HABITO
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Filosóficamente es el accidente o añadidura que se adjunta a la esencia de algo o de alguien para reflejar su condición ante los que llegan a conocerlo.
En este sentido, se suele denominar hábito al vestido o uniforme distintivo que llevan los miembros de una cofradía, sociedad, estamento o grupo de significación social. Normalmente ha sido diseñado según el objetivo del grupo y las condiciones en que se desenvuelve.
En el vocabulario actual se deja el término hábito para los grupos religiosos (cofradías, clérigo y congregaciones religiosas). Y se prefiere el término uniforme para las sociedades civiles.
Los modelos de hábito religioso, sobre todo en sus vertientes femeninas, han sido tantos (varios millares) que es difícil hacer una clasificación o perfilar referencias de las tendencias que se han dado en la Historia.
La Iglesia consideró durante siglos los hábitos como signos de valor religioso. Por eso prescribió consignas y normativas precisas sobre los clericales (hábito talar), (C.D.C. c. 284) y sobre los hábitos religiosos, en cuanto signo que reflejan la consagración a Dios de las personas y la misión eclesial que ejercen (c. 669)
Es importante enseñar a los catequizandos y a todas las personas el respeto a los hábitos religiosos y sacerdotales. Constituye irreverencia y ligereza su uso para intereses comerciales, para diversiones y carnavales y para objetivos no conformes con su significación.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Es una disposición estable para obrar de una manera determinada. Concierne a las facultades o potencias operativas humanas; el hábito facilita y agiliza su actuación (el paso de la potencia al acto). Gracias a él se actúa con facilidad, con prontitud, espontáneamente. Sin la ayuda de los hábitos el sujeto carecería de estabilidad, de agilidad y de precisión en el aprender y en el obrar.
El término se deriva del latín habitus y traduce el griego éxis, que significan modo de ser, disposición, comportamiento, en una palabra el acto convertido en actitud. Los dos mayores teóricos del hábito son Aristóteles y santo Tomás. Además de la ética, tratan de los hábitos la psicología y la pedagogía.
Los hábitos atañen propiamente a las facultades superiores humanas: el entendimiento y la voluntad. Los primeros persiguen el conocimiento teórico (por ejemplo, la ciencia y la sabiduría) y se llaman cognoscitivos o especulativos; los segundos se relacionan con la actividad práctica (por ejemplo, la justicia y la templanza) y se llaman apetitivos u operativos. También se ve afectado el sustrato psico-físico, pero en una articulación de subordinación a las potencias superiores. Lo hábitos que plasman a las potencias o facultades de naturaleza estrictamente psico-física son llamados más propiamente habilidades. La ética se ocupa de los hábitos operativos virtuosos o viciosos, que inclinan la voluntad al bien o al mal moral.
En cuanto al principio, los hábitos se originan de varias maneras, en razón de su ser natural o sobrenatural. Los primeros pueden ser innatos, es decir congénitos al hombre, como la inteligencia de los primeros principios y la sindéresis; o adquiridos, o sea conseguidos mediante el ejercicio; la repetición de un acto induce al hábito. Los segundos son infundidos por Dios, fruto de la acción habilitante de la gracia. En los hábitos se puede crecer o decrecer. Y también se les puede perder. Es bueno (virtuoso) o malo (vicioso) el hábito que conforma a la libertad respectivamente con un valor o con un disvalor.
Los hábitos buenos realizan a la persona en relación con el fin, los malos la desrealizan. Hacen a la persona moral como si la revistieran -dicen Aristóteles y santo Tomás- de una segunda naturaleza. El cristiano recibe de san Pablo la invitación a «desvestirse» de los hábitos viciosos del hombre viejo y a «revestirse» de los hábitos virtuosos del hombre nuevo (cf. Col 2,8.12).
Obtenidos mediante el ejercicio (los adquiridos) y correspondiendo a ellos por la fidelidad (los innatos e infusos), los hábitos son acontecimientos de libertad. En este sentido se distinguen de las «costumbres», de naturaleza psicosomática y mecánico-repetitiva. Tienen que ver con la libertad, que es plasmada, inclinada, modulada o reforzada por ellos.
M. Cozzoli
Bibl.: Santo Tomás, Summa Theologica, III, qq. 49-54; O. Schwemmer, Hábito, en SM. III, 359-363; J, M. Ramírez, De habitibus in communi, en Opera omnia, VI, Madrid 1973; E. Kant, Fundamentación de la metafisica de las costumbres, Espasa Calpe, Madrid 1981.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
I. Concepto
Se introduce el concepto de h. para poder entender la acción humana en su peculiaridad. El hombre, porque y en cuanto es espíritu que se realiza con –> libertad, no sólo se encuentra a sí mismo como un hecho dado, sino en primer término y sobre todo como tarea. Por medio de su acción y en ella debe hacerse el que es y debe ser. Este «ser su propia tarea» no significa una total indeterminación, de manera que el hombre debería situarse en cada caso ante un comienzo absoluto. Más bien, la acción esipritual y libre del hombre siempre tiene lugar a partir de una determinación subjetiva, que precede a cada acción y penetra en todo acto dándole su configuración. Esta determinación subjetiva recibe el nombre de h. en cuanto: a) no se puede deducir en su esencia de una definición formal de la ->naturaleza y, por consiguiente, podría ser de otra manera; b) en cada caso refiere la acción del hombre a éste como un todo, es decir, en su bondad o maldad. Este h. sólo en sentido análogo puede ser un estado corporal (salud, enfermedad, etc.). Pues, de suyo, únicamente determinan la acción espiritual y libre en cuanto tal aquellos modos del ser humano que refieren esta acción, realizada en el mundo, a lo absoluto de la -+ verdad y del -> amor. Estos modos de ser se caracterizan, pues, por su tendencia a lo absoluto: son los modos de existencia. El h. es la determinación de la -> existencia en cuanto ésta está orientada hacia la acción del hombre. Con esto hemos acercado el concepto de h. al de -> existencial. En efecto, también los existenciales se refieren a aquellas estructuras fundamentales de la existencia (del tender a lo absoluto en medio del mundo) que no se desprenden de una definición esencial, abstracta y formal, sino que determinan el ser concreto del hombre. Y en cuanto la existencia es también un tender a la acción, los existenciales son también hábitos. De todos modos, en cuanto los hábitos no sólo se refieren, como los existenciales, a las estructuras fundamentales de la existencia, sino también a sus diferenciaciones individuales en cada una de las personalidades, abarcan más determinaciones de la existencia que los existenciales.
Con esta determinación del h. nos hemos alejado un poco de la definición clásica de Aristóteles (Met. v 20. 1022b 10ss): «Hábito (€lcs) es aquella disposición en virtud de la cual algo se comporta bien o mal en relación consigo mismo (con su propia naturaleza) o con otro (la meta de la acción de su naturaleza).» Pues mientras que Aristóteles toma el h. más estáticamente, en primer lugar como ulterior determinación de su sujeto, y sólo así lo pone en relación con la acción en términos generales, nosotros lo concebimos más dinámicamente y en un sentido más estricto, entendiéndolo ante todo como fundamento de la posibilidad de una acción específicamente humana, es decir, racional y libre, y con ello vinculada al mundo. Parece que sólo así se hace comprensible lo específico de la acción, humana por la doctrina del hábito.
II. Ulterior determinación y diferenciación
La delimitación y diferenciación ulterior del concepto de h. ha de partir de las determinaciones de la existencia, en tanto éstas penetran en la acción humana y la configuran (-. acto moral).
1. Existencia es tender hacia lo absoluto. Ese tender está fundado en la propia donación del absoluto mismo. Esta fundamentación de la existencia es el más íntimo centro del ser del hombre, el cual, en cuanto interioridad que es inasequible incluso para la reflexión, es el primer determinante de su acción. Ahora bien, en tanto este centro del ser se considera como fundamento de la acción en una manera meramente formal, todavía no es h., pues aún no está determinado materialmente más allá de la constitución esencial. Llega a ser h. cuando se lo considera en su determinación interna. Esta determinación del ser substancial (que en cuanto fundamentado todavía no implica formalmente la referencia al mundo) está constituida por el hecho y la manera de darse lo absoluto (fundamentando). Si en el ámbito precristiano o extracristiano esa donación permanece en un anonimato, que no es indeterminado pero sí imposible de descifrar, para el cristiano se presenta explícitamente bajo el nombre de Jesucristo en el que el Dios vivo se dirige a nosotros con amor y, mediante su oferta de salvación, determina nuestro ser poniendo su meta en Cristo y transformándolo en él, es decir, lo lleva a la posibilidad más profunda -aunque indisponible – de su mismidad. Esta determinación, en cuanto orientación de la existencia hacia Cristo como su fin (pues tal determinación pertenece a la existencia y, sin embargo, sólo puede entenderse desde Cristo) es el existencial sobrenatural del hombre (K. Rahner). En cuanto orientación que eleva al hombre, transformándolo en el núcleo de su ser, es la ->gracia santificante. Ambos, el existencial sobrenatural y la gracia santificante, fueron llamados por la tradición escolástica b. infusos en cuanto los injerta Dios y no están a disposición del hombre, y h. entitativos, en cuanto determinan el núcleo del ser humano. Con todo, usualmente, sólo la gracia santificante fue llamada h. infuso entitativo.
2. La tendencia hacia lo absoluto se produce en el mundo, es decir, la interioridad substancial del hombre se refiere siempre al ->mundo. Fundamentalmente esta referencia se lleva a cabo por las facultades operativas del espíritu. Pero como éstas, por sí mismas, no determinan ulteriormente esa referencia, ellas mismas deben ser determinadas más específicamente para que la acción concreta del hombre no tenga que situarse en un comienzo absoluto (cf. i). En contraposición al h. entitativo, que no implicaba formalmente la referencia al mundo, esta determinación, ya que concreta por sí misma dicha referencia, dice una relación inmediata a la acción del hombre en el mundo. Por eso la tradición escolástica da el nombre de h. operativo a esta determinación de las facultades operativas.
Podemos distinguir dos clases de hábitos operativos.
a) La relación de lo absoluto con el mundo en general, actualizada por las facultades operativas, se percibe reflejamente en la realización de la existencia, es decir, en la acción racional y libre (aunque no necesariamente como tema explícito). Ahora bien, esta relación es la estructuración fundadora del ente mundano por parte de lo absoluto, la cual inicialmente y de manera general se formula a base de los principios del ser. Por consiguiente, en cuanto esta relación se capta en toda acción racional del hombre, las facultades operativas son determinadas materialmente en su primera realización mediante la intelección de los principios (que no puede deducirse sin más, sino que presupone la facticidad del mundo en general). De ahí que este intellectus principiorum sea para la escolástica el primer h. del espíritu humano.
b) Esta primera intelección ya realizada pone la acción humana en una determinada relación (general) con el mundo, pero todavía no en relación con la -> historia, que en cuanto acción de la libertad no es precisamente algo ya realizado. Aquí no se trata solamente de la historia del individuo; pues ésta va madurando en medio de un intercambio con la historia general, que ofrece al individuo toda una experiencia del pensar y de la vida, y así anticipa datos que determinan la respectiva acción concreta. Cada una de las acciones debe articularse en la propia historia y con ello en la historia general, para que pueda ser una actitud responsable respecto de la acción propia y de la ajena. Por eso es condición de la posibilidad de una acción responsable el que las facultades operativas «conserven» en sí esta historia como determinación. Y tal determinación como sedimento de la propia historia y de la universal (en tanto el individuo se ha relacionado con ella) hace que las acciones del individuo sean las peculiaridades características de esta personalidad y que ellas sean o buenas o malas. Tales determinaciones de las facultades operativas son luego, ya las virtudes más bien teóricas de la ciencia de la sabiduría y de lo prudencial (o la falta de las mismas), ya las virtudes más bien prácticas, las virtudes morales (o los vicios), que orientan las acciones aisladas del hombre hacia aquella acción única de la libertad en la que se recapitula la vida del hombre como un sí o un no al «absoluto», es decir, propiamente, al Dios vivo en Jesucristo.
III. Importancia
La importancia del h. no sólo estriba en el ejercicio útil para la vida, de determinados modos de conducta. El h. tampoco puede considerarse como una disminución de la libertad. La determinación que el h. aporta significa una oferta y una tarea para nuestra libertad. Sólo con él y frente a él puede realizarse la libertad humana. Por eso la importancia del h. estriba en que por él el hombre se inserta en la historia (incluso en la suya propia), que siempre es historia de la -* salvación; y en que, por esa inserción, se halla frente al todo de la realidad, y así puede realizar más profundamente la acción de su libertad.
Oswald Schwemmer
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
Contenido
- 1 Definición
- 2 Hábito en general
- 3 Aspectos fisiológicos
- 4 Aspectos psicológicos
- 5 Aspectos éticos
- 6 Aspectos pedagógicos
- 7 Aspectos filosóficos
- 8 Aspectos teológicos
Definición
El hábito constituye el efecto de actos repetidos y la aptitud para reproducirlos. Puede ser definido como “una cualidad difícil de cambiar por la que un agente, cuya naturaleza consiste en actuar indeterminadamente de un modo u otro, queda dispuesta fácilmente para seguir esta o aquella línea de acción a voluntad” (Rickaby, Moral Philosophy). La experiencia diaria nos muestra que la repetición de actos o reacciones produce, no siempre una inclinación, pero sí por lo menos una aptitud para reaccionar del mismo modo. Decir que una persona está acostumbrada a cierta dieta, clima o ejercicio; que es un fumador habitual o un madrugador; Que puede bailar, pelear a esgrima, tocar el piano; que está acostumbrada a ciertos puntos de vista, formas de pensar, sentir y querer, etc., significa que gracias a su pasado es capaz ahora de hacer algo que antes le era imposible, de realizar lo que antes se le hacía difícil, de evitar el esfuerzo y la atención que antes le eran indispensables. Igual que cualquier otra facultad o poder, el hábito no puede ser conocido en si mismo, directamente, sino en forma indirecta, retrospectivamente a partir del proceso actual que le da origen, y prospectivamente a partir de los actos que proceden de él. El hábito será considerado:
Hábito en general
Si una actitud, una conducta o una serie de conductas resultantes de una hábito bien formado y profundamente enraizado se compara con la correspondiente actitud, conducta o serie de conductas que precedieron a la adquisición del hábito, se pueden detectar las siguientes diferencias:
La uniformidad y regularidad han ocupado el lugar de la diversidad y la variedad; la misma acción, bajo las mismas circunstancias y condiciones, se repite invariablemente y del mismo modo, a menos que se haga un esfuerzo especial para inhibirla;
La selección ha ocupado el sitio de la difusión; luego de una serie de intentos en los cuales la energía se dispersó en varias direcciones, se han detectado finalmente los movimientos apropiados y las adaptaciones; ahora la energía sigue una línea recta y va directamente hacia el resultado esperado;
Se requiere menos estímulo para comenzar el proceso, y donde antes se necesitaba vencer algunas resistencias ahora parece bastar una ligera indicación para dar pie a acciones complicadas;
Han desaparecido la dificultad y el esfuerzo; los elementos de la acción, cada uno de los cuales acostumbraba requerir de toda nuestra atención, se suceden automáticamente unos a otros;
Donde sólo existía un simple deseo, frecuentemente difícil de ser satisfecho, o indiferencia e incluso repugnancia, hay ahora una tendencia, una inclinación o necesidad, y cualquier interrupción involuntaria de una acción habitual o de un modo de pensar generalmente se convierte en un sentimiento doloroso de intranquilidad;
En vez de una percepción clara y distinta de la acción y de sus detalles, sólo hay una conciencia vaga del proceso en su totalidad, junto con un sentimiento de familiaridad y naturalidad.
En una palabra, el hábito es selectivo, produce rapidez en las respuestas, ocasiona que los procesos sean más regulares, más perfectos, más rápidos, y tiende a la automatización. De tales efectos del hábito, a una con la amplitud del campo que éste cubre, se puede entender fácilmente su importancia. El progreso requiere flexibilidad, fuerza para cambiar y conquistar, fijeza de las modificaciones más usuales y la fuerza de conservar lo conquistado. La capacidad de adaptarse a nuevas condiciones y la facilidad de los procesos presuponen la fuerza de adquirir hábitos. Sin ellos, no solamente funciones mentales tales como reflexionar, razonar y calcular, sino también las actividades más ordinarias como vestirse, comer y caminar necesitarían un esfuerzo diferente para cada detalle, consumirían mucho tiempo y, aún así, resultarían imperfectos. De ahí que al hábito se le llame también segunda naturaleza, y al hombre se le perciba como un costal de hábitos. Tales expresiones, como todo aforismo, pueden ser sujeto de criticismo, pero no dejan de contener mucho de verdad. La naturaleza es el común denominador de toda actividad y es esencialmente idéntica en todo ser humano. Pero sus muy particulares orientaciones y manifestaciones, el énfasis especial de ciertas actividades, junto con sus múltiples características individuales, son, en su mayor parte, resultado de los hábitos. El habla, la escritura, las diferentes aplicaciones de las habilidades y, de hecho, cualquier acción compleja de la mente y del organismo, que para el adulto o para la persona entrenada constituyen algo natural, solamente se perciben así porque son resultado del hábito. Un niño o un principiante sabe en realidad cuán complicadas son esas actividades. La influencia del hábito se siente aún en las funciones meramente fisiológicas: el estómago se acostumbra a ciertos alimentos, la sangre a ciertos estimulantes o venenos, el organismo total a ciertos horarios de reposo y vigilia, al clima y al ambiente circundante. Toda actividad mental en el adulto es resultado de hábitos, o modificada por éstos. Los hábitos de pensamiento, especulativos y prácticos, hábitos de sentimiento y voluntad, actitudes religiosas y morales, etc., están continuamente cambiando la visión que las personas tienen de las cosas, de otras personas y de los sucesos a su alrededor. De ese modo determinan su conducta respecto a quienes están de acuerdo o en desacuerdo con ellos. La observación y la reflexión muestran que el imperio del hábito es prácticamente ilimitado y que no hay actividad humana a la que no llegue su influencia. Es difícil exagerar su importancia; el peligro radica más bien en la posibilidad de minimizarla o de no valuarla debidamente.
El hábito se adquiere por el ejercicio; en ello difiere de los instintos y de otras predisposiciones naturales o aptitudes innatas. En una serie de acciones, el hábito comienza desde la primera pues, si ésta no dejara huella alguna, no habría razón alguna para ejecutar la segunda o ningún otro acto subsecuente. En esa primera fase la huella o disposición es demasiado débil para ser considerada un hábito. Debe crecer y reforzarse a través de la repetición. El crecimiento del hábito es doble, intensivo y extensivo, y puede ser comparado con el de un árbol que extiende sus ramas y raíces más y más lejos adquiriendo, al mismo tiempo, una mayor vitalidad, que puede resistir más efectivamente los obstáculos de la vida y oponer mayor resistencia a ser derribado. También el hábito se ramifica. Su influencia, primeramente restringida a una sola línea de acción, se extiende gradualmente dejándose sentir en muchos otros procesos. A la vez, sus raíces profundizan y se incrementa su intensidad de modo que es más y más difícil cambiarlo.
Los principales factores del crecimiento de un hábito son:
El número de repeticiones, dado que cada repetición fortalece la disposición producida por el ejercicio anterior;
Su frecuencia: un intervalo muy prolongado de tiempo hace que la disposición se debilite mientras que uno muy corto no ayuda a que haya suficiente reposo, lo cual produce fatiga orgánica y mental;
Su uniformidad: el cambio debe ser lento y gradual y los elementos nuevos deben añadirse poco a poco;
El interés que se pone en las acciones, el deseo de tener éxito y la atención que se da;
El placer que resulta o el sentimiento de éxito con el que se asocia la idea de la acción
No obstante, no se puede dar regla general alguna para distinguir estrictamente tales factores. Por ejemplo, la determinación de la frecuencia con la que las acciones deben ser repetidas, o de la velocidad con la que se deba incrementar la complejidad de las mismas, dependerá no sólo de los factores psicológicos comprobables de interés, atención y aplicación, sino de la naturaleza de las acciones que han de realizarse y de las tendencias y aptitudes naturales. Los hábitos decrementan o desaparecen negativamente a causa de la falta de ejercicio, y positivamente a base de actuar en la dirección contraria, antagónica a los hábitos que ya existen.
Aspectos fisiológicos
Toda operación orgánica se debe a, o es facilitada o modificada por el hábito. Algunos hábitos, como aquellos que se refieren al clima, a la temperatura, a ciertas comidas, etc., son puramente fisiológicos, con poca participación de la mente. Por ejemplo, la misma dosis de alcohol o de estimulantes puede ser fatal para algunos organismos, mientras que es algo necesario para quien se ha habituado a él. O también, un pájaro, encerrado en un lugar en el que el aire se ensucia gradualmente, se acostumbra tanto a esa condición de hedor de la atmósfera que puede vivir varias horas aún después de que el aire haya sido envenenado con tanto ácido carbónico que mataría inmediatamente a cualquier otra ave que entrara ahí de repente. En la adquisición de otros hábitos fisiológicos, especialmente los que tienen que ver con habilidades y destrezas, tienen gran importancia los factores psicológicos, sobre todo la idea anticipada del fin, que dirige la selección de los movimientos apropiados y la subsiguiente idea de éxito, asociada a dichos movimientos. Más aún, un número de esos hábitos es utilizado bajo la guía de la mente. De ese modo la facilidad adquirida de escribir se adapta a las ideas que debe expresar; el ejercicio de la esgrima consiste en la adaptación de ciertos movimientos, facilitados por el hábito, a los movimientos percibidos o previstos del adversario. Son hábitos mixtos del organismo y de la mente.
El hábito fisiológico supone que una acción, luego de ser ejecutada, deja cierta huella en el organismo, principalmente en el sistema nervioso. Según los datos actuales de la ciencia fisiológica, no se puede determinar exactamente la naturaleza de tales huellas. Algunos las describen como movimientos y vibraciones persistentes; otros, como impresiones fijas y modificaciones estructurales; otros finalmente, como tendencias y disposiciones a ciertas funciones. Esas posturas no son exclusivas. Pueden ser combinadas. Pues la disposición, que hace referencia más directa a procesos futuros, puede resultar de impresiones o movimientos permanentes, relacionados especialmente a procesos pretéritos. En forma algo metafórica, se ha tratado de explicar el hábito fisiológico describiéndolo como una canalización, o como la creación de veredas de menor resistencia sobre las que tiende a marchar la energía nerviosa.
Aspectos psicológicos
El hábito psicológico significa la facilidad adquirida de los procesos conscientes. La educación de los sentidos, la asociación de ideas, las actitudes mentales derivadas de la experiencia y de los estudios generales o especiales, la fuerza de la atención, la reflexión, el razonamiento, la deducción, etc., y todos aquellos factores complejos que forman el marco humano de mente y carácter, tales como la fuerza de voluntad, debilidad o terquedad, irascibilidad o calma, atracción y rechazo, y otros, se deben en gran parte a hábitos contraídos voluntaria o involuntariamente. A causa de la gran variedad de procesos conscientes y a la complejidad de sus determinantes, es difícil reducir los efectos psicológicos del hábito a leyes universales. Frecuentemente se dice que el hábito disminuye la conciencia. Esta afirmación no puede ser aceptada indiscriminadamente. A veces estar acostumbrado a un estímulo causa la cesación de una conciencia clara del mismo, como puede ser el caso del sonido repetido de un reloj que poco a poco deja de ser percibido distintamente. Pero a veces, también, implica un aumento en la conciencia, como en el caso del oído del músico, con su fineza desarrollada para percibir la más ligera variación de sonidos. Hay que tener en mente algunas distinciones. Primeramente, entre una sensación prolongada, que produce fatiga y consecuentemente entorpecimiento del órgano sensorial, y una sensación repetida que permite suficiente reposo. Una segunda, entre procesos mentales en los que la mente se mantiene pasiva, y aquellos en los que es primariamente activa, pues el hábito disminuye la sensitividad pasiva y aumenta la activa. Finalmente, uno debe ver si los procesos conscientes son fines o simplemente medios. La relación a la calidad de los sonidos que debe producir, la actividad de los dedos del pianista o las cuerdas vocales del cantante son un medio para lograr un fin. De ahí que el músico se vuelva menos consciente de esa actividad y más consciente del resultado que espera. En cualquier caso, dado que la energía fluye naturalmente en la dirección deseada, el esfuerzo y la atención están en relación inversa con el hábito.
Al placer se le aplica generalmente el proverbio “Assueta vilescunt” (la costumbre engendra desprecio). La repetición hace que una experiencia idéntica pierda su novedad, que constituye uno de los elementos de placer e interés. Sin embargo, la rapidez del decrecimiento depende no sólo de la frecuencia de la repetición, sino también de la riqueza y variedad contenidas en la experiencia. Es por ello que algunas composiciones musicales se vuelven aburridas más pronto que otras en las que la mente continúa descubriendo siempre nuevos elementos de disfrute. Los placeres que resultan de la satisfacción de necesidades periódicas, como el descanso o el alimento, no sufren cambios por la sola repetición. Las inclinaciones (deseo o aversión) decrecen; los deseos frecuentemente se transforman en necesidades o en apetitos inconscientes a partir de experiencias que en un momento fueron placenteras pero que han perdido su sabor o se han vuelto incluso ofensivas. Cuando desaparecen, extrañamos cosas o personas con las que teníamos estrecha relación, aún cuando no constituyeran una fuente de placer. A menos que en realidad se incrementen o que las exagere la imaginación, las impresiones dolorosas se vuelven menos precisas. La actividad mental se refuerza con el ejercicio en proporción a las disposiciones naturales y a la cantidad y calidad de la energía utilizada. De ahí que el hábito sea una fuerza que nos empuja a actuar, disminuye la fuerza de la voluntad y puede llegar a ser tan fuerte que sea casi irresistible.
Aspectos éticos
Desde el punto de vista ético, la principal división de los hábitos es la que los separa en buenos y malos, o sea, en virtudes y vicios, según que lleven a acciones conformes o contrarias a las reglas de moralidad. No hace falta insistir en la importancia del hábito en la conducta moral, puesto que la mayor parte de las acciones humanas se realizan bajo su influencia, frecuentemente sin reflexión, y de acuerdo a principios o prejuicios a los que la mente se acostumbra. Los dictados reales de una conciencia estrecha dependen de hábitos intelectuales, especialmente aquellos de rectitud y honestidad, sin los cuales sucede que la mente actúa no para saber qué es malo o bueno sino para justificar el curso de acción que uno ya ha adoptado o desea adoptar. También la costumbre es un factor importante, por la frecuencia de su incidencia. Aunque al inicio se sepa que algo es malo, poco a poco se vuelve familiar y su realización no nos produce sentimientos de remordimiento o vergüenza. La voz de la conciencia se ahoga; deja de avisarnos, o al menos, ya no ponemos atención a su aviso. A base de limitar la libertad, el hábito también disminuye la responsabilidad del agente, pues se pone menos atención a las acciones y escapan gradualmente al control de la voluntad. Es importante notar, empero, la distinción entre hábitos adquiridos y retenidos conscientemente, voluntariamente y con cierto conocimiento de las consecuencias, y los hábitos adquiridos inconscientemente, sin siquiera darse cuenta de ellos, y por tanto sin pensar en sus posibles consecuencias. En el primer caso, las acciones buenas o malas, aunque no fuesen totalmente libres, son imputables al agente puesto que su causa es voluntaria. O sea, son voluntarias en cuanto se consintió implícitamente a las consecuencias del hábito. Si, por el contrario, la voluntad no tuviese parte en la adquisición o retención del hábito, los actos que nacieran de él no serían voluntarios. Pero tan pronto se percate el agente de la existencia de los peligros anejos al hábito, el esfuerzo por erradicarlo se convierte en obligatorio.
Aspectos pedagógicos
La diferencia que se da entre un niño y un adulto no es meramente cuantitativa de energía, corporal y mental, sino más que nada una de adaptabilidad, coordinación o hábito, gracias a la cual tal energía queda disponible para un propósito definido. El crecimiento, el desarrollo y la organización deben avanzar juntos. El mayor objetivo de la educación es dirigir el desarrollo armonioso de todas las facultades del niño según su importancia relativa; hacer por el niño lo que éste no puede aún hacer por si mismo, específicamente preparar sus diferentes energías para su uso futuro y seleccionar entre todas las tendencias de su naturaleza aquellas que deben ser cultivadas y aquellas que deben ser destruidas. El trabajo debe proceder gradualmente de acuerdo a las cada vez mayores capacidades del niño y siempre se ha de guardar en mente que en los años tempranos tanto el organismo como la mente son maleables y fácilmente influenciables. La adaptabilidad disminuye posteriormente y frecuentemente el aprendizaje de un nuevo hábito significa romper con alguno ya existente. Al crecer la complejidad de funciones se vuelve imperativo, en la medida de lo posible, que los nuevos elementos encuentren pronto su lugar y asociaciones apropiados y que echen raíz ahí. De otro modo será necesario posteriormente erradicarlos y quizás trasplantarlos a algún otro lugar. De ahí que todos los hábitos necesarios para el crecimiento humano deban ser cultivados de modo que queden como grabados uno sobre otro. Por lo mismo es inadmisible el principio de la educación negativa propuesto por Rousseau. Según él, en los primeros años “el único hábito que se debe permitir adquirir a un niño es el de no adquirir ningún hábito”, ni siquiera el de usar una mano en vez de otra, o los de comer, dormir, actuar a horas regulares. Hasta los doce años el niño no debe saber distinguir entre su mano derecha e izquierda. En lo tocante a la inteligencia y voluntad “la primera educación debe ser puramente negativa. No debe consistir en enseñar virtudes y verdades, sino en proteger el corazón contra el vicio y la mente contra el error”. Evaluando este principio se debe recordar que hay tres períodos en el desarrollo de cualquier actividad. Uno, de difusión, en el que las acciones se desarrollan casi al azar y la energía se dispersa por muchos canales. El segundo, de esfuerzo para coordinar, en el que se eligen y practican los modos apropiados de funcionar. El tercero, de hábito, que quita todo lo superfluo y facilita enormemente los modos correctos de funcionamiento. Prolongar el primer período y limitar el último, que es el más perfecto, sería cometer una injusticia contra el niño, quien tiene derecho no sólo a lo necesario para su vida sino a todo aquello que ayude en su desarrollo. Se puede preguntar: ¿cómo se puede proteger del vicio el corazón, y la mente del error sin mostrar lo que es el vicio y el error y sin enseñar la virtud y la verdad? ¿Cómo puede en general un mal hábito ser evitado o combatido más efectivamente que con la adquisición de un hábito contrario? La experiencia muestra que muchos hábitos buenos que no se adquieren en la infancia no se adquieren nunca, o por lo menos no con la perfección deseada, y muchos defectos del adulto se pueden rastrear hasta la educación temprana. Es importante que el maestro conozca, si quiere obtener buenos resultados, las aptitudes naturales de cada uno de sus alumnos. Porque lo que para éste es posible puede ser para otro, si se le exige lo mismo, una causa de desaliento e influenciar incluso la mente del niño. La utilización de premios y castigos debe hacerse siempre de manera adecuada a las disposiciones del niño y dirigidos por el efecto general del hábito sobre las impresiones y emociones placenteras y desagradables. Al mismo tiempo que crecen los hábitos se debe poner atención a sus peligros y no se debe hacer del infante un mero autómata. Los hábitos de reflexión y atención, a una con la determinación y fuerza de carácter, capacitarán al niño a controlar, dirigir y gobernar otros hábitos.
Aspectos filosóficos
En la metafísica aristotélica y escolástica el hábito aparece bajo la categoría llamada cualidad. Para ser sujeto de un hábito el ser debe hallarse in potentia (vea ACTUS ET POTENTIA), o sea, ser capaz de determinación y perfección. Su potentia no debe reducirse a un solo modo de actividad o receptividad puesto que donde no se da una fijación absoluta, donde se siga siempre una única línea, no queda espacio para el hábito, que de si mismo indica adaptación y especificación. Bajo la fuerza de esta condición, Santo Tomás sostiene que el hábito propiamente dicho no se puede encontrar en el mundo material, sino sólo en las facultades del intelecto y la voluntad. En el hombre se puede hablar, sin embargo, de hábitos orgánicos acerca de aquellas funciones que dependen de las facultades espirituales. La materia, aún en plantas o animales, es simplemente un sujeto de disposiciones, y la diferencia entre el hábito y la disposición es que aquel es más estable y ésta más fácilmente mutable. Se han levantado varias objeciones contra esta posición. En primer lugar, la distinción propuesta entre hábito y disposición no está basada en nada esencial sino en una diferencia de grado, lo cual no parece suficiente para marcar una línea estricta entre los seres que son sujetos de hábitos y aquellos que lo son solamente de disposiciones. Si queda claro que los hábitos morales de voluntad son diferentes de los meramente orgánicos, no es posible decir porqué, por ejemplo, el hábito de un caballo de detenerse en ciertos lugares, o el hábito de animales entrenados, difieren radicalmente de los hábitos humanos de destreza y habilidad y porqué sólo se llama hábito al último. De acuerdo a algunos comentarios de Aristóteles, es bien cierto que una roca arrojada al aire nunca va a adquirir facilidad alguna para repetir esa acción, pero siempre tendrá la tendencia a caer hacia el centro de atracción siguiendo una línea vertical. Tampoco una rueda de molino adquiere facilidad para ejecutar igual movimiento a pesar de haber girado en la misma dirección cientos de veces, excepción hecha de un movimiento intrínseco causado por la adaptación de su mecanismo. A pesar de ello, a mayor variedad de elementos de un sistema material también se dará mayor espacio para más arreglos y, consecuentemente, nuevas aptitudes permanentes. Ejemplo, en la hoja de papel que, una vez doblada, se dobla más fácilmente; en las ropas o zapatos que, habiendo sido usados por algún tiempo, se adaptan mejor al cuerpo; en el mecanismo que da mejores resultados después de funcionar por un tiempo; en el violín que mejora con el buen uso y se desmejora con el abuso y en los animales domésticos o entrenados, etc., hay algo análogo al hábito, que no puede ser distinguido de él por la simple mayor mutabilidad. Si se considera el hábito exclusivamente desde el punto de vista de la retentividad, no hay razón alguna para dudar de su existencia en el mundo material. Se ha dicho que, siendo simplemente una aplicación de la ley de la inercia, encuentra su máxima aplicación en la materia inorgánica, la cual, a menos que se le oponga una fuerza contraria, conserva indefinidamente sus modificaciones o condiciones de reposo o movimiento. Es por ello que James escribe que “la filosofía del hábito es, en primera instancia, un capítulo de la física antes que serlo de la fisiología o la psicología”. Sin embargo, dado que hábito significa esencialmente una especificación de aquello que estaba indeterminado, y la fijación de lo que era indiferente, desde este punto de vista de la plasticidad, adaptabilidad, indeterminación y selectividad, es mejor aplicarlo a lo orgánico más que a la materia inorgánica. Y en un sentido aún más estricto, a la voluntad, capaz incluso de determinaciones tan opuestas como temperancia e intemperancia, decir la verdad o mentir, y, en general, de actuar de una u otra manera o de abstenerse enteramente de acción alguna.
Aspectos teológicos
La cuestión de los hábitos tiene, en la teología, varias aplicaciones importantes. Su discusión es necesaria en la moral fundamental para determinar el grado de responsabilidad de las acciones humanas. El tratado de penitentiae se relaciona con la actitud que debe tomar un confesor respecto a penitentes que habitualmente caen en los mismos pecados, con las reglas para conceder o negar la absolución y con el consejo que se debe dar a tales personas para ayudarlas a dejar esos hábitos. Los escolásticos, utilizando una terminología poco adecuada al significado moderno de hábito y algo confusa para el lector laico, distinguen entre hábito natural y sobrenatural, entre adquirido e infuso. Algunos hábitos naturales son adquiridos por la práctica; otros, son innatos, como el habitus primorum principiorum, es decir, aptitudes humanas innatas de la mente para captar la verdad de los principios evidentes por si mismos en el mismo instante en que se entiende su significado. Los hábitos sobrenaturales no pueden ser adquiridos puesto que ellos dirigen a la persona humana a su fin sobrenatural y están, por eso mismo, sobre las exigencias y las fuerzas de la naturaleza. Suponen un principio más elevado, dado por Dios: la gracia “habitual” o santificante. Con la gracia habitual se infunden en el alma las tres virtudes teológicas, las cuales son también habitus supernaturales, y según una opinión más generalizada, también las cuatro virtudes cardinales y los dones del Espíritu Santo. Tales “habitus”, de si mismos, no están capacitados para actuar, sino sólo la fuerza, la mera potentia. La capacidad- el hábito propiamente dicho, o la virtud, en sentido estricto- se adquiere a través de la cooperación del hombre con la gracia divina y por la repetición de acciones. Y al contrario, esos habitus se pierden o disminuyen a causa del pecado.
Fuente: Dubray, Charles. «Habit.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/07099b.htm
Traducido por Javier Algara Cossío.
Fuente: Enciclopedia Católica