FORTALEZA

v. Castillo, Fuerza, Poder, Torre
Exo 15:2 Jehová es mi f y mi cántico, y ha sido
1Ch 11:5 mas David tomó la f de Sion, que es
Psa 8:2 de la boca de los niños .. fundaste la f, a
18:1


Fortaleza (para la etimologí­a véase Fortificación). Edificio o grupo de edificios fortificados que serví­a como residencia de un rey o prí­ncipe; una ciudad amurallada sólidamente (Isa 29:7; 33:16; Nah 2:1). Como casi todas las ciudades estaban amuralladas, puede tomarse “ciudad” y/o “palacio” como sinónimo de “fortaleza”. David conquistó la fortaleza de Sión de manos de los jebuseos y la usó como su propia residencia (1Ch 11:5, 7). Sin embargo, con frecuencia se usa la palabra fortaleza con sentido figurado, especialmente para referirse al poder y a la protección de Dios, como en muchos salmos (Psa 18:1, 2; 22:19; 31:2; Isa 25:4; 26:4; etc.). La fortaleza conocida como Torre Antonia (Act_21-23), junto a la esquina noroeste del templo, es mencionada por 1ª vez por Nehemí­as (Neh 2:8), quien habla de una casa o “palacio de la casa”, sin duda el templo. La fortaleza habrí­a sido construida entre el tiempo de Zorobabel y el de Nehemí­as, y era la residencia del gobernador de la provincia de Judá (cf 7:2). Josefo la llama Baris, que parece una derivación del heb. bîrâh, la palabra que usó Nehemí­as. Fue reconstruida en tiempos de los macabeos por Juan Hircano, que guardaba en ella las vestiduras sumo sacerdotales a las que tení­a derecho. Más tarde fue sólidamente fortificada y embellecida por Herodes el Grande para proteger el templo y también servirle de protección a él en caso de una insurrección judí­a; la llamó Antonia en honor de Marco Antonio. Josefo da una descripción detallada de la Fortaleza Antonia en las citas bibliográficas. La fortaleza tení­a no sólo barracas para los soldados, sino también habitaciones y baños para el rey. Las paredes se elevaban hasta unos 20 m por sobre la roca en la que estaban fundadas, la que estaba a su vez a unos 25 m por sobre el área del templo. En las 4 esquinas de la fortaleza habí­a torres, 3 de las cuales tení­an unos 25 m de altura; pero una de ellas, la que dominaba el templo, llegaba a los 35 m. Dos escalinatas descendí­an al área del mismo, y un túnel conectaba la fortaleza con una torre en la puerta oriental del templo interior 465 (figs 228, 232, 498). Durante el perí­odo de los procuradores romanos, éstos estacionaron una legión romana en el lugar. Los soldados estaban siempre listos para llegar hasta el área del templo si se desataba alguna violencia. Siempre habí­a centinelas alertas que vigilaban la zona, especialmente durante las fiestas, pues se reuní­an allí­ grandes multitudes excitadas. Generalmente los procuradores romanos estaban en Jerusalén y se alojaban en la Torre Antonia para estar cerca si ocurrí­a algún disturbio imprevisto en tales ocasiones. La fortaleza cayó en manos de los judí­os durante la guerra judí­a (66-70 d.C.), pero fue recuperada por los romanos bajo Tito (70 d.C.) a pesar de la heroica resistencia de los rebeldes; luego fue demolida. El sitio ahora está ocupado en parte por la escuela musulmana de Kuliat Rawdat el-Ma’arif, y en parte por 2 conventos. La tradición identifica esta torre* con el pretorio de Pilato, donde Jesús fue condenado a la cruz. Esta identificación no es segura, aunque hay evidencias arqueológicas que parecen apoyarla. Ciertamente fue de esta fortaleza de donde salieron los soldados romanos para rescatar a Pablo cuando fue echado del atrio del templo al atrio de los gentiles y estuvo a punto de ser muerto por la turba enfurecida (Act 21:30-34). Después de su rescate, Pablo se dirigió a sus atacantes desde la escalinata (v 40). Se lo mantuvo dentro de la fortaleza hasta que fue enviado a Cesarea (22:24, 30; 23:10). Véase Lugar fuerte. 228. La Torre Antonia. Las galerí­as bajas de mamposterí­a son remanentes de la estructura de los dí­as de Cristo. Bib.: FJ-AJ xi.4.6, etc.; xv.11.4; xviii.4.3;. FJ-GJ i.21.1; v.5.8.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

1. Un lugar de refugio, una fortaleza lit. (Jdg 6:2; 1Sa 24:22) o figurada (Psa 27:1).
2. Todas las ciudades importantes de los tiempos antiguos estaban fortificadas con un muro y una ciudadela. Aun antes de que los israelitas entraran en Canaán se aterrorizaron por los informes sobre las ciudades muy grandes y fortificadas (Números 13; Deu 1:28). Jerusalén estaba tan bien fortificada que no fue sino hasta la época de David que se la tomó de los jebuseos. Muchas veces habí­a tanto un muro interior como un muro exterior.

Los muros estaban construidos de ladrillo y piedra y tení­an un espesor de varios m. Después de que los israelitas entraron en la tierra, también construyeron ciudades fortificadas (Deu 28:52; 2Sa 20:6).

3. Un edificio grande fortificado, un conjunto de edificios, o campamento, como el de un prí­ncipe o noble. David tomó la fortaleza jebusita en Jerusalén y la hizo su residencia (1Ch 11:5, 1Ch 11:7). Josafat construyó una fortaleza en las ciudades de Judá (2Ch 17:12) y Jotam en sus bosques (2Ch 27:4).

Nehemí­as erigió una fortaleza en Jerusalén que más adelante se convirtió en la Torre de Antonia, donde Pablo estuvo preso.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(fuerza, entereza, dominio propio).

Una de las 4 virtudes cardinales. El último fruto del Espí­ritu en Gal 5:23.

– Fundada en Dios, Mat 10:20, Mat 14:29-35, J n.12: 27.

– Su necesidad: Mat 7:24-27, Mat 11:20.

– Ejemplo de Marí­a y de las santas mujeres, Mat 27:55-56, Jn. i9:25-27.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, CONS

vet, Los términos “fortaleza” y “castillo” se refieren principalmente a una parte de la ciudad más fuertemente fortificada que por los meros muros. Pr. 18:19 habla de “cerrojos de alcázar”. Cuando Jerusalén fue tomada por David, ya habí­a una ciudadela, defendida por los jebuseos (2 S. 5:6, 7). Los romanos tení­an una fortaleza en Jerusalén, a la que fue llevado Pablo cuando fue apresado por los judí­os (Hch. 21:34, 37). Pudiera haber sido la llamada Torre Antonia, que habí­a sido construida por Herodes el Grande. Tal como la describe Josefo, estaba adyacente al Templo (Guerras, 5:5, 8). El salmista describe frecuentemente a Jehová como su roca y fortaleza o castillo (Sal. 18:2; 31:3; 71:3; 91:2).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[326]

Virtud teológica que comunica a la voluntad la energí­a o fuerza necesaria para hacer el bien, Según Sto. Tomás (S. Th. I-II. q.61. a.1. De manera particular actúa si existen dificultades personales o colectivas para hacer el bien o defender la fe (martirio). (Ver Virtudes 6.2 y ver Confirmación 3.2)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. dones del Espí­ritu Santo, virtudes)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La virtud de la fortaleza está ya presente en el pensamiento ético griego. Designa, según las circunstancias, la fuerza de ánimo frente a las adversidades de la vida, el dominio de las pasiones, la capacidad de imponerse en la dirección de la cosa pública. Aristóteles, en la Etica a Nicómaco, pone de relieve dos funciones fundamentales de la fortaleza: soportar y atacar.

Tomás de Aquino se inspira directa mente en la concepción aristotélica, introduciendo con todos sus derechos a la fortaleza en el cuadro de la reflexión cristiana, entendiéndola bien como energí­a dirigida a vencer el miedo que se deriva de la presencia del mal o bien como ánimo para enfrentarse contra el mal y derrotarlo. La fortaleza se opone por tanto a la pusilanimidad y a la inconstancia y tiene su sello supremo en el acto del martirio.

En la época moderna se ha venido afirmando una concepción limitada de la fortaleza, en cuanto que la moral burguesa hace coincidir la resistencia contra el mal con una especie de pasividad dominada por el resentimiento.

Esta concepción engendra, por otra parte, la tendencia opuesta a exaltar el anticonformismo y el simple coraje fí­sico, confundiendo la fortaleza con una actitud militarista.

Así­ pues, es necesario redefinir hoy sus contornos aprovechando las lecciones del pasado y abriéndose a las nuevas condiciones de vida personales y sociales. Frente a las continuas amenazas a que se ve sometida la vida, tanto biológica como moral, crecen las situaciones de ansia y de angustia. El riesgo de perder la identidad y de caer en el sin-sentido exige que la fortaleza sea ante todo lucha por la defensa de la propia dignidad de hombres. Por otra parte, las situaciones de creciente injusticia y – de desequilibrio económico suponen que tiene que traducirse en una forma concreta de proyección en lo social, dirigida a dar una solución a los graves problemas que pesan sobre la vida civil, tanto a nivel nacional como mundial. La fortaleza es capacidad de reaccionar ante las situaciones deshumanizantes y empeño en promover, en todos los ámbitos, los derechos humanos fundamentales.

La fortaleza tiene para el cristiano su fundamento en una interpretación del hombre y del mundo anclada en la percepción de la salvación realizada por Dios en Jesucristo. En efecto, la esperanza en la victoria del bien no está ligada a la confianza en sólo las fuerzas humanas, sino más radicalmente, en la certeza, que viene de la fe, de que hay un Dios de amor que perdona el pecado del hombre y lo hace capaz de transformar el mundo según su designio.

G. Piana

Bibl.: E. Kaczynski, Fortaleza, en NDTM, 778-788; J Pieper, Justicia y fortaleza, Rialp, Madrid 1968; P. Tillich, El coraje de existir, Laia, Barcelona 1973.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
Introducción.
I. Las respuestas históricas:
1. La fortaleza en la concepción de los griegos;
2. La fortaleza en la Sagrada Escritura:
a) Antiguo Testamento,
b) Nuevo Testamento: la fortaleza de Jesús y de sus discí­pulos;
3. Santo Tomás:
a) Virtud de la fortaleza,
b) Martirio: acto supremo de la fortaleza cristiana,
c) Vicios contra la fortaleza,
d) Virtudes afines a la fortaleza relacionadas con la agresión (magnanimidad y magnificencia),
e) Virtudes afines a la fortaleza relacionadas con la entereza (paciencia, longanimidad perseverancia);
4. Objeciones a la fortaleza en la edad moderna.
II. Propuesta cristiana para el mundo de hoy:
1. ¿Por qué la fortaleza hoy?:
a) Condición existencial personal
b) Condición existencial social;
2. Fortaleza del “sustinere” y del “aggredi”:
a) Fortaleza como resistencia,
b) Fortaleza del compromiso;
3. Fortaleza en el tiempo y en la comunidad:
a) Fortaleza de la presencia
b) Fortaleza de la comunión,
c) Sí­ntesis de la fortaleza de la presencia y de la comunión.
III. Educación para la fortaleza.

Introducción
Toda virtud moral tiene su realización en la situación histórica concreta de las personas. La situación del mundo en el que vivimos condiciona hoy la puesta en práctica de la fortaleza, cosa que, por lo demás, sucedí­a ya en el mundo griego, bí­blico y medieval. Y no sólo condiciona, sino que además interpela acerca de los valores a practicar y pone en guardia contra los males existentes, que amenazan a la existencia misma del hombre en la tierra. Los cambios de nuestro mundo en las relaciones religiosomorales y socio-económicas, polí­ticas, culturales, nacionales e internacionales nos han hecho cada vez más conscientes del mal que amenaza a la dignidad de la persona humana en sus derechos y en los derechos de naciones enteras, así­ como del bien a realizar para construir un mundo más humano ala vez que más divino. Los males “históricos” y los males de los últimos decenios de nuestro siglo (las dos guerras mundiales, la revolución de octubre, el descubrimiento de armas nucleares, la división del mundo en bloques, entre sur y norte) han generado el miedo a la vida dentro del marco de las ansias existenciales siempre presentes: ansia ante la muerte, la culpabilidad y el sinsentido (P. Tillich). Hoy más que nunca el ser humano se siente incapaz de resolver los propios problemas, que han adquirido dimensiones planetarias. El cristianismo no se pone ni del lado de los “débiles”, que buscan la solución en la droga, el sexo, el suicidio o las sectas religiosas, ni del de los “violentos”, que pretenden resolver los conflictos y las contradicciones por medio de la lucha continua, las guerras, la revolución y el terrorismo.

Con el fin de poder ofrecer una perspectiva más amplia, el presente artí­culo se divide en tres partes. En la parte histórica (I) tratará de la fortaleza entre los griegos, en la Biblia y en la sí­ntesis de santo Tomás. En la parte sistemática (I1) pondrá el acento en la interpretación de la fortaleza cristiana después del concilio Vat. II. Finalizará con un apartado (III) sobre la educación para la fortaleza.

I. Las respuestas históricas
1. LA FORTALEZA EN LA CONCEPCIí“N DE LOS GRIEGOS. Los filósofos griegos recogen y clasifican tres expresiones: andreí­a, karterí­a y megalopsychí­a. 0 Andreí­a expresa el ideal de la fuerza masculina por oposición a la de la mujer o del niño. Designa la fuerza de ánimo frente a las adversidades de la vida, pero sobre todo el desprecio del peligro en la batalla hasta afrontar la muerte con valor por el bien de la patria. 0 La vida no implica solamente la lucha contra los enemigos externos, sino también la lucha cotidiana contra los enemigos í­nsitos en el ser humano mismo, es decir, las tendencias desordenadas de los instintos y de las pasiones, que buscan sólo los placeres, rehuyendo las dificultades. El ser humano está obligado a dominar las pasiones.y ser dueño de sí­ mismo por medio de la karterí­a o dureza consigo mismo. 0 La megalopsychí­a, por último, es la virtud con la que el hombre griego se impone por su grandeza en la vida de la ciudad y del mundo.

Platón sitúa todas las virtudes morales al final de las cuatro que la tradición denominará después virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza (Rep. II, 7). La fortaleza es la virtud propia del soldado, que en la República ideada por Platón podí­a ser también del sexo femenino.

En su concepción de la fortaleza como virtud moral, Aristóteles se aproxima más al concepto de andreí­a, considerando la karterí­a y la megalopsychí­a como virtudes a medias. Distingue dos actos principales de la fortaleza: afrontar y agredir (El. Nic. 111, 9-12,1115-1130).

En la karterí­a como dominio de sí­ insistieron los estoicos. Su concepción de la fortaleza se reduce prácticamente a la de la karterí­a.

El hombre griego se encuentra frente a un mundo que le amenaza y frente a un Diosa quien no le interesa la suerte humana. Por eso, el hombre griego rho puede contar con la ayuda divina, sino exclusivamente con las propias fuerzas, que son las únicas que pueden liberarle de los males del destino y del hado. La virtud de la fortaleza se desarrolla en esta perspectiva y tiene como función primaria la exaltación del ser humano: en la concepción aristotélica, para asegurar a éste la autonomí­a en la lucha declarada contra el mundo; en la concepción estoica, para asegurarle la autonomí­a mediante una lucha interior, más pasiva (CICERóN, Tusc., 14, 53; CRIsiro, ARNIM., Frag. III, 263; CLEMENTE AL., Strom. VI, 11,61).

2. LA FORTALEZA EN LA SAGRADA ESCRITURA. a) Antiguo Testamento. El israelita tiene conciencia viva de la fuerza de Dios, de su omnipotencia, y de la debilidad del hombre, a quien la fuerza le viene sólo de Dios, y que deberá emplearla en llevar a cabo la obra divina. Dios manifiesta su fuerza interviniendo en la vida de los patriarcas, liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Deu 4:32-39), consolidando las montañas (Sal 65:7), aquietando el mar (Job 26:12), dando fuerza al pueblo (Deu 8:17; Jue 6:12) o combatiendo por él (2Re 19:35; 2Cr 20:5). La salvación de Israel es cosa de Dios, porque su fuerza proviene del Dios que lo ama (Sal 59:17; Sal 86:15).

El AT no habla realmente de la fortaleza como virtud moral, sino como fuerza fí­sica, de la que, sin embargo, no puede uno fiarse ( Sal 33:16) ni vanagloriarse, sino que debe considerarla como don de Dios (Isa 10:13). Fe y esperanza son dos condiciones necesarias en el hombre para que éste pueda recibir la fuerza de Dios (Sal 19:2; Sal 27:14; Sal 28:7; Sal 33:20; Sal 31:25). En el miedo, en la angustia, en el fracaso, cuando el hombre grita a Dios, confiesa su propia debilidad y le invoca con confianza inquebrantable, Dios le concede su fuerza (Sal 37:5; Isa 30:15), el consuelo (Sal 86:17; Isa 12:1), la alegrí­a (Sal 81:2). En cambio, cuando el hombre presume de ser independiente de Dios e intenta por separado alcanzar la felicidad (Gén 3) y la grandeza (Gén 11), los poderes del mal lo esclavizan y él se pone a oprimir injustamente a sus semejantes (Gén 9:6; Sal 3:14; Miq 3:9) y a idear í­dolos (Isa 44:17; Jer 10:3).

b) Nuevo Testamento: la fortaleza de Jesús y de sus discí­pulos. Jesús, Hijo del hombre ungido con espí­ritu y poder (Heb 10:38), manifiesta su poder mediante milagros que ponen de manifiesto no sólo que “Dios está con él” (Jua 3:2; Jua 9:33), sino también que él es “Dios con nosotros” (Mat 1:23). Al ejercer su fuerza todopoderosa, Jesús no busca su propia gloria (Mat 4:3-7), sino la del Padre y el cumplimiento de su voluntad (Jua 5:30; Jua 17:4). Esta obediencia y esta humildad son precisamente la fuente de sus poderes: curar enfermos, resucitar muertos, perdonar pecados y, mediante la acción del Espí­ritu Santo, echar demonios, entregar y recuperar la propia vida (Jua 10:18). Cuando Jesús es exaltado, depone de su trono las potestades (Col 2:15) y al jefe de este mundo y “atrae a todos hacia sí­” (Jua 12:31-32).

Los discí­pulos reciben de Jesús la fuerza -`sin mí­ no podéis hacer nada” (Jua 15:5)-; él los enví­a a “hacer discí­pulos de todas las naciones” (Mat 28:18), confirmando su mensaje mediante los milagros (Mar 16:20) y asegurándoles su presencia (Luc 24:49) y la del Espí­ritu Santo (Heb 1:8). El Espí­ritu que invade a los apóstoles es el don que les otorga Cristo resucitado en la plenitud de su poder (Heb 2:4; Heb 2:32-36). La fuerza divina (dynamis) concedida al hombre tiene carácter salvador; su destino son las grandes obras y el fortalecimiento interior del hombre (Efe 3:16-20), el dar testimonio de Dios (Heb 4:35) y la proclamación del mensaje evangélico como “fuerza de Dios” (Rom 1:16; 1Co 1:18), incluso a costa de la vida (Gál 1:11). Los discí­pulos, con san Pablo, están seguros de que todo lo pueden porque Cristo les robustece (Flp 4:13) y les confiere no un espí­ritu de temor, sino de amor y de moderación que les permite afrontar sufrimientos a causa del evangelio, confiados en la fuerza de Dios (2Ti 1:7-8) concedida mediante la acción del Espí­ritu Santo (Efe 3:16; Rom 15:13).

La fuerza divina se despliega en los discí­pulos de Jesús de muchas maneras. Pueden distinguirse al menos cuatro: 0 La valentí­a del mensajero (parresí­a) es una fuerza interior que posibilita a los discí­pulos de Jesús proclamar la palabra de Dios sin miedo (Heb 2:29; Heb 4:31), sin el recurso a subterfugios (2Co 4:2) y ser testigos valientes de Jesús (Heb 4:13). La predicación y el comportamiento de los apóstoles y de san Pablo se caracterizan por la citada fuerza “del heraldo” (Heb 9:27; Heb 13:46; Heb 14:3; Heb 19:8; Heb 26:26; 2Co 3:12). 0 La firmeza en la fe y en las buenas obras. El creyente es una persona fiel, estable y firme, virtudes propias de todos los grandes siervos de Dios: Abrahán (Neh 9:8), Moisés (Núm 12:7), Jesús (Heb 2:173, Heb 2:6), Pablo (1Co 7:25). Jesús pidió por la fortaleza en la fe de Pedro y de sus hermanos (Luc 22:32). En el NT encontramos continuamente expresiones como “mantenerse en la fe” (1Co 16:13; Heb 14:22), “mantenerse fieles al Señor” (1Ts 3:8; Flp 4:1). Firmeza, estabilidad y fortaleza que caracterizan no sólo a la fe, sino también al amor (Jua 15:4-9), a la esperanza (Rom 15:13) y, en general, a las buenas obras que Dios ha asignado a sus fieles como lí­nea de conducta (Efe 2:8-10; Gál 6:10). 01a paciencia (hypomoné) es una virtud de una importancia decisiva, sobre todo en la persecución y la tribulación. Consiste en afrontar el mal existente en el presente, a fin de que el Señor lo transforme en bien para el futuro. El deseo de cumplir la voluntad de Dios (Heb 10:36), de dar testimonio del amor (1Co 13:7), de dejarse corregir e instruir por Dios a través del sufrimiento (Heb 12:7), de reinar con Cristo (Rom 17-18; Apo 1:9; 2Ti 2:12), de cooperar a la salvación de los elegidos (2Ti 2:10) para obtener en premio la vida (Stg 1:12), todos ellos son motivos por los que el cristiano está llamado a afrontar el mal existente en la vida presente. 0 La makrotymí­a abarca, por una parte, el perdón a nuestros deudores y, por otra, la renuncia a los propósitos de venganza y de resentimiento ( Mat 18:21-35; Rom 12:20). El motivo de esta virtud es diverso del de la paciencia. También en ella se trata de afrontar el mal, pero sin venganza; más aún: perdonando, puesto que todos somos pecadores. Esta capacidad de perdón la incluye san Pablo entre los frutos del Espí­ritu Santo (Gál 5:22). La makrotymí­a del Nuevo Testamento no tiene nada que ver con la longanimidad de la patrí­stica o de santo Tomás, como podrá comprobarse más adelante. A la poca claridad terminológica de la patrí­stica, en observación magistral de A. Gauthier, no corresponde una alteración de la doctrina relativa a la fortaleza, que es la misma de la visión bí­blica (La Fortezza, 810; Magnanimité, 10).

3. SANTO TOMíS. a) Virtud de la fortaleza. Mientras que las virtudes relacionadas con la templanza deben frenar las tendencias afectivas, las relacionadas con la fortaleza están destinadas a suscitar la perseverancia, a fin de no rehuir el mal o las dificultades inherentes a la conquista del bien (S. Th., II-II, q. 123, a. 3). El análisis que santo Tomás hace de la fortaleza saca a la luz dos actos: sustinere y aggredi; el primero consiste en afrontar la presencia del mal dominando el miedo; el segundo, en enfrentarse al mal, moderando la audacia. El primero -afrontar- se basa en la_ confianza en las propias fuerzas; el segundo, en la seguridad de la victoria (a. 6). La entereza es el acto principal de la fortaleza, puesto que, en opinión de santo Tomás, requiere mayor fuerza interior. Objeto primario de la fortaleza es el miedo a la muerte en cualquier circunstancia (a. 5). El que en el curso de un peligro grave “pierde la cabeza”, sucumbiendo a las pasiones del miedo o de la audacia, no está en condiciones de defenderse a sí­ mismo ni de defender a los demás. De ahí­ la importancia de dominar estos sentimientos. La fortaleza es la virtud que permite a las personas obrar y comportarse moralmente bien, dominando el miedo y la audacia en situaciones de peligro y dificultad que, en ocasiones, son una amenaza- para la vida misma de las personas (a. 3). La razón formal por la que hay que estar dispuesto incluso al sacrificio de la propia vida es la defensa del bien moral, sobre todo de la justicia y de la paz (a. 12, ad 3 y ad 5).

b) Martirio: acto supremo de la fortaleza cristiana. A1 martirio se le considera el acto supremo de la fortaleza: la aceptación de la muerte en defensa de la verdad y del bien moral (q. 124, a. 5). La Iglesia ha tenido siempre en gran estima a cuantos han dado su vida siguiendo el ejemplo de Cristo, y los ha llamado martyres, testigos. Los mártires daban su vida en defensa no sólo de la verdad de la fe (san Esteban), sino también de la verdad moral (san Juan Bautista). Componentes integrales del acto son el valor defendido y el modo de aceptar la muerte, actitud que puede verse en el martirio de san Esteban y de tantos otros en la historia a ejemplo de Cristo, quien sin lamentarse ni rebelarse ofreció la propia vida en defensa de la fe, rogando por sus perseguidores. El motivo por el que se da la vida en defensa de la verdad de la fe o de la verdad moral no es el desprecio hacia ella sino la consideración de que la verdad y el bien son superiores a la vida misma (a. 4). El cristiano debe estar siempre dispuesto a dar la vida en defensa de la fe o de los valores morales fundamentales.

c) Vicios contra la fortaleza. Santo Tomás distingue tres vicios contra la fortaleza: la vileza, la petulancia y la temeridad. -La vileza (q. 125) no consiste en no tener miedo, sino en no dominarlo. La persona vil está hasta tal punto dominada por el miedo que infringe la ley moral y deja a un lado la realización del bien moral (aa. 1 y 3). -Mientras que la vileza se opone a la fortaleza por exceso de miedo, pues teme lo que no hay que temer o cuando no hay que temerlo, la petulancia se contrapone a la fortaleza por defecto de miedo, pues no se teme lo que hay que temer (q. 126, a. I). -La temeridad, por último se caracteriza por el exceso de audacia, que lleva a encontrarse con el riesgo de perder la vida sin un motivo válido (q. 127, a. 2). Los pueblos primitivos sufren menos el influjo del miedo y poseen más audacia innata que los pueblos culturalmente más desarrollados (q. 126, a. 1).

d) Virtudes afines a la fortaleza relacionadas con la agresión. Magnanimidad. La magnanimidad se diferencia del resto de las virtudes afines a la fortaleza porque su objeto no es el mal a evitar o a afrontar, sino el bien a realizar en cuanto vinculado a una dificultad. A un bien de estas caracterí­sticas se lo define como “arduo”. Bienes arduos son los bienes morales, entre los que descuella el ! honor. A nivel sobrenatural, los bienes arduos son la santidad, la vida de la gracia aquí­ en la tierra y la vida eterna en el cielo. La magnanimidad modera los sentimientos que obstaculizan la conquista de un bien arduo a causa de las dificultades que es preciso superar. El objeto de la magnanimidad es el honor, el respeto o la estima que una persona virtuosa merece. La magnanimidad es una virtud que empuja siempre hacia arriba, incita a emprender iniciativas nobles y a afrontar los riesgos que puedan derivarse. Es una virtud peculiar del cristiano, a quién le recuerda: “Ad maiora natus sum” (he nacido para lo noble). -A la magnanimidad se opone por defecto el vicio de la pusilanimidad, tí­pica de quien no está a la altura de sus posibilidades, rehuyendo la realización de las mismas por pereza o por miedo. La persona pusilánime no se compromete acosas grandes, acordes con su dignidad y capacidad (q. 133, a. 2). El siervo de la parábola evangélica que enterró el dinero de su amo sin hacerlo producir fue pusilánime y merecedor de castigo (a. I). -Presunción, ambición y vanagloria son, por el contrario, los vicios que se oponen a la magnanimidad por exceso. La persona presuntuosa se cree en condiciones de hacer más y mejor de lo que le permite su propia capacidad (q. 130, a. I). Esto no va, naturalmente, con la persona que tiene puesta su confianza en la ayuda de Dios (a. 2, ad 3). La persona ambiciosa anda preocupada por el honor que quiere conquistar. El afán por el honor se manifiesta de tres maneras: acreditando excelencias que no se poseen, buscando el propio honor sin referencia alguna a Dios y afanándose por el propio honor sin orientarlo al bien de los demás (q. 131, a. l). Compañeras de la ambición son la testarudez y la arbitrariedad. Por último, la persona vanagloriosa busca agradar a los demás a través de cosas fatuas (ropa, riqueza, etc.) o de la fama (opinión pública) o de honores y honras no orientados hacia Dios y el bien del prójimo.

– Magnificencia. Es virtud afí­n a la fortaleza, porque está ordenada a la consecución de un fin que es arduo y difí­cil en las acciones que posibilitan su conquista (q. 134, a. 4). Es tarea de la magnificencia la realización de grandes cosas, sobre todo respecto a Dios y al bien común (a. 1, ad 2; a. 2, ad 3). La magnificencia de las obras no deriva exclusivamente de su majestuosidad, sino que abarca el valor de las mismas, la armoní­a, la belleza de las proporciones, del proyecto y de la ejecución (a. 2, ad 2). -Los vicios contra la magnificencia son la mezquindad, que consiste esencialmente en contentarse con lo mí­sero (q. 135, a. 12, ad 1), y la dilapidación (el despilfarro), propia de quien gasta demasiado en la realización de una obra proyectada (a. 2).

e) Virtudes afines a la fortaleza relacionadas con la entereza. Paciencia. Hay tendencia a concebir la paciencia como moderadora de la ira. En realidad, la paciencia ayuda a afrontar la adversidad y las desilusiones que causan tristeza. Para santo Tomás, la paciencia es, en cierto sentido, la disponibilidad para afrontar los sufrimientos, las desilusiones y los fracasos inevitables de la vida sin cambiar o renunciar ala propia vocación. La paciencia resulta ser, pues, la fortaleza del dí­a a dí­a (q. 136, a. 4, ad 1). En esta perspectiva hay que entender las palabras del Señor: “Con vuestro aguante conseguiréis la vida” (Luc 21:19). En la visión unitaria de santo Tomás la paciencia, como cualquier otra verdadera virtud, está causada por la caridad, y la caridad no se puede poseer sin la gracia. Es evidente, por consiguiente, que la paciencia no se puede poseer sin la ayuda de la gracia (a. 3).

– Longanimidad. Santo Tomás distingue justamente la longanimidad de la paciencia. La longanimidad es virtud caracterí­stica de los educadores que saben esperar con esperanza y sin desanimarse el resultado de su esfuerzo educativo, por alejado que pueda estar en el tiempo (q. 136, a. 5). Los educadores deben tener siempre presentes las palabras de Jesús y de san Pablo: “Uno siembra y otro siega” (Jua 4:37; I Cor 3,6-8). Así­ concebida, la longanimidad no tiene nada que ver con la makrotymí­a del NT, a pesar de las referencias que, al hablar de la longanimidad, hacen a ella la patrí­stica y santo Tomás.

– Perseverancia. Santo Tomás habla de dos virtudes que ayudan a persistir en el bien: la constancia, que no cede ante las dificultades (q. 137, a.3), y la perseverancia, que sabe esperar el tiempo necesario para la realización de la obra (a. 1, ad 2). A la perseverancia se opone, por defecto, la flaqueza (abandono del bien a las primeras de cambio) y, por exceso, la pertinacia (obstinarse en la propia lucha contra todo lí­mite razonable), base de toda herejí­a.

4. OBJECIONES A LA FORTALEZA EN LA EDAD MODERNA. Junto a un mejor conocimiento de la cultura ántigua, surgen en el renacimiento las objeciones contra la fortaleza cristiana. “Los antiguos -escribe N. Maquiavelo-, exaltaron a los fuertes; los cristianos, en cambio, a los débiles y humildes, presa de los malvados” (Discursos, 141). J.E. Renan es todaví­a más acerbo y considera a los cristianos desde el punto de vista de la fortaleza como “una especie fofa, debilitada, resignada a soportar todas las desgracias como decretos de la providencia divina” (citado por A. GAUTHIER, La fortezza 787). F. Nietzsche acusa al cristianismo de haber quitado virilidad al hombre y paralizado sus energí­as vitales al tener que defender al desgraciado. Para Nietzsche es bueno todo lo que exalte en el hombre el sentimiento de fuerza, la voluntad de fuerza, la fuerza misma; es malo, por consiguiente, todo lo que esté enraizado en la debilidad (El Anticristo). El concepto de fortaleza de la ideologí­a nazi de A. Rosenberg se identifica con la dureza viril consigo mismo y con los demás” (Der Mythus des 20. Jahrhunderts, 15).

Basada, por un lado, en la concepción pasiva de la naturaleza humana y, por otro, en los criterios de la moral burguesa, la fortaleza cristiana ha llevado a falsas concepciones de esta virtud, las cuales, a su vez, han sido objeto de crí­ticas. Es innegable que un cristianismo pequeño-burgués no alcanza a ver que el aguante, que es el acto principal de la fortaleza, implica una actividad espiritual grande, un atenerse al bien agarrándose a él con todas las fuerzas, y, consiguientemente, falsea ese aguante interpretándolo en el sentido de una pasividad turbia y llena de resentimiento (cf J. PIEPER, Sulla fortezza, 43). El existencialismo ha puesto el acento en la fortaleza como manifestación de decisiones arbitrarias y anticonformistas. R. H. Hare concibe la fortaleza con el “arrojo fí­sico” de los soldados, que la actual estrategia bélica de la ciencia militar ha convertido en algo inútil (Freedom, 149.187189), a lo que objeta P.T. Geach que es erróneo pensar en la fortaleza en términos militares (The Vistues, 150).

II. Propuesta cristiana para el mundo de hoy
Este apartado quiere ofrecer brevemente una interpretación de la fortaleza cristiana a la luz del concilio Vat. II. Al igual que la moral cristiana en su totalidad, también esta virtud debe ampliar sus propios horizontes a la dimensión social, tanto nacional como internacional (GS 30),y leerse en la óptica históricosalví­fica y comunitaria. Sólo así­ podrá darse una unidad de compromiso que haga posible la construcción del mundo (GS 75) y el retorno del reino (LG 35).

1. ¿PORQUE LA FORTALEZA HOY? Aristóteles y santo Tomás relacionan la necesidad de la fortaleza con la realización del óonum arduum, que implica superación de las dificultades. La respuesta de santo Tomás, sustancialmente justa, necesita una ampliación existencial. Las razones o, mejor, las condiciones existenciales personales y sociales llevan siempre una marca óntica común, pero en nuestra época añaden algo peculiar. Es posible individuar hoy mejor que en el pasado las condiciones que “obfgan” al cristiano a ser fuerte.

a) Condición existencial personal. J. Pieper considera a la vulnerabilidad como presupuesto de la fortaleza. Un ángel no puede ser fuerte, porque no es vulnerable; el ser humano puede serlo, porque es vulnerable. En otras palabras, ser fuerte significa saber aceptar una herida. Para Pieper, una herida es cualquier atentado que, en contra de nuestra voluntad, amenace la incolumidad natural o moral; todo lo que sea negativo, doloroso, dañino, angustioso, opresivo. La herida más profunda la constituye la muerte (Sulla fortezza, 21). Hoy la fortaleza exige necesariamente la superación de las ansiedades existenciales en la vida moral. En penetrante análisis, P. Tillich (The Courage, 5054) distingue tres: ansiedad ante la muerte (amenaza de perder el ser), ansiedad ante la culpabilidad (amenaza del pecado y de la condena), ansiedad ante el sinsentido (amenaza al ser espiritual). La fortaleza, sobre todo en el cristiano, la hacen necesaria la sublime vocación de hijos de Dios y las amenazas que pesan sobre su dinámica. La fortaleza tiene por tarea sostener al hombre en la defensa de su dignidad y en la lucha contra todo lo que la amenace. Las razones hay que buscarlas en el hecho de que el ser humano es un ser en continuo hacerse (ens contingens) y, en ese hacerse, amenazado por el mal-pecado (ens peccans), pero que no debe olvidar que Dios, a través de su Hijo, le ayuda, mediante el Espí­ritu Santo, a llevar a término su salvación (ens salvatum).

b) Condición existencial social. Los documentos de la Iglesia en los últimos decenios (GS 4,8-10; JUAN PABLO II, Redemptor hominis, 1517; ID, Dives in misericordia, 10-11) nos describen, por una parte, los contrastes y las inquietudes, las injusticias y los desequilibrios de este mundo nuestro contemporáneo, oprimido además por la amenaza de la autodestrucción, mientras que, por otra parte, nos confirman que sigue manteniéndose viva la aspiración a la justicia, a la paz, aun desarrollo de las personas y de las naciones digno del ser humano. Esto hace necesario y urgente, como nunca antes en la historia, el compromiso de todas las fuerzas humanas y cristianas (GS 9). Tanto el mal que el cristiano debe combatir como el bien que debe realizar han adquirido dimensiones planetarias. La fortaleza, como virtud religioso-moral, debe tener la misma í­ndole. Es cierto que será siempre una realidad personal en razón del sujeto, pero su objeto-compromiso está abierto a los problemas de alcance mundial, nacional e internacional, civil y eclesial.

2. FORTALEZA DEL “SUSTINERE” Y DEL “AGGREDI”. a) Fortaleza como resistencia. Resistir no quiere decir no tener miedo, sino no retroceder ante el mal a pesar del temor, agarrándose con todas las fuerzas al bien y esperando superar y vencer las dificultades. Se trata de las dificultades cotidianas. La tradición, al resaltar el martirio como acto extraordinario y supremo de la fortaleza cristiana, ha restado importancia a la fortaleza en los casos ordinarios. Hoy se debe subrayar el carácter incluso extraordinario de la fidelidad al compr iso cristiano ordinario en la reali ación de la propia vocación, en el trabajo profesional, en la lucha por la justicia y la paz, etc. La fortaleza como capacidad de resistencia se hace entonces paciente en el aguante de las dificultades y longánime en la espera de los buenos resultados de los esfuerzos realizados. La fortaleza debe ser constante en hacer el bien debe ser perseverante, porque todo bien exige tiempo de realización. La fortaleza de la resistencia se debe manifestar hoy en diversas dimensiones. O El cristiano debe resistir el acoso de eslóganes, publicidad y medios de comunicación, la manipulación ideológica, la mentalidad consumista y utilitarista, la moda, la droga, el sexo (Y. M. CONGAR, Le traité, 347). 0 La resistencia del cristiano al mal en la dimensión polí­tica, socio-económica y cultural debe desembocar en la oposición pasiva y no violenta. 0 Frente al pluralismo cultural, moral, religioso, socio-económico y polí­tico, el cristiano debe saber tolerar las dificultades derivadas de la diversidad con talante abierto y disponible, sin condenas ni imposiciones. En las sociedades plurales, por tanto, la fortaleza como resistencia debe convertirse necesariamente en fortaleza de la l’ tolerancia. 0 El cristiano, por último, debe tener siempre presente que su resistencia al mal lleva el signo del misterio, es decir, que se opone y lucha no sólo contra los males humanos o los males de este mundo, sino también contra las potencias malignas del diablo, del pecado y de la tentación (1Pe 5:8; Stg 4:7; Efe 6:11; 2Co 10:4). Es precisamente éste el nivel en el que la fortaleza cristiana se presenta en su máxima expresión como resistencia y oposición al pecado, por una parte, y como disponibilidad para las pruebas decisivas, por otra (H. URS VON BALTHASAR, Cordura ovverosia il caso serio, passim). En ninguno de estos niveles es el sustinere o resistere pasividad, resignación o adaptación oportunista.

b) Fortaleza del compromiso. En el mundo contemporáneo, después del concilio Vat.II, que ha promovido una visión de la naturaleza humana más activa y dinámica, por una parte, y subrayado su í­ndole histórica y comunitaria, por otra, el segundo acto de la fortaleza, el aggredi -acometimiento, compromiso, iniciativa- se ha convertido en capacidad para afrontar los peligros relacionados con la autoconservación del hombre y con la supervivencia de la humanidad: capacidad para superar las ansiedades existenciales ante la muerte, la culpabilidad y el sinsentido; capacidad para vencer las amenazas dirigidas contra la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. Además, el cristiano debe hoy comprometer positivamente todas sus energí­as en la construcción de un mundo más humano y más divino, que Pablo VI ha llamado “civilización del amor”, construyendo al mismo tiempo el reino de Dios. Al componente aggredi de la fortaleza se le puede denominar con toda justicia fortaleza del compromiso, tan vacilante e incierto en el pasado hasta el punto de ignorar la conexión entre fe y vida, tan exasperado y absorbente en determinados ambientes posconciliares hasta el punto de olvidar el compromiso con la vida interior .y eclesial. Hay que tender a crear una fortaleza cristiana que viva su compromiso en el mundo polí­tico, socioeconómico y cultural como implicación y consecuencia del compromiso nacido de la fe en Cristo (Y.M. CONGAR, Le traité, 348). Un compromiso así­, que requiere el empleo de todas las fuerzas humanas y cristianas, es lo que constituye la virtud de la fortaleza cristiana.

3. FORTALEZA EN EL TIEMPO Y EN LA COMUNIDAD. a) Fortaleza de la presencia. La fortaleza inserta en la dimensión espacio-temporal de la persona que vive en la comunidad exige vivir las tensiones entre caducidadduración, provisional-definitivo, pasado-futuro. El cristiano que posee la virtud de la fortaleza, comprometido en la construcción del mundo y del reino en el tiempo, sabe que hay solamente dos absolutos: Dios y la dignidad de la persona humana; todo lo demás está subordinado a ellos. La fortaleza vivida en el tiempo no permite ni huir hacia el futuro ni aferrarse al pasado; quiere realizar el bien, autorrealizarse y construir el mundo en el presente. En cuanto relacionada con el tiempo, la fortaleza es memoria y fidelidad a los valores auténticos del pasado, inmersión en el presente, proyecto, esperanza, anticipación del futuro. Es un compromiso de todas las fuerzas con el bien, individuado hoy en la tensión escatológica entre el inicial “ya” y el incompleto “todaví­a no”, en espera de la llegada definitiva del réino de Dios. Alentado con la fuerza del evangelio, el cristiano vive en el tiempo; pero sabe que no es el tiempo el criterio de su compromiso y de su discernimiento, sino la palabra de Dios acerca de la persona humana y de su salvación. Por este motivo, el aferramiento al pasado, caracterí­stico de las personas ancianas (tradicionalismo), o la fuga utópica hacia el futuro, caracterí­stica de los jóvenes (progresismo), carecen de sentido tanto desde un punto de vista moral como religioso.

b) Fortaleza de la comunión. El ser humano no sólo tiende a la autorrealización personal, sino también a la construcción de su comunidad. El fundamento de la comunidad lo constituye la comunión de las personas, y ésta es el modo de vivir, pensar y obrar que respeta a la persona y tiene en cuenta su autorrealización personal. La dimensión “personal” del hombre, complementaria de la “social”, ayuda a vivir y a obrar en un ámbito común. El aspecto personal señala el modo de vida y de actuación propio de la persona, basado sobre todo en el amor-donación (E. KACZYí‘SKI, Le Mariage et la Famille, en “Div” 26 [ 1982] 317-331). Las personas que viven en la comunidad basada en la comunión (amordonación) no corren el riesgo ni de “masificación” colectiva ni de “individualismo” egoí­sta. La fortaleza de “ser uno mismo” (autoafirmación) se opone a la masificación y a la nivelación de las diferencias individuales entre los hombres y no permite la destrucción de las riquezas divinas en las diversas personas. Cada persona humana es “irrepetible” en el plan de Dios. Por consiguiente, la fortaleza cristiana de ser uno mismo debe tener en cúenta que vive en comunión con Dios y con los otros, y por ello exige ser fortaleza del miembro de una comunidad que lleva adelante un correcto proceso tanto de personalización como de socialización (GS 6; 42). En lo tocante al aspecto jurí­dico, la fortaleza de la comunión exige que sea ella quien aborde lo concerniente a toda la comunidad (CONGAR, Quod omnes, 210).

c) Sí­ntesis de la fortaleza de la presencia y de la comunión. A fin de evitar la aparición de un nuevo dualismo-separación entre el compromiso en el mundo y el compromiso en la fe, la fortaleza cristiana debe ocuparse con seriedad y en profundidad tanto de la I conversión interior como del cambio de las estructuras. La posibilidad de que de estructuras infernales (el campo de concentración de Auschwitz) haya podido surgir un santo (Maximiliano Kolbe) y de que de instituciones perfectas puedan salir criminales pone de manifiesto que el ser humano trasciende en cuanto persona a las instituciones. En una situación normal, sin embargo, la maduración interior va ligada también al cambio de la vida exterior. El compromiso en favor de la justicia, de la paz, de los derechos humanos es un compromiso en defensa del ser humano creado y salvado por Dios; es el compromiso para con Dios. En el mundo contemporáneo este compromiso “en favor de” debe también ser necesariamente un compromiso “contra”: contra cualquier opresión, injusticia, esclavitud, miseria, amenaza, división. El cristiano fuerte no entra en colaboración con instituciones y personas que constituyen una “situación de pecado”, no puede buscar soluciones de compromiso. El bien y el mal han adquirido hoy dimensiones planetarias; es necesario que los cristianos se comprometan con la misma amplitud. Esta es la tarea de la fortaleza cristiana hoy.

III. Educación para la fortaleza
En el proceso educativo el educador se enfrenta a la ardua tarea de hacer patente, por un lado, la importancia de la fortaleza en la vida cristiana, y de precaver, por otro, de los peligros de los vicios contrarios, tales como la cobardí­a y la temeridad, sin apagar ni el miedo ni la audacia, que, como se ha visto, son necesarias en su justa medida para una visión equilibrada de la fortaleza. El educador debe enseñar indudablemente al educando a orientar correctamente los miedos que éste pueda tener a objetos potencialmente peligrosos (agua, fuego), a las calamidades naturales (terremotos, inundaciones), a lo que impide las condiciones de higiene y de salud, a los peligros que amenazan la vida, y debe también ayudarle a quitar el miedo a lo que no constituye peligro (oscuridad, fantasmas). Con posterioridad, el educador deberá hacer resaltar la exigencia de la fortaleza más allá de la esfera fí­sica y ecológica, es decir, en la vida civil (E. VOLKER, Fortezza, 204) y moral. Una educación seria, orgánica y ponderada exige no descuidar ninguno de los elementos constitutivos de la fortaleza (dimensión de la resistencia, del compromiso, de la presencia y de la comunión). La oración, en fin, conferirá validez a sus esfuerzos y suplirá sus deficiencias. Además, y puesto que la experiencia enseña que los humanos por sí­ solos no están en condiciones de encontrar soluciones a sus problemas, contamos con una ayuda particular, ofrecida en un don del Espí­ritu Santo: el don de la fortaleza (S. Th., II-II, q. 139 a. 1). Este don hace a las personas disponibles a las mociones divinas y les confiere una fuerza divina para la realización de su obra de salvación en el mundo. El testimonio de san Esteban confirma que Cristo ofrece ayuda a sus discí­pulos en los momentos decisivos, tal y como lo habí­a prometido (Mat 10:19-20; Mar 13:11; Lc 12 1112). En esta perspectiva se entiende el que san Agustí­n y santo Tomás hayan relacionado el don de la fortaleza con la cuarta bienaventuranza: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mat 5:6; S. Th. II-II, q. 139, a. 2). La mayor necesidad de ayuda divina la tiene todo aquel que se compromete a llevar la justicia y la paz de Dios a la vida del mundo y de la Iglesia.

[/Educación moral; /Humildad; /Prudencia; /Virtud; /Virtudes teologales].

BIBL.: CONGAR Y.M., Le traité de la jorce dans la `Somete Théologique’ de s. 77tomas d;9quin, en “Ang” 51 (1974) 331-348; In, Quod omnes tangif ab omnibus tractari deber, en “RHDFE”(1958), 210-259; GAUTHIERA., Fortaleza, en Iniciación teológica III, Teologí­a moral, Herder, Barcelona 1962, 713-747; ID, Magnanimité. LYdéal de la grandeur dans la philosophie pa3enne el dans la théologie chrétienne, Librairie Philosophique J. Vrin, Parí­s 1950; GEACH P.T., The Virtues, Cambridge Univ. Press,1977; GOFFI T. y PIANA G” L úomo forte, en Corso di Morale II: Diakonia, Queriniana, Brescia 1983, 28-38; HARE R.M., Freedom and Reason, Oxford Univ. Press, 1970; MoncmoD., Zafortezza, en Corso di perfezionamento, Roma 1972; NIETZSCHE F., El Anticristo, Alianza 1984 PIEPER J., Justicia y fortaleza, Rialp, Madrid 1968; TILLICH P., Coraggio di esistere, Roma 1968 (The Courage lo Be, Yale Univ. Press, 1952); VoN BALTNASAR H. U., Cordula ovverosia il caso serio, Queriniana, Brescia 1969; VOLKER E., Fortezza, en Dizionario di Etica Cristiana, CittadeIla, Así­s 1978, 203-205.

E. Kaczyniski

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral

1. Hombría es etimológicamente lo que significan la palabra del latín virtus y la palabra del griego andreia, con las que podemos comparar arete (virtud), aristos (mejor), y aner (hombre). Mas (masculino) es a Marte, el dios de la guerra, lo que arsen (masculino) es a la correspondiente deidad griega Ares. Mientras que andreia (hombría) ha sido especializada para significar valor, virtus ha sido dejada en su más amplia generalidad, y es limitada solo en ciertos contextos, como cuando César dice: “Helvetii reliquos Gallos virtute praecedunt”. Aquí el escritor ciertamente no estaba tomando el punto de vista piadoso de virtud, excepto en cuanto a que para la gente primitiva la virtud primordial era la valentía y la fuerza hábil para defender sus vidas y las de sus compañeros de tribu. En esta etapa de cultura podríamos aplicar la noción de Spinoza de que la virtud es la fuerza conservadora de la vida. “En la medida que un hombre busca y tiene éxito en lograr su utile, esto es, su esse, tanto más le es concedida la virtud; por otra parte, en la medida que descuide su utile o su esse, tanto más grande será su impotencia” (Eth., IV, prop. 20). “Virtud es la facultad humana que es definida solamente por la esencia del hombre, es decir, la que está limitada solo por los esfuerzos del hombre por perseverar en su esse” (prop. 22). La idea es continuada en las Proposiciones 23, 24, 25, 27. La voluntad de vivir– der Wille zu leben – es la virtud raíz. Ciertamente Spinoza lleva su doctrina más allá del guerrero salvaje, ya que agrega que el poder preservativo y promocional de la vida son la adecuación de ideas, razonable conducta, adherencia a naturaleza inteligente y finalmente que “la más alta virtud del intelecto es el conocimiento de Dios” (lib. V, prop. xlii). En sus puntos de vista Spinoza usualmente mezcla lo noble con lo innoble: para gente ruda su filosofía se queda corta en virtud, el carácter del hombre fuerte defendiendo su existencia contra muchos asaltos.

Aristótles no dice que la fortaleza sea la más alta virtud; pero la selecciona para ser tratada primeramente cuando describe las virtudes morales: eipomen proton peri andreias (Eth. Nic., III, 6); mientras que Santo Tomás con dificultad dice explícitamente que la fortaleza ocupa el tercer lugar entre las virtudes cardinales después de la prudencia y la justicia. Los bravos en una tribu guerrera y el glamour de la bravura en la caballería errante, el despliegue de pompa por ejércitos modernos en desfile, no eran objetos para perturbar el sentido de proporción en la mente del Monje Sermoneador. Menos aún podría la etimología engañar su juicio haciéndolo pensar que la virtud primordial fuera el valor de un soldado condecorado por la Cruz Victoria. Tampoco despreciaría el tributo “Al Valor” en su propio rango.

2. Ahora llegamos a las definiciones. Si consultamos a Platón y Aristóteles encontraremos a aquel comparando al hombre con el dios Glaucus que por vivir en el mar tenía sus divinas extremidades difíciles de reconocer de tan incrustadas que estaban de algas y conchas: y eso representa al espíritu humano disfrazado por el extraño cuerpo que arrastra como pena. El alma en su propia naturaleza racional (para el propósito presente los términos psyche y nous, distinguidos por Aristóteles, los fusionamos en uno solo – el alma) es simple: el hombre es complejo, y siendo conflictivamente complejo, tiene que lidiar con un par de garañones en su cuerpo, uno innoble– las conscupiscencias, el otro relativamente noble – el elemento espiritual en el que es “adelante”, “apresúrate”, “ataca”, “arranca”, “aguante”. La fortaleza está basada en este último elemento, Pero el espíritu animal necesita ser llevado y guiado por el alma racional para que se convierta en virtud. Es en el pecho donde radican ho thymos, to thymoeides (coraje, pasión), a medio camino entre la razón en la cabeza y la conscupiscencia en el abdomen. La alta espiritualidad de Platón le impidió hablar muy exaltadamente de la fortaleza que se apoya en la excelencia corporal: consecuentemente hizo que los sabios legisladores educaran a sus ciudadanos más en el valor que en la temperancia, que es separable de la sabiduría y puede encontrarse en los niños o en meros animales (Laws, I, 630, C, D, E; 631, C; 667, A).

Aunque Aristóteles hace el coraje animal la sola base de la fortaleza – la voluntad es valiente, pero el espíritu animal co-opera (ho de thymos synergei) – no tiene semejante desprecio por el cuerpo, y habla más honorablemente del valor cuando tiene como objeto primordial la conquista del miedo corporal de cara a la muerte en batalla. A Aristóteles le gusta reducir el ámbito de sus virtudes como a platón le gusta ampliarlo. Junto con su predecesor (Lackes, 191, D, E) no extenderá la fortaleza para cubrir toda la firmeza o estabilidad que se hace necesaria para toda virtud, consecuentemente Kant podía decir: “Virtud es la fuerza moral de la voluntad para obedecer los dictados del deber ” (Anthropol., sect. 10, a). El platónico Sócrates tomó otra visión limitada cuando dijo que el valor era episteme ton deinon kai me (Laches, 199); e infirió por ello que podía ser enseñada. Ya que por si mismo el hombre prefiere la virtud al vicio, podemos entonces decir que para él cada acto de vicio es una falla de la fortaleza. Aristóteles también lo habría admitido; sin embargo escogió esta definición: “Fortaleza es la virtud del hombre que al ser confrontado con una noble ocasión de arrostrar el peligro y la muerte, va a su encuentro sin miedo” (Eth. Nic., III, 6). Un espíritu así tiene que ser formado como hábito sobre datos más o menos favorables; y en ello se asemeja a otras virtudes del tipo moral. Aristóteles habría controvertido la descripción de Kant de estabilidad moral en todas las virtudes como una cualidad no cultivable para convertirla en hábito: “Virtud es la fuerza moral de la voluntad al obedecer los dictados del deber, nunca convertida en costumbre sino siempre surgiendo fresca y directamente de la mente ” (Anthropol., I, 10, a). No toda clase de peligro a la vida satisface la condición de Aristóteles de verdadera fortaleza: debe estar presente algún despliegue de proeza — alke kai kalon. Quizá no excluya muy positivamente el aguante pasivo del martirio, pero Santo Tomás parece estar protestando silenciosamente contra tal exclusión cuando sostiene que el valor está más bien en el aguante que en el ataque.

Como cometarista sobre Aristóteles, el profesor J.A. Stewart reta a los amigos de los mártires a defender su causa cuando dice: “Es solo cuando el hombre puede tomar las armas y defenderse, o donde la muerte es gloriosa, que puede mostrar coraje” (p. 283). Aquí la conjunción “o” tal vez salve la situación: pero no existe tal reserva en la p. 286, cuando agrega: “Los hombres muestran coraje cuando pueden tomar las armas y defenderse, o (e) donde la muerte es gloriosa. La condición primera puede darse sin la última, en cuyo caso la andreia no sera de tipo espúreo: la última condición, empero, no puede darse sin la primera. Muerte por una buena causa que aguantó el hombre sin temor, pero a la que no pudo resistirse activamente, no puede ser kalos thanatos (muerte gloriosa).” ¿Hace Aristóteles positivamente esta exclusión? Si es el caso, Santo Tomás lo corrige muy necesitadamente, como los británicos admitirían en el caso de sus soldados que frente a la costa de Sudáfrica en 1852, noblemente se mantuvieron en sus puestos y se hundieron sin oponer resistencia al hundirse el barco Birkenhead, para dar a los civiles más oportunidad de ser salvados. Como especímenes de valor no en un orden más alto, Aristóteles da los casos de soldados a quienes su habilidad les permite enfrentar sin mucha aprehensión lo que otros temerían y que están prestos a huir tan pronto es visto grave peligro: de hombres valientes en forma animal cuya acción es dificilmente moral: de valor donde la esperanza es grandemente en exceso del temor: de la ignorancia que no alcanza a apreciar el riesgo: y de la virtud civil que es motivada por la sanción de premio y castigo. En los casos anteriores falla la prueba de oi andreioi dia to kalon prattousi — “el ejercicio de la fortaleza es virtud “, un principio que se opone al mero pragmatismo que mide el valor por la eficiencia en desempeño soldadesco. Aristóteles dice que los mercenarios, quienes no tienen un gran aprecio por el valor de sus propias vidas, exponen con mayor presteza sus vidas que el hombre virtuoso que entiende el valor de su propia vida y que considera a la muerte el peras – el fin de su propia existencia individual (phoberotaton d’ ho thanatos peras gar). Algunos han admirado a los nihilistas rusos que se lanzan a una muerte cierta sin esperanza para ellos, ahora o en el más allá, pero con esperanza para futuras generaciones de rusos. Es en la esperanza por el fin que Aristóteles pone el estímulo para el valeroso acto que por si mismo trae dolor. Dulce et decorum est pro patria mori (“Es dulce y noble morir por la propia tierra natal ” — Horacio, Odas, III, ii, 13): la nobleza está en el acto, la dulzura principalmente en las consecuencias anticipadas, excepto cuando hay una fuerte nobleza (Aristotle, Eth. Nic., III, 5-9) en el auto sacrificio.

3. Santo Tomás se mantiene tan cerca como puede de Aristóteles, separándose de él en lo relacionado a la dignidad, tal vez, que se encuentra en la muerte pasiva de un mártir, a la esperanza por una vida futura, y al carácter de la virtud como una cuestión principalmente de fina conducta estética. Llama virtud específica de fortaleza la que enfrenta los más grandes peligros y por ello la que encuentra el riesgo de perder la vida en batalla. La fortaleza no concierne tanto la audacia como el timor: no tanto aggredi (ataque ) como sustinere (aguante): que significa que el hombre valeroso tiene que cuidar más bien aguantar contra circunstancias terríficas, que dominar su impetuosidad y en caso contrario excitarla hasta el grado requerido: principalior actus fortitudinis est sustinere, immobiliter sistere in periculis, quam aggredi. Séneca, como un estoico, también ataca el uso que Aristóteles hace del enojo como un instrumento en la mano de la virtud; trata a la pasión como mala y que debe ser suprimida. En el asalto se despliega la excitación animal, la furia de la batalla, que Santo Tomás llama pasión irrascible: y de esto dice Santo Tomás lo que Aristóteles dice de thymos, que es un agente a ser usado por la voluntad racional dentro de los límites debidos. Cualquier cosa como el maligno deseo de descuartizar un odiado enemigo por venganza o por salvaje deleite en derramar sangre debe ser excluído. Para el aguante (sustinere), Santo Tomás dice , no se demanda la parte irrascible, ya que es suficiente lo razonable, “ya que el acto de aguante radica solo en la razón per se”. Como virtud cardinal, que es una consideración no hecha por Aristóteles, la fortaleza es tratada por Santo Tomás desde el aspecto de su necesidad para asegurar la estabilidad de virtudes en general: Cardinales principales dicuntur virtutes, quoe proecipue sibi vindicant id quod pertinet communiter ad virtutes. Las virtudes en general deben actuar con aquella firmeza que les otorga la fortaleza (II-II, Q, cxxiii).

4. La fortaleza, como uno de los dones del Espíritu Santo, es una virtud supernatural, y va mucho más allá del ámbito Aristotélico. Es lo que, como Cristianos debemos tener siempre en mente para hacer nuestros actos aceptables para la vida eterna. Pero aun nos mantenemos sujetos a los principios naturales de fortaleza como aquellos sobre los que tiene que construir la gracia. En la vida espiritual del Cristiano común, mucho de lo que ha dicho Aristóteles permanece cierto en su propio grado, aunque tenemos que apartarnos especialmente de la insistencia del maestro acerca del campo de batalla. Nuestro ejercicio no es en lo que se llama guerra estrictamente, sino en el coraje moral contra el espíritu maligno de los tiempos, contra las modas impropias, contra el respeto humano, contra la humana tendencia de buscar por lo menos lo cómodo, si no es que voluptuoso. Necesitamos coraje también para ser pacientes bajo la pobreza o privación y para hacer laudables luchas para elevarnos en la escala social. Se requiere fortaleza para remontar por encima del muerto nivel promedio de la Cristiandad hasta la región de la magnanimidad, y si la oportunidad lo permite, de magnificencia, que son las virtudes aliadas de la fortaleza; mientras que otra es la perseverancia, que no tolera descuidos ocasionales, menos aun arranques ocasionales de disipación para aliviar la tensión de moralidad y religión de alto tono.

5. Las condiciones físicas de la fortaleza son tratadas por ejemplo por Bain en “Las Emociones y la Voluntad “, y son tales como: “bondad y tono nervioso que mantienen todas las corrientes en su cursos apropiados con una cierta persistencia robusta; salud y frescura; frialdad tónica; espíritu ligero y boyante; temperamento alegre y sanguineo; dominio adquirido sobre el terror, como cuando el soldado se sobrepone a la fiebre del cañón de su primer encuentro, y el conferencista domina el nerviosismo de su primer discurso en público ” (Chap V, no. 17). Estos asuntos físicos, aunque no directamente morales, son dignos de atención; hay mucha interacción entre las cualidades físicas y las morales y nuestra obligación es cultivar conjuntamente los dos departamentos de la fortaleza.
Ver los autores citados en este artículo y en el artículo VIRTUDES CARDINALES.

J. RICKABY
Transcrito por Robert B. Olson
Ofrecido al Dios Todopoderoso por el don de fortaleza para todos los miembros de Su Santa Iglesia Católica
Traducido por Javier L. Ochoa Medina

Fuente: Enciclopedia Católica