, las comunidades de fe madura y viven, y los paí­ses de viejos cristiandad que necesitan ser reenvagelizados L.G, A.G, E.N, y R.M suponen un corpus doctrinal de una gran importancia para entender el nuevo planteamiento: el paso de las misiones a la misión de la Iglesia y la evangelización en el mundo contemporáneo.

4. Documentos oficiales sobre la evangelización
A partir de la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes (Madrid, 13-18 de septiembre de 1971), la evangelización ocupa el primer lugar entre las preocupaciones de la Iglesia española.

A la encuesta preparatoria respondió el 85% de los sacerdotes diocesanos, y en la asamblea participaran 79 obispos, 171 sacerdotes con voz y voto y 117 observadores, entre los que se encontraban varios laicos. En la asamblea se tomó conciencia del momento socio-eclesial que se viví­a, y de la urgencia de una » pastoral misionera» con lo que conlleva de opción por los pobres y de superación de un sacramentalismo fácil y masivo. La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (1975) fue muy bien acogida, ayudó a los nuevos planteamientos de la evangelización y se ha tenido, desde entonces, como un texto referencial. En 1979 Juan Pablo II publica la Exhortación Catechesi Tradendae con la finalidad de reforzar la «solidez de la fe y de la vida cristiana» (n. 4).

En 1982 el Papa Juan Pablo II visita España y la Conferencia Episcopal publica en 1983 «La visita del Papa y el servicio de la fe a nuestro pueblo»; también en el año de 1983 la Conferencia Episcopal nos ofrece el documento «Catequesis de la Comunidad» muy importante por el tratamiento que hace del proceso evangelizador y la ubicación de la catequesis dentro de él. En 1985 como continuación del anterior los obispos elaboran el documento sobre «El catequista y su formación».

En 1985 tienen lugar dos acontecimientos esenciales de gran importancia; nos referimos al congreso «Evangelización y hombre de hoy» en el que participan 1533 delegados de 65 diócesis y 51 obispos. El lema del Congreso fue: «Por una presencia evangelizadora de los cristianos en la actual sociedad española».

El segundo acontecimiento tiene lugar en la XVII Asamblea Plenaria de Episcopado que aprueba la instrucción pastoral «Testigos de Dios Vivo» sobre el ser y la misión del cristiano en la sociedad española del momento.Al año siguiente ven la luz dos documentos más que con el anterior forman una trilogí­a: «Constructores de la paz» y «Los católicos en la vida publica»; también en 1986 tiene lugar el Congreso de Catequistas con más de un millar de participantes.

En 1987 la Comisión Episcopal del Clero nos ofrece el texto «Sacerdotes para evangelizar»; el proyecto pastoral de la Conferencia Episcopal para el trienio 1987-90 tiene como tí­tulo: «Anunciar a Jesucristo con obras y palabras».

En 1988 se celebra el congreso sobre «Parroquia evangelizadora» al que asisten cerca de mil delegados y treinta obispos en representación de las 30.000 parroquias de España; se afirmó que sólo en 10%-15% de las parroquias eran evangelizadoras, y un 30% de las parroquias ofrecí­an algunos rasgos evangelizadores. El plan pastoral de la Conferencia Episcopal para el trienio 1990-93 lleva como tí­tulo: «Impulsar una nueva evangelización».

La Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis publica en 1990 «Orientaciones para la Catequesis de Adultos»; en 1991 la Conferencia Episcopal elebora las «Orientaciones de Pastoral de Juventud»; que son desarrolladas por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar en el documento «Jóvenes en la Iglesia», cristianos en el mundo. Proyecto de Marco de Pastoral de juventud (1992).

En el año 1993 la Congregación para la evangelización de los Pueblos publica una «Guí­a para la Catequistas» en la que se tratan de manera sistemática y existencial los objetivos principales de la vocación, la identidad, la espiritualidad, la elección, la formación, las tareas misioneras y pastorales, la remuneración y la responsabilidad del pueblo de Dios hacia los catequistas, en la situación actual y en perspectiva de futuro» (n. 1).

En 1992 la XXV Jornadas Nacionales de Delegados Diocesanos de Catequesis dan lugar al texto «El Sacerdote y la Catequesis». En el trienio1993-1996 se insiste en la importancia del Catecismo de la Iglesia Católica como instrumento al servicio de la fe, de la tradición y de la unidad.

En 1997, veintiséis años después del Directorio General de Pastoral Catequética, la Congregación para el Clero publica el nuevo Directorio General para la Catequesis que incorpora las aportaciones de los documentos que se habí­an ido aplicando sobre la evangelización y la catequesis; se parte del concepto de evangelización como el «conjunto de la acción de la Iglesia» (DGC 46) y se extiende en el tratamiento del proceso de evangelización y de sus etapas, para desarrollar ampliamente la etapa propiamente catequética.

En el documento reciente sobre la Iniciación Cristiana (1998), la Conferencia Episcopal desarrolla los fundamentos teológicos de la iniciación, los lugares eclesiales de la iniciación y las dos funciones pastorales (catequesis y liturgia) de la iniciación.

En 1998 la Comisión Episcopal del Clero publica «La formación pastoral de los Sacerdotes según `Pastores dabo vobis»; tiene dos partes: la primera dedicada a la formación pastoral del sacerdote para que lleve adelante una pastoral actual, creí­ble y eficaz; la segunda parte está dedicada al discernimiento pastoral. Esta visión de conjunto es fundamental para comprender el concepto de evangelización, así­ como el lugar propio y cometido especifico de cada una de las acciones evangelizadoras en relación con las otras. «Evangelizar. constituye, en efecto, la dicha y vocación de la Iglesia, su Identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa» (E.N. 14).

Para que la Iglesia pueda evangelizar necesita evangelizarse primero a sí­ misma por la conversión y la renovación permanente; es decir, debe encontrar en si misma el depósito que ha recibido del mismo Cristo. La Iglesia unida inseparablemente a Cristo enví­a a los evangelizadores porque ella misma ha sido enviada; ni la Iglesia ni los enviados por ella y en su nombre son dueños de lo que transmiten; en consecuencia, la fidelidad al depósito recibido como buena noticia marcará la acción evangelizadora de la Iglesia.

5. Naturaleza de la evangelización
En la lí­nea de LG, GS y AG, Pablo VI en EN dice que la acción evangelizadora es una realidad «rica, compleja y dinámica» (n. 17) y que es necesario «abarcar de golpe todos sus elementos esenciales» (n. 17). Estas caracterí­sticas provienen del mensaje del Evangelio del Reino que «trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos» (n. 18). «El Reino toma en cuenta las culturas, tanto para las condiciones de su anuncio como para su edificación; el reino de Dios pretende alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las lí­neas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los módulos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación» (n. 19).

Reconociendo el fondo cristiano de nuestra civilización, en nuestra cultura la ruptura entre la cultura y el Evangelio es una realidad constatable en muchos aspectos de la vida familiar, económica y polí­tica. La evangelización pide como requisito previo el testimonio de las comunidades cristianas y de sus miembros; hasta que nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos y amigos no se sientan interpretados por el modo creyente de enfocar los problemas y de darles una respuesta concreta, la evangelización difí­cilmente se abrirá camino.

Además del testimonio profético es necesario la evangelización explí­cita; «no hay evangelización verdadera mientras se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas del Reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios» (n. 22). Este anuncio comprende el kerigma, la predicación y la acción catequética. El anuncio no es un fin en sí­ mismo, pues busca la adhesión afectiva, personal y comunitaria a la persona de Jesús, a su mensaje y a su causa; la adhesión a Jesucristo es también adhesión a la «vida nueva» del Reino, y se manifiesta por la pertenencia activa a la comunidad eclesial y a la participación en los sacramentos que alimentan la vida cristiana.

Los diferentes elementos de la evangelización están mutuamente relacionados, son complementarios, y se integran en un conjunto que es mucho más que la suma de todos ellos.

6. Las etapas del proceso evangelizador
La Iglesia tiene la «plenitud de los medios de salvación», pero teniendo en cuenta la situación de cada persona procede de manera gradual (AG 6b). El decreto AG trata con precisión el proceso de evangelización: la presencia testimonial y dialogante (nn. 11-12), el primer anuncio, la llamada a la conversión y la propuesta cristiana (n. 13), el catecumenado de la iniciación cristiana (n. 14) y la participación en la comunidad ministerial y sacramental (nn. 15-18). De esta manera se inicia la Iglesia en un sitio concreto y se ayuda a crecer y a madurar a las comunidades cristianas. El proceso evangelizador, por consiguiente, está estructurado en etapas o «momentos esenciales»: la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos, sin embargo, no son etapas cerradas: se reiteran siempre que sean necesarios, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad D.G.C. 49.

La acción misionera tiene que ver con las preguntas referentes al sentido de la vida, la experiencia de las limitaciones y contradicciones de la condición humana, la ubicación de la pregunta religiosa y la conversión inicial; cuando la persona y el grupo tienen estas inquietudes la propuesta de Jesús y del discipulado es mejor comprendida y aceptada.

La etapa catecumenal tiene un carácter de fundamentación y sistematización; para ello inicia al catecúmeno en la historia de salvación, en los valores evangélicos, en la celebración cristiana y en la vida de la caridad. El objetivo de esta etapa es la conversión radical a Jesucristo como sentido de la vida. «Este ‘sí­’ a Jesucristo, plenitud de la Revelación del Padre, encierra en sí­ una doble dimensión: la entrega confiada a Dios y el asentimiento cordial a todo lo que El nos ha revelado. Este sí­ es posible por la acción del Espí­ritu Santo» (D.G.C. 54).

La etapa pastoral educa de manera permanente en la fe y en la comunión paterna; esta etapa ayuda. a madurar la sí­ntesis fe-vida en la comunidad cristiana por el cultivo de la espiritualidad y la maduración del compromiso vocacional desde la vida teologal. «El bautizado, impulsado siempre por el Espí­ritu, alimentado por los sacramentos, la oración y el ejercicio de la caridad, y ayudado por las múltiples formas de educación permanente de la fe, busca hacer suyo el deseo de Cristo: «Vosotros sed perfectos como el Padre celestial es perfecto» (Mt. 5,48). Es la llamada a la plenitud que se dirige a todo bautizado» (D.G.C. 56,d).

7. El contenido esencial de la evangelización
«Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a su enviado Jesucristo» (Jn. 17, 3). La evangelización busca el encuentro personal con El y la adhesión confiada al Dios revelado en Jesucristo; este sí­ a Jesucristo tiene un contenido propio y especí­fico que afecta a todos los aspectos importantes de la vida. Las dos dimensiones son necesarias, están relacionados y debe ser explí­citamente educados.La evangelización explicita al amor gratuito y universal de Dios auto comunicado en la persona de Jesucristo por la acción del Espí­ritu Santo. Es evangelizado aquel que reconoce en sí­ mismo y en todo lo que existe la acción creadora de Dios que nos ha creado a «su imagen y semejanza» y nos ha llamado a una vida que no tiene fin; este Dios creador es Padre que nos ha hecho a todos hermanos, es decir iguales y servidores de los otros.

«La presentación del ser í­ntimo de Dios revelado por Jesús, uno en esencia y trino en personas, mostrará las implicaciones vitales para la vida de los seres humanos, confesar a un Dios único significa que «el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal» (CEC 450). Significa también que la humanidad, creada a imagen de Dios que es «comunión de personas», está llamada a ser una sociedad fraterna, compuesta por hijos de un mismo Padre, iguales en dignidad personal. Las implicaciones humanas y sociales de la concepción cristiana de Dios son inmensas. La Iglesia, al profesar su fe en la trinidad y anunciarla al mundo, se comprende a sí­ misma como «una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo» (D.G.C. 100). Lo nuclear del mensaje evangelizador es la salvación en Jesucristo; este don del Padre nos libera del pecado y nos lleva a participar de la misma vida divina pues nos hace «hijos en el Hijo». Jesús nos hace presente la cercaní­a absoluta de Dios, su misericordia entrañable, nos da la filiación divina y nos promete la vida que no tiene fin. Todo esto comienza aquí­ y ahora, pero tendrá su plenitud en el reino de los cielos, pues la humanidad camina hacia la casa del Padre.

«La evangelización no puede menos de incluir el anuncio profético de un más allá, vocación profunda y definitiva del hombre, la continuidad y discontinuidad a la vez con la situación presente» (EN 28).

El contenido de la evangelización nos dice Pablo VI en EN debe afectar a la existencia entera (personal, relacional y estructural) y ser un mensaje de liberación para millones de personas y pueblos enteros que apenas subsiste en situaciones infrahumanas. En consecuencia, la conexión entre evangelización y promoción humana tiene lazos antropológicos, teológicos y de caridad (cf. EN 31).

La concepción de persona que conlleva el anuncio del Reino habla del «hombre entero» (incluida la dimensión trascendental) y tiene una finalidad religiosa: el encuentro con el Dios del reino y su justicia. La evangelización no será auténticamente liberadora Si olvida o descuida presentar la salvación en Jesucristo «No es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios» (EN 35).

Desde la óptica cristiana, los aspectos temporales de la liberación deben hacerse desde motivaciones de fe y de caridad, sin prescindir de la dimensión espiritual y en el horizonte de la salvación (cf. EN 38).

La evangelización debe tener en cuenta las circunstancias culturales, históricas y sociales; la encarnación de Jesucristo en unas condiciones concretas es la referencia obligada de la acción evangelizadora de la Iglesia, «llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas» (C.T. 53). No es algo superficial sino el intento de que el Evangelio llegue a lo más profundo de las personas y de las culturas; esto no es posible si al mismo tiempo no se asumen todos los valores que ya existen en las diferentes civilizaciones. Con el discernimiento apropiado hay que incorporar «el lenguaje, los sí­mbolos y los valores de la cultura en que están enraizados los catecúmenos y catequizandos» (D.G.C. 110).

El mensaje cristiano debe ser presentado en toda su integridad y autenticidad, pero de manera gradual y adaptada, como lo vemos en la pedagogí­a de Dios. «En la primera evangelización, propia del precatecumenado o de la precatequesis, el anuncio del Evangelio se hará siempre en í­ntima conexión con la naturaleza humana y sus aspiraciones, mostrando cómo satisface plenamente al corazón humano» (D.G.C. 11; cf CT 29).

Esta referencia a la experiencia a los anhelos del corazón humano y a la aspiración a la libertad y felicidad que el ser humano busca sobre todas las cosas, se tendrá presente en todas las etapas del proceso evangelizador. «se puede partir de Dios para llegar a Cristo, y al contrario; igualmente se puede partir del hombre para llegar a Dios, y al contrario. La adopción de un orden determinado en la presentación del mensaje debe condicionarse a las circunstancias y a la situación de fe del que recibe la catequesis» (D.G.C. 118).

8. Las mediaciones de la evangelización
La Iglesia entera es la que ha recibido del maestro el mandato de ir por el mundo entero y anunciar el evangelio; «la evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios» (AG 35). Evangelizar es un «acto eclesial» y hay que evangelizar enviados por la Iglesia en comunión con ella y en su nombre; ningún evangelizador se puede considerar dueño de lo que realiza (cfr EN 60).

Ahora bien, la Iglesia universales se hace presente en cada una de las Iglesias particulares con todos sus elementos constitutivos, pues la Iglesia universal se manifiesta como «Cuerpo de las Iglesias» (LG 23b). La misión de la Iglesia es única, pero se realiza en tareas diversas, lo cual de a laevangelización una gran riqueza de forma y cauces. Y todo ello dentro de la comunidad cristiana concreta que realiza de forma histórica el don de la comunión, que es fruto del Espí­ritu Santo. «La ‘comunión’ expresa el núcleo profundo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares que constituyen la comunidad cristiana referencial.

Esta se hace cercana y se visibiliza en la rica variedad de las comunidades cristianas inmediatas, en las que los cristianos nacen a la fe, se educan en ella y la viven: la familia, la parroquia la escuela católica, las asociaciones y movimientos cristianos, las comunidades eclesiales de base… Ellas son los `lugares’ comunitarios donde la catequesis de inspiración catecumenal y la catequesis permanente se realizan» (DGC. 253). El mandato de evangelizar se refiere en primer término a los obispos en comunión con el Papa; a los obispos están unidos los presbí­teros que «obran en nombre de Cristo» como pastores del pueblo de Dios, predicadores y ministros de los sacramentos. Es muy elocuente la perspectiva de Pablo VI en la exhortación EN cuando dice hablando de los obispos y presbí­teros: «Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal, lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida, lo que confiere a nuestras actividades una nota especifica, es precisamente esta finalidad presente en toda acción nuestra: anunciar el evangelio de Dios (1 Tes. 2,9)» (68).

Los religiosos evangelizan por su testimonio de vida que se convierte en «predicación profética al expresar disponibilidad, dedicación preferencial a los más pobres y creatividad en sus obras de apostolado. Lo propio de los laicos cristianos está en vivir la vocación en medio de las tareas temporales: la polí­tica, la económica, las diferentes profesiones, la familia, los medios de comunicación el arte, etc. Ahí­ tratan de construir el Reino siendo fermentos de nueva humanidad; evangelizan eficazmente al «poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo» (EN 70).

Al actuar de esta manera manifiestan el sentido trascendental de la vida humana que tiene a Dios como origen, fundamento y meta. A ser creyente se aprende, en gran medida, en la propia familia, «Iglesia doméstica» (LG 11; AA 11), pues a través de las relaciones que en ella se dan se puede explicitar los valores evangélicos, la comunión y el servicio que constituyen lo esencial de la comunidad eclesial. Por las propias caracterí­sticas de la familia, si esta funciona bien, es donde se da en mayor medida el que todos los componentes evangelizan y al mismo tiempo son evangelizados. Los medios por lo que se puede evangelizar en nuestro mundo son muy variados; él básico y fundamental es el testimonio de verdad y coherencia. «¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Viví­s lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que viví­s? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del evangelio que proclamamos» (EN 76).

El testimonio evangelizador pide hoy, más que nunca comunidades cristianas en la lí­nea del Vaticano II, encarnados en la realidad concreta, en diálogo con el mundo mundo, con talante profético y en actitud empeñativo-transformadora desde el compromiso con los más necesitados. Las comunidades eclesiales de base son destinatarios y agentes importantes de evangelización al servicio de las comunidades más grandes (cf. EN 58).

Desde el testimonio de vida se evangeliza por la predicación utilizando adecuadamente los medios de comunicación social, la liturgia de la palabra, la catequesis en sus diferentes modalidades (edades, situaciones especiales, mentalidades, ambientes, contexto socio-religioso y contexto socio-cultural), la celebración de los sacramentos que manifiesta la intrí­nseca relación entre la Palabra y la liturgia, y una sana religiosidad popular.

Los laicos también pueden desempeñar ministerios no ordenados según los carismas que de Dios han recibido y que son discernidos y acogidos en las comunidades cristianas. La concreción de estos ministerios se hará con estos tres criterios: la iluminación que nos aportan las primeras comunidades cristianas, las necesidades de la Iglesia y del mundo, y el sentido de comunión eclesial. El dinamismo misionero y comunitario de la Iglesia depende en gran parte del número de laicos, vocacionados y formados, que desempeñen los siguientes ministerios: ayuda a necesitados, evangelización de alejados, acogida en las comunidades, responsables de movimientos apostólicos, concientización social, servicio de la Palabra, catequistas, animadores de la oración y la liturgia, animadores comunidades, servicio misionero, acompañamiento personal, responsables de formación teológico-pastoral, animación de Escuelas de Formación Socio-polí­tica, preparación de lí­deres cristianos, etc.

Los medios, los destinatarios y los agentes de evangelización constituyen tres realidades amplias y complejas. El peligro es la dispersión y el trabajo no convergente; la planificación pastoral de conjunto se impone para poder integrar de forma armónica y relacionada todas estas mediaciones dentro del proceso evangelizador al que tenemos que servir. Conviene recordar que las habilidades personales, los medios técnicos y los recursos humanos no suplen la acción del Espí­ritu Santo que es quien alza los corazones a la gracia mantiene la comunión eclesial y alienta la vida evangélica. El evangelizador que es dócil a la acción del Espí­ritu Santo vive con ilusión, alegrí­a y esperanza; la acomodación burguesa de muchos cristianos, el cansancio y el desinterés de nuestros evangelizadores es lo que más perjudica la evangelización del mundo actual.

9. Orientaciones pastorales
– Evangelización liberadora. Supone la superación de una evangelización doctrinal y kerigmática sin encarnación concreta, La evangelización liberadora parte de una Iglesia que vive en horizonte del Reino de Dios y que busca la liberación total e integral de la persona con la fuerza del que se siente que Cristo Resucitado sigue acogiendo, sanando, reconciliado y salvando, para que el mundo sea más acorde con el proyecto de Dios Padre.

– Los pobres son evangelizados. La buena noticia del amor de Dios se ofrece a todos los hombres como don y como tarea; el Reino anunciado por Jesús nos ayuda a concretar las actitudes, dinamismos y exigencias con las que vivir lo humano. Algo es muy importante: los pobres son los destinatarios privilegiados del amor de Dios. No es posible ser evangelizados sin volver los ojos y las manos a tantos hermanos que sufren. «La civilización del amor» es el horizonte de la nueva evangelización de la Iglesia.

– Necesidad de comunidades evangelizadas y evangelizadoras. La credibilidad del Evangelio depende en gran medida de los creyentes que personal y comunitariamente encarnen lo que dicen creer y vivir. Los dos grandes retos que tiene la fe en nuestra cultura son la indiferencia y la pobreza. ¿Cómo aportar el sentido realizador que Dios da a la vida humana? ¿Cómo responder a la convicción profunda de que somos iguales e hijos de un mismo Padre? Para que estas dos cuestiones están presentes en las acciones evangelizadoras se necesitan comunidades que hayan incorporado a su modo de trabajar y de vivir los valores del Evangelio. En el mundo en el que estamos esto significa su modo alternativo de vida que pone por lo concreto: casa, tiempo, uso de dinero, toma de decisiones, fines de semana, etc. En caso contrario, seguiremos afirmando cosas que no tienen referencias significativas.

– La evangelización es un proceso de conversión. Como proceso que es tiene punto de partida y de llegada, así­ como un itinerario que se estructura en diferentes etapas. Los procesos avanzan a través de experiencias que iluminan el interior, nos resitúan en lo cotidiano y nos empujan a cambiar los comportamientos. En el proceso cristiano de conversión se pasa por momentos significativos: el cuestionamiento de la situación que se vive, la pregunta por el sentido de la existencia, la actitud de búsqueda, el interés por la persona de Jesús, la necesidad de cambiar, el seguimiento de Jesús, la adhesión afectiva a El como opción fundamental, la profesión de fe (renuncio y creo) y el crecimiento espiritual hacia la santidad. ¿Qué tiene que pasar por dentro de las personas para que esto sea posible? ¿Cómo alentar grupal y personalmente este camino? Únicamente lo puede acompañar el educador de la fe que haya hecho este mismo proceso de maduración.

– Evangelización y creación de comunidades maduras. La finalidad de la acción evangelizadora y especialmente en la etapa catequética, es poner a la persona en relación de comunión e intimidad con la persona de Jesucristo. Esto se hace en el seno de la comunidad cristiana que termina incorporando como miembros a los que se han encontrado con Jesucristo y han optado por El como sentido de la vida. Esta finalidad se logra a través de las tareas fundamentales de la etapa catecumenal del proceso evangelizador: el conicimiento de la fe, la celebración de la liturgia y los sacramentos, los valores evangélicos y la oración. El D.G.C. añade a estas tareas otras dos: la formación para la vida comunitaria y la iniciación a la misión. Estas tareas son necesarias, están relacionadas, se apoyan mutuamente y se viven en la comunidad cristiana que actúa como sustento y alimento de la vida de fe en el dí­a a dí­a. En la medida que las comunidades se nutran de creyentes con-vertidos y maduros, en esa medida serán comunidades convocantes por su testimonio y capacitadas para acoger y acompañar a otros en el proceso de maduración de la fe.

– Importancia de la etapa misionera. El punto de partida del proceso evangelizador es la situación de las personas a las que se quiere evangelizar; en la etapa misionera se realiza la convocatoria, y del resultado de esta depende el número de personas que harán el discipulado y ter-minarán en una presencia eclesial activa y comprometida. ¿A quiénes convocar? ¿Cómo convocar? La situación es extra-ordinariamente plural y exige creatividad en las respuestas; conviene recordar que la convocatoria no es un momento puntual únicamente; por el contrario, es un talante de toda la acción pastoral de la Iglesia, y una etapa que termina cuando el grupo cuaja como tal y sabiendo a qué es convocado. Además, cada vez necesitamos más convocar de persona a persona, de tú a tú por la invitación directa: «ven y verás», dirigida a aquellos con los que nos relacionamos en los diferentes ámbitos donde transcurre lo cotidiano.

– Momentos cualitativos en el proceso evangelizador. Nos referimos a aquellas experiencias que tiene un carácter estructurante de la personalidad cristiana, y que impulsan la maduración en la fe. Los tres más importantes son la conversión, la eclesialidad de la fe y la disponibilidad vocacional. Están í­ntimamente relaciona-dos pero tienen su tiempo en los procesos de fe; también están muy relacionados con las etapas del proceso evangelizador. Cuando un grupo de personas está haciendo un proceso, la vinculación al mismo, el interés en hacer este camino y el llegar hasta el final del mismo, tiene mucho que ver con lo que vaya sucediendo en el interior de la persona y los horizontes de sentido que en ello vislumbre. Los momentos cualitativos suponen un salto en la lí­nea de maduración que recompone lo anterior y proyecta lo siguiente; esta caracterí­stica hace que la maduración dependa de experiencias fundamentales que en mutua relación constituyen el hilo conductor del proceso evangelizador.

– El paradigma de la acción misionera de la Iglesia. «Dado que la `misión ad gentes’ es el paradigma de toda la acción misionera de la Iglesia, el catecumenado bautismal a ella inherente es el modelo inspirador de su acción catequizadora. Por ello conviene subrayar los elementos del catecumenado que deben inspirar la catequesis actual y el significado de esta inspiración» (D.G.0 90). Supone que los evangelizadores debemos tener muy en cuenta: la importancia de la «función de iniciación», que toda la comunidad es responsable y corresponsable de la evangelización, la centralidad del misterio pascual, la necesaria inculturación de la fe y la gradualidad de la educación de la fe como proceso formativo.

– Desentrañar el significado de los sacramentos que se han recibido. Alimentar la fe, consolidar la esperanza y alentar las obras de caridad es tarea que debe ocupar toda la existencia del creyente, pues la vida teologal es el manantial de la espiritualidad cristiana. En el itinerario de la iniciación cristiana, después de la confirmación se habla del «tiempo de mistagogia» para profundizar el significado de los sacramentos recibidos y ver cómo éstos configuran la vida de los bautizados y confirmados. Esta tarea es para siempre, pero necesita un tiempo intensivo donde se ayude al iniciado a encontrar en la comunidad eclesial el alimento cotidiano de la fe por la Palabra, los sacramentos y el compromiso con el Reino. Para muchos jóvenes este perí­odo es vital pues de él dependen dos cosas: la continuidad o no en la comunidad cristiana, y el que los adolescentes que se preparan a la confirmación tengan la referencia de grupos y comunidades juveniles que manifiestan cómo ser joven en la Iglesia y cristiano en el mundo. La identidad y la madurez cristiana tiene mucho que ver con haber descubierta el sentido eucarí­stico de la vida cristiana.

– Evangelización de los jóvenes y vocación. «Por pastoral de jóvenes entendemos toda aquella presencia y todo un conjunto de acciones a través de los cuales la Iglesia ayuda a los jóvenes a preguntarme y descubrir el sentido de la vida, a descubrir y asimilar la dignidad y exigencias del ser cristiano les propone diversas posibilidades de vivir la vocación cristiana en la Iglesia y en la sociedad y les anima en su compromiso por la Construcción del Reino» (OPJ 14).

La fe madura tiene que ver con el hacer la voluntad de Dios en la vida, y esto supone la disponibilidad vocacional. Conocer lo que Dios nos pide personal-mente no es fácil, pues hay que empezar por conocer la «gramática» con la que Dios habla, que no es otra que la persona y el evangelio de Jesús de Nazaret. En el camino del discipulado aparecen interés, egoí­smos, dobles, miras y autoengaños que tienden a hacer pasar como voluntad de Dios nuestro querer; para superar estas dificultades y llegar a un fiable discernimiento vocacional necesitamos un acompañante espiritual que nos ayude a personalizar la fe y a responder en verdad a lo que Dios quiere de cada uno.

Los primeros que deberí­an vivir el acompañamiento espiritual son los anima-dores de grupo, pues difí­cilmente se puede ayudar a otros si uno no ha llegado a conocer cómo el Espí­ritu Santo actúa en la vida de los creyentes que viven con espiritualidad. «La condición básica para poder encontrar la vocación es que el creyente, relativizando todas las cosas, quiera hacer voluntad de Dios. Y esto lo sien-te con confianza y alegrí­a, pues la voluntad de Dios va muy unida a la realización personal en las situaciones históricas de la Iglesia y la sociedad en la que estamos» (J. SASTRE, Discernimiento vocacional, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo 1999, 76-92.).

– Evangeliza el que mira con amor y esperanza. Para poder cambiar y mejorar una situación hay que empezar por asumirla en positividad. El evangelizador auténtico esta convencido de que también esta historia puede ser Historia de Salvación. Los apóstoles en el comienzo de la Iglesia y en un mundo difí­cil, miraron con amor a la humanidad y se fiaron más de la gracia de Dios y del impulso del Espí­ritu que de sus propias posibilidades (Cf. D. BoROBlo, Catecumenado para la evangelización, Teologí­a siglo XXI, San Pablo 1997, 49-51). Estas actitudes son los que llevan a encontrar las semillas del Verbo a respetar la idiosincrasia y los procesos personales y a inculturar la fe. Al mismo tiempo hay que anunciar a Jesucristo y su Reino con toda la fuerza y novedad que tiene, y proponer las «certezas sólidas» de la fe con sencillez y alegrí­a.

Hoy como hace más de veinticinco años podemos hacernos la misma pregunta que se hací­a Pablo VI: la Iglesia, «ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone más celo en la actividad misionera, caritativa y liberadora?» (E.N. 76).

BIBL. – BARDV, G., La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, Encuentro, Madrid 1990; BOFF, L., Opción por los pobres, Paulinos, Madrid, 1986; BLANCH, A., Crónicas de la increencia en España, Fe, y Secularidad, Sal Terrae 1988; CLAR, Cultura, evangelización, Vida Religiosa, Cole, n. 46; CAí‘IZARES, A., La evangelización, hoy, Madrid 1977; DIANICH, S., Iglesia en misión, Sí­gueme, Salamanca 1988, Iglesia extrovertida, Sí­gueme, Salamanca, 1991; ESQUERDA, J., Teologí­a de la evangelización, BAC, Madrid 1995; Diccionario de evangelización, BAC, Madrid 1998; FLORISTíN, C, Evangelización, en Conceptos Fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1992; Modelos de Iglesia subyacente a la acción pastoral: «Iglesia Viva» 112 (184) 293-302; Evangelización, en Conceptos Fundamentales de Pastoral, Cristiandad 1983, 339-351; Para comprender la evangelización, Verbo Divino, 1993; La evangelización, tarea del cristiano, Madrid 1978; GUITERAS, J., Evangelizació, Publicaciones de (‘Abadí­a de Montserrat, Barcelona 1985; GEVAERT, J., Primera evangelización, CCS, Madrid 1996; GUTIERREZ. G., La fuerza histórica de los pobres, Sí­gueme, Salamanca,1982; GALILEA,S., Evangelizar en el presente y en el futuro de América Latina, Bogotá 1979; INSTITUTO DE LA VIDA RELIGIOSA, Gracia y desgracia de la evangelización de América, Publicaciones Claretianas, Madrid 1992; KELLER, M. A., Evangelización y liberación, El desafí­o de Puebla, Biblia y Fe, 1982; MARTíN VELASCO, J., Increencia y evangelización. Del diálogo al testimonio, Sal Terrae, 1998; MORENO, J. R., Evangelización, 1. ELLACURíA y J. SOBRINO (eds), Mysterium Liberationis, Conceptos Fundamentales de la Teologí­a de la Liberación, Trotta, Madrid 1990, 1, 155-174; OBISPOS VASCOS Y DE PAMPLONA, Creer en tiempos de increencia, Cuaresma-Pascua 1988; POUPARD, P., Iglesia y cultura, Edicep, 1985; RovIRA BELLoso, J. M., Fe y cultura en nuestro tiempo, Sal Terrae, 1988; SALADO, D, (ed), Inculturación y nueva evangelización, Esteban,1 991 ; TORRE, J. A. DE LA, Evangelización inculturada y libera-dora, Abya-Yala, 1989; VARIOS, Haced discí­pulos a todas las gentes. Comentarios y texto de la encí­clica «Redemptoris missio», Edicep, Valencia 1991; VARIOS, Evangelización y liberación, Paulinas, Buenos Aires 1986; Revistas: Evangelización en el mundo de hoy: Concilium 134 (1978); Evangelización y hombre de hoy: Sal Terrae 73 (1985/10); Evangelización y celebración litúrgica: Phase 32 (1992) n. 190.

Jesús Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Llamo evangelización tanto al primer anuncio del evangelio a los no creyentes, como a ese ulterior anuncio que siempre está relacionado con todo gesto de volver a proponer el mensaje evangélico (homilí­as, catequesis, liturgias). La evangelización de las personas va acompañada también por una evangelización de las culturas, que consiste en la impronta positiva y crí­tica que una vida vivida según el evangelio marca en la mentalidad y en los modos de vida de la gente. La evangelización se puede hacer de forma explí­cita (anuncio, explicación verbal, celebración, etc.) o de forma implí­cita, con el testimonio de una vida seriamente transformada por el evangelio (por ejemplo, con el testimonio de la caridad). Evangelizar no significa necesariamente hacer cristiano a todo el mundo ni hacer volver a la Iglesia a todos los bautizados, y en particular aquellos que iban y han dejado de ir. Jesús también evangelizó a Nazaret, Corazin o Betsaida, donde su palabra no fue acogida. Evangelizar significa, ante todo, proclamar la buena noticia con hechos y palabras, y llevar a cabo el anuncio de manera que cualquiera que tenga buena voluntad pueda comprender la buena noticia en sus formas más genuinas y auténticas, y posteriormente ahondar en ella y, si lo decide, acogerla.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

La Iglesia es misionera por naturaleza; es decir, ha sido enviada a anunciar la buena noticia de la resurrección de Jesucristo a todo el mundo. Por este motivo, va desde el comienzo de su ministerio público, Jesús de Nazaret formó un grupo de discí­pulos para enviarlos a predicar el Reino de Dios y hacerles participar de sus signos (Mt 10,1-15). Después de su resurrección, Jesús confió a la Iglesia entera la tarea de anunciar su evangelio y de bautizar en el nombre de la Trinidad hasta su retomo glorioso al final de los tiempos (Mt 28,16-20). Esta misión constituye a la Iglesia y la fidelidad a la misma señala al mismo tiempo la fidelidad que debe a su Señor.

La conciencia de la evangelización maduró muy pronto en la comunidad primitiva; irimediatamente después del martirio de Esteban (Hch 7 55-60), comprendió más a fondo las palabras del Maestro que la enviaba a todas las gentes. Encontramos así­, progresivamente, que Felipe predica en Samarí­a (Hch 8,5), que Pedro acude a casa de Cornelio (Hch 10,1-48) y que Pablo se concibe como apóstol de los gentiles (Gál 1,16). A lo largo de los siglos, condicionada por el momento histórico en que vivió la Iglesia, la evangelización sufrió movimientos alternos, a veces contradictorios, pero otras muchas veces marcados por un sincero entusiasmo por la misión que Cristo le habí­a confiado. En todo este movimiento, la Iglesia comprende cuán grande es la distancia entre la misión recibida y el ideal al que tiende, la limitación de-sus instrumentos y la pobreza de su predicación.

En la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, que escribió Pablo VI como conclusión del Sí­nodo de obispos de 1974, dedicado a la evangelización en el mundo contemporáneo, se condensa la autoconciencia renovada de la Iglesia respecto a la evangelización: » La Iglesia lo sabe. Tiene una conciencia viva de que las palabras del Salvador: «Tengo que anunciar la buena noticia del Reino de Dios» se aplican con toda verdad a ella misma… Evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. La Iglesia existe para evangelizar» (EN 14). En la descripción de su misión, la Iglesia manifiesta también cuál es el centro del contenido que tiene que transmitir. » No hay verdadera evangelización si no se proclama el nombre, la enseñanza, la vida y las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (EN 22), Así­ pues, el corazón de la evangelización es el kerigma, comprendido como la verdadera promesa de salvación para todo hombre y para la humanidad entera. La Iglesia no puede eximirse de anunciar «los cielos nuevos y la tierra nueva», pero al mismo tiempo está obligada a poner Y . a crear los signos que anticipan su realización. En efecto, una verdadera evangelización va unida a un crecimiento integral del hombre. La evangelización supone un anuncio de auténtica libertad y una promoción de la justicia, que debe considerarse -según la expresión de Juan Pablo II en la Redemptor hominis- como «un elemento esencial de la misión de la Iglesia, indisolublemente unido a la misma» (RH 15).

Puesto que la evangelización es tarea peculiar de la Iglesia, se extiende a todas sus diversas formas de vida: el anuncio, la celebración, el testimonio contribuyen a la par y, aunque de diversa forma, anuncian el mismo idéntico misterio. Además, como la evangelización no consiste en un anuncio desencarnado de la realidad, supone que el que anuncia se vea plenamente implicado y comprometido con el contenido de su predicación. Pablo VI recordaba que » el hombre contemporáneo escucha de mejor grado a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos » (EN 41). El papel del cristiano en su anuncio del Evangelio es, en primer lugar, vivirlo en primera persona, para que sea su misma vida la que hable. La fuerza de atracción del Evangelio, una vez acogido, no permite que nadie delegue en otros el anuncio; «es inconcebible que un hombre escuche la Palabra y se dé al Reino, sin convertirse a su vez en uno que lo atestigüe y anuncie» (EN 23).

La evangelización, precisamente porque es un anuncio de salvación que pone en el centro el amor de Cristo revelado en su muerte y resurrección, debe ser capaz de expresar hasta el máximo el respeto a todas las demás expresiones religiosas. El misterio de Dios revelado en Cristo, que ningún cristiano puede dispensarse de anunciar, conoce sin embargo ciertas etapas que s61o podrán alcanzarse con el diálogo, la búsqueda sincera de la verdad y el amor.

La evangelización es un «proceso complejo» (EN 24), formado de varios elementos que s61o en su complementariedad recí­proca dejan vislumbrar la riqueza del acontecimiento y la necesidad y la urgencia de entregarse a él para que el Reino de Dios crezca y llegue pronto a su cumplimiento.
R. Fisichella

Bibl.: Pablo VI, Evangelii nuntiandi, Ciudad del Vaticano I975; 5. Dianich, Iglesia en misión, Sí­gueme, Salamanca 1988; J. Comblin, Teologí­a de la misión. La evangelización, Buenos Aires 1974; A. Ca6izares, La evangelización hoy, Madrid 1977. C. Floristán, La evangelización, tarea dei cristiano, Madrid 1978; í­d., Para comprender la evangelización, Verbo Divino, Estella 1993.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Evangelizar: 1. En la Sagrada Escritura; 2. En la Iglesia primitiva; 3. En la actualidad. II. Datos históricos: 1. En el protestantismo; 2. En la Iglesia católica. III. Evangelización y catequesis. IV. La evangelización y la catequesis en el DGC.

Evangelización es la acción de evangelizar o anunciar el evangelio. Evangelio es una palabra de origen griego que significa buena noticia. Esta voz era ya conocida en el mundo clásico. Constituí­a la buena o alegre noticia, traí­da por un mensajero, por ejemplo, del triunfo sobre el enemigo en una batalla. Significó incluso la recompensa dada al portador de la buena noticia. El cristianismo primitivo usó esta palabra para aplicarla al acontecimiento de la encarnación del Hijo de Dios. Luego la utilizó en plural para designar los cuatro libros -los evangelios- que narran los principales hechos y palabras de Jesús, desde que comenzó su predicación en Galilea hasta su ascensión al cielo. Los evangelios reciben el nombre de sus autores: Mateo (Mt), Marcos (Me), Lucas (Le) y Juan (Jn). Los tres primeros son denominados sinópticos, porque pueden leerse en paralelo, como en visión panorámica.

I. Evangelizar
Evangelizar es un verbo derivado de evangelio, y equivale a la proclamación o anuncio de Jesucristo y de su mensaje. Con la finalidad de que quien recibe esta alegre noticia se convierta y se bautice, para ser hijo adoptivo de Dios, formar parte de la Iglesia y llegar a la plenitud de la vocación sobrenatural con la práctica de las buenas obras.

1. EN LA SAGRADA ESCRITURA. En la Escritura hay un vocabulario concreto referido al anuncio. Se descubre, como es lógico, que los términos neotestamentarios tienen sus raí­ces y su forja en el Antiguo Testamento. Esta constatación es una buena ayuda para la comprensión de la terminologí­a cristiana sobre la transmisión del mensaje evangélico. Básicamente, pues, basculamos entre dos términos del griego koiné o común, cuyo vocabulario constituye el de los evangelios y escritos apostólicos. Los dos vocablos son los verbos kerysso y euangelí­zomai (y sus derivados).

De todas maneras, debe advertirse que los conceptos del Nuevo Testamento superan a los del Antiguo por la misma dinámica de la revelación. La irrupción de nuevos contenidos construye necesariamente un nuevo léxico.

2. EN LA IGLESIA PRIMITIVA. El kerigma indica una predicación autoritativa, cuyo contenido es el euangélion. A saber, el evangelio es lo proclamado. Jesús, en los sinópticos, proclama la conversión, el reino, el evangelio de Dios. En esta lí­nea modélica actuarán los apóstoles. Pablo sube otro peldaño, puesto que referirá abiertamente el kerigma al acontecimiento Jesús. Para el Apóstol, Jesús, el proclamador, pasa a ser el proclamado. Parece que en las cartas pastorales hay como un tercer escalón: el kerigma se va identificando con la didajé, y así­ se va formando la doctrina o depositum fidei (el depósito de la fe).

Conviene notar que, en todos los textos, la proclamación kerigmática se dirige a los judí­os y paganos. Es una proclamación -la primera y fundamental- para suscitar la fe en Jesús, Señor y Salvador.

En sentido estricto la evangelización debe referirse al kerigma o primer anuncio del evangelio. Está destinado a suscitar la fe y la adhesión primera a Jesucristo. Este serí­a el significado primario de evangelización.

En He 2,14-36 hay un ejemplo claro del kerigma. En efecto, inmediatamente después de la efusión del Espí­ritu Santo, el mismo dí­a de Pentecostés, Pedro se dirige a la multitud. Expone cómo la venida del Paráclito corresponde a la predicción profética de J13,1-5. Inmediatamente proclama un anuncio fundamental: Jesús de Nazaret, acreditado por Dios con milagros, según el designio determinado y la presciencia de Dios, fue ejecutado injustamente en la cruz. Pero Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor y Cristo. Todos son invitados a convertirse y a bautizarse, para el perdón de los pecados. En otros pasajes del mismo Pedro (por ejemplo, He 3,22) proclama que el Señor volverá.

En realidad, en la estructuración de la Iglesia primitiva, después del anuncio kerigmático, el que lo acoge entra en el catecumenado a fin de prepararse para el bautismo.

3. EN LA ACTUALIDAD. El Ritual para la iniciación cristiana de adultos (RICA) todaví­a utiliza esta terminologí­a. En efecto, al tratar de la estructura de la iniciación de adultos, en las Observaciones previas, indica que hay diversos grados o etapas. Señala, como primer tiempo, un momento que exige investigación por parte del candidato y una dedicación a la evangelización y al precatecumenado por parte de la Iglesia; acaba con el ingreso en el grado del catecumenado (cf RICA 1, 7; IC 2, 24-25). Lo cual lleva a la afirmación de que la evangelización es la caracterí­stica del precatecumenado. Y se define como el anuncio puntual y fundamental en orden a la fe y a la primera conversión.

El documento Ad gentes, que el Vaticano II dedicó a las llamadas clásicamente misiones, presenta la evangelización en cuanto predicación provocadora de la conversión inicial, a la cual sigue el ingreso en el catecumenado.

De todos modos, se ha impuesto la palabra evangelización para describir, prácticamente, la misión de la Iglesia. Un concepto, restringido y delimitado, ha conocido la máxima amplitud. Y ha conseguido abrirse camino en los medios eclesiales. El magisterio pontificio y episcopal hablan, a menudo, de evangelización (y de nueva evangelización). Dicho vocablo se utiliza frecuentemente como lugar teológico y pastoral. Por ello, conviene indagar cómo se ha producido esta ampliación.

II. Datos históricos
1. EN EL PROTESTANTISMO. El término evangelización es harto reciente en el lenguaje de la Iglesia católica. Conviene decir que el protestantismo lo usó en el siglo pasado, con un talante parecido al de la actualidad católica. Influyó mucho en ello el movimiento Evangelical revival que, a finales del siglo XVIII, tuvo enorme peso en Inglaterra. Puede ser oportuno tener presente que, durante el siglo XIX, hubo un verdadero despertar misionero, tanto entre los protestantes como entre los católicos. Fue una gran novedad para los primeros, que, desde 1815 a 1914, realizaron una enorme actividad misional. Se desarrollan las sociedades misionales protestantes, que rompieron con la Iglesia oficial para seguir su propio impulso. Desde mediados de siglo, utilizaron explí­citamente la palabra evangelización para expresar el anuncio del evangelio a todos los hombres, de modo especial a los no cristianos. Sucede que esta evangelización, con todas sus connotaciones positivas, también las conoce negativas, especialmente por su unión con el colonialismo. Téngase presente el momento histórico concreto. Hay, pues, una historia muy curiosa, que no es posible profundizar aquí­. De todos modos, hay que notar que, después de la I Guerra mundial, el término y la práctica de la evangelización conocieron cierta sordina, a causa del renacimiento de los nacionalismos y la revaloración tanto de las culturas como de las religiones de los paí­ses de misión.

2. EN LA IGLESIA CATí“LICA. Este tema, por lo que se refiere al catolicismo, hay que situarlo al final de la II Guerra mundial. Los agentes de la pastoral constatan fundamentalmente que, a partir del gran desastre bélico, la práctica religiosa responde más a una fe inculturada que a una fe propiamente cristiana. A partir de esta constatación se llega al convencimiento de que hay zonas, no solamente geográficas, sino también sociológicas y psicológicas, que necesitan una nueva evangelización. En realidad, se trata de lo que, en Francia, empezó a llamarse pastoral misionera, y que conllevó lo que se denominó la misión interior. Así­ se hablaba de Misión de Parí­s, Misiones obreras, Misión de Francia. Nace el Centro pastoral de misiones del interior (CPMI). En este momento empieza a cobrar vigor la problemática tensional entre evangelización y sacramentalización.

Parece cosa clara que hubo una metamorfosis de la misión en evangelización. De hecho misión y misionero son términos relativamente jóvenes. Durante quince siglos se prefirió hablar de apóstol y apostolado, calcados del griego. Los medievales aplicaron la palabra misión a las tres personas divinas; en efecto, hablan de misiones trinitarias.

En el siglo XVI, con el votum de missionibus, halló su oportunidad. Durante mucho tiempo tendrá simplemente la connotación de expedición o viaje apostólico. Por tanto, se trata de enviar a alguien a un ministerio apostólico, tanto entre los fieles como entre los cismáticos, herejes o paganos. El uso dio rápidamente un doble valor a la palabra misión. La sagrada Congregación de Propaganda Fide, en su primera carta de 1622, utiliza cuatro veces la palabra misión, en el sentido exclusivo de misión exterior. La palabra misionero es de 1625. Vicente de Paúl, paralelamente, fundó la Congregación de la Misión, la agrupación de los disponibles a la jerarquí­a. En los inicios del siglo XVII, pues, se fija la doble significación: misiones extranjeras y misiones parroquiales.

Poco a poco, la teologí­a de las misiones se fue leyendo a la luz de la misión de la Iglesia. El mandato de predicar a todos los pueblos devino el substrato y el motivo de la misión eclesial. Una teologí­a frecuente, recogida e integrada actualmente en los documentos oficiales eclesiásticos, como LG, AG y EN. Desde esta perspectiva hay que enfocar el tema de la misión y el de la evangelización.

Las palabras se mantienen pací­ficamente. Pero, en muchos momentos, la Iglesia ha tenido la experiencia de que se va difuminando el dentro y fuera de la Iglesia. No obstante, permanece la palabra misión para las misiones extranjeras.

M. Vaussard, en 1926, hablaba de «la France redevenue pays de mission». E. Gilson consideraba, en 1934, que Francia era «un pays de missions», dicho en el sentido de misiones extranjeras. En 1943, el libro de Goden y Daniel, La France pays de missions?, es la consagración de las palabras misión y misionero para designar una acción apostólica y radical en el interior de Francia. Actividad comparable con las misiones extranjeras. La palabra misionero (el que va a predicar el evangelio a los paganos por orden y bajo la autoridad de la Iglesia) invade el campo del trabajo pastoral. Y la pastoral es vista como una acción misionera entre los propios compatriotas. Todo se irá integrando de tal manera que la única Misión de la Iglesia se diversifica en multitud de funciones, situaciones y ministerios. Estas realizaciones parciales de la Misión pueden reivindicar también el nombre de misión.

Lentamente, pero con gran fuerza, en medio de una gran preocupación por dar a conocer el evangelio a los alejados, y a través de una cuantiosa literatura eclesiástica, se van intercambiando las palabras misión y evangelización. En efecto, A. Liégé escribió que el vocablo evangelización era «significativo de la pastoral contemporánea y relativamente reciente». En 1957, el cardenal Feltin, de Parí­s, dio esta definición: «Evangelizar es facilitar la percepción de Jesucristo viviente en la Iglesia, en y por el encuentro con el otro». En 1958, en Francia, se editaba la revista Evangéliser. En este tiempo, el teólogo de Tubinga, Arnold, escribió en 1948 que «el Evangelio ha de ser anunciado siempre de nuevo en cada época, y el camino de la mediación salvadora de la Iglesia ha de ser trazado de nuevo en cada generación».

En los años sesenta, evangelización es ya una palabra arraigada en el vocabulario teológico-pastoral. Fernando Urbina, en 1974, afirmaba que la palabra comenzó a usarse entre 1940-1950 para designar una nueva práctica apostólica y pastoral, indicadora del paso de una pastoral de cristiandad a una pastoral de misión y evangelización.

A partir del Vaticano II se va plasmando un nuevo sentido de misión de la Iglesia, mediante el concepto de evangelización. El decreto conciliar Ad gentes supone oficialmente el paso de las misiones a la misión.

Rápidamente los episcopados de todos los continentes tratan la cuestión de la evangelización. Es el tema estrella del CELAM, en Medellí­n (1968), con la intención posterior de abordarlo en la III Conferencia general del episcopado latinoamericano en Puebla (1978). Las Iglesias asiáticas lo tratan en la reunión de Bangkok (1973). Las africanas, en Kampala (1969) y Lusaka (1974), en donde se toma conciencia crí­tica de la africanización del cristianismo. El Consejo ecuménico de la Iglesias, en Upsala (1968), sigue un camino semejante. La evangelización en relación con el sacramento, es objeto de particular estudio de algunas conferencias episcopales europeas, como es el caso de la francesa (1971) y de la española (1974).

Se quiere hablar, a través de la evangelización, del paso de la Iglesia de las misiones a una Iglesia en estado de misión. Es el resultado del impacto causado, especialmente en la Iglesia de Occidente, por el hombre de la secularización.

El 1974 se celebra el sí­nodo episcopal, en Roma, sobre la evangelización. El fruto del mismo será la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi (EN), publicada el año siguiente. Este acontecimiento ha dado enorme vigor al tema, por lo que se refiere tanto a la doctrina como a la práctica pastoral. De todos modos, como estudioso del tema, considero que todaví­a es difí­cil la acotación completa del significado del término. La generalización del vocablo -reflejando una determinada problemática- ha incidido, no siempre positivamente, en el tema clásico de las misiones.

III. Evangelización y catequesis
El tema de la evangelización ha marcado, lógicamente, el de la catequesis. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, en el número 44, trata de la catequesis en función de la evangelización, e insiste en la formación de los catequistas. Subraya la importancia de la formación de los niños y la urgencia del catecumenado para jóvenes y adultos.

En 1977 se reúne nuevamente el sí­nodo de los obispos. Analiza la catequesis. La exhortación apostólica subsiguiente se titula Catechesi tradendae (CT). Escrito enraizado en EN, presenta una visión completa de la catequesis, inserta en la actividad pastoral y misionera de la Iglesia.

Establece también la relación entre catequesis y primer anuncio del evangelio. Trata, entre otros conceptos, de la necesidad de la catequesis sistemática, de la catequesis y la experiencia, de la catequesis y los sacramentos, de la catequesis y la comunidad eclesial.

Si la catequesis habí­a sido vista como actividad dirigida a los niños, CT la extiende a todos los miembros de la Iglesia, puesto que todos (párvulos, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y deficientes) tienen necesidad de la formación catequética. Insiste en la metodologí­a, en la alegrí­a de la fe en un mundo difí­cil, y concibe la catequesis como una tarea que afecta a todos.

Cabe señalar que, en 1983, la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis, de la conferencia episcopal española, publica La catequesis de la comunidad (CC), una obra que marca un hito importante en nuestro paí­s. El punto de partida es la misión de la Iglesia, o sea, el anuncio del evangelio. Después de esta introducción cristológico-eclesial presenta la acción catequética dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia -concepto que acogerá totalmente el Directorio general para la catequesis (DGC) (1997)-. En este sentido cabe decir que La catequesis de la comunidad se adelantó a lo que, posteriormente, pasarí­a a tener carta oficial en el magisterio eclesial. Hay que afirmar también que el documento es muy completo y puéde entenderse muy unido a CT. Podrí­a considerarse, incluso, como una explicitación y aplicación de la exhortación apostólica. Se subraya el carácter iniciático y fundamentador de la catequesis, como favorecedor de la identidad cristiana hoy. Es notable también el capí­tulo dedicado al proceso catequético, que incluye estos temas: la pedagogí­a catequética inspirada en la divina, el acto catequético y el proceso catequético. Siguiendo las huellas de CT, se describen las caracterí­sticas de la comunidad cristiana como lugar de la catequesis. Y, finalmente, se aborda la acción catequética en la Iglesia particular.

La misma Comisión episcopal publicó, en 1990, Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales (CAd). Esta obra es también muy completa y trabajada. Está en continuidad con la anterior. Y se edita en el momento en que la Conferencia episcopal española tiene como objetivo general, en su plan de acción pastoral, Impulsar una nueva evangelización. El plan se concibe en dos direcciones: una, hacia los no creyentes y alejados; otra, hacia el interior de las mismas comunidades cristianas. Los primeros necesitan una propuesta del evangelio para adherirse a la fe. Las segundas precisan una renovación profunda. De hecho, este escrito analiza la situación de la catequesis de adultos en la evangelización.

Desde la visión del nuevo entorno social y cultural, la catequesis de adultos se ubica en el proceso evangelizador. El razonamiento avanza, fundamentado en CT, sobre la afirmación de que la catequesis de adultos es la forma principal de la catequesis. Con lo cual se llega al catecumenado bautismal, como modelo de referencia de la catequesis de adultos. Por ello se habla en la actualidad de una catequesis de iniciación como realidad fundante de la catequesis. O, tal como hace el escrito, de modelo referencial de dicha catequesis. Los obispos indican las caracterí­sticas de la catequesis de adultos y -como es necesario- la relación con otras formas de educación de la fe de los adultos, punto en el que conviene tener ideas claras.

La segunda parte trata de la naturaleza interna de la catequesis de adultos (acción de la Iglesia, finalidad, tareas y estructura gradual). El último y tercer punto se ocupa del catequista de adultos (importancia, necesidad, responsabilidad compartida, cualidades y formación); concluye con la pedagogí­a catequética. Un documento importante, que invita seriamente a promover dicha catequesis en las comunidades cristianas y a la instauración del catecumenado. En nuestro paí­s, este tema conoce algunas realizaciones, pero deberí­a avanzar mucho más.

Como aplicación a la realidad española del RICA, la Conferencia episcopal española publicó en 1999 La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (IC), aprobada el 27 de noviembre de 1998 por la LXX Asamblea plenaria. Este documento se propone, sobre todo, ofrecer orientaciones y sugerencias para impulsar la acción catequética y litúrgica de la iniciación cristiana. Consta de tres partes, en las que se†¢presentan los fundamentos teológicos de la iniciación, los lugares eclesiales de la iniciación y las dos funciones pastorales (catequesis y liturgia), y propone caminos para una renovación y revitalización de la pastoral de la iniciación cristiana en la Iglesia española. Está llamado a jugar un papel importante en la Iglesia española del siglo XXI: orientar la acción catequizadora, la formación cristiana de nuestros niños y jóvenes y la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana. Todo ello aportará un gran servicio a la acción evangelizadora de la Iglesia

IV. La evangelización y la catequesis en el DGC
En 1997 apareció el Directorio general para la catequesis (DGC). Novedad importante, intrí­nsecamente unida al Catecismo de la Iglesia católica (CCE). Este se publicó en 1992. Sin duda, es un gran instrumento para la evangelización. Trata de ella en diversos números y en distintos sentidos. Aparece en la temática principal sobre la evangelización, afirmada como derecho y deber de la Iglesia. El í­ndice temático de la edición tí­pica muestra los diversos números que se ocupan de nuestro tema. De todos modos, la referencia al CCE la hemos guardado para este momento, por la relación í­ntima que tiene con el Directorio. En este hay el complemento adecuado de un libro que podí­a parecer árido y exento de pedagogí­a.

Del 14 al 17 de octubre de 1997, en Roma, tuvo lugar el Congreso internacional de catequesis. La temática versó sobre la edición tí­pica del CCE y el DGC. Intervinieron, entre otros, los cardenales Ratzinger, Castrillón y Sepe. Por lo que se refiere al presente tema, tuvo una relatio muy interesante Mons. J. M. Estepa sobre La misión profética de la Iglesia: evangelización, catequesis y Catecismo de la Iglesia católica. En ella propone básicamente una reflexión teológica y pastoral en torno a la catequesis dentro de la misión de la Iglesia (cuestión que ocupa los tres primeros capí­tulos de la primera parte del Directorio general para la catequesis) y en torno al Catecismo de la Iglesia católica (tal como aparece en el capí­tulo segundo de la segunda parte del Directorio).

La reflexión parte de DV, AG, EN y RMi. Todo desemboca en la concepción de evangelización en el DGC. En efecto, «al Directorio general para la catequesis correspondí­a la tarea de recoger,y sintetizar toda esta riqueza de aspectos, ofrecida por DV, AG, EN y RMi, y que inciden en el esclarecimiento de la concepción de evangelización, con todas las implicaciones pastorales que tal clarificación lleva consigo, a la larga, en la vida de la Iglesia». Todaví­a añade: «El DGC trata de conjugar, en efecto, la fundamentación doctrinal que propone DV, con la visión dinámica de la evangelización que ofrece AG, la concepción integral que presenta EN y la pluralidad de acentos con que se realiza, según las diferentes situaciones que RMi señala. Sintetizando este conjunto de aspectos, el Directorio representa la evangelización como el marco en el que despliegan todas las acciones evangelizadoras de la Iglesia, sin que ninguna quede fuera de ese marco». De hecho, para el concepto de evangelización es cla»»e el número 48 del DGC.’La catequesis aparece ocupando su lugar y ajustándose a su función en el marco de la evangelización y sus diferentes acciones. Añade Mons. Estepa: «La preocupación por relacionar la catequesis con otras acciones es permanente en el Directorio: con el primer anuncio (etapa misionera), con los sacramentos de la iniciación (fase iniciatoria), con la vida entera de la comunidad cristiana (en la etapa pastoral)». Puede decirse que el DGC es un documento integrador y sintético, puesto que quiere mostrar la evangelización en su conjunto. De todos modos, a nuestro entender, la definición de evangelización tiene, en cierto modo, la ambigüedad con la que fue tratada en el sí­nodo de 1974, donde se tomaba en cuatro sentidos diversos, y donde las intervenciones de los padres sinodales, por esta misma razón, tení­an matices muy diversos.

El DGC consta de una exposición introductoria, titulada El anuncio del evangelio en el mundo contemporáneo. Se trata de una mirada sobre el mundo de hoy, la Iglesia en este campo del mundo, y los signos de los tiempos como retos para la catequesis.

La primera parte, La catequesis en la misión evangelizadora de la Iglesia, se distribuye en tres capí­tulos: 1) La revelación y su transmisión mediante la evangelización; 2) La catequesis en el proceso de evangelización, y 3) Naturaleza, finalidad y tareas de la catequesis. El tí­tulo de la segunda parte reza: El mensaje evangélico. La forman dos capí­tulos: Normas y criterios para la presentación del mensaje evangélico de la catequesis y Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia. En esta se trata de la relación entre el CCE y el DGC; aterriza en la necesidad de los catecismos locales. La parte tercera se denomina: La pedagogí­a de la fe. Se exponen: 1) La pedagogí­a de Dios, fuente y modelo de la pedagogí­a de la fe, y 2) Elementos de metodologí­a. La cuarta parte habla de Los destinatarios de la catequesis, y consta de cinco capí­tulos: 1) La adaptación al destinatario: aspectos generales; 2) La catequesis por edades; 3) Catequesis para situaciones especiales, mentalidades y ambientes; 4) Catequesis según el contexto socio-religioso, y 5) Catequesis según el contexto socio-cultural. La quinta parte -la última- lleva el epí­grafe: La catequesis en la Iglesia particular. Se desarrolla en cuatro capí­tulos: 1) El ministerio de la catequesis en la Iglesia particular y sus agentes; 2) La formación para el servicio de la catequesis; 3) Lugares y ví­as de catequesis, y 4) La organización de la pastoral catequética en la Iglesia particular.

La estructura, pues, nos muestra el alcance de todo el DGC, sobre todo en el hecho de incorporarlo dentro de la evangelización. La evangelización, en realidad, es el marco de toda la acción de la Iglesia. Y la catequesis se sitúa en el interior de este marco. Hecho que da un talante determinado a la catequesis.

El DGC es muy enriquecedor para el quehacer catequético. Tiene unas claves claras y determinantes. Las más fundamentales: 1) la naturaleza de la catequesis es evangelización, o un momento de la evangelización (es lo mismo que decir que es misión), es iniciación cristiana y tiene una realidad dinámica permanente; 2) importancia de la pedagogí­a divina que guí­a la de la catequesis; 3) el corazón de la catequesis es la diócesis, y la catequesis paradigmática -de referencia- es la de adultos. Todo requiere una amable y competente atención a los catequistas.

Queremos añadir, antes de finalizar, que existe una gran coincidencia entre las lí­neas catequéticas señaladas por los documentos episcopales españoles y el DGC. Parece que la aportación de nuestro paí­s ha sido decisiva en la confección del mismo. Esto reafirma en el camino emprendido y anima a proseguir una tarea coincidente con el talante eclesial y los signos de los tiempos.

La Comisión episcopal de enseñanza y catequesis, en su Plan de acción (1997-2000), empalmando con el plan 1993-1996 (que querí­a impulsar la evangelización a través de la intensificación de la catequesis y promover una nueva etapa de la acción catequética al servicio de la nueva evangelización), establece como objetivo general: «promover una nueva etapa de la catequesis que fortalezca la fe y el testimonio de los cristianos en favor del hombre contemporáneo, que necesita encontrar el sentido de su vida; ayudar, mediante la catequesis, para la plegaria de alabanza y de acción de gracias por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención. Entre los objetivos especí­ficos, destacan: impulsar una catequesis al servicio de la iniciación cristiana, intensificar la formación de catequistas y promover la difusión y el conocimiento del nuevo DGC. Todos estos objetivos se sitúan en la lí­nea de la catequesis evangelizadora.

BIBL.: Actualidad catequética 96 (enero-marzo 1980): Texto y comentarios de CT; Actualidad catequética 176 (octubre-diciembre 1997): Presentación de la edición tí­pica del CCE, presentación del DGC y Congreso internacional para la catequesis; Documentos oficiales del sí­nodo de 1974; CAí‘IZARES A., La evangelización hoy, Marova, Madrid 1977; ComISIí“N EPISCOPAL DE ENSEí‘ANZA Y CATEQUESIS, Plan de acción para el cuatrienio 1997-2000; DAGRAS M., Théologie de 1’évangelization, Desclée, Parí­s 1979; ESQUERDA J., Teologí­a de la evangelización, BAC, Madrid 1995; Diccionario de la evangelización, BAC, Madrid 1998; GUITERAS VILANOVA J., Evangelització, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona 1985; MARTíNEZ L., Diccionario del Catecismo de la Iglesia católica, BAC, Madrid 1995; RESINES L., Historia de la catequesis en España, BAC, Madrid 1997.

Joan Guiteras Vilanova

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética

SUMARIO:
I. Evangelización y misión:
1. Misión y misiones;
2. La finalidad de la misión;
3. ¿Qué es la evangelización? En busca de un concepto más amplio;
4. Misión de Jesús y misión de la Iglesia;
5. Conclusiones teológicas
(J. Dupuis).
II. Evangelización de la cultura:
1. La cultura como terreno de evangelización;
2. Una larga experiencia de evangelización de la cultura
3. Una nueva consideración de la evangelización;
4. El reto de la cultura de masas;
5. La modernidad como cultura
(H. Carrier).
III. Nueva evangelización:
1. ¿A quién se dirige la nueva evangelización?;
2. ¿Cómo reevangelizar a las culturas?;
3. Una antropologí­a abierta al Espí­ritu;
4. Para la redención de las culturas
(H. Carrier).

I. Evangelización y misión
1. MISIí“N Y MISIONES. Desde el comienzo de su ministerio, Jesús «llamó a los que él quiso, y ellos se acercaron a él. Y designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13; ,pf Mt 10,1-42); después de la resurrección, les confió la misión de su Iglesia (Mt 28,16-20; Mc 16,14-19; Lc 24,36-9; Jn 20,19 29; He 1,6-11). Así­ pues, la t misión es un término bí­blico, fundador de la Iglesia. Este término no ha de parecido nunca de la terminologí­a teológgica. Ello no impide que una tradición reciente, aunque secular, haya hablado más de las misiones (en plural) que de la misión. Esto se remonta sobre todo al gran movimiento misionero de la época moderna a partir dei siglo xvi. Se distinguió entonces entre. las «misiones» (los paí­ses de misión) y los paí­ses tradicionalmente cristianos (la cristiandad);, éstos enviaban misioneros a evangelizar a los pueblos «no cristianos». La tarea misionera se les confió (jus commissionis) a las grandes congregaciones religiosas y a los institutos misioneros. La Congregación de Propaganda Fide se fundó en 1622 para organizar y dirigir esta tarea (esta Congregación romana, después del concilio Vaticano II, ha recibido el nombre de «Congregación para la evangelización de los pueblos’.

En una época todaví­a reciente la misión (en singular) ha entrado por fuerza en el vocabulario eclesiológico. Se ha recuperado la conciencia de que la Iglesia es esencialmente misionera en todas las circunstancias y en todos los paí­ses del mundo, sean o no tradicionalmente cristianos. La «descristianización» reciente del mundo cristiano ha ayudado paradójicamente a esta nueva toma de conciencia. Así­, Henri Godin pudo publicar en 1943 un libro que por aquella época ejerció :una gran influencia, titulado La France, pays de mission? (Lyon 1943);. se trataba ante todo de la descristianización de la clase obrera, que habí­a que reevangelizar de nuevo. Gracias a la secularización del mundo occidental, la conciencia de la misión como tarea universal de la Iglesia adquirió mayor amplitud. Hoy se habla de la misión evangelizadora de la Iglesia como de su tarea esencial, y concretamente -aunque quizá con poca propiedad, ya que la evangelización es un proceso nunca acabado- de la «nueva evangelización» (I Evangelización, III) del mundo occidental «poscristiano». La Iglesia es en todas partes y para siempre misión.

Así­ es como se ha desarrollado la eclesiologí­a reciente, con un desarrollo que es un redescubrimiento de la tradición antigua. El lugar esencial que ocupa la misión en el misterio de la Iglesia ha vuelto a ponerse de manifiesto. Se trataba de pasar de una eclesiologí­a estática, a saber: la de la «sociedad perfecta», a un concepto dinámico de la Iglesia, comunión esencialmente misionera, en movimiento en la historia. La Iglesia es misión o deja de ser Iglesia. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, que siguió al sí­nodo de los obispos sobre la evangelización del mundo moderno (1974), se hace eco de esta conciencia renovada. Hablando en términos de evangelización, el Papa escribe: «Evangelizar es… la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. La Iglesia existe para evangelizar…» (EN 14).

El concilio Vaticano II habí­a tenido ya en cuenta esta conciencia renovada. No es que haya dejado de hablar de «misiones» (en plural) en ‘el sentido habitual; pero las sitúa en el contexto más amplio de la «misión» de la Iglesia, dentro de la cual deben ser comprendidas. De manera caracterí­stica, el decreto que se les.consagró lleva por tí­tulo «Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia» (AG). Desarrolla en primer lugar el amplió contexto de la misión universal de la Iglesia (AG 1-5), para situar luego en ese contexto las «misiones», a saber: la misión de la Iglesia tal como se ejerce y se desarrolla progresivamente en los territorios en los que no ha alcanzado todaví­a su madurez (AG 6ss). La prioridad de la misión sobre las misiones indica así­ que la vocación de la Iglesia es fundamentalmente la misma. en todas las regiones, aunque su niel de desarrollo varí­e de región a región.

2. LA FINALIDAD DE LA MISIí“N. Una «misionologí­a» todaví­a reciente se ha esforzado en definir el objetivo de las misiones (en plural). Lo enunciaba hablando de «implantación de la Iglesia». Era preciso que la iglesia quedara firmemente establecida en los paí­ses en donde no tení­a aún más que raí­ces muy jóvenes. Su establecimiento firme comprenderí­a, además del desarrollo de la comunidad cristiana, el de un clero y una jerarquí­a «indí­genas». Una vez establecida firme y completamente la Iglesia en un lugar, la misión habrí­a conseguido su objetivo. Esta tesis no carecí­a de interés. Comparada con las ideas anteriormente en curso, representaba un progreso cierto no se hablaba ya simplemente de salvar a unas almas que de lo contrario no tendrí­an ningún caminó de acceso a la salvación eterna; se trataba más bien de establecer por todas. partes en el mundo la. Iglesia, medio universal querido por Dios para la salvación de los hombres. Esto no impide. que dicha tesis se quedaracorta en más de un punto. Todaví­a se notaba en ella una visión en el fondo negativa de la salvación de los «no cristianos»; se afirmaba ciertamente la voluntad salví­fica universal de Dios y la posibilidad de la salvación individual para todas las personas humanas; pero no se les atribuí­a a las religiones «no cristianas» ningún papel positivo en este misterio de la salvación. Además, esta posición se centraba indebidamente en la misma Iglesia, como si ésta fuera un fin en sí­ misma. Habrí­a sido ,preciso, por el contrario, descentrar a la Iglesia de ella misma, centrándola en Jesucristo y en el reino de Dios en el mundo; se habrí­a concebido entonces a la Iglesia como un signo, que remití­a a su Señor por una parte y al establecimiento de. su reino en la, historia por otra. Finalmente, como consecuencia, la tesis, establecida se definí­a de manera unilateral como proclamación del evangelio, catequesis y administración de los sacramentos; reinaba en ella una preocupación exagerada por el crecimiento numérico de la -comunidad cristiana. Habrí­a que observar ade= más que la «implantación» de la Iglesia, que constituí­a su perspectiva central, se hizo la mayor ;parte de las veces según el modo de un «trasplante»: se trasplantaban al paí­s misionado un modelo establecido de realidad eclesial, tal como se habí­a desarrollado en Occidente, sin preocuparse demasiado de. la adaptación o l «inculturación». Habrí­a sido menester seguir la parábola evangélica del sembrador (Lc 8,4-15), sembrando por tanto la palabra de Dios en la tierra de los pueblos para: que llegara a germinar y a desarrollarse en ella transformándola (cf AG 22). La imagen de la misión alude a la siembra del evangelio,.no al trasplante de modelos extranjeros de la.realidad eclesial.

Esto explica, que, ya antes del concilio Vaticano II, se desarrollara una nueva teologí­a de la misión, que se inserta por otra parte en el contexto de la evolución antes recordada de las misiones a la misión. La misión de la Iglesia. es idéntica en todos los lugares, aunque admite grados y formas variadas. Su finalidad es evangelizar, o sea, comunicar la buena nueva, el evangelio de jesucristo visiblemente presente y operante, con la palabra y los hechos. Resulta fácil ver que semejante concepción permití­a superar el eclesiocentrismo unilateral de la tesis precedente, recentrando la Iglesia en Cristo y su evangelio, en el reino de Dios instaurado en él, y que va creciendo a través de la historia. Era también más bí­blica, ya que recogí­a directamente la imagen de la buena nueva como semilla. Permití­a además superar la perspectiva estrechamente occidental según la cual el viejo continente -y más tarde América del Norte- fundaban «misiones extranjeras» por todo el mundo. Esta visión estrecha ha sido sustituida actualmente por la teologí­a de las Iglesias locales, establecidas en todos los lugares, aunque no tengan todas la misma antigüedad, y la de una misión recí­proca entre las Iglesias hermanas. Esta nueva teologí­a de la misión se aplica universalmente a todas las Iglesias, sin negar por ello sus diferencias.

El concilio Vaticano II no eligió entre las dos teorí­as. Preocupado más bien por conseguir la unanimidad de sus miembros, las yuxtapuso entre sí­, sin darse cuenta quizá de que se trataba de percepciones y de perspectivas divergentes. Así­ se lee en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia a propósito de las «misiones»: «Las iniciativas particulares por las que los predicadores del evangelio enviados por la Iglesia y que van por el mundo entero cumpliendo con el encargo de predicar el evangelio y de implantar la Iglesia entre los pueblos o grupos humanos que no creen todaví­a en Cristo, son llamadas comúnmente `misiones»‘ (AG 6). Y más claramente: «El fin propio de esta actividad misionera es la evangelización y la implantación de la Iglesia en los pueblos y grupos humanos en los que aún no está arraigada» (ib).

Serí­a una equivocación oponer una tesis a la otra como si fuesen contradictorias. Pero esto no impide que la eclesiologí­a y la misionologí­a posconciliares hayan optado cada vez más por la perspectiva más bí­blica y más fundamental de la evangelización. La Iglesia posconciliar ha ido ensanchando cada vez más el concepto de evangelización hasta hacerle indicar todo lo que se relaciona con su misión. De hecho, se han llegado a identificar los dos términos ó a hablar, a modo de pleonasmo, de la misión evangelizadora de la Iglesia.

El texto anteriormente citado de Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelfi nunttandi iba en este sentido: ‘ «Evangelizar… es la vocación propia de la Iglesia… Ella existe para evangelizar» (EN 14).

Si la finalidad de la misión es la evangelización, es preciso que nos preguntemos: ¿Qué es evangelizar? ¿Qué actividades eclesiales comprende por su propia naturaleza la misión evangelizadora de la Iglesia? ¿Se trata solamente de anunciar o de proclamar el evangelio y de invitar a los otros a convertirse a Jesucristo y a hacerse discí­pulos suyos en la Iglesia? ¿O tiene quizá la evangelización una acepción más amplia, que no puede reducirse so pena de estrechar la misión de la Iglesia?

3. ¿QUE ES LA EVANGELIZACIí“N? EN BUSCA DE UN CONCEPTO MíS AMPLIO. Una vez definida la misión universal de la Iglesia en términos de evangelización, este mismo término ha adquirido en la eclesiologí­a posconciliar una acepción cada vez más amplia. Sin querer describir la marcha de esta evolución a través de los numerosos congresos y sesiones teológicas sobre la misión que marcaron a los años posconciiiares, es preciso por lo menos indicar brevemente su recorrido a través de ciertos textos oficiales del magisterio eclesial. La tendencia general consiste en pasar de una noción estrecha de la evangelización, en la que ésta se identifica con el anuncio o la proclamación del evangelio, a una noción más amplia según la cual ciertas actividades, como la promoción humana, la lucha por la /justicia o incluso el /diálogo interreligioso pertenecen con todo derecho a la misión evangelizadora.

El sí­nodo de los obispos sobre la evangelización del mundo moderno (1974) representa una etapa importante de esta evolución. Sus resultados están recogidos, de forma muy personal, por Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelü nuntiandi (1975). Después de establecer que la evangelización es «la vocación propia de la Iglesia» (n. 14), el Papa desarrolla una noción más amplia de la evangelización, observando que «ninguna definición parcial y fragmentaria da razón de la realidad tan rica, compleja y dinámica que es la evangelización, a no ser con el riesgo de empobrecerla y hasta de mutilarla. Es imposible captarla, si no se intenta abrazar con la mirada todos sus elementos esenciales» (n. 17). En lo que se refiere al sujeto de la acción evangelizadora, el Papa observa que implica a toda la persona: sus palabras, sus actos, su testimonio (nn. 21-22). En cuanto al objeto, se extiende a todo lo que es humano: «evangelizar, para la Iglesia, es llevar la buena nueva a todos los ambientes de la humanidad y, por su impacto, transformar desde dentro y hacer nueva a la humanidad misma» (n. 18). Así­, se trata para la Iglesia de «evangelizar… la cultura y las culturas del hombre» (n. 20).

¿Qué actividades eclesiales comprende entonces la evangelización? Pablo VI observa que ciertos aspectos de la acción evangelizadora de la Iglesia «son tan importantes que se tendrá la tendencia a identificarlos simplemente con la evangelización. Se ha podido entonces definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo a quienes lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de otros sacramentos que conferir» (n. 17); es ésta una opinión que el Papa parece de alguna manera asumir como propia (cf n. 14). Más que pretender la exclusividad, se trata sin embargo para Pablo VI de resaltar el lugar privilegiado y necesario que ocupa la proclamación del evangelio en la misión evangelizadora: «No hay verdadera evangelización si no se anuncia el nombre, la enseñanza, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (n. 22). Este anuncio no adquiere a su vez «toda su dimensión más que cuando es oí­do, acogido, asimilado y cuando hace surgir en el que lo ha recibido de esa manera una adhesión del corazón» (n. 23).

¿Qué lugar queda entonces en la misión evangelizadora para otras actividades eclesiales? Pablo VI habla de la promoción, del desarrollo y de la liberación del hombre. Observa que entre estos ideales y la evangelización existen «ví­nculos profundos», de orden antropológico, teológico y evangélico (n. 31). No cabe duda de que la misión no puede reducirse «a las dimensiones de un proyecto simplemente temporal», y el Papa no deja de reafirmar «la finalidad especí­ficamente religiosa de la evangelización» (n. 32). Pero esto no impide que, dejando esto bien sentado, la Iglesia tenga «la obligación de anunciar la liberación a millones de seres humanos…, de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de ella, de hacer que sea total. Esto no es extraño a la evangelización» (n. 30). Por muy generosas que sean estas palabras, no dejan sin embargo de parecer tí­midas, comparadas con lo que afirmaba el sí­nodo de los obispos de 1971 en un texto sobre «la justicia en el mundo». Los obispos declaraban entonces: «El combate por la justicia y la participación .en la transformación del mundo nos parece plenamente que son una dimensión constitutiva de la predicación del evangelio en cuanto misión de la Iglesia para la redención de la humanidad y su liberación de toda situación opresiva» (n. 6).

En el sí­nodo sobre la evangelización algunos obispos, especialmente asiáticos, habí­an recomendado que un concepto más amplio de la misión evangelizadora de la Iglesia deberí­a incluir igualmente el diálogo interreligioso como formando parte integrante de ella. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, sin embargo, no se hace eco de esta opinión. A1 hablar de las religiones «no cristianas», el Papa las considera como «teniendo; por así­ decirlo, sus brazos tendidos hacia el cielo», pero incapaces de establecer «con Dios una relación auténtica y viva», tal como la «establece efectivamente» el cristianismo y sólo él. Aunque las otras tradiciones religiosas contienen «las expresiones religiosas naturales más dignas»; sólo «la religión de Jesús que ella (la Iglesia) anuncia a través de la evangelización pone objetivamente al hombre en relación con el plan de Dios, con su presencia viva, con su acción» (n. 53). De aquí­ se sigue que los «no cristianos» no figuran más que como destinatarios de la proclamación de la buena nueva por la Iglesia, la cual «mantiene vivo su impulso misionero»; por otra parte, no se dice nada sobre el diálogo interreligioso entre los cristianos y los demás; como algo que pertenezca también a la «misión evangelizadora» (ib).

El magisterio de Juan Pablo II en más de una ocasión ha marcado el ví­nculo tan estrecho que existe entre la evangelización y la promoción de la justicia. Desde la encí­clica l Redemptor hominis (1979), la evangelización se ve como «un elemento esencial de la misión (de la Iglesia), indisolublemente ligado a ella» (n. 15). Esta idea se repetirá varias veces a continuación en términos equivalentes. La misma encí­clica aborda el tema de las otras religiones con una gran apertura. El Papa ve en «la firmeza de la creencia de los miembros de las religiones no cristianas» un «efecto del Espí­ritu de verdad, que actúa más allá de las fronteras visibles del Cuerpo mí­stico». Recomienda toda actividad que tienda a «la aproximación con ellas a través del dialogo, los contactos, la oración en común, la búsqueda de los tesoros de espiritualidad humana, ya que éstos… no faltan a los miembros de esas religiones» (n. 6). Recogiendo las ideas de algunos padres de la Iglesia, el Papa ve en las diversas religiones «como otros tantos reflejos de una única verdad, como unas `semillas del Verbo’ que atestiguan cómo la aspiración más profunda del espí­ritu humano se ha vuelto, a pesar de la diversidad de los caminos, hacia una sola dirección, expresándose en la búsqueda de Dios y… en la búsqueda de la dimensión total de la humanidad…» (n. i 1). «La actitud misionera comienza siempre por un sentimiento de profunda estima por `lo que hay en el hombre’ (Jn 2,25)…; se trata del respeto a todo lo que el Espí­ritu, que `sopla donde quiere'(Jn 3,8); ha operado en él» (n. 12). De este modo el Papa insiste en el reconocimiento de la presencia activa del Espí­ritu de Dios en los fieles de las otras religiones y fundamenta teológicamente en ella el significado del diálogo interreligioso en la misión de la Iglesia. Esta misma doctrina es la que se repetirá luego; lo único que faltaba era expresarla explí­citamente en términos de evangelización.

Este paso parece ser que fue el que dio un documento publicado en 1984 por el Secretariado para los no creyentes, titulado Actitud de la Iglesia católica ante los creyentes de las otras réligiones. Reflexiones y orientaciones relativas al diálogo y a la misión. El documento explica que la misión de la Iglesia «es única, pero se ejerce de maneras diversas según las condiciones en que está comprometida la misión» (n. 11). Se dedica a continuación a reunir «las modalidades y los diferentes aspectos» de la misma (n. 12). Y lo hace en un texto que, sin pretender ser exhaustivo, enumera cinco «elementos principales» de la «realidad unitaria, pero compleja y articulada» que es la misión evangelizadora de la Iglesia. Estos elementos son: la presencia y el testimonio; el compromiso al servicio de los hombres, la acción por la promoción social y la liberación humana; la vida litúrgica, la oración y la contemplación; el diálogo interreligioso; el anuncio o proclamación y la catequesis (n. 13).

«Todos estos elementos entran en el marco de la misión»; pero la enumeración no es completa. Pueden hacerse algunas observaciones. La proclamación del evangelio por el anuncio y la catequesis viene al final («está finalmente…’, y con razón, ya que la misión-o la evangelización tiene que verse como una realidad dinámica o un proceso. Este proceso culmina en la proclamación de Jesucristo por el anuncio (kerigma) y la catequesis (didajé). Por el mismo tí­tulo, la vida litúrgica, la oración y la contemplación» deberí­an haberse insertado después de la proclamación de Jesucristo, con la que están directamente relacionadas, como en He 2,42 (al que remite el texto), y de la que son la conclusión natural. El orden deberí­a haber sido entonces: presencia, servicio, diálogo, proclamación, sacramentalización, correspondiendo los dos últimos elementos a las actividades eclesiales que, en una visión más estrecha pero tradicional, constituyen la evangelización. En la perspectiva más amplia adoptada por el documento, la «realidad unitaria» de la evangelización se presenta a la vez como «compleja y articulada»: se trata de un proceso. Esto significa que, si todos los elementos inherentes al proceso son formas de evangelización, no todos tienen el mismo valor ni el mismo sitio en la misión de la Iglesia.

Así­, por ejemplo, el diálogo interreligioso precede a la proclamación. El primero puede ir o no seguido del segundo pero el proceso de la evangelización no llega a su término más que cuando la proclamación sigue al diálogo, ya que la proclamación y la sacramentalización son la cumbre de la misión evangelizadora de la Iglesia.

4. MISIí“N DE JESÚS Y MISIóN DE LA IGLESIA. ¿Ofrece. el NT una base bí­blica para esta noción amplia de evangelización, tal como la concibe la conciencia actual de la Iglesia? A primera vista parecerí­a que no. Si uno se refiere al enví­o misionerb de los apóstoles después de la resurrección de Jesús, tal como se nos relata en los evangelios y en los Hechos, se sentirí­a más bien llevado ,a concebir la evangelización según su noción estrecha, identificándola con el anuncio o proclamación de la buena nueva. Sin embargo, las diferentes versiones tienen también diversos matices. Mateo habla de hacer discí­pulos entretodas las naciones, de bautizar y de enseñar (28,19-20); Marcos insiste en la proclamación de la buena nueva a toda la creación (16,15); Lucas menciona la proclamación y el testimonio (24,47-48); los Hechos añaden que el testimonio debe extenderse «hasta los confines de la tierra» (1,8); Juan, finalmente, habla de enví­o a misión, una misión que prolonga la que Jesús recibió del Padre (20,21). Testimonio, enseñanza, proclamación, bautismo: se trata de diversos elementos que, sin embargo, entran todos en eso que se ha designado como el concepto restringido de evangelización.

Observemos, por otra parte, que para Marcos la buena nueva (lo euaggelion) de Dios, que Jesús proclama, se refiere bajo su forma nominal a la totalidad del acontecimiento, incluidas las palabras y los hechos de Jesús (1,14), ese mismo acontecimiento que la Iglesia’tendrá que proclamar después de él (16,15): En Lucas, que prefiere la forma verbal, evangelizar (euaggelizein) parece asumir por sí­ mismo el sentido técnico restringido de «proclamación» de la buena nueva (4,18; 7,22; 16,16), de anuncio del evangelio, traducido en otros lugares por los verbos keryssein o kataggelein, teniendo como objeto del evangelio (to euaggelion). Sin embargo, sigue siendo verdad, desde el punto de vista lingüí­stico, que el verbo euaggelizein puede indicar toda acción, no sólo la proclamación, relativa a la buena nueva.

Mas allá de la terminologí­a es, sin embargo, a la misión del mismo Jesús, prolongada por la de la Iglesia, a la que es preciso referirse para descubrir la amplitud de la misión evangelizadora. Se descubrirá entonces que no se reduce a la proclamación, por muy esencial que ésta pueda ser, sino que se extiende más allá de ella, en la dirección que indicábamos anteriormente.

La misión de Jesús que se continúa en la de la Iglesia, el evangelio de Jesús que ella tiene que actuar y hacer operativo, es el acontecimiento mismo de Jesús en toda su amplitud. Jesús cumple con su misión evangelizadora no sólo a través de sus palabras, sino también de sus gestos y de sus obras. Es él mismo, finalmente, en su persona, la buena nueva de Dios, que actúa en este mundo. El evangelio en acto del que habla Marcos es un resumen programático de la actividad misionera de Jesús (1,1415); es toda su vida de hombre, que termina con su muerte y su resurrección. Su relato global lleva por tí­tulo en el mismo autor el de «la buena nueva de Jesucristo» (l,l). Este evangelio de Jesús comprende sus acciones, así­ como sus palabras; primero sus acciones y luego sus palabras; porque, ya en el AT, Dios se revela por medio de unos actos que explican las palabras proféticas. Por consiguiente, es toda la vida humana de Jesús la que sirve de fundamento a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Las palabras de Jesús son evangelio en acto. Bastará con señalarlo a propósito del «discurso evangélico» recogido por Mateo (5-7) y por Lucas (6,20-49). No se trata ante todo ni sobre todo de una ley nueva que haya que seguir para salvarse, y mucho menos de un ideal imposible de alcanzar que dispondrí­a a la salvación por medio de la fe solamente. Más que un código moral, el sermón de la montaña es «evangelio» (J. Jeremias). Describe la nueva calidad de vida que sigue a la acogida que se ha hecho al reino de Dios establecido en el mundo a través de su mensajero; proclama la venida de una era nueva más que unas nuevas exigencias morales. Por eso comienza con las «bienaventuranzas», que en la forma de Lucas que parece la más antigua (6,20-23), proclaman el gozo del reino acogido: ¡Dichosos vosotros! Igualmente en las otras secciones del discurso se pone el acento en la declaración de la llegada del reino, de la instauración de la buena nueva, más que en sus exigencias morales.

Observaciones semejantes se imponen a propósito de las parábolas (Mt 13). No se trata de exhortaciones morales ilustradas, sino de la «defensa de la buena nueva» (J. Jeremias). Las parábolas enuncian la certeza del cumplimiento del reino de Dios, cuya fuerza está ya en acción y que nada podrá impedir; dicen también cómo crece ese reino. El aspecto de inesperado que aparece en él indica la novedad del reino y manifiesta su carácter misterioso, que invita a la acogida. Así­ pues, todo el discurso evangélico, incluidas las parábolas, ilustra el carácter central y la actualidad del reino de Dios en las palabras de Jesús.

Lo mismo ocurre con sus gestos y sus acciones. Los actos de Jesús son actos proféticos; conviene captar bien su verdadero alcance. Esto es especialmente verdad en los milagros de curación y en los exorcismos. La respuesta de Jesús a los emisarios de Juan Bautista (Mt 11,4-6) indica bien el sentido de sus milagros; muestran que la buena nueva está ya en ejercicio a través de sus actos. Así­ pues, los milagros son evangelio en acción. No hay que interpretarlos -según se hace muchas veces- como simples pruebas de la credibilidad del mensajero; son en sí­ mismos parte integrante de la instauración del reino.

Y lo mismo pasa también con los exorcismos. Indican, lo mismo que los milagros de curación, la victoria ya real del reino de Dios sobre las fuerzas del mal. Liberan a los hombres de la sumisión a los espí­ritus malignos, de la condición alienada a la que estaban reducidos. Acciones simbólicas de Jesús liberador, contienen la buena nueva de que en él han sido ya vencidas las fuerzas del mal, de que el reino de Dios se ha establecido no sólo en las almas, sino también en los cuerpos de los hombres y en su ambiente fí­sico, de que el mundo se ha reconciliado con Dios y consigo mismo. Son el reino en la práctica, como indica muy claramente la respuesta de Jesús en su controversia con los fariseos a propósito de la expulsión de los demonios (Mt 12,26-28).

Más allá de las palabras y de los hechos, es a toda la vida de Jesús a la que hay que referirse para dar cuenta de su misión evangelizadora. Su estilo respira la libertad, siendo al mismo tiempo portador de diferencia. Sus actitudes, sus opciones, sus orientaciones lo distinguen y lo hacen singular. Toma posición comprometiéndose frente al legalismo de los escribas, la autojustificación de los fariseos, el ritualismo de los sacerdotes y de los levitas. No teme la oposición al poder injusto e incluso religioso de su pueblo. Rechaza toda discriminación social y se asocia de forma preferencial con los pobres, los oprimidos y los marginados. Proclama que es a ellos a los que se dirige prioritariamente la buena nueva. Si no es un revolucionario polí­tico, su vida y su muerte tienen sin embargo una dimensión polí­tica en cuanto que sus actitudes representan un desafí­o y una amenaza para la autoridad, tanto polí­tica como religiosa. Esta amenaza fue la que le condujo al suplicio de la cruz.

Esta dimensión humana y polí­tica de la acción de Jesús no le quita nada a su dimensión trascendente, a la relación única que mantiene con su Dios, al que llama l Abba. Atribuye a su enseñanza una autoridad única que le viene de Dios, reivindica para sí­ mismo unas prerrogativas divinas, afirma que es en él donde el reino de Dios está a punto de establecerse en el mundo. Las dos dimensiones de su persona y de su acción, horizontal y vertical, no pueden separarse ni disociarse. Lo que se inaugura en él es al mismo tiempo divino y humano, trascendente, pero también social y polí­tico. Se trata para los hombres de una liberación integral, a la vez del pecado y de las estructuras injustas que de él se derivan. El evangelio social forma parte del reino de Dios.

Esta observación es importante si se quieren sacar de la misión evangelizadora de Jesús algunas conclusiones relativas a la de la Iglesia. Aparecen entonces claramente que la promoción de ¡ajusticia y la liberación humana forman parte de la misión eclesial, que no puede reducirse, por consiguiente, a la proclamación de la salvación en Jesucristo, es decir a la evangelización entendida en sentido estrecho.

Sin embargo, todaví­a hay que preguntar si la misión de Jesús fundamenta del mismo modo la pertenencia del diálogo interreligioso a la misión evangelizadora. Las apariencias parecerí­an a primera vista contrarias. Efectivamente, ¿no declaró abiertamente Jesús que «no habí­a sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15,24)? Más todaví­a, durante su ministerio les prohibió expresamente a los doce apóstoles enviados a misionar que emprendiesen «el camino de los paganos» o que entrasen en las ciudades de Samarí­a; también ellos tení­an que ir más bien «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,5-6).

Esto no impide que el relato evangélico nos muestre a Jesús manifestando una actitud abierta ante los hombres y mujeres que no pertenecí­an al pueblo de Israel. Admira la disposición a creer que tení­a el centurión, reconociendo que no habí­a encontrado una fe semejante en Israel (Mt 8,5-13); realizó milagros de curación para los «extranjeros» (Mc 7,24-30; Mt 15,21-22); conversó con lasamaritana, anunciándole la hora en que «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espí­ritu y en verdad» (Jn 4,23). Para Jesús, el reino de Dios que está a punto de inaugurarse en el mundo a través de él está presente y actuando más allá de los confines del pueblo elegido. De hecho, anuncia expresamente la entrada de los gentiles en el reino de Dios (Mt 8,10-11; 11,20-24; 25,3132), un reino que es histórico y escatológico a la vez. Sin querer forzar la evidencia, la actitud de Jesús parece ser tal que es posible apoyar sobre ella la disposición de la Iglesia para el diálogo con los miembros de otras tradiciones religiosas, como algo que forma parte integrante de su misión evangelizadora.

5. CONCLUSIONES TEOLí“GICAS. Así­ pues, esta misión tiene que entenderse en el sentido amplio y -dentro de la perspectiva englobante, según la cual -prescindiendo del lugar insustituible que en ella ocupa la proclamación o el anuncio del evangelio- no se reduce a ello la evangelización. Podemos por tanto formular estas conclusiones teológicas:
a) Es necesario un concepto más amplio y comprensivo de la evangelización. Semejante concepto significa no solamente el hecho de que toda la persona del evangelizador, se ve implicada en su misión -sus palabras y sus obras, el testimonió de su vida-, ni la verdad de que la evangelización se extiende a todo lo que es humano y tiende a la transformación de la cultura y de las culturas por medio de los valores evangélicos, sino que comprende además todas las formas variadas de actividades eclesiales que forman parte de la evangelización. Este concepto tiene que comprender ciertas actividades, como la promoción de la justicia y el diálogo interreligioso, que no se refieren directamente a la proclamación de Jesucristo ni a la sacramentalización que de allí­. se sigue. Estas actividades deben considerarse como formas auténticas de pleno derecho de evangelización. Esto presupone que hay que superar la costumbre establecida de reducir la evangelización a la proclamación explí­cita y a la sacramentalización dentro de la comunidad eclesial, relegando como algo accesorio la promoción de la justicia y la tarea de liberación de los hombres y olvidando el diálogo interreligioso.

b) La promoción de la justicia y el diálogo interreligioso son dimensiones intrí­nsecas de la evangelización. El sí­nodo de los obispos de 1971 afirmó con energí­a que la promoción de la justicia y la participación en la transformación del mundo representan una «dimensión constitutiva» de la misión evangelizadora de la Iglesia. Habrí­a que poder decir lo mismo del diálogo interreligioso. Efectivamente, más que de partes distintas, se trata en esta ocasión de elementos o de dimensiones diferentes o, mejor aún, de formas, de modalidades o de expresiones distintas de la misión, que es una «realidad unitaria, pero compleja y articulada». Las formas concretas que reviste en la práctica la misión evangelizadora dependerán ampliamente de las circunstancias concretas de tiempo y de lugar y del contexto humano-social, económico, polí­tico y religioso- en que actúa. En el contexto de una variedad muy rica de tradiciones religiosas que continúan incluso hoy siendo la fuente de inspiración y de innegables valores para millones de fieles, el diálogo interreligioso será naturalmente una forma privilegiada de evangelización. Podrán darse incluso ciertas circunstancias que la convertirán, al menos temporalmente, en el único camino posible de la misión.

c) La evangelización representa la misión global de la Iglesia. Desde el momento en que la evangelización se comprendió como idéntica a la misión, aunque se expresa en una variedad de formas, quedaron aparentemente superadas ciertas distinciones que durante mucho tiempo se consideraron como tradicionales. Así­, las distinciones entre pre-cuangelización y evangelización, entre evangelización directa e indirecta, habiéndose basado estas distinciones en la identificación de la evangelización con la proclamación explí­cita de Jesucristo. El inconveniente de estas distinciones era que todo lo que comprende el concepto de preevangelización o de evangelización indirecta parecí­a pertenecer al orden de los medios que tendí­an más o menos o que conducí­an más o menos directamente a la proclamación explí­cita de Jesucristo en la evangelización como tal. Pero no es así­. La promoción de la justicia y el diálogo mterréligioso -y otras obras por el estilo- no son sólo medios capaces de conducir a la evangelización; sino que son, con todo derecho, formas auténticas de la misma.

d) La evangelización desemboca en la proclamación de Jesucristo. Lo que acabamos de decir no proyecta ninguna sombra sobre el hecho de que la proclamación de Jesucristo representó la cima o el apogeo de la misión evangelizadora de la Iglesia. El proceso de la misión desemboca en la proclamación y en la sacráméntalización. Por lo que sé refiere al diálogo interreligioso, el momento oportuno en el que la realidad desembocará en la proclamación tiene que dejarse, en cada caso en las manos de Dios y á la providencia. Por otra parte, las circunstancias pueden ser tales que la proclamación sea posible ya desde el comienzo del proceso de evangelización.

BIBL.: VATICANO II, Ad -gentes; PABLO VI, Rvangelü nuntiandi (1975); SECRETARIADO PARA LOSNO-CREYENTES, Attitude de l E`glisecatholique devant les croyants des autres religions. Réjlexions et orientations concernant le dialogue et la mission (1984); AA.VV., La evangelización en el mundo de hoy, en «Concilium» 134 (1978); AA.VV., Missiologia oggi, Roma 1985; AA .VV., La missione negli anni 2000, Bolonia 1983; DAGRAS M., Théologie de J évangélisation, Tournai 1978; DHAVAMONY (ed.), Prospettive di missiologia, oggi (Documenta Missionalia 16), Roma 1982; DIANICH S., Iglesia en misión. Hacia una eclesiologí­a dinámica, Salamanca 1988; HILLMANN E., The Church as Mission, Londres 1966; LAURENTIN R., Lévangélisation aprés le quatriéme synode, Parí­s 1975; L,EGRAND L., Le Dieu qui vient. La mission ilans la Bible, Parí­s 1988; SENIOR D. j’ STUHLMUELLER C:, Biblia y misión, Estella 1985; ScHt3TTE3. (ed.), Litctivité músionaire de 1 Eglise (Unam Sanetam 67), Parí­s 1967 TE1551ER H., La mission de l Eglise, Parí­s 1985.

J Dupuis

II. Evangelización de la cultura
La expresión «evangelizar las culturas» es relativamente nueva en la Iglesia. Según la concepción tradicional, la evangelización se dirige estrictamente a las personas, invitando a cada una de ellas a responder al anuncio de la buena nueva de Cristo. Propiamente hablando, sólo las personás son capaces de convertirse, de recibir el bautismo, de hacer un acto de fe y de adherirse a la Iglesia. Aun reconociendo que los primeros destinatarios de la evangelización son ante todo las personas, la Iglesia habla hoy de evangelizar las culturas, es decir, las mentalidades, las actitudes colectivas, los modos de vida. ¿Cómo comprender esta extensión del concepto de evangelización? La evolución se explica por dos razones principales. Por un lado, se ha producido una ampliación de la noción de cultura, aplicada no solamente a las personas, sino también a las comunidades humanas. Estas dos acepciones, individual y colectiva, de la cultura se encuentran muy bien traducidas en ciertas expresiones como «la cultura del espí­ritu», «una persona de cultura», «la cultura francesa», «la cultura de los jóvenes». Por otra parte, bajo el impulso del Vaticano II, la Iglesia se ha comprometido en un nuevo diálogo con el mundo moderno y sus culturas, percibidas como un espacio vital para el porvenir religioso del hombre.

1. LA CULTURA COMO TERRENO DE EVANGELIZACIóN. Fijémonos primero en la noción de cultura. Tradicionalmente, la cultura se dice de las personas, de su desarrollo intelectual, de su creación artí­stica, de sus producciones especí­ficas. Así­ se habla de una persona culta, es decir, erudita, instruida, que ha desarrollado sus dones y sus talentos. Esta acepción sigue siendo válida; pero al lado de esta cultura, llamada `clásica» o «humanista», se ha impuesto a nuestros contemporáneos un concepto «antropológico» de la cultura. En este sentido, se habla de identidad cultural, de cultura popular, de cambios culturales, de desarrollo cultural, de diálogo de las culturas. La cultura designa entonces los rasgos caracterí­sticos de un grupo humano, sus modos tí­picos de pensar, de comportarse, de humanizar un ambiente determinado. Cada comunidad humana se reconoce por su propia cultura.

Esta realidad cultural, colectiva e histórica, se percibe hoy como objeto de evangelización. No basta solamente con llegar a los individuos uno por uno; es también la colectividad a la que hay que alcanzar en su cultura para evangelizarla, como ha dicho enérgicamente Pablo VI: «Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el evangelio en zonas geográficas cada vez más amplias o a poblaciones cada vez más masivas, sino también de llegar y de convertir por la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las lí­neas de pensamiento, las fuentes de inspiración y los modelos de vida de la humanidad que son contrarios a la palabra de Dios y al proyecto de la salvación» (Evangelii nuntiandi, n. 19).

Así­ pues, el evangelio se dirige a la vez a la conciencia individual y colectiva, en el intento de regenerar la cultura de las personas, así­ como la cultura de los grupos humanos, es decir, las mentalidades tí­picas de un ambiente determinado.

Para captar, más allá de las fórmulas, lo que significa «evangelizar las culturas», hay que partir de un dato, que podrí­amos llamar socio-teológico: el hecho de que el evangelio es de suyo creador de cultura. Lo recordaba Juan Pablo II en su discurso en la Unesco (2 de junio de 1980), cuando subrayaba «el ví­nculo fundamental del evangelio, es decir, del mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma. En efecto, este ví­nculo es creador de cultura en su mismo fundamento». Toda la historia del cristianismo ilustra el poder civilizador del evangelio.

2. UNA LARGA EXPERIENCIA DE EVANGELIZACIí“N DE LA CULTURA. Desde sus orí­genes, la Iglesia ejerció su acción sobre la cultura, iluminando, purificando y elevando el espí­ritu humano por el anuncio del evangelio. Los grandes pensadores cristianos, como Orí­genes y Agustí­n, expresaron el mensaje de Cristo en unas categorí­as inteligibles a sus contemporáneos. Más tarde, algunos teólogos geniales, como santo Tomás de Aquino, enriquecieron el pensamiento racional y religioso elaborando audaces sí­ntesis entre la filosofí­a clásica y la doctrina de Cristo. Este aspecto, más intelectual, de la evangelización de la cultura sigue siendo actual y constituye para cada generación cristiana un reto vital para la Iglesia. Este mismo reto se extiende a la creación artí­stica. La historia atestigua una verdadera evangelización de la imaginación y del simbolismo por medio de creaciones pictóricas, arquitectónicas, musicales, poéticas, inspiradas en la fe cristiana (/Belleza). Pensemos, por ejemplo, en la admirable profusión de imágenes de Cristo y de la virgen Marí­a que han enriquecido para siempre la historia del arte. Pensemos en fray Angélico, que creaba obras admirables rezando y evangelizando. Recordemos los tesoros de la música gregoriana. Se puede entonces trazar un ví­nculo muy claro entre el progreso de la evangelización y el nacimiento de un verdadero humanismo cristiano.

La difusión del evangelio por todo el imperio romano habí­a introducido una nueva pedagogí­a de las inteligencias y de las conciencias. A partir de unas escuelas modestas, centradas sobre todo en el estudio de la Escritura, alimento de la vida interior y fuente de la predicación, la Iglesia desarrolló las primeras facultades consagradas a la teologí­a y a las ciencias entonces conocidas. Así­ nacieron las universidades, que marcaron profundamente a toda la Europa y a los paí­ses a donde ésta irradió. La cultura estuvo marcada por un humanismo a la vez teológico, literario y cientí­fico, que formó a la elite intelectual, comprometida en la construcción de Europa y de su civilización. Esta cultura del espí­ritu y del corazón fue la que dio los grandes exploradores y los evangelizadores geniales, como Mateo Ricci en China, Roberto de Nobili en la India, Las Casas en América Latina.

Mediante una lenta ósmosis, toda la civilización estuvo entonces impregnada de los valores del evangelio y todos los aspectos de la sociedad se vieron influidos por el espí­ritu cristiano. León XIII recordaba este resultado de la evangelización en una fórmula impresionante: «Hubo una época en que la filosofí­a del evangelio gobernaba los Estados; en aquel tiempo, la fuerza y la influencia soberanas del espí­ritu cristiano habí­an penetrado en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos y en la organización del Estado» (Inmortale Dei, 1 de noviembre de 1885, n. 9).

Estas breves indicaciones históricas permiten comprender lo que significa transformar las culturas por la fuerza del evangelio. Se vislumbra cómo actúa el evangelio a nivel de las personas, de las costumbres, de las instituciones. Esta acción de la Iglesia sobre la cultura de las personas y de las comunidades humanas se ejerció desde los orí­genes del cristianismo, o sea, mucho antes de que nuestros contemporáneos empezasen a hablar de evangelizar las culturas. Debemos entonces preguntarnos cómo se explica el extraño éxito de esta expresión, relativamente reciente, y reflexionar sobre la novedad que supone en el planteamiento pastoral de la Iglesia actual.

3. UNA NUEVA CONSIDERACIí“N DE LA EVANGELIZACIí“N. Esta novedad, se debe a varios factores. Está en primer lugar el hecho de que todas las culturas están actualmente sometidas a cambios rápidos y profundos. Todos nuestros contemporáneos se preguntan cuál será el porvenir de los valores culturales que daban hasta ahora estabilidad a las costumbres, a las actitudes, a las instituciones, a los comportamientos tradicionales. Proyectados en la era moderna, todos los grupos humanos se preguntan por su identidad cultural y sienten la necesidad de tomar en sus manos su propio futuro, según unos criterios opcionales cuya importancia moral y espiritual es fácil de percibir. Esto ha sensibilizado notablemente a nuestros contemporáneos frente a los cambios culturales, su significado y su orientación. Las intuiciones de los antropólogos y de los sociólogos, relativas al análisis y a la acción culturales, han pasado a ser actualmente patrimonio de la mayorí­a. Los gobiernos se han comprometido entonces en atrevidas polí­ticas culturales, creando ministerios de cultura y diversos organismos de promoción cultural.

La Iglesia, sobre todo en el Vaticano II, ha acogido esta visión moderna de las culturas como realidades humanas que hay que comprender, discernir y evangelizar. Juan Pablo II ha creado para ello el Consejo Pontificio de la Cultura, a fin de sensibilizar a toda la Iglesia en las tareas concretas de la evangelización de las culturas y del desarrollo cultural. La cultura se ha convertido, también para la Iglesia, en una categorí­a dinámica indispensable para el análisis social y para la definición del compromiso cristiano en el mundo moderno. En esta perspectiva histórico-antropológica, en donde el porvenir de las sociedades exige un análisis cultural con vistas a la acción cultural, se capta toda la significación que reviste la evangelización de las culturas.

La evangelización cultural que la Iglesia realizaba en otras épocas mediante una acción lenta y una paciente ósmosis de los espí­ritus y las costumbres, debe emprenderse hoy con un esfuerzo mucho más consciente y metódico.

a) Rupturas entre la fe y la cultura. El hecho masivo y dramático de la secularización-exige ahora una nueva reflexión sobre la evangelización de los espí­ritus y de las mentalidades. En el mundo moderno, la religión y la cultura no van a la par, como en las sociedades del pasado. Las culturas desacralizadas y descristianizadas se han convertido en un nuevo terreno de evangelización. Esta toma de conciencia es lo que motiva y justifica la evangelización de la cultura. Pablo VI subrayaba su urgencia dramática: «La ruptura entre el evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestra época, como lo fue también en otras épocas. Por tanto, hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas» (EN 20).

Esto exige ante todo en el evangelizador la percepción mental de la cultura como terreno especí­fico que cristianizar. Se necesita una formación en la observación, en el discernimiento y en el descubrimiento de los sectores culturales en donde pueda penetrar el evangelio. Esto significa que el esfuerzo evangelizador debe buscar a la vez expresamente la conversión de las conciencias individuales y la conversión de la conciencia colectiva. Pablo VI describí­a así­ los dos aspectos, personal y colectivo, de la evangelización: «La Iglesia evangeliza cuando, con sólo la fuerza del mensaje proclamado, intenta convertir la conciencia personal y colectiva de los hombres, las actividades que emprenden, la vida y sus ambientes concretos» (EN 18).

b) El `éthos’ por evangelizar. Percibir la cultura como terreno de evangelización significa distinguir, en un ambiente cultural, lo que, entre otras cosas positivas, esté en contradicción con el evangelio y lo que exige ser purificado, regenerado y elevado. Puesto que la cultura está constituida precisamente de modelos de comportamiento y de maneras tí­picas de pensar, de juzgar, de sentir, es en el nivel de la actuación colectiva donde hay que hacer penetrar la luz y la fuerza del evangelio. ES el ethos de un ambiente lo que hay que captar, esto es, los códigos de conducta recibidos comúnmente en un grupo humano. El ethos puede a veces estar en contradicción con la ética, proponiendo como «normales» ciertas conductas que acaban por destruir al ser humano y su dignidad; pensemos, por ejemplo, en la práctica del aborto, de la eutanasia, del racismo; pensemos en la permisividad y en el individualismo, erigidos en estilos de vida.

La evangelización de las culturas obligará muchas veces a los cristianos a mostrarse contraculturales; tendrán que criticar y denunciar lo que en su propia cultura se recibe como lógico, pero que tiende a oscurecer las conciencias y a debilitar el sentido moral. La presión de las modas, de los juicios y de los intereses colectivos actúa en profundidad sobre las culturas vivas y condiciona los comportamientos comunes. Evangelizar significará discernir esos modelos de comportamiento según los criterios de la enseñanza de Jesucristo, que vino a salvar a todo el hombre en su dimensión personal, social y cultural.

Sin embargo, la denuncia del mal, del pecado individual y colectivo, postulará también, en un aspecto positivo, el anuncio del ideal evangélico, que responde a las aspiraciones más secretas de toda persona y de toda cultura. El evangelio tendrá que influir en los sectores clave del obrar colectivo, como la familia, trabajo, la educación, el ocio, los ambientes sociales, económicos y polí­ticos. No se trata solamente de recordar los principios de una moral social, sino de convertir las mentalidades y de transformar con la fuerza del evangelio las escalas de valores que marcan a una cultura viva tanto para el bien como para el mal. Es preciso que los efectos de la redención cambien las maneras de pensar y el ideal de comportamiento de un ambiente particular. Cada cultura pide ser interpelada en sus modas, sus costumbres, sus tradiciones. Más en concreto, un ambiente cultural determinado tiene que descubrir que hay una «manera cristiana» de trabajar, de vivir en familia, de educar a los hijos, de dirigir una escuela, de servir al bien común, de comprometerse en polí­tica, de defender los derechos humanos. No es fácil esta acción sobre las mentalidades; se ejerce ante todo a través de las personas y de las familias. Intenta sensibilizar las opiniones y los juicios colectivos con vistas a una conversión real de los comportamientos.

c) Conversión de las conciencias y de las culturas. Ciertamente, es indispensable proponer una ética social; pero la enseñanza moral no constituye más que una primera etapa de la evangelización. No hay evangelización sin conversión, sin cambio de las conciencias. La fe tiene que llegar a transformar la cultura viva de un ambiente. Ciertamente, la conversión de las culturas debe entenderse en analogí­a con la conversión individual; pero hay que subrayar que la conciencia colectiva tiene también una verdadera necesidad de purificación y de metanoia. Se dan en las sociedades «estructuras de pecado» o «faltas sociales», que son el resultado de múltiples pecados personales, de corresponsabilidades o complicidades más o menos confesadas; de omisiones, de ambiciones, de prejuicios colectivos. La conversión de la conciencia colectiva exigirá un esfuerzo común y la colaboración de un gran número de personas dispuestas a reconocer el hecho del pecado socialmente difundido y la necesidad de redención de la cultura. La evangelización de las culturas se realiza entonces por medio de unas personas que aceptan el mensaje salví­fico de Cristo en su vida individual y en su ambiente vital. Se produce así­ una especie de influencia mutua entre las conversiones individuales y las conversiones colectivas. Así­ pues, la fe debe alcanzar al mismo tiempo a las conciencias y a las culturas. Es ésta la sí­ntesis que ha de operar la evangelización de la cultura, como decí­a Juan Pablo II: «La sí­ntesis entre la cultura y la fe no es solamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida» (Carta de fundación del Consejo Pontcio de la Cultura, 20 de mayo de 1982).

4. EL RETO DE LA CULTURA DE MASAS. Para captar todo el alcance y también la dificultad de actuar sobre las culturas de hoy, es interesante observar con atención lo que se llama la cultura de masas y el impacto de los medios de comunicación local sobre las mentalidades modernas. Los mass media ofrecen en nuestros dí­as un medio particularmente eficaz para la acción cultural. Se han convertido en poderosos agentes de producción y de transmisión de una cultura de masas que condiciona a los espí­ritus y a las conciencias. Todo esfuerzo metódico de evangelizar las culturas tendrá que conceder una atención especial a esos medios, y los cristianos tienen que aprender a discernir y a criticar eficazmente la cultura producida por esos medios modernos. Importa sobre todo que los valores cristianos encuentren su expresión en la producción y difusión de los mass media. Se trata de un reto decisivo para el porvenir de la cultura y de la evangelización. Ha sido precisamente la irrupción de los medios de comunicación social en la vida moderna lo que ha desconcertado radicalmente los valores y las mentalidades, hasta el punto de que las familias, las escuelas y las Iglesias se sienten amenazadas en su manera tradicional de educar a las nuevas generaciones.

Si insistimos en el significado de los mass media en la sociedad moderna, no es porque los consideremos como. la única causa de los cambios culturales, sino sobre todo porque representan a nuestros ojos el enorme influjo que tiene toda acción sobre las culturas actuales. Esos medios, ciertamente, son productores de cultura; pero son sobre todo los reveladores de la conciencia moderna, con sus valores, sus gustos, sus aspiraciones tí­picas. En ese nivel es donde se sitúa el nuevo terreno de la evangelización. Este hecho de la civilización como tal es el que interpela a los cristianos.

5. LA MODERNIDAD COMO CULTURA. La cuestión nueva y tremendamente compleja que se le plantea entonces a la Iglesia es saber si las creaciones prodigiosas de la civilización moderna servirán al bien espiritual o a la ruina de las conciencias. La modernidad misma debe comprenderse como una cultura que evangelizar. La cultura contemporánea está marcada por el impacto .que los fenómenos de la urbanización y de la industrialización ejercen continuamente sobre las maneras de pensar y de obrar. La l modernidad va acompañada indudablemente de un progreso y .de unas esperanzas que el evangelizador ha de saber asumir, pensando en un desarrollo cultural abierto a la esperanza cristiana. Al contrario, la cultura moderna tiene que ser criticada en sus rasgos negativos, que constituyen un obstáculo para el progreso humano y espiritual de las personas y de las sociedades. La conciencia moderna tiene que enfrentarse ahora con problemas morales de una dimensión planetaria, como la construcción de la paz, la solidaridad. en el desarrollo de todos, la protección de la naturaleza. Estas cuestiones superan las capacidades de cada individuo, pero nadie puede sentirse indiferente ante las responsabilidades comunes. Estas exigencias forman parte ahora de 1a cultura que emerge en el mundo.

En adelante; el esfuerzo evangelizador tendrá que tener en cuenta esta amplia dimensión de las nuevas, culturas. La seriedad del reto sugiere que esta. tarea.no podrá llevarse a cabo sin un esfuerzo más concertado y metódico de todos los responsables de la evangelización. Ninguna diócesis, ninguna parroquia, ningún instí­tuto o movimiento religioso conseguirá él solo asumir la misión de evangelizar a las culturas de hoy. Resulta indispensable un esfuerzo conjunto en todos los niveles. Aquí­ es donde reside la novedad y la promesa de la evangelización de las culturas. Este problema es actualmente objeto de investigaciones y de estudios especiales, centrados en el tema anejo de la l inculturación del evangelio. Las dos cuestiones se iluminan mutuamente: la evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio deben comprenderse en sus mutuas relaciones y en su complementariedad (! Evangelización; III).

En resumen, lo que se necesita es una nueva sensibilización de los responsables de- la evangelización. Se les pide que perciban la dimensión cultural de la acción pastoral y que promuevan una aproximación concertada al problema a nivel de toda la comunidad cristiana, para que la fe penetre y regenere las culturas vivas. Es éste uno de los desafí­os más urgentes de la evangelización, como afirma Juan Pablo II: «Tenéis que ayudar a la Iglesia a responder a estas cuestiones fundamentales para las culturas actuales: ¿Cómo es accesible el mensaje de la Iglesia a las nuevas culturas, a las formas actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo puede la iglesia de Cristo hacerse oí­r por el espí­ritu moderno, tan orgulloso de sus realizaciones y al mismo tiempo tan preocupado del porvenir de la familia humana? ¿Quién es Jesucristo para los hombres y las mujeres de hoy?» (Al Consejo -Pontificio de la Cultura, 16 de enero de 1984).

BIBL.: CARRIER H., Evangile et cultures: de Léon XIII á Jean-Paul 11, Ciudad del Vaticano 1987; CHIAVAccI E., Cultura, en Diccionario teológico interdisciplinar, vol. 2, Salamanca 1982, 230-240; DUCH Ll., Historia y estructuras religiosas, Barcelona 1978; LUZBETAK, The Church and Cultures: New Perspectives in Missiological Anthropology, Maryknoll (N.Y.), 1988; MARITAIN J., Religión y cultura, Buenos Aires 1940; TORNOS A., El servicio a la fe en la cultura de hoy, Paulinas, Madrid 1987.

H. Carrier

III. Nueva evangelización
El término «nueva evangelización» se ha hecho corriente en la Iglesia ,y se ha difundido sobre todo por la enseñanza de Juan Pablo II. Se han utilizado también otras variantes: segunda evangelización, reevangelización, nueva etapa de la evangelización. Este concepto se refiere a las nuevas condiciones de evangelización en el mundo actual. En efecto, la tarea de evangelizar las conciencias y las culturas (! Evangelización, II) presenta hoy un nuevo desafí­o, ya que ocurre a menudo que los ambientes por cristianizar estuvieron marcados en otro tiempo por el mensaje de Cristo, pero la buena nueva ha dejado de ser escuchada ante la indiferencia y el agnosticismo práctico. La sociedad secular ha agravado especialmente este clima de fe inhibida o dormida. Por eso se impone a la Iglesia la tarea de emprender una nueva evangelización. Preguntémonos qué diferencias existen entre la primera y la nueva evangelización.

La primera evangelización es la que revela la novedad de Cristo redentor «a los pobres» para liberarlos, convertirlos, bautizarlos e implantar la Iglesia. La evangelización se propaga en las conciencias y en las estructuras básicas de la fe: la familia, la parroquia, la escuela, las organizaciones cristianas, las comunidades de vida. Hay ya aquí­ una verdadera evangelización de la cultura, es decir, una cristianización de las mentalidades, de los corazones, de los espí­ritus, de las instituciones, de las producciones humanas. Las culturas tradicionales fueron cristianizadas así­ mediante un lento efecto de ósmosis. La conversión de las conciencias transformó profundamente las instituciones. Conocemos bien los prototipos de la primera evangelización: san Pablo, san Ireneo, san Patricio, los santos hermanos Cirilo y Metodio, san Francisco Javier.

Muchos evangelizadores del pasado realizaron una obra considerable de I inculturación ante litteram. Juan Pablo II recordaba que «los santos Cirilo y Metodio supieron adelantarse a ciertas conquistas, que han sido asumidas por la Iglesia en el concilio Vaticano II, sobre la inculturación del mensaje evangélico en las diversas civilizaciones, tomando la lengua, las costumbres y el espí­ritu de la raza en toda la plenitud de su valor» (discurso en Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982). Notemos que la primera evangelización no ha terminado aún en el mundo y que muchas veces resulta enormemente difí­cil: en la India, en Japón, en los ambientes islámicos, budistas, en varios sectores de la sociedad.refractarios a los valores religiosos.

La nueva evangelización se presenta en unas condiciones muy diferentes. La segunda o la nueva evangelización se dirige a poblaciones que fueron cristianizadas en el pasado, pero que viven ahora en un clima secularizado, infravalorando el hecho religioso, tolerando una religión privada y a veces combatiéndola directamente o poniéndole trabas indirectas por obra de polí­ticas y de prácticas que marginan a los creyentes y a sus comunidades. Se trata de una situación nueva, que nunca se habí­a presentado antes con tanta intensidad en la historia de la Iglesia. Exige un esfuerzo colectivo de reflexión para descubrir los sujetos o los destinatarios de la nueva evangelización, condición indispensable para reevangelizar las culturas.

1. ¿A QUIEN SE DIRIGE LA NUEVA EVANGELIZACIí“N? Intentemos comprender la mentalidad de las personas que son los destinatarios de la evangelización nueva.

a) Los nuevos ricos. Esas personas no se consideran psicológicamente como los «pobres del evangelio», sino más bien como «ricos», personas satisfechas y centradas en su dinero, su autonomí­a, su confort, su autorrealización. Esta psicologí­a colectiva es la que hay que penetrar con simpatí­a para hacerle comprender sus lí­mites frente a lo absoluto de Dios. Así­ podrá aparecer la «pobreza espiritual» que se oculta muchas veces tras esas actitudes de satisfacción o de indiferencia aparentes.

b) Una fe desarraigada. En muchas personas no se ha desarrollado la fe primera por falta de raí­ces y de profundización. A menudo la primera evangelización fue insuficiente, superficial, y se ha ido entibiando y apagando poco a poco por falta de interiorización y de motivaciones sólidamente ancladas. La fe no se ha afianzado con una experiencia personal de Cristo, compartiendo la vida de fe en el amor y en el gozo, ni se ha consolidado con el apoyo de una comunidad cristiana cercana y viva.

c) Una fe rechazada y reprimida. Muchos cristianos de nombre, que viven en la indiferencia práctica, han rechazado una religión que se ha quedado, en su psicologí­a, en una etapa infantil y se les antoja moralmente opresiva, porque la cultura popular confunde muchas veces religión y moralismo. Esa religión da miedo y actúa sobre. las angustias inconscientes. En nombre de la libertad, la religión y la Iglesia son entonces rechazadas como alienantes. Hay que preguntarse qué deficiencias de la primera evangelización pudieron provocar esta percepción mental del cristianismo.

d) Una fe dormida. Resulta difí­cil decir que en esas personas ha muerto por completo la fe; pero está dormida, es inoperante, está olvidada, cubierta por otros intereses y preocupaciones: el dinero, el bienestar, el confort, el placer, que se convierten a veces en verdaderos í­dolos. En un contexto de cristiandad, la presión de la religión habitual podí­a bastar para mantener a los creyentes en una práctica sacramental regular. Esta presión social no invalida necesariamente el valor de la religión popular o tradicional, que ha dado grandes cristianos y grandes cristianas. Constatamos, sin embargo, que la nueva cultura deja a la persona espiritualmente sola, frente a sí­ misma y frente a sus propias responsabilidades, que a veces se perciben confusamente. El desencanto, la incertidumbre espiritual hacen al individuo frágil, angustiado y expuesto a la credulidad. El aislamiento hace sensible a una palabra de acogida. Las sectas lo han comprendido. A veces mejor que nosotros. Tenemos que explorar con cuidado esos aspectos psicológicos y espirituales.

e) Psicologí­as moralmente desestructuradas. Todaví­a es más preocupante el fenómeno de esa especie de «desmoralización» fundamental que ha hecho perder a las personas toda estructura moral o espiritual. Resulta casi imposible creer cuando el individuo desconfí­a de toda ideologí­a, de toda creencia, de toda gran causa que obligue a salir de sí­ mismo. Esta tendencia se ha agravado al retirarse el individuo a una ilusoria autarquí­a moral. La sociedad moderna tiende a erigir en sistema esa actitud individualista. El evangelizador mide el tremendo obstáculo que hay que superar para llegar a la conciencia de esas personas. A pesar de todas las dificultades, hemos de convencernos de que en todos los corazones, en definitiva, hay una necesidad de esperanza. Ningún individuo rechaza para siempre la luz y la promesa de la felicidad.

f) Una esperanza latente. El hombre moderno lleva en sí­ mismo angustias y esperanzas caracterí­sticas (/Teologí­a fundamental: destinatario). ¿Han entrado los cristianos en el espí­ritu profundo del concilio, que se mostró tan atento a la mentalidad de nuestros contemporáneos? Hay que adivinar la angustia oculta debajo dé tantas actitudes y comportamientos aparentemente tranquilos. Quizá nunca como hoy se ha manifestado tanta sed de l sentido y una búsqueda tan apasionada de razones de vivir. Descubrir esa necesidad latente de esperanza es una primera etapa importante de la evangelización. Más allá de las angustias hay que percibir sobre todo las aspiraciones positivas que aparecen a veces en medio de la confusión. Estas aspiraciones a la justicia, a la dignidad, a la corresponsabilidad, a la fraternidad manifiestan una necesidad de humanización y una sed de absoluto. El evangelizador sabrá leer allí­ una primera apertura al mensaje de Cristo. Estas preocupaciones socio-pastorales se encuentran en todos los documentos del concilio, como una preocupación evangelizadora muy concreta. Hay que releer el Vaticano II en esta perspectiva. En el fondo de los corazones anida una esperanza latente y un hambre espiritual. Es importante adivinar sus huellas en la cultura actual, a fin de brindarle la respuesta de la fe. Es una nueva etapa de la evangelización.

2. ¿Cí“MO REEVANGELIZAR A LAS CULTURAS? a) La cultura no es ya una aliada. En una situación de segunda evangelización está en juego la nueva cultura. Ya no hay una «cultura de apoyo», como antes. Hoy la Iglesia se enfrenta con una cultura de oposición (persecución, opresión) o con una cultura de indiferencia, de tranquila eliminación, que relativiza todas las creencias.

Observemos que la cultura pluralista, que tiene el inconveniente de poner todas las creencias en el mismo plano, puede ofrecer por otra parte al evangelizador una nueva oportunidad y la posibilidad de hacer valer su punto de vista original en el concierto de las opiniones. Con frecuencia incluso puede aprovechar los medios modernos de difusión para anunciar la novedad de su mensaje. Resulta necesaria una educación especial para vivir y actuar hoy en una cultura pluralista. –
b) Detectar los obstáculos á la nueva evangelización: Estos obstáculos pueden variar mucho. de una región o un paí­s a otro. En muchos paí­ses de la vieja cristiandad; la Iglesia se ha ido desfigurando por una especie de lenta erosión, en un proceso de evacuación o de rechazo de la fe por parte de una cultura progresivamente secularizada. Esto ha engendrado una cultura de l indiferencia, que es uno de los obstáculos más terribles para la reevangelización, puesto que entonces la religión no parece ya interesar, tocar, interpelar a una masa cada vez mayor de individuos espiritualmente «eXtraños», que viven en un mundo «arreligioso».

Observemos que la situación de la increencia es- muy distinta según los paí­ses. En efecto, en muchas naciones la reevangelización se dirige a unas poblaciones cuya memoria arrastra la huella de persecuciones, de guerras religiosas, de revoluciones, de polí­ticas agresivamente ateas. Otras han sufrido la colonización extranjera, la explotación o también la pérdida de la clase obrera en el siglo pasado. Es sumamente importante percibir bien la psicologí­a colectiva marcada por la experiencia histórica de cada grupo que hay que evangelizar.

c) Derribar el muro de la indiferencia. En los paí­ses occidentales, la secularización ha difundido un clima de indiferencia religiosa, de increencia, de insensibilidad espiritual, de desinterés por el hecho religioso. El drama es que el evangelio no está del todo ignorado ni es del todo nuevo. Estamos ante una psicologí­a religiosa ambigua. La fe está como presente y ausente en los espí­ritus. La sal del evangelio ha perdido su sabor; sus palabras han perdido su vigor. Las palabras evangelio, Iglesia, fe cristiana no son nuevas; están gastadas, banalizadas. La identificación de la cultura con el cristianismo se ha hecho superficial; véase, por ejemplo,, el destino que se. les reserva a las celebraciones de navidad y de, pascua con su recuperación comercial y mundanizada. La buena nueva forma parte de las costumbres, lo mismo que las tradiciones, lo mismo que el folclore y los. rasgos culturales del ambiente. Los cristianos tienen que revalorizar su tesoro en la opinión pública, en los medios de comunicación social, en los comportamientos comunes. Hay que reaccionar contra una culturización del cristianismo reducido a palabras, a hechos secularizados, a costumbres desacralizadas.

d) No dejarse marginar. Los cristianos no pueden resignarse a quedar orillados; marginados de la cultura. dominante. Hemos de tornar conciencia de que nuestros valores centrales son eliminados progresivamente. Observemos, por ejemplo, las palabras que se han hecho tabú en nuestro ambiente cultural: virtud, vida interior, renuncia, conversión, caridad,,silencio, adoración, contemplación, cruz, resurrección, vida en.el Espí­ritu, imitación de Cristo. ¿Tienen todaví­a estas palabras tí­picas de la vida espiritual algún sentido en el lenguaje corriente? Si nuestros contemporáneos no comprenden ya las palabras qué expresan nuestra esperanza, ¿cómo podremos atraerlos a Jesucristo? Los jóvenes se sienten especialmente tocados por el espí­ritu de la época, que descalifica radicalmente el hecho religioso. Los jóvenes son los testigos y las ví­ctimas de la crisis religiosa, pero son también y sobre todo los reveladores de las aspiraciones contemporáneas. Con ellos es con los que podremos crear verdaderamente una nueva cultura de. la esperanza.

3. UNA ANTROPOLOGíA ABIERTA AL ESPíRITU. Una de las «novedades» más notables de la nueva evangelización es la de dirigirse expresamente a la conversión de las culturas, no sólo a la de las personas. Pues bien, evangelizar las culturas supone una nueva consideración;: antropológica de la pastoral. Las ciencias humanas pueden rendir un servicio precioso a la hora de hacer los discernimientos y los análisis indispensables. La ventaja principal de la antropologí­a moderna es la de «definir» al hombre por la cultura y verlo así­ en el contexto psico-social en donde se despliegan su vida asociativa, sus producciones, sus esperanzas y sus angustias. Juan Pablo II ha insistido varias veces en este aspecto de la evangelización: » El hombre se convierte de forma siempre nueva en el camino de la Iglesia» (Dominum et vivificantem, encí­clica sobre el Espí­ritu Santo, 1986, n. 58). La percepción del hombre como un ser de razón y de libertad se enriquece notablemente con la visión cultural de la realidad humana que nos ofrece la antropologí­a moderna. Lo decí­a Juan Pablo II con estas palabras: «Los recientes progresos de la antropologí­a cultural y filosófica demuestran que se puede obtener una definición no menos precisa de la realidad humana refiriéndose a la cultura. Esta caracteriza al hombre y lo distingue de los demás seres, no menos claramente que la razón, la libertad y el lenguaje» (Discurso en la Universidad de Coimbra, 15 de abril de 1982).

Descubrir al hombre histórico en el corazón de las culturas vivas le permite al evangelizador descubrir también el drama de tantas existencias que sufren una especie de agoní­a espiritual, condición cruelmente experimentada por un gran número de gentes, según creemos. Si miramos las cosas más profundamente todaví­a, percibiremos quizá que esta angustia espiritual prepara muchas veces para el descubrimiento de la salvación en Jesucristo. Paul Tillich describí­a así­ esta experiencia de la precariedad humana que puede predisponer para la fe: «Sólo los que han experimentado el choque de la precariedad de la vida, la angustia en la que uno toma conciencia de su finitud, la amenaza de la nada, pueden comprender lo que significa la noción de Dios. Sólo los que han hecho la experiencia de las ambigüedades trágicas de nuestra existencia histórica y han puesto totalmente en discusión el sentido de la existencia pueden comprender lo que significa el sí­mbolo del reino de Dios» (Teologí­a sistemática, Sí­gueme, Salamanca 1973-1975). Saber leer los signos de la miseria moral, pero también la inmensa necesidad de esperar que provoca la cultura secularizada, es lo que abrirá un nuevo camino a la evangelización.

4. PARA LA REDENCIí“N DE LAS CULTURAS. Finalmente, la evangelización pone a las culturas ante el misterio de Cristo muerto y resucitado. Es inevitable una ruptura radical; «escándalo para los judí­os, locura para los gentiles», decí­a san Pablo. Se requiere una constante l conversión. El dinamismo evangelizador se realiza únicamente en el encuentro con Jesucristo. El es el único mediador por el que llega el reino de Dios. La evangelización de las culturas, así­ como la de las personas, sólo alcanza su eficacia en la fuerza del Espí­ritu, en la oración, en el testimonio de fe, en la participación en el misterio de la cruz y de la redención. Serí­a una tentación vana querer cambiar las culturas con una simple intervención psico-social o socio-polí­tica. La evangelización, sobre todo en la noche oscura de la fe -y en la noche espiritual de las culturas- supone una conversión al misterio de la cruz. Sufrir esta purificación y esperar en los caminos, misteriosos pero ciertos, del Espí­ritu es una disposición indispensable para arrostrar el trabajo de la reevangelización. No es confortable vivir bajo la angustia de un mundo nuevo que va tomando forma oscuramente a nuestro alrededor.

En definitiva, reevangelizar significa anunciar incesantemente la salvación radical en Jesucristo, que purifica y eleva toda realidad humana, haciéndola pasar de la muerte a la resurrección. En este sentido toda evangelización es nueva, ya que proclama la necesidad permanente de conversión. Las culturas tienen un ardiente deseo de esperanza y de liberación. Evangelizar es entonces la forma eminente de elevar las culturas y las conciencias, que aspiran a la liberación de todos los egoí­smos que ponen trabas al reino de Dios. Evangelizar exige el anuncio de la salvación definitiva en Jesucristo; y esto vale tanto para las personas como para las culturas, como recuerda Juan Pablo II: «Puesto que la salvación es una realidad total e integral, concierne al hombre y a todos los hombres, alcanzando así­ a la realidad histórica y social, a la cultura y a las estructuras comunitarias en que viven». La salvación no se reduce solamente a los afanes terrenos o sólo a las capacidades del hombre. «El hombre no es su propio salvador de forma definitiva; la salvación trasciende lo que es humano y terreno, es un don de arriba. No hay autorredención, ya que solamente Dios salva al hombre en Cristo»(Discurso en la Universidad Urbaniana, 8 de octubre de 1988).

La nueva evangelización se dirige a todas las personas y a todas las culturas. Juan Pablo II proclama su necesidad en todos los continentes. Esta evangelización, ha dicho, será «nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión» (Discurso al CELAM, 9 de marzo de 1983).

BIBL.: AA.VV., La evangelización en el mundo de hoy, en «Concilium» 134 (1978); BELDA R., Promoción humana y evangelización, en Fe y mueva sensibilidad histórica, Madrid 1971 CAí‘IZARES A., La evangelización, hoy, Madrid 1977; CARRIER H., Evangélisation et developpment des cultures, Roma 1990; In, Evangile et cultures: de Léon X111 á Jean-Paul II, Parí­s 1987; CELAM, Evangelización, desalo de la Iglesia. Sí­nodo 1974: Documentos papales y sinodales. Presencia del CELAMy del episcopado latinoamericano, Bogotá 1976; LAURENTIN R., L évangélisation aprés le quatriéme Synode, Parí­s 1975.

H. Carrier

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental