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La formación del catequista depende en parte de lo que se pida de él en la comunidad cristiana, de lo que su conciencia profesional le reclame y de los que objetivamente sea conveniente para la fe de los catequizandos. Pero es tan importante una buena formación que de ella depende siempre la adecuada actuación y el resultado de su tarea eclesial y decisiva para la evangelización del mundo, tarea confiada por Jesús a sus seguidores (Mc. 1.6.16.)
1. Perfil del Catequista
Todo catequista ha de ser un discípulo incondicional de Jesús: conocer su persona y su mensaje, amar a su Iglesia, dar testimonio de su Espíritu Santo, transmitir con fidelidad su mensaje. Es el criterio central rector de la formación para su misión en el doble sentido de testimonialidad y de ortodoxia. Sin testimonio vital y sin rectitud de doctrina no hay catequesis auténtica.
La tercera dimensión se centra en su tarea pedagógica, es decir en la dimensión educadora, que le reclamará formarse en los lenguajes y en las metodologías convenientes para ofrecer ese testimonio y esa doctrina de forma que sean asequibles a los destinatarios.
El Catequista debe educarse a fondo en el misterio: conocerlo, amarlo, vivirlo, pues debe transmitir «lo que ha visto, oído, vivido» por la fe como los primeros discípulos lo vivieron por el encuentro, y todo ello para el servicio a Cristo. No basta aprender una doctrina y enseñarla a otros sin más. El mensaje cristiano es algo más que una doctrina, un sistema, una teología o un programa.
Por eso no basta formarse como hombre culto y capaz de hacer bondadosamente aceptable un contenido religioso. Es preciso ser testigo, mensajero de Reino, por una parte, para que la cultura sea viva, alegre, evangélica y evangelizadora.
Además el catequista no es, o no debe ser, un aficionado que realiza una buena obra ocasionalmente. Es miembro, o deber serlo, de una familia, de una comunidad y su pertenencia es permanente. Por eso debe formarse para actuar en equipo, de catequistas y de cristianos. Tiene que prepararse para coordinarse con otros, para colaborar y, si el caso lo requiere, para dirigir a los demás, para ser líder comprometido, con lo cual podrás prestar un servicio sin límites.
Los objetivos de su trabajo se centrarán en educar la fe de los niños, de los adolescentes o de los adultos. Por lo tanto debe él mismo conseguir claridad de ideas y criterios, honestidad de vida, fe viva y caridad sincera que le susciten elevadas dosis de sacrificio para hacer el bien en profundidad.
Y como la tarea educadora siempre reclama perfección de partida y continuo perfeccionamiento en los procesos, el perfil del catequista se completa con cierta inquietud personal por hacer las cosas cada vez mejor. La formación permanente debe entrar en sus esquemas mentales como una llamada a la responsabilidad y como una necesidad en la labor. Con ello se hará capaz de superar la vulgaridad profesional y la rutina en bien de unos cristianos que se ponen en su camino para saberse y sentirse ayudados en su fe y en la vivencia de las virtudes cristianas.
El catequista debe ser consciente que nunca llegará del todo a la perfección. Pero su misión le reclama intentarlo. 2. Criterios directivos
Cada catequizando ha de recibir un trato diferente, porque la persona es distinta y el misterio de Dios en cada uno reclama respuestas personales.
El catequista sólo podrá entender y lograr ese trato diferencial, en lo espiritual y en lo psicológico, si es capaz de prepararse con la reflexión sobre las propias experiencias acumuladas y con el contraste con los demás catequistas.
El diálogo, la prudencia, la abnegación, la constancia, la sensibilidad y el tacto pedagógico no se aprenden en los libros, sino en el contacto con las personas.
Además el campo en el que se mueve su acción de catequista no es el profano de las ciencias positivas, ni siquiera religiosas, ni es el social de las relaciones grupales. El se mueve en las fronteras del misterio: el de la Palabra de Dios, el del hombre libre, el de la comunidad de fe, el de la esperanza escatológica. El entra en juego como mediador y debe aprender a mediar, no a absorber o a imponer. La formación en la palabra de Dios y el constante incremento de sus conocimientos en los contenidos bíblicos, litúrgicos, doctrinales, morales o sociales, le resulta de necesidad.
Por eso su fuente mejor de formación profesional se halla en la Sagrada Escritura y lo que ella implica para la vida del creyente.
Como nadie da lo que no tiene, y la vida de oración y los actos de caridad son vida para el cristiano, el catequista que no ora y no ama se sentirá vacío.
Difícilmente podrá dar actitudes de fe y de celo si el mismo no las tiene. No podrá sembrar la alegría cristiana si el vive triste o es pesimista. Nunca dará esperanza si él se olvida de la Providencia. El formarse mediante la práctica en esos valores supremos del cristiano son condiciones de acción catequística eficaz y contagiosa para los catequizandos.
Estos valores reclaman un complemento. El catequista actúa en nombre de la Iglesia. Pero no es el último responsable de la acción educadora que lleva entre manos. Por una parte se debe preparar para ser mensajero, no dueño del mensaje. Y necesita humildad y obediencia al Magisterio, a quien Jesús ha confiado la animación de la comunidad cristiana.
Primero debe respetar al Magisterio primacial del Papa, sucesor de Pedro, que Jesús quiso colocar a la cabeza. Sin docilidad al Magisterio no hay catequesis auténtica. Y después debe venerar el Magisterio de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, y de forma muy concreta el del propio pastor diocesano y de sus delegados parroquiales o de otro tipo comunitario. Si no se forma en la dependencia y se declara autónomo, aunque no sea rebelde, su catequesis falla.
Además son los padres los últimos responsable de la educación de los hijos, también en el orden de la fe y de la instrucción religiosa. El catequista tiene que trabajar en relación con ellos, y siembre debe sentirse su «complemento» familiar y, por desgracia con frecuencia, su «suplemento», si en la familia no se hace lo suficiente.
Prepararse para conocer y colaborar con la autoridad espiritual de la Iglesia y con la autoridad natural de la familia es un deber y un desafío. Sin desanimarse debe buscar en ellos una singular formación y preparación.
El trato inteligente e ilustrado con los demás miembros de la comunidad cristiana (grupos, personas, movimientos, apoyos) es decisivo en la acción pastoral. Y ese trato no se improvisa: se asume, se experimenta, se profundiza, se mejora. Es la pastoral de conjunto o de solidaridad evangelizadora.
Las actividades y enseñanzas que el catequista realiza deben tener siempre de alguna forma la doble referencia, no sólo para informar, sino para compartir en una adecuada pastoral de conjunto o de solidaridad complementaria.
Con esos criterios se puede aspirar a realizar el hermoso camino del acompañamiento catequístico, a fin de no educar a los catequizandos con estilos de proselitismo sino de evangelización. Eso supone que el catequista debe formarse para ser hombre de fe profunda, con identidad eclesial clara y sensibilidad espiritual.
Si lo logra, será testigo más que docente, educador de la fe más que maestro de cultura religiosa, modelo de vida más que sociólogo de conductas buenas.
3. Procedimientos
Estos criterios conllevan una dimensión práctica, es decir la necesidad de buscar y encauzar experiencias, relaciones, reflexiones, actuaciones concretas para que la formación del catequista sea sólida, adecuada y oportuna.
Mediante la acción paciente, el catequista busca planes en parte programados y en cierto sentido ocasionales e improvisados cuando una oportunidad se presenta. El catequista debe aprender lo que debe enseñar y debe vivir lo que debe reclamar como vida de fe.
Es peligrosa la improvisación y con frecuencia resulta insuficiente el autodidactismo. Pero también es insuficiente la excesiva formalización de los planes formativos.
Basta pensar en los campos en los que el catequista debe educar a sus catequizandos para que entienda en qué terrenos debe estar alerta para formarse él mismo.
– Debe enseñar a conocer, amar y entender el mensaje de Jesús y de su comunidad en la Iglesia. El catequista tiene que estar continuamente recogiendo datos, informes, hechos y experiencias cristológicas y eclesiocéntricas.
– Ha de enseñar, entre otras cosas, a rezar y descubrir la acción del Espíritu Santo en la comunidad de Jesús. El tiene que hacer esfuerzos para discernir con acierto entre criterios diversos no igualmente válidos para un católico. Tiene que explorar, tener encuentros, compartir dudas y buscar soluciones vitales y autentificadas.
– Ha de ayudar a los catequizandos a practicar la caridad con los hermanos: servir, ayudar, perdonar, proteger, amar, desterrar la violencia, el erotismo, el egoísmo. El catequista necesita una buena formación moral, que le permita superar las opiniones éticas y las prácticas tradicionales. Y debe recordar que estas cosas sólo se enseñan con el ejemplo y se aprenden sólo con la frecuente realización de cada día.
– Además de esto, el catequista debe aprender Sociología religiosa e Historia eclesiástica, conocimiento de las Religiones del mundo y lenguajes artísticos del pasado. Debe sentirse interesado por la Tecnología aplicada a la comunicación e incluso debe tener curiosidad por la Prospectiva y las previsiones del porvenir en diversos terrenos sociales, culturales y también eclesiales.
Es decir, tiene que saber tanto y tan bien que nunca va a terminar de recorrer suficientemente todos los caminos que reclaman su interés educador.
La pastoral de la eficacia es imprescindible, dado el mundo activo y exigente que vivimos, en donde la fe sólo de palabras se pierde en las exigencias ante los hechos reales. Pero también se requiere la pastoral de la globalización, de la universalización, en el sentido de que el hombre moderno deja de ser el miembro de la cofradía de la propia aldea y se convierte en lo que es germen del cristianismo: el catolicismo de quien es enviado a toda la tierra.
Existe el riesgo del pragmatismo exagerado y de la ambigüedad que nace de una universalidad inalcanzable. Existe el peligro de cierto cansancio o desconcierto por necesitar saber tanto para enseñar en ocasiones tan poco. Pero el catequista debe formarse también para superar los riesgos o, al menos, no dejarse oprimir por ellos.
Detrás o debajo de las actuaciones tienen que latir los criterios sanos y éstos sólo se consiguen con la reflexión serena, con el frecuente y leal intercambio con personas sensatas y con las experiencias positivas frecuentemente realizadas, incluso con el aprendizaje en los propios errores o insuficiencias.
Por otra parte, no existen normas unificadoras que sean universalmente válidas para crear sistemas de formación mágicamente válidos. En cada ambiente y según el tipo de catequistas con quienes se cuenta, las formas precisas de actuación pueden variar significativamente y las necesidades formativas pueden ser dispares. Si en algún terreno hay que respetar la individualidad de las personas, es en la fe y en la educación de la fe.
4. Proceso de formación
La formación del catequista debe ser ambiciosa y amplia, debe ser sistemática y debe ser autónoma.
4.1. Ambiciosa y amplia
Significa que, según sus posibilidades intelectuales y morales, tiene que abrirse a todo lo que le forma como persona culta y capaz de vivir en el mundo presente.
Quedan lejos los tiempos en los que bastaba saber el catecismo para poder enseñarlo a los niños receptivos. Y cuando era suficiente ante las dudas responder que «esto no me lo preguntéis a mí, sino que doctores tiene la santa Madre Iglesia que os sabrán responder.» (Catecismo Astete, final 1ª parte) La cultura moderna va por otros caminos.
4.2. Sistemática:
La formación del catequista exige cierta continuidad, planificación y coherencia, como acontece en todas las demás esferas del saber. El orden y el método progresivo asegura el aprovechamiento o, al menos, los mejoran. Ello no obsta para que grandes dosis de conocimientos lleguen a la inteligencia por los cauces más improvisados de la vida y de la sociedad. Pero si no hay una suficiente organización y sedimentación de los conocimientos teóricos y prácticos, la formación siempre se resiente de la desproporción, d la inconsistencia y de la fluctuación.
Esa sistematización puede regirse por multiplicidad de criterios y estilos, siendo imposible llegar a universal consenso sobre los mejores. Pero ciertos ejes básicos son fáciles de consensuar. Uno de ellos puede ser: 1. Area personal: Identidad, vocación misión, perfil, catequizando.
2. Area doctrinal: Biblia, Liturgia, Dogma, Moral, Culto, Piedad popular, Eclesiología.
3. írea psicológica: catequizando, religiosidad, tipologías, estímulos, evolución, trastornos o desajustes 4. Area sociológica: Entornos, influencias, Familia, escuela, grupos, entidades colectivas, obstáculos.
5. Area pedagógica. Sistemas, lenguajes, metodologías, estímulos, procedimientos y planificación.
Cada uno de estos campos o itinerarios ofrece dos o tres etapas bien definidas: de iniciación o básica, de actuación o adaptación; de especialización superior.
Lo importante en los procesos formativos es el interés, el protagonismo del catequista mismo, la capacitación de los animadores, ciertos sistemas de control que superen los esquemas o sistemas de «buena voluntad» y cierta garantía de continuidad de conocimientos que el catequista necesita en función del «ser, del saber y del saber hacer», dimensiones de la formación de los catequistas a que alude el Directorio General para la Catequesis (1997).
Es bueno recordar que, por buenos que sean los planes y las directrices para la formación de los catequistas, no siempre se pueden conseguir elevadas metas con multitud de personas. Con los catequistas, al igual con los padres, hay que evitar el perfeccionismo. Si para ser padres se exigieran excesivas condiciones sanitarias, pedagógicas, económicas y sociales, la especie humana se extinguiría. Si para ser catequistas se requieren programas amplios y certificados académicos, las catequesis mueren.
Ni a Adán ni a Eva se le exigió certificado de no consanguinidad ni a los pescadores que fueron primeros discípulos y mensajeros de Jesús se le exigió un certificado de enseñanza primaria. Esto deben recordarlo quienes, responsables de parroquias, centros educativos o movimientos cristianos, tienen elevada conciencia de su responsabilidad y obstaculizan con sus rectas exigencias una acción eficaz. Los programas son necesarios, pero la tolerancia, la flexibilidad y la comprensión son actitudes aun más imprescindibles.
Las propuestas de los planes de formación de catequistas, para ser realizables y eficaces, requieren la acogida afectiva de los mismos catequistas que desean formarse. Los medios y las normas han de acomodarse a las circunstancias que condicionan tanto a los formadores de catequistas como a los catequistas que piensan en los formandos de todas las edades y ambientes.
La catequesis es tarea y espacio, es misión y compromiso, de toda la Iglesia para descubrir a Dios Padre de la Vida y a Jesús, su enviado y Señor de la Historia. A través de un itinerario que nunca termina se logra un fin multiforme de:
– conocer a Dios, amarle y obedecerle;
– descubrir su Palabra, su misterio;
– saberse Hijo de Dios, elegido por El;
– integrarse a la Iglesia de Jesús;
– comprometer a dar lo recibido.
El catequista es el primero que se forma para esta labor admirable. Es el primer beneficiado de la formación que se proporciona a sí mismo, estimulado por la acción que necesita realizar con los demás. La formación conseguida le autoriza ante la Iglesia para una tarea propia de los elegidos de Dios. Pero es el mismo Jesús quien elige.
5. Modelo Jesús
Con frecuencia entendemos la idea deformación como adquisición de conocimiento y de habilidades profesionales.
Buenos es recordar que en las tareas pastorales y espirituales es más importante el espíritu que las metodologías. Al menos así hemos de entender el misterio que latía en multitud de santos al estilo de San Francisco de Asís, de Sta. Teresita del Niño Jesús o del Cura de Ars, Juan María Vianney.
Decir que el catequista debe encontrar en la figura de Jesús y en las formas del Evangelio un buen modelo y excelente programa de formación profesional puede parecer una ingenuidad, pero así es:
En la huella del Buen Pastor con quien Jesús se identifica se puede hallar el modelo para la acción.
El Buen Pastor (Jn. 10. 1-42) señala las tres actitudes que el catequista debe aprender ante todo y que sólo poco a poco logra dominar: – Conoce a sus ovejas. El catequista tiene que conocer a los catequizandos con todos sus rasgos y características humanas y divinas. Sólo quien conoce comparte. El catequista comparte con ellos su vida, sus alegrías y sus limitaciones: las personales y las familiares.
– Protege, vigila, defiende. Incluso da la vida por ellas. El catequista hace todo esto cuando dedica su tiempo por entero a sus catequizandos y se forma en hábitos que capacitan para el servicio.
– Enseña, camina delante de sus ovejas. El catequista da testimonio de vida ante sus catequizandos y se siente realizado cuando ellos aprenden, mejoran y se hacen hábiles y más cultos en las verdades de Dios.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
SUMARIO: I. Necesidad de la formación. II. Características de esta formación: 1. Finalidad bien definida; 2. Enriquecedora para el catequista; 3. Impregnada de espíritu misionero; 4. Abierta al ecumenismo, la tolerancia y el pluralismo; 5. En el contexto de la pastoral general; 6. Pedagogía coherente con la catequesis. III. Dimensiones de la formación: 1. Cuidar y alimentar el «ser»; 2. Formar en el «saber»; 3. Capacitar para «saber hacer». IV. Cauces para la formación de los catequistas: 1. La comunidad cristiana y el grupo de catequistas; 2. Los cursos breves o cursillos; 3. Escuelas de catequistas y centros superiores.
I. Necesidad de la formación
En la perspectiva de la nueva evangelización conviene tener muy presente que «si la catequesis es una de las tareas primordiales de la Iglesia» (CT 1), los catequistas necesitan una buena formación no sólo para ellos mismos y en función de los catequizandos, sino también para toda la Iglesia, porque la auténtica evangelización depende, en buena medida, de la calidad de la catequesis; y no es posible una buena catequesis sin catequistas bien preparados.
Aplicado todo esto a la catequesis de iniciación cristiana, los obispos españoles exigen al catequista, entre otras cosas, que esté «dotado de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social. Ha de destacar por su madurez humana, cristiana y apostólica, así como por su formación y capacitación catequética, como corresponde al cometido que ha de desempeñar…» (IC 44).
Por eso la preparación de los catequistas es una tarea fundamental dentro de la Iglesia y, como afirma el Directorio general para la catequesis, «la pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros… y se recomienda encarecidamente a los obispos que esta formación sea exquisitamente cuidada» (DGC 234).
II. Características de esta formación
En los umbrales del siglo XXI y en una situación de secularización y de increencia, al abordar la formación de los catequistas, es conveniente que nos fijemos en algunas características básicas de esta formación:
1. FINALIDAD BIEN DEFINIDA. La primera característica consiste en tener bien clara su finalidad: tratar «de capacitar a los catequistas para transmitir el evangelio a los que desean seguir a Jesucristo… para que puedan animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DGC 235). En la formación hay que preparar también a los catequistas para contribuir a fortalecer la Iglesia, revisada y renovada en el Vaticano II, como pueblo de Dios, con una fuerte dimensión comunitaria, social y ecuménica, en la que el Espíritu hace posible la actualización y santidad de sus miembros. Una Iglesia abierta, dispuesta al diálogo, misionera, discreta y humilde, que se visibiliza en comunidades concretas, que ayuda a vivir y a sentir la gran comunidad eclesial y que practica el principio de inculturación en la comunicación de la fe.
2. ENRIQUECEDORA PARA EL CATEQUISTA. Esta formación va dirigida a personas concretas, que han de ser tenidas en cuenta en su totalidad y no sólo en función de la misión que realizan. Por ello, como primer paso, habrá que considerar ciertos aspectos referentes al catequista como persona creyente:
a) Tender a la transformación de la persona. La persona del catequista no tiene que ser contemplada como sujeto de información, sino de transformación. «La formación le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol» (DGC 238). Entre los medios adecuados para esta transformación, destaca la importancia de la narración de la historia personal en la formación de los catequistas, que supone valorar la experiencia personal de cada uno y considerar que su autobiografía forma parte integrante del programa1.
Esta primera relectura de la trayectoria de su vida humana y cristiana ayuda a los catequistas a abrirse al cambio y a desprenderse de lo accesorio, manteniendo lo esencial de la fe; y al mismo tiempo contribuye a poder evaluar mejor, al final del proceso formativo, la transformación personal experimentada, así como los nuevos descubrimientos realizados y los avances pedagógico-metodológicos en su praxis catequética.
La estructura histórico-narrativa, que es propia de la Revelación, ofrece, por tanto, a los catequistas la posibilidad de descubrir el sentido cristiano de su propia historia, al contemplarla inscrita en la historia de la relación de Dios con los hombres e interpelada por ella.
b) Procurar que los catequistas sean protagonistas de su propia formación. El catequista no debe situarse en su proceso formativo con una actitud pasiva, como la del recipiente que recibe y acumula saberes, técnicas y experiencias, sino como el protagonista y responsable de su maduración personal humana y cristiana. «El fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas externas» (DGC 245).
Este protagonismo implica una participación activa que le ayude a crecer como persona Capaz de convivir, dialogar, tomar iniciativas y colaborar; a acoger la propuesta de Dios realizada en Jesús, como sentido y fundamento último de su propia existencia, y a sentirse integrado en la comunidad eclesial2.
c) Cultivar su espiritualidad. Para que el catequista no se limite a una transmisión mecánica de la Palabra, hay que ayudarle a crecer en la acogida del evangelio y en la propia vocación. Por eso, «la verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida» (DGC 239).
La espiritualidad es la forma que tiene un creyente de vivir su relación con Dios. Por tanto, hay que capacitar al catequista para vivir en relación con la palabra de Dios que culmina en Cristo, en el encuentro con él, y que le lleva a la relación con Dios, al que llama Abbá (Padre); en relación con la Iglesia en la que descubre y alimenta su vocación y en la que vive la experiencia de comunidad; y en relación con los hombres, sus hermanos.
El cultivo de la espiritualidad, conduce a la madurez en la fe, que capacita al catequista para dar testimonio de la buena nueva. No olvidemos que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).
d) Ayudarle a vivir encarnado en la realidad. Lo mismo que Dios asume la historicidad de los hombres a los que se acerca, el catequista estará atento a las situaciones históricas y personales de los grupos y de las personas. Debe hacerse eco de todo lo que ocurre en su ambiente social.
Esto requiere un entrenamiento, una capacitación para mirar la vida, para leer la historia y para acoger el dolor y el gozo, la paz y la lucha, las inquietudes y las esperanzas de los hombres y mujeres, viéndolos como hermanos y no como extraños.
e) Tener en cuenta su condición eclesial. Porque la mayoría de los catequistas son seglares y su ministerio va dirigido a personas que también lo son, «se tendrá en cuenta que su formación recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad» (DGC 237). «Dotar a la formación de los catequistas seglares de una clara inspiración laical es garantizar la presencia del evangelio en medio del mundo» (CF 97).
También en la formación de presbíteros y religiosos habrá que tener presente lo específico de su carisma.
3. IMPREGNADA DE ESPíRITU MISIONERO. La Iglesia, en los últimos años, ha expresado en muchos de sus documentos la necesidad de la evangelización misionera, como nuevo estilo de acción pastoral, e invita a acentuar en todas las acciones y manifestaciones de las comunidades cristianas: el testimonio de los seguidores de Jesús, el anuncio explícito del evangelio, la conversión o adhesión del corazón a Dios, y la incorporación afectiva y efectiva a la Iglesia.
La catequesis, que ha de estar atenta a la situación de las personas, se encuentra, con frecuencia, con bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, y no obstante solicitan los sacramentos de la Iglesia. Con estas personas no es posible todavía realizar una catequesis de talante catecumenal, es necesario plantearse una acción educativa de fuerte acento misionero, lenta, progresiva y realista.
Esta situación demanda unos catequistas preparados para atender adecuadamente a estas personas. Han de saber que acompañar en la fe es respetar a la persona y sus ritmos de descubrimiento, ofrecer el testimonio de la fe que hemos recibido como don, expresar y comunicar con sencillez el mensaje de salvación, orar por ella y alentarla en el camino de la conversión.
4. ABIERTA AL ECUMENISMO, LA TOLERANCIA Y EL PLURALISMO. LOS cristianos viven hoy en contextos multiculturales y multirreligiosos; por ello la catequesis ha de ayudar a profundizar y robustecer la identidad de los bautizados en una confrontación necesaria entre el evangelio de Jesucristo y el mensaje de las otras religiones; ha de capacitar a los fieles para discernir y descubrir las semillas del evangelio que hay en las distintas religiones y culturas y ha de promover en todos los creyentes un vivo sentido misionero (cf DGC 200).
Preparar para el diálogo intercultural e interconfesional supone aceptar las propias limitaciones y los propios valores como partes de un todo, y no como absolutos.
Un análisis de los valores que cada religión y cada cultura aporta en la construcción de la historia, ayudará a saber situarse ante cada uno de ellos, a enriquecerse mutuamente en un diálogo y un intercambio fecundo y a saber respetar las expresiones, estilos, planteamientos, etc., de cada grupo, de cada pueblo, de cada nación. Así se podrá inculturar el evangelio en cada una de las realidades diversas en que los catequistas realizan su misión.
5. EN EL CONTEXTO DE LA PASTORAL GENERAL. La formación de los catequistas debe estar situada, lógicamente, en el contexto de la pastoral general y de la concepción actual de la catequesis. La catequesis forma parte de la pastoral de la Iglesia y capacita a las personas para ejercer esta pastoral, a través de unos procesos coherentes y bien definidos. La formación habrá de cuidar, en consecuencia, los siguientes aspectos:
b) Estará entroncada en la pastoral diocesana. Esta formación ha de tener en cuenta la pastoral de conjunto de la diócesis, sus prioridades, su complementariedad con otras acciones y sus «necesidades evangelizadoras de este momento histórico, con sus valores, sus desafíos y sus sombras» (DGC 237).
Una formación realista y planificada debe cuidar que no exista en la diócesis una dispersión excesiva de planes formativos, aunque sí diversidad de cauces, según los niveles de implicación de los catequistas y sus responsabilidades. Ha de cuidar también su relación con las otras acciones pastorales de la Iglesia.
c) Tendrá un claro acento misionero. Muchos catequistas van a realizar su misión en un campo más de misión que de catequización, como hemos indicado anteriormente. Por ello es necesario cuidar, en la formación, la capacitación para una catequesis con claro acento misionero, que tiene estas prioridades: 1) una formación bíblico-teológica que atienda y acentúe los contenidos básicos y fundamentales del mensaje cristiano, el kerigma; 2) una formación antropológica que, desde el conocimiento de la realidad socio-religiosa y de los destinatarios de la catequesis, profundice en la urgencia de la misión evangelizadora de la Iglesia; 3) y una formación catequético-pedagógica que cultive la capacidad de diálogo con los destinatarios, escuchando sus preguntas y captando sus búsquedas.
d) Será una formación integral y sistemática. No es bueno limitarse a un aspecto concreto de la formación a nivel teórico o práctico. En necesario tener en cuenta y saber estructurar adecuadamente todas las dimensiones que conforman el acto catequético: experiencia, palabra de Dios y expresión de la fe, así como los distintos aspectos que configuran la vida cristiana: el conocimiento de la fe, la celebración de la misma, el seguimiento de Jesucristo y la vida comunitaria.
Al programar la formación, aunque esta se imparta en cursos breves, se ha de procurar que, al fin de la misma, el catequista haya hecho todo el recorrido.
d) Contemplará todas las etapas y situaciones de la catequesis. Sigue siendo básica la figura del catequista de niños y adolescentes, pero hay que cuidar más particularmente la del catequista de jóvenes y adultos y la de aquellas personas que viven situaciones especiales. Una formación que quiera promover la nueva evangelización y, en ella, la catequesis que hoy nos propone la Iglesia, requiere cuidar, por una parte, los aspectos propios de contextos misioneros y, por otra parte, las características de la formación de personas para la catequesis de los jóvenes y adultos y para la atención catequética a las personas que viven situaciones especiales por minusvalía, ancianidad, etnia, etc. «Cada Iglesia particular, al analizar su situación cultural y religiosa, descubrirá sus propias necesidades y perfilará con realismo los tipos de catequistas que necesita. Es una tarea fundamental a la hora de orientar y organizar la formación de los catequistas» (DGC 232).
6. PEDAGOGíA COHERENTE CON LA CATEQUESIS. La pedagogía que se emplee en la formación de los catequistas debe ser coherente con la pedagogía propia del proceso catequético, ya que «el catequista, de alguna manera, se capacita a través tanto de los contenidos que recibe como de la manera con que se le transmiten» (CF 121). Hay que favorecer los aspectos propios de la pedagogía original de la fe, de forma que los catequistas: 1) experimenten la gratuidad de la propia fe y de su llamada a este ministerio; 2) desarrollen sus valores personales en consonancia con los valores evangélicos; 3) interioricen el misterio cristiano en el hoy de su situación y de su historia, y 4) se acerquen a la realidad de Dios y de la salvación, por medio del lenguaje simbólico.
Es importante también que la formación transcurra en un clima propicio a esta pedagogía, es decir, en un clima sencillo de libertad, de diálogo y de comunión, porque «un centro o escuela de catequistas, en el que el clima resulte demasiado academicista…, carente de una pedagogía global, no es el más adecuado para la formación de los mismos» (CF 122). «Hay que esforzarse por crear entre los catequistas un ambiente acogedor y sencillo que facilite la participación y lleve a una experiencia de comunión y diálogo» (CF 123).
III. Dimensiones de la formación
Hay que preparar al catequista para que sea maestro, educador y testigo, y para que sepa situar su acción catequética dentro de la amplia tarea común de la evangelización (cf CF 105). En la formación, por tanto, hemos de atender al ser, al saber y al saber hacer del catequista.
1. CUIDAR Y ALIMENTAR EL «SER». Una formación que ayude al crecimiento del catequista en el ser, en su dimensión humana y cristiana, pretende dotar a estos agentes de pastoral «de una hondura religiosa, de fina conciencia, sensibilidad social y audaz espíritu eclesial y apostólico» (CAd 31).
La espiritualidad a la que aludíamos en el anterior apartado tiene que ser alimentada y cuidada en el proceso formativo de la persona del catequista mediante: encuentros de oración en la propia comunidad cristiana o con otros grupos; lectura asidua de la palabra de Dios en el aquí y el ahora de la sociedad, de la Iglesia y de cada persona; momentos fuertes de oración en convivencias, retiros espirituales y tiempos litúrgicos, en las asambleas, encuentros diocesanos, experiencias de encuentro con los hermanos más pobres, etc.
El acompañamiento personal de los catequistas es un excelente medio en la formación y cultivo de su espiritualidad. Ofrecer esta posibilidad, en libertad, en el proceso formativo no es algo secundario; es importante, y en cierto modo necesario, para quienes están en búsqueda y deseosos de vivir y ayudar a vivir el evangelio de Jesús, el Señor. Las características que debe reunir un buen acompañante las encontramos ampliamente explicitadas en otra voz de este Diccionario.
Por último, ayuda también a esta formación en el ser: la autocatequesis, la comunicación en el grupo de la propia experiencia de fe; la lectura personal de obras de espiritualidad, y la mirada creyente a la vida, que ayude a descubrir el paso de Dios por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y especialmente su presencia en los más pobres.
2. FORMAR EN EL «SABER». «Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y el contexto social en que vive» (DGC 238).
El catequista debe haber alcanzado la síntesis del mensaje cristiano y distinguir los aspectos básicos, fundamentales y comunes de la fe de la Iglesia y las convicciones que articulan su vida creyente. Esta formación implica:
a) Un conocimiento del hombre y de la realidad en que vive, por medio de las ciencias humanas, especialmente la psicología, la sociología y las ciencias de la educación y de la comunicación.
b) Una visión general del proceso evangelizador y un conocimiento del «concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia» (DGC 237).
c) Un conocimiento de la Biblia que le capacite para leer, interpretar e integrar en la vida las experiencias fundamentales de la persona creyente. Y, junto a ello, una visión clara de las verdades cristianas fundamentales, para poder dar razón de su esperanza. Esta capacitación en el saber requiere «una formación teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y mujeres, ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (DGC 241).
d) Una visión integral de la moral evangélica y de lo que conlleva el seguimiento de Jesús y la opción por el Reino. Y una clara conciencia crítica de la realidad social y política, económica, cultural e ideológica, para aprender a leer en esa realidad los signos de Dios y comprometerse con ella, como cristiano.
e) Una preparación adecuada -experimentada- para la oración y la celebración cristiana, como ámbitos privilegiados de encuentro con el Señor.
3. CAPACITAR PARA «SABER HACER». Para que la formación sea completa, es necesario que «el catequista se prepare para facilitar el crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño» (DGC 244).
a) El catequista ha de capacitarse para activar los procesos de aprendizaje, para conducir a un grupo y para poder programar la acción que va a realizar. Debe poseer un conocimiento y una praxis de la pedagogía propia del acto catequético y de su metodología.
b) Ha de iniciarse también en los distintos lenguajes de comunicación de la fe y en los lenguajes con que se expresa el hombre de hoy: el de la propia experiencia, el narrativo, el simbólico, el audiovisual, el corporal, etc. Esta iniciación ha de hacerse de tal manera que se fomente la libertad y la creatividad del catequista3.
IV. Cauces para la formación de los catequistas
La formación de los catequistas se realiza en diversos ámbitos, que detallamos brevemente:
1. LA COMUNIDAD CRISTIANA Y EL GRUPO DE CATEQUISTAS. En la propia comunidad es «donde el catequista experimenta su vocación y donde alimenta su sentido apostólico» (DGC 246). En ella se cultiva su espiritualidad y se procura su maduración en la fe, a través de los cauces normales con que la comunidad educa: fundamentalmente en los procesos catecumenales de jóvenes y adultos, y también en las celebraciones, los encuentros, el ejercicio de la corresponsabilidad, etc.; todo ello en un clima de fraternidad y libertad. En el ámbito de la comunidad surge el grupo de catequistas. Es un espacio comunitario donde se comparte la experiencia creyente, se expresa la fe y se ayuda al catequista, de una forma cercana y creativa, a desempeñar mejor su tarea. Para ello, el grupo necesita de una persona capaz de animar, de dar vida, de favorecer la comunicación y de ayudar a cumplir los objetivos propios del grupo: fundamentar el ser del catequista; ayudarle a asumir la misión de la Iglesia, a situarse correctamente en el lugar que al catequista le corresponde dentro del proceso evangelizador, y capacitarle para ser competente en su trabajo4.
2. Los CURSOS BREVES O CURSILLOS. Aunque se programen para tiempos breves -de 3 a 5 días- o en unos días del verano (cursos de verano), aportan a los catequistas, bien una formación básica inicial, bien otros aspectos específicos reclamados por el ámbito de misión en que desempeñan su tarea. Estos cursos, por tanto, pueden ser de género muy diverso: bien cursillos de iniciación básica, monográficos de actualización, o complementarios de algún tema o actividad que se esté reflexionando o realizando; o bien cursos de especialización en un nivel o situación catequética determinada: adultos o jóvenes, emigrantes o discapacitados, etc. Son actividades -de formación básica en unos casos o específica en otros- que, junto al trabajo personal del catequista y a su reflexión y comunicación en el grupo, son muy convenientes.
3. ESCUELAS DE CATEQUISTAS Y CENTROS SUPERIORES. Se hace cada vez más necesario ofrecer a los catequistas -laicos, religiosos y sacerdotes-la posibilidad de prepararse en escuelas, donde la formación es más sistemática y estructurada. Dada la variedad de los catequistas y la diversidad de las tareas que, como tales, se les encomiendan, no todas las escuelas son del mismo nivel. Nos referimos brevemente a tres niveles:
a) Escuelas de nivel básico. Son aquellas donde los catequistas, superando el nivel de su grupo y de los cursillos iniciatorios, reciben la primera formación de modo sistemático. «Sus destinatarios son los catequistas de base que dan muestras de una dedicación más estable a la catequesis y sobresalen por su inquietud y por sus cualidades» (CF 140). En ellas, el catequista se forma en lo esencial de todas las dimensiones antes consignadas, y vive la comunión eclesial, al integrarse con catequistas de otras comunidades (cf DGC 249).
b) Escuelas de nivel medio. Las necesidades de la acción catequética piden la formación de cuadros intermedios al servicio de la catequesis y de los planes de catequización de las comunidades: responsables parroquiales o arciprestales, animadores de los grupos de catequistas, catequistas con una dedicación más estable a la catequesis, etc. Para proporcionar una preparación adecuada a estas personas existen las llamadas Escuelas de nivel medio, con un planteamiento más completo y exigente que las escuelas básicas. «Puede ser también oportuno… que la orientación de estas escuelas esté dirigida, más ampliamente, a los responsables de las diversas acciones pastorales, convirtiéndose en Centros de formación de agentes de pastoral» (DGC 250). En este caso suelen articularse las materias formativas en torno a un tronco común para todos los agentes de pastoral, y otro específico, diversificado, según las distintas áreas de la pastoral.
c) Centros superiores. Imparten una formación de carácter universitario para sacerdotes, religiosos y laicos que se dedican a la enseñanza e investigación catequética, o que ocupan cargos de responsabilidad en la catequesis, en los ámbitos diocesano o nacional. «Es muy conveniente en el campo diocesano o interdiocesano tomar conciencia de la necesidad de formar personas en este nivel superior, como se procura hacer para otras actividades eclesiales o para la enseñanza de otras disciplinas» (DGC 252).
NOTAS: 1. En algunos países europeos y en algunas diócesis españolas, concretamente en Madrid, se han realizado ensayos muy positivos en encuentros, escuelas de catequistas, etc. María Navarro recoge en la revista Sinite 116 (1997) 135-139, una experiencia titulada La historia personal en la formación de catequistas. – 2. Cf R. GRZONA, La catequesis en América latina, Teología y catequesis 45-48 (1993) 316. – 3. Para completar todo lo referente a los aspectos pedagógicos remitimos a la voz Pedagogía de Dios. Pedagogía catequética, y para los aspectos metodológicos a Metodología catequética. – 4. Cf DELEGACIí“N DIOCESANA DE CATEQUESIS DE MADRID, El grupo de catequistas y su animador, Cuadernos para la formación de los catequistas 4, Madrid 1993.
BIBL.: AA.VV., Colección Catequistas en formación -14 carpetas-, CCS, Madrid 1983-1987; AA.VV., Colección Formación de catequistas -17 carpetas- (dos por publicar), SM, Madrid 1987-1995; AA.VV., El catequista y su formación, Teología y catequesis 3 (número monográfico, 1982); AA.VV., El libro del congreso. Congreso de catequistas 2, Actualidad catequética 127-128 (número monográfico sobre la formación de los catequistas, 1986); AA.VV., Las exigencias de formación de catequistas en relación con las nuevas necesidades y con la situación real de nuestros catequistas, Actualidad catequética 166-167 (1995) 109-121; ALBERICH E., Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1984; BISSOLI C., Formar catequistas en los años 80, CCS, Madrid 1984; COMISIí“N EPISCOPAL DE ENSEí‘ANZA Y CATEQUESIS, El catequista y su formación. Orientaciones pastorales, Edice, Madrid 1985; INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGíA A DISTANCIA, Curso de formación catequética, Instituto internacional de teología a distancia, Madrid 1985-1991; NAVARRO GONZíLEZ M., Formación de catequistas. írea catequética, CEVE, Madrid 1986.
María Navarro González
M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999
Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética