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GALATAS (CARTA A LOS)

GALATAS (CARTA A LOS)

Carta de Pablo a las Iglesias de Galacia (Asia Menor), que habí­a fundado.

Después del saludo inicial (1,1 -5), só1o en esta carta paulina falta una acción de gracias: el tono es siempre animado y polémico.

Tras el exordio (1,6-12) Pablo muestra el origen no humano de su evangelio narrando su propia vida (1,13-2,21), desde la persecución a la Iglesia hasta el comienzo de la predicación del Evangelio, sus encuentros con los otros apóstoles en Jerusalén y en Antioquí­a.

A continuación va desarrollando en varios párrafos la naturaleza del Evangelio: la justificación por la fe en Cristo y no por la ley, la participación en la promesa, la filiación divina en el Espí­ritu, la libertad en el servicio mutuo (3,1-6,10).

Los argumentos escriturí­sticos provienen principalmente de los pasajes sobre Abrahán. La parte final, a partir del c. 5, toma un carácter más exhortativo.

La conclusión de la carta está escrita por Pablo de su puño y letra (6.1 1-18).

De esta manera Pablo denuncia a los que inducí­an a los gálatas a hacerse circuncidar como si no bastase la fe en Cristo.

Los temas de la función de la Ley mosaica, de la justificación por la fe, de la filiación, de la herencia, de la obra del Espí­ritu, que son en el fondo las cuestiones planteadas por el evangelio de Pablo en relación con la Ley y la circuncisión, se recogerí­an más ampliamente y con mayor tranquilidad en la carta a los Romanos.

F. Manini

Bibl.: R. Cothenet, La carta a los Gálatas, Verbo Divino, Estella 51991; J M. González Ruiz, Epí­stola de San Pablo a los Gálatas, FAX, Madrid 1972; H, Schlier La carta a los Gálatas, Sí­gueme, Salamanca 1975.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Destinatarios y ocasión de la carta. II. La estructura literaria. III. La teologí­a de la carta: 1. El evangelio; 2. La fe y la ley; 3. La vida de hijos de Dios.

I. DESTINATARIOS Y OCASIí“N DE LA CARTA. La carta, dirigida expresamente a «las Iglesias de Galacia» (Gál 1:2), hizo pensar en una región más o menos extensa del centro del Asia Menor, en la que se habí­an asentado después de diversos desplazamientos, ya desde el siglo III a.C., los gálatas, una población de origen celta. La región habitada por los gálatas tení­a su centro en la ciudad de Ancira (la moderna Ankara), que en el año 25 a.C. se convirtió en la capital de la provincia romana de Galacia. La provincia tení­a una notable extensión: al norte llegaba casi hasta el mar Negro y al sur tocaba el Mediterráneo, ocupando todo el bloque central. Esta extensión tan amplia ha planteado un problema: ¿Dónde se encuentra exactamente la región de las Iglesias de Galacia? ¿Al norte, en la Galacia propiamente dicha, alrededor de Ancira, o bien en otra parte, por ejemplo al sur, en torno a las ciudades de Iconio (la moderna Konia), Derbe y Listra, visitadas ya por Pablo en su primer viaje misionero? La respuesta más común de los autores está en favor de la primera alternativa; el elementomás importante para ello es el hecho de que, prescindiendo de las divisiones administrativas de la provincia romana de Galacia, los que eran llamados gálatas habitaban alrededor de Ancira -propiamente en el triángulo Ancira, Pessinunte, Tavio-, mientras que los habitantes del sur solí­an llamarse licaonios. La presencia de comunidades cristianas en los centros del Asia Menor ha sido confirmada recientemente por el descubrimiento, en Bogazkdy, de lápidas sepulcrales cristianas.

Pablo llegó, no ciertamente sin esfuerzos ni fatigas, a la región de Galacia al comienzo de su segundo viaje misionero. Una enfermedad importuna, que le obligó a entretenerse allí­ más de lo previsto, fue la ocasión de una evangelización más detenida, que fue acogida con entusiasmo. Pablo dejó en Galacia una serie de comunidades florecientes ya bien encaminadas. En su tercer viaje misionero (cf Heb 18:23), Pablo pudo comprobar que las comunidades de Galacia perseveraban en su camino de fe.

Luego se produjeron ciertos inconvenientes serios. Como podemos deducir de la misma carta -los Hechos no nos dicen nada de ello en este sentido-, se infiltraron en las Iglesias de Galacia los llamados «judaizantes». Resulta difí­cil reconstruir con precisión histórica su identidad: debí­a tratarse de judeo-cristianos que sostení­an la necesidad de la ley y de todo el contexto judí­o, empezando por la circuncisión, para ser verdaderos cristianos. Por el contrario, Pablo, que les habí­a indicado, lo mismo que a los demás paganos, el camino directo hacia Cristo sin los rodeos judí­os, habrí­a engañado a los gálatas. Estas afirmaciones de los judaizantes debieron impresionar vivamente a los gálatas. El contexto judí­o, con su conjunto de normas y de prácticas, ofrecí­a cierta seguridad, basada en la posibilidad de verificación humana. En el fondo, se trataba de la fascinación que ejerce siempre en el hombre su «propia justicia».

Pablo reaccionó con energí­a y escribió la carta a los Gálatas que ha llegado a nosotros. No hay dudas serias ni sobre la autenticidad de la carta ni sobre su integridad. La fecha probable de composición es a mediados de los años cincuenta, si Pablo escribió esta carta desde Efeso; o bien a comienzos del año 58, si la carta se escribió al final del tercer viaje.

El estilo tiene una vehemencia especial. Pablo no ahorra las expresiones duras. Le preocupa la situación de los gálatas hasta el punto de que, al comienzo de la carta, se olvida de la acción de gracias habitual. Pero a medida que se va desarrollando el discurso el tono literario se va haciendo más distendido. Al final, Pablo, seguro de haber sido comprendido y acogido por sus gálatas, los llama enfáticamente «hermanos», concluyendo la carta precisamente con este término (cf Gál 5:18).

II. LA ESTRUCTURA LITERARIA. Ya la primera lectura nos ofrece una indicación de fondo importante. Después del saludo (Gál 1:1-5), Pablo entra enseguida en materia, expresando su sorpresa por la nueva situación que se ha creado en las Iglesias de Galacia (Gál 1:6-9). Luego, siempre con la intención de conducir de nuevo a los gálatas a la verdad del evangelio, hace primero una exposición autobiográfica (,21); después, refiriéndose más directamente a los argumentos de los judaizantes; una exposición eminentemente doctrinal, que se prolonga hasta el final (3,1-6,10). Concluye con un saludo escrito de su propia mano (6,11-18).

Esta división de la carta se impone por sí­ sola y es aceptada comúnmente. Pero se puede ir más allá. Aunque la propuesta de una estructuración simétrica de tipo quiástico de toda la carta (J. Bligh) tropieza con dificultades, se ha intentado, y aún se intenta, seguir de la forma más estrecha posible el hilo del pensamiento de Pablo. Sin entrar en discusiones de detalle, podemos al menos señalar, en la división de fondo indicada anteriormente, cinco fases distintas, caracterizadas cada una de ellas por la preponderancia destacada de algunos términos clave.

Después del saludo (1,1-5) se habla ante todo del / evangelio (1,6-2,21). Existe un solo evangelio, el que les ha anunciado Pablo. Pablo lo ha aprendido directamente a través de una revelación de Cristo (1,11-13); fue además aprobado por Pedro y por los demás apóstoles (1,18-2,10); Pablo lo defendió contra el comportamiento poco coherente de Pedro (2,11-21).

El evangelio anunciado pasa al hombre a través de la apertura de la fe (3,1-29): la justificación viene de la fe, no de las obras de la ley (3,1-14); Abrahán fue justificado en virtud de la fe: la bendición que se le dio a él y a su descendencia se concentra en Cristo, y de Cristo pasa a los cristianos (3,15-18); la ley, que vino después, tuvo una función provisional (3,19-29).

Al aceptar el evangelio mediante la fe, el hombre se convierte en hijo de Dios (4,1-31). La filiación divina del hombre se realiza de hecho cuando Dios, en la plenitud de los tiempos, enví­a a su propio hijo y da el don del Espí­ritu (4,1-7); la nueva vida debe adquirir consistencia en los gálatas (4,8-20); se trata, en último análisis, de la vida prometida por Dios a los verdaderos descendientes de Abrahán, a saber: los cristianos libres, hijos de la Jerusalén celestial (4,21-39).

La vida de los hijos está organizada por el / Espí­ritu (5,1-6,10). La libertad dada por Cristo es su misma capacidad de amar (5,1-15); el Espí­ritu es su principio activo: su «fruto» -amor, alegrí­a, paz…- se contrapone a las «obras de la carne» (5,6-24); la vida según el Espí­ritu requiere un comportamiento adecuado.

En la conclusión Pablo (6,11-18), escribiendo de propia mano, sintetiza y personaliza todo lo que ha expuesto antes. Se siente y se proclama seguidor de la cruz de Cristo. Puede incluso gloriarse de ella, casi como si fuera suya. En efecto, ha aceptado plenamente la condición tanto de la cruz como de la resurrección de Cristo; en su persona y en su manera de vivir y de obrar destacan los rasgos caracterí­sticos (tá stí­gmata) de Jesucristo.

Este desarrollo literario indica los temas. teológicos fundamentales de la carta: el mensaje del evangelio, con sus diversas implicaciones y consecuencias, resplandece aquí­, como contraluz respecto al AT, en toda su fuerza de renovación.

III. LA TEOLOGIA DE LA CARTA. La teologí­a de la carta a los Gálatas destaca en la situación que Pablo tiene que arrostrar en sus relaciones con la comunidad de Galacia. Podrí­amos decir que es una teologí­a caliente, en movimiento, que mantiene toda la fuerza de su vivencia. Podemos señalar en ella los puntos principales siguiendo el esquema literario.

1. EL EVANGELIO. Pablo apela, casi instintivamente, a la «verdad del evangelio» (Gál 2:14) para hacer reflexionar a los Gálatas. El evangelio aparece como un valor en sentido absoluto, ante el cual ha de ceder todo lo demás, incluso la vida de Pablo y su predicación. El evangelio participa de la trascendencia de Dios y en cierto modo la expresa. No existe otro evangelio, como tampoco existe otro Dios u otro Cristo (cf Gál 1:6-9).

¿Cuál es su contenido? El evangelio habla del Hijo de Dios hecho hombre (Gál 3:4), que muere por los hombres (Gál 2:20), haciéndoles participar de su muerte (cf Gál 2:19). La participación en la muerte del Hijo de Dios lleva también consigo la participación en su resurrección: el don del Espí­ritu, realizado por Cristo resucitado, hace que los cristianos participen también de su voluntad, hasta el punto de poder dirigirse a Dios con la misma confianza familiar que Jesús, durante su vida, se habí­a reservado para sí­ (cf Gál 4:6 y Mar 14:36).

El evangelio no es «un producto humano» (Gál 1:11); pero está destinado al hombre y, de hecho, pasa a través del hombre. Pablo vuelve a pensar en su vida dentro de esta perspectiva: el evangelio, al que Dios le habí­a destinado desde el seno de su madre (cf Gál 1:15), lo alcanza en un momento determinado de su vida, y la cambia por completo. Desde su primer encuentro con Cristo, Pablo se sentirá siempre relacionado con el evangelio que tiene que vivir y que anunciar: vendrá primero Una época de profundización y maduración en el desierto (cf Gál 1:17); luego, un intercambio de ideas con Pedro (cf Gál 1:18); más tarde, la actividad del anuncio. Pablo se da cuenta en seguida de que el evangelio no está condicionado por el ambiente cultural judí­o en que ha nacido. Lo anuncia a los paganos, pero sin imponerles las normas judí­as. Era inevitable que esta actitud le acarrease ciertas tensiones con Jerusalén. Pablo, guiado por una revelación más grande que él (cf Gál 2:2), las afronta junto con Pedro, Santiago y Juan. Entonces el evangelio se presenta a los ojos de todos como un don que se inserta en las estructuras culturales del hombre sin modificarlas previamente. No requiere ni ofrece una uniformidad gris y estandarizada; lo que exige y ofrece es la «comunión» (Gál 2:9) del amor (cf Gál 2:10).

Lógicamente, exige también una conducta coherente con esta visión abierta. Esto no siempre resultaba fácil, especialmente para unas personas que, como Pedro, habí­an vivido siempre en un ambiente judí­o. Existí­a el riesgo de una vuelta al judaí­smo -en el que cayeron de hecho los gálatas-, del que el mismo Pedro no siempre supo precaverse. Después de haber practicado en Antioquí­a durante algún tiempo la plena verdad del evangelio entrando con toda libertad en las casas de los cristianos de origen pagano, impresionado por las quejas de algunos, se echó para atrás. Pablo, intuyendo inmediatamente todo lo que podí­a suponer el comportamiento de Pedro, no dejó de reprochárselo públicamente (cf Gál 2:11-14). Es el famoso incidente de Antioquí­a. Pablo lo recuerda no como un simple hecho de crónica, sino como un ejemplo concreto de la novedad irreversible que es caracterí­stica de la «verdad del evangelio» (Gál 2:14).

2. LA FE Y LA LEY. El evangelio es acogido mediante la apertura de la fe.

Aun cuando la actitud de abandono, de confianza en Dios, propia de la fe, corresponden fundamentalmente a la actitud del AT, hay ahora una novedad revolucionaria: la / fe lo es todo, y es la «fe de Jesucristo». Las / obras y la / ley, practicadas o no, no guardan proporción con losefectos de la justificación: sólo la apertura incondicionada y radical de la fe se ha demostrado eficaz. Efectivamente, es la «fe de / Jesucristo»: el cristiano, al acoger a Cristo entero, acoge también y hace suyo el abandono total, filial y activo de Cristo respecto al Padre. Esta acogida es progresiva. Después de la opción inicial, hay una compenetración con Cristo -bien sea bajo el aspecto de purificación referido a su muerte, bien bajo el aspecto de una participación en su vitalidad de resucitado-que sigue al cristiano a lo largo de toda su vida. Su fe, actualizándose a través del amor, se convierte para él en una energí­a que cualifica su vida (cf Gál 5:6).

Además de este segundo nivel de fe, paralelo y simultáneo al mismo en el tiempo, está el nivel comunitario de la fe compartida y que se convierte en celebración litúrgica (cf Gál 5:6).

Pablo contrapone constantemente la fe a la ley. ¿Qué representa para él, como cristiano y como creyente, la ley judí­a? Esta cuestión, compleja y delicada, estimulará a Pablo durante toda su vida. En cada ocasión se esforzará en darle la respuesta más adecuada, pero quizá no consiguió nunca alcanzar en este punto una claridad definitiva y sin residuos.

En la carta a los Gálatas aparece una puntualización: Dios ha tomado en serio la ley que ha dado. La ley exige que se la ejecute, con la pena en caso contrario de una sanción, que concreta e incluso expresa una maldición de Dios. Cristo, al morir en la cruz, tomó sobre sí­, destruyéndolo con la destrucción de su vida fí­sica, este tipo de maldición (cf Gál 3:10-14).

El fracaso en la ejecución de la ley, con el peso de maldición que suponí­a y que el hombre deseaba sacudirse de encima, impulsaba así­, de hecho, hacia Cristo. En este sentido la ley fue como «nuestro pedagogo hacia Cristo» (Gál 3:24). Pero ahora ha perdido ya esta función: «Después de haber venido la fe ya no estamos bajo el pedagogo» (Gál 3:25).

3. LA VIDA DE HIJOS DE DIOS. Cristo, comunicando su Espí­ritu al cristiano que lo acoge y asimila a través de la fe, lo hace hijo de Dios: estamos aquí­ en el corazón de la teologí­a paulina. Pablo recuerda este hecho: «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. No hay judí­o ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3:26-28).

La situación de hijos, alcanzada mediante el / bautismo, se desarrolla dinámicamente y se lleva a la vida concreta mediante la presión del Espí­ritu. Es precisamente esta vida según el Espí­ritu la que, leí­da adecuadamente en sus expresiones concretas, hace comprender que los cristianos son realmente hijos de Dios: «Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espí­ritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios» (Gál 4:6-7). A los hijos de Dios, que han dejado de ser esclavos, les corresponde de manera particular la caracterí­stica de la libertad. Pablo la resalta mediante una reelaboración de datos del AT: los cristianos son hijos de Abrahán, pero a través de Isaac, no a través de Ismael. Ismael constituye -con Agar, su madre, la esclava, con el Sinaí­, con la / Jerusalén histórica del tiempo de Pablo- todo un contexto terreno, marcado por una situación de no-libertad, de esclavitud. A este contexto se contrapone el de la «Jerusalén de arriba», que es «libre», que es «nuestra madre» (Gál 4:27).

Luego remacha esta misma idea en una perspectiva positiva: «Cristo nos ha liberado para que seamos hombres libres; permaneced firmes y no os dejéis poner de nuevo el yugo de la esclavitud» (Gál 5:1).

¿En qué consiste propiamente esta libertad caracterí­stica de los hijos de Dios?
Pablo, aunque está sin duda alguna influido a este propósito por el ambiente griego, no da de esta libertad una definición filosófica. La libertad es para él la capacidad oblativa del cristiano respecto a los demás: «Vosotros habéis sido llamádos a ser hombres libres: pero procurad que la libertad no sea un pretexto para dar rienda suelta a las pasiones, antes bien, serví­os unos a otros por amor» (Gál 5:13).

La libertad se contrapone a lo que Pablo llama «las apetencias de la carne» (Gál 5:16).

La carne es, siempre dentro del marco de la teologí­a bí­blica de la carta a los Gálatas, un concepto caracterí­stico que merece mayor profundización. Muchas veces Pablo utiliza el término «carne» (sárx) como sinónimo de «hombre». Es el hombre visto en su realidad limitada, aunque no necesariamente negativa. Pero a menudo este término «carne» asume en Pablo un sentido religioso negativo: se trata siempre del hombre limitado, pero que, lejos de aceptarse tal como es, busca su propio provecho y toma su propio egoí­smo como su absoluto. En definitiva, el yo del hombre-carne se convierte en su í­dolo y de esta forma el hombre se hace í­dolo de sí­ mismo.

Pablo traza una lista impresionante de las que él llama «las obras de la carne» (Gál 5:19). Se trata siempre del propio egoí­smo erigido en sistema, que acarrea ya desde ahora consecuencias insoportables y excluye al hombre drásticamente de la perspectiva escatológica del reino (cf Gál 5:19-21).

El cristiano, hijo y libre, es guiado por el Espí­ritu. Como tal mantiene en toda su vida una conducta marcada por el / amor: «Por el contrario, los frutos del Espí­ritu son: amor, alegrí­a, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe [la fe que obra por medio del amor»: Gál 5:6], mansedumbre, continencia» (Gál 5:22-23). El Espí­ritu lleva consigo una participación en la vitalidad de Cristo resucitado. Esta participación es posible -Pablo lo repite con una insistencia que hay que tomar en consideración- sólo después de que el hombre se ha apropiado, a través del bautismo, de la crucifixión de Cristo. Aceptando a Cristo que se entrega totalmente en la cruz, el cristiano abdica ya de una vez para siempre de su egoí­smo: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias» (Gál 5:24; cf también Gál 3:1; Gál 6:14-17) [/ Justicia; / Liberación/ libertad].

BIBL.: BETZ H.D., A Commentarv on Paul’s Letter to the Chumbes of Galatí­a, Filadelfia 1979; BRUCE F.F., The Episile to the Galatians, Grand Rapids 1983; GONZíLEZ Ruiz J.M., Epí­stola de San Pablo a los gálatas, Madrid 19712; LYONNET S., Les Epitres de st. Paul aux Galates et aux Romains, Parí­s 19592; SCHLIER H., La carta a los gálatas, Salamanca 1975; VANNI U., Lettere ai Galati e ai Romani, Ed. Paoline, Roma 19836.

U. Vanni

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sumario: 1. Destinatarios y ocasión de la car-la. II. La estructura literaria. III. La teologí­a de la carta: 1. El evangelio; 2. La fe y la ley; 3. La vida de hijos de Dios.
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1. DESTINATARIOS Y OCASION DE LA CARTA.
La carta, dirigida expresamente a †œlas Iglesias de Galacia†™ (Ga 1,2), hizo pensaren una región más o menos extensa del centro del Asia Menor, en la que se habí­an asentado después de diversos desplazamientos, ya desde el siglo III a.C, los gálatas, una población de origen celta. La región habitada por los gálatas tení­a su centro en la ciudad de Ancira (la moderna Ankara), que en el año 25 a.C. se convirtió en la capital de la provincia romana de Galacia. La provincia tení­a una notable extensión: al norte llegaba casi hasta el mar Negro y al sur tocaba el Mediterráneo, ocupando todo el bloque central. Esta extensión tan amplia ha planteado un problema: ¿Dónde se encuentra exactamente la región de las Iglesias de Galacia? ¿Al norte, en la Galacia propiamente dicha, alrededor de Ancira, o bien en otra parte, por ejemplo al sur, en torno a las ciudades de iconio (la moderna Konia), Derbe y Listra, visitadas ya por Pablo en su primer viaje misionero? La respuesta más común de los autores está en favor de la primera alternativa; el elemento más importante para ello es el hecho de que, prescindiendo de las divisiones administrativas de la provincia romana de Galacia, los que eran llamados gálatas habitaban alrededor de Ancira -propiamente en el triángulo Ancira,. Pessinunte, Tavio-, mientras que los habitantes del sur solí­an llamarse licaonios. La presencia de comunidades cristianas en los centros del Asia Menor ha sido confirmada recientemente por el descubrimiento, en Bogazkdy, de lápidas sepulcrales cristianas.
Pablo llegó, no ciertamente sin esfuerzos ni fatigas, a la región de Galacia al comienzo de su segundo viaje misionero. Una enfermedad importuna, que le obligó a entretenerse allí­ más de lo previsto, fue la ocasión de una evangelización más detenida, que fue acogida con entusiasmo. Pablo dejó en Galacia una serie de comunidades florecientes ya bien encaminadas. En su tercer viaje misionero (Hch 18,23), Pablo pudo comprobar que las comunidades de Galacia perseveraban en su camino de fe.
Luego se produjeron ciertos inconvenientes serios. Como podemos deducir de la misma carta -los Hechos no nos dicen nada de ello en este sentido-, se infiltraron en las Iglesias de Galacia los llamados †˜judaizantes. Resulta difí­cil reconstruir con precisión histórica su identidad: debí­a tratarse de judeocristianos que sostení­an la necesidad de la ley y de todo el contexto judí­o, empezando por la circuncisión, para ser verdaderos cristianos. Por el contrario, Pablo, que les habí­a indicado, lo mismo que a los demás paganos, el camino directo hacia Cristo sin los rodeos judí­os, habrí­a engañado a los gálatas. Estas afirmaciones de los judaizantes debieron impresionar vivamente a los gálatas. El contexto judí­o, con su conjunto de normas y de prácticas, ofrecí­a cierta seguridad, basada en la posibilidad de verificación humana. En el fondo, se trataba de la fascinación que ejerce siempre en el hombre su †œpropia justicia†™.
Pablo reaccionó con energí­a y escribió la carta a los Gálatas que ha llegado a nosotros. No hay dudas serias ni sobre la autenticidad de la carta ni sobre su integridad. La fecha probable de composición es a mediados de los años cincuenta, si Pablo escribió esta carta desde Efeso; o bien a comienzos del año 58, si la carta se escribió al final del tercer viaje.
El estilo tiene una vehemencia especial. Pablo no ahorra las expresiones duras. Le preocupa la situación de los gálatas hasta el punto de que, al comienzo de la carta, se olvida de la acción de gracias habitual.

Pero a medida que se va desarrollando el discurso el tono literario se va haciendo más distendido. Al final, Pablo, seguro de haber sido comprendido-y acogido por sus gálatas, los llama enfáticamente †œhermanos†™, concluyendo la carta precisamente con este término (Ga 5,18).
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II. LA ESTRUCTURA LITERARIA.
Ya la primera lectura nos ofrece una indicación de fondo importante. Después del saludo (1,1-5), Pablo entra enseguida en materia, expresando su sorpresa por la nueva situación que se ha creado en las Iglesias de Galacia (1,6-9). Luego, siempre con la intención de conducir de nuevo a los gálatas a la verdad del evangelio, hace primero una exposición autobiográfica (1,10-2,21); después, refiriéndose más directamente a los argumentos de los judaizantes, una exposición eminentemente doctrinal, que se prolonga hasta el final (3,1-6,10). Concluye con un saludo escrito de su propia mano (6,11-18).
Esta división de la carta se impone por sí­ sola y es aceptada comúnmente. Pero se puede ir más allá. Aunque la propuesta de una estructuración simétrica de tipo quiástico de toda la carta (J. Bligh) tropieza con dificultades, se ha intentado, y aún se intenta, seguir de la forma más estrecha posible el hilo del pensamiento de Pablo. Sin entrar en discusiones de detalle, podemos al menos señalar, en la división de fondo indicada anteriormente, cinco fases distintas, caracterizadas cada una de ellas por la preponderancia destacada de algunos términos clave.
Después del saludo (1,1-5) se habla ante todo del ¡evangelio (1,6-2,21). Existe un solo evangelio, el que les ha anunciado Pablo. Pablo lo ha aprendido directamente a través de una revelación de Cristo (1,11- 13); fue además aprobado por Pedro y por los demás apóstoles (1,18-2,10); Pablo lo defendió contra el comportamiento poco coherente de Pedro (2,11-21).
El evangelio anunciado pasa al hombre a través de la apertura de la fe (3,1-29): la justificación viene de la fe, no de las obras de la ley (3,1-14); Abrahán fue justificado en virtud de la fe: la bendición que se le dio a él y a su descendencia se concentra en Cristo, y de Cristo pasa a los cristianos (3,15-18); la ley, que vino después, tuvo una función provisional (3,19-29).
Al aceptar el evangelio mediante la fe, el hombre se convierte en hijo de Dios (4,1-31). La filiación divina del hombre se realiza de hecho cuando Dios, en la plenitud de los tiempos, enví­a a su propio hijo y da el don del Espí­ritu (4,1-7); la nueva vida debe adquirir consistencia en los gá-latas (4,8-20); se trata, en último análisis, de la vida prometida por Dios a los verdaderos descendientes de Abra-hán, a saber los cristianos libres, hijos de la Jerusalén celestial (4,21-39).
La vida de los hijos está organizada por el. ¡Espí­ritu (5,1-6,10). La libertad dada por Cristo es su misma capacidad de amar (5,1-15); el Espí­ritu es su principio activo: su †œfruto† –amor, alegrí­a, paz…- se contrapone a las †œobras de la carne† (5,6-24); la vida según el Espí­ritu requiere un comportamiento adecuado.
En la conclusión Pablo (6,11-1 8), escribiendo de propia mano, sintetiza y personaliza todo lo que ha expuesto antes. Se siente y se proclama seguidor de la-cruz de Cristo. Puede incluso gloriarse de ella, casi como si fuera suya. En efecto, ha aceptado plenamente la condición tanto de la cruz como de la resurrección de Cristo; en su persona y en su manera de vivir y de obrar destacan los rasgos caracterí­sticos (ta stí­gmata) de Jesucristo.
Este desarrollo literario indica los temas teológicos fundamentales de la carta: el mensaje del evangelio, con sus diversas implicaciones y consecuencias, resplandece aquí­, como contraluz respecto al AT, en toda su fuérzale renovación.
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III. LA TEOLOGIA DE LA CARTA.
La teologí­a de la carta a los Gálatas destaca en la situación que Pablo tiene que arrostrar en sus relaciones con la comunidad de Galá-cia. Podrí­amos decir que es una teologí­a caliente, en movimiento, que mantiene toda la fuerza de su vivencia. Podemos señalar en ella los puñi tos principales siguiendo el esquema literario. ,
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1. El evangelio.

Pablo apela, casi instintivamente, a la †œverdad del evangelio† (Ga 2,14) para hacer reflexionar a los Gálatas. El evangelio aparece como un valor en sentido absoluto, ante el cual ha de ceder todo lo demás, incluso la vida de Pablo y su predicación. El evangelio participa de la trascendencia de Dios y en cierto modo la expresa. No existe otro evangelio, como tampoco existe otro Dios u otro Cristo (Ga 1,6-9).
¿Cuál es su contenido? El evangelio habla del Hijo de Dios hecho hombre (Ga 3,4), que muere por los hombres (Ga 2,20), haciéndoles participar de su muerte (Ga 2,19). La participación en la muerte del Hijo de Dios lleva también consigo la participación en su resurrección: el don del Espí­ritu, realizado por Cristo resucitado, hace que los cristianos participen también de su voluntad, hasta el punto de poder dirigirse a Dios con la misma confianza familiar que Jesús, durante su vida, se habí­a reservado para sí­ (Ga 4,6 y Mc 14,36).
El evangelio no es †œun producto humano† (Ga 1,11); pero está destinado al hombre y, de hecho, pasa a través del hombre. Pablo vuelve a pensar en su vida dentro de esta perspectiva: el evangelio, al que Dios le habí­a destinado desde el seno de su madre (Ga 1; Ga 15), lo alcanza en un momento determinado de su vida, y la cambia por completo. Desde su primer encuentro con Cristo, Pablo se sentirá siempre relacionado con el evangelio que tiene que vivir y que anunciar: vendrá primero una época de profundización y maduración en el desierto (Ga 1,17); luego, un intercambio de ideas con Pedro (Ga 1,18 ); más tarde, la actividad del anuncio. Pablo se da cuenta en seguida de que el evangelio no está condicionado por el ambiente cultural judí­o en que ha nacido. Lo anuncia a los paganos, pero sin imponerles las normas judí­as. Era inevitable que esta actitud†™ le acarrease ciertas tensiones con Jerusalén. Pablo, guiado por una revelación más grande que él (Ga 2,2), las afronta junto con Pedro, Santiago y Juan. Entonces el evangelio se presenta a los ojos de todos como un don que se inserta en las estructuras culturales del hombre sin modificarlas previamente. No requiere ni ofrece una uniformidad gris y estandarizada; lo que exige y ofrece es la †œcomunión† (Ga 2,9) del amor (Ga 2,10).
Lógicamente, exige también una conducta coherente con esta visión abierta. Esto no siempre resultaba fácil, especialmente para unas personas que, como Pedro, habí­an vivido siempre en un ambiente judí­o. Existí­a el riesgo de una vuelta al judaismo -en el que cayeron de hecho los gálatas-, del que el mismo Pedro no siempre supo precaverse. Después de haber practicado en AAntioquí­a durante algún tiempo la plena verdad del evangelio entrando con toda libertad en las casas de los cristianos de origen pagano, impresionado por las quejas de algunos, se echó para atrás. Pablo, intuyendo inmediatamente todo lo que podí­a suponer el comportamiento de Pedro, no dejó de reprochárselo públicamente (Ga 2,11-14). Es él famoso incidente de Antioquí­a. Pablo lo recuerda no como un simple hecho de crónica, sino como un ejemplo concreto de la novedad irreversible que es caracterí­stica de la †œverdad del evangelio† (2,14).
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2. La fe y la ley.
El evangelio es acogido mediante la apertura de la fe.
Aun cuando la actitud de abandono, de confianza en Dios, propia de la fe, corresponden
fundamentalmente a la actitud del AT, hay ahora una novedad revolucionaria: la ¡fe lo es todo, y es la †œfe de Jesucristo†. Las ¡ obras y la ¡ ley, practicadas o no, no guardan proporción con los efectos de la justificación: sólo la apertura incondicionada y radical de la fe se ha demostrado eficaz. Efectivamente, es la †œfe de ¡ Jesucristo†: el cristiano, al acoger a Cristo entero, acoge también y hace suyo el abandono total, filial y activo de Cristo respecto al Padre. Esta acogida es progresiva. Después de la opción inicial, hay una compenetración con Cristo -bien sea bajo el aspecto de purificación referido a su muerte, bien bajo el aspecto de una participación en su vitalidad de resucitado- que sigue al cristiano a lo largo de toda su vida. Su fe, actualizándose a través del amor, se convierte para él en una energí­a que cualifica su vida (Ga 5,6).
Además de este segundo nivel de fe, paralelo y simultáneo al mismo en el tiempo, está el nivel comunitario de la fe compartida y que se convierte en celebración litúrgica (Ga 5,6).
Pablo contrapone constantemente la fe a la ley. ¿Qué representa para él, como cristiano y como creyente, la ley judí­a? Esta cuestión, compleja y delicada, estimulará a Pablo durante toda su vida. En cada ocasión se esforzará en darle la respuesta más adecuada, pero quizá no consiguió nunca alcanzar en este punto una claridad definitiva y sin residuos.
En la carta a los Gálatas aparece una puntualización: Dios ha tomado en serio la ley que ha dado. La ley exige que se la ejecute, con la pena en caso contrario de una sanción, que concreta e incluso expresa una maldición de Dios. Cristo, al morir en la cruz, tomó sobre sí­, destruyéndolo con la destrucción de su vida fí­sica, este tipo de maldición (Ga 3,10-14).

El fracaso en la ejecución de la ley, con el peso de maldición que suponí­a y que el hombre deseaba sacudirse de encima, impulsaba así­, de hecho, hacia Cristo. En este sentido la ley fue como †œnuestro pedagogo hacia Cristo† (Ga 3,24). Pero ahora ha perdido ya esta función: †œDespués de haber venido la fe ya no estamos bajo el pedagogo† (Ga 3,25).
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3. La vida de hijos de Dios.
Cristo, comunicando su Espí­ritu al cristiano que lo acoge y asimila a través de la fe, lo hace hijo de Dios:
estamos aquí­ en el corazón de la teologí­a paulina. Pablo recuerda este hecho: †œTodos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. No hay judí­o ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús† (Ga 3,26-28).
La situación de hijos, alcanzada mediante el / bautismo, se desarrolla dinámicamente y se lleva a la vida concreta mediante la presión del Espí­ritu. Es precisamente esta vida según el Espí­ritu la que, leí­da adecuadamente en sus expresiones concretas, hace comprender que los cristianos son realmente hijos de Dios: †œY como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espí­ritu de su Hijo, que dama: ¡Abba, Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios† (Ga 4,6-7). A los hijos de Dios, que han dejado de ser esclavos, les corresponde de manera particular la caracterí­stica de la libertad. Pablo la resalta mediante una reelaboración de datos del AT: los cristianos son hijos de Abrahán, pero a través de Isaac, no a través de Ismael. Ismael constituye
-con Agar, su madre, la esclava, con el Sinaí­, con la / Jerusalén histórica del tiempo de Pablo- todo un contexto terreno, marcado por una situación de no-libertad, de esclavitud. A este contexto se contrapone el de la †œJerusalén de arriba†, que es †˜libre†™, que es †œnuestra madre† (Ga 4,27).
Luego remacha esta misma idea en una perspectiva positiva: †œCristo nos ha liberado para que seamos hombres libres; permaneced firmes y no os dejéis poner de nuevo el yugo de la esclavitud† (Ga 5,1).
¿En qué consiste propiamente esta libertad caracterí­stica de los hijos de Dios?
Pablo, aunque está sin duda alguna influido a este propósito por el ambiente griego, no da de esta libertad una definición filosófica. La libertad es para él la capacidad oblativa del cristiano respecto a los demás:
†œVosotros habéis sido llamados a ser hombres libres: pero procurad que la libertad np sea un pretexto para dar rienda suelta a las pasiones, antes bien, servios unos a otros por amor† (Ga 5,13).
La libertad se contrapone a lo que Pablo llama †œlas apetencias de la carne† (Ga 5,16).
La carne es, siempre dentro del marco de la teologí­a bí­blica de la carta a los Gálatas, un concepto caracterí­stico que merece mayor pro-fundización. Muchas veces Pablo utiliza el término †œcarne† (sárx) como sinónimo de †œhombre†. Es el hombre visto en su realidad limitada, aunque no necesariamente negativa. Pero a menudo este término †œcarne† asume en Pablo un sentido religioso negativo: se trata siempre del hombre limitado, pero que, lejos de aceptarse tal como es, busca su propio provecho y toma su propio egoí­smo como su absoluto. En definitiva, el yo del hombre-carne se convierte en su í­dolo y de esta forma el hombre se hace í­dolo de sí­ mismo.
Pablo traza una lista impresionante de las que él llama †œlas obras de la carne† (5,19). Se trata siempre del propio egoí­smo erigido en sistema, que acarrea ya desde ahora consecuencias insoportables y excluye al hombre drásticamente de la perspectiva escatológica del reino (Ga 5,19-21).
El cristiano, hijo y libre, es guiado por el Espí­ritu. Como tal mantiene en toda su vida una conducta marcada por el / amor: †œPor el contrario, los frutos del Espí­ritu son: amor, alegrí­a, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe [la fe que obra por medio del amor†: Gal 5,6], mansedumbre, continencia† Ga 5,22-23). El Espí­ritu lleva consigo una participación en ¡a vitalidad de Cristo resucitado. Esta participación es posible t-Pablo lo repite concuna insistencia que hay que tomar en consideración- sólo
después de que el hombre se ha apropiado, a través del bautismo, de la crucifixión de.Cristo. Aceptando a Cristo que se entrega totalmente en la cruz, el cristiano abdica ya de una vez para siempre de su egoí­smo:
†œLos que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias† (Ga 5,24 cf también Ga 3,1; Ga 6, 14-17) [/Justicia; ¡Liberación/libertad].
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BIBL.: Betz H.D., A Commentaryon PauI†™s Letterto the ChurchesofGalatia, Filadelfia 1979; Broce F.F., The Epistle to the Galatí­ans, Grand Rapids 1983; González Ruiz J.M., Epí­stola de San Pablo a los galotas, Madrid 19712; Lyonnet S., Les Epitres de st. Paulaux Galates et aux Romains, Parí­s 19592; Schlier H., La carta a los galotas, Salamanca 1975; Vanni U., Lettere ai Galali e ai Romani, Ed. Paoline, Roma 1983″. / J
U. Vanni
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica