FUEGO

v. Arder, Ardor, Llama, Quemar
Gen 19:24 Jehová hizo llover sobre .. azufre y f de
Gen 22:7 habló Isaac .. Padre mío .. He aquí el f y
Exo 9:23 tronar .. y el f se descargó sobre la tierra
Exo 13:21 en una columna de f para alumbrarles
Exo 22:6 el que encendió el f pagará lo quemado
Exo 32:24 lo eché en el f, y salió este becerro
Exo 35:3 no encenderéis f en .. vuestras moradas
Exo 40:38 nube .. y el f estaba de noche sobre él
Lev 9:24; 10:2


Fuego (heb. ‘êsh; gr. púr, purá, púrí‡sis). Materia ardiendo, con o sin llama, junto con el calor y la luz que desprende. Por causa de la dificultad de encenderlo, en los tiempos antiguos se mantení­an lámparas encendidas continuamente como una fuente inmediata de fuego. Cuando Abrahán viajó con Isaac al monte Moriah para sacrificar a su hijo, llevó consigo fuego para encender el sacrificio (Gen 22:6, 7). El fuego se usaba para cocinar, iluminar, calentarse y refinar metales. Como era un elemento muy importante para los antiguos, se lo menciona con frecuencia en las Escrituras. A menudo está asociado con la presencia de Dios (Gen 15:17; Exo 3:2, 13:21, 22; 19:18; etc.) y desempeña un papel importante en las visiones simbólicas de la divinidad (Eze 1:27; Dan 7:9, 10; Rev 1:14; 2:18). Se compara a Dios con un fuego consumidor o devorador (Deu 4:24; Heb 12:29; cf Exo 24:17; Isa 33:14) y un fuego purificador (Mal 3:2); hasta la palabra de Dios es comparada con el fuego (Jer 23:29; cf 5:14; 20:9). Así­ como el Señor castigó a los pecadores con fuego (Lev 10:2; Num 11:1; 16:35; 2Ki 1:10, 12; Jud_7), los aniquilará finalmente con él (Rev 20:9). El fuego del cielo expresó la aceptación de Dios de una ofrenda (Lev 9:24; Jdg 6:21; 2Ch 7:1). Se describe a los ángeles como “ministros” y como “flamas de fuego” (Psa 104:4). Véase Lámpara.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n focus, hogar. Desarrollo simultáneo de calor y luz por la combustión de ciertos cuerpos, como la leña, la paja, el carbón. Se empleaba domésticamente para preparar los alimentos, Ex 12, 8- 9; 2 Cro 35, 13; Lc 24, 42; Jn 21, 9; como calefacción, Jr 36, 22; Mc 14, 54. Para cocer los ladrillos, Gn 11, 3; en la fundición y forja de metales, Ex 32, 24; Is 44, 12; 1 P 1, 7. Como purificación, para evitar las infecciones se echaban al f. las ropas del leproso, Lv 13, 52-57.

En la vida religiosa de los pueblos antiguos el fuego tuvo un papel preponderante, se empleaba en los sacrificios para quemar las ví­ctimas.

Los cananeos pasaban por el f. ví­ctimas humanas niños, en honor del dios Mólec, Lv 18, 21; 20, 2; Dt 12, 31; rito éste que fue introducido en Israel, a pesar de las prohibiciones de la Ley, 2 R 16, 3; 21, 6; 23,10; Is 30, 33; Jr 7, 31; 19, 5; 32, 35; Ez 16, 21. Desde los primeros tiempos bí­blicos, pasando por los patriarcas, y como lo establece la Ley, el f. fue fundamental en los ritos de adoración a Dios, Gn 8, 20; Ex 29, 18 y 25; Lv 1, 9; Nm 28, 1. En el altar de los holocaustos, el f. debí­a permanecer encendido y alimentado diariamente con leña por el sacerdote, Lv 6, 5-6; igualmente debí­a estar prendida permanentemente la lámpara, que debí­a ser alimentada con aceite de oliva, Ex 27, 20-21; Lv 24, 1-4. El fuego es sí­mbolo del poder y la grandeza de Dios, como sucedió en las teofaní­as, cuando Yahvéh se le presenta a Abraham, Gn 15, 17; a Moisés se le aparece en la zarza ardiente, Ex 3, 2; en el desierto, Yahvéh guió a su pueblo en la noche, en una columna de f., Ex 13, 21-22; 40, 38; Dt 1, 33; Sal 78 (77), 14; 105 (104), 39; Ne 9, 19; Sb 10, 17-18; 18, 3; Is 4, 5; cuando el pueblo de Israel estaba al pie del monte Sinaí­, Yahvéh descendió a la montaña en el f., Ex 19, 18; Dt 5, 24; el dí­a de Pentecostés, el Espí­ritu Santo se manifestó por medio de lenguas de fuego, Hch 2, 3.

Este f. de las teofaní­as es un rasgo que se mantiene en la apocalí­ptica judí­a y en la escatologí­a cristiana, la segunda venida de Cristo, se dice en 2 Ts 1, 18, será †œen medio de una llama de f.†. También, como castigo tras el juicio final, Mt 3, 10; 13, 40-42 y 49-50; 25, 41; Mc 9, 43-48; Lc 3, 9; 17, 28-30; Jn 15, 6; Ap 20, 9-10 y 14-15. Gaal, rechazo. Hijo de Obed, quien dirigió una revuelta de los de Siquem contra el rey Abimélek, quien no residí­a en esta ciudad y tení­a allí­ como su lugarteniente a Zebul. El soberano sofocó la rebelión, y Zebul expulsó a G. y a los suyos de la ciudad de Siquem, Jc 9, 26-41.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Se usa la palabra fuego por primera vez en las Escrituras en Gen 19:24. Antes del diluvio, Tubalcaí­n (Gen 4:22) fue el padre de los herreros. En el relato del pacto abrahámico (Gen 15:17) se cuenta de un horno humeante y una antorcha de fuego. En la institución de las ceremonia sacerdotales aarónicas, Dios envió fuego del cielo para consumir la primera ofrenda (Lev 9:24) para mostrar su aceptación. Habí­a de mantenerse este fuego constantemente (Lev 6:9). Cuando los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú, ofrecieron fuego extraño, probablemente estando ebrios (Lev 10:1, Lev 10:9-10), el juicio fogoso de Dios descendió sobre ellos y los destruyó. El destino final de los enemigos de Dios es el lago de fuego (Rev 19:20; Rev 20:10, Rev 20:14). Algún dí­a este mundo será consumido por fuego (2Pe 3:7-12).

Dios usa fuego no solo para el juicio sino también para la prueba (1Co 3:12-15). La gloria de Dios está acompañada por fuego (Eze 1:27). Los serafines son criaturas fogosas (Isa 6:2) al igual que las serpientes ardientes de Num 21:6 (del mismo verbo heb. saraph, quemar). Se describe a nuestro Señor con ojos como llama de fuego, sugiriendo su obra de juicio (Rev 1:14). Se usa el fuego para refinar el oro y para limpiarnos (Mal 3:2).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Un sí­mbolo de la presencia de Dios: (Eze 1:27), del Espí­ritu Santo: (Hch.2); una forma de juicio: (Gen 19:24, Mat 25:46, Rev 1:14); y un sí­mbolo de prueba: (1Co 3:12-15, 2 Ped.3).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Combustión que produce calor y luz, a veces con llamas. La mayorí­a de las religiones primitivas usaban el f. como parte de sus ceremonias, relacionándolo con el sol, fuente de vida y energí­a. Necesario para cocinar los alimentos, para calentarse en momentos de frí­o y alumbrarse de noche, se mantení­a un f. encendido en los templos paganos, de los cuales se serví­a toda la comunidad. En la religión de los hebreos habí­a una multiplicidad de usos para el f., especialmente en los sacrificios.

No se tiene un registro bí­blico sobre la forma en que los israelitas producí­an el f., pero lo más probable es que el método utilizado en el desierto era algo laborioso. Quizás por eso se prohibió encender f. en el dí­a de reposo (Exo 35:3). Ya en Canaán, les fue posible fabricar †¢carbón, por la abundancia de árboles (†œEl carbón para brasas, y la leña para el f.† [Pro 26:21]). La costumbre era dejar en la casa algunas brasas de carbón encendidas para renovar el f. cuando se necesitara. Se mencionan otros materiales, como rastrojo, paja, espinos, hojarasca, etcétera (Isa 5:24; Isa 33:12; Joe 2:5). También se utilizaba como combustible excremento seco de animales (Eze 4:15).
f. se usa el término para comunicar la idea de la presencia de Dios, quien es †œf. consumidor† (Deu 4:24). †œEl íngel de Jehovᆝ se apareció a Moisés †œen una llama de f. en medio de una zarza† (Exo 3:2). Dios guió al pueblo de Israel de noche †œen columna de f.† (Exo 13:21; Num 14:14). †œY la apariencia de la gloria de Jehová era como un f. abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel† (Exo 24:17). En la inauguración del †¢templo †œvieron todos los hijos de Israel descender el f. y la gloria de Jehová sobre la casa† (2Cr 7:3). El Señor Jesús es el que bautiza †œen Espí­ritu Santo y f.† (Mat 3:11). Por eso en el dí­a de †¢Pentecostés a los discí­pulos †œse les aparecieron lenguas repartidas, como de f., asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espí­ritu Santo† (Hch 2:3-4).
én se usa el f. para comunicar la idea de juicio. La primera mención que se hace de algo relacionado con el f. es en Gen 3:24, donde se habla de †œuna espada encendida que se revolví­a por todos lados, para guardar el árbol de la vida† Como se utilizaba el f. para derretir metales, separando la escoria de los elementos valiosos (†œMas él conoce mi camino, me probará y saldré como oro† [Job 23:10]), la palabra sirve para señalar a un proceso mediante el cual se hace separación entre lo bueno y lo malo. Así­, el apóstol Pablo señala que †œla obra de cada uno se hará manifiesta; porque el dí­a la declarará, pues por el f. será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el f. la probarᆝ (1Co 3:13).
vista de la capacidad destructiva del f. se utiliza el término como figura para señalar destrucción y calamidad. Muy frecuentemente se le relaciona con la ira de Dios, quien dice: †œPorque f. se ha encendido en mi ira, y arderá hasta las profundidades del Seol; devorará la tierra y sus frutos, y abrasará los fundamentos de los montes† (Deu 32:22). El Sal 21:9, dice: †œJehová los deshará en su ira, y f. los consumirᆝ. La costumbre de quemar la basura y los desperdicios ( †¢Hinom) es usada para ilustrar el destino final de los impí­os, el infierno, el †œf. que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el f. nunca se apaga† (Mar 9:43-44). †¢Satanás mismo está destinado †œal lago de f.† (Apo 20:10-15). †¢Carbón. †¢Infierno.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, TIPO

ver, CASTIGO ETERNO

vet, La primera utilización de fuego en la Biblia se halla sobrentendida en el relato del sacrificio de Caí­n y de Abel (Gn. 4:3). No se ha llegado a conocer aún a ninguna nación que no haya conocido el uso del fuego; lo que sí­ se ignora es quién lo enseñó a los hombres. Los pueblos antiguos tení­an multitud de leyendas acerca de esto. Según la mitologí­a griega, Prometeo, habiendo arrebatado a Zeus el fuego del cielo, fue encadenado en una peña por toda la eternidad. El fuego es, evidentemente, indispensable para el hombre (Eclo. 39:26). Sirve para diversas actividades: (Gn. 4:22), para la preparación de alimentos (Ex. 16:23; Is. 44:16), para calentarse (Jer. 36:22; Jn. 18:18; Hch. 28:2). Los holocaustos ofrecidos a Jehová tení­an que ser totalmente consumidos por fuego (Gn. 8:20). Era como si el fuego hiciera subir hasta Dios el sacrificio; se decí­a, metafóricamente, que era un olor suave a Jehová (Gn. 8:21). El que ofrecí­a un sacrifico encendí­a el fuego (Gn. 22:6). Moisés ofreció holocaustos sobre el altar que erigió (Ex. 40:29). Al final de la ceremonia de consagración de Aarón y de sus hijos al sacerdocio, el fuego de Jehová cayó sobre el sacrifico, consumiéndolo totalmente (Lv. 9:24); Dios habí­a aceptado la ofrenda y manifestó su gloria. El fuego del altar no debí­a extinguirse nunca (Lv. 6:9-13). En la inauguración del Templo y del nuevo altar, descendió fuego del cielo, consumiendo el sacrificio (2 Cr. 7:1). En otras ocasiones, Dios manifestó también su aprobación con fuego del cielo consumiendo el holocausto (Jue. 6:21; 1 R. 18:23, 24; 1 Cr. 21:26). Entre los paganos habí­a adoradores del fuego (Sab. 13:2). Los secuaces del culto de Moloc, Baal y otros idólatras consagraban sus recién nacidos arrojándolos a las llamas (2 R. 16:3; 21:6; Jer. 7:31; Ez. 16:20, 21). En ocasiones, se agravaba la pena de muerte quemando el cadáver del ejecutado (Lv. 20:14; 21:9; Jos. 7:25; 2 R. 23:16). Frecuentemente, el fuego simboliza la presencia del Señor, que libera, purifica o consume (Ex. 14:19, 24; Nm. 11:1, 3, etc.). De esta manera Jehová se apareció en la zarza ardiente en Sinaí­ (Ex. 3:2; 19:18) se reveló en medio del fuego a Isaí­as, Ezequiel, Juan (Is. 6:4; Ez. 1:4; Ap 1:14) y así­ aparecerá cuando vuelva (2 Ts. 1:8). El fuego es asimismo un sí­mbolo del Espí­ritu Santo (Hch. 2:3) y de la Palabra de Dios (Jer. 5:14; 23:29) El fuego finalmente figura entre las expresiones relativas al juicio de Dios: Los malvados serán consumidos por el fuego de su ira (Sal. 68:3; 97:3; Is. 30:33; 47:14; Mt. 3:10; 7:19; Jn. 15:6); conocerán el fuego de la Gehena (Mt. 5:22; 18:9; Mr. 9:43), el horno ardiente (Mt. 13:42, 50), el fuego eterno (Mt. 18:8; 25:41; Jud. 7), el fuego que no se apaga (Mt. 3:12, cp. Is. 66:24), el lago ardiendo con fuego y azufre (Ap. 19:20; 20:10, cp. Ap. 14:10; 20:14). (Véase CASTIGO ETERNO).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[001]

Término real que indica combustión y destrozo de una materia y término escatológico que alude a ese misterio sancionador reservado para quienes no quieren acoger la oferta divina de salvación.

El sentido de fuego como purificación aparece en los profetas con frecuencia: Dios se aparece a Moisés en medio de fuego (Ex. 3.2. 19 y 18) y acompañó a los israelitas en el desierto en columna de fuego (Ex. 13. 21). Dios mandó fuego al Carmelo para dar garantí­a al sacrificio de Elí­as (1 Rey. 18 38). Y purificó los labios de Isaí­as con un tizón encendido (Is. 6.6) para asegurar su sacrificio.

Pero más veces tiene una alcance de castigo aterrador: Caso de Sodoma y Gomorra (Gn. 19.26-27) o de los sacrí­legos abrasados en el desierto (Lev. 10.3).

En el nuevo Testamento la idea del fuego surge con frecuencia: 84 veces aparece como tal (fuego, pyr o pyreo) y docenas más en referencia a llama, a arder, a quemar o a consumirse, a sentirse comprometido hasta quedarse en una acción.

Atribuido a los labios de Jesús aparece el término 17 veces refiriendo el fuego como castigo interminable y con sentido definitivo: “Id al fuego eterno” (Mt. 25.41). “El que no da fruto será arrojado al fuego” (Mt. 3. 12 y 7. 19) “A la cizaña se la quemará en el fuego.” (Mt. 13. 40)

La Iglesia, en sus enseñanzas tradicionales, habló siempre del fuego purificador del “Purgatorio” y del fuego eterno castigador del “Infierno”. Pero es evidente que no se trata de un fuego fí­sico al estilo de la combustión como acontece en este mundo, sino de otro diferente aunque “real”: del fuego sancionador que, desde la metáfora de lo natural, permite llevar la atención a la idea de un misterio purificador.

Esta visión debe ser bien poseí­da por el educador de la fe, para que no entre en discusiones sobre el sentido de la metáfora y prefiera centrar la atención en la realidad de la sanción divina.

El misterio de la salvación y de la condenación es demasiado sutil para ser asimilado por mentes inmaduras.

(Ver Purgatorio 4.1; ver Infierno 3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El fuego, el aire, el agua y la tierra eran, según los antiguos, los cuatro elementos de los cuerpos. El fuego da luz y calor, un buen sí­mbolo del poder y de la fuerza de Dios. De hecho Dios se suele aparecer como fuego y entre fuego (Dt 5,24; Ex 3,2; 13,21; 14,24; 19,18; 1s 6,6; Ez 1,4). Jesús habla del fuego escatológico, un fuego eterno, que no se apaga nunca (Mt 18,8; 25,41; Mc 9,43. 48), con una función purificadora (Mt 3,10-12; 7,19; 13,42. 50), como instrumento del castigo eterno (Mc 9,49) e incluso con función consumidora (Mt 3,12; 13,40; Lc 3,9; Mc 9,43). Jesucristo ha venido a traer fuego a la tierra (Lc 12,49), pero no un fuego arrasador y vengativo (Lc 9,54); ha venido a traer un bautismo en Espí­ritu Santo y en fuego (Mt 3,11; Lc 3,16), que produzca en el hombre la conversión total en el amor.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(Dios, excluidos, infierno, juicio, pecado). Dentro de la teologí­a cristiana, suele citarse el fuego en relación con la exclusión de los pecadores, conforme a la sentencia de Mt 25,41: “Apartaos de mí­, al fuego eterno”. Pero tiene además otros sentidos, vinculados de un modo especial con la manifestación de Dios, en su doble forma, creadora y destructora.

(1) Fuego de Dios: teofaní­a y castigo. El fuego está ligado a lo divino como fuerza creadora y destructora. La misma revelación de Dios, que trasciende y fundamenta los principios y poderes normales de la vida, se halla unida repetidamente al fuego. Hay fuego de Dios en la teofaní­a del Sinaí­ (Ex 19,18), lo mismo que en la visión de la zarza ardiendo (Ex 3,2) y en la nube luminosa (Ex 13,21-22; Nm 14,14). El fuego acompaña a las grandes teofaní­as apocalí­pticas de Ez 1,4.13.27 y Dn 7,10 y, lógicamente, puede adquirir rasgos destructores para aquellos que se oponen al proyecto de Dios, dentro de la misma historia. En ese plano se sitúa el castigo de las viejas ciudades pervertidas de la hoya del mar Muerto (Gn 19,24-25), lo mismo que la séptima plaga de Egipto (Ex 9,24). Por eso, no es extraño que se diga que del seno de Dios proviene el fuego que devora a los rebeldes (Lv 10,2) o destruye a los murmuradores del pueblo de Israel en el desierto (Nm 11,1-3). Este es el fuego que obedece a Elias, profeta (1 Re 18,38-39; 2 Re 1,10-12), castigando a los enemigos de Dios o a los mismos israelitas pervertidos (cf. Am 1,4-7; 2,5; Os 8,14; Jr 11,16; 21,24; Ez 15,7; etc.). En contra de eso, el fuego de Mt 25,41 desborda el nivel histórico y debe situarse en una perspectiva escatológica: en el momento final de la historia, cuando Dios realiza el juicio sobre el mundo. En esta lí­nea han empezado a situarse ya las formulaciones de Joel, con su visión del fuego que precede y comienza a realizar el juicio (J1 2,3; 3,3). También es importante Ez 38,22; 39,6, que presenta el fuego como instrumento de la justicia de Dios, que destruye al último enemigo de los justos, Gog y Magog, antes de que surja un mundo nuevo. Por su parte, Mal 3,1-3.9 anuncia la venida escatológica de Elias con el fuego de Dios que purifica y prepara la llegada de Dios.

(2) Moisés. La zarza ardiente. Conforme a un esquema usual en muchas tradiciones religiosas de Oriente y Occidente, la manifestación de Dios se encuentra vinculada al fuego: es llama que arde y calienta. El texto más significativo es el de la zarza ardiente: “Entonces se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego en medio de una zarza. Moisés observó y vio que la zarza ardí­a en el fuego, pero la zarza no se consumí­a. Entonces Moisés pensó: Iré, pues, y contemplaré esta gran visión; por qué la zarza no se consume. Cuando Yahvé vio que se acercaba para mirar, lo llamó desde en medio de la zarza diciéndole: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí­” (Ex 3,2-4). Este pasaje vincula fuego y zarza (árbol y llama), en paradoja que ilustra el sentido radical de lo divino. Moisés ha tenido que atravesar el desierto y llegar a la montaña sagrada, donde ve a Dios en la zarza que arde. Arbol y arbusto son desde antiguo signos religiosos, como aparece en la historia de Abrahán (encina de Moré: Gn 12,6) y como sabe la tradición religiosa cananea, combatida por los profetas (culto de la piedra y ár bol, de Baal* y Ashera*). Pues bien, en este momento, en medio del desierto, la visión de Dios se encuentra vinculada con un árbol ardiente: la misma vegetación se vuelve ardor y fuego donde Dios se manifiesta. Este es un fuego paradójico: es zarza llameante que arde sin consumirse. Esto es Dios: llama constante, vida que se sigue manteniendo en aquello que parece incapaz de tener vida. Quizá pudiera trazarse un paralelo: los hebreos oprimidos son la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, consumidos por el desierto o aniquilados por la montaña de los grandes pueblos de este mundo. Pues bien, en esa zarza que se consume sin consumirse se desvela Dios, como vida, en aquello que es más débil, más frágil. Moisés ha ido a la Montaña de Dios dispuesto a ver el espectáculo, como simple curioso que mira las cosas desde fuera. Pero Dios, que le hablará desde el fuego de la zarza, tiene otra intención, se manifiesta de otra forma, revelándose como Yahvé (El que Es) y enviándole a liberar a los hebreos.

(3) Fuego destructor, fuego de castigo. Introducción. A partir de los pasajes anteriores, la tradición exegética ha distinguido dos tipos de fuego de castigo: uno que destruye a los culpables para siempre (fuego de aniquilación) y otro que les castiga y atormenta, también para siempre (fuego de punición), (a) Fuego de aniquilación. Es signo de la fuerza destructora de Dios que consume a los malvados. El mismo fuego de Dios ejerce una función positiva (da calor, ofrece vida, es signo teofánico) y también otra que es negativa (es terrorí­fico, destruye todo lo que encuentra). En esa lí­nea, desde un punto de vista filosófico, dentro de la tradición occidental, el fuego puede presentarse como signo de la totalidad cósmica, como principio positivo y constitutivo de la realidad (uno de los cuatro elementos; los otros son agua, tierra, aire) o como poder destructor, que todo lo aniquila para recrearlo (Heráclito). El fuego, en fin, tiene una clara connotación psicológica y se muestra como expresión de aquel poder que nos conduce a la conquista del mundo (complejo de Prometeo) o nos lleva hacia la luz oscura de la muerte (mito de Empédocles), convirtiéndose así­ en sinónimo de ruptura, destrucción, puro vací­o, (b) Fuego de castigo. No destruye, sino que va quemando sin fin los cuerpos y las almas de los condenados. Esta visión de fuego de castigo inextinguible sólo es posible allí­ donde se pone de relieve el carácter perverso de algunos hombres y la visión de un Dios juez, que impone una condena sin fin a esos perversos. Este es un tema clave de la teodicea entendida ya de una manera judicial. El viejo Sheol* de las representaciones antiguas, donde todos por igual perviven tras la muerte, en estado de sombra (pero sin sufrimiento), no responde a la nueva experiencia de Dios y su justicia, que tiene que sancionar a los malvados. Por eso, el Sheol se convierte progresivamente en lugar de espera hasta que llegue el juicio que se expresa como salvación o condena (cf. Dn 12,1-3).

(4) Aniquilar o castigar. Desarrollo bí­blico. Conforme a lo anterior, la función del fuego es doble: puede concebirse como fuerza destructora que aniquila o como llama juzgadora que castiga. En un caso estamos ante la “pena de muerte” que es propia de la misma naturaleza, muerte que aniquila al fin a todos, en un proceso constante de generación y corrupción, que se aplica por igual a cuerpos y almas. En otro caso estamos ante una “condena perpetua”, un castigo sin fin. No es fácil deslindar las perspectivas. Las palabras de los textos bí­blicos resultan muchas veces ambiguas. Quizá el mismo contenido de la suerte de los condenados resulte ambivalente. Por eso no es extraño que se crucen las imágenes de tal forma que a veces se pueda pensar en una destrucción (aniquilación) de los perversos que dejan de existir, consumidos por el fuego de Dios; otras, en cambio, parece que se trata de un castigo que no acaba, con un fuego de condena que jamás termina de quemar a los malvados. Resulta arriesgado distinguir representación de representación. Por otra parte, no podemos olvidar que el fuego es sí­mbolo del fracaso del hombre que se pierde frente a Dios, es sí­mbolo y no concepto claro. A pesar de ello pensamos que hay algunas lí­neas que pueden destacarse. Del fuego que destruye a los malvados habla Job 36,9-10 y de forma todaví­a más concreta 4 Esd: los perversos se han alzado contra el pueblo de los justos y parece que van a destruirlo; pues bien, entonces surgirá “ese hombre” (Hijo de Hombre), arrojará fuego de su boca y destruirá a los enemigos (4 Esd 13,10-11; cf. BarSir 37,1; 48,39). Este juicio destructor suele tener carácter propedéutico: función suya es quemar a todos los perversos, a fin de que resulte posible el orden de Dios, el mundo nuevo. Sólo viven y perviven, resucitan, los amigos de Dios o los salvados. De los otros no queda más recuerdo positivo ni existencia; serán aniquilados. El fuego de condena está simbolizado por la gehena. (5) Gehenna: fuego de castigo. Dentro de la lógica de la teologí­a israelita, resulta normal que en un momento dado el castigo de los pecadores deje de tomarse como aniquilación y se interprete en forma de condena duradera. Junto a la vida de los justos en el nuevo eón que ya se acerca está el castigo o sufrimiento de los condenados. El fuego, que antes era destructor, se vuelve ahora principio de tortura. Así­ lo supone Is 66,22-24: frente a los salvados, que ascienden y llegan al templo, se amontonan en la parte más honda del valle que está junto al templo los cadáveres de los rebeldes, pudriéndose y quemándose por siempre (cf. Jdt 16, i 7; Eclo 21,9-10). Esta doble imagen, de la montaña de Dios (templo, cielo) y del valle de los muertos (corrupción, fuego), pervive a lo largo de la tradición posterior. Frente al lugar de la vida o salvación se encuentra el campo de la muerte, identificado con la gehenna, valle de mala memoria, al borde de Jerusalén (cf. 2 Re 16,3; 21,6), basurero donde arden sin fin los desperdicios de la ciudad, lugar que se convierte en signo de castigo para los injustos (cf. 1 Hen 90,26; Jr 7,32; 19,6; ApBar 59,10). Del Sheol, donde todos los muertos llevaban sin distinción vida de sombras, en el momento en que se va expresando la esperanza en una supervivencia, pasamos al simbolismo de la doble suerte de los hombres: nuevo eón para los justos, gehenna o castigo para los impí­os. Sólo ahora puede hablarse de una doble resurrección: unos para la vida y otros para la ignominia eterna (Dn 12,1-2).

(6) ¿Novedad de Jesús? En este contexto se sitúa la palabra de Jesús. Anotemos que, según la tradición evangélica, Jesús ha rechazado el uso del fuego como expresión de un castigo dentro de la historia: no ha querido ser Elias que destruye con la llama de Dios a las personas enemigas (cf. Lc 9,54-55). Tampoco alude al fuego como fuerza del juicio que aniquila, en la lí­nea de aquello que se pone en boca del Bautista (Mt 3,1-12 y par; cf. ApJn 20,9). Jesús anuncia el juicio y lo anuncia seriamente; pero nunca ha interpretado a Dios en forma de principio o portador de un fuego que destruye a los malvados. Dios viene a salvar, no a destruir; viene para amar a los pecadores y no para aniquilarlos con su llama. Pues bien, rechazando el fuego del castigo histórico, Jesús parece haber acentuado el papel del fuego en la condena escatológica, pero lo ha hecho siempre de forma parabólica, a modo de llamada a conversión. El mismo Jesús que no quiere actuar como juez que destruye a los hombres del mundo ha anunciado, con radicalidad hasta entonces insospechada, la posibilidad de un rechazo humano, el peligro de un final que se expresa en la condena (cf. Mc 9,42-45; Mt 10,28; 13,40-42). En ese contexto se sitúa Mt 25,41, cuando dice a los que se hallan a la izquierda: “Id al fuego eterno”. En este contexto, fuego (pyr) significa alejamiento del Señor, separación respecto al Hijo del Hombre (“apartaos de mí­”). Fuego es Dios como principio de vida (luz*). Por el contrario, la lejaní­a de Dios se convierte en fuego de destrucción, en soledad, fracaso. Ese fuego es aionios, es decir, definitivo, es la expresión de una vida que llega a su fin, a un final que no tiene retorno. Pero, dicho eso, debemos añadir que el texto de Mt 25,31-46, no es un texto filosófico, dedicado a la naturaleza del fuego o del infierno, sino un texto parenético. No está diciendo sólo lo que pasará al final, sino que está intentando precisar el sentido del presente, como tiempo en que los hombres pueden comunicarse entre sí­, en amor mutuo. En ese sentido, el infierno (fuego definitivo) es el rechazo del otro, es el negar la vida al pobre, hambriento y sediento, es el negar la comunión al distinto (desnudo, extranjero), es el negar la ayuda al oprimido (enfermo, encarcelado). Jesús ha proclamado un mensaje de gracia total, de manera que ha ofrecido el reino de Dios a todos los hombres y mujeres, sin condiciones de ningún tipo, con la sola condición de que lo acepten, es decir, de que se acepten a sí­ mismos como amigos, perdonados, agraciados. Donde ellos no se aceptan así­, donde no se reconocen unos a los otros, corren el riesgo de perderse, pero siempre en el interior de un Dios que acaba siendo fuego de amor*.

(7) Apocalipsis. El fuego es uno de los elementos básicos de la realidad, vinculado por una parte a Dios (es creador, signo de vida) y por otra al juicio y destrucción de los perversos. Estos aspectos resultan a veces difí­ciles de separar: (a) Fuego de Dios. Está representado por las lámparas que brillan ante su trono (Ap 4,5) y por el mar cristalino de fuego que forma la base de su cielo (cf. 15,2). Es fuego que puede volverse destructor, quemando en la guerra final a los perversos (20,9). (b) Fuego de Cristo. Aparece en sus ojos que alumbran como llama (1,14; 2,18; 19,22) y en sus pies que son bronce candente (1,15; cf. 10,1). (c) Fuego del jidcio histórico. Lo utilizan, por un lado, los perversos para realizar su obra fatí­dica (9,17; 13,13), que culmina en la quema de la Prostituta (17,16). Pero también Dios lo emplea en un proceso que va marcando la destrucción de todas las cosas (8,3-7; 16,8-9; 18,1). (4) Fuego del juicio escatológico. La Ciudad nueva no es fuego, sino brillo de luz que no quema: agua que da vida (cf. 22,1-5). Por el contrario, el estanque de azufre que arde sin fin (14,10; 20,10.14.15; 21,8) es fuego de pura destrucción.

Cf. G. BACHELARD, Psicoanálisis del fuego, Alianza, Madrid 1973; A. CHOURAQUI, Moisés, Herder, Barcelona 1999; V. MORLA, El fuego en el Antiguo Testamento. Estudios de semántica lingüí­stica, Monografí­as Bí­blicas, Verbo Divino, Estella 1988; A. NEHER, Moisés y la vocación judí­a, Villagray, Madrid 1963; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25,31-46, Sí­gueme, Salamanca 1984.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Al igual que en la actualidad, en tiempos bí­blicos el fuego desempeñaba un papel muy importante en la vida del hombre. Si bien la Biblia indica especí­ficamente que se requerí­a para refinar, forjar y fundir metales, preparar alimento, calentar las casas, así­ como para ofrecer sacrificios e incienso, también dice que, debido al poder destructivo de un fuego incontrolado, se halla entre cuatro de las cosas que no han dicho †œÂ¡Basta!†. (Pr 30:15, 16.) Seguramente por esta misma razón, Santiago comparó el uso impropio de la lengua a un fuego devastador. (Snt 3:5-8; compárese con Pr 16:27.)
La primera pareja humana conocí­a el fuego, pues cuando Jehová los expulsó del jardí­n de Edén, apostó al E. del jardí­n a los †œquerubines y la hoja llameante de una espada que continuamente daba vueltas†. (Gé 3:24.) Cabe la posibilidad de que Caí­n y Abel presentaran sus ofrendas a Jehová ante los querubines y que, si bien la Biblia no hace ningún comentario especí­fico al respecto, las quemasen en su presencia o esperasen que las consumiese fuego procedente de los querubines. (Gé 4:3, 4.) Más adelante, Tubal-caí­n debió emplear el fuego para conseguir altas temperaturas en la forja de herramientas de hierro y cobre, teniendo en cuenta, sobre todo, que el hierro se funde a temperaturas de 1.535 °C. (Gé 4:22.) Aunque después del Diluvio se fabricaron adobes, también se hicieron ladrillos por un †œprocedimiento de quema†. (Gé 11:3.) Tal vez debido a la dificultad que entrañaba encender un fuego, llegó a ser costumbre trasladarlo de un sitio a otro una vez hecho. (Gé 22:6; Isa 30:14.)

En relación con el propósito de Dios. El ángel de Jehová se le apareció a Moisés en una llama de fuego que ardí­a en medio de una zarza sin que esta se consumiera. (Ex 3:2.) También hubo una columna de fuego que condujo a los israelitas por el desierto cuando viajaban de noche y que después se posó sobre el tabernáculo para indicar así­ la presencia de Jehová. (Ex 13:21; 40:38.) Por otra parte, la manifestación de la gloria de Jehová en fuego cuando se entregó la Ley al pueblo de Israel hizo humear el monte Sinaí­. (Ex 19:18; 24:17.)

En relación con el tabernáculo y el templo. Se empleó el fuego en la adoración tanto en el tabernáculo como más tarde en el templo. Todas las mañanas y entre las dos tardes, el sumo sacerdote tení­a que quemar incienso en el altar del incienso. (Ex 30:7, 8.) La ley de Dios exigí­a que ardiera continuamente el fuego sobre el altar de la ofrenda quemada. (Le 6:12, 13.) El punto de vista judí­o tradicional de que en un principio Dios encendió de manera milagrosa el fuego del altar, no tiene apoyo en las Escrituras a pesar de que goza de amplia aceptación. Según las instrucciones iniciales que se le dieron a Moisés, los hijos de Aarón habí­an de †œponer fuego en el altar y poner en orden la leña sobre el fuego† antes de colocar el sacrificio sobre el altar. (Le 1:7, 8.) Fue después de la instalación del sacerdocio aarónico, por lo tanto con posterioridad a la presentación de los sacrificios de la instalación, cuando el fuego de Jehová, que probablemente procedí­a de la nube que estaba sobre el tabernáculo, consumió la ofrenda que habí­a sobre el altar. De ahí­ que el fuego milagroso no fuera para prender la madera que habí­a sobre el altar, sino para †œconsumir la ofrenda quemada y los trozos grasos que habí­a sobre el altar†. El fuego que luego siguió ardiendo probablemente era el resultado de la combinación del que provino de Dios y del que ya habí­a en el altar. (Le 8:14–9:24.) De la misma manera, un fuego milagroso procedente de Jehová consumió los sacrificios una vez que Salomón concluyó la oración al tiempo de la dedicación del templo. (2Cr 7:1; véanse también Jue 6:21; 1Re 18:21-39; 1Cr 21:26, donde se mencionan otros ejemplos relacionados con el fuego milagroso que Jehová empleó cuando aceptó las ofrendas de sus siervos.)

Medidas legales; su empleo en ejecuciones. La ley mosaica prohibí­a que se encendiese fuego en un dí­a de sábado. (Ex 35:3.) También se prescribió que si una persona iniciaba un fuego que luego no podí­a controlar y como consecuencia ocasionaba algún daño en los sembrados de su vecino, tení­a que compensarle por los daños ocasionados. (Ex 22:6.) Habí­a que quemar las prendas o artí­culos de piel en los que apareciese y persistiese la plaga de la lepra. (Le 13:53-58.) En determinados casos de transgresión de la ley divina, se lapidaba al transgresor y luego se quemaba su cadáver. (Le 20:14; 21:9; Jos 7:15, 25.) Si una ciudad israelita apostataba, se tení­a que pasar a filo de espada a todos sus habitantes y quemarla con todos sus despojos. (Dt 13:12-16.)
En sus campañas militares, los israelitas quemaron algunas de las ciudades enemigas. (Nú 31:10; Jos 6:24; 11:11-13.) También fueron pasto de las llamas las imágenes esculpidas y los postes sagrados. (Dt 7:5, 25; 12:3.) Cuando tomaban despojo, solí­an pasar los metales por el fuego, y de este modo los esterilizaban. (Nú 31:22, 23.)
Jehová ejecutó con fuego literal a los transgresores de su ley en numerosas ocasiones. (Nú 11:1; 16:35; 2Re 1:10-12; Jud 7.) Con motivo de la destrucción del reino apóstata de Judá y su ciudad capital, Jerusalén, a manos de Babilonia en 607 a. E.C., se dice que la furia de Jehová se derramó †œjustamente como fuego†. Aquella fue una expresión de ira en la que hubo fuego literal. (2Re 25:9; Lam 2:3, 4.) La Biblia dice que Juan el Bautista advirtió a los lí­deres religiosos de su dí­a que experimentarí­an un bautismo de fuego, bautismo que llegó sobre Jerusalén en 70 E.C., cuando los ejércitos romanos destruyeron la ciudad y quemaron el templo. (Mt 3:7-12.)

Empleado por los opositores de la voluntad divina. También los opositores de la voluntad divina emplearon el fuego; lo usaron como medio intimidatorio, en crueles ejecuciones y en sacrificios. Los enfurecidos efraimitas amenazaron a Jefté, diciéndole: †œA tu misma casa la quemaremos sobre ti con fuego†. De manera similar, los treinta compañeros de boda de Sansón amenazaron a su prometida con quemarla a ella y a la casa de su padre si no conseguí­a que Sansón le revelase la solución al enigma que les habí­a propuesto y luego les daba la respuesta. Cuando Sansón envió 300 zorras a los campos de grano filisteos con antorchas atadas a sus colas, los filisteos ejecutaron la amenaza antedicha. (Jue 12:1; 14:15; 15:4-6.) Con el fin de poner a Job a prueba, Satanás el Diablo empleó fuego †œde los cielos† con permiso del Altí­simo. (Job 1:12, 16.)
Las naciones que residí­an en Canaán tení­an por costumbre quemar a sus hijos en el fuego como ofrenda a sus dioses falsos. Y aunque Jehová habí­a prohibido especí­ficamente esta práctica, so pena de muerte, el Israel apóstata llegó a sacrificar a sus hijos en el fuego en el valle de Hinón. (Le 20:2-5; Dt 12:31; 2Cr 28:1-3; Jer 7:31; 19:5.) Sin embargo, el fiel rey Josí­as puso fin a esta horrible costumbre y convirtió Tófet, situado en el valle de Hinón, en un lugar inadecuado para dicho culto. (2Re 23:10; véase Mí“LEK.)

Uso figurado. Tanto la palabra fuego como los términos afines (arder, encender, llamaradas, etc.) se relacionan figurativamente con el amor (Can 8:6), la pasión (Ro 1:27; 1Co 7:9), la ira y el juicio (Sof 2:2; Mal 4:1), así­ como con las emociones fuertes (Lu 24:32; 2Co 11:29). Cuando Jeremí­as intentó dejar de hablar la palabra de Jehová, se dio cuenta de que le resultaba imposible, porque esta era como un fuego ardiente encerrado en sus huesos. (Jer 20:9.) Las Escrituras se refieren a Jehová como un fuego consumidor debido a su limpieza, pureza y exigencia de devoción exclusiva, así­ como debido a su poder para aniquilar a los que se le oponen. (Dt 4:24; 9:3.) Su ardor y su furia queman como el fuego, y también como un fuego son su †œlengua† y su palabra. (Sl 79:5; 89:46; Isa 30:27; Jer 23:29.) Asimismo, Jehová hace a sus ministros angélicos un fuego devorador, y por el fuego de su celo toda la †œtierra† será devorada. (Sl 104:1, 4; Sof 3:8; véase también Da 7:9, 10.)

Probar, refinar, purgar. Al †œmensajero del pacto† se le compara con el fuego de un refinador que purifica el oro y la plata. En consecuencia, el que Jehová pruebe como por fuego a †œlos hijos de Leví­† mediante el mensajero del pacto resulta en que estos sean purificados. (Mal 3:1-3; véase REFINAR, REFINADOR.) El fuego también pone de manifiesto la calidad de un material, y así­ lo indica el apóstol Pablo cuando da énfasis a la importancia de edificar sobre Jesucristo con materiales incombustibles. (1Co 3:10-15.)
El fuego y la sal se relacionan en la Biblia con los sacrificios que se ofrecí­an en el templo. (Le 2:9, 13; Eze 43:24.) La sal representaba la incorrupción y era sí­mbolo de la lealtad perdurable, concepto que se halla recogido en la expresión †œpacto de sal†. (2Cr 13:5.) ¿De qué era sí­mbolo el fuego?
El apóstol Pedro se refiere a las pruebas o a los sufrimientos como un †œfuego† que prueba la calidad de la fe del cristiano. (1Pe 1:6, 7.) Después compara el hecho de sufrir por causa de la justicia a un incendio, cuando dice a sus compañeros cristianos: †œNo estén perplejos a causa del incendio entre ustedes, que les está sucediendo para prueba, […] son partí­cipes de los sufrimientos del Cristo, para que también durante la revelación de su gloria se regocijen y se llenen de gran gozo†. (1Pe 4:12, 13.) El apóstol Pablo señala que tal sufrimiento por causa de la justicia tiene un efecto provechoso cuando dice: †œLa tribulación produce aguante†. (Ro 5:3.) El que supera una prueba difí­cil, comparable a un †œincendio†, adquiere más fuerza y firmeza como resultado de su aguante. (Hch 14:22; Ro 12:12.)

Destrucción. En tiempos bí­blicos, el fuego era el mejor medio para destruir algo por completo. (Jos 6:24; Dt 13:16.) Por eso Jesús empleó el término †œfuego† de manera ilustrativa para referirse a la destrucción completa de los inicuos. (Mt 13:40-42, 49, 50; compárese con Isa 66:24; Mt 25:41.) En una ocasión, Jesús previno a sus discí­pulos del peligro de dejar que la mano, el pie o el ojo les hiciesen tropezar de tal modo que llegasen a ser ví­ctimas del Gehena, y seguidamente añadió: †œTodos tienen que ser salados con fuego†. Con estas palabras, Jesús debió querer decir que †œtodos† los que hiciesen aquello acerca de lo que se les prevení­a serí­an salados con el †œfuego† del Gehena, es decir, de la destrucción eterna. (Mr 9:43-49; véase GEHENA.)
Pedro escribió que †œlos cielos y la tierra que existen ahora están guardados para fuego†. El contexto de este pasaje y otros textos muestran que este fuego no es literal, sino que significa destrucción eterna. Así­ como el Diluvio del dí­a de Noé no destruyó los cielos ni la Tierra literales, sino únicamente a las personas impí­as, de la misma manera la revelación de Jesucristo con sus poderosos ángeles en fuego llameante resultará en la destrucción eterna tan solo de los inicuos y del sistema de cosas del que forman parte. (2Pe 3:5-7, 10-13; 2Te 1:6-10; compárense con Isa 66:15, 16, 22, 24.)
Aún hay otros ejemplos en los libros de Revelación y Ezequiel en los que el fuego se emplea como sí­mbolo de destrucción eterna. En el primero se menciona que los †œdiez cuernos† y la †œbestia salvaje† se volverán contra Babilonia la Grande y la quemarán por completo con fuego. (Rev 17:16, 17.) En Ezequiel se indica que el ataque de Gog y sus huestes contra el pueblo de Dios provoca Su ira, de modo que Jehová hace llover sobre ellos fuego y azufre; el despojo de todo su equipamiento bélico se usará para encender fuegos durante siete años. (Eze 38:19, 22; 39:6, 9, 10.) El fuego devorará a las naciones que se rebelen cuando Satanás sea soltado al fin del reinado milenario de Cristo, y el Diablo y todos aquellos cuyos nombres no se hallen escritos en el libro de la vida serán arrojados al lago de fuego, que representa la muerte segunda. (Rev 20:7-10, 15; 21:8; véanse HINí“N, VALLE DE; LAGO DE FUEGO.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

A. NOMBRES 1. pur (pu`r, 4442) (término con el que tienen relación el Nº 2 más abajo, pura, y puretos, fiebre; cf. los términos castellanos pira, pirogenico, etc.), se usa, además de con su significado ordinario y natural en las siguientes instancias: (a) de la santidad de Dios, que consume todo aquello que es inconsecuente con la misma (Heb 10:27; 12.29; cf. Rev 1:14; 2.18; 10.1; 15.2; 19.12); de manera similar, de los santos ángeles como sus ministros (Heb 1:7); en Rev 3:18 es sí­mbolo de aquello que prueba la fe de los santos, produciendo lo que dará gloria al Señor; (b) del juicio divino, probando las obras de los creyentes, en el Tribunal de Cristo (1Co 3:13 y 15); (c) del fuego del juicio divino sobre los que rechazan a Cristo (Mat 3:11; donde se tiene que hacer una distinción entre el bautismo del Espí­ritu Santo en Pentecostés y el fuego de la retribución divina; Luk 3:16); (d) de los juicios de Dios al consumarse la presente era antes del establecimiento del Reino de Cristo sobre la tierra (2Th 1:8; Rev 18:8); (e) del fuego del infierno, que será la porción de los impí­os en el más allá (Mat 5:22; 13.42,50; 18.8,9; 25.41; Mc 9.43,48; Luk 3:17); (f) de la hostilidad humana tanto contra los judí­os como contra los seguidores de Cristo (Luk 12:49); (g) como ilustración del juicio retributivo sobre los ricos entregados al lujo y opresores de los pobres (Jam 5:3); (h) de la futura demolición del sistema religioso de Babilonia a manos de la bestia y de las naciones bajo ella (Rev 17:16); (i) de volver el corazón de un enemigo al arrepentimiento al devolverle bien por mal (Rom 12:20); (j) de la lengua, como gobernada por una disposición incendiaria y ejercitando una influencia destructiva sobre otros (Jam 3:6); (k) como sí­mbolo del peligro de destrucción (Jud_23). Nota: Véase también bajo LLAMA. 2. pura (purav, 4443), (del Nº 1), denota un montón de material combustible recogido para ser encendido (de esta palabra procede el término castellano “pira”), “fuego” (Act 28:2; RVR77: “hoguera”), y v. 3 (VHA: “hoguera”).¶ 3. anthrakia (ajnqrakiva, 439), carbón ardiente. Se traduce “fuego” en Joh 18:18 (RVR; RV: “ascuas”; RVR77: “brasas de carbón”; NM: “fuego de carbón”); véase BRASAS. 4. purosis (puvrwsi”, 4451), relacionado con puroo, encender; significa: (a) incendio; (b) refinamiento, metafóricamente en 1Pe 4:12 “fuego”, o más bien “prueba mediante fuego” (NM: “fuego de tribulaciones”; RV: “examinados por fuego”); la referencia es a la de la refinación del oro (1.7). Véase INCENDIO. Nota: El nombre fos, relacionado con fao, dar luz, se traduce “fuego” en Mc 14.54; Luk 22:56 (RV, RVR; RVR77: “lumbre”). Véase LUZ. B. Adjetivo purinos (puvrino”, 4447), igneo (relacionado con A, Nº 1). Se traduce “de fuego” en Rev 9:17:¶ En la LXX, Eze 28:14,16.¶ C. Verbo puroo (purovw, 4448), encender, quemar (de pur, fuego), siempre utilizado en voz pasiva en el NT. Se traduce “de fuego” en Eph 6:16 (RV, RVR; RVR77, Besson: “encendidos”), metafóricamente, de los dardos del Maligno; quizá la mejor traducción serí­a “con la punta encendida”, para expresar mejor el sentido verbal de este término. Los mss. más comúnmente aceptados tienen el artí­culo repetido, lit.: “los dardos del maligno, los encendidos”, destacándose con ello su peculiar poder destructor. Algunos mss. omiten la repetición del artí­culo. En la antigüedad los dardos eran frecuentemente cubiertos con material ardiente. Véanse ENCENDER, QUEMAR, etc.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

Desde la elección de Abraham el signo del fuego resplandece en la historia de las relaciones de Dios con su pueblo (Gén 15,17). Esta revelación bí­blica no tiene la menor relación con las filosofí­as de la naturaleza o con las religiones que divinizan el fuego. Sin duda Israel comparte con todos los pueblos antiguos la teorí­a de los cuatro elementos; pero, en su religión, el fuego tiene sólo valor de signo, que hay que superar para hallar a Dios. En efecto, cuando Yahveh se manifiesta “en forma de fuego”, ocurre esto siempre en el transcurso de un diálogo personal; por oura parte, este fuego no es el único sí­mbolo que sirve para traducir la esencia de la divinidad: o bien se halla asociado con sí­mbolos contrarios, como el soplo o hálito, el agua o el viento, o bien se transforma en *luz.

AT. I. TEOFANíAS. 1. En la experiencia fundamental del pueblo en el *desierto, el fuego presenta a la *santidad divina en su doble aspecto, atractivo y temeroso. En el monte Horeb, Moisés es atraí­do por el espectáculo de la zarza ardiente que no es “devorada” por el fuego; pero la voz divina le notifica que no puede aproximarse si Dios no lo llama y si él no se purifica (Ex 3,2s). En el Sinaí­ humea la montaña bajo el fuego que la rodea (19,18), sin que por ello quede destruida; mientras que el pueblo tiembla de pavor y no debe acercarse, Moisés se ve, en cambio, llamado a subir cerca de Dios, que se revela. Así­, cuando Dios se manifiesta como un incendio devorador, no lo hace para consumir todo lo que halla a su paso, puesto que llama a los que él vuelve puros.

Una experiencia ulterior hecha en el mismo lugar ayuda a percibir mejor el valor simbólico del fuego. *Elí­as, el profeta semejante al fuego (Ecic 48,1), busca en el Sinaí­ la presencia de Yahveh. Después del huracán y del temblor de tierra, ve fuego; pero “Yahveh no estaba en el fuego”: aquí­ un sí­mbolo inverso anuncia el paso de Dios: una brisa ligera (IRe 19,12). Así­, cuando Elí­as sea arrebatado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11), este fuego no será sino un sí­mbolo de tantos para expresar la visita del Dios vivo.

2. La tradición profética tiende también a situar en su lugar el signo del fuego en el simbolismo religioso. Isaí­as sólo ve humo en el momento de su *vocación y piensa que va a morir por haberse acercado a la ‘santidad divina; pero al salir de la visión sus ‘labios han sido ya purificados por un tizón de fuego (Is 6). En la visión inaugural de Ezequiel la *tormenta y el fuego se asocian al arco iris que brilla en las nubes, pero de allí­ surge una apariencia de hombre: esta evocación recuerda la *nube luminosa del Exodo más que la teofaní­a del Sinaí­ (Ez 1). En el apocalipsis de Daniel, el fuego forma parte del marco en que se manifiesta la *presencia divina (Dan 7,10), pero, sobre todo, desempeña su papel en la descripción del *juicio (7,11).

3. Las tradiciones deuteronómica y sacerdotal, al interpretar la teofaní­a del desierto precisaron el doble alcance del signo del fuego: *revelación del Dios vivo y exigencia de pureza del Dios santo. Desde el fuego habló Dios (Dt 4,12; 5,4.22.24) y dio las tablas de la ley (9,10), a fin de hacer comprender que no hay lugar a representarlo con *imágenes. Pero se trataba también de un fuego destructor (5,25; 18,16), aterrador para el hombre (5,5); sólo el elegido de Dios comprueba que ha podido afrontar su presencia sin morir (4, 33). Israel, una vez llegado a este estadio puede, sin exponerse a confundir a Dios con un elemento natural, mirar a su Dios como “un fuego devorador” (4,24; 6,15); la expresión no hace sino transponer el tema de los celos divinos (Ex 20,5; 34,14; Dt 5,9; 6,15). El fuego simboliza la intransigencia de Dios frente al *pecado; devora al que encuentra: de la misma manera Dios respecto al pecador endurecido. No sucede lo mismo con sus elegidos, pero de todas formas, debe transformar a quien entra en contacto con él.

II. EN EL TRANSCURSO DE LA HISTORIA. 1. El sacrificio por el fuego. Una representación análoga de Dios *fuego devorador, se descubre en el uso litúrgico de los holocaustos. En la consunción de la ví­ctima, cuyo humo se elevaba luego hacia el cielo, expresaba quizás Israel su deseo de purificación total, aunque más seguramente su voluntad de anonadarse delante de Dios. Aquí­ también el fuego tiene sólo valor simbólico, y su uso no santifica cualquier rito: se prohí­be consumir por el fuego al hijo primogénito (Lev 18.21; cf. Gén 22, 7). Pero este valor simbólico tiene gran importancia en el culto: en el altar debe conservarse un fuego perpetuo (Lev 6,2-6), que no haya sido producido por mano de hombre: ¡ay del que osare sustituir el fuego de Dios por un fuego “profano”! (Lev 9,24-10,2). ¿No habí­a intervenido Dios maravillosamente en ocasión de sacrificios célebres: Abraham (Gén 15.17). Gedeón (Jue 6,21), David (lPar 21,26), Salomón (2Par 7,1ss), Elí­as (1Re 18,38), por último el caso maravilloso de un agua estancada que se convierte en un nuevo fuego perpetuo (2Mac 1,18ss)? Por el fuego acepta Dios el sacrificio del hombre, para sellar con él una alianza cultual.

2. Los profetas y el fuego. El pueblo, que practicaba de buena gana sacrificios, no habí­a, sin embargo, querido mirar al fuego del Sinaí­. No obstante, el fuego divino desciende entre los hombres en la persona de los *profetas, pero entonces se trata ordinariamente de *vengar la santidad divina purificando o castigando. Moisés mitiga, como tamizándolo a través de un velo, el resplandor del fuego divino que brilla en su rostro (Ex 34,29); pero consume con el fuego el “pecado” que representaba el becerro de oro (Dt 9,21), y por el fuego se le venga a él de los que se rebelan (Núm 16,35), como en otro tiempo de los egipcios (Ex 9,23). Posteriormente Elí­as, como Moisés, parece disponer a su arbitrio del rayo para aniquilar a los soberbios (2Re 1,10-14): es una “tea viviente” (Eclo 48,1).

Los profetas escritores suelen anunciar y describir la *ira de Dios como un fuego: castigo de los impí­os (Am 1,4-2,5), incendio de las naciones pecadoras en un gigantesco holocausto que recuerda las liturgias cananeas de Tofet (Ls 30,27-33), incendio en el bosque de Israel, de modo que el pecado mismo se convierte en fuego (Is 9,17s; cf. Jer 15,14; 17,4.27). Sin embargo, el fuego no está sólo destinado a destruir: el fuego purifica; la existencia misma de los profetas, que no fueron consumidos, es una prueba de esto. El *resto de Israel será como un tizón arrancado del fuego (Am 4,11). Si Isaí­as, cuyos labios fueron purificados por el fuego (Is 6,6), se pone a proclamar la palabra sin parecer atormentado por ello. Jeremí­as, en cambio, lleva en el corazón algo así­ como un fuego devorador que no puede contener (Jer 20,9) viniendo a ser el crisol encargado de probar al pueblo (6,27-30); es el portavoz de Dios que dijo: “¿No es mi palabra un fuego?” (23, 29). Así­ el último dí­a los guí­as del pueblo han de convertirse en hachones de fuego en medio del rastrojo (Zac 12,6) para ejercer ellos mismos el juicio divino.

3. Sabidurí­a y piedad. Los individuos mismos sacan provecho de esta experiencia religiosa. Ya el segundo Isaí­as hablaba del crisol del sufrimiento que constituye el exilio as 48,10). Así­ !os sabios comparan los *castigos que alcanzan al hombre,’ con los efectos del fuego. Job es semejante al desgraciado sublevado del desierto o a las ví­ctimas del fuego de Elí­as (Job 1,16; 15,34; 22,20), que sufren el fuego así­ como las grandes aguas devastadoras (20,26. 28). Pero junto con este aspecto terrible del fuego vemos también su acción purificadora y transformadora. El fuego de la humillación o de la persecución prueba a los elegidos (Eclo 2,5; cf. Dan 3). El fuego viene a ser hasta el sí­mbolo del amor que triunfa de todo: “el *amor es una llama de Yahveh, las grandes aguas no pueden extinguirla” (Cant 8,6s); aquí­ se oponen uno a otro los dos sí­mbolos mayores, fuego y agua; el que triunfa es el fuego.

III. AL FIN DE LOS TIEMPOS. El fuego del juicio viene a ser un castigo sin remedio, verdadero fuego de la *ira, cuando cae sobre el pecador *endurecido. Pero entonces – tal es la fuerza del sí­mbolo – este fuego que no puede ya consumir la impureza. se ceba todaví­a en las escorias. La revelación expresa así­ lo que puede ser la existencia de una criatura que se niega a dejarse purificar por el fuego divino, pero queda abrasada por él. Esto dice más que la tradición que refiere el aniquilamiento de Sodoma y Gomorra (Gén 19,24). Apoyándose quizás en las liturgias sacrí­legas de la gehena (Lev 18,21: 2Re 16,3; 21,6; Ier 7.31: 19,5s). profundizando las imágenes proféticas del incendio y de la fundición de los metales, se pasa a representar como un fuego el *juicio escatológico as 66,15s). El fuego prueba el oro (Zac 13,9). El *dí­a de Yahveh es como el fuego del fundidor (Sof 1,18; Mal 3,2), que arde como un horno (Mal 3,19). Ahora bien, este fuego parece arder desde el interior. como el que “sale de en medio de Tiro” (Ez 28,18). “El gusano”, de los cadáveres rebeldes, “no morirá y su fuego no se extinguirá” (ls 66.24). “fuego y gusano estarán en su carne” (Jdt 16,17). Pero también aquí­ descubrimos la ambivalencia del sí­mbolo: mientras que los impí­os son entregados a su fuego interior y a los gusanos (Eclo 7,17), los salvados del fuego se ven rodeados por la muralla de fuego que es Yahveh para ellos as 4,4s; Zac 2,9). Jacob e Israel, purificados, se convierten a su vez en un fuego (Abd 18). como si participaran de la vida de Dios. NT. Con la venida de Cristo han comenzado los últimos *tiempos, aun cuando todaví­a no ha llegado el fin de ¡os tiempos. Así­ en el NT conserva el fuego su valor escatológico tradicional, pero la realidad religiosa que significa se actualiza ya en el tiempo de la Iglesia.

I. PERSPECTIVOS ESCATOLí“GICAS. 1. Jesús. Jesús, anunciado como el cernedor que echa la paja al fuego (Mt 3,10) y bautiza en el fuego (3,1Is). aun rehusando el carácter de justiciero, mantuvo a sus oyentes en la espera del fuego del juicio adoptando el lenguaje clásico del AT. Habla de la “gehena del fuego” (5.22), del fuego al que será arrojada la cizaña improductiva (13,40; cf. 7,19), como también los sarmientos (In 15,6): será un fuego que no se extingue nunca (Mc 9,43s), donde “su gusano” no muere (9,48), verdadero horno ardiente (Mt 13,42.50). Sencillamente, un eco solemne del AT (cf. Lc 17,29).

2. Los primeros cristianos conservaron este lenguaje adaptándolo a diversas situaciones. Pablo lo utiliza para describir el fin de los tiempos (2Tes 1,8); Santiago describe la riqueza podrida, mohosa, entregada al fuego destructor (Sant 5,3); la epí­stola a los Hebreos muestra la perspectiva tremenda del fuego que ha de devorar a los rebeldes (Heb 10, 27). Otras veces se evoca la conflagración final, en vista de la cual “los cielos y la tierra son tenidos en reserva” (2Pe 3,7.12). En función de este fuego escatológico debe purificarse la fe (lPe 1,7), así­ como también la obra apostólica (ICor 3,15) y la existencia cristiana perseguida (IPe 4,12-17).

3. El Apocalipsis conoce los dos aspectos del fuego: el de las teofaní­as y el del juicio. El Hijo del hombre, dominando la escena, aparece con los ojos llameantes (Ap 1,14; 19,12). Por una parte, he aquí­ el castigo : es el estanque de fuego y de azufre para el diablo (20,10), que es lá muerte segunda (20;14s). Por otra, he aquí­ la teofaní­a: es el mar de cristal mezclado con fuego (15,2).

II. EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA. 1. Jesús inauguró una época nueva. No obró inmediatamente como lo preveí­a Juan Bautista, hasta el punto de que la fe de éste pudo hacerse problemática (Mt 11,2-6). Se opuso a los hijos del Trueno, que querí­an hacer bajar el fuego del cielo sobre los inhospitalarios samaritanos (Lc 9,54s). Pero si no fue durante su vida terrestre instrumento del fuego vengador, realizó, sin embargo, a su manera el anuncio de Juan. Es lo que proclamaba en unas palabras difí­ciles de interpretar: “He venido a traer fuego a la tierra. y ¿qué he de querer sino que se encienda? Tengo que recibir un bautismo… (Lc 12, 49s). La muerte de Jesús ¿no es su *bautismo en el espí­ritu y en el fuego?

2. Desde ahora la Iglesia vive de este fuego que abrasa al mundo gracias al sacrificio de Cristo. Este fuego ardí­a en el corazón de los peregrinos de Emaús mientras oí­an hablar al resucitado (Lc 24,32). Descendió sobre los discí­pulos reunidos el dí­a de *pentecostés (Act 2,3). Este fuego del cielo no es el del juicio, es el de las teofaní­as, que realiza el bautismo de fuego y de espí­ritu (Act 1,5): el fuego simboliza ahora el Espí­ritu, y si no se dice que este Espí­ritu es la caridad misma, el relato de *pentecostés muestra que tiene como misión la de transformar a los que han de propagar a través de todas las *naciones el mismo lenguaje, el del Espí­ritu.

La vida cristiana está también bajo el signo del fuego cultual, no ya el del Sinaí­ (Heb 12,18), sino del que consume el holocausto de nuestras vidas en un *culto agradable a Dios (12,29). Transponiendo los celos divinos en una consagración cultual de cada instante, este fuego viene a ser un fuego consumidor. Pero para los que han dado acogida al fuego del Espí­ritu, la distancia entre el hombre y Dios es superada por Dios mismo, que se ha interiorizado perfectamente en el hombre; quizá sea éste el sentido de la palabra enigmática: uno se vuelve fiel cuando ha sido “salado al fuego”, al fuego del juicio y al del Espí­ritu (Mc 9,48s). Según una expresión atribuida por Orí­genes a Jesús: “Quien está cerca de mí­ está cerca del fuego; quien está lejos de mí­ está lejos del reino.”
-> Ira – Infierno – Prueba – Gloria – Luz – Tormenta – Pentecostés – Celo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El hebreo ʾēš y el griego puros equivalen principalmente a la palabra castellana fuego. La palabra frecuentemente se usa tanto en forma literal como figurada.

El fuego designa (1) la presencia divina (Ex. 3:2), (2) las personas divinas (el Padre, Heb. 12:29; el Hijo, Ap. 1:14; 19:12; el Espíritu, Hch. 2:3; Ap. 4:5), (3) perfecciones divinas (santidad, Is. 6:4–7), (4) pasiones divinas (celo, Dt. 4:24; furia e indignación, Is. 30:27; 66:15), (5) castigos divinos (Gn. 19:24; Nm. 11:1ss.; 16:1–35; Ap. 18:8), (6) purificación divina (Zac. 13:9; Mal. 3:2, 5.; Ap. 3:18), (7) protección divina (Ex. 14:24s.; Zac. 2:5; Ap. 11:5), (8) predicciones divinas (Am. 2:2, 5; Jl. 2:30), (9) poder divino (Jer. 5:14; 23:29), (10) proclamación divina (1 R. 18:23s., 30–39; Am. 7:4s.).

El fuego se usa para representar las pasiones humanas (Pr. 6:27; 16:27; 1 Co. 7:9; Stg. 3:5s.)

El fuego se usa escatológicamente para (1) señalar el regreso de Cristo (2 Ts. 1:8; cf. Ap. 20:9), (2) destruir el mundo actual (2 P. 3:7, 12), (3) purificar las obras del creyente (1 Co. 3:13, 15), (4) castigar a los impíos (Mt. 3:12; 13:40, 42, 50; 25:41; Lc. 16:24; Jud. 7; Ap. 20:9–15), (5) visualizar la morada de Dios (Ez. 1:4, 13, 26–28; Dn. 7:9s.; Ap. 8:5; 15:2).

Ni el fuego de las pruebas en el presente (Is. 43:2) ni el fuego del juicio en el futuro (2 P. 3:7–14) pueden vencer al creyente.

Wick Broomall

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (272). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Término que en el AT está representado generalmente por el heb. ˒ēš y en el NT por el gr. pyr, palabra que generalmente se emplea en la LXX para ˒ēš. Estos términos se refieren al estado de combustión, y sus aspectos visibles, tales como la llama. La producción de fuego por medios artificiales era un arte que el hombre conocía desde la edad de piedra, pero entonces y en épocas posteriores se tuvo gran cuidado de preservarlo para evitar la necesidad de tener que volver a encenderlo. Parecería que Abraham llevó un poco de fuego encendido cuando fue a ofrecer a Isaac (Gn. 22.6). Is. 30.14 indica que se trataba de una práctica doméstica común. Probablemente los métodos más comunes de producir fuego en los tiempos bíblicos consistían en hacer girar algún elemento adecuado entre las manos a fin de recalentar un trozo de madera, método atestiguado por el jeroglífico egp. (dinastía 18ª), y en golpear un pedernal sobre piritas de hierro, práctica conocida desde épocas neolíticas, y que por lo tanto se supone que también se empleó posteriormente. Puede ser que este segundo método sea el que se menciona en 2 Mac. 10.3.

El fuego se utilizaba en actividades normales tales como cocinar (Ex. 12.8; Jn. 21.9), calentar el ambiente (Is. 44.16; Lc. 22.55) y refinar metales (Ex. 32.24; Jer. 6.29), pero también para destruir objetos tales como ídolos (Ex. 32.20; Dt. 7.5, 25), imágenes de Asera (Dt. 12.3), carros (Jos. 11.6, 9), y ciudades (Jos. 6.24; Jue. 18.27), como tamb. a los culpables en dos casos de pecado sexual (Lv. 20.14; 21.9). También tuvo un papel importante en el culto que se realizaba en el tabernáculo y el templo, donde se lo requería contínuamente en los altares del incienso y los holocaustos. Debido a que el fuego de este último había sido encendido por Dios mismo (Lv. 9.24; 2 Cr. 7.1–3), se lo hacía arder continuamente (Lv. 6.13). Este fuego era especial, y no eran aceptables las ofrendas por medio de “fuego extraño” (Lv. 10.1; Nm. 3.4; 26.61). La práctica pagana de hacer “pasar por fuego” a los niños fue utilizada ocasionalmente por los israelitas (2 R. 3.27; 16.3; 17.17, 31; 21.6; 23.10; 2 Cr. 28.3; 33.6), y es una de las cosas que condenaban los profetas (Mi. 6.7). Esta práctica no denota necesariamente un *sacrificio humano sino la dedicación a *Moloc o a Milcom. También puede haber comprendido encantamientos por fuego similares a los practicados en Mesopotamia (AfO 23, 1970, pp. 39–45).

Las teofanías de Dios a veces iban acompañadas de fuego (Ex. 3.2; 13.21–22; 19.18; Dt. 4.11), y la figura del fuego se usa para simbolizar la gloria de Dios (Ez. 1.4, 13), su presencia protectora (2 R. 6.17), su santidad (Dt. 4.24), la rectitud de su juicio (Zac. 13.9), y su ira contra el pecado (Is. 66.15–16). También se emplea con referencia al Espíritu Santo (Mt. 3.11; cf. Hch. 2.3), a la inspiración profética (Jer. 5.14; 20.9; 23.29), y el sentimiento religioso (Sal. 39.3). En otros contextos se emplea el fuego como símbolo literario de pecado (Is. 9.18), de lujuria (Os. 7.6), y de aflicción (Sal. 66.12).

Bibliografía. G. E. Wright, Arqueología bíblica, 1975, pp. 263–290; C. Gancho, “Fuego”, °EBDM, 1969, t(t). III, cols. 623–626.

R. J. Forbes, Studies in Ancient Technology, 6, 1958, pp. 4ss; Le Feu dans le Proche-Orient antique, 1973.

T.C.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico