Biblia

EXORCISMOS

EXORCISMOS

(v. demonio, sacramentales)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> Jesús, Diablo, posesión, batalla contra el Diablo). El movimiento cristiano contiene aspectos proféticos, mesiánicos y sapienciales, difí­ciles de separar entre sí­. Pero, además de ellos, incluye un fondo carismático. Jesús ha sido sanador y exorcista, alguien que expulsa a los demonios y cura desde un fondo religioso a los enfermos, iniciando un camino propio de renovación humana, en lí­nea de Reino. Su misma obra de exorcista ha podido levantar sospechas de vinculación satánica. En el cí­rculo de sus seguidores, especialmente en Galilea, hubo exorcistas y sanadores, que han seguido realizando su tarea y expandiendo la memoria y esperanza de su Reino. Pero el primero de todos, el más grande en sentido mesiánico, ha sido Jesús.

(1) Jesús exorcista. Así­ le recuerda la tradición: como exorcista especializado y maestro de exorcistas (cf. Mc 1,21-28; 3,15; 6,12 par). Utilizando un lenguaje distinto podrí­amos llamarle amigo de los locos. Allí­ donde otros hombres y mujeres de su tiempo pensaban que el hombre estaba más o menos condenado a vivir bajo el poder de espí­ritus, Jesús le ha visto como hijo de Dios que puede vivir en libertad. Así­ se ha sentido, enviado por Dios para expulsar a los demonios, de manera que los exorcismos ocupan un lugar privilegiado en su visión del Reino (cf. Mc 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29). Quienes pretenden mutilar este elemento del evangelio, tomándolo como residuo mitológico, destruyen el mesianismo de Jesús. Los endemoniados le causaron la máxima impresión: en su impotencia y desvarí­o expresaban los signos de un mundo que se pierde, que no logra abrirse hacia la luz, la comunicación interhumana en gratuidad y el amor bondadoso del Padre. Por eso les fue dando su ayuda en el camino, en gesto de comunicación creyente (cf. Mc 9,14-29 y par).

(2) Exorcismos y pureza. Los posesos no son un elemento marginal del Evangelio, sino todo lo contrario. Jesús ha descubierto en ellos la contradicción máxima de un judaismo obsesionado por la mancha o impureza de la vida (cf. Mc 1,20-28). Impuro era aquello que separa al humano del culto de Dios, impidiéndole participar en la vida comunitaria. El nivel de la mancha se medí­a normalmente en un plano ritualista: la religión querí­a mantener en pureza a los hombres, expulsando a los que estaban manchados (publí­canos y prostitutas, mujeres con irregularidad menstrual, leprosos, etc.), y de esa forma, según Jesús, terminaba siendo una aliada del diablo. Para Jesús sólo es impuro lo que proviene de un mal corazón, impidiendo el amor o comunión entre humanos (cf. Mc 7,123, esp. 7,19). Los demonios son impuros porque, en un sentido muy realista, acaban conduciendo al hombre al pecado, es decir, a la opresión de los más débiles. Pues bien, Jesús ha roto la barrera de la sacralidad separadora (diabólica), ofreciendo a los hombres la limpieza y salud de Dios. Para Jesús, lo diabólico no se encuentra vinculado a la impureza ritual, sino a todo lo que destruye las raí­ces de la vida, dividiendo a los hermanos, impidiendo que ellos compartan la casa de la fraternidad y vida compartida.

(3) El atrevimiento de Jesús. Al enfrentarse con las fuerzas tenebrosas del mal y de la muerte, Jesús ha penetrado en un lugar de gran peligro, dejándose «conocer» por lo diabólico. Jesús ha penetrado en el abismo de mal de los hombres y han sido los endemoniados los que primero le han descubierto: «eres el Santo de Dios» (Mc 1,24), «el Hijo de Dios» (Mc 3,11; cf. 5,7). Hay en estas confesiones algo enigmáticamente peligroso: por compasión y entrega terapéutica, Jesús se ha introducido en la hondura más radical de la pobreza y destrucción humana. Pero, al mismo tiempo, ellas expresan el sentido más hondo de su mesianismo: no han sido los sabios y grandes del mundo los que primero le han conocido, sino los locos, los expulsados de la sociedad.

(4) Comparación con otros exorcistas. Los esenios de Qumrán interpretaban los exorcismos desde la perspectiva de la gran lucha contra los poderes sociales que oprimieron y oprimen a Israel, como muestra el Rollo de la Guerra (1QM: Mili tama), partiendo del principio que manda: «amar a todos los hijos de la luz y odiar a todos los hijos de las tinieblas» (cf. 1QS 3-4). Ellos vinculaban pureza israelita y violencia, conforme a principios militares, con batallones y estrategias de batalla. El exorcismo verdadero es una guerra, dirigida por sacerdotes, que marcan y sancionan los procesos militares: es guerra teológica y angélica, en que el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos. Por eso no pueden combatir los impuros, enfermos o manchados, como supone el Rollo, ampliando los principios de la vieja guerra santa israelita. Es lucha de hombres de valor (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas) y no caben en ella «contaminados, paralí­ticos, ciegos, sordos, mudos… porque los ángeles de la santidad están entre ellos» (Regla de la Congregación, lQSa 2,1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en la asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesí­as, Hijo de Dios (lQSa 2,12-22). Pues bien, en contra de eso, y en contra de la misma actitud de los celosos/celotas que interpretaban también la guerra final como lucha de los puros contra los impuros, Jesús ha penetrado en el mundo de los impuros, para compartir con ellos el mensaje de Dios y para ofrecerles la pureza del Reino. Entendidos así­, sus exorcismos resultan escandalosos, contrarios a las normas de pureza de los israelitas puros de su tiempo.

(5) Disputa con el judaismo establecido. La razón de los escribas. La autoridad de Jesús como exorcista ha sido discutida y rechazada por aquellos grupos de judí­os (¿judeocristianos?) que ponen la institución y la ley del grupo por encima de la apertura liberadora y de la curación de los endemoniados. Así­ declaran los escribas que vienen de Jerusalén y que, por el lugar que ocupan dentro del evangelio (cf. Mc 3,20-35), Marcos ha vinculado a los parientes de Jesús: «Tiene a Belcebú y con el poder del Prí­ncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mc 3,22; cf. Mt 12,22-32; Lc 11,14-23; 12,10). Ellos piensan que, curando a los posesos y ofreciendo comunión a los marginados peligrosos, Jesús pone en riesgo la sacralidad de Israel, que sólo puede mantenerse expulsando a los posesos a un tipo de cárcel donde viven encerrados en su locura. Son los representantes de una ley sagrada (nacional) que garantiza el orden legal del conjunto de la sociedad (dominada por los fuertes, los legales) y así­ edifican, en torno al buen pueblo, un muro de seguridad garantizada por su Ley, dejando en la cárcel exterior de su locura o pecado a los posesos. Por eso, acusan a Jesús diciendo que, bajo capa de bien (ayudando externamente a unos posesos), arruina o destruye la unidad sagrada del pueblo (la casa buena de la alianza de Dios), entregando al conjunto de Israel en manos del Diablo. Así­ piensan los escribas (= juristas o letrados) oficiales: según ellos, quien ayuda y libera a los merecedores de la cárcel del diablo (a los asociales, peligrosos y distintos) supone una amenaza para el buen orden del pueblo. Así­ piensan, con el código en la mano, que la sociedad debe expulsar y controlar (= encarcelar) con violencia legí­tima a los endemoniados-encadenados, para mantener el orden del sistema. Una buena estructura social sólo se edifica y defiende separando a los culpables o posesos, delimitando bien lo puro y lo impuro, lo apropiado y lo peligroso. Por eso, quien acepta y cura, quien valora y reintegra a este tipo de posesos pone en riesgo el orden de esa buena sociedad de limpios ciudadanos.

(6) Respuesta de Jesús a los escribas. Una humanidad abierta. Jesús les contesta utilizando la metáfora de la casacárcel de Satán donde los hombres se hallaban encadenados, sometidos a sus leyes de violencia, atreviéndose a decir que él ha vencido a ese Fuerte, rompiendo las cadenas con que apresaba a los hombres. En ese contexto, un tipo de judaismo legal sigue siendo también una cárcel para muchos hombres y mujeres, sometidos a un tipo de leyes que les impiden vivir en libertad. Pues bien, en contra de eso, Jesús aparece como alguien que es capaz de romper la cárcel de Satán, abriendo para los hombres y mujeres una casa de libertad, en la que caben todos, (a) Uno más fuerte, el Espí­ritu Santo. El problema de fondo es cómo dominar a Satán. Los escribas quieren hacerlo a través de una Ley, que mantiene también a los hombres oprimidos. Jesús, en cambio, quiere hacerlo y lo hace presentándose como «más fuerte que Satán», pero no en lí­nea de esclavitud, sino de libertad (Mc 3,22-30). En ese contexto puede hablar del Espí­ritu* Santo, como principio de vida, como fuerza de Reino: «Si yo expulso a los demonios con la fuerza del Espí­ritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Mt 12,28; cf. Lc 11,20, que pone «dedo» en vez de Espí­ritu de Dios, con el mismo sentido), (b) Dos modelos de Iglesia. Los escribas piensan que los problemas del mundo se arreglan con la fuerza, expulsando a los endemoniados para así­ mantener firmes las estructuras de seguridad grupal. Jesús, en cambio, quiere la libertad de todos. Los escribas necesitan mantener su Ley (seguridad y santidad) para expulsar a los disidentes y sentirse así­ buenos y seguros. Ponen la estructura del grupo por encima de la curación de los endemoniados.

(7) Disputa eclesial. La Iglesia, comunidad de exorcistas. Según la tradición más antigua, los primeros discí­pulos de Jesús eran exorcistas. Así­ lo dice Marcos, cuando expone la primera llamada de Jesús: eligió y constituyó a Doce (epoiésen dódeka), para que estuvieran con-él (formando su familia) y para enviarlos a proclamar el mensaje (kéridsein) y expulsar demonios (ekballein ta daimonia: Mc 3,14-14). Los mensajeros de Jesús reciben después otra vez poder sobre los espí­ritus impuros (cf. Mc 6,7). Los exorcismos de Jesús (y sus discí­pulos) constituyen el signo básico de su tarea misionera. El Evangelio es exorcismo universal, programa de curación del ser humano, como ratifica el final canónico de Marcos (Mc 16,15-18). Los discí­pulos de Jesús aparecen así­, lógicamente, como exorcistas expertos, realizando su obra de un modo visible: no se definen y distinguen por teorí­as, ni por formas de ritualismo particular (propia de ellos), sino por el gesto poderoso (y peligroso) de sus exorcismos. Los buenos escribas de Jerusalén, con el libro de la Ley, los rechazan (cf. Mc 3,22-30). Pero otros judí­os les han admirado. Más aún, hay personas que se sienten atraí­das por la autoridad liberadora de Jesús y quieren ejercer su ministerio mesiánico, realizando exorcismos en su nombre, pero sin formar parte del grupo oficial de sus discí­pulos. Contra ellas reacciona Juan Zebedeo, diciendo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido, porque no era de los nuestros. Pero Jesús respondió: No se lo impidáis, pues nadie que haga un milagro en mi Nombre podrá después hablar mal de mí­. Quien no está contra nosotros está con nosotros» (Mc 9,3840). Jesús, profeta y sabio, sanador y amigo de marginados, gran exorcista, habí­a suscitado un movimiento liberador, constituido también por exorcistas. Pues bien, en un momento determinado algunos de ellos han querido organizarse de forma exclusivista, como portadores de un carisma especial y distinto, exclusivo de ellos.

(8) Conflicto de competencias en la Iglesia. Lógicamente, al instituirse de esa forma han podido surgir y han surgido conflictos de competencia, no sólo con otros grupos eclesiales, sino con grupos o personas que se vinculan a Jesús pero no forman parte de la comunidad oficial de sus discí­pulos, como supone Mc 9,38-40. Es posible que el relato conserve un recuerdo de Juan Zebedeo y de su conducta en el tiempo de Jesús. Pero es más probable que refleje disputas eclesiales, centrándolas en Juan Zebedeo, a quien Hechos presenta controlando con Pedro el Espí­ritu cristiano en Samarí­a (cf. Hch 8,14) y que aquí­ realiza funciones semejantes. La pregunta que se plantea en el fondo del pasaje es ésta: ¿Quién posee verdadera autoridad para realizar exorcismos en nombre (al estilo) de Jesús? ¿Quién puede asumir y realizar su tarea mesiánica: sólo la Iglesia establecida o también los exorcistas libres? Jesús exorcista habí­a sido rechazado por los escribas de Israel (cf. Mc 3,22). Pues bien, su discí­pulo Juan se atreve a rechazar a otros exorcistas (que apelan al nombre de Jesús), introduciendo en la Iglesia un control social semejante a los escribas, que tomaban la liberación de Jesús como opresora (Mc 3,20.30). Este Juan Zebedeo es representante de una Iglesia instituida que se sienta dueña o, al menos, administradora del po der mesiánico de Jesús, a quien presenta como maestro (Didaskale). Pedro habí­a aparecido como Satanás, tentando a Jesús (Mc 8,33). Ahora es Juan (deseoso de poder, cf. 10,35-45) el que prohí­be al exorcista no comunitario emplear el nombre de Jesús. ¿Qué medios han utilizado? ¿Cómo ha respondido el exorcista no comunitario? El texto no lo dice, pero es claro que Juan ha empleado violencia fí­sica o moral (verbal) y así­ ellos han conseguido lo que pretendí­an: han acallado al disidente. Juan y su grupo se han vuelto instancia de poder. El exorcista no comunitario se habí­a atrevido a realizar lo que Jesús habí­a encargado a sus discí­pulos (expulsar demonios, cf. Mc 3,15; 6,7.13), realizando así­ la obra de Jesús. Pero Juan se lo impide, porque le importa más el grupo (que todos los exorcistas sean de los suyos) que la obra de Jesús, con la curación de los enfermos. Así­ establece una distinción entre la voluntad de Jesús (curar posesos) y la comunidad zebedea, que quiere monopolizar a Jesús, como si los exorcismos no valieran por sí­ mismos (como gestos de liberación), sino porque provienen de la Iglesia establecida. Pues bien, Jesús condena a Juan, diciendo: ¡no se lo impidáis…! (9,39). De esa forma pone la libertad del Reino y su acción liberadora (expresada en los exorcismos) por encima de las pretensiones de control de la iglesia zebedea.

(9) El riesgo de la iglesia zebedea. El evangelio de Marcos se identifica crí­ticamente con la iglesia de Juan (y de Pedro), que deben reiniciar el camino de Jesús en Galilea (cf. 16,7-8); por eso, en nombre de Jesús, pide a esa iglesia que no cierre el Evangelio, que acepte como cristianos (seguidores de Jesús) a otros exorcistas y grupos mesiánicos. Resultarí­a fascinante identificar a los miembros de esos grupos no zebedeos a los que Marcos no rechaza, pues defiende como buenos sus exorcismos. Mc inclinarí­a a pensar que están en la lí­nea de la comunidad de Q, no integrada en Me, pero tampoco rechazada por él. El Jesús de Marcos defiende al exorcista no comunitario: «nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí­» (9,39); la acción precede a la palabra, sobre los gestos de Jesús y no sobre signos de poder grupal se decide el Evangelio. Pero, al mismo tiempo, se incluye en la comu nidad zebedea, pues dice «quien no está contra nosotros está en favor nuestro», incluyendo en ese nosotros a Juan (Mc 10,40). Estamos ante una primera imposición eclesial: los cristianos zebedeos han empezado a emplear la violencia, para introducir en su grupo a los demás o acallarles como intrusos. Pues bien, por su misma dinámica evangélica, Jesús se lo ha impedido: la Iglesia no es un monopolio donde sólo algunos pueden emplear su nombre, expulsando a los demás, sino grupo abierto, no exclusivo (no celoso ni envidioso), para liberación de los posesos.

Cf. M. BORG, Conflict, Holiness and Politics in the Teachings of Jesus, Mellen, Nueva York-Toronto 1984; J. D. CROSSAN .Jesús. Vida de un campesino judí­o, Crí­tica, Barcelona 1994; S. DAVIES, Jesus the Healer. Possession, Trance and Origins of Christianity, SCM Press, Londres 1995; J. D. G. DUNN, Jesús y el Espí­ritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1975; J. P. MEIER, Un judí­o marginal. Nueva visión del Jesi’is histórico I-IV, Verbo Divino, Estella 1998-2006; J. J. PlLcn, Healing in the New Testament: Insights from Medical and Mediterranean Anthropology, Fortress, Mineápolis 2000; K. STOCK, Boten aus dem Mi-Ihm-Sein, Istituto Bí­blico, Roma 1975; G. H. TWELFTREE, Jesus, the Exorcist. A Contribution to the Study of the Historical Jesus, Hendrickson, Peabody 1993; G. VERMES, Jesús, el judí­o, Muchnik, Barcelona 1977; La religión de Jesús, el judí­o, Anaya, Madrid 1995.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra