EXEQUIAS

Ver “Difuntos”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

[467]

Gestos o ceremonias realizadas en recuerdo y homenaje de un fallecido. Se suelen denominar funerales si se hacen en el momento de la inhumación o se celebran con cierta unión moral o social a esta despedida. Y se reclaman como simples exequias si son hechas de forma conmemorativa a distancia cronológica.

Pueden ser civiles, si son acciones sin esencial significación trascendentes. Y son religiosas si se expresan por ritos funerarios, plegarias, sacrificios, acciones sacramentales.

Para los creyentes es evidentemente que, si se tiene sentido trascendente de la vida, las exequias deben ser ocasión de recordar la realidad de la trascendencia y de asociar a la vida del más allá la figura y el destino del fallecido.

En este sentido hay que educar a las personas, sobre todo de inspiración cristiana, a superar el simple homenaje silencioso que se tributa al difunto y abrirse a la comunicación espiritual con él mediante la fe y la esperanza y mediante los sufragios que integren a los participantes en la doctrina de la comunión de los santos.

(Ver Muerte 5.2)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: 1. La muerte, una realidad de siempre con connotaciones nuevas. a) Se muere con prisa; b) Se muere sin prisa; c) Se entierra, se incinera, se ora también con prisa. – 2. Otras connotaciones socio-religiosas. a) La familia y su realidad religiosa; b) ¡Aquí­ están los alejados!; c) Todo un reto: crear comunicación; d) Favorecer la comunicación: dejar hablar a los sí­mbolos. – 3. Las exequias, oportunidad evangelizadora para la comunidad cristiana. a) Pilares básicos de la celebración exequial; b) En una comunidad que celebra y evangeliza; c) Comunidad parroquial que crea servicios y ministerios que preparan evangelizadores d) Comunidad parroquial con una praxis evangelizadora; e) Nuevos interrogantes. – 4. A modo de apéndice. a) El servicio exequial en los tanatorios.

Esta presentación sobre la pastoral de las exequias es, en cierto modo, una proyección de la pastoral de exequias de la Parroquia de la Sma. Trinidad de Madrid, en la que ejerzo mi ministerio presbiteral. Esta pastoral queda ampliada y reforzada con la experiencia ya prolongada que la parroquia lleva a cabo en uno de los tanatorios de Madrid.

1. La muerte, una realidad de siempre con connotaciones nuevas
La pastoral de las exequias no se limita a una edad determinada. Se muere a todas las edades. Mueren niños, adolescentes, jóvenes, adultos. Sobre todo, mueren personas mayores. La edad es un dato muy importante a tener presente a la hora de las exequias. La situación aní­mica de la familia reviste caracterí­sticas especiales y, según los casos, complejas. Las circunstancias de la muerte pueden agudizar el estado aní­mico familiar. La comunidad parroquial tiene ahí­ una realidad pastoral importante. La muerte ha podido venir precedida por buen acompañamiento del equipo de enfermos de la comunidad, del sacerdote. En ocasiones, sor-prende a propios y extraños.

En este breve artí­culo vamos a fijar-nos, sobre todo, en algunos aspectos evangelizadores en relación con las exequias y su entorno.

a) Se muere con prisa. Quienes vivimos la experiencia de la muerte, por ejemplo en un tanatorio, observamos que muere diariamente un número importante por: accidentes, infartos, violencia, cánceres, virus extraños, suicidios… Se mueren con prisa. Por otra parte, los lugares donde acaece la muerte un viaje, unas vacaciones, una convención, la calle, son testigos de la prisa con que se desarrollan las diversas circunstancias de la muerte.

b) Se muere sin prisa. En la lista, con una media de veintidós muertos, que nos entregan a diario en uno de los tanatorios de Madrid, pidiendo el servicio religioso, observamos que la edad media de la muerte oscila entre los 80 y 84 años, seguida en segundo lugar, por los que mueren entre los 75 y 80 años. Esta realidad nos aporta connotaciones nuevas: El trabajo absorbe la vida de la pareja se limita el tiempo dedicado a atender al padre, a la madre, a un hermano, al suegro… A menudo les acompaña un inmigrante, y es éste quien cierra sus ojos en más de una ocasión. Las residencias van siendo con más frecuencia que antes su casa definitiva. Los centros especializa-dos son otras de las derivaciones para nuestros enfermos.

c) Se entierra, se incinera, se ora, también con prisa. ¡24 horas! Es el tiempo legal, para después proceder a la conducción del cadáver, en ese espacio de tiempo se han llevado a cabo los requisitos de: arreglar el entierro, los detalles de la incineración, si la familia los desea, la urna para las cenizas y su destino.El servicio religioso si es posible en el dí­a, evitando en ocasiones ir a la parroquia y así­ celebrarlo en un lugar adaptado a sus conveniencias. El desandar lo andado por los familiares que han venido de fuera. ¡Todo en 24 horas! Hay naciones europeas que dedican 3 ó 4 dí­as para hacer todo con calma, con paz, humanizando estos momentos í­ntimos de la familia y viviendo la celebración religiosa con profundidad y sin prisa. Todo este marco desempeña un papel importante a la hora de las exequias.

2. Otras connotaciones socio-religiosas
a) La familia y su realidad religiosa. Nos encontramos con familias que mantienen la unidad religiosa, y han sido precisamente los padres los transmisores de esa fe. Se los ve abiertos a la hora de la celebración de la Palabra en la casa o en el tanatorio, y predispuestos a participar en la misa funeral. No es esto lo común en muchos ambientes de hoy.

Así­ entramos en una gama de situaciones socio religiosas muy variadas. Afrontar la celebración crea con frecuencia fricciones familiares. Por una parte, la pareja, el matrimonio, no mantiene ni unidad de criterios ni de prácticas. Hoy por hoy sigue siendo la madre, la mantenedora de la llama de la fe. Pero en la mayorí­a de los hijos de estos matrimonios observamos un conjunto de situaciones ante lo religioso muy diverso y, en consecuencia, ante las exequias.

b) ¡Aquí­ están los alejados! Los buscamos. Pero… Hoy los tenemos aquí­, en la Iglesia, en el tanatorio. Las exequias, sobre todo en las ciudades, tienen en la actualidad mucho de reclamo social. Ahí­ tenemos una tipologí­a muy curiosa: en primer lugar, esa gente buena, sencilla, fiel a su fe tradicional, los que dicen que son alejados sin más, los que declaran ser practicantes y saben dar razones de su fe, los que se etiquetan de agnósticos, sin saber dar demasiadas explicaciones de esa palabreja, no faltan aquellos que se proclaman ateos, los que confiesan creer en Dios, pero no en la iglesia. De vez en cuando se acerca alguno de otra confesión religiosa. La primera urgencia es generar un espacio de acogida.

c) Todo un reto: crear comunicación. Los asistentes… aburridos muchas veces de la vida, sin encontrar el sentido de la misma, realidad ésta cada dí­a más aguda… hoy han llegado hasta aquí­. Se han situado junto a un familiar, un vecino, un compañero de trabajo, un desconocido… El sacerdote es, por lo general, otro desconocido, si bien empieza a ser para ellos el centro de la comunicación o incomunicación. Su mirada, sus gestos, sus palabras… crean cercaní­a o distancia-miento. Conectar con esa masa, personas, constituye la segunda urgencia o reclamo de las exequias. Si a todo esto agregamos el problema de la incomunicación en la sociedad, la tarea no resulta nada fácil. Hacer que la Palabra de Dios emerja sobre toda esta realidad y sea centro de las exequias, es nuestro gran desafí­o.

d) Favorecer la comunicación: dejar hablar a los sí­mbolos. Se supone el con-tacto previo con la familia. Nada fácil muchas veces en la ciudad. Encuentro en la casa, en la iglesia, en el tanatorio…, para que las miradas, las caras, no resulten extrañas. Muchas veces hay bastante fluidez en la conversación. Otras, no tanto. Ese encuentro nos evoca algunas constantes. Aparecen gestos significativos. Sale el hogar, lugar de trabajo, amigos, enfermedad, la postura ante la vida. Evocan hechos, cosas significativas que pueden ser sí­mbolos en el momento de la celebración. Los sí­mbolos juegan un papel importante para favorecer la comunicación. Todo eso puede servirnos de soporte para que la Palabra de Dios se haga inteligible y significativa para el hombre de hoy en más de una ocasión.

3. Las exequias, oportunidad evangelizadora para la comunidad cristiana
a) Pilares básicos en la celebración exequial. Cristo da sentido a la Muerte y Resurrección. El ritual de exequias nos recuerda cómo el hecho de la muerte ha sido iluminado progresivamente a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. En Cristo ha encontrado su luz plena. Todo lo que podamos decir como cristianos acerca de la muerte lo debemos referir siempre a la muerte de Cristo. En ella advertimos una ” dimensión personal”, ya que Cristo asumió libremente la muerte; una” orientación comunitaria” puesto que El murió por nosotros, por todos los hombres; y una “relación con la misma muerte”, porque El triunfo totalmente sobre su poder (R.E. 4). La Resurrección de Cristo da plenitud de vida.

El mismo Ritual de Exequias nos recordará que la Resurrección es lo que da sentido final a la muerte de Cristo. A partir de la realidad del misterio pascual, la relación de los hombres con la muerte cambia de signo. Cristo vencedor ilumina a “los que viven en sombra de muerte” (Lc. 1.79) y los libera “de la ley del pecado y de la muerte” (Rm. 8.2), y cuando llegue el fin de los tiempos, su triunfo tendrá su consumación en la resurrección general de los muertos. Entonces la muerte será destruida para siempre (R.E. 5).

b) En una comunidad que celebra y evangeliza. La finalidad propia de la celebración no es ofrecer el primer anuncio. Sin embargo, la liturgia debe asumir subsidiariamente la acción evangelizadora misionera. Dios habla ahí­ a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio y el pueblo responde con el canto, la oración así­ la fe de los asistentes se alimenta. (S.C. 33).

Pero Dios habla no sólo para los que tienen fe y participan en la celebración ejercitando su fe. También habla para los extraños, para los no creyentes, que miran las celebraciones desde fuera como un espectáculo curioso. Y para tantos cristiano de fe débil o demasiado implí­cita que asisten -más que participan- en las funciones litúrgicas por razones más o menos sociológicas. Para todos la liturgia posee por sí­ misma una fuerza evangelizadora. No pueden menos de interpelarse y preguntarse qué significa eso.

La celebración, la homilí­a, deberá tener en cuenta la doble fidelidad: a la Palabra de Dios en el marco de la celebración, y la situación concreta cultural, espiritual y problemática de los asistentes.

La animación de la celebración debe estar garantizada, al menos por un núcleo de cristianos mas comprometidos, que den así­ testimonio de su fe y contribuyan a que ésta prenda o se despierte en los demás.

Para lograr esta meta el “equipo litúrgico” con el sacerdote debe tratar de ser fiel a las reglas de la liturgia, y por otra parte, a la comunidad que preside, más o menos heterogénea, haciendo uso inteligente de las mil maneras de acomodación que hoy están a su alcance y que no pocas veces desconoce, o de las que prescinde por pura comodidad. (Congreso Evangelización y hombre de hoy, pág. 277).

c) Comunidad parroquial que crea servicios y ministerios que preparan “evangelizadores”. A corto plazo: Vivimos muchas veces en la pastoral de lo inmediato. Muchos de los planes pastorales son a corto plazo. Duran con frecuencia un año. Los planes de un año son borra-dos por los del año siguiente. Esto lleva a que no tengamos personal especializado para ministerios concretos. Uno de ellos puede ser el de las exequias.

A largo plazo: “Catecumenados o Catequesis de inspiración catecumenal”. Comunidades. Habrá que atender a lo concreto, inmediato, a objetivos comunitarios por ejemplo, los objetivos diocesanos anuales, pero sin perder de vista objetivos que son la base de nuestra pastoral un año y otro año. En concreto, objetivos que preparan evangelizadores, más, en estos tiempos de increencia: creación de catecumenados, 3 ó 4 años (largo plazo) y desde ahí­, surgen las nuevas comunidades. Es, tras este perí­odo, cuando éstas asumirán ministerios, responsabilidades, en la comunidad parroquial.

El proceso de inspiración catecumenal es duro. En un tiempo de activismo cuesta que estos años de “catecumenado” se centren en desarrollar: la comunicación, la experiencia de la Palabra de Dios, la conversación, la oración, gustar lo celebrativo, empezar a ver el compromiso personal de los miembros y el del grupo.

Hay un temario fijo para cada uno de estos años del “catecumenado” y un método concreto: Primer año: Jesús de Nazaret (12 temas en varias sesiones cada uno de ellos) Segundo año: La Comunidad Cristiana o Iglesia (Otros tan-tos temas y varias sesiones por temas) Tercer año: Los Sacramentos, la celebración (dí­gase lo mismo). Cuarto año: Paso del “catecumenado” a la comunidad. Al llegar aquí­, la comunidad se vincula más fuertemente a la parroquia, “comunidad de comunidades”.

El paso de un año a otro se culmina con una celebración en la gran comunidad: con la entrega de la Biblia y el “efetá”; la entrega del Credo o sí­ntesis de la fe, y la entrega del Padrenuestro como signo de la oración que da sentido a su vida.

Este planteamiento de crear “catecumenados” y comunidades es permanente y prioritario, Es un reto para que cada año tengamos la bella meta de iniciar un catecumenado y una comunidad nueva. Al llegar aquí­, la nueva comunidad asume una tarea concreta, misión, discernida por ellos, sugerida por el consejo pastoral y sus sacerdotes. Animación de exequias, de padres que traen sus hijos a bautizar, novios, economí­a parroquial… responsabilidades fuera de la Iglesia, en la vida social, polí­tica… ¡Ojalá que esta misión sea verdadera acción del Espí­ritu!
d) Comunidad parroquial con una praxis evangelizadora. Uno de los ministerios de la comunidad parroquial es el de las exequias. Uno de los “catecumenados”, al final de su recorrido, escoge como tarea parroquial, la animación de las exequias. La comunidad, tras el proceso, es una comunidad integrada por 10 ó 12 personas. Otras comunidades atienden otros ministerios.

El consejo pastoral, los sacerdotes, la misma comunidad, dan el visto bueno a esta misión. ¿Cómo se les prepara para esta finalidad? Sensibles a la comunicación, a la Palabra de Dios, a lo celebrativo, a los gozos y alegrí­as de la comunidad y del mundo, los miembros de la comunidad son invitados a animar estas celebraciones. La Palabra vivida en la comunidad semanal o quincenalmente, la Formación en la segunda parte de la reunión en torno á la responsabilidad asumida (en este caso, las exequias), la evaluación de cuanto acontece en las mismas, los sí­mbolos que han ido dando vida a nuestras reuniones, son medios que nos predisponen a un servicio exequial evangelizador.

La acogida. Uno de los puntos que hay que cuidar es el momento de conectar con la familia. Es el primer momento de acompañamiento. Un contacto con ella en la parroquia o mejor en su casa es vital. En estos momentos hay familias locuaces, otras son de un gran hermetismo. Ahí­ salen detalles de la muerte, realidades de su vida familiar y profesional, gustos, objetos, aficiones, vida cristiana o no. Aparecerá su actitud ante la vida: valores, aspiraciones… todo es importante para la familia y debe serlo para nosotros. La pareja puede ayudar a sensibilizar al equipo. Hay que estar atentos a las resonancias en los amigos, en personas que se sienten interpeladas, quizá piden un diálogo. Las mismas personas, en un segundo momento de servicio, realizan la acogida en la iglesia, acogida a la familia e invitación para colocarse en un lugar preferencial. Entrega de la hoja de canto u hoja especial. A cuantos asisten a la celebración, atienden a mil detalles con actitud de servicio. Hacen la acogida a la gran comunidad. Queda un tercer momento de acompañamiento después de la celebración. Ahí­ puede empezar una acción evangelizadora-misionera. Las exequias no terminan en la Iglesia. Ni debe terminar ningún acontecimiento sacramental en la celebración si tenemos esta clave evangelizadora.

Las lecturas. Otros miembros de la comunidad al servicio de las exequias habrán orado con las lecturas previamente escogidas, cuidan de que sean proclamadas con unción y la ambientan con una monición. La idea central puede plasmar-se en un mural colocado en un lugar destacado, visible a todos. Es esa frase la que puede ayudar a centrar la homilí­a. La Palabra es uno de los grandes retos en estas celebraciones. Habrí­a que regalar biblias a la familia, invitar a cursos de formación en la comunidad. Es entonces cuando se nos pide armonizar los lenguajes antropológicos, bí­blico, simbólico, testimonial…, de modo que la Palabra de Dios ocupe uno de los momentos cumbres de la celebración, dejando claro el anuncio, el Kerigma.

Los sí­mbolos. Estamos en un mundo en el que los sí­mbolos juegan un papel muy importante en todos los órdenes de la vida: en la polí­tica, el deporte, el comercio… Otra tarea para el equipo animador. Tienen un valor clave en lo religioso, en lo celebrativo, de un modo particular en la celebración exequial. El cirio pascual goza de un valor simbólico especial dentro de las exequias, pero hay que llenarlo de contenido, de vida, a la hora de su significación. Puede aparecer encendido antes de la celebración, puede ser encendido ante la comunidad ya congregada, puede exigir una breve explicación de lo que representa, se le pueden añadir unas flores en un momento determinado, se puede encender desde él una vela y llevarla, por ejemplo, a la urna de las cenizas o entregarla a un miembro de la comunidad, invitando a dejarnos iluminar por Cristo, luz del mundo más en momentos significativos como éste. Hay otras partes de la celebración que nos dan la oportunidad de poder explicar otros sí­mbolos: un objeto personal muy importante para el difunto y los amigos; detalles de su vida de hogar, del trabajo, del deporte… A veces la familia, los amigos, son los que sugieren la idea, y a quienes les agrada ofrecerlo, por ejemplo en el ofertorio. He aquí­ otro reclamo evengelizador, si sabemos darle la fuerza que contiene. En ocasiones, un poema puede hacer de catalizador en este momento de la celebración exequial.

La música. Por todas partes oí­mos melodí­as. La música es un acompañante del hombre de hoy. A su son vibra todo. Está en todas las concentraciones. Tiene una fuerza que subyuga, si se utiliza bien. Estamos reunidos. La música es.uno de nuestros acompañantes y de la comunidad. Ahí­ tenemos otro gran medio evangelizador en las exequias. Una nueva tarea para el equipo. Saber quién tiene ese don, quién puede animar a la masa, hacer que el canto sea una oración en alta voz. Puede haber momentos en que canta la comunidad, que canta el solista, que se oye una música sinfónica o melódica pero sin letra. Hay otros en los que la música puede ir acompañada por una expresión corporal. Las exequias nos ofrecen la oportunidad, a través del canto, de percibir su poder evangelizador.

La colecta. Hay quienes no la hacen nunca. Otros jamás dejan de hacerla. En ambos casos hay que descubrir su sentido evangelizador. Apenas se motiva. No la hacemos cercana al pueblo, por ejemplo, en este caso exequial, dejarla en manos de la familia. ¿No tendrá carácter más evangelizador el dar motivaciones por las que se pueda ofrecer? Un hecho social que acaba de ocurrir, una obra social que tiene la parroquia aquí­ con el tercer mundo, dejarla en el altar, entregarla a la familia al final de la misa, para que sea ésta, pueblo de Dios, la que tome la decisión. He aquí­ otra función preciosa delicada, para el equipo animador. Es otro medio que ayuda a que los que han participado, a que tomen una vez más iniciativas, se interroguen, respondan.

Acción evangelizadora, misión. Esto no termina con las exequias. La misa exequial sigue. Es la hora en la que todo el equipo, sabiendo que el presbí­tero es uno más del mismo, entra en contacto con los que han participado. Hay que seguir en activo, interviniendo, dialogando. Y no sólo con la familia, con todos. Los rostros del equipo pueden ser significativos para más de uno. No perdamos nuestra misión evangelizadora. Hay que salir a la calle, fuera del templo parroquial. Quizá ahora nos corresponda más la tarea de escucha: apreciaciones de la celebración, interrogantes que ha podido crear, cosas que han agradado, otras que han molestado, sugerencias, invitación a tomar una copa, cita para hablar un dí­a… Estamos tocando el dintel de lo que nos puede conducir a seguir la evangelización.

e) Nuevos interrogantes. La misma celebración. Hemos apuntado solamente unas sugerencias con carácter evangelizador. Se pueden hacer muchas más sobre las exequias. Desde estas notas queremos dar a entender la tarea evangelizadora que es posible realizar en el acompañamiento con todos y cada uno de los sacramentos y con las demás acciones pastorales. Un horno para fabricar evangelizadores. Es preciso programar: saber abordar las acciones pastora-les a corto y largo plazo y saber priorizar estas acciones pastorales. Pero no se puede dejar de promover a gentes de buena voluntad en las fuentes del “catecumenado”, y de la comunidad, y así­ garantizar su presencia en la comunidad local y en la sociedad. El “catecumenado” para preparar “evangelizadores” no es una panacea. Pero sí­ es importante recuperar elementos fundamentales de los primeros tiempos de la Iglesia, retomados hoy en los dos sí­nodos de la evangelización (1975) y de la catequesis (1977) y en otros muchos documentos que son conscientes del proceso evangelizador que debe llevar toda nuestra pastoral.

4. A modo de apéndice. El servicio exequial en los tanatorios
Los tanatorios. Dentro del mundo exequial se encuentran hoy los tanatorios. Están llegando a todas las ciudades y poblaciones de cierta importancia. Se dirí­a que las familias y empresas funerarias han sincronizado oferta y demanda. Queda resuelto en un momento todo tipo de tramitaciones. Los tanatorios han captado las necesidades de las familias reacias a este hecho, han pasado a verlo con toda normalidad. Entre las diversas atenciones que éstas demandan una, de ellas es la religiosa. Hoy por hoy, en nuestra experiencia de 15 años en un tanatorio de Madrid, con unos 25 muertos diarios, la mayorí­a piden estos servicios. No bajamos de 22 celebraciones diarias de la Palabra. La mayor parte demandan el rezo de un responso. Las familias desgranan rosarios. Poco, mejor casi nada, rezan con la Biblia, les cuesta hacerse a esa nueva fórmula. Ante el hecho religioso, en las familias se ve una gama muy diversa. Las hay que “pasan” de la misa diaria que se celebra en el tanatorio, las que se recogen en su velatorio a la hora de la celebración de la Palabra. En general, se da una aceptación buena, al menos respetuosa, de la eucaristí­a.

A la luz de esta opción pastoral caben otras preguntas: ¿Opción sacramental? ¿Opción más evangelizadora? ¿Mezcla de la opción sacramental y evangelizadora? Algunos lo resuelven celebrando la misa diaria para todas las familias que se encuentren en el tanatorio. Por otra parte, se realiza la celebración de la Palabra en cada velatorio. Son más de 500 personas con las que se conecta a diario. Las familias van descubriendo una oración cercana, esperanzadora, que en les llena de paz. Una oportunidad importante para abrir la puerta a una acción evangelizadora. La misa celebrada por algún sacerdote cogido al azar puede ser la ocasión para desconectarse de la parroquia en un momento importante para la vida comunitaria de la familia y de la comunidad parroquial, ya que ven en esa misa un sustituto del funeral. ¿Y los seglares? Llegó su hora. Son sujetos activos propios de estas celebraciones de la Palabra. Una vez más vemos aquí­ la singular importancia de las comunidades, previo proceso “catecumenal”. Esos miembros viven su fe en la misma, están en formación permanente, y les llega el momento de hacer este servicio exequial y de contacto misionero con los familiares de los difuntos. Los tanatorios presentan otra oportunidad para la acción evangelizadora: con motivo de la incineración.

La incineración. Otra realidad. Cada dí­a se incrementa el número de las incineraciones. Leemos estadí­sticas de alguna ciudad española en la que se ha pasado de incinerar el año 91 el 12,07% de los cadáveres y el año 99 el 24,07% de los mismos. Es preciso esperar un breve tiempo para recoger las cenizas. Previa-mente se ha ofrecido a la familia unos 20 modelos de urnas, arquetas. Es un momento tenso. Pasar de ver el cuerpo vivo hace unos dí­as, a contemplarlo, horas después, en un ataúd y luego con-centrado en unas cenizas. A algunos, estas cenizas les queman en las manos. No dan crédito a lo que ven.

¿Qué hacemos con la urna? El mar, la montaña, el jardí­n, el rí­o, un parque, el nicho familiar, algunas iglesias, el aire… son lugares que acogen estas cenizas. Algunas ciudades españolas han destina-do un barco para depositar estas cenizas en el mar a una distancia determinada, otras han creado un dispositivo que las lanza al aire.

¿Qué hacemos pastoralmente? Las familias van resolviendo este hecho con un sentido, en general, profundo. Un silencio… las echan al mar, después unas flores, leen un poema, otros un pasaje bí­blico y como final rezan un Padre nuestro todos abrazados. Al dí­a siguiente alguno comenta que las flores permanecí­an en el mismo sitio que cayeron las cenizas. Una realidad. Está ahí­. Nos pide respuesta, ofertas a familias que lo agradecerán. Este servicio incrementará la acción evangelizadora.

Coordinando esta acción evangeliza-dora. Vemos como un gran ideal que los ministerios eclesiales sean animados por las comunidades que van saliendo de estos procesos de fe.

Esto supone: -la creación constante de estas comunidades animadoras de los servicios en el seno de la gran comunidad, uno de ellos es el de las exequias, -la formación especí­fica para el dicho servicio en la propia comunidad, en ese espacio de puesta la dí­a, formación, que se tiene en una de la partes de la reunión comunitaria.

En la medida que van siendo realidad en las comunidades parroquiales estos servicios especí­ficos, hay que saber coordinarlos con las personas que vienen realizándolos. En el caso de la exequias, habrá que estar muy atentos a los que trabajan con los enfermos, a los animadores de los grupos litúrgicos, y siempre a personas concretas que se sienten vocacionadas y tienen dones, cualidades para esta misión. Así­ una buena coordinación es pieza clave para esta acción evangelizadora.

BIBL. – Evangelii Nuntiandi (E.N.) PPC. Madrid 1975; Catechesi Tradendae (C.T.) PPC Madrid 1979; Directorio General para la Catequesis. L. Editrice Vaticana Citta del Vaticano 1997; Congreso: Evangelización y hombres de hoy. Edice Madrid 1986; COMISIí“N EPISCOPAL DE LITURGIA, Exequias, 1989, R. Ex. Credograf, S.A. Ripollet (Barcelona) 34-35; SECRETARIADO DIOCESANO DE LITURGIA. Celebración de la muerte, Obispado de Bilbao, 1988; D. BOROBIO, Catecumenado para la Evangelización. San Pablo 1997; C. FLORISTíN, Para comprender el Catecumenado. Verbo Divino. Estella. Navarra 1989; J. M. CASTILLO, Espiritualidad para las comunidades. San Pablo. Madrid, 1996; J. GARCíA HERRERO, Sacramentos, celebración de la presencia de Dios en vida. Verbo Divino. Estella. Navarra, 1994; J. VICo PEINADO, Dolor y muerte humana digna. San Pablo. Madrid, 1995; A. PAGRAllI, La pérdida de un ser querido. Un viaje dentro de la vida. Ediciones Paulinas 1991; H. BouRGEols. Los que vuelven ala fe. Editorial Mensajero 1995; Adiós. Revista de Empresas. Empresa Mixta de servicios funerarios de Madrid 1999. Año IV.

Ignacio Jordán

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

SUMARIO: I. El tema de la muerte hoy: 1. La sociedad censura la muerte; 2. Las dimensiones del debate actual; 3. La necesidad de una praxis pastoral renovada – II. El nuevo “Ordo Exsequiarum”: 1. Escuchando a la tradición: a) La praxis litúrgica, b) El significado de la intervención pastoral de la iglesia; 2. Presentación del nuevo ritual: a) La elección del Vat. II, b) Las exequias de adultos, c) Las exequias de niños – III. Puntos relevantes y orientaciones pastorales: 1. Por una celebración auténtica; 2. Expresión de la fe en la pascua de Cristo; 3. La celebración de la muerte del cristiano en el actual contexto cultural.

I. El tema de la muerte hoy
Una simple mirada a la literatura de estos años en el campo literario, filosófico y teológico obliga a reconocer en la atención prestada al tema de la muerte un hecho de proporciones bastante apreciables’. El esfuerzo por individualizar las razones de este fenómeno y comprender los contenidos con los que poco a poco se va configurando ayuda a delinear el contexto dentro del cual hoy, de hecho, se sitúa la problemática propiamente pastoral relativa a la celebración de la muerte. Un análisis, aunque sólo sea inicial, de algunas intervenciones significativas nos pone frente a una multiplicidad de datos tal, que hace sin duda completamente nuevo el modo mismo de acceder al actual debate en torno a la muerte.

1. LA SOCIEDAD CENSURA LA MUERTE. La reflexión acerca de la literatura de carácter sociológico sobre el significado de la muerte en la sociedad contemporánea harí­a encontrar precisamente en el silencio sobre tal argumento la elección más difundida hoy, con mucho. O sea, para los hombres modernos, la muerte deberá ser la gran ausente y no hallará espacio en el horizonte del pensamiento contemporáneo: se le veta (o al máximo se le concede sólo al hombre arcaico) tomar conciencia de la muerte en términos personales: sólo a través de la muerte-espectáculo, ofrecida cotidianamente por los mass-media, será posible una eventual toma de conciencia de la realidad de la muerte, aunque sea siempre la muerte de los otros, extraños, alejados de nosotros tanto geográfica como afectivamente. Es natural que nos preguntemos por las razones de esta censura. La investigación al respecto serí­a larga y compleja; pero en torno a ciertos porqués la literatura parece manifestar una cierta convergencia. Serí­a sobre todo la concepción hedonista propia de la civilización actual la que impondrí­a el silencio sobre la muerte; reconocerla y asumirla como tal realidad significarí­a poner en cuestión la capacidad de la sociedad para satisfacer plenamente esa “necesidad de felicidad” declarada como absolutamente imprescindible. Todaví­a más penetrante parecerí­a una segunda hipótesis, que relaciona la actitud moderna respecto a la muerte con el fenómeno de la secularización y con el surgimiento y la extensión de la sociedad burguesa. El silencio sobre la muerte se impone porque hoy en dí­a está desacralizada, ha pasado de ser un rito a ser un espectáculo; ya no ocupa una función social, y se celebra decididamente en la esfera privada. Una tercera lí­nea interpretativa tiende, en cambio, a unir el fenómeno de la negación de la muerte con la actitud técnico-eufórica de la sociedad actual. El acontecimiento muerte se asume esencialmente como un acontecimiento técnico-biológico: es un incidente; es una cosa que, como todas las cosas de la vida, es modificable y manipulable por el hombre, que prepara y utiliza instrumentos técnicos adecuados para enfrentarse a las diversas realidades de la existencia’. Sin embargo, es necesario reconocer que este intento de censura de la realidad de la muerte no ha tenido éxito: para el hombre particular la muerte permanece como una amenaza, aunque sea inconfesable, no estándole permitido al individuo confesar la propia finitud en un contexto social que se cree ilimitado. La crisis de identidad de la sociedad técnico-industrial podrí­a también servir para hacer comprender que la finitud, colectiva y personal, no es una desagradable incongruencia, sino una realidad confesable, que se ha de reconocer abiertamente.

2. LAS DIMENSIONES DEL DEBATE ACTUAL. Casi como contraposición al silencio (favorecido o impuesto) del uso social sobre la realidad de la muerte asistimos a un imponente renacimiento del interés por el tema del morir en la literatura de estos últimos años. Una cuidadosa exploración de todo lo que ésta va proponiendo confirma, por una parte, la tendencia arriba recordada a la censura, convalidando por tanto la presencia de una tensión dramática de la sociedad contemporánea, todaví­a no resuelta; por otra parte, hace surgir también perspectivas insospechadas de pensamiento y de praxis. En particular, la apertura a las culturas religiosas medio-orientales y sobre todo asiáticas está manifestando una influencia evidente sobre el mundo occidental: la persistencia de la idea de una vida que pueda ir más allá de la muerte singular, incluso en su imponderabilidad, y la aparición en el drama-muerte de una componente de serenidad que es confianza en la vida, son probablemente las manifestaciones más caracterí­sticas.

Si a esto añadimos la profunda renovación que connota la más reciente reflexión teológica sobre el tema de la muerte’, nos podemos hacer una idea todaví­a más adecuada de las amplias dimensiones que va asumiendo el debate actual. La perspectiva escatológica que hace de telón de fondo a la reflexión teológica sobre el tema de los noví­simos subraya claramente las dimensiones cristológicas y antropológicas. La realidad de la muerte-resurrección de Cristo constituye la referencia central, que permite iluminar la comprensión del morir del hombre, morir que está llamado a configurarse con un morir en Cristo para resucitar con él, morir que está abierto a un futuro de comunión definitiva con Dios y de encuentro entre vivos y vivientes. Análogamente, la superación del dualismo entre alma y cuerpo permite precisar la naturaleza de lamuerte en términos de paso hacia una vida sin fin, en términos de un estado situado entre un ya y un todaví­a no dentro del cual se coloca la realidad de la resurrección.

3. LA NECESIDAD DE UNA PRAXIS PASTORAL RENOVADA. Este elemental esbozo de las caracterí­sticas del contexto actual ayuda a comprender la multiplicidad de las razones de una deseada renovación de la praxis eclesial a propósito del capí­tulo relativo a la muerte. La intervención conciliar ha explicitado en particular las razones de í­ndole doctrinal y litúrgica estableciendo: “El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada paí­s, aun en lo referente al color litúrgico” (SC 81). La comprensión más lúcida del cambiado contexto cultural y social imprime una mayor urgencia a este trabajo de reformulación y profundización del dato de fe y lo pone frente a nuevas tareas: parece ser precisamente prioritaria la de no esconder la realidad de la muerte ni aceptar la censura de pensamiento y de lenguaje respecto a ella, sobre todo porque la perspectiva de la fe en Cristo muerto y resucitado consiente no sólo descifrar la naturaleza y el porqué del morir, sino también rescatar la inevitable muerte del hombre de las categorí­as de la angustia, de la oscuridad impenetrable, de la desaparición en la nada, de la disolución de la comunión con los hombres y con el mundo. A esto se debe unir la persuasión de que, en el actual contexto eclesial, la intervención pastoral de la iglesia con ocasión de la muerte de un hermano pueda encontrarse en una situación de particular dificultad: el signo de la fe que son las exequias cristianas tiene con mucha frecuencia como interlocutores o presentes a personas que viven las actitudes más heterogéneas en el modo de enfrentarse y juzgar la realidad de la muerte. Quizá como nunca antes, hoy la novedad cristiana de la esperanza, que constituye el sentido mismo de la intervención pastoral de la iglesia, necesita declinarse y expresarse a través de una amplia variedad de lenguajes, como servicio de la fe que respeta las diversidades del morir, y sobre todo las diversidades de quien ha muerto o está viviendo el dolor de la muerte de otro. Bajo este aspecto, el estudio del Ordo Exsequiarum y el examen de cómo deba celebrarse hoy se llenan de preguntas y de estí­mulos nuevos.

II. El nuevo “Ordo Exsequiarum”
La comprensión de las opciones llevadas a cabo con vistas a la redacción del nuevo OE es posible sólo a partir de un análisis del desarrollo histórico relativo a la praxis funeraria cristiana; la descripción, aunque sólo sea sintéticamente, de las etapas esenciales nos permitirá después abrirnos a los interrogantes de naturaleza más estrictamente pastoral.

1. ESCUCHANDO A LA TRADICIí“N. En los complicados avatares del desarrollo histórico 6 se pueden individualizar diversos estadios, en los que las formulaciones doctrinales, mentalidad, lenguaje se estrecruzan diferenciadamente.

a) La praxis litúrgica. Si la praxis funeraria cristiana más antigua revela una relación evidente con prácticas comunes a no creyentes, no menos manifiesta también la puesta en marcha de un procesode diferenciación: la certeza de la salvación operada por Cristo y la fe en la resurrección alimentan expresiones de esperanza y de fraternidad más que de triste dolor o desesperación. Incluso los textos de oración (eucologí­as o composiciones salmódicas) transparentan una tonalidad pascual, donde tienen una amplia resonancia la alegrí­a y la esperanza. El examen más especí­fico de la literatura patrí­stica y litúrgica, que se extiende desde el s. ni hasta las puertas mismas de la época carolingia, nos lleva a encontrar un desarrollo de interpretación no siempre fácil’. Desde un primer estadio todaví­a estrechamente ligado al contexto judaico, en que se privilegia la oración de acción de gracias o de bendición, se pasa muy pronto a una progresiva difusión de la oración de intercesión (época prenicena). Con el inicio de la época constantiniana, la oración cristiana evoca sobre todo el tema de la felicidad en el seno de Abrahán o en el paraí­so: a medida que nos alejamos de los orí­genes cristianos y va disminuyendo la espera de la parusí­a, crece en importancia la escatologí­a individual; la antropologí­a del mundo helenista, además, incita a leer tal escatologí­a individual en términos de “alma separada del cuerpo”. Con el progresivo cambio de la sensibilidad religiosa y cultural tienden a prevalecer -a partir de la misma época patrí­stica clásica- los temas del perdón del pecado y de la salvación del alma en el otro mundo: la idea de la muerte como lucha dramática contra el demonio tiene un amplio eco en la literatura de los padres y en los mismos textos litúrgicos. Una mirada de conjunto a los siglos de la era patrí­stica muestra la singularidad de la visión cristiana de la muerte: la idea de Dios que subyace a la oración de la iglesia es la de un Dios bueno y acogedor, que está a la espera del hombre que vuelve a él; análogamente, la oración de intercesión supone una eclesiologí­a de comunión, que ve en el lazo común de la fe y en la participación de la misma eucaristí­a el fundamento de una relación fraterna que ni siquiera la muerte puede romper. Junto a esto resultan del todo evidentes las influencias de la cultura y de las particulares situaciones históricas: “[Se señalan] la influencia de la demonologí­a para el tema de la protección del alma; la de la antropologí­a y cosmografí­a antiguas para la localización del alma en el seno de Abrahán o en el paraí­so; la del clima para el tema del refrigerio; la del platonismo o del neoplatonismo para el tema de la luz y de la beatitud celeste. Análogamente, especí­ficas situaciones pastorales en la iglesia, como el cambio en la disciplina penitencial, han ejercido influencia sobre la temática funeraria”‘.

La evolución constatada en la praxis funeraria de los textos galicanos y gelasianos en torno a los ss. vii-viii no se puede limitar sólo al cambio de numerosas oraciones; detrás de los sólidos desarrollos de los temas de la misericordia divina y del juicio final se puede hallar una diversa concepción y acentuación de la imagen misma de Dios y del significado de la oración de la iglesia por un hermano que ha muerto, así­ como las referencias al mundo entendido como tierra de exilio y lugar de tentaciones a las que sustraerse, a las cuales corresponde una visión de la muerte como liberación de las ataduras y de las cadenas del mundo y del pecado, remiten a una visión antropológica y cosmológica bastante cambiada en relación a los orí­genes y a un cuadro teológico de temas escatológicos de trazos todaví­ainciertos y provisionales. Por su parte, la tradición funeraria de los ambientes monásticos sigue siendo testigo de una praxis inspirada en la visión pascual, y de una mentalidad que considera a la muerte como familiar al hombre.

Con la entrada en Roma de la liturgia gálico-germánica se verifica una posterior evolución, caracterizada sobre todo por la importancia cada vez mayor que se atribuye al papel propiciatorio de la oración eclesial por los muertos; la conciencia de que el juicio de Dios seguirá a la muerte induce en los textos a conceder un gran espacio a la oración de intercesión. Desde esta perspectiva se tiende cada vez más a interpretar el papel del sacerdote celebrante como expresión del poder que le ha sido conferido no sólo para absolver a los vivos de sus pecados, sino también para interceder eficazmente por la remisión de la pena a los difuntos. El tardo medievo y la época renacentista atribuyen una relevante importancia a elementos celebrativos (oraciones, textos para el canto, las melodí­as mismas, el color de los paramentos, los signos utilizados, etcétera), determinando así­ una clara preponderancia del tema propiciatorio respecto a la inspiración originaria, que individualizaba en el mensaje de esperanza derivante de la pascua la referencia temática prioritaria de los funerales cristianos.

Una valoración de sí­ntesis, en perspectiva histórica, de los criterios que han inspirado la redacción del Ordo Exsequiarum del Ritual tridentino (= Rituale romanum del 1614) lleva a poner de relieve dos hechos: a) En el aspecto estructural, la decisión de optar por una celebración muy sobria ha permitido poner orden en una serie de elementos celebrativos que se habí­an ido multiplicando a lo largo de los siglos de manera frecuentemente desorganizada, pero también ha inducido a dejar a un lado algunos elementos particulares que habí­an caracterizado -sobre todo en los orí­genes- la intervención pastoral de la iglesia (piénsese, por ejemplo, en las abundantes oraciones hechas por la comunidad como signo de comunión y de sufragio, o en la atención prestada a los primeros momentos tras la muerte); en este nuevo planteamiento se ha producido la consiguiente acentuación de la í­ndole clerical de toda la celebración: “Se ve a los fieles como personas que asisten del principio al fin con recogimiento y piedad a una acción litúrgica, a oraciones y cantos ejecutados en lugar suyo por el clero””. b) Bajo el aspecto histórico-teológico, el análisis de los textos y de las fuentes utilizadas por el Ritual tridentino pone de relieve una confluencia de oraciones que tienen su origen en épocas bastante diversas y que, desde el punto de vista doctrinal, no aparecen organizadas en torno a lí­neas de pensamiento unitarias; como consecuencia, la í­ndole pascual de la celebración cristiana de la muerte no aparece en primer plano; y algunas de las expresiones que habí­an marcado caracterí­sticamente la praxis de los orí­genes ya no están presentes en el Ritual de Trento.

La decidida reforma del Vat. II habí­a sido preparada, significativamente, por algunos signos que la hací­an considerar de gran actualidad: por un lado, el imponerse, a nivel de mentalidad y de praxis, de una costumbre que tendí­a a aislar de la sociedad cualquier reclamo de la muerte; por otro lado, algunas innovaciones parciales celebrativas, que manifestaban la exigencia de un retorno más explí­cito a las dimensiones pascuales del funeralcristiano. Por lo demás, a todo esto se referí­a directamente el debate conciliar que precedió a la promulgación del texto definitivo; en tal debate se puso de relieve también la importancia pastoral de un momento como el de las exequias, en el que se proponen contenidos y expresiones simbólicas a unas asambleas con frecuencia formadas por personas alejadas o no creyentes
b) El significado de la intervención pastoral de la iglesia. Si tras la praxis litúrgica pasamos a considerar, incluso sintéticamente, la actitud pastoral global de la iglesia en las diversas épocas, lograremos interpretar mejor el desarrollo histórico en su conjunto.

La primera época patrí­stica (ss. ii-iii) se caracteriza por una situación socio-cultural que no conoce ninguna esperanza tras la muerte, o al menos no supone esta esperanza como algo obvio. Por consiguiente, el mensaje cristiano (del cual la praxis litúrgica constituye quizá el aspecto más vistoso y oficial) tiende a privilegiar el esfuerzo por valorar positivamente la muerte y por hacer evidente su valor de misterio salví­fico por encima del aspecto experiencial más inmediato, que es de escándalo y de perdición. A esta luz se comprende el amplio recurso a un lenguaje simbólico tomado preferentemente de la biblia y de signos sacramentales, considerado el único capaz de ayudar a entender-crear-esperar un aspecto de la muerte que no es en absoluto evidente a la experiencia humana.

La época de la cristiandad establecida (que se extiende del s. Iv hasta la época moderna) se caracteriza sobre todo por la adquisición de la esperanza-tras-la-muerte por causa de los presupuestos obvios de la cultura común. En la acción pastoral se aprecia cómo a vecestales presupuestos se olvidan en la práctica; justo por esto, la preocupación fundamental de la intervención de la iglesia pasa a ser la de representar existencialmente la muerte, contra la tendencia de la existencia humana (también entre los cristianos) a constituirse como tiempo indefinido. Bajo este aspecto se comprende que el abundante empleo de un lenguaje mí­stico-experiencial o sapiencial (piénsese particularmente en los difusos comentarios a los “vanitas vanitatum” o el “cupio dissolvi et esse cum Christo”) tenga motivaciones no sólo culturales -la sensibilidad de las nuevas poblaciones europeas-sino, más fundamentalmente, pastorales.

La época moderna poscristiana ve de nuevo desaparecer de los presupuestos culturales comunes de la sociedad la esperanza-tras-lamuerte. Pero esta desaparición tiene lugar por obra de una progresiva secularización de la vida civil; se comprende, entonces, por qué en la predicación cristiana se continúa poniendo preferentemente el acento sobre la actitud sapiencial, que tiende a configurar la muerte.como la suprema objeción levantada por la iglesia frente al hombre burgués.

Si resulta prematuro el intento de caracterizar sintéticamente la tendencia hacia la cual se orienta la praxis pastoral en la época contemporánea, es ya posible, sin embargo, entrever en ella un significativo cambio de perspectiva. La exigencia advertida prioritariamente parece la de restituir significación a los sí­mbolos esenciales (históricosalví­ficos y existenciales) de la esperanza-cristiana-tras-la-muerte, desde el momento que las ilusiones mundanas (mesianismos terrestres, ideologí­as historicistas) parecen reconocer ya por sí­ mismas la propia inconsistencia. El mal másradical contra el que choca hoy el anuncio cristiano parece ser, por tanto, como antiguamente, el de la desesperación, no la ilusión del hombre que se cree autosuficiente.

2. PRESENTACIí“N DEL NUEVO RITUAL. La promulgación de un nuevo Ordo Exsequiarum (15 de agosto de 1969) constituye una etapa de gran importancia desde el punto de vista teológico-pastoral “. Aunque sea de modo muy sintético, presentaremos sus caracterí­sticas esenciales ‘°. Para las citas usaremos la edición en castellano: Ritual de exequias (= RE). Para los Praenotanda del OE (= Ordo Exsequiarum), véase A. Pardo, Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, col. Libros de la Comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1975, 263-270.

a) Las opciones del Val. II. En la raí­z de la decisión de reformar la liturgia funeraria en el cuadro de la más amplia renovación litúrgica promovida por el concilio, está la conciencia de que el ritual funerario heredado de Trento no expresa adecuadamente la riqueza doctrinal de la visión cristiana de la muerte, y de que las cambiadas circunstancias culturales hacen urgente una consideración más profunda de la problemática pastoral: el debate en el aula conciliar constituye una evidente prueba de ello “. El texto promulgado en la SC (“El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y respoder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada paí­s, aun en lo referente al color litúrgico. Reví­sese el rito de la sepultura de niños dotándolo de una misa propia”: SC 81-82) sólo explicita en parte las indicaciones expresadas en las intervenciones de los padres conciliares; en los trabajos de la comisión posconciliar encargada de la preparación del nuevo texto pasan, en cambio, a ser prioritarias las preocupaciones de carácter doctrinal y pastoral, y se abre camino la exigencia de revisar más profunda y crí­ticamente todo el capí­tulo del desarrollo histórico, en un intento de presentar en el nuevo ritual funerario una sí­ntesis más amplia y fiel de todos los datos de la tradición, en particular los de la tradición más antigua’.

b) Las exequias de adultos. La sucesión de las diversas partes a través de las que normalmente se desarrolla el rito funerario (en la casa del difunto, en la iglesia, en el sepulcro) ofrece una rica antologí­a de material celebrativo (salmos, eucologí­a, leccionario), que deberí­a ser objeto de un atento análisis; si, después, se piensa en la significativa recuperación de algunos elementos de praxis pastoral (cf en particular la “vigilia de oración”, la “oración para la deposición del cuerpo del difunto en el féretro”, el rito de la última recomendación y despedida), se alcanza una idea adecuada de cuánto interés podrí­a ofrecer el conocimiento detallado del nuevo RE”. Puesto que nos debemos limitar a una consideración de sí­ntesis, podemos recoger los puntos relevantes más significativos en torno a algunas referencias centrales y de conjunto.

†¢ En una comparación de carácter global con el precedente Ritual de 1614 aparece claro que lo que hace nuevo al RE actual es la recuperación masiva de la perspectiva pascual y eclesial. Todo esto se desprende particularmente del enriquecimiento temático de muchos textos eucológicos, en los que se recuperan las oraciones más válidas de la tradición y confluyen lenguaje y perspectivas bí­blicas; lo confirma la voluntad de no hacer prevalecer demasiado los temas del pecado, de la intercesión, del perdón, a través de una más equilibrada distribución de textos, y de subrayar ulteriormente los elementos de esperanza, resurrección, encuentro con Dios. A esto se debe añadir el frecuente intento de marcar el clima comunitario que ha de caracterizar toda la celebración: la liturgia exequial debe ser por entero una profesión de fe en la pascua del Señor y un momento de comunión intensa con quien ya no está entre nosotros y con los hermanos que lloran su pérdida. En el n. 1 de los Praenotanda del OE se lee: “En las exequias de sus hijos, la iglesia celebra con fe el misterio pascual de Cristo, a fin de que todos los que, mediante el bautismo, pasaron a formar un solo cuerpo con Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él, por la muerte, a la vida eterna: primero con el alma, que habrá de purificarse para entrar en el cielo, con los santos y elegidos; después, con el cuerpo, que deberá aguardar la venida de Cristo y la resurrección de los muertos. Por tanto, la iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarí­stico de la pascua de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre sí­ todos los miembros de Cristo, éstos impetran para los difuntos el auxilio espiritual y, para los deudos, el consuelo de la esperanza” (A. Pardo, o.c., 263; cf además RE 39; 15-16).

†¢ También a otro nivel la comparación con el Ritual tridentino permite iluminar una caracterí­stica del nuevo RE. De hecho, si consideramos la estructura de la celebración exequial, vemos que en la reforma del Vat. II se da un interesante proceso de recuperación de elementos de la tradición más antigua. En particular: la tendencia a reasumir, también bajo el aspecto ritual, un arco más amplio de etapas-momentos de la celebración de la muerte, y por consiguiente la tendencia a poner de relieve su valor religioso y humano (piénsese en la vigilia de oración en la casa del difunto, en la oración mientras se le ve el rostro por última vez, en el rito de despedida), parece indicar que se camina hacia una comprensión más coherente y profunda del singular clima de comunión y de fraternidad que debe distinguir la celebración de la muerte por los cristianos. Por lo demás, las instancias que han dado origen a estas modificaciones de estructura en el RE son claramente de orden teológico y pastoral; por ejemplo, al comentar el momento de despedida, el n. 10 de los Praenotanda recuerda: “… Pues si bien en la muerte hay siempre una separación, a los cristianos, que como miembros de Cristo son una sola cosa en Cristo, ni siquiera la misma muerte puede separarlos” (A. Pardo, o.c., 265; cf RE 43).

†¢ La redacción de un riquí­simo leccionario da considerable categorí­a al RE del Vat. II bajo un doble aspecto. Con él, por una parte se marca la importancia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica cristiana de la muerte: “… se considera parte muy importante del rito la lectura de la palabra de Dios. En efecto, ésta proclama el misterio pascual, afianza la esperanza de una nueva vida en el reino de Dios, exhorta a la piedad hacia los difuntos y a dar un testimonio de vida cristiana” (OE, Praenotanda, n. 11 en A. Pardo, o.c., 266; cf RE 37). Además, la concreta selección de los textos bí­blicos ofrece a la escucha del creyente una gran riqueza de contenidos: los párrafosveterotestamentarios aportan enseñanzas para valorar la vida con la mentalidad de Dios e introducen a la acogida del anuncio propiamente cristiano sobre la muerte y el más allá; los salmos responsoriales se hacen voz del imborrable anhelo de Dios del corazón humano y celebran la certeza de que la verdadera salvación proviene del Señor; los textos de las cartas de Pablo y de Juan se configuran como meditación profunda del misterio de luz y de vida, de rescate y de redención, de futuro y de esperanza, que está en el corazón de quien profesa que “Jesucristo es Señor”; las lecturas evangélicas, en fin, anuncian la palabra de aquel que se denomina “la resurrección y la vida”, promete el reino a quien vive en la lógica de las bienaventuranzas e invita a todos a hacerse comensales del gran banquete querido por la bondad de un Padre.

†¢ También el uso abundante de los salmos, en continuidad con una tradición antiquí­sima, señala el clima original de la celebración cristiana de la muerte: “En los oficios por los difuntos, la iglesia recurre especialmente a los salmos para expresar el dolor y reafirmar la confianza” (OE, Praenotanda n. 12, en A. Pardo, o.c., 266; cf RE 48). La efectiva selección de los salmos hecha por el RE se sitúa lógicamente en esta lí­nea: hallamos salmos de contenido pascual; otros que alimentan una oración de esperanza, de espera y de búsqueda; algunos que dan lugar a la petición siempre necesaria del perdón divino y que comentan la bondad de una vida í­ntegra, estimada grande a los ojos de Dios.

†¢ En conjunto, es rico y válido también el capí­tulo de la eucologí­a funeraria. Las oraciones y los prefacios del misal constituyen un bloque bastante homogéneo y muy rico temáticamente: encuentran lugar los temas de la certeza de la resurrección futura fundada en la pascua de Cristo; del perdón y de la misericordia divina, capaces de borrar “toda huella de fragilidad humana”; del valor escatológico de la eucaristí­a, denominada “viático en la peregrinación por la tierra” y “prenda de la pascua eterna del cielo”. En los prefacios, particularmente, las fórmulas de profesión de fe en la victoria pascual de Cristo confieren a la oración tonos y perspectivas de luz y esperanza. Igualmente rico es el material eucológico propio del ritual en cuanto tal: se han retomado y repropuesto numerosos textos antiguos, añadiéndolos a otros de nueva composición 18; es digno de consideración el abundante recurso a textos litúrgicos de las iglesias reformadas, no sólo por razones de orden ecuménico, sino también porque en ellos se acentúa particularmente la consideración hacia quienes han quedado sumidos en el dolor y piden a la fe certezas que les hagan capaces de comprender y aceptar el misterio de la muerte. En conjunto, el enriquecimiento ha sido notable: aunque se componga de materiales provenientes de lugares y épocas diversos, el RE ofrece una imagen bastante más rica y adecuada de la celebración cristiana de la muerte.

c) Las exequias de niños. Una consideración más abierta y profunda de los problemas teológicos implicados y la prioridad concedida a los cambios pastorales actúan como telón de fondo de las principales opciones que dirigen el RE en el capí­tulo de las exequias de niños: se presta bastante más atención a la situación de los padres y familiares en su dolor y desorientación humana (en el precedente Ritual esteaspecto se ignoraba prácticamente); a juicio del obispo del lugar, se prevé la posibilidad de un funeral eclesiástico también para los niños que, en la intención de sus padres, deberí­an haber sido bautizados, pero que de hecho no han podido recibir el sacramento. Cf CDC de 1983, can. 1183, § 2.

†¢ En esta lí­nea se mueven algunos textos especí­ficos para las exequias de niños bautizados: para ellos se invoca el amor de Dios, que acoge “en el paraí­so, donde ya no hay luto ni dolor ni llanto, sino paz y gozo” (RE 162). En los formularios de la misa se encuentran oraciones centradas totalmente en el tema de la esperanza (“Dios de amor y de clemencia, que en los planes de tu sabidurí­a has querido llamar a ti, desde el mismo umbral de la vida, a este niño, a quien hiciste hijo tuyo de adopción por el bautismo, escucha con bondad nuestra plegaria y reúnenos un dí­a con él en tu gloria, donde creernos que vive ya contigo” [MRC, Misas de difuntos V, A, colecta, p. 950]), y en el tema del abandono confiado en el Padre (“Señor, tú que conoces nuestra profunda tristeza por la muerte de este niño, concede a quienes acatamos con dolor tu voluntad de llevártelo el consuelo de creer que vive eternamente contigo en la gloria” [MRC, ib, obras oraciones, p. 951]).

†¢ En el caso de exequias de niños todaví­a no bautizados, el RE reitera la preocupación pastoral que debe subyacer en la intervención de la iglesia, y precisa su significado. En algunos nuevos textos eucológicos del misal se nos invita a la confianza en el amor divino mediante una continua referencia a la fe de los padres (“Oh Dios, conocedor de los corazones y consuelo del espí­ritu, tú conoces la fe deestos padres; dales el consuelo de creer que el hijo cuya muerte lloran está en manos de tu misericordia” [MRC, ib, B, colecta segunda, p. 952]).

III. Puntos relevantes y orientaciones pastorales
El análisis de las opciones fundamentales del RE ayuda a comprender la amplitud y complejidad de los interrogantes pastorales unidos a la celebración cristiana de la muerte; en efecto, se cae en la cuenta de que el problema reside no en la transposición mecánica de todo lo que el RE codifica y propone, sino en el esfuerzo de hacer vivir en la celebración concreta el clima, los valores y las perspectivas con los que la iglesia de hoy pretende afrontar el testimonio de la fe y de la comunión con la realidad de la muerte. Las lí­neas de apertura señaladas en la panorámica propuesta [I supra, II] han llevado a definir el significado de la intervención pastoral en términos de servicio prestado desde la fe al hombre de hoy para ayudarle a pasar a un reencuentro y reconstrucción de certezas verdaderas y a resistir a la radical tentación de vivir “sin esperanza”; la praxis litúrgica que se expresa en la celebración de la muerte de un hermano se halla implicada en este proyecto fundamental, y en él encuentra su dinamismo más auténtico y su punto de referencia normativo 19.

Para delinear las orientaciones de carácter operativo y puntualizar los elementos relevantes centrales surgidos de una lectura propiamente pastoral del RE, nos parece necesario partir de diversos ángulos: desde el celebrativo, que quiere iluminar las condiciones para que el rito sea situado e interpretado conla debida sensibilidad; desde el doctrinal, que aproxima los contenidos concretos del RE a la misión más general -implicada en el momento de las exequias- de anunciar la fe pascual de la iglesia; desde el cultural, que se preocupa de poner en constante relación lo que significa (o deberí­a significar) el rito cristiano con la moderna mentalidad relativa al problema de la muerte.

1. POR UNA CELEBRACIí“N AUTENTICA. Del mismo RE y de la literatura que lo comenta, así­ como de la experiencia de estos años, surgen numerosas indicaciones de notable interés desde el punto de vista pastoral.

La estructura de la celebración contenida en el RE es clara y lineal; pero en lo que respecta a los textos que la componen, se ha preferido conferirles una fisonomí­a antológica; o sea, se ha querido ofrecer una gran riqueza de oraciones para cada una de las partes de la celebración. La liturgia, por tanto, se organiza cada vez de acuerdo y en sintoní­a con la situación pastoral concreta. Esto supone también una invitación a considerar el RE como un modelo celebrativo que puede tener una multiplicidad de interpretaciones y de actuaciones, y no como un libro rí­gidamente codificado en todos sus particulares. También el conocimiento detallado de las fuentes y de los temas de las diversas oraciones podrí­a llevar a una inteligente utilización de los márgenes de adaptabilidad previstos y a la realización de una liturgia más “pastoral”.

El Ritual procura también valorar algunos signos 22. Piénsese sobre todo en el rito de despedida descrito en el n. 10 de los Praenotanda (cf RE 43-45): el desenvolvimiento de la celebración gira enteramente en torno al canto de saludo hecho por toda la comunidad, mientras los ritos de la aspersión y de la incensación manifiestan el respeto y la veneración hacia el cuerpo del difunto. Es indicativa al efecto una rúbrica: “Si parece oportuno, guárdese la costumbre de colocar al difunto según la orientación que normalmente adoptaba en la asamblea litúrgica. Es decir: los laicos, mirando hacia el altar; los ministros sagrados, mirando al pueblo. Sobre el féretro se puede colocar el libro de los evangelios, o la biblia, u otro signo cristiano… Alrededor del féretro se pueden colocar cirios encendidos, o bien únicamente el cirio pascual a la cabecera del difunto” (RE 78). Se trata más de indicaciones que de soluciones ya confeccionadas; querrí­an sugerir que al momento solemne y religioso de la despedida de un hermano se le debe prestar la mayor atención y expresar una gran sensibilidad humana; en este sentido, el canto -participado coralmente por toda la asamblea y rico en válidos contenidos- podrí­a configurarse como el signo más vistoso y elocuente de una comunión de fe y de oración.

Con frecuencia aparece en el RE también la invitación a celebrar en sintoní­a con la situación humana de los presentes, que la realidad de la muerte configura de una manera absolutamente singular y delicada: los textos de la vigilia en casa del difunto, el uso de oraciones ricas y sugerentes en las que se presta suma atención al dolor de los familiares, el clima que brota de los nuevos textos para las exequias de niños constituyen los ejemplos más significativos de ello. En el n. 18 de los Praenotanda se puede leer: “Al preparar la celebración de las exequias, los sacerdotes considerarán con la debida solicitud no sólo la persona del difunto y las circunstancias de su muerte, sino también el dolor de sus familiares y las necesidades de su vida cristiana” (A. Pardo, o.c., 267; cf RE 23). Será la homilí­a, en particular, la que se haga eco de estas instancias (RE 46); además, una exquisita sensibilidad pastoral sugerirá otras muchas formas de significar la cercaní­a a los hermanos sumidos en el dolor.

También a propósito de los ministerios, el RE supera claramente las perspectivas rigurosamente clericales del precedente Ritual tridentino. En los Praenotanda abundan significativas llamadas de atención: “En la celebración de las exequias, recuerden todos los que pertenecen al pueblo de Dios que a cada uno se le ha confiado un ministerio particular; a los padres y familiares, a los responsables de las pompas fúnebres, a la comunidad cristiana y, principalmente, al sacerdote; que, como maestro de la fe y ministro del consuelo, preside la acción litúrgica y celebra la eucaristí­a” (OE, Praenotanda n. 16, en A. Pardo, o.c., 267; cf RE 21; 26-28). El servicio que ha de ofrecer no es simplemente el de recomendar a Dios los difuntos, sino también el de “avivar la esperanza de los presentes y afianzar su fe en el misterio pascual y en la resurrección de los muertos” (Praenotanda n. 17, en A. Pardo, o.c., 267; cf RE 17). En esta lógica, resulta importante la misión de preparar numerosas personas en cada comunidad para que desempeñen este especí­fico misterio, y hacer comprender a todos cuán necesario es el servicio de la fe en una situación humana tan dificil (cf RE 21).

La forma normal de celebración prevista por el RE contempla la celebración de la eucaristí­a; además de ser profundamente tradicional, una opción como ésta resulta degran valor teológico y pastoral, porque nada revela mejor el auténtico sentido de la muerte que la pascua. Se califica, pues, como fiel la praxis que tiende a crear las condiciones necesarias para que en las exequias sea la eucaristí­a el signo normal y más completo desde el punto de vista de la fe. Es ciertamente verdad, por otra parte, que la asamblea reunida para los funerales hoy en dí­a se configura con demasiada frecuencia como totalmente heterogénea en el modo de situarse frente al anuncio cristiano: con frecuencia se juntan creyentes, indiferentes, ateos, etc. Por este motivo está justificada la pregunta tí­picamente pastoral acerca de si es siempre oportuno celebrar la eucaristí­a: si la celebración de la eucaristí­a constituye indiscutiblemente el punto de referencia normativo y la praxis más auténtica y fiel, el esfuerzo por tomar en consideración modos más articulados de usar el RE mantiene todo su valor, precisamente porque tiende a presentar los signos de la fe en un contexto de mayor autenticidad.

2. EXPRESIí“N DE LA FE EN LA PASCUA DE CRISTO. La publicación del RE en un momento, como se ha visto, caracterizado por una renovación profunda también de la reflexión teológica sobre los temas escatológicos, justifica por entero el interés por la dimensión propiamente doctrinal del nuevo Ritual. La celebración litúrgica, por su misma naturaleza, siempre es expresión de la fe de la iglesia. En nuestro caso, además, la estricta connotación cristológica y antropológica de la actual teologí­a sobre la muerte hace todaví­a más apreciable la aportación del RE al respecto.

Quien busca en los textos del RE los términos con los que se hace el anuncio propiamente cristológico puede compartir el juicio concluyente de un autor: “La instancia cristológica ha recibido una notable valoración”. La referencia a la pascua es central, y el acontecimiento Cristo es el criterio constante que mide y rescata la muerte del hombre. No se podrí­a decir lo mismo de la instancia antropológica: “la relevancia que se le ha concedido… es mí­nima””. Sin embargo, es interesante notar cómo los textos del RE, sobre todo los nuevos, registran una significativa convergencia con algunas orientaciones, en absoluto secundarias, provenientes del debate actual. Como conclusión a una moderna investigación se ha escrito: “La deslocalización de las grandes realidades escatológicas es hoy un, dato adquirido (son estados, no lugares); igualmente, la destemporalización de los grandes acontecimientos tras la muerte (liberados de la dialéctica cronológica del antes y el después) es una resultante ya común de la actual teologí­a escatológica. Además, no se puede negar que la concepción antropológica actual es una reacción contra los residuos de tipo platónico que todaví­a afloran en la teologí­a de los noví­simos, por ejemplo […] el estado de separación entre el alma y el cuerpo en un modo casi dualista. La muerte del hombre, ¿se ve casi como un epí­logo de la existencia humana, fatal ocaso de la vida, ruptura de su equilibrio biopsí­quico; o quizá como el supremo cumplimiento de su destino, el acontecimiento definitivo, que compromete no sólo al hombre en cuanto a su cuerpo, sino en todo su ser? Se trata, en definitiva, de una nueva perspectiva, que afecta a la teologí­a actual, orientada a hacer de la muerte-ruptura un acontecimiento de muerte-resurrección””.

En conexión con estos aspectos que muestran los puntos positivos del aparato doctrinal del RE, se subraya la exigencia de una reformulación de los contenidos de la fe en el más allá; en el Ritual, en efecto, confluyen, como se ha visto, textos tradicionales unidos a estadios fatigosos, y a la par inciertos, de la reflexión sobre los temas escatológicos. Se tocan aspectos verdaderos del problema cuando se afirma: “El nuevo Ritual ha podado al viejo de las acentuaciones dolorosas o de temor […], pero ha conservado su lenguaje arcaico y una visión del estado de los difuntos que revela una escatologí­a primitiva, anterior a la reflexión teológica””. Por muy encaminados que estemos en la nueva dirección, que intenta hacer de la celebración litúrgica de las exequias un momento de anuncio al hombre de hoy del verdadero significado de su muerte tras el acontecimiento de la pascua de Cristo, sin embargo, todaví­a se pueden desear otros desarrollos significativos.

3. LA CELEBRACIí“N DE LA MUERTE DEL CRISTIANO EN EL ACTUAL CONTEXTO CULTURAL. Las consideraciones hechas al comienzo [-> supra, I] acerca de la actitud del hombre y de la sociedad contemporánea respecto al tema de la muerte muestran que se dan niveles diversos en la manera de plantear la problemática de la muerte pastoralmente. Conscientes de que no agotamos el amplí­simo campo de problemas, consideramos, sin embargo, útil aludir por lo menos a alguno de ellos.

Con frecuencia se ha hablado en tiempos recientes de la fuerte incidencia ejercida por el actual contexto urbano sobre el mismo desarrollo del rito funerario. El hecho es innegable. Por eso resulta todaví­a más digna de aprecio la elasticidad de estructura que presenta el RE, posibilitando una celebración más lineal y simple cuando las condiciones externas hacen imposible o incluso dificultan o comprometen el desarrollo de las tres “estaciones” del rito; máxime cuando, en estos casos, el Ritual no deja de ofrecer interesantes estí­mulos para acentuar los contactos personales con los parientes, la oración en familia, etc. Por otra parte, también es verdad que y ante la tendencia tan generalizada a marginar cualquier signo público de la muerte, la iglesia tiene un testimonio alternativo que proponer: ciertamente, no en la recuperación de la exterioridad, sino en la recuperación de la conciencia de que la realidad de la muerte -y, por tanto, su celebración– debe tener espacio y dignidad en un mundo como el nuestro.

Ha asumido y va asumiendo una relevancia cada vez más notable el problema del lenguaje con el que el anuncio cristiano en general, y el litúrgico en particular, formula la propia esperanza y las propias certezas frente a la realidad de la muerte. Aunque rápidas, las alusiones hechas en estas páginas muestran ya qué antiguo es el problema; la evolución de oraciones o de cantos, de sí­mbolos y de estructuras en la praxis funeraria cristiana es un í­ndice también de la búsqueda de un lenguaje que exprese más adecuadamente los contenidos de la fe. Es innegable, por otra parte, que el actual contexto cultural pide con particular urgencia y con una evidente singularidad de sugerencias y de relieves a la comunidad cristiana que haga esfuerzos creativos para testimoniar con acentos profundos y al mismo tiempo familiares las’certezas que alimenta continuamente su fe en el Dios vivo. Cobra relieve, a esta luz, el espaciode libertad que prevé el RE y que anima a usar con vistas a un trabajo de -> adaptación de vastas proporciones que deben llevar a cabo las conferencias episcopales de los diversos paí­ses; el problema de la adaptación supera al del lenguaje, y comporta una multiplicidad de aspectos; de todas formas, supone un serio compromiso en la búsqueda de los modos con los cuales se puede ayudar al hombre de hoy a orar y a reconocer en la pascua de Cristo la realidad que da sentido nuevo también a la muerte.

La más radical evolución de la actitud de la sociedad frente a la realidad de la muerte exige también un testimonio crí­tico y profético por parte de la iglesia; la comunidad de los creyentes no puede unirse pasivamente a los que censuran el capí­tulo del morir, máxime cuando el anuncio pascual la convierte en portadora de una visión realmente nueva y creadora de esperanza. Queda siempre por descubrir qué comporta todo esto de hecho; por otra parte -y la experiencia de los funerales cristianos parece reafirmarlo continuamente-, la realidad de la fe capacita para dar un testimonio diverso
Siempre dentro de este marco de consideraciones, no son secundarias para la acción pastoral algunas aportaciones de corte estrictamente sociológico. En un contexto como el nuestro, el acontecimiento de la muerte da origen a comportamientos (ya generalizados) que crean, dentro del grupo humano de los que por diversos motivos están implicados, nuevos lazos y maneras diversas de relación, sea hacia el pasado o hacia el futuro. La misma acción pastoral viene a situarse inevitablemente dentro de un entramado de momentos y de actitudes, en gran medida ya codificados. Debe saber captar el significado profundo de todo esto, e intentar expresarlo con la originalidad de quien mira a la muerte de modo diverso. Corresponde a la sensibilidad pastoral de la comunidad de los creyentes diferenciar claramente la propia intervención de la imagen más general y difusa que entra en juego cuando las honras fúnebres comienzan a manejar todo el hecho de la muerte; aunque sólo sea para testimoniar sin equí­vocos que, precisamente al apagarse su vida, nosotros confiamos nuestro hermano en manos de un Dios que es nuestro Padre y que nos ama a cada uno de nosotros con un amor sin fronteras y sin diferencias.

[-> Escatologí­a]
F. Brovelli
BIBLIOGRAFIA: Aldazábal J., Celebrar la muerte con otro lenguaje, ib, 110 (1979) 155-165; Düring W., Difuntos (liturgia de), en SM 2, Herder, Barcelona 1976, 277-280; González Cougil R., Vivencia y celebración de la muerte en Galicia. Reflexiones en orden a una celebración más auténtica de la muerte cristiana, en “Nova et Vetera” 12 (1981) 209-237; Gy P.M., La muerte del cristiano, en A.G. Martimort, La Iglesia en oración, Herder,. Barcelona 1967′, 677-690; Llabres P., Problemática no litúrgica de las exequias, en “Phase” 71 (1972) 469-472; Llopis J., La sagrada Escritura fuente de inspiración de la liturgia de difuntos del antiguo Rito Hispánico, en VV.AA., Miscellanea M. Ferotin, Consejo Superior de Investigaciones Cientí­ficas, Madrid 1966, 349-391; Nuevo Ritual para las exequias de adultos, en “Phase” 42 (1967) 564-568; El nuevo Ritual de Exequias, ib, 57 (1970) 267-281; El entierro cristiano, PPC, Madrid 1972; Maertens Th.-Heuschen L., Doctrina y pastoral de la liturgia de la muerte, Marova, Madrid 1964; Ramos M., “Nos quitan los entierros” (Ensayos de reflexión teológico-pastoral a propósito de una experiencia), en “Phase” 76 (1973) 345-352; Ruiz de la Peña J.L., El hombre y su muerte, Aldecoa, Burgos 1971; Rouillard Ph., La liturgia de la muerte como rito de tránsito, en “Concilium” 132 (1978) 237-248; Sánchez L., Liturgia de difuntos hoy, Marova, Madrid 1967; Secretariado N. de Liturgia, Celebración cristiana de la muerte, EDICE, Madrid 1973; Tena P., “En las manos de Dios”. La oración de la Iglesia por los difuntos, en “Communio” 3 (1980) 220-229; VV.AA., El misterio de la muerte y su celebración, Desclée, Buenos Aires 1952;

D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia