GRECIA, GRIEGOS

Hogar de los helenos. Generalmente los griegos son aquellos de la raza helénica (p. ej., Act 16:1; Act 18:4 y probablemente Joh 12:20), pero la palabra puede ser utilizada para indicar no judí­os, forasteros y extranjeros (Rom 1:16). Los griegos podí­an ser judí­os que hablaban griego, personas de la dispersión, de zonas predominantemente griegas (Act 6:1).

Grecia y los grupos de islas asociadas forman el extremo sudeste del sistema montuoso del sur de Europa, una pení­nsula y un archipiélago áridos, escasos en tierra fértil o arable. El movimiento hacia el sur de las tribus de lengua indoeuropea, que se conviertiron en el pueblo griego, terminó aquí­. Estas tribus, o sus predecesores, habí­an establecido una vida ordenada en la pení­nsula y las islas para el siglo XII a. de J.C. Su civilización desapareció antes del 1000 a. de J.C. en una época oscura de destrucción e invasión ocasionada por olas adicionales de tribus nómadas. El complejo de pueblos llamados griegos surgió en las islas y el continente de cuatro siglos de caos. Su propio nombre genérico era el de helenos pero Grecia era parte del territorio que, al estar en el noroeste, naturalmente primero llamó la atención de Roma. De acuerdo con la costumbre de la nomenclatura popular (ver PALESTINA), el nombre de la parte que primero se conoció se extendió para incluir el resto. Mediado por Roma, el término Grecia se aplicó a toda Helas y la Europa occidental llamó griegos a todos los helenos.

Ya para el siglo VIII a. de J.C. habí­a puertos y puestos comerciales griegos desparramados desde Crimea hasta Cadiz, y comenzó el primer florecimiento del pensamiento y la poesí­a griegos. El siglo V de Atenas fue una de las grandes edades de oro del hombre, ofreciendo contribuciones inmortales a la literatura, el arte, la filosofí­a y el pensamiento polí­tico. El helenismo fue formado por Atenas en los cortos años de su supremací­a espiritual.

El idioma, pensamiento cultura griegos, siguiendo tras Alejandro Magno (muerto 323 a. de J.C.), proveyó un elemento unificador en todo el Medio Oriente. Sin la enorme corriente griega hacia el oriente, no podrí­a haber nacido el NT. Grecia proveyó su idioma y su modo de pensar. El helenismo fue un estí­mulo para la mente humana. Era costumbre griega razonar, indagar y especular. Pablo de Tarso (junto con Esteban y Felipe) fue heredero tanto del helenismo como del judaí­smo.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Paí­s en el SE de Europa. En la Biblia se le conoce como †¢Javán. Aparece en la lista de las naciones en Gen 10:2, Gen 10:4, como descendiente de †¢Jafet. Isaí­as profetizó que muchos israelitas emigrarí­an a G. (Isa 66:19). En la profecí­a de Ezequiel, aparece G. como uno de los paí­ses que más comerciaban con los fenicios (Eze 27:13, Eze 27:19). En las visiones de Daniel, †œel macho cabrí­o es el rey de G.† cuyas luchas contra los medos y persas se profetizan (Dan 8:5-21; Dan 10:20; Dan 11:2).

Se llamaba G. al conjunto de paí­ses y ciudades-estado que se establecieron en el SE del continente europeo. Los g. colonizaron la mayorí­a de las islas del mar Egeo y buena parte de la Anatolia, hoy Turquí­a. Incluso habí­an ciudades-estado g. tan lejos al E como en la India y al O en España. La influencia de la cultura helénica se sintió por toda la cuenca del Mediterráneo, donde su idioma llegó a ser lengua franca. Saber g. era signo de distinción, de intelectualidad. La literatura griega era estudiada y apreciada por todos, lo mismo que su filosofí­a, que los hizo tan famosos (†œ… los g. buscan sabidurí­a† [1Co 1:22]).
existen pruebas sobre la presencia de judí­os en G. hasta el siglo III a. C., pero es posible que algunos viajaran allí­ antes de esa fecha, o que fueran llevados cautivos por los enemigos de Israel. Quizá a eso se refiere la alusión de Joe 3:6, donde se habla de que los fenicios y los filisteos vendieron a †œlos hijos de Judá y los hijos de Jerusalén a los hijos de los g. para alejarlos de su tierra†.
los años 333 al 332 a. C., con la conquista que hace Alejandro Magno del Oriente Medio, comienza un proceso de helenización que harí­a más tarde que el idioma g. fuera el más utilizado también en esa zona. A la muerte de Alejandro y tras dividirse su imperio entre sus cuatro generales, las dinastí­as g. de los seléucidas, gobernantes en Siria, y la de los ptolomeos, gobernantes en Egipto, se disputaron el territorio de Israel, hasta la victoria del seléucida Antí­oco III sobre los egipcios en el año 198 a.C. Los seléucidas gobernaron en Jerusalén hasta la rebelión de los Macabeos, que fue causada precisamente por los excesos cometidos por Antí­oco IV Epí­fanes para helenizar al paí­s. Después de esto se instauró la dinastí­a asmonea. En 1Ma 15:23 se menciona una lista de ciudades a las cuales los romanos enviaron una carta diciendo que habí­an hecho alianza con los judí­os. Algunos dicen que hay razones para pensar que en las mismas habí­a ya comunidades judí­as de importancia en esa época. Se mencionan a Esparta, Delos, Samos, Sición y otras.
1Ma 12:12-23 aparece una correspondencia entre los judí­os y los espartanos en la cual se dice: †œSe ha encontrado un documento relativo a espartanos y judí­os de que son hermanos y que son de la raza de Abraham…†. Aunque los párrafos relativos a este asunto han levantado muchas dudas, los arqueólogos encontraron no lejos de Atenas, una inscripción probablemente de los años 300 al 250 a. C., que habla de †œMoscos, hijo de Mosquión el judí­o†, lo cual a lo menos demuestra que hubo cierto intercambio entre judí­os y g. para esa fecha. Durante el perí­odo de la dinastí­a asmonea en Israel, indudablemente ese intercambio aumentó. Otra lista atribuida al judí­o Filón, probablemente de los años 281-282 a.C. menciona que habí­a comunidades judí­as en Tesalónica, Macedonia, ítica, Corinto y muchos otros lugares en el Peloponeso. En Israel, mientras tanto, se siguió manifestando la influencia helénica a pesar de la conquista de éste por los romanos a partir del año 63 a. C.
nació el Señor Jesús, aunque el idioma que hablaba el pueblo era el arameo, el g. todaví­a se usaba entre la gente culta. Por eso, el tí­tulo que pusieron encima de su cruz (†œJesús Nazareno, Rey de los Judí­os†, †œestaba escrito en hebreo, en g. y en latí­n† (Jua 19:20). Cuando Pablo cayó preso en Jerusalén, un soldado romano le interrogó diciendo: †œ¿Sabes g.?† (Hch 21:37). En Hch 6:1 se menciona que †œhubo murmuración de los g. contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria†. Es evidente que se trataba de judí­os provenientes de las comunidades antes mencionadas en G., o prosélitos de allí­, porque todaví­a el evangelio no habí­a sido predicado a los gentiles. Muchas de las ciudades visitadas por Pablo en sus viajes misioneros, como éfeso, habí­an sido parte del imperio griego. En el segundo viaje, Pablo fue a G. por instrucciones del Espí­ritu Santo (Hch. 16), conoció sus grandes ciudades, donde fundó iglesias en Filipos, Corinto, Atenas, etcétera, y mantuvo luego con ellas una correspondencia de la cual algunas piezas forman parte hoy del NT.
í­ como los judí­os llamaban gentiles a los que no eran de su nación, los g., orgullosos de su cultura, llamaban †œbárbaros† a los que no estuviesen incluidos en ella. Sin embargo, la predicación del evangelio, que fue hecha †œal judí­o primeramente, pero también al g.† (Rom 1:16) enseñó que en Cristo Jesús †œno hay g. ni judí­o, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos† (Col 3:11).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Estos términos vienen de grai·kói, el nombre de una tribu del NO. de Grecia. Los habitantes de Italia aplicaron ese nombre (lat. graeci) a los habitantes de Grecia en conjunto, como también hizo más tarde Aristóteles en sus escritos.
A partir del siglo VIII a. E.C., aparece un nombre más antiguo, jonios, en los registros asirios cuneiformes y en los relatos persas y egipcios. †œJonios† viene de Javán (heb. Ya·wán), hijo de Jafet y nieto de Noé. Javán fue el antepasado jafético de los pueblos primitivos de Grecia y las islas vecinas, y también debió serlo de los primeros habitantes de Chipre, de algunas partes del S. de Italia, de Sicilia y de España. (Gé 10:1, 2, 4, 5; 1Cr 1:4, 5, 7; véanse ELISí; JAVíN; KITIM.)
Hoy se llama †œJónico† al mar que está entre el S. de Grecia e Italia, y jónicas, a las islas que se encuentran a lo largo de la costa occidental de Grecia. Sin embargo, tiempo atrás el término †œjónico† tuvo una aplicación más amplia y más acorde con el uso de †œJaván† en las Escrituras Hebreas. En el siglo VIII a. E.C. el profeta Isaí­as habló del tiempo en que los repatriados de Judá serí­an enviados a naciones distantes y también a †œTubal y Javán, las islas lejanas†. (Isa 66:19.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se llama a esa tierra Hel·lás (†œGrecia†, Hch 20:2), y a su gente, hél·le·nes. Los mismos griegos habí­an empezado a usar estos nombres varios siglos antes de la era común y continúan haciéndolo. El nombre †œHélade† (Hel·lás) puede que tenga alguna conexión con †œElisᆝ, uno de los hijos de Javán. (Gé 10:4.) Después de la conquista romana, en el año 146 a. E.C., también se aplicó el nombre Acaya a la parte central y meridional de Grecia.

La tierra y sus caracterí­sticas. Grecia abarcaba la zona S. de la montañosa pení­nsula balcánica, además de las islas cercanas del mar Jónico, al O., y las del mar Egeo, al E. Al S. limitaba con el Mediterráneo. El lí­mite septentrional no estaba bien definido, en especial debido a que antiguamente los javanitas de Grecia no formaban una nación. Sin embargo, parece ser que en tiempos posteriores †œGrecia† llegó a abarcar las regiones de Iliria (más o menos lo que hoy es Yugoslavia occidental y Albania) y Macedonia. Es posible que los macedonios y los griegos procedieran de un tronco común.
Tanto en aquel entonces como hoy, esta zona presentaba un aspecto accidentado, eminentemente rocoso, y una extensa masa de escabrosas montañas de piedra caliza ocupaban tres cuartas partes de su superficie. Las laderas de las montañas estaban densamente pobladas de árboles. Debido a la escasez de llanuras y valles fértiles, así­ como a la fragosidad del terreno, la capacidad agrí­cola de la tierra estaba muy limitada. Sin embargo, la suave climatologí­a de la zona favorecí­a el cultivo de olivos y de viñas, y en terrenos propicios se cultivaba cebada, trigo, manzanas, higos y granadas. Por las tierras en barbecho y sin cultivo pací­an manadas de ovejas y de cabras. Habí­a yacimientos de plata, zinc, cobre y plomo, y de las montañas se obtení­an cantidades abundantes de mármol de la mejor calidad. En la profecí­a de Ezequiel (27:1-3, 13) se incluye a Javán entre los que comerciaban con Tiro y se menciona que los artí­culos de intercambio eran, entre otros, †œobjetos de cobre†.

Las ventajas de la comunicación por mar. Debido a lo montañoso del terreno, los viajes por tierra eran lentos y accidentados. En la temporada invernal era frecuente que los carros de tracción animal quedasen atascados en la nieve o en terrenos blandos. Por eso, el mar fue el medio más idóneo para el transporte y la comunicación griegos. El extenso y dentado litoral presentaba una costa muy recortada e irregular, llena de ensenadas profundas y de caladeros, que ofrecí­an a los barcos abundantes puertos y refugios naturales. Por esa misma causa, pocas localidades del antiguo suelo continental griego estaban a más de 60 Km. de la costa. La parte meridional de la Grecia peninsular, el Peloponeso, era casi una isla, unida al continente por un estrecho brazo de tierra que separaba el golfo de Corinto del golfo Sarónico. (En la actualidad, un canal sin compuertas de unos 6 Km. de longitud atraviesa el estrecho istmo y separa por completo el Peloponeso del territorio peninsular.)
Desde épocas muy tempranas, los javanitas griegos vivieron de cara al mar. A tan solo unos 160 Km. de la costa noroccidental de Grecia. Al E., una cadena de archipiélagos salpica el mar Egeo, sirviendo de cómodo paso hacia el Asia Menor. Hacia la esquina nororiental del mar Egeo se encuentra un pasaje marí­timo (llamado antiguamente el Helesponto), el estrecho de los Dardanelos, que conduce al mar de Mármara y, por él, al estrecho del Bósforo, por el que se entra en el mar Negro. Además, navegando a lo largo de la costa meridional de Asia Menor, los barcos griegos llegaron en aquella época al litoral sirio y palestino. Por entonces, un barco podí­a recorrer durante las horas diurnas unos 100 Km. Las cartas que Pablo envió a los tesalonicenses, en Macedonia, y que seguramente escribió en Corinto, debieron tardar en llegar a sus destinatarios una semana o más, dependiendo de las condiciones climatológicas y del número de paradas que el barco hiciese en el recorrido.
La influencia griega y la de su colonización no se limitó únicamente al territorio peninsular. A las numerosas islas que tachonaban los mares Jónico y Egeo se las consideraba tan griegas como la tierra continental. Tanto el S. de Italia como Sicilia en su dí­a formaron parte de lo que se llamó la Gran Hélade o, en latí­n, Graecia Magna. Gracias al testimonio histórico se sabe que las relaciones comerciales de los javanitas griegos con los javanitas que se asentaron en Tarsis (España) fueron más abundantes que las de los fenicios. Una relación parecida se dio también entre los griegos y los javanitas de Chipre.

Origen de las tribus griegas. La historia moderna ofrece varias explicaciones sobre el origen de las tribus griegas y su asentamiento en la zona. La idea, bastante extendida, de que hubo una serie de †œinvasiones† sucesivas de tribus septentrionales, se basa en gran parte en mitos griegos y en la especulación arqueológica. De hecho, la historia del pueblo griego da comienzo en torno al siglo VIII a. E.C. (en 776 a. E.C. se celebró la primera olimpiada), y solo se dispone de un registro histórico ininterrumpido a partir del siglo V a. E.C., es decir, en una fecha muy posterior al Diluvio y, por ende, a la dispersión de las familias humanas por causa de la confusión de las lenguas en Babel. (Gé 11:1-9.) Puede ser que durante todos esos siglos se infiltrasen otros grupos étnicos en el tronco original de Javán y sus hijos, pero lo que se conoce de todo el perí­odo anterior al I milenio a. E.C. solo da pie a teorí­as de dudoso valor histórico.

Las principales tribus griegas. Entre estas están: los aqueos, de Tesalia, la parte central del Peloponeso, y Beocia; los eolios, que ocupaban la parte occidental de la Grecia central, la septentrional del Peloponeso, Elide, Etolia y las islas cercanas; los dorios, de la parte oriental del Peloponeso, las islas meridionales del mar Egeo y la parte suroccidental de Asia Menor, y los jonios, del ítica, la isla de Eubea, las islas de la zona central del Egeo y la costa occidental de Asia Menor. Sin embargo, no se sabe si en los albores de la civilización griega hubo alguna relación entre estas tribus y los macedonios.

Tradición patriarcal y ciudades-estado. Las tribus de habla griega eran bastante independientes entre sí­ e incluso dentro de la tribu misma las ciudades-estado eran de igual manera bastante independientes. Las condiciones geográficas propiciaron esta caracterí­stica: muchos viví­an en la región insular, y la mayor parte de los que habitaban la pení­nsula se habí­an establecido en pequeños valles encerrados entre montañas. Respecto a su estructura social primitiva, la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana (Espasa-Calpe) (vol. 26, pág. 1197) hace esta observación: †œLa constitución interior de todos los Estados en general era la monarquí­a patriarcal con una aristocracia formada por las familias más distinguidas […], de la que salí­an los consejeros del rey (Gerusia o Consejo de los Ancianos), y el pueblo, constituido por todos los hombres libres que formaban parte de las agrupaciones gentilicias†. Esta estructura social se parece bastante a la de la sociedad patriarcal postdiluviana que se describe en el libro bí­blico de Génesis.
El modelo de organización griego tení­a cierto parecido con el de Canaán, donde las diversas tribus (descendientes de Canaán) constituyeron pequeños reinos, con frecuencia organizados en torno a una ciudad en particular. Los griegos llamaban a la ciudad-estado pó·lis, un término que al parecer al principio se aplicó a una acrópolis, o altura fortificada, en torno a la cual se fueron asentando grupos de colonos. Con el tiempo, se designó con el término toda la zona poblada y a los ciudadanos que integraban la ciudad-estado. La mayor parte de las ciudades-estado griegas eran de poca extensión y por lo general no tení­an más de 10.000 ciudadanos (aparte de mujeres, esclavos y niños). Hacia el siglo V a. E.C., cuando Atenas se hallaba en su cenit, se dice que solo tení­a alrededor de 43.000 ciudadanos varones; Esparta solo tuvo unos 5.000. A semejanza de los pequeños reinos cananeos, las ciudades-estado griegas se coligaban y también luchaban entre sí­. El paí­s permaneció fragmentado hasta la llegada de Filipo II de Macedonia.

Ensayos democráticos. A excepción de Atenas y Esparta, no se sabe mucho del tipo de gobierno de la mayorí­a de las ciudades-estado griegas, pero debió diferir considerablemente de los de Canaán, Mesopotamia o Egipto. Al menos durante lo que pudiera llamarse perí­odo histórico, en lugar de reyes tení­an magistrados, consejos y una asamblea (ek·kle·sí­Â·a) de ciudadanos. Atenas ensayó un gobierno puramente democrático (la palabra †œdemocracia† viene del griego de·mos, †œpueblo†, y krá·tos, †œgobierno†), en el que todos los ciudadanos formaban el cuerpo legislativo y tení­an voz y voto en la asamblea. Sin embargo, solo una minorí­a eran †œciudadanos†, pues ni a las mujeres ni a los residentes nacidos en el extranjero ni a los esclavos se les reconocí­a el derecho a la ciudadaní­a. Se cree que una tercera parte de la población de muchas de las ciudades-estado estaba formada por esclavos, y sin duda fue esa mano de obra lo que les permitió a los †œciudadanos† tener el tiempo libre que necesitaban para participar en la asamblea polí­tica. La primera referencia a Grecia en las Escrituras Hebreas, hecha alrededor del siglo IX a. E.C., es con respecto a los judaí­tas que Tiro, Sidón y Filistea vendieron como esclavos a los †œhijos de los griegos [literalmente, †œjavanitas† o †œjonios†]†. (Joe 3:4-6.)

Manufactura y comercio. Aunque su actividad principal era la agricultura, los griegos también producí­an y exportaban muchos productos manufacturados. Las vasijas griegas llegaron a ser famosas por todo el Mediterráneo; también eran importantes los artí­culos de plata y oro y los tejidos de lana. Habí­a numerosas tiendas de artesanos, pequeñas e independientes, cuyos trabajadores eran tanto esclavos como libres. En la ciudad griega de Corinto el apóstol Pablo ayudó a íquila y Priscila en el oficio de hacer tiendas, probablemente usando tejido hecho de pelo de cabra, que abundaba en Grecia. (Hch 18:1-4.) Corinto se convirtió en uno de los centros comerciales de mayor importancia gracias a ocupar una posición estratégica cerca del golfo de Corinto y del Sarónico. Otras ciudades comerciales importantes de Grecia fueron Atenas y Egina.

La cultura y el arte griegos. La educación griega se limitaba únicamente al varón y su objetivo primordial era la formación de †œbuenos ciudadanos†. Pero cada una de las ciudades-estado tení­a un concepto propio de la buena ciudadaní­a. Por ejemplo, la educación espartana se centraba casi en su totalidad en una buena preparación fí­sica (léase el consejo de Pablo a Timoteo en 1Ti 4:8). Se sacaba a los niños del seno familiar a los siete años y hasta los treinta viví­an juntos en barracones. En Atenas llegó a primar mucho más una buena formación literaria, matemática y artí­stica. Se confiaba al niño a un esclavo fiel, al que se llamaba pai·da·go·gós, quien lo acompañaba a la escuela, donde daba comienzo su preparación. (Nótese la comparación que hace Pablo de la ley mosaica con el pai·da·go·gós en Gál 3:23-25; véase TUTOR.) La poesí­a llegó a ser muy popular en Atenas, y se pedí­a a los estudiantes que memorizasen muchos poemas. Aunque Pablo se habí­a educado en Tarso, en la región de Cilicia, cuando estuvo en Atenas citó en su alocución de un poema con el fin de hacer llegar mejor su mensaje. (Hch 17:22, 28.) También alcanzaron popularidad en aquella época las representaciones dramáticas, tanto las comedias como las tragedias.
A la filosofí­a se le dio una gran importancia en Atenas y con el tiempo en toda Grecia. Entre las corrientes filosóficas más importantes estaba la de los sofistas, que sostení­an que la verdad era materia de opinión personal; a este punto de vista (similar al de los hindúes) se opusieron filósofos griegos de la talla de Sócrates, su discí­pulo Platón y el discí­pulo de este, Aristóteles. Otras corrientes filosóficas trataban de la fuente primaria de la felicidad. Los estoicos, sostení­an que la felicidad consistí­a en vivir de acuerdo con la razón y que solo eso bastaba. Los epicúreos creí­an que el placer era la verdadera fuente de la felicidad. (Contrástese con el comentario de Pablo a los corintios en 1Co 15:32.) Algunos filósofos de estas dos últimas escuelas se hallaron entre los que conversaron con Pablo en Atenas, una conversación que llevó a Pablo al Areópago para ser escuchado de nuevo. (Hch 17:18, 19.) Otra corriente filosófica que ha de mencionarse es la de los escépticos, quienes opinaban que, en realidad, en la vida no habí­a nada que verdaderamente importase.
Una caracterí­stica del pueblo griego, manifiesta al menos en tiempos posteriores, fue su carácter inquiridor y su predisposición al debate y la conversación en torno a temas nuevos. (Hch 17:21.) Se propusieron hallar la solución a algunas de las grandes cuestiones de la vida y del universo a partir del razonamiento lógico (y de la especulación), y llegaron a pensar que ellos eran el centro de la intelectualidad del mundo antiguo. En su primera carta a los Corintios, Pablo coloca la sabidurí­a e intelectualidad humanas en su justa perspectiva cuando dice entre otras cosas: †œSi alguno entre ustedes piensa que es sabio en este sistema de cosas, hágase necio, para que se haga sabio. […] †˜Jehová sabe que los razonamientos de los sabios son vanos†™†. (1Co 1:17-31; 2:4-13; 3:18-20.) Pese a sus debates filosóficos e investigación, sus escritos revelan que no pudieron hallar una base inamovible para la esperanza. A este respecto, los profesores J. R. S. Sterrett y Samuel Angus dijeron: †œNinguna otra literatura contiene lamentos tan patéticos sobre las penalidades de la vida, la frivolidad del amor, la ingenuidad de la esperanza y la crueldad de la muerte†. (Funk and Wagnalls New Standard Bible Dictionary, 1936, pág. 313.)

La religión griega. La información más antigua sobre la religión griega viene de la poesí­a épica de Homero. Según los historiadores, escribió los dos poemas épicos titulados la Ilí­ada y la Odisea. Se cree que las porciones de papiros más antiguos de estos poemas datan de poco antes del año 150 a. E.C. Pero como dice el profesor de griego George G. A. Murray, estos textos primitivos †œdifieren †˜una barbaridad†™ de nuestra vulgata†, es decir, del texto que se ha aceptado popularmente durante los últimos siglos. (Encyclopædia Britannica, 1942, vol. 11, pág. 689.) Así­ que, a diferencia de la Biblia, no se ha conservado la integridad de los textos homéricos, sino, como afirma el profesor Murray, se han difundido con grandes variaciones. Los poemas de Homero trataban de héroes y dioses guerreros que se parecí­an mucho a los hombres.
Hay pruebas de la influencia babilonia en la religión griega, y hasta se ha encontrado una antigua fábula griega que es casi una traducción literal de un original acadio.
A otro poeta, Hesí­odo, probablemente del siglo VIII a. E.C., se le atribuye la compilación de los muchí­simos mitos y leyendas griegos. Los poemas de Homero y la Teogoní­a de Hesí­odo formaron los principales escritos sagrados, o teologí­a, de los griegos.
Cuando se examinan los mitos griegos, es interesante ver cómo la Biblia arroja luz sobre su posible, o hasta probable, origen. Como muestra Génesis 6:1-13, antes del Diluvio los hijos angélicos de Dios bajaron a la Tierra, materializándose en forma humana, y cohabitaron con atractivas mujeres. Produjeron una prole a la que se llamó †œnefilim† o †œderribadores†, es decir, †œlos que hacen caer a otros†. Como resultado de esta unión contranatural entre espí­ritus y humanos y de la raza hí­brida que produjeron, la Tierra se llenó de inmoralidad y violencia. (Compárese con Jud 6; 1Pe 3:19, 20; 2Pe 2:4, 5; véase NEFILIM.) Al igual que otras personas de tiempos postdiluvianos, Javán, el progenitor del pueblo griego, habrí­a oí­do hablar de los tiempos antediluvianos, pues era hijo de Jafet, uno de los supervivientes del Diluvio. Nótese a continuación lo que revelan los escritos que se atribuyen a Homero y Hesí­odo.
Los numerosos dioses y diosas de los que hablaron tení­an forma humana y una gran belleza, aunque estaban dotados de poderes sobrehumanos y a menudo se les representaba de gran tamaño. Comí­an, bebí­an, dormí­an, tení­an relaciones sexuales entre ellos e incluso con humanos, viví­an como familias, se peleaban y luchaban, seducí­an y violaban. Aunque supuestamente eran santos e inmortales, eran capaces de cualquier tipo de engaño y delito. Podí­an moverse entre la humanidad tanto de manera visible como invisible. Los escritores y filósofos griegos posteriores procuraron eliminar de los relatos de Homero y Hesí­odo algunos de los actos más viles atribuidos a los dioses.
Estas narraciones probablemente sean un reflejo del auténtico relato de las condiciones antediluvianas que se halla en Génesis, aunque de una forma muy exagerada, adornada y distorsionada. Otra correspondencia destacable es que en las leyendas griegas no solo hay relatos sobre los dioses principales, sino también sobre semidioses o héroes, cuya ascendencia era en parte divina y en parte humana. Estos semidioses tení­an fuerza sobrehumana, pero eran mortales (Heracles [Hércules] fue el único al que se le concedió el privilegio de alcanzar la inmortalidad). Guardan una marcada similitud con los nefilim del relato de Génesis.
Partiendo de esta correspondencia básica, el orientalista E. A. Speiser remonta el origen de la mitologí­a griega hasta Mesopotamia. (The World History of the Jewish People, 1964, vol. 1, pág. 260.) Mesopotamia fue la región donde se edificó la ciudad de Babilonia y la tierra desde la que se dispersó la humanidad después de la confusión de las lenguas. (Gé 11:1-9.)
Se decí­a que los principales dioses griegos residí­an en la cima del monte Olimpo (2.920 m. de altura), situado al S. de la ciudad de Berea. (Pablo estuvo bastante cerca de las laderas del Olimpo cuando ministraba a los habitantes de Berea durante su segunda gira misional; Hch 17:10.) Entre estos dioses del Olimpo estaban: Zeus (a quien los romanos llamaban Júpiter, Hch 28:11), el dios del cielo; Hera (la romana Juno), la esposa de Zeus; Ge o Gea, la diosa de la Tierra, llamada también la Gran Madre; Apolo, un dios del Sol, quien ocasionaba una muerte súbita disparando sus flechas mortí­feras desde lejos; írtemis (la Diana romana), la diosa de la caza; en Efeso cobró importancia el culto a otra írtemis, diosa de la fertilidad (Hch 19:23-28, 34, 35); Ares (el Marte romano), el dios de la guerra; Hermes (el Mercurio romano), el dios de los viajeros, del comercio y de la elocuencia, el mensajero de los dioses (en Listra [Asia Menor] la gente llamó a Bernabé †œZeus […], pero Hermes a Pablo, puesto que este era el que llevaba la delantera al hablar†; Hch 14:12); Afrodita (la Venus romana), la diosa de la fertilidad y del amor, considerada la †œhermana de la asirobabilonia Istar y la sirofenicia Astart醝 (Greek Mythology, de P. Hamlyn, Londres, 1963, pág. 63), y otros muchos dioses y diosas. En realidad, parece que cada ciudad-estado tení­a sus propios dioses menos importantes, adorados según la costumbre local.

Festividades y juegos. Las festividades desempeñaron un papel importante en el contexto religioso griego. Los juegos atléticos, las representaciones escénicas, los sacrificios y las oraciones serví­an de reclamo para la gente de una extensa zona del paí­s, y de esa manera las ocasiones festivas sirvieron para aglutinar a las ciudades-estado, que estaban divididas polí­ticamente. Entre las festividades más destacadas estaban los juegos olí­mpicos (celebrados en Olimpia), los juegos í­stmicos (cerca de Corinto), los juegos pí­ticos (en Delfos) y los juegos nemeos (cerca de Nemea). La celebración cuatrienal de los juegos olí­mpicos sirvió de base para establecer la cronologí­a de la era griega, pues cada cuatrienio llegó a ser considerado una olimpiada. (Véase JUEGOS.)

Oráculos, astrologí­a y santuarios. Los adivinos, por medio de quienes los dioses supuestamente revelaban lo desconocido, tení­an muchos devotos. Los más famosos residí­an en los templos de Delos, Delfos y Dodona. Por cierta cantidad de dinero, las personas recibí­an respuestas a las preguntas que formulaban. Las respuestas solí­an ser ambiguas y los sacerdotes tení­an que interpretarlas. En Macedonia, la joven que en la ciudad de Filipos tení­a el arte de la predicción (de la que Pablo expulsó un demonio) hací­a las veces de pitonisa y †œproporcionaba mucha ganancia a sus amos†. (Hch 16:16-19.) El profesor G. Ernest Wright comenta que la astrologí­a moderna nos llega, a través de los griegos, de las prácticas adivinatorias desarrolladas en Babilonia. (Arqueologí­a bí­blica, 1975, pág. 53.) También fueron populares los santuarios donde se hací­an curaciones.

Enseñanza filosófica de la inmortalidad. Como los filósofos griegos se interesaban en las cuestiones elementales de la vida, sus puntos de vista influí­an en las creencias religiosas de la gente. Sócrates, un filósofo del siglo V a. E.C., enseñó que el alma humana era inmortal. En el Fedón (64c, 105e) Platón pone en boca de Sócrates y de otros dos compañeros la siguiente conversación: †œ†˜¿Consideramos que la muerte es algo? […] ¿Acaso es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y el estar muerto es esto: que el cuerpo esté solo en sí­ mismo, separado del alma, y el alma se quede sola en sí­ misma separada de cuerpo? ¿Acaso la muerte no es otra cosa sino esto?†™ †˜No, sino eso†™ —dijo—†. †œ†˜¿Es que el alma no acepta la muerte?†™ †˜No†™.† Sócrates continúa: †œ†˜Por tanto el alma es inmortal.†™ †˜Inmortal†™†. Contrástese con Ezequiel 18:4 y Eclesiastés 9:5, 10.

Templos e í­dolos. Se edificaron templos magní­ficos en honor a los dioses, y se esculpieron hermosas estatuas de mármol y bronce para representarlos. Las ruinas de algunos de estos templos más famosos se encuentran en la Acrópolis de Atenas, y entre estos están el Partenón, el Erecteón y los Propileos. Fue en esta misma ciudad donde Pablo comentó ante un auditorio el notable temor a las deidades que habí­a observado en ella, y les dijo explí­citamente a sus oyentes que el Creador del cielo y la Tierra †œno mora en templos hechos de manos† y que, como progenie de Dios, no deberí­an imaginarse que el Creador es †œsemejante a oro, o plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre†. (Hch 17:22-29.)

Perí­odo de las guerras persas. La aparición del Imperio medopersa bajo el rey Ciro (quien conquistó Babilonia en 539 a. E.C.) supuso una amenaza para Grecia. Ciro ya habí­a conquistado Asia Menor, y también las colonias griegas que allí­ habí­a. En su tercer año (seguramente como gobernante de Babilonia), el mensajero angélico de Jehová informó a Daniel que el cuarto rey de Persia †œ[levantarí­a] todo contra el reino de Grecia†. (Da 10:1; 11:1, 2.) El tercer rey persa (Darí­o Histaspes) reprimió una sublevación de las colonias griegas en 499 a. E.C. y se preparó para invadir Grecia, pero la flota invasora persa naufragó debido a una tormenta en el año 492 a. E.C. En 490 a. E.C., una gran fuerza persa penetró en Grecia, pero un pequeño ejército de atenienses la derrotó en las llanuras de Maratón, al NE. de Atenas. Cuando Jerjes, el hijo de Darí­o, se propuso vengar esta derrota, actuó como el predicho †˜cuarto rey†™, de modo que agitó a todo el imperio, consiguió formar una imponente fuerza militar y en el año 480 a. E.C. cruzó el Helesponto.
Aunque en esta ocasión diversas ciudades-estado principales griegas se unieron para detener la invasión, las tropas persas marcharon a través de la parte septentrional y central de Grecia, llegaron a Atenas y quemaron la Acrópolis, su elevada fortificación. Sin embargo, en el mar, los atenienses y otros griegos que los apoyaban superaron en estrategia a sus enemigos e hicieron naufragar la flota persa (junto con los fenicios y sus otros aliados) en Salamina. Reforzaron esta victoria derrotando a los persas en tierra, en Platea y en Micale, en la costa occidental de Asia Menor, lo que obligó a las fuerzas persas a abandonar Grecia.

Supremací­a ateniense. Gracias a su gran flota, Atenas consiguió el liderazgo de Grecia. Desde entonces hasta aproximadamente el año 431 a. E.C. Atenas vivió su †œedad de oro†, cuando se produjeron las obras de arte y arquitectura más famosas. Atenas encabezó la Liga de Delos, que estaba formada por varias ciudades griegas y diversas islas. La Liga del Peloponeso, encabezada por Esparta, se resintió de la supremací­a ateniense y como consecuencia estalló la guerra del Peloponeso. Duró desde 431 hasta 404 a. E.C., cuando los espartanos derrotaron definitivamente a los atenienses. El rí­gido régimen de Esparta continuó hasta aproximadamente el año 371 a. E.C., y le siguió la hegemoní­a de Tebas. Grecia entró en un perí­odo de decadencia polí­tica, aunque Atenas continuó siendo el centro cultural y filosófico del Mediterráneo. Finalmente, la naciente potencia macedonia, bajo Filipo II, conquistó Grecia en 338 a. E.C., cuando el paí­s fue unificado y comenzó el control macedonio.

Grecia bajo Alejandro Magno. En el siglo VI a. E.C. Daniel recibió una visión profética que predecí­a que Grecia acabarí­a con el Imperio medopersa. Alejandro, el hijo de Filipo, fue educado por Aristóteles, y después del asesinato de Filipo, llegó a ser el adalid de los pueblos de habla griega. En el año 334 a. E.C. se propuso vengarse de Persia por sus ataques a algunas ciudades griegas de la costa occidental de Asia Menor. Su conquista relámpago, no solo de toda Asia Menor, sino también de Siria, Palestina, Egipto y todo el Imperio medopersa, hasta la India, cumplió el cuadro profético de Daniel 8:5-7, 20, 21. (Compárese con Da 7:6.) Cuando Grecia asumió el control de Judea en 332 a. E.C., llegó a ser la quinta potencia mundial desde el punto de vista de la nación de Israel. Las cuatro anteriores habí­an sido: Egipto, Asiria, Babilonia y Medo-Persia. Para el año 328 a. E.C. las conquistas de Alejandro terminaron, y entonces tuvo su cumplimiento la parte restante de la visión de Daniel. En 323 a. E.C., Alejandro murió en Babilonia, y, tal como se habí­a predicho, su imperio se dividió en cuatro reinos, ninguno de los cuales alcanzó el poder del imperio original. (Da 8:8, 21, 22; 11:3, 4; véanse MAPAS, vol. 2, pág. 334; ALEJANDRO núm. 1.)
Sin embargo, antes de su muerte Alejandro habí­a conseguido introducir la cultura y el idioma griegos en todo su vasto imperio. En muchas tierras conquistadas se fundaron colonias griegas. En Egipto se edificó la ciudad de Alejandrí­a, que llegó a rivalizar con Atenas como centro cultural. Así­ se empezó a helenizar a muchas de las regiones mediterráneas y del Oriente Medio. La koiné (el griego común) llegó a ser la lingua franca internacional. Fue el idioma que emplearon eruditos judí­os de Alejandrí­a para hacer la Versión de los Setenta, una traducción de las Escrituras Hebreas de la Biblia. Más tarde, las Escrituras Griegas Cristianas se escribieron en este mismo idioma y la internacionalidad de este contribuyó a la rápida propagación de las buenas nuevas cristianas por todo el Mediterráneo. (Véase GRIEGO.)

El efecto de la helenización en los judí­os. Cuando el Imperio griego se dividió entre los cuatro generales de Alejandro, Judá se convirtió en un estado fronterizo, entre el régimen tolemaico de Egipto y la dinastí­a seléucida de Siria. En el año 198 a. E.C. los seléucidas conquistaron esta tierra, que en un principio estuvo bajo el control de Egipto. Con el fin de unificar a Judá con Siria en el espí­ritu de la cultura helénica, se promovió la religión griega en todo el territorio, así­ como el idioma, la literatura y el estilo de vestir.
Se fundaron colonias griegas por todo el paí­s, incluso en Samaria (que a partir de entonces se llamó Sebaste), en Akkó (Tolemaida) y Bet-seán (Escitópolis), así­ como en algunos lugares situados al E. del Jordán donde no habí­a poblaciones. (Véase DECíPOLIS.) En la ciudad de Jerusalén se abrió un gimnasio, que atrajo a muchos jóvenes judí­os. Como los juegos griegos estaban ligados í­ntimamente a la religión, el gimnasio era un medio de erosionar la adherencia judí­a a los principios bí­blicos. Durante todo ese perí­odo, la infiltración helénica alcanzó incluso al sacerdocio judí­o. Por esa ví­a comenzaron a enraizarse paulatinamente un conjunto de creencias en otro tiempo ajenas al pensamiento judí­o, como la enseñanza pagana de la inmortalidad del alma y la idea de la existencia de un mundo subterráneo donde se sufrí­a tormento después de la muerte.
Cuando Antí­oco Epí­fanes profanó el templo de Jerusalén (168 a. E.C.) introduciendo en él el culto a Zeus, se alcanzó el punto álgido de la helenización judí­a; la rebelión no se hizo esperar y estallaron las guerras macabeas.
En Alejandrí­a (Egipto), donde la colonia judí­a ocupaba un sector importante de la ciudad, la helenización fue también muy fuerte. (Véase ALEJANDRíA.) Algunos judí­os alejandrinos se dejaron arrastrar por la popularidad de la filosofí­a griega, y hubo autores judí­os que pensaron que era necesario adecuar las creencias judí­as a las †œnuevas tendencias†. Pretendieron demostrar que las ideas filosóficas griegas en boga en realidad habí­an estado antecedidas por ideas similares recogidas en las Escrituras Hebreas o que hasta se derivaban de estas.

Régimen romano sobre los estados griegos. Macedonia y Grecia (una de las cuatro divisiones del imperio de Alejandro) cayeron ante los romanos en el año 197 a. E.C. Al año siguiente, el general romano proclamó la †œlibertad† de todas las ciudades griegas. Esto significaba que no se exigirí­a ningún tributo, pero a cambio Roma esperaba una total cooperación, lo que llevó a un fuerte sentimiento antirromano. Macedonia guerreó contra los romanos, pero volvió a ser derrotada en 167 a. E.C., y unos veinte años después se convirtió en una provincia romana. La Liga Aquea, encabezada por Corinto, se rebeló en 146 a. E.C.; los ejércitos romanos marcharon hacia el S. de Grecia y destruyeron Corinto. Se formó la provincia de †œAcaya†, que para el año 27 a. E.C. llegó a incluir toda la parte meridional y central de Grecia. (Hch 19:21; Ro 15:26; véase ACAYA.)
El perí­odo de la dominación romana supuso para Grecia la decadencia polí­tica y económica. Lo único que prevaleció fue su cultura, que ejerció una notable influencia en los conquistadores romanos. Importaron con avidez la escultura y la literatura griegas. Templos enteros se desmantelaron y embarcaron hacia Italia. A muchos de los jóvenes de Roma se les educó en Atenas y en otros centros docentes griegos. Grecia, por otro lado, adoptó una actitud retrógrada, concentrándose en su pasado.

†œHelenos† del siglo I E.C. En el tiempo del ministerio de Jesucristo y de sus apóstoles todaví­a se conocí­a a los nativos de Grecia o a los que eran de la raza griega por el nombre de hél·le·nes (singular, hél·len). Los griegos llamaban a las personas de otras razas †œbárbaros†, que significa simplemente extranjeros o los que hablan una lengua extranjera. En Romanos 1:14 el apóstol Pablo también contrasta a los †œgriegos† con los †œbárbaros†. (Véase BíRBARO.)
Sin embargo, en algunas ocasiones Pablo usa el término hél·le·nes con un sentido más amplio. Particularmente cuando lo contrasta con los judí­os, emplea el vocablo hél·le·nes o griegos en representación de todos los pueblos que no eran judí­os. (Ro 1:16; 2:6, 9, 10; 3:9; 10:12; 1Co 10:32; 12:13.) De ahí­ que en el capí­tulo 1 de Primera a los Corintios, Pablo parangone a los †œgriegos† (vs. 22) con las †œnaciones† (vs. 23). Parece ser que este uso se debió a la importancia y preeminencia del lenguaje y la cultura griegos en todo el Imperio romano. En cierto sentido, †˜encabezaban la lista†™ de los pueblos que no eran judí­os. Pero esto no significaba que Pablo o los otros escritores de las Escrituras Griegas Cristianas usaran hél·le·nes en sentido vago, como sinónimo de †œpagano†, según han supuesto algunos comentaristas. Como prueba de que hél·le·nes se usaba para identificar a un pueblo determinado, en Colosenses 3:11 Pablo se refiere a los †˜griegos†™ y los distingue del †œextranjero [bár·ba·ros]† y el †œescita†.
En la misma lí­nea, el helenista Hans Windisch, dice: †œNo se puede demostrar que el sentido del término †˜gentil†™ [por hél·len] […] provenga del judaí­smo helénico o del N.T.†. (Theological Dictionary of the New Testament, edición de G. Kittel; traducción y edición de G. Bromiley, 1971, vol. 2, pág. 516.) No obstante, Windisch indica que en algunas ocasiones los escritores griegos emplearon el término hél·len para referirse a personas de otras razas que habí­an adoptado la lengua y la cultura griegas, es decir, personas que se habí­an †œhelenizado†. Por consiguiente, cuando en la Biblia se emplea el término hél·le·nes, o griegos, hay que tener en cuenta que existe la posibilidad de que en muchos casos las personas aludidas no fuesen en realidad griegos de nacimiento o ascendencia.
Es probable que se llamase †œgriega† a la mujer de nacionalidad sirofenicia cuya hija sanó Jesús (Mr 7:26-30) por ser de ascendencia griega. Los †œgriegos entre los que habí­a subido a adorar† en la Pascua y que solicitaron ver a Jesús debí­an ser prosélitos griegos de la religión judí­a. (Jn 12:20; obsérvese la declaración profética de Jesús en el vs. 32 en cuanto a †˜atraer a él a hombres de toda clase†™.) El término hél·len se aplica tanto al padre de Timoteo como a Tito (Hch 16:1, 3; Gál 2:3), lo que quizás signifique que eran de raza griega. Sin embargo, en vista de la supuesta tendencia de algunos escritores griegos a emplear hél·le·nes para referirse a los que no eran griegos, pero que hablaban griego y eran de cultura griega, y en vista de que Pablo usó dicho término en el sentido representativo considerado antes, cabe la posibilidad de que todas estas personas fuesen griegas en este último sentido. Sin embargo, el hecho de que la mujer griega estuviese en Sirofenicia, el que el padre de Timoteo residiese en Listra (Asia Menor) o que Tito al parecer hubiese residido en Antioquí­a de Siria, no es prueba de que no fueran de raza griega o descendientes de griegos, pues en todas estas regiones habí­a colonos e inmigrantes griegos.
Cuando Jesús le dijo a cierto grupo que iba a †˜irse al que le habí­a enviado†™ y que †˜donde él estaba yendo ellos no podí­an ir†™, los judí­os se dijeron entre sí­: †œ¿A dónde piensa ir este, de modo que nosotros no hayamos de hallarlo? No piensa ir a los judí­os dispersos entre los griegos y enseñar a los griegos, ¿verdad?†. (Jn 7:32-36.) Con la expresión †œlos judí­os dispersos entre los griegos† querí­an decir simplemente eso: no los judí­os de Babilonia, sino los que estaban esparcidos por todas las lejanas ciudades griegas y paí­ses occidentales. Los relatos de los viajes misionales de Pablo revelan la extraordinaria cantidad de inmigrantes judí­os que habí­a en tales regiones griegas.
Las personas mencionadas en Hechos 17:12 y 18:4, donde se habla de las ciudades griegas de Berea y Corinto, ciertamente eran de ascendencia griega, como también pudieron haberlo sido los †œgriegos† de Tesalónica, en Macedonia (Hch 17:4); de Efeso, en la costa occidental de Asia Menor, colonizada durante mucho tiempo por los griegos y en otro tiempo la capital de Jonia (Hch 19:10, 17; 20:21), e incluso de Iconio, en la parte central de Asia Menor (Hch 14:1). Aunque la combinación †˜judí­os y griegos†™ que aparece en algunos de estos textos puede indicar que Lucas, al igual que Pablo, utilizó el término †œgriegos† para designar a los pueblos no judí­os en general, en realidad solo Iconio estaba situada geográficamente fuera del mundo propiamente griego.

Helenistas. En el libro de Hechos aparece otro término: hel·le·ni·stái (singular, hel·le·ni·stes). Esta palabra no se halla ni en la literatura griega ni judí­a helení­stica; por lo tanto, su significado es un tanto incierto. La mayorí­a de los lexicógrafos creen que en Hechos 6:1 y 9:29 se refiere a †œjudí­os de habla griega†. En el primero de estos dos textos, estos hel·le·ni·stái se contrastan con los †œjudí­os de habla hebrea† (e·brái·oi [texto griego de Westcott y Hort]). Con motivo de la celebración del Pentecostés de 33 E.C., hubo en Jerusalén una gran cantidad de judí­os y prosélitos procedentes de muchos lugares. Una inscripción encontrada en la colina de Ofel, en Jerusalén, la †œInscripción de Teodoto†, demuestra que solí­an ir a la ciudad muchas personas, prosélitos, de habla griega. El documento, escrito en griego, dice: †œTeodoto, hijo de Vetteno, sacerdote y presidente de la sinagoga, hijo de presidente de sinagoga y nieto de presidente de sinagoga, ha edificado la sinagoga para la lectura de la Ley y para la enseñanza de los Mandamientos, y (ha edificado) la hospederí­a, las cámaras y la cisterna de agua para refugio de los forasteros que lo necesiten —(la sinagoga) que sus padres y los ancianos y Simónides han fundado†. (Arqueologí­a bí­blica, de G. Ernest Wright, 1975, pág. 345.) Hay quienes han relacionado esta inscripción con la †œSinagoga de los Libertos†, algunos de cuyos miembros estuvieron entre los que dieron muerte a Esteban. (Hch 6:9; véase LIBERTO, HOMBRE LIBRE.)
Sin embargo, la forma de hel·le·ni·stái que aparece en Hechos 11:20 con referencia a ciertos residentes de Antioquí­a de Siria puede que designe a la †œgente de habla griega† en general, más bien que a los judí­os de habla griega. Se llega a esta conclusión debido a que hasta la llegada de los cristianos de Cirene y Chipre, la predicación de la Palabra en Antioquí­a se habí­a limitado †œúnicamente a los judí­os†. (Hch 11:19.) Así­, es posible que los hel·le·ni·stái mencionados en este texto fueran personas de distintas nacionalidades que habí­an sido helenizadas y hablaban griego. (Véanse ANTIOQUíA núm. 1; CIRENE, CIRENEO.)
El apóstol Pablo visitó Macedonia y Grecia tanto en la segunda como en la tercera gira misional. (Hch 16:11–18:11; 20:1-6.) Pasó tiempo ministrando en las importantes ciudades macedonias de Filipos, Tesalónica y Berea, y en las principales ciudades aqueas de Atenas y Corinto. (Hch 16:11, 12; 17:1-4, 10-12, 15; 18:1, 8.) En su segunda gira dedicó un año y medio al ministerio en Corinto (Hch 18:11), y durante ese tiempo escribió las dos cartas a los Tesalonicenses y posiblemente la carta a los Gálatas. En su tercera gira escribió su carta a los Romanos desde Corinto. Después de su primer perí­odo de prisión en Roma, se cree que volvió a visitar Macedonia entre los años 61 y 64 E.C., y desde allí­ probablemente escribió su primera carta a Timoteo y posiblemente su carta a Tito.
En el transcurso de los primeros siglos de nuestra era, la cultura griega prosiguió su penetración en el Imperio romano, y Grecia conservó su patrimonio cultural, teniendo Atenas una de las universidades más importantes que hubo en el Imperio romano. Posteriormente, Constantino se propuso fusionar ciertas prácticas y enseñanzas paganas con el cristianismo, y con ello creó el marco adecuado para que una religión sincrética se convirtiese en la religión oficial del imperio. Así­, Grecia se convirtió en parte integrante de la cristiandad.
La Grecia del dí­a actual ocupa una superficie de 131.957 Km.2 y tiene una población de 9.967.000 (datos de 1985).

[Fotografí­a en la página 1043]
Zeus. Los dioses griegos tení­an apariencia humana, y por lo general hací­an gala de una gran inmoralidad

Fuente: Diccionario de la Biblia