HEBREOS

pueblo formado por tribus de raza semí­tica. Se dice que provienen de Héber, descendiente de Sem y antepasado de Abraham, Gn 10, 21-24; 11, 14-26; 1 Cro 1, 17-28. En cuanto al término hebreo, todaví­a se discute su etimologí­a difí­cil. Algunos creen que se deriva de Héber, nombre que significa †œdel otro lado†, como también †œnómada†, y, precisamente, en Jos 24, 3, se lee †œYo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del Rí­o y le hice recorrer toda la tierra de Canaán†; y es Abraham el primero en las Escrituras llamado †œel hebreo†, Gn 14, 13; a José, igualmente, se le denomina así­ en Egipto, Gn 39, 14 y 17; 41, 12; el mismo José se refiere a su patria como †œpaí­s de los h.†, Gn 40, 15; cuando la hija del faraón encuentra a Moisés recién nacido, dice; †œEs un niño de los h.†, Ex 2, 6; el faraón también se refiere a †œlas mujeres hebreas†, Ex 1, 16/19/; cuando Moisés y Aarón se presentaron ante el faraón para pedirle que dejara salir al pueblo, le dicen: †œYahvéh, el Dios de los h., se nos ha aparecido†, Ex 3, 18; 5, 3; †œYahvéh, el Dios de los H., me ha enviado†, 7, 16; †œAsí­ dice Yahvéh, el Dios de los h.†, 9, 1 y 13; 10, 3. En la monarquí­a, cuando las guerras de Saúl con los filisteos, éstos llaman h. a los israelitas, 1 S 4, 6 y 9; 13, 19; 14, 11; 29, 3; el mismo rey Saúl llama h. a sus hombres, 1 S 13, 3. En Ex 21, 2, se habla de las normas sobre los esclavos h., y en Jr 34, 9, sobre la manumisión de los mismos. Judit se encontró con los sirios, que le preguntaron quién era, y ella dijo ser †œhija de h., Jdt 10, 12; y ella es denominada †œmujer hebrea†, Jdt 12, 11; 14, 18. El profeta Jonás se aplica el término a sí­ mismo: †œSoy hebreo y creo en Yahvéh†, Jon 1, 9.

Otros identifican a los h. con los habiru o habiri mencionados en las tablillas cuneiformes de Tell el-Amarna, en Egipto, del segundo milenio a.C., y, aunque las palabras son sinónimas, significan nómada, las tablillas nada dicen sobre la raza de los habiru, por lo que se descarta esta hipótesis.

Los h. es decir †œlos que van de un lugar a otro†, fueron seminómadas, tribus semitas que emigraron de Mesopotamia hacia Canaán, en el II milenio a. C., aunque otros afirman que son originarias del desierto del Sinaí­. Abraham salió de su patria Ur, baja Mesopotamia, hacia Jarán, noroeste de Mesopotamia; de aquí­ se dirigió a Canaán; bajó a Egipto, de donde volvió al Négueb. Hubo una migración de h. hacia Egipto cuando los hicsos, de origen semí­tico, se tomaron este paí­s, en el cual prosperaron.

Expulsados los hicsos los h. fueron esclavizados por el faraón Ramsés II, 1290-1224 a. C. Moisés liberó a los h. y los condujo por el desierto hacia la Tierra Prometida, Canaán, la cual conquistaron con el sucesor de Moisés, Josué, en donde se establecieron hasta adquirir la unidad nacional bajo elsistema monárquico. Hebreo, en términos generales, no se refiere a los orí­genes étnicos del pueblo israelita, puesto que como ya se dijo, significa varias tribus de origen semita y, por otra parte, en las mismas Escrituras se afirma la mezcla de sangres, como en todos los pueblos. La uniones hebreas con gentes de otros pueblos, eran corrientes: Abraham se unió a Agar, esclava egipcia de Sara, y tuvieron a Ismael, Gn 16, 3; Isaac tomó por mujer a Rebeca, hija de Betuel el arameo, Gn 25, 20; Jacob tomó a Raquel, hija de Labán, también arameo, Gn 28 y 29; José tomó como su mujer a la egipcia Asnat, hija de Poti Fera, sacerdote de On, la que le dio dos hijos, Manasés y Efraí­m, Gn 41, 50-53. Moisés tomó por mujer a una madianita, Séfora, quien le parió dos hijos, Guersón y Eliezer, Ex 2, 21; 18, 2-4. Un texto significativo sobre los h., está en lo que se debí­a decir ante Yahvéh al ofrecer las primicias: †œMi padre era un arameo errante, y bajó a Egipto y residió allí­ siendo unos pocos hombres, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvéh, Dios de nuestros padres, y Yahvéh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvéh nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, con señales y con prodigios. Y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel†, Dt 26, 5-9. Además, a la salida de Egipto una muchedumbre de gente se unió a los h., Ex 12, 38; lo mismo que durante la travesí­a por el desierto, Nm 11, 4; un blasfemo, que fue lapidado en el desierto, era hijo de madre hebrea y padre egipcio, Lv 24, 10.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

epí­stola a los, así­ se ha llamado este libro canónico del N. T., desde el año 200, atribuido al apóstol Pablo, el cual no tiene todas las caracterí­sticas propias del género epistolar. Carece de destinatario, de los saludos iniciales, comúnes en las cartas del Apóstol, por lo que más bien parece una homilí­a tratada con cierta forma epistolar. Podrí­a decirse que va dirigida a alguna de las comunidades cristianas fundadas por el Apóstol, puesto que al final se da a entender que conocen a Timoteo, 13, 23, con quien el autor aspira visitar a la congregación. En el texto tampoco se encuentran pistas sobre el sitio y época de su escritura. Algunos sostienen que fue escrita desde Italia, porque al final, 13, 24, dice: †œOs saludan los de Italia†; pero esto es muy ambiguo, como para pensar en éste como su lugar de origen. En cuanto a la fecha, se dan varias hipótesis, entre ellas, que pudo ser de antes de la destrucción de Jerusalén y del Templo, año 70, porque no se refiere a este hecho histórico, pero si habla de los ritos veterotestamentarios; otros piensan que puede ser de finales del siglo I, puesto que menciona los sufrimientos y ultrajes sufridos por los fieles, 10, 32-34; lo que hace pensar en los tiempos del emperador romano Tito Flavio Domiciano, 81-96, quien persiguió a los cristianos. Aunque la Iglesia ortodoxa la atribuyó a Pablo, la de Occidente lo hizo a finales del siglo IV. Las dudas sobre la autorí­a nacen de las diferencias literarias entre los textos paulinos y éste en cuanto al léxico, el estilo, más puro y cuidado en H., la estructura gramatical, y que el escritor acude a la versión griega de la Septuaginta para hacer las citas del A. T., en vez de la hebrea, cuestiones éstas consideradas por Clemente de Alejandrí­a y su discí­pulo Orí­genes.

Encontrándose el pensamiento del Apóstol presente en el tratamiento de ciertos temas fundamentales de H., como el de la fe; la Ley mosaica promulgada por medio de los ángeles, 2, 2; Ga 3, 19-29; Abraham, justificado por la fe, 6, 12-15; 11, 19; Rm 4, 17-21; las dos alianzas, 12, 18, 24; Ga 4, 24-26; esto hizo plantear la tesis de que un judeocristiano de cultura helénica y conocedor a fondo en la versión de los Setenta, recogió la prédica oral de San Pablo; igualmente, que como las frases finales, éstas sí­ del estilo de las despedidas epistolares del Apóstol, difieren del resto del texto, y parecen de la pluma de Pablo, se podrí­a pensar en una aprobación del escrito por parte de éste. Se mencionan otros nombres, como posibles autores. El apologeta Tertuliano propone a Bernabé, pero no hay nada que pueda probarlo, ni siquiera se conoce algún escrito de Bernabé. Se ha dicho también que pudo ser Felipe, †uno de los siete†, Hch 5, 5; así­ como Silas, Priscila y Aquila, Aristión, Apolo.

De estos últimos sobresale Apolo, de Alejandrí­a, colaborador de Pablo, y a quien se califica como †œhombre elocuente, que dominaba las Escrituras†, Hch 18, 24-28; pero ningún documento o testimonio de la época corrobora la adjudicación de la autorí­a de H. a Apolo. La carta parece destinada a judí­os, hebreos, conversos desde hace tiempo, y el autor está inquieto por posibles desviaciones judaizantes, es decir, se refiere al peligro de la apostasí­a. Otros prefieren pensar que está dirigida a paganos conversos, deslumbrados por el culto judí­o. Pero, ni de los unos ni de los otros se habla en el texto.

La epí­stola a los H. consta de la siguientes partes y tí­tulo: Prólogo. Excelencias del hijo de Dios encarnado, 1, 1-4. I. El Hijo, superior a los ángeles. Prueba de la Escritura, 1, 5-14.

Exhorta ción 2. II. Jesús, pontí­fice fiel y compasivo. Cristo, superior a Moisés, 3, 1-6. La entrada en el descanso de Dios, 3, 7-18; 4, 1-13. Jesús, Sumo Sacerdote compasivo, 4, 14-16; 5, 1-10. III. Autenticidad del sacerdocio de Cristo. Vida cristiana y teologí­a, 5, 11-14; Plan del autor, 6, 1-8. Palabras de esperanza y ánimo, 6, 9-20. 1. Superioridad de Cristo sobre los sacerdotes leví­ticos, 7. 2. Superioridad del culto, del santuario y de la mediación de Cristo Sacerdote, 8; 9. 3. Recapitulación: El sacrificio de Cristo superior a los sacrificios mosaicos, 10, 1-18. IV. La fe perseverante. Transición, 10, 19-25. Peligro de apostasí­a, 10, 26-31. Motivos de perseverancia, 10, 32-39. Modelos de fe en la Historia Sagrada, 11. El ejemplo de Cristo, 12, 1-13. Castigo de la infidelidad, 12, 14, 17. Las dos Alianzas, 12, 18-29. Apéndice. Últimos consejos, 13, 1-6. Sobre la fidelidad, 13, 7-16.

Noticias. Augurios. Saludos. 13, 20-25.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

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Término con el que los primeros cristianos no israelitas denominaban en diversos lugares a los judí­os. Aparece en algún texto evangélico no escrito por israelitas (Lucas. Hech. 6.1), pero también se halla en Pablo, que lo era: 2 Cor. 11. 22 y Filip. 3.5. Sobre todo se usa en la llamada Epí­stola a los Hebreos. Se sospecha que era usual llamar hebreos a los judí­os de habla aramea, sobre todo a los de Palestina.

Los demás, abundantes en todo el Mediterráneo (diáspora), hablaban el griego como lenguaje usual y solí­an ser denominados como judí­os en el exterior e israelitas en el propio seno de sus comunidades.

La Carta a los Hebreos, escrita por alguien del entorno paulino para conversos, sobre todo levitas y sacerdotes, tal vez fue inicialmente divulgada en arameo, aunque sólo quede la forma griega más extendida.

Esta carta, estrictamente hablando, es una catequesis sistemática y argumental para mostrar a los convertidos que el sacrificio de Cristo es la cumbre de la salvación prometida a Abraham y a sus descendientes y que los sacrificios del templo, tan conocidos por los destinatarios, no eran otra cosa que una preparación pasajera.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Al final del corpus paulino se encuentra la Carta a los Hebreos, que no es de Pablo; tampoco es posible identificar con certeza a sus destinatarios. No se trata de una carta, sino de una homilí­a, enviada más tarde con el añadido de una nota de acompañamiento (13,19.22-25). Probablemente se compuso antes del año 70.

Entre el exordio (1,1 -4) y la conclusión del discurso (13,20) se pueden reconocer cinco partes :
1) 1,5-2,18: Cristo es superior a los ángeles, como Hijo de Dios, y solidario con los hombres, como hermano; en el centro tenemos una exhortación para que se reconozca su autoridad (2,1-4),
II) 3,1-5,10: Cristo es sacerdote digno de fe, comparado con Moisés (3,1 6) y misericordioso (4,15-5,10); en el centro hay una advertencia contra la falta de fe (3,7-4,14).

III) 5,11-10,39. entre una llamada inicial y una final (5,11-6,20; 10,19-39), se presenta el sacerdocio de Cristo en relación con Melquisedec y Aarón (7, 1 28); se cumplió en el sacrificio que hizo de sí­ mismo (8,1-9,28) y que fue un sacrificio eficaz contra los pecados (10,1-18).

IV) 11 – 12,13: la fe perseverante (ejemplos 1 1,1-40, y exhortación 12,1 13).

V) Exhortación a la caridad y a la santificación (12,14-13,18).

El autor, partiendo de la cristologí­a de exaltación y rebajamiento (parte 1), presenta (caso único en el Nuevo Testamento) a Cristo como sumo sacerdote (parte 11 y III); en esto hay que reconocer una continuidad en algunos aspectos, una ruptura y una superación en otros; tan sólo en Cristo, mediador de la nueva alianza, alcanza el sacerdocio su eficacia y de esta manera las instituciones veterotestamentarias llegan a su fin, tal como lo anuncia el mismo Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Por eso, Hebreos presenta también una hermenéutica del Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Las diversas exhortaciones se basan en las partes expositivas.

F Manini

Bibl.: L. Dussaut, Carta a los Hebreos, Cristiandad, Madrid 1985; G, Mora Bartres, La Carta a los Hebreos como escrito pastoral. Herder, Barcelona 1975; A. Vanhoye, El mensaje de la Carta a los Hebreos, Verbo Divino, Estella 1993: í­d., La structure littéraire de l’Epitre aux Hébreux, Parí­s 1976.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Introducción

A primera vista Heb. parece ser uno de los libros del NTNT Nuevo Testamento más difí­ciles de entender y de relacionar con nuestro mundo moderno. Numerosas citas y alusiones del ATAT Antiguo Testamento llenan sus páginas y su argumentación está dominada por mucho detalle sobre el sacerdocio y el sistema de sacrificios de Israel. Al tiempo que algunos lectores llegan a la comparación entre Cristo y Melquisedec en Heb. 7, se sienten totalmente perdidos y se preguntan sobre la relevancia que pueda tener todo eso. A ello se suma el hecho de que muchos se sienten desorientados ante los pasajes de advertencias (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2:1–4; 3:7–4:11; 6:4–8; 10:26–31; 12:14–17) que parecen minar las certezas establecidas en otros pasajes y sugerir que los creyentes pueden †œcaer† de su relación con Cristo.
El argumento es complejo, pero Heb. es una mina de oro para aquellos que desean profundizar más. Hay un gran tesoro aquí­ para enriquecer nuestra comprensión de Dios y sus propósitos. Cada sección, cuidadosamente elaborada, contribuye al desarrollo de un tema central, aportando visiones distintas de la persona y obra del Señor Jesucristo y la naturaleza de nuestra salvación. Aunque se utilizan muchos pasajes del ATAT Antiguo Testamento, algunas secciones de Heb. se basan en la exposición de un solo texto, mientras que otros se usan a manera de apoyo. De ese modo se nos muestra cómo interpretar el ATAT Antiguo Testamento a la luz de su cumplimiento, y podemos entender cómo las dos divisiones de la Biblia cristiana se entrelazan entre sí­. Como regularmente el autor relaciona sus puntos de vista a las necesidades de aquellos a quienes se dirige en primer lugar, podemos aprender cómo aplicar sus argumentos a nuestras vidas contemporáneas. Heb. demuestra que las advertencias y el aliento efectivos están fundados en una buena teologí­a.

¿QUE TIPO DE LITERATURA ES ESTA?

¿Es Heb. realmente una †œcarta† de acuerdo con su estilo y formato? Ciertamente termina como muchas cartas del NTNT Nuevo Testamento (13:18–25), con alientos e instrucciones especí­ficos para aquellos a quienes se dirige. Además, muchos de los pasajes de advertencia o apelación a lo largo del libro muestran un conocimiento personal de la situación de los lectores originales y una abrumada preocupación por su bienestar (p. ej.p. ej. Por ejemplo 5:11–6:3; 6:9–12; 10:32–39; 12:4–13). Sin embargo, el libro comienza de una manera formal (1:1–4), sin una palabra sobre quién es el autor o a quién está escribiendo, y sin un indicio de la relación que hay entre ambos. El escritor no ofrece oración alguna por sus lectores en esta parte ni tampoco hay expresiones de agradecimiento (cf.cf. Confer (lat.), compare la introducción de la mayorí­a de las cartas paulinas).
Heb. es un tratamiento ordenado y sistemático de la persona y obra de Cristo, basado en la exposición de ciertos pasajes clave del ATAT Antiguo Testamento. Por ejemplo, Sal. 8:4–6 es central para el argumento de 2:5–18; Sal. 95:7–11 se expone con cierta extensión en 3:1–4:13; Sal. 110:4 es el texto clave de 4:14–7:28; y Jer. 31:31–34 es el fundamento de la discusión en 8:1–10:39. Cada pasaje se usa para mostrar cómo los ideales e instituciones del ATAT Antiguo Testamento llegaron a su cumplimiento en Cristo. De modo que ¿es Heb. más bien un ensayo o tratado teológico?
Considerando su estilo retórico (particularmente las referencias del autor como alguien que está †œhablando† a su auditorio, p. ej.p. ej. Por ejemplo 2:5; 5:11; 6:9; 8:1; 9:5; 11:32) y el uso de pasajes del ATAT Antiguo Testamento como base del argumento en la mayor parte de las divisiones principales de la obra, parece más bien un sermón u homilí­a en forma escrita, con algunas referencias personales al final. Esto es coherente con la propia descripción del autor en cuanto a que su obra es una †œpalabra de exhortación† o †œpalabra de aliento† (DHHDHH Dios Habla Hoy, 13:22). La misma expresión se encuentra en Hech. 13:15 para aludir a un sermón después de las lecturas bí­blicas en la sinagoga judí­a en Antioquí­a de Pisidia. Heb. fue escrito por un predicador con gran sensibilidad pastoral, que deseaba aplicar sus análisis escriturales a las necesidades de un grupo de cristianos en particular por los cuales estaba preocupado.
Ver el artí­culo †œLeyendo las epí­stolas†.

¿QUIEN LA ESCRIBIO?

Las copias más antiguas del NTNT Nuevo Testamento colocan este documento entre las cartas de Pablo, pero Heb. en sí­ misma no declara su autorí­a. Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes, escritores del siglo II, confirman que Pablo era generalmente considerado como autor en la parte oriental del Imperio Romano. Sin embargo, notan cuánto difiere Heb. de los es critos de Pablo en su contenido y estilo. Sugieren que Pablo tuvo cierta responsabilidad por la obra, pero que de hecho algún otro la redactó. La aceptación de Heb. como una obra paulina no fue amplia en la iglesia occidental hasta el siglo V. Después de esto, la tradición continuó virtualmente sin ser puesta en duda hasta la Reforma en el siglo XVI, cuando nuevamente fue generalmente cuestionada.
Los eruditos contemporáneos en general concuerdan en que los argumentos contra la autorí­a paulina son decisivos. Al margen de las principales diferencias de estilo, Heb. desarrolla un retrato de Jesús como sumo sacerdote, y de su obra como cumplimiento del ritual de sacrificios del ATAT Antiguo Testamento que tie ne poco paralelo en los escritos de Pablo. Al mismo tiempo, muchos temas tí­picamente paulinos, así­ como muchos argumentos, están ausentes en Heb. Aun cuando temas similares son tratados, lo son de manera muy distinta. Y Pablo, que apela tanto a su posición como apóstol y testigo visual del Cristo resucitado (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gál. 1:11–16; 1 Cor. 15:8), difí­cilmente podrí­a haber escrito que recibió el mensaje de Cristo de segunda mano †œpor medio de los que oyeron† (2:3).
En la iglesia occidental Tertuliano, que escribió en el siglo II, sugirió a Bernabé como autor de Heb. y a menudo esta solución ha sido atrayente para los estudiosos. Como levita de Chipre, este †œhijo de consolación† (Hech. 4:36) bien podrí­a haber sido responsable de esta †œpalabra de aliento† (13:22) que trata con tanta extensión el tema del sacrificio, el sacerdocio y el culto. Como judí­o de la dispersión, muy probablemente tení­a contacto con las enseñanzas helení­sticas y filosóficas del judaí­smo alejandrino de las cuales el autor de Heb. parece tener algún conocimiento.
Martí­n Lutero fue el primero en sugerir a Apolos como autor y esta teorí­a también ha encontrado apoyo. Como judí­o alejandrino de gran cultura, Apolos era elocuente, tení­a un gran conocimiento de las Escrituras y actuaba en la misma esfera misionera que Pablo (Hech. 18:24–28). Bien podrí­a haber escrito una obra como Heb.
Sin embargo, en conclusión debemos decir que la evidencia en favor de Bernabé o Apolos o de cualquier otro candidato no es decisiva. Ciertamente, no necesitamos conocer la identidad del autor para apre ciar su obra y aceptar su autoridad. Heb. misma indica que la autorí­a humana de la Escritura es de segunda importancia. Así­, p. ej.p. ej. Por ejemplo, al reconocer a David como autor del Sal. 95, Heb. insiste en que el Espí­ritu Santo fue el autor primario (4:7; 3:7). Otra vez, la autorí­a humana del Sal. 8 no se menciona (2:6) y no es relevante para entender que fue inspirado divinamente como escritura profética. Del mismo modo, debemos estar dispuestos a acep tar que importa poco a quién usó Dios para escribir Heb.

¿CUANDO FUE ESCRITA?

Cuando se escribió Heb., los lectores habí­an sido cristianos por algún tiempo (5:12) y habí­an experimentado un notorio tiempo de persecución (10:32–34). Pareciera que ya habí­an muerto algunos de los lí­deres originales (13:7), pero Timoteo aún viví­a (13:23). Quizá habí­an pasado varias décadas desde el comienzo del movimiento cristiano. La primera alusión a Heb. en la literatura cristiana primitiva se encuentra en la carta de Clemente de Roma, que data del año 96 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo o un poco después. Pero hay razones para creer que Heb. fue escrita bastante antes.
La destrucción del templo de Jerusalén y el cese del sistema de sacrificios tuvieron lugar en el año 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, pero en Heb. no hay referencia a esa situación, aunque la mayor parte de los detalles del ritual que figuran en la carta son tomados del relato sobre el tabernáculo en el ATAT Antiguo Testamento, y nuestro autor escribe como si eso continuara (p. ej.p. ej. Por ejemplo 9:6–9; 10:1–4). Alguna alusión a los sucesos del 70 seguramente hubiera fortalecido su argumento de que el primer pacto entonces era †œviejo y anticuado† (8:13). En consecuencia, parece que lo mejor es llegar a la conclusión de que Heb. fue escrita en algún momento de la década anterior al 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo

¿CUAL ERA LA SITUACION DE LOS PRIMEROS RECEPTORES Y POR QUE FUE ESCRITA?

Un repaso de los pasajes de advertencia y aliento revela algo de la situación de aquellos a quienes la carta está dirigida. Por lo menos algunos de ellos estaban en peligro de alejarse del evangelio y de la salvación que ofrece (2:1–4). Más especí­ficamente, estaban en peligro de endurecer sus corazones en incredulidad, alejándose del Dios viviente y perdiendo algo del †œreposo† prometido por Dios (3:7–4:11). Un sí­ntoma de esa enfermedad espiritual era su falta de voluntad para progresar hacia una comprensión más profunda del mensaje cristia no y sus implicaciones, junto con una carencia de deseo de compartir su comprensión con otros (5:11–14). Algunos se estaban retirando de la reunión regular de los creyentes, necesaria para el aliento mutuo (10:24, 25).
Sin embargo, el problema no era simplemente de un retraso en el crecimiento espiritual. El autor habla en términos fervientes sobre la fe, la esperanza y el amor que ellos han expresado en tiempos anteriores, cuando estaban expuestos públicamente al insulto y la persecución (10:32–34). Apela a una renovación de ese celo en todo aspecto (6:11, 12; 13: 1–19). Aquellos que estaban en peligro de hacer a un lado su confianza en Dios y de abandonar ese compromiso estaban llegando al cansancio y necesitaban toda clase de aliento para perseverar en la fe y soportar las penurias, de modo que pudieran obtener lo que habí­a sido prometido (10:35–39; 12:1–13). Quizá estaban desgastados por la conti nua hostilidad de los incrédulos y su esperanza se habí­a debilitado por el retraso del regreso de Cristo (10:35–39).
Si pasamos a los pasajes que exponen los temas teológicos, podemos discernir algo más sobre las necesidades de los lectores y el propósito del autor al dirigirse a ellos. Heb. comienza con un énfasis sobre la superioridad y finalidad de la revelación que habí­a llegado por medio del Hijo de Dios (1:1–14). Los lectores son urgidos a no apartarse del mensaje que sobrepasa aun lo que ha sido dicho por los ángeles (2:1–4). Es un mensaje sobre la salvación eterna, lograda por el Hijo de Dios en su sufrimiento y exaltación celestial (2:5–18). En una variedad de formas, el autor señala con agudeza que el cristianismo es el cumplimiento de todo lo que ha sido revelado por Dios a Israel en la Ley y los profetas.
Como aliento a los lectores para que se mantengan firmes en la fe, el autor comienza desarrollando la idea de que Jesús es †œun sumo sacerdote misericordioso y fiel† (2:17, 18; 4:14–5:10). Este retrato de Jesús como sumo sacerdote continúa en el cap. 7, donde se sostiene que la †œperfección† no podrí­a encontrarse en el método de acercamiento a Dios asociado con el sacerdocio judí­o tradicional. El cap. 8 continúa estableciendo que el sacerdocio superior de Jesús inaugura el nuevo pacto prometido en Jer. 31:31–34. La muerte de Jesús y su exaltación celestial se presentan como el cumplimiento y el reemplazo de todos los rituales de sacrificios en el primer pacto, proveyendo un perdón de pecados eternamente efectivo y la seguridad de recibir la herencia prometida eternamente (9:1–10:18).
Esta sección central de Heb. se discute con tanto fervor y se impone con tantas comparaciones especí­ficas entre lo que provee la ley mosaica y lo que ha sido logrado por Cristo, que se puede suponer que los lectores hayan sido predominantemente judí­os cristianos. Aunque el tí­tulo †œa los hebreos† se remonta al siglo II, es probable que no formara parte del texto original. Sin embargo, la mayorí­a de los comentaristas argumenta que nos señala la dirección correcta. Por lo menos algunos de los que recibieron la carta estaban tentados a volverse al judaí­smo o no estaban dispuestos a romper los últimos ví­nculos con su religión ancestral. Quizá habí­a alguna presión de origen judí­o que los motivaba a actuar así­, o quizá se trataba simplemente de la tentación de volver a la confortable seguridad de los viejos caminos. Desde la perspectiva del autor, recaer en la religión del ATAT Antiguo Testamento era de hecho volver la espalda al Dios viviente (3:12), dado que el Hijo de Dios habí­a inaugurado la perfección del nuevo pacto (9:11–15) y alcanzado las realidades que el ATAT Antiguo Testamento apenas habí­a previsto (10:1).
Después de decir todo esto, es difí­cil estar completamente seguro sobre la ubicación exacta de los primeros lectores o sobre la forma precisa de judaí­smo desde la cual se habí­an vuelto a Cristo. Al parecer, eran judí­os de la dispersión más que de Palestina. Probablemente la Escritura que manejaban era el ATAT Antiguo Testamento en gr. más que en Heb. La expresión †œos saludan los de Italia† (13:24) probablemente significa que algunos creyentes italianos estaban con el autor y querí­an mandar un mensaje a los que estaban radicados en alguna parte de su tierra. Siendo más especí­ficos, se puede argumentar que los receptores eran un sector judí­o de la comunidad cristiana en Roma.
Como se ha notado previamente, las citas más antiguas de Heb. aparecen en una carta de Clemente de Roma. Asimismo, la referencia a la persecución en 10:32–34 (sin derramamiento de sangre, 12:4) podrí­a ser relacionada con los problemas en Roma cuando Claudio llegó a ser emperador. El historiador romano Suetonio registra que los judí­os †œse dedican continuamente en tumultos por instigación de Chrestus†. Se entiende generalmente que estos tumultos tuvieron lugar por la introducción del mensaje sobre Cristo (que Suetonio menciona como †œChrestus†) en la colonia judí­a de Roma. Hech. 18:2 menciona dos judí­os cristianos, Priscila y Aquilas, que se contaban entre los judí­os expulsados de la capital por Claudio en el año 49. Heb. puede haber sido escrita algunas décadas después a un grupo de tales personas en Roma, donde la persecución anticristiana estaba aumentando otra vez.
En cierto nivel Heb. continúa siendo una advertencia sobre las consecuencias de retirarse de la comunidad cristiana, haciendo a un lado a Jesús y abandonando la esperanza en él. En el lado positivo, actúa como una palabra de aliento a perseverar en la fe, esperanza y amor, sean cuales fueren las luchas y dificultades que debamos enfrentar. El autor trata de promover esa perseverancia poniendo la mirada de sus lectores en Jesús (3:1; 12:2, 3). Como Hijo de Dios y sumo sacerdote del nuevo pacto, él es la revelación definitiva de Dios y sus propósitos, y el único que por sí­ mismo puede llevarnos a compartir su reinado celestial.

¿CUAL ES LA ESTRUCTURA DE SU ARGUMENTO?

El estudio detallado de la estructura de Heb. revela un patrón de temas cuidadosamente balanceado e intrincadamente tejido. Albert Vanhoye, que ha hecho la contribución más significativa en este aspecto de la investigación, observa que por lo regular el autor anuncia el tema de una nueva sección cuando está concluyendo la anterior. Estos †œanuncios del tema† se hallan en 1:4; 2:17; 5:9, 10; 10:36–39; 12:12, 13. Ciertas †œpalabras gancho† relacionan el comienzo de una nueva sección con la precedente. En cada sección principal de la argumentación hay †œtérminos caracterí­sticos† que pueden estar limitados en gran medida a esa parte del libro. Finalmente, hay indicaciones especí­ficas del fin de cada segmento. De ese modo, el libro puede ser dividido ampliamente en secciones como sigue.
Cuando concluye la breve pero profunda introducción a Heb. (1:4), el autor indica que la siguiente sección principal abarcará una comparación entre el Hijo y los ángeles. †œAngeles† es un término caracterí­stico del argumento desde 1:5 hasta 2:16 y sólo aparece una vez más en el libro en 13:2. †œAngeles† también es la †œpalabra gancho† que relaciona 1:4 con 1:5 y señala el fin de toda la sección (2:16). En medio de ella hay un llamado (2:1–4) a responder apropiadamente al mensaje traí­do por aquél que es mayor que los ángeles.
En 2:17 el autor anuncia que el tema de la próxima sección (3:1–5:10) será el de Jesús como sumo sacerdote misericordioso y fiel. †œFiel† es el término caracterí­stico de la primera subdivisión (3:1–4:14) y también la †œpalabra gancho† que relaciona 2:17 con 3:2. †œSumo sacerdote† es otra †œpalabra gancho†, pues es un término que comienza y termina ambas subdivisiones (3:1; 4:14; 4:15; 5:10) y es caracterí­stica de toda la sección. Después de una breve comparación entre la fidelidad de Jesús y la de Moisés (3:1–6), el autor provee una prolongada exhortación a los lectores para que mantengan su fe en Jesús (3:7–4:14). La simpatí­a de Cristo como sumo sacerdote celestial lo capacita para ser misericordioso hacia los pecados de su pueblo y proveerle ayuda para soportar fielmente (4:15–5:8). Su capacidad de compadecerse (4:15) ante la situación de ellos fue alcanzada durante su perí­odo terrenal de sufrimiento (5:8) y prueba.
En 5:9, 10, el tema de la tercera sección principal de Heb. se anuncia: Jesús es el sumo sacerdote perfecto según el orden de Melquisedec y la fuente de eterna salvación. Antes de entrar en la exposición de estos grandes temas, el autor advierte a los lectores que no se vuelvan perezosos y sin deseo de crecer hasta la madurez en Cristo (5:11–6:20). Es claro que la intención es la de motivarlos a tomar nota de la enseñanza que sigue y aplicarla a su propia situación. Esto lleva a una explicación de lo que significa declarar que Jesús es el sumo sacerdote †œsegún el orden de Melquisedec† (7:1–28). En términos amplios, los caps. 8 y 9 muestran cómo el †œperfeccionamiento† de Jesús como sumo sacerdote, en su sufrimiento, muerte y exaltación celestial, lleva a la perfección del nuevo pacto para los creyentes. Luego el autor desarrolla la noción de que Jesús es la †œfuente de eterna salvación† en 10:1–18. En pro de la sencillez, no es adecuado entrar en detalles sobre todas las palabras clave y subdivisiones de estos capí­tulos. La sección central de Hebreos concluye con un llamado (10:19–39) que extrae las implicaciones de la enseñanza precedente.
La fe y la perseverancia son el tema de la cuarta sección principal (11:1–12:13) y esto se anuncia en 10:36–39. La fe es el tema enfocado en la primera subdivisión de esta sección (11:1–40) mientras que la perseverancia es más bien el énfasis de la segunda (12:14–13:17). La quinta sección de Heb. (12:14–13:17) no es tan fácil de relacionar en la forma en que se han usado los criterios precedentes. Sin embargo, sus apelaciones claramente tienen que ver con la remoción de todos los obstáculos a la fe, la perseverancia y la prosecución de una vida piadosa. El anuncio del tema en 12:12, 13 sugiere que sea un desafí­o a †œallanar el camino para vuestros pies†. En forma más general podemos poner el tí­tulo: †œApelaciones para un estilo de vida que honre a Dios†. Algunos pedidos y saludos personales forman la conclusión de la obra en su conjunto (13:18–25).

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-4 Introducción: La palabra final de Dios

1:5—2:18 El Hijo y los ángeles
1:5-14 La superioridad del Hijo sobre los ángeles
2:1-4 Un llamado a mantenerse fieles al Hijo y su mensaje
2:5-18 La humillación y exaltación del Hijo

3:1—5:10 Jesús como sumo sacerdote misericordioso y fiel
3:1-6 La fidelidad de Cristo
3:7—4:13 Un llamado a la fidelidad
4:14—5:10 La compasión de Cristo

5:11—10:39 Jesús el perfecto sumo sacerdote según el orden de Melquisedec y fuente de eterna salvación
5:11—6:20 Un llamado a aprender y progresar
7:1-28 El sumo sacerdocio eterno de Cristo
8:1-13 El mediador del nuevo pacto
9:1-10 Las limitaciones del antiguo pacto
9:11-28 El logro de Cristo en su muerte y exaltación
10:1-18 Los beneficios del nuevo pacto
10:19-39 Un llamado a perseverar en los beneficios del nuevo pacto

11:1—12:13 Fe y perseverancia
11:1-40 Una celebración de la fe
12:1-13 Un llamado a la perseverancia

12:14—13:25 Llamados a un estilo de vida que honre a Dios
12:14-17 Una advertencia final contra el fracaso
12:18-29 Respondiendo al llamado de Dios
13:1-17 La adoración y la vida cotidiana
13:18-25 Mensajes personales y bendición final
Comentario

1:1-4 INTRODUCCION: LA PALABRA FINAL DE DIOS

Vivimos en un mundo donde mucha gente duda de que Dios pueda ser conocido y donde hay muchas filosofí­as y criterios religiosos en conflicto. Aun entre los cristianos practicantes, a veces se pretende tener nuevas revelaciones que contradicen o declaran ir más allá de la Escritura. Sin embargo, Heb. no deja lugar a dudas en cuanto al hecho de que Dios ha hablado decisivamente a Israel por los profetas, y que ha revelado plena y definitivamente su personalidad y voluntad por el Hijo (vv. 1, 2). La revelación del ATAT Antiguo Testamento llegó muchas veces a lo largo de la historia de Israel y de muchas maneras, como por sueños, visiones y mensajes angelicales. Pero la revelación concluyente ha venido en estos últimos dí­as de la historia humana por medio de Jesucristo. El autor proseguirá sugiriendo que el ATAT Antiguo Testamento fue una preparación y un fundamento para esta revelación definitiva (p. ej.p. ej. Por ejemplo 8:5; 10:1). En verdad, Dios continúa hablando, por medio de las Escrituras del ATAT Antiguo Testamento, a los cristianos en toda una gama de circunstancias (p. ej.p. ej. Por ejemplo 3:7–11; 12:5, 6). Sin embargo, para enfatizar el carácter final de la revelación por medio de Jesucristo, el autor señala su insuperable grandeza como Hijo de Dios.
Como quien ha estado con Dios desde el principio, él fue el único por medio de quien Dios hizo el universo (gr. aionas, †œedades†, †œmundos†, que se usa de modo similar para todo el universo de espacio y tiempo en 11:3). Además, el Hijo ha sido designado para poseer y gobernar sobre todo lo que originalmente era un instrumento para la creación: es heredero de todo (v. 2, cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:7, l). Aunque muchos niegan su autoridad y siguen rechazándole, finalmente él debe triunfar. Como el resplandor de su gloria (de Dios) y la expresión exacta de su naturaleza, el Hijo revela en su persona, no sólo en sus palabras, cómo es realmente Dios (v. 3). Continúa sustentando la creación y ordena los hechos de la historia por la misma palabra de su poder que en un principio hizo que todo existiera (v. 3).
Dado que el objeto de la revelación divina siempre ha sido la comunión entre Dios y los seres humanos, Heb. pronto deja en claro que el papel del Hijo es el de proveer la purificación de nuestros pecados (v. 3). Esto anticipa el argumento de 2:14–18 y pasajes posteriores, que hablan de la necesidad de que el Hijo compartiera plenamente nuestra humanidad, sufriendo y muriendo, de modo que pudiera cumplir el papel de sumo sacerdote haciendo la expiación de nuestros pecados. En otros términos, la palabra final de Dios para nosotros no es simplemente la perfecta revelación de su personalidad en Jesucristo sino también su obra salvadora, haciendo posible que disfrutemos de todo lo que ha sido prometido por Dios a su pueblo en estos últimos dí­as.
La secuela de su obra expiatoria fue su acto de sentarse a la diestra de la Majestad en las alturas (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 110:1). La entronización celestial del Hijo de Dios es tan significativa que Heb. aquí­ no menciona la resurrección y la ascensión que la hicieron posible. Más bien, cuando la introducción llega a su conclusión, el autor indica que ha de extraer las implicaciones de esa entronización. Establecerá la absoluta superioridad del Hijo sobre los ángeles, o sea los seres sobrenaturales que en Israel se consideraban como los más cercanos a Dios (v. 4).

1:5-2:18 EL HIJO Y LOS ANGELES

Resulta de ayuda leer toda esta sección de Heb. para ver cómo las piezas se combinan antes de prestar atención a los detalles. Aparentemente aquellos a quienes fue enviada tení­an alguna dificultad para captar la relación de Cristo y los ángeles, pero no hay forma de estar seguro sobre la naturaleza exacta de su problema. Según 2:5–9, parecerí­a que al haber colocado al Hijo †œpor poco tiempo menor que los ángeles† en el momento de su nacimiento requerí­a alguna justificación. ¿Cómo podí­a ser mayor que los ángeles y compartir plenamente nuestra humanidad? ¿Por qué aquél que es mayor que los ángeles tuvo que sufrir y morir como declara el evangelio cristiano? La naturaleza y propósito de lo que técnicamente es llamado la †œencarnación† sigue siendo un tema muy debatido en nuestro tiempo, y Heb. ofrece atisbos distintivos sobre el tema en esta sección.
Según 2:1–4, parece que los lectores originales mantení­an la creencia popular judí­a de que los ángeles participaron en la entrega de la ley de Dios a Moisés (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 7:53; Gál. 3:19). Necesitaban estar seguros de la posición superior y personalidad de aquél que era el agente de la nueva revelación. Del mismo modo, hoy muchos necesitan ser convencidos de que Jesucristo es más que un profeta o un mensajero angelical. Ninguna revelación superior de Dios ha sido dada o puede esperarse. Eso indica el peligro de pasar por alto el mensaje de salvación que ha llegado por medio de él.
En 2:5–18 se nos muestra que la obra terrenal del Hijo fue la de alcanzar la salvación del pecado y sus consecuencias, capacitando a los creyentes para compartir su gloria y honor en el mundo venidero. Lo enorme de nuestra necesidad y la increí­ble gracia de Dios para actuar sobre ella se destacan. La idea del dominio celestial de Cristo ocupa un lugar destacado una vez más, para asegurarnos que todo será colocado finalmente †œdebajo de sus pies† (2:8) y que, a pesar de los obstáculos, los verdaderos discí­pulos reinarán con él.

1:5-14 La superioridad del Hijo sobre los ángeles

Los pasajes bí­blicos citados en esta sección tienen el efecto de reforzar y exponer algunos de los temas importantes ya presentados en la introducción (vv. 1–4). En particular, la referencia a la entronización celestial del Hijo (v. 3) lleva naturalmente a una explicación de su posición con relación al mundo angelical. El Sal. 110:1 aporta el marco en el cual deben ser entendidos los varios pasajes del ATAT Antiguo Testamento. Se alude a él en el v. 3 (se sentó †œa la diestra de la Majestad en los cielos†) y se lo cita completo en el v. 13. De ese modo, el tema de la entronización de Cristo y su dominio celestial es el foco de esta sección. Jesús usó el Sal. 110:1 para indicar la posición exaltada y celestial del Mesí­as o Cristo en la expectativa del ATAT Antiguo Testamento (p. ej.p. ej. Por ejemplo Mar. 12:35–37; 14:61, 62), y fue luego usado regularmente por los primeros cristianos para declaraciones como las referidas al Jesús resucitado (p. ej.p. ej. Por ejemplo 10:12–14; Hech. 2:34–36; 1 Cor. 15:25). Hay otras alusiones a este pasaje clave en 8:1 y 12:2.
5 El Sal. 2:7 es citado porque es una profecí­a aplicable al Mesí­as como Hijo de David e Hijo de Dios. La base teológica de este extraordinario reclamo es la promesa especial de Dios a David y su dinastí­a en 2 Sam. 7:14, que también es citado. Cuando los hijos de David fueron entronizados como representantes terrenos de Dios en Jerusalén, disfrutaron de una relación especial de filiación con Dios. Jesús es el que finalmente cumple estos pasajes porque es el Hijo eterno de Dios (como en 1:2, 3), cuya resurrección y ascensión le restauraron al lugar de toda autoridad y poder en el universo a la †œmano derecha† del Padre (cf.cf. Confer (lat.), compare el uso del Sal. 2:7 en Hech. 13:33).
6 Nunca se habí­an hecho promesas así­ a los ángeles. Su papel ha sido siempre el de adorar a Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 32:43; Sal. 96:7). En consecuencia deben adorar al Hijo que se sienta a su diestra. Al compartir plenamente nuestra humanidad, llegó a ser por un tiempo †œmenor que los ángeles†, pero ahora está †œcoronado de gloria y honra† (2:9). La introducción del Primogénito de Dios en el mundo (gr. oikumene, como en 2:5) en este pasaje se entiende mejor como una referencia a la entrada de Cristo en lo que aún es †œel mundo venidero† (2:5). Esto ocurrió cuando él ascendió al ámbito celestial.
7–9 El texto gr. del Sal. 104:4 sugiere que los ángeles fueron creados para cumplir los mandatos de Dios con la velocidad de los vientos y la fuerza del fuego. Son parte del orden creado y deben estar sometidos al Hijo, porque él comparte con el Padre el gobierno (trono) divino que es por los siglos de los siglos. El Sal. 45:6, 7, que celebra una boda real, se usa con referencia a Cristo, el rey de Israel, quien cumple en grado sumo el ideal de compartir la justicia y la alegrí­a del reino eterno de Dios.
10–12 La eternidad de Cristo y su dominio es subrayado nuevamente en el Sal. 102:25–27. Esto es contrastado con la creación perecedera que él ha fundado y que un dí­a será enrollada como un vestido. Heb. usa el texto gr. de ambos salmos para indicar que el Padre se dirige al Hijo como Dios y Señor. El Sal. 110:1 puede haber inspirado esta interpretación, dado que allí­ el Señor se dirige a otro como †œmi Señor† y le invita a sentarse a su diestra.
13, 14 Volviendo al pasaje que parece haber sido el punto de partida para sus reflexiones, el autor usa el Sal. 110:1 para insistir en que los ángeles no ejercen la autoridad y dominio del Hijo. Como espí­ritus servidores, tienen como papel el de servir a sus propósitos y ejecutar sus mandatos. Ciertamente, sirven a Dios al servir a favor de los que han de heredar la salvación. Los ángeles son superiores a nosotros en el orden de la creación (Sal. 8:4–6), pero son comisionados para ayudarnos en formas que escapan a nuestra comprensión, de modo que podamos alcanzar la herencia divina (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:2).

2:1-4 Un llamado a mantenerse fieles al Hijo y su mensaje

Este pasaje extrae directamente las consecuencias prácticas del cap. anterior. Es el primero de los varios pasajes de advertencia revelando la preocupación del autor sobre la situación de por lo menos algunos de sus lectores. En el sentido positivo, se alienta a que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oí­do (v. 1). En sentido negativo, la advertencia es a que no sea que nos deslicemos, como quienes están en una barca que ha perdido el timón y se mueve rápidamente hacia una catarata. En capí­tulos más adelante se examinará cómo se aparta la gente de Cristo. Aquí­ el punto en cuestión es simplemente el de subrayar que tal desviación tiene consecuencias desastrosas.
El mensaje que Heb. tiene en mente es el evangelio de la salvación que al principio fue declarado por el Señor (o sea Jesús) y fue confirmado por medio de los que oyeron (DHHDHH Dios Habla Hoy †œle oyeron†, v. 3). El autor y sus lectores no eran parte de esa primera generación de cristianos, pero ciertamente recibieron el evangelio de aquellos que sí­ lo eran. Cuando les fue dado el mensaje que habí­an recibido de Jesús, Dios dio testimonio a su origen sobrenatural con señales, maravillas, diversos hechos poderosos y dones repartidos por el Espí­ritu Santo según su voluntad (v. 4).
El evangelio es de mayor significado que la palabra dicha por los ángeles a Israel en el monte Sinaí­. Es el mensaje entregado por el Hijo mismo de Dios, concerniente a la salvación eterna y cómo se la obtiene. Si toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución de acuerdo con los términos de aquella revelación más temprana, ¿cómo escaparemos si descuidamos o pasamos por alto los términos de la revelación definitiva de Dios (vv. 2, 3)? El juicio que enfrentan aquellos que dan la espalda a Cristo debe ser mayor que cualquier castigo experimentado por Israel en el ATAT Antiguo Testamento. El autor habla más sobre ello en 10:26–31.

2:5-18 La humillación y exaltación del Hijo

Habiendo indicado que el mensaje del Hijo se refiere a la salvación, el autor prosigue en esta sección explicando cómo fue alcanzada la salvación y qué significa para nosotros. El tema de la entronización de Cristo y su dominio celestial se toma de nuevo y se nos muestra por qué el Hijo por un tiempo tení­a que ser menor que los ángeles antes de ser coronado de gloria y de honra. El Sal. 8:4–6 es el texto clave, aunque se usan otras tres citas del ATAT Antiguo Testamento como apoyo (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:12, 13). Jesús es el hombre que †œcumple† el Sal. 8, padeciendo la muerte y siendo exaltado a la diestra de Dios. Luego Heb. analiza las implicaciones de este †œperfeccionamiento† de Cristo para nosotros (2:10–16). El Hijo tuvo que compartir nuestra humanidad, sufrir y morir, para que pudiéramos compartir su gloria. En 2:17, 19 esta enseñanza vuelve a expresarse haciendo referencia al llamado al Hijo para ser †œun sumo sacerdote misericordioso y fiel†.
5 El mundo venidero recuerda la esperanza de Israel de una era futura de gloria, involucrando la renovación de la creación o el establecimiento de †œnuevos cielos y nueva tierra† (p. ej.p. ej. Por ejemplo Isa. 65:17–25), a veces asociado especí­ficamente con la obra del Mesí­as (p. ej.p. ej. Por ejemplo Isa. 11:1–9). En otra parte, Heb. habla sobre el prometido †œdescanso† de Dios (4:1–11), la esperanza de †œuna patria mejor† (11:16) o †œuna ciudad permanente† (13:14). Estas diversas imágenes se usan para describir el nuevo orden mundial, que estará sujeto al Hijo de Dios y no †¦ a los ángeles (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:13). Sin embargo, Heb. da a entender que la edad venidera ya ha sido establecida por la entronización de Cristo a la diestra de Dios. Sus beneficios son experimentados por adelantado por los creyentes (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2:4; 6:4–6; 12:22–24), mientras esperan el regreso de Cristo para introducirlos al pleno gozo de la salvación que ya ha ganado para ellos (p. ej.p. ej. Por ejemplo 9:28; 10:36–39).
6–8 El Sal. 8:4–6 se cita para explicar cómo el Hijo obtuvo el dominio mesiánico. En su contexto original, estos versí­culos celebran la posición exaltada de los seres humanos en la creación de Dios. Sin embargo, el salmista habla en términos ideales, dado que el pecado, la muerte y el demonio nos impiden ejercer el dominio en este mundo como Dios querí­a (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén 1:26–31 y 3:13–19). El dominio completo se promete al Mesí­as en el Sal. 110:1 y Heb. toma ese pasaje como una clave para el significado definitivo y la aplicación del Sal. 8:4–6. El papel del Hijo es el de cumplir el destino de la raza humana. Pero ahora no vemos todaví­a todas las cosas sujetas a él. ¿Cómo podemos estar seguros de que el mundo venidero le estará sujeto?
9 El autor usa por poco tiempo fue hecho menor que los ángeles como una referencia de la humillación del Hijo de Dios, experimentada cuando vino a compartir plenamente nuestra humanidad (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:14–18). Note la introducción del nombre humano Jesús en este punto del argumento. Coronado de gloria y honra se refiere a la exaltación celestial que él experimentó por el padecimiento de la muerte. La ascensión del Mesí­as crucificado a la diestra de Dios es la certeza de que Dios finalmente someterá todas las cosas †œdebajo de sus pies†. La muerte fue el camino para esa gloria para él pero, por la gracia de Dios, también es el medio de salvación para nosotros. Los versí­culos siguientes continúan con la explicación de lo que significa para él que gustase (experimentara) la muerte por todos.
10 El plan de Dios para la humanidad fue cumplido por medio de un hombre, Jesucristo (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 5:12–21). Aquello convení­a a Dios en grado sumo, como quien habí­a creado todas las cosas para sus propios propósitos, pues así­ podí­a conducir a muchos hijos a la gloria. Jesús es la cabeza de una gran multitud, destinada a compartir su honor y gloria. Se los designa de diversas maneras en este pasaje como hijos (vv. 10, 13), hermanos (vv. 11, 12) y descendencia de Abraham (v. 16). Jesús es el Autor (gr. archegon, como en 12:2) de la salvación, o quizá más adecuadamente †œel pionero† (Besson, †œjefe†; BJBJ Biblia de Jerusalén, †œel que iba a guiarlos†). Ciertamente realizó algo único en beneficio de otros (v. 9) y es llamado correctamente †œAutor de eterna salvación† en 5:9. Pero el escritor también quiere subrayar que en algunos aspectos Jesús es el lí­der que actuó como quien abre el camino para que otros sigan (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:20; 12:1–3). Tres veces se nos dice que fue hecho perfecto (gr. teleiosai, 5:9; 7:28). No ha habido aspecto en el cual él haya sido moralmente imperfecto, pero por medio de su sufrimiento y tentación, su muerte y exaltación celestial, fue †œcalificado† o †œhecho plenamente adecuado† como salvador de su pueblo. Las implicaciones de esta profunda enseñanza se clarificarán a medida que progresa la argumentación.
11–13 Como salvador †œperfeccionado†, Jesús santifica o †œconsagra† un pueblo para Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:10, 14, 29; 13:12). Heb. usa tres pasajes del ATAT Antiguo Testamento para mostrar cómo ocurre esto. El Sal. 22:22 habla sobre la proclamación de la liberación de Dios por alguien que habí­a experimentado terribles sufrimientos y rechazo. Estas palabras se aplican en grado sumo a Jesús como Señor resucitado y ascendido, proclamando la victoria alcanzada por medio de su muerte. Al hacerlo, reúne a su alrededor y sostiene la congregación o iglesia de sus hermanos espirituales (v. 12). Isa. 8:16–18 habla acerca de Isaí­as y sus discí­pulos como unidos por su confianza en Dios, por lo que se convierten en señales y sí­mbolos al Israel incrédulo. Heb. toma una frase de Isa. 8:17 (Yo pondré mi confianza en él) como un indicador de la fiel confianza de Jesús en el Padre para cumplir su ministerio terrenal (v. 13). Isa. 8:18 se usa entonces para identificar a la iglesia como los hijos dados a Jesús por Dios. Su perseverancia en la fe, aun al extremo de la muerte, hace posible que ellos tengan fe. La fe unifica a la familia de Cristo en uno.
14–16 Para alcanzar la salvación de sus hijos y para atraerlos a sí­ mismo como la comunidad de la fe, el Hijo tuvo que compartir plenamente su humanidad (carne y sangre). El propósito de esta encarnación (el llegar a ser humano) fue que él pudiera morir y destruir por medio de la muerte al que tení­a el dominio sobre la muerte (éste es el diablo). Esto recuerda la enseñanza de Gén. 3 sobre el papel de Satanás en la rebelión de la humanidad contra Dios y la imposición de la muerte como castigo divino por el pecado. Heb. indica que el demonio sigue manteniendo a la gente en esclavitud a causa de su temor de la muerte (v. 15). Sólo podemos ser liberados del poder de Satanás para servir a Dios por el perdón o la limpieza hecha posible por la muerte de Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:14, 15, 27, 28; 10:19–22). El quita el temor del juicio y la condenación de aquellos que confí­an en él y les da la seguridad de la vida en el mundo venidero. El autor concluye su extendida comparación entre Cristo y los ángeles al fin cuando dice que ciertamente él no tomó para sí­ a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham (v. 16). La última expresión no se refiere a la humanidad en general, ni al Israel nacional en particular, sino a todos los que se han aferrado de la esperanza ofrecida a nosotros en Jesús, que son los herederos de la promesa a Abraham (6:17, 18).
17, 18 El tí­tulo de sumo sacerdote se da a Jesús, por primera vez, cuando el autor anuncia el tema de la división principal siguiente de su obra (3:1–5:10). La primera mención del sacerdocio de Jesús está relacionada muy estrechamente con la enseñanza de que en todo fuese hecho semejante a sus hermanos (v. 17). Sólo porque compartió nuestra naturaleza, experimentó la flaqueza humana y padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (v. 18). Sin embargo, el clí­max de su padecimiento terrenal fue su muerte, por medio de la cual pudo expiar los pecados del pueblo (v. 17). Esta expresión es la primera indicación de que Jesús cumplió el papel de sumo sacerdote en el dí­a anual de expiación (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 16), ofreciendo un sacrificio para limpiar a su pueblo de la contaminación del pecado y aplacar la ira de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:27; 9:11, 12, 24–26; 10:1–14).

3:1-5:10 JESUS COMO SUMO SACERDOTE MISERICORDIOSO Y FIEL

En este segmento mayor de la exposición, los temas presentados en 2:17, 18 se exponen y se aplican a la situación de los lectores originales. En primer lugar, el punto enfocado es la fidelidad de Jesús como †œapóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión† (3:1–6). Esto es desarrollado al contrastar a Jesús con Moisés, pues éste fue la figura clave en el establecimiento de Israel como †œcasa† de Dios (en el sentido de familia) al tiempo del éxodo. El argumento del autor habrí­a tenido especial importancia para los judí­os cristianos tentados a volver al judaí­smo, donde Moisés y la revelación que éste llevó a Israel eran tenidos en muy alta estima. Pero el pasaje tiene una aplicación más amplia debido a las cosas positivas que se dicen sobre Jesús.
La advertencia que sigue (3:7–4:13) atrae la atención a la incredulidad y rebelión de los israelitas que dejaron Egipto bajo Moisés y no llegaron a entrar en la tierra prometida. Los cristianos también están en camino a la herencia o †œreposo† provisto por Dios. Por lo tanto, el autor alienta a sus lectores a perseverar en la fe, †œno sea que alguien caiga† siguiendo el ejemplo de los israelitas en el desierto (4:11). La clave es la fe en la palabra de Dios. La mutua exhortación es necesaria para prevenir la dureza de corazón por la incredulidad contra esa palabra. Sólo de ese modo el prometido †œreposo† puede ser alcanzado y disfrutado. En lo máximo, se nos asegura de la †œmisericordia† y la †œgracia† que Jesús ofrece, como el †œgran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos† (4:14–16). La comparación entre el sacerdocio del ATAT Antiguo Testamento y el sacerdocio de Cristo que sigue apoya este reclamo (5:1–10). Una vez más, Heb. demuestra la insuperable grandeza de la persona y obra del Hijo de Dios.

3:1-6 La fidelidad de Cristo

Hermanos santos sugiere una relación familiar entre verdaderos creyentes, tanto hombres como mujeres. Son peregrinos que participan del llamamiento celestial (v. 1) para reinar con Cristo en el †œmundo venidero† (2:5). El mayor aliento es el de persistir en el viaje de la fe, o sea considerad (o sea †œponer la atención en†) a Jesús. De esa manera el autor expone muy sencillamente la preocupación central de su †œpalabra de aliento†. Los cristianos deben centrarse en Jesús como apóstol, enviado por Dios para ser la revelación definitiva de su personalidad y voluntad, y como sumo sacerdote, haciendo posible una relación eterna con Dios. Tal enseñanza está diseñada para alentar al cansado, desafiar al perezoso y desobediente y dar nueva seguridad a aquellos que están dudando y alejándose.
2–5 La fidelidad de Jesús a Dios como quien le constituyó (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œlo nombró para este servicio†) se compara con la fidelidad de Moisés. Tal fidelidad nos invita a confiar plenamente en Cristo. El autor alude a Núm. 12:7 donde se pone de relieve el papel fundacional de Moisés como revelador de la voluntad de Dios para Israel. Sin embargo, Jesús es digno de una gloria superior a la de Moisés porque, como Hijo de Dios, es el constructor de la casa (o familia) en la cual sirvió Moisés. Fue a través de su Hijo que Dios hizo el universo (1:2) y por medio de él salvó y estableció la comunidad de la fe (vv. 3, 4). El papel de Moisés en la casa de Dios fue el de actuar como siervo y como testigo (gr. eis martyrion) de lo que se habí­a de decir después. Aun el sistema de culto que Moisés recibió el mandato de establecer era una preparación y un anticipo de las realidades que habí­an de venir con el Mesí­as (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:5; 10:1).
6 El Hijo ahora gobierna sobre su casa (de Dios). Esto comprende a todos los verdaderos creyentes desde el comienzo de la historia humana hasta el presente, o sea, todos los salvados o perfeccionados por la obra del Hijo. Sin embargo, una nota de advertencia suena en las palabras si de veras retenemos la confianza y el gloriarnos de la esperanza. Esta forma un puente al pasaje que sigue, donde se discute la posibilidad de dejar atrás a Cristo. El sacrificio de Jesús nos da confianza para entrar en el lugar santí­simo (10:10; cf.cf. Confer (lat.), compare 4:16). El derecho de acceso a Dios es su don para nosotros en Cristo y no debe ser descartado por razón alguna (10:35, 36). Necesitamos retener y ejercitar aquello para que podamos perseverar en hacer la voluntad de Dios y obtener lo que él ha prometido. Del mismo modo, hay una esperanza objetiva que se nos da en el evangelio. Esta deberí­a continuar siendo nuestro gloriarnos o la base de exultación.

3:7-4:13 Un llamado a la fidelidad

El Sal. 95:7–11 ofrece una seria advertencia sobre el rechazo a escuchar la voz de Dios, al endurecernos en la incredulidad y fallar en alcanzar el reposo que él ha prometido a su pueblo. El autor se muestra muy apasionado en su exposición del pasaje del Salmo porque es claro que está preocupado por ciertas tendencias en el grupo al cual se dirige. De modo que el peligro de abandonar a Cristo, mencionado brevemente en 2:1–4, se expone más completamente. Sin embargo, a pesar de la seriedad de la advertencia, el poder de la Escritura para desafiar y cambiar a los creyentes recibe un nuevo énfasis. Dios sostiene a su pueblo por medio de las palabras que él les ha hablado y por medio del ministerio de aliento que pueden tener unos con otros.
El descanso que Cristo ha asegurado a su pueblo se interpreta según Gén. 2:2. Es el descanso del sábado en el cual Dios entró después de completar la creación del mundo. La tierra de Canaán, donde Josué estableció a los israelitas en su tiempo, era un anticipo del reposo definitivo para el pueblo de Dios. Con una nueva advertencia de no perder ese reposo, el autor hace una afirmación final sobre el poder de la palabra de Dios para descubrir y juzgar el corazón humano.
7–11 El Espí­ritu Santo se señala como quien habló †œpor medio de David† en la redacción del Sal. 95 (3:7; 4:7). El Espí­ritu continúa hablando a las siguientes generaciones de cristianos por medio de esta Escritura advirtiéndoles que se aseguren de que cada dí­a sea un renovado †œhoy† en el cual puedan oí­r su voz y vivir. Los que dejaron Egipto con Moisés tení­an las palabras de promesa y advertencia de Dios resonando en sus oí­dos, pero endurecieron sus corazones y no respondieron con fe y obediencia. Provocación y prueba son traducciones de los nombres hebreos Meriba y Massa (Exo. 17:1–7; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 20:1–13). Al comienzo y al fin de sus andanzas por el desierto, los israelitas demostraron ser particularmente incrédulos en aquellos lugares. Pusieron a gran prueba a Dios en el sentido de que fueron tan lejos como les era posible en provocarlo a juzgarlos (v. 9). El perí­odo de 40 años en el desierto era una demostración de la ira de Dios con aquella generación, pero también era una oportunidad para experimentar sus bondadosos caminos una y otra vez (v. 10). Como se habí­an negado a arrepentirse y confiar en él, dice juré en mi ira que ellos no podrán entrar en mi reposo en la tierra que habí­a prometido a sus antepasados como herencia (v. 11; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 14). Ese privilegio sólo podrí­a ser alcanzado por sus hijos.
12, 13 El autor quiere que sus hermanos creyentes tengan cuidado unos de otros como para que ninguno se pierda. La dedicación a entender y ayudar a otros en la iglesia local es algo necesario. El mayor peligro es que alguno de la congregación pueda tener un corazón malo de incredulidad que os aparte del Dios vivo. Como los israelitas mencionados en el Sal. 95:7–11, a veces cristianos practicantes se alejan de Dios en apostasí­a (gr. apostenai) o sea en una deliberada y abierta rebelión. Esto puede ser provocado por el sufrimiento o la persecución o por la presión de la tentación, pero la causa raí­z siempre es la incredulidad. Dicho de otra manera, puede ser que alguno de nosotros se endurezca por el engaño del pecado. El pecado es un poder activo y agresivo que debe ser resistido. Si endurecemos nuestros corazones contra la palabra de Dios (v. 8), el pecado tendrá riendas sueltas y puede ser que alguno de vosotros se endurezca (13). Para más comentarios sobre la apostasí­a, véanse las notas sobre 6:4–6; 10:26–31; 12:15–17. El antí­doto radica en el exhortarnos los unos a los otros cada dí­a, mientras aún se dice †œHoy†. Tal aliento se basará en la Escritura, de acuerdo con el mismo ejemplo del autor (gr. parakaleite, †œalentad†, recuerda la descripción del libro de Heb. como logos parakleseos †œpalabra de exhortación†, en 13:22). Puede tener lugar de manera formal en el contexto de reuniones cristianas (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:24, 25) o en los contactos informales diarios que los cristianos tienen entre sí­. De cualquier manera, un ministerio basado en la palabra de los unos a los otros es la clave para la fidelidad y la perseverancia. No es sólo una responsabilidad de los lí­deres de la iglesia, sino un deber de cada cristiano.
14, 15 Por la gracia de Dios los creyentes han llegado a ser participantes de Cristo y de todo lo que él ofrece. Esto es un paralelo de la afirmación de que somos †œsu casa† (v. 6): ¡la bendición ya ha sido otorgada! Sin embargo, como en el v. 6, la idea de una nueva condición o hecho se introduce en el v. 14. Demostramos que en verdad pertenecemos a Cristo si después de todo retenemos el principio de nuestra confianza hasta el fin. La fe es lo que provee el fundamento subyacente para esa confianza. La fe perseverante es una señal de la verdadera conversión (cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 13:13). La fe no es una buena obra que nos salva, sino el medio por el cual nos aferramos a las promesas de Dios y permanecemos en la relación que él ha hecho posible para nosotros por medio de su Hijo. Aquellos que abandonan esa confianza en Cristo y se apartan de él muestran que nunca fueron genuinamente †œparticipantes de Cristo†. En consecuencia, el autor subraya nuevamente la necesidad de prestar atención cada dí­a a la voz de Dios y no ser endurecidos por la incredulidad (v. 15).
16–19 Por medio de una serie de apremiantes preguntas se desarrollan aun más las implicaciones del Sal. 95:7–11. Aquellos que habiendo oí­do le provocaron eran los mismos que experimentaron directamente la bondad de Dios al sacarles de Egipto. Tení­an todos los motivos de aliento para perseverar en la fe durante su viaje a la tierra prometida. Pero se autodescalificaron para entrar en su reposo porque persistentemente no obedecieron. Esa desobediencia fue debido a su incredulidad.
4:1, 2 La promesa de entrar en su reposo nos ha sido aportada por el evangelio. Nuestra situación es tan parecida a la de los israelitas en el desierto que el autor puede decir que también a nosotros, como a ellos, nos han sido anunciadas las buenas nuevas. Ellos recibieron la promesa de entrar en la tierra prometida (p. ej.p. ej. Por ejemplo Exo. 3:7–10; 34:10–14) y fueron llamados a vivir por la fe en esa palabra de Dios. En ese sentido el evangelio les fue predicado (fueron †œevangelizados†; v. 2, cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 3:8, 9). Por lo tanto, siempre que esté en pie la promesa, temamos (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œdebemos prestar mucha más atención†) que alguno de vosotros parezca quedarse atrás. Siempre hay la posibilidad de que algún miembro del grupo pueda fallar y no alcanzar el prometido reposo por la misma razón que los israelitas bajo Moisés no llegaron a alcanzar su herencia: de nada les aprovechó el oí­r la palabra, porque no se identificaron por fe con los que la obedecieron. Esto probablemente se refiere al hecho de que la mayorí­a no compartió la fe de Josué y Caleb cuando llegó el momento de entrar a la tierra de Canaán (Núm. 14). Todo ello indica que el oí­r el mensaje con fe es esencial para la salvación (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 10:14).
3–5 Los que hemos creí­do entraremos en el reposo del cual habla el Sal. 95:11. Dado que los israelitas ya estaban establecidos en Canaán cuando David escribió este Salmo, su advertencia sobre no obtener el reposo de Dios debe referirse a algo más allá de la posesión material. Gén. 2:2, donde se encuentra el verbo †œreposó”, se usa como llave para abrir el significado del mensaje. El reposo prometido en el Salmo es una forma de participar en el †œsábado† del mismo descanso de Dios, luego de su obra en la creación (ver abajo sobre 4:9–11). En el argumento de Heb., el reposo de Dios equivale a †œuna patria mejor† (11:16), †œla Jerusalén celestial† (12:22), el †œreino que no puede ser sacudido† (12:28) y otras descripciones de la herencia del cristiano. Desde un punto de vista ese reposo ya existe para nosotros en el cielo y ahora ya puede †œentrarse† en él por la fe (v. 3; 12:22). Ha estado en existencia desde la creación del mundo. Según otro punto de vista estamos en una peregrinación hacia la †œciudad permanente† (13:14) y debemos esperar ser dirigidos al †œmundo venidero† (2:5). Heb. presenta la misma tensión entre el †œahora† y el †œtodaví­a no† que se encuentra en todo el NTNT Nuevo Testamento. Jesús ha hecho posible que disfrutemos ciertas bendiciones en el presente, como una seguridad de que en el fin poseeremos todo lo que se nos ha prometido (cf.cf. Confer (lat.), compare Ef. 1:13, 14).
6–8 El reposo que los israelitas experimentaron en el tiempo de Josué era un anticipo del reposo definitivo y celestial. Heb. sigue argumentando que el camino a esa herencia definitiva ha sido asegurado por el Señor Jesucristo (p. ej.p. ej. Por ejemplo 6:19, 20; 9:15; 10:19–22). Mucho tiempo después de la conquista de Canaán, el Sal. 95 señaló otro dí­a como el dí­a (hoy) para oí­r su voz y entrar al reposo de Dios. Esto prueba que David tení­a en mente un reposo más allá de disfrutar la vida en la tierra de Israel. Si Josué habí­a dado al pueblo su reposo definitivo en el tiempo de la conquista, Dios no hablarí­a después de otro dí­a. La esperanza del pueblo de Dios es de un reposo celestial y no el restablecimiento del pueblo en la tierra de Israel. Las promesas fundamentales del antiguo pacto son cumplidas en una manera transformada por Cristo.
9–11 Dios desea que su pueblo participe en su propio reposo sabático. Esto involucra descansar de las obras que nos ha encomendado al presente (cf.cf. Confer (lat.), compare Apoc. 14:13), así­ como Dios de las suyas. Sin embargo, no debemos pensar en el reposo de Dios como un descanso en ociosidad. La Escritura deja en claro que él sigue sosteniendo, dirigiendo y manteniendo su creación, habiendo completado la obra de establecerla (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1:3; Sal. 104; Juan 5:17). La idea es más bien la de una libertad del esfuerzo y la lucha para gozar con Dios la satisfacción y perfección de su obra al crearnos y redimirnos. Dicho de otra manera, seremos liberados de todas las pruebas y presiones de nuestra actual existencia para servir a Dios sin obstáculos y para vivir con él para siempre (cf.cf. Confer (lat.), compare Apoc. 7:13–17). Por lo tanto, hay necesidad de hacer todo esfuerzo para entrar en aquel reposo. Como la fe es el medio por el cual entramos al reposo de Dios (v. 3), el autor está reafirmando claramente la advertencia contra endurecer nuestros corazones en incredulidad. No está diciendo que aseguramos nuestra salvación por medio de buenas obras. Por otro lado, si la fe es genuina, se expresará en obediencia. Por lo tanto, nuestra preocupación debe ser que nadie caiga siguiendo el ejemplo de desobediencia de los israelitas, como se destaca en el Sal. 95:7–11.
12, 13 Este trozo termina con una reflexión sobre la Palabra de Dios (gr. ho logos tou Theou) y lo que ella puede lograr. No hay fundamento en el contexto para identificar esto con la Palabra personal de Dios mencionada en Juan 1:1–14. Es totalmente obvio que la expresión se refiere al evangelio, que se describe en el v. 2 como †œlas buenas nuevas †¦ oí­r la palabra† (gr. ho logos tes akoues). El evangelio trae la promesa de salvación así­ como la advertencia de juicio (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–4). Sin embargo, también es claro que el Sal. 95 puede funcionar como la voz de Dios, llamándonos a la fe y advirtiéndonos sobre el endurecimiento del corazón. Este pasaje es en particular la Palabra de Dios que el autor de Heb. quiere que sus lectores escuchen en los caps. 3 y 4. De modo que lo que se dice en los vv. 12, 13 puede aplicarse también a la palabra de Dios escrita en la Escritura. En un lenguaje que recuerda Isa. 55:11, se dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, dando a entender que logra el propósito para el cual fue dada por Dios. Sin embargo, Heb. no sugiere que todos los que oyen el mensaje creerán automáticamente y así­ entrarán al reposo de Dios. La metáfora de la espada de dos filos se usa para pintar lo que inicialmente parece una figura atemorizante. La palabra de Dios penetra hasta los pliegues más profundos de nuestro ser, abriendo y juzgando los pensamientos y las intenciones del corazón. Es el †œcrí­tico† (gr. kriticoÅ’s) por el que todos son juzgados. Ciertamente, al confrontarnos con la palabra de Dios, somos confrontados por Dios mismo, y no existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Cuando el autor dice que todas (las cosas) están desnudas y expuestas ante los ojos de Dios, el cuadro es el de un animal con la cabeza hacia atrás y el cuello dispuesto para el sacrificio. Dicho simplemente, no podemos esconder nuestro rostro de aquel a quien tenemos que dar cuenta. Si la palabra de Dios tiene un efecto de disección y exposición de nuestras vidas ahora, no debemos endurecernos por el engaño del pecado y venir totalmente sin prepararnos para enfrentarle en el dí­a final del juicio. En un análisis final, pues, este pasaje sugiere que la función negativa o juzgadora de la palabra de Dios puede ser una ayuda para nosotros al continuar nuestro viaje de fe.

4:14-5:10 La compasión de Cristo

La expresión sumo sacerdote es una de las palabras gancho, que vincula el argumento en 4:14 con el comienzo de la sección siguiente (3:1; cf.cf. Confer (lat.), compare 2:17), e introduce un nuevo segmento. También es el término caracterí­stico en 4:14–5:10 donde se enfoca particularmente a Cristo como sumo sacerdote con misericordia. La exaltación de Jesús y su entrada en los cielos es la base para un llamado a retener nuestra confesión (v. 14; DHHDHH Dios Habla Hoy, BJBJ Biblia de Jerusalén, †œla fe que profesamos†). Su experiencia humana lo califica para sentir aprecio y misericordia por aquellos que se acercan con confianza al trono de la gracia (vv. 15, 16). En 5:1 el autor da una definición general del papel del sumo sacerdote en el ATAT Antiguo Testamento. Luego muestra lo importante que era para un sumo sacerdote el poder sentir compasión de los ignorantes y los extraviados (vv. 2, 3), e insiste en que se debe ser llamado por Dios para este oficio (v. 4). Después, en orden contrario, aplica los mismos criterios a Jesús, destacando las similitudes y diferencias de su sumo sacerdocio. El llamado de Jesús por Dios debí­a ser el de un sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (v. 6). Al aprender a confiar y obedecer a Dios en medio del sufrimiento (v. 8) adquirió una comprensión de nuestra situación y una compasión que lo capacitó para ser un sumo sacerdote perfecto (vv. 7, 8; cf.cf. Confer (lat.), compare 4:15, 16). En términos generales, entonces, Jesús se describe como el sumo sacerdote que llegó a ser Autor (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œfuente†) de eterna salvación para todos los que le obedecen (9).
El lector debe mantener en mente que el segmento doctrinal (vv. 1–10) está incluido para apoyar y dar fuerza a las exhortaciones que lo preceden (4:14–16). Además, es interesante notar que la parte principal de Heb. (7:1–10:18) concluye con exhortaciones similares (10:19–23). Esto prueba que la enseñanza del autor sobre el sumo sacerdocio de Jesús está diseñada especialmente para alentar la perseverancia en la lucha contra el pecado y la incredulidad. Estos pasajes nos urgen a aferrarnos a todos los recursos espirituales que están disponibles para nosotros en Cristo.
14 El gran incentivo para retener nuestra confesión (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œla fe que profesamos†) es el conocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios y un gran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos. Como el Hijo de Dios él es la revelación definitiva de Dios, y aquel en quien se completan los propósitos de Dios para el universo. Como el sumo sacerdote definitivo fue fiel a Dios frente al sufrimiento y la tentación, soportando la muerte para †œexpiar los pecados del pueblo† (2:17). En su ascensión traspasó los cielos y entró en la presencia de Dios, †œpara presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor† (9:24). En el dí­a anual de la expiación (Lev. 16) los sumos sacerdotes judí­os ofrecí­an sacrificios fuera del tabernáculo o del templo, y entonces entraban a la tienda interior o santuario para interceder por el pueblo sobre la base de las ofrendas que habí­an hecho. En muchos pasajes diferentes Heb. sugiere el cumplimiento del ritual en la muerte de Jesús, su ascensión a los cielos y su obra de intercesión a la diestra de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare especialmente 7:25–28; 9:11, 12).
15 El versí­culo previo podrí­a sugerir que Jesús estuvo lejos de las luchas de su pueblo en la tierra. Pero nuestro sumo sacerdote celestial puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado. El tiempo perfecto en gr. (pepeirasmenon, †œha sido tentado†) implica que el Cristo exaltado lleva consigo sus experiencias terrenales de resistencia al pecado: continúa sabiendo lo que significa ser tentado igual que nosotros. Pero el conocimiento de Jesús de nuestras debilidades no proviene de que él mismo haya pecado (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:14; Juan 8:46; 2 Cor. 5:21; 1 Jn. 3:5). Fue hecho en todo como nosotros (2:17; gr. kata panta) y ha sido tentado en todo igual que nosotros (gr. kata panta) (4:15). Sin embargo, el ser tentado no es pecar. Jesús fue como Adán antes de rebelarse contra Dios: no tení­a historia de pecado y tení­a la libertad de no pecar. ¡Pero esto no lo hizo menos humano! Ciertamente, sólo él que resistió la tentación hasta el fin sabe todo lo que pesa. Como Jesús luchó para hacer la voluntad del Padre delante de todas las dificultades (5:7, 8; 12:2, 3) se demostró a sí­ mismo que era un hombre con una diferencia, y que es el único que puede salvarnos del poder y el castigo del pecado.
16 El desafí­o a acercarnos con confianza al trono de la gracia se basa especialmente en la enseñanza de que Jesús puede sentir compasión de nuestras debilidades. Está entronizado con Dios como gobernante celestial cuyo trono o dominio se caracteriza por la gracia. La idea de †œacercarse† a Dios es muy prominente en Heb. (7:19, 25; 10:1, 22; 11:6; 12:18, 22). El antiguo pacto provee un limitado acceso a Dios por medio del sistema de sacrificios en el tabernáculo o el templo. Pero la obra de Jesús como sumo sacerdote introduce una †œmejor esperanza†, por la cual †œnos acercamos a Dios† (7:19). El llegar a Dios por medio de Jesús significa recibir por la fe la salvación que él pone a nuestra disposición (7:25; 12:22–24). Acercarnos continuamente (que es el sentido lit.lit. Literalmente del tiempo presente de proserchometha aquí­ y en 10:22) significará el expresar la relación con Dios directamente por medio del nuevo pacto, en oración, buscando misericordia para las fallas pasadas y gracia para el oportuno socorro (DHHDHH Dios Habla Hoy †œen la hora de necesidad†). Esta aproximación a Dios buscando socorro para correr la carrera cristiana debe ser con confianza (gr. meta parresia, €cf.cf. Confer (lat.), compare€ 3:6; 10:19) a pesar del más franco reconocimiento de nuestros pecados.
5:1–4 Ciertas calificaciones para el sumo sacerdocio, de acuerdo con el ATAT Antiguo Testamento, se destacan aquí­ como una base para exponer más plenamente cómo Jesús puede ser el sumo sacerdote del nuevo pacto. Los sumos sacerdotes eran tomados y constituidos para actuar como mediadores entre el pueblo de Israel y Dios. Debí­an representarlos en servicio a favor de los hombres delante de Dios, especí­ficamente, pero no exclusivamente, ofreciendo ofrendas y sacrificios por los pecados. En el dí­a de la expiación, el sumo sacerdote debí­a ofrecer sacrificio, tanto por sus propios pecados como por los pecados del pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 16:6; 11–14). Esto era una indicación de que el sumo sacerdote estaba también rodeado de debilidad (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œsujeto a las debilidades humanas†), como el resto de la comunidad, y necesitado de ser limpio del pecado. Tal ritual le deberí­a haber alentado a sentir compasión de los ignorantes y extraviados. El verbo gr. traducido †œsentir compasión† (RV †œse muestre paciente†) significa lit.lit. Literalmente †œmoderar la ira†. La comparación y contraste con Cristo es clara: los sumos sacerdotes judí­os por lo menos tení­an que controlar su enojo cuando trataban con aquellos que hubieran pecado, pero nuestro sumo sacerdote puede compadecerse en forma activa (4:15). A partir de una afirmación sobre la función general del sumo sacerdote en la comunidad israelita y un comentario sobre una cualidad necesaria en su ministerio, el autor pasa al tema de su llamado. El honor de una función tal es dado sólo por Dios: uno debe ser llamado por Dios, como lo fue Aarón (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 28:1; Lev. 8:1; Núm. 16–18).
5, 6 En sentido inverso, las calificaciones para el sacerdocio mencionadas en los vv. 1–4 ahora se aplican a Jesús. Cristo no se glorificó a sí­ mismo para ser hecho sumo sacerdote, sino que le glorificó Dios para cumplir su papel, como lo indica el Sal. 110:4. Sin embargo, antes de citar ese versí­culo Heb. cita las palabras del Sal. 2:7. Esto recuerda el argumento del cap. 2, donde el Sal. 2:7 se usa para afirmar la absoluta supremací­a del Hijo de Dios sobre toda la creación, incluyendo a los ángeles (1:5). El Sal. 110:1–3 afirma del mismo modo el papel triunfante del rey mesiánico que está sentado a la diestra de Dios. Sin embargo, el Sal. 110:4 agrega la inusual perspectiva de que el Mesí­as será sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Uniendo esas citas de los Salmos, Heb. otra vez enlaza la idea de Jesús como Hijo y sumo sacerdote (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:14), pero aclara completamente que su sacerdocio pertenece a un orden diferente del de Aarón y los sacerdotes leví­ticos. Jesús cumple el papel y función del sacerdocio judí­o como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec. La aplicación del Sal. 110:4 a Jesús se expone más completamente en Heb. 7.
7, 8 Estos vv. explican cómo nuestro sumo sacerdote celestial puede †œcompadecerse de nuestras debilidades† sin haber pecado (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:15). Aunque Jesús fue seriamente probado en el curso de toda su vida en la tierra (lit.lit. Literalmente †œen los dí­as de su carne†), su experiencia en el jardí­n de Getsemaní­ puede estar más particularmente en consideración aquí­. La mención de sus ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que le podí­a librar de la muerte recuerda la angustia de Jesús al enfrentar la cruz y clamar para que se retirara de él la †œcopa† de sufrimiento (cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 14:34–36 y paralelos). El terror de ser abandonado por el Padre en la muerte (cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 15:34) debe haberle presionado especialmente en esa ocasión. Por ello, Jesús oró pidiendo liberación de la crisis que se aproximaba, pero entonces se sometió por voluntad propia a la del Padre para poder llegar a ser Autor de eterna salvación para otros (v. 9). Esa segunda etapa de la experiencia de Jesús en Getsemaní­ probablemente se refleja en la afirmación de que fue oí­do por su temor reverente (gr. eulabeia también puede traducirse como †œtemor piadoso†). La respuesta a su oración de sumisión fue la fortaleza para soportar la grave tribulación que enfrentaba y luego el triunfo y la gloria de la resurrección. Aun siendo Hijo de Dios (v. 8; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 5), experimentó la tentación de apartarse de hacer la voluntad de su Padre a causa del sufrimiento que implicaba. Necesitaba aprender lo que implica la obediencia a Dios en términos prácticos, en las condiciones de vida humana en la tierra, de modo que pudiera simpatizar con aquellos que son probados de manera similar y enseñarnos por su propio ejemplo hasta qué extremo debe someterse a Dios y obedecerlo (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:1–11; 13:13).
9, 10 Como aprendió la obediencia por lo que padeció, Jesús fue perfeccionado, o sea †œcalificado† o †œhecho completamente adecuado† como salvador de su pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:10). Más especí­ficamente, fue perfeccionado como Autor (DHHDHH Dios Habla Hoy †œfuente†) de eterna salvación. Cada experiencia de prueba le preparó para un acto final de obediencia al Padre en su muerte (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:5–10). Por este medio alcanzó la salvación del pecado, la muerte y el diablo, capacitando a aquellos que creen en él para compartir con él en la vida del mundo venidero. La idea de que Cristo establece un modelo de obediencia para que otros le sigan se sugiere por las palabras para todos los que le obedecen. Sin embargo, esta expresión no indica que la salvación se gane por la obediencia. La salvación es el don de Dios para nosotros en Cristo, pero aquellos que le buscan como el único Autor de eterna salvación querrán expresar su fe en una obediencia permanente como él lo hizo (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:1–4). La fe en Cristo nos consagra a compartir su lucha contra el pecado.

5:11-10:39 JESUS EL PERFECTO SUMO SACERDOTE SEGUN EL ORDEN DE MELQUISEDEC Y FUENTE DE ETERNA SALVACION

Como lo sugiere el encabezamiento, esta sección central de Heb. es realmente una exposición de los temas anunciados en 5:9, 10. Después de atraer la atención a la necesidad del progreso en la comprensión y obediencia (5:11–6:20), el autor demuestra cómo Jesús cumplió el papel de †œsumo sacerdote según el orden de Melquisedec† (7:1–28). Aquí­ el Sal. 110:4 es el texto clave y Gén. 14:18–20 se usa como apoyo. El perfeccionamiento de Cristo como nuestro sumo sacerdote celestial se menciona en 7:26–28 como un puente para los dos capí­tulos siguientes, en los cuales el autor examina más plenamente lo que significa que Cristo fue †œperfeccionado†. Aquí­ se pone atención en Jer. 31:31–34 y se consideran las implicaciones que tiene para nosotros. La idea de que Cristo es †œel Autor de eterna salvación† es desarrollada en 10:1–18, con el Sal. 40:6–8 siendo usado para explicar cómo Cristo cumplió la profecí­a de Jeremí­as.
La sección termina con otra apelación (10:19–39), iluminando las consecuencias prácticas de los complejos argumentos doctrinales del autor. Es interesante notar cómo este pasaje expresa de nuevo algunas de las advertencias y alientos de los pasajes anteriores (especialmente 4:14–16 y 5:11–6:20). Al leer toda la sección en su conjunto y al examinar luego con más cuidado el significado de sus partes, debe tenerse en mente que las exhortaciones revelan el propósito de la enseñanza teológica.

5:11-6:20 Un llamado a aprender y progresar

Antes de iniciar el argumento de los caps. 7–10, el autor aporta tanto advertencias (5:11–6:8) como palabras de aliento (6:9–20). Su enseñanza sobre Cristo en su función de sumo sacerdote no será captada o aplicada por aquellos que son tardos para oí­r e indispuestos a elaborar las implicaciones más profundas de la fe. Cualquiera que siga eludiendo el alimento sólido nunca puede ser un cristiano maduro (5:11–14). Por cierto, la resistencia al crecimiento espiritual puede llevar a la gente a estar entre los que recayeron o se rebelaron completamente contra Dios, porque han endurecido sus corazones contra él (6:1–8).
A pesar de la seriedad de esta advertencia, el autor está persuadido de la realidad de la consagración de aquellos a quienes se dirige. Pero quiere que cada uno de ellos muestre la misma diligencia que mostró en el pasado, poniendo por obra las implicaciones de su esperanza cristiana en la vida cotidiana y persistiendo en la fe y paciencia hasta el fin (6:9–12). Habiendo alcanzado cierto nivel de madurez, pareciera que algunos no estaban dispuestos a seguir más adelante. Para renovar su confianza en Dios el autor les recuerda que el Señor confirmó su promesa a Abraham con un juramento, y que él ha garantizado de la misma manera el sumo sacerdocio de Jesús en el Sal. 110:4. La esperanza que esto nos ofrece es como ancla del alma, segura y firme (6:13–20). Sólo la incredulidad hará que la gente pierda lo que ha sido alcanzado para nosotros por nuestro sumo sacerdote.
11–14 Los lectores de la carta se habí­an vuelto tardos para oí­r, o más literalmente †œperezosos con respecto a lo que se oye†. A pesar de su entusiasmo inicial como cristianos, cierta pereza ha brotado en su interior y el autor teme que ahora no estén dispuestos a aceptar las implicaciones más profundas del evangelio para responder con fe y obediencia (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–4; 3:1–4:2, donde el tema clave es el de responder a lo que se ha oí­do). Una señal de ese retraso es su indisposición o incapacidad para ser maestros. Después de cierto tiempo, cualquier persona instruida en la fe debe ser capaz de enseñarla a otros (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:13; 10:24, 25; 1 Tes. 5:11; 1 Ped. 3:15). Si los creyentes quieren que se les enseñe desde los primeros rudimentos de las palabras de Dios (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œde nuevo las cosas más sencillas de la palabra de Dios†) cuando debieran estar comunicando la enseñanza cristiana básica a otros y deseando alimento sólido para sí­ mismos, ha surgido un caso serio de retraso en el crecimiento espiritual. Como en el ámbito fí­sico, la leche es el alimento adecuado para un niño, pero el alimento sólido es para los maduros. El autor hace equivaler la leche espiritual con lo que describe (lit.lit. Literalmente) como †œlos primeros principios de los oráculos de Dios† (gr. ta stoicheaia tes archeÅ’s ton logioÅ’n tou Theou). Esto puede significar que los lectores necesitan algunas lí­neas directrices para interpretar el ATAT Antiguo Testamento (†œlos oráculos de Dios†) desde un punto de vista cristiano. Más especí­ficamente, la expresión puede ser un paralelo con lo que en 6:1 se describe como las doctrinas elementales de Cristo (gr. ton tes archeÅ’s tou Christou loÅ’gon). El alimento sólido incluirá una comprensión más profunda de la verdad bí­blica fundamental (como en los caps. 7–10). Un niño espiritual es de hecho definido como alguien que no es capaz de entender la palabra de justicia, o sea la enseñanza que puede motivarlo a la justicia (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:11). Además, los cristianos inmaduros no tienen los sentidos entrenados para discernir entre el bien y el mal por una continua práctica de responder a la revelación divina.
6:1–3 Aunque el autor ha acusado de inmadurez a sus lectores y ha insistido en que †œel alimento sólido es para los maduros† (5:14), quiere alimentarlos con lo sólido de modo que puedan seguir adelante hasta la madurez (lit.lit. Literalmente †œser llevados por el camino hacia la madurez†). Necesitan la visión y la consagración que puede traer el alimento sólido. Cuando dice dejando las doctrinas elementales de Cristo, no quiere decir †œabandonando completamente las verdades básicas mencionadas†. El progreso se hace sin poner de nuevo el fundamento de la enseñanza elemental, sino con la sobreedificación de esa construcción. Es interesante notar que las doctrinas elementales que se mencionan aquí­ no son distintivamente cristianas. Prácticamente, cada punto puede ser endosado por el judaí­smo ortodoxo. Sin embargo, cada uno de ellos adquirió un nuevo significado a la luz de la enseñanza cristiana sobre Jesús como el Mesí­as de Israel. De modo que se da la impresión de que las creencias y prácticas judí­as eran usadas como fundamento para exponer la verdad cristiana. El alimento sólido de Heb. es un desarrollo de temas bí­blicos como el arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, †¦ la resurrección de los muertos y del juicio eterno, a la luz de la enseñanza o doctrina sobre Jesús como Hijo de Dios y sumo sacerdote del nuevo pacto. La doctrina de bautismos (en plural) puede referirse a los lavamientos ceremoniales judí­os (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:10) y su cumplimiento en Cristo. La imposición de manos era una práctica judí­a, asociada con la oración, que fue adaptada de varias maneras por los primeros cristianos (p. ej.p. ej. Por ejemplo Hech. 8:17; 9:17, 18; 13:3). Bajo la presión de la persecución, los convertidos del judaí­smo deben haber sido tentados a †œabandonar cada vez más esos aspectos de la fe y práctica que eran distintivos del cristianismo y sentir que, sin embargo, no habí­an abandonado los principios básicos del arrepentimiento y la fe, las realidades mostradas por las abluciones religiosas y la imposición de manos, la expectativa de la resurrección y del juicio de la era venidera† (F. F. Bruce).
4–6 La fuerte advertencia de estos versí­culos (que tiene un eco en 10:26–31; 12:15–17) es para aquellos que recayeron o cometieron apostasí­a (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:12), porque se han separado a sí­ mismos del único sacrificio por los pecados bajo el nuevo pacto que es la única esperanza de la vida eterna en Jesucristo. Los tales crucifican de nuevo para sí­ mismos al Hijo de Dios rechazándole tan deliberadamente como quienes le ejecutaron y le exponen a vituperio, colocándose abiertamente en la posición de sus enemigos. Nada es imposible para Dios, pero no nos ofrece esperanza alguna de poder restaurar a aquellos que tomaron una dura posición decidida y continua en contra de Cristo. Como se ha notado en relación con 3:12, 13, aquellos que endurecen sus corazones contra Dios pueden alcanzar un punto en el que estén †œendurecidos† más allá de toda posible recuperación. El autor no acusa a sus lectores de estar en esa posición, pero el destino de los apóstatas es algo que ni ellos ni nosotros debemos olvidar. En este contexto este pasaje surge como una advertencia sobre el punto al cual puede llevarnos la pereza.
Pero, ¿puede apostatar un cristiano genuino? Ciertamente Heb. sugiere que aquellos que se apartan pueden tener toda la apariencia de estar realmente convertidos. Fueron una vez iluminados, lo que indica una definida entrada de la luz del evangelio en sus vidas. Gustaron del don celestial, lo que puede significar que reciben a Cristo mismo y todas las bendiciones espirituales que él ofrece. †œProbar† implica experimentar algo de una manera real y personal (no simplemente †œtomar un sorbo†). Han llegado a ser participantes del Espí­ritu Santo, de modo que su rebelión incluye la ofensa al Espí­ritu de gracia (10:29). Finalmente, se nos dice que también probaron la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero. Esto sugiere una experiencia decisiva de los beneficios del nuevo pacto. Sin embargo, aquellos que han disfrutado de esa relación con Dios no pueden presumir de ella, considerándose inmunes a la posibilidad de la apostasí­a. Promesas como las de Juan 10:28, 29 y Fil. 1:6 son una garantí­a de que Dios hará que sus hijos se mantengan fieles hasta el fin. Heb. tiene su propia forma de alentar a tener confianza en la capacidad de Dios para sostenernos en la fe. Pero todos necesitamos ser desafiados a †œhacer firme nuestra fe y llamamiento† (2 Ped. 1:10), y este es el significado práctico y pastoral de los pasajes de advertencia en Heb.
Querrí­amos decir que aquellos que son realmente regenerados nunca caerán, pero lo genuino del nuevo nacimiento se prueba por la persistencia en la fe. El autor de Heb. tiene clara confianza en que ha ocurrido una verdadera obra de Dios en la congregación a la que se está dirigiendo (6:9; 10:39). †œPero esto no excluye la posibilidad de que algunos de entre ellos sean rebeldes de corazón y, a menos que haya un cambio radical, comprobarán que han llegado a un punto de irremediable apostasí­a† (P. E. Hughes). Es posible ser arrebatado por la experiencia espiritual de un grupo sin estar genuinamente convertido. A veces la gente muestra todas las señales de la conversión, pero se apartan de Cristo después de un tiempo y demuestran que nunca han sido realmente hijos de Dios. Más especí­ficamente, el autor tiene en vista a aquellos que ven claramente dónde está la verdad, se conforman a ella por un tiempo y luego, por distintas razones, renuncian a ella. La continuidad es la prueba de la realidad. Aquellos que perseveran son los santos verdaderos y un pasaje como éste será usado por Dios para sostenerlos en la fe.
7, 8 Jesús usó la parábola de las cuatro clases de terreno para explicar las diferentes respuestas que la gente da al evangelio (Mar. 4:1–20 y paralelos). Heb. sólo se refiere a dos posibilidades. La buena tierra es la que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella y produce la hierba para el provecho de aquellos que la cultivan. Esto se refiere a aquellos que perseveran en oí­r y obedecer la palabra de Dios. Por su gracia son espiritualmente fructí­feros. La mala tierra es la que produce espinos y abrojos y que es desechada, está cercana a la maldición, y su fin es ser quemada. Esto describe el destino de aquellos que endurecen sus corazones en incredulidad y se alejan de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:26–31). El autor no indica un campo intermedio para los perezosos y los lentos. ¡Quiere que sus lectores estén seguros de pertenecer todos a la primera categorí­a!
9, 10 Ahora siguen palabras de aliento después de las directas advertencias de los vv. 4–8. El autor dice: estamos persuadidos de cosas mejores en el caso de aquellos amados. Más particularmente, está sugiriendo que, como grupo, corresponden a la categorí­a de la buena tierra del v. 7. Estos recibirán las bendiciones de Dios que conducen a la salvación. Su confianza está parcialmente basada en el recuerdo de su conducta pasada y presente, y parcialmente en la justicia de Dios. La obra y el amor que le han mostrado fueron literalmente †œpor su nombre†. Incluye ministrar y seguir ministrando a su pueblo (RVARVA Reina-Valera Actualizada, a los santos). Un notable ejemplo de esto se señala en 10:32–34. Cuando el autor dice que Dios no es injusto para olvidar vuestra obra, no está señalando sencillamente la retribución de los servicios prestados. Dios conoce la realidad de sus vidas espirituales y si ha motivado expresiones de un cristianismo genuino en el pasado, se puede confiar en que hará lo mismo en el futuro. El tema de la fidelidad de Dios se desarrolla más adelante en los vv. 13–20.
11, 12 El ardiente deseo del autor de que cada uno de sus amigos persevere como un cristiano surge otra vez. Su fidelidad a Cristo y su preocupación práctica los unos por los otros en tiempos de prueba fueron inspiradas por una esperanza que les compele (10:34). Ahora, cuando su mayor enemigo parece ser la pereza, necesitan mostrar la misma diligencia (lit.lit. Literalmente †œcelo†) para mantener viva la esperanza hasta el final. Una esperanza viva es la base para una efectiva vida cristiana en todo contexto. Aquellos que tienen esta motivación no serán abrumados por la pereza (gr. nothroi se usa aquí­ como en 5:11, pero sin calificativos). De hecho, llegarán a ser imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas. Ese lenguaje es un anticipo del argumento de 11:1–12:3.
13–15 La base de la esperanza cristiana no es un pensar †œojalá” sobre el futuro, sino la solemne promesa de Dios. El fundamento de la acción salvadora de Dios en el mundo fue la promesa particular hecha a Abraham en Gén. 12:1–3 y repetida en varias etapas a los antepasados de Israel en diferentes formas (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gén. 15:1–21; 26:2–4; 28:13–15; Exo. 3:6–10). Dios habrí­a de multiplicar los descendientes de Abraham estableciéndolos en su propia tierra, y los bendecirí­a para que fueran de bendición para todas las naciones. En una ocasión particular Dios confirmó la veracidad de esta promesa con un juramento (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 22:16: †œHe jurado por mí­ mismo, dice el Señor†). Heb. hace notar que Abraham fue alentado por eso para esperar con paciencia lo que le estaba prometido. Dios comenzó a cumplir su promesa durante la vida de Abraham, pero la bendición definitiva llegó en la persona de Jesús el Mesí­as.
16–18 En los asuntos humanos el juramento para confirmación pone fin a todas las controversias. Dios, queriendo demostrar de modo convincente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, utilizó esta forma particular de hablar. Recurre a dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, o sea en su promesa y su juramento para dar el mayor aliento posible a su pueblo a poner su confianza en él. De acuerdo con lo que sigue es claro que los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta por delante en Jesús somos los herederos definitivos de lo que él ha prometido a Abraham (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 3:26–29).
19, 20 Estos versí­culos deben ser leí­dos a la luz de 7:20–22, donde se argumenta que Dios confirmó el sumo sacerdocio del Mesí­as en el Sal. 110:4 con un juramento similar al que aparece en Gén. 22:16. Como Jesús es el sumo sacerdote prometido según el orden de Melquisedec, ha llegado a ser la †œgarantí­a† de las bendiciones del nuevo pacto (7:22). Aquellos que reposan en él pueden realmente entrar al santuario aun dentro del velo, donde él ha ido antes que nosotros y entró †¦ por nosotros. Jesús es lit.lit. Literalmente nuestro precursor que nos abrió el camino que hemos de seguir. El santuario interior del tabernáculo, y posteriormente del templo, representaba la presencia de Dios con su pueblo en la tierra (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 26:31–34; 1 Rey. 8:6–11). Heb. usa este lenguaje para referirse al santuario celestial, donde Dios está entronizado con toda su gloria. Podemos acercarnos a él con confianza ahora mismo porque Jesús, nuestro sumo sacerdote celestial, ha ofrecido el perfecto sacrificio y se ha sentado a la diestra de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:14–16; 10:19–22). Sin embargo, el cuadro de 6:19, 20 también aporta la idea de que nuestro destino es el de vivir para siempre en la santa y gloriosa presencia de Dios. Podemos ir lit.lit. Literalmente donde Jesús ha ido. De ese modo, el santuario celestial es otra forma de describir el †œmundo venidero† (2:5), el †œreposo del sábado para el pueblo de Dios† (4:9) y la †œpatria mejor† o †œciudad† (11:16; 12:22–24; 13:14), que ha sido la esperanza final del pueblo de Dios a lo largo de todas las edades. Esta esperada meta ha sido alcanzada y abierta para nosotros por nuestro Salvador. Jesús como nuestra esperanza ha entrado al santuario y permanece allí­ como ancla del alma, segura y firme.
De modo que el antí­doto para la apatí­a espiritual y la apostasí­a es la renovación de la esperanza. Esta es la motivación para la fidelidad y el amor. La base de nuestra esperanza es la promesa de Dios, confirmada por un juramento. Como las promesas salvadoras de Dios ya han sido cumplidas para nosotros en la muerte y exaltación celestial del Señor Jesucristo, esto nos da todo el aliento necesario para creer que aquellos que confí­an en Jesús compartirán con él la prometida herencia eterna.

7:1-28 El sumo sacerdocio eterno de Cristo

Se han dado ya varias indicaciones de que Jesús es el †œsumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec† (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:6, 10; 6:20). Ese tema ahora se desarrolla cabalmente cuando el autor llega al corazón de su mensaje y comienza a alimentar a sus lectores con †œalimento sólido† que produce la madurez espiritual (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:11–14). La primera parte de este capí­tulo trata del encuentro entre Abraham y Melquisedec en Gén. 14, enfocando el significado del sacerdocio de Melquisedec en ese contexto (1–10). La segunda parte del capí­tulo se dedica a la promesa especí­fica del Sal. 110:4, tratando sobre el Mesí­as como sacerdote como Melquisedec y lo aplica al Señor Jesús (vv. 11–28). La perfección no fue posible bajo el sacerdocio leví­tico, pero el ministerio de Jesús como sumo sacerdocio reemplaza todo el sistema del ATAT Antiguo Testamento sobre la forma de aproximarse a Dios, y †œperfecciona† a los creyentes en una relación con él (vv. 11–19). El significado del juramento confirmando el sacerdocio del Mesí­as se examina (vv. 20–22) y luego se delinean las implicaciones de la promesa de que él será sacerdote para siempre (23–25). El capí­tulo termina mostrando cómo tal sumo sacerdote, en contraste con los del antiguo pacto, nos convení­a en nuestra condición de pecadores (vv. 26–28). El cap. 7 es la tercera etapa en el desarrollo de la idea de que Jesús es el sumo sacerdote del nuevo pacto (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:17, 18; 4:14–5:10).
1–3 El Sal. 110:4 es el texto clave de este capí­tulo. Para indicar qué quiso decir el Salmo al hablar de un sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, Heb. vuelve a Gén. 14:18–20, subrayando sólo ciertos temas del relato allí­. El nombre Melquisedec significa rey de justicia y el hecho de que era rey de Salem (que deriva del heb. shalom, †œpaz†) significa que era rey de paz. En nombre, por lo menos, él anticipó el reinado mesiánico de justicia y paz (p. ej.p. ej. Por ejemplo Isa. 9:6, 7; Heb. 1:8, 9). Más importante aun, él se identifica como sacerdote del Dios Altí­simo, que bendijo a Abraham y recibió del gran antepasado o patriarca de Israel los diezmos de todo. Además, en el registro de la Escritura, Melquisedec fue sin padre ni madre ni genealogí­a, no tiene principio de dí­as ni fin de vida. Aparece de la nada y desaparece sin dejar rastro. No tuvo predecesores ni sucesores. Dado que la legitimidad del sacerdocio de un hombre en el mundo antiguo dependí­a de tales cosas, el silencio de la Escritura al respecto es inusual. Melquisedec se asemeja al Hijo de Dios en el sentido de que plantea previamente su sacerdocio único y perpetuo. En términos técnicos, es un †œtipo† o modelo de Cristo. El Sal. 110 tiene en vista la aparición de otro rey de Jerusalén (†œciudad de Salem†), ejerciendo un sacerdocio como el de Melquisedec, aparentemente no basado en una descendencia fí­sica de cualquier sacerdocio conocido, pero, sin embargo, designado divinamente. Heb. proclama que Jesucristo es el rey sacerdote prometido quien reina para siempre para bendecir a su pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:4–6; 7:13–17).
4–10 Tratando el tema del diezmo pagado por Abraham a Melquisedec, Heb. hace notar que la ley de Moisés requerí­a que los descendientes de Leví­ que han recibido el sacerdocio tienen, según la ley, mandamiento de recibir los diezmos del pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 18:21–32). Sin embargo, ¡Melquisedec, cuya genealogí­a no es contada entre ellos, recibió los diezmos de Abraham, el antepasado de Leví­! Por cierto, tan grande es Melquisedec que bendijo a Abraham, aquel a quien Dios habí­a dado las promesas relativas a sus propósitos salvadores (cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 6:13, 14). Como el que es menor es bendecido por el mayor (v. 7), esto pone a Melquisedec en una posición muy significativa. Los diezmos pagados al sacerdocio leví­tico eran recogidos por hombres que mueren, pero Abraham pagó un diezmo a alguien del cual se ha dado testimonio de que vive (v. 8), o sea que en el registro bí­blico, Melquisedec se representa como alguien que no tení­a †œfin de vida† (v. 3), y esto sugiere que tení­a un sacerdocio superior. Aun podrí­a decirse que Leví­, y por lo tanto los sacerdotes leví­ticos, pagaron tributo a Melquisedec por medio de Abraham. Esto nos prepara para el argumento en los vv. 11–19 de que el sacerdocio de Jesús es superior y reemplaza al sacerdocio leví­tico y su ministerio.
11, 12 Cuando el Sal. 110:4 habla sobre la necesidad de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec y que no fuese llamado según el orden de Aarón, se infiere que algo faltaba en el sacerdocio existente. De hecho, el sacerdocio que descendí­a de Aarón y que era ejercido por algunos levitas era incapaz de proveer la perfección. Por primera vez el lenguaje de la perfección (aplicado a Cristo en 2:10; 5:9; 7:28) se aplica a la situación de los creyentes. La ley de Moisés no hizo que nada fuese perfecto, pero en Jesucristo se introduce †œuna esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios† (v. 19). Esta última referencia sugiere que el perfeccionamiento de los creyentes implica †œcapacitándolos† para acercarse a Dios o dándoles la posibilidad de gozarse de la certeza de una relación de nuevo pacto con Dios. Más se dirá luego sobre este importante concepto. En términos simples, el sacrificio de Cristo trata con el problema del pecado de un modo que no podí­an hacerlo el sacerdocio leví­tico y la ley de Moisés. Por cierto, la ley y el sacerdocio estaban tan relacionados que un cambio de sacerdocio significaba que habrí­a también un cambio de ley (v. 12). Debe notarse que el autor de Heb. ve la ley como una serie de regulaciones de sacrificios y sacerdocios para el mantenimiento de la relación de Israel con Dios. Las limitaciones del sistema como un todo son bosquejadas en los caps. 9 y 10.
13–17 Sólo ciertas personas fueron autorizadas para servir en el altar, de acuerdo con la ley de Moisés (p. ej.p. ej. Por ejemplo Lev. 8 y 9; Núm. 1:47–54). Jesús nuestro Señor perteneció a la tribu de Judá y Moisés no dijo nada en cuanto al sacerdocio referente a esa tribu. De modo que, si Jesús es un sacerdote, debe pertenecer a otro orden. Al tratar esta objeción, el autor señala la predicción del Sal. 110:4 en cuanto a que el sacerdocio mesiánico serí­a según el orden de Melquisedec. Un descendiente de Leví­ llegaba a ser sacerdote conforme al mandamiento de la ley acerca del linaje carnal. Jesús llegó a ser sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, sobre la base del poder de una vida indestructible. Esta última expresión se entiende mejor como una referencia a la resurrección de Jesús y su exaltación celestial. El actuó claramente como sumo sacerdote del nuevo pacto sobre la tierra, cuando se ofreció como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Pero era necesario que se le volviese a la vida para actuar como sacerdote para siempre, sirviendo en el santuario celestial, a la diestra de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:1, 2).
18, 19 El mandamiento anterior es la ley estableciendo el sacerdocio del ATAT Antiguo Testamento sobre la base de una adecuada lí­nea de antepasados y una pureza fí­sica. Era ineficaz e inútil porque la muerte impedí­a que aquellos sacerdotes pudieran permanecer en sus funciones (v. 23), y su propia debilidad hací­a continuamente necesario que ellos sacrificaran por sus propios pecados así­ como por los pecados del pueblo (v. 27). Por cierto, la ley no perfeccionó nada (ver nota sobre 7:11, 12), porque era sólo una †œsombra de los bienes venideros† (10:1). La regulación que establecí­a el sacerdocio del ATAT Antiguo Testamento fue abrogada cuando Dios inauguró un nuevo sacerdocio y proveyó un sacrificio que pusiera fin a todos los sacrificios (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:5–10). Se introduce una esperanza mejor con el sumo sacerdocio de Jesús, por la cual nos acercamos a Dios. La certeza de una limpieza definitiva del pecado y de la posibilidad de continuar en una eterna relación con Dios está en el corazón de esta esperanza mejor.
20–23 La promesa de establecer el sacerdocio del Mesí­as fue confirmada con un juramento: †œJehovah juró y no se retractará” (Sal. 110:4). Un juramento adjuntado a una promesa hace que †œla inmutabilidad de su consejo† sea muy claro (6:17). Así­ se establece lo eterno del sacerdocio de Jesús. Por causa de este juramento se puede afirmar que Jesús ha sido hecho fiador de un pacto superior. Cuando el autor vuelve a tratar el tema de un pacto superior más adelante, describe a Jesús como el †œmediador† de un nuevo pacto (8:6; 9:15; 12:24). Esto significa que él inaugura las bendiciones del pacto prometidas en Jer. 31:31–34 (citadas en 8:8–12). La palabra fiador (v. 22; DHHDHH Dios Habla Hoy †œgarantí­a†) sugiere aun más: el ministerio sacerdotal de Jesús continúa certificando el hecho de que las bendiciones ya están disponibles. El pacto superior es la base para una esperanza superior para el cristiano.
23–25 El carácter único y eterno del sacerdocio de Cristo es el corazón del argumento en este complicado capí­tulo. Hubo muchos sacerdotes bajo el antiguo pacto, porque debido a la muerte no podí­an permanecer. Sin embargo, dado que el Cristo resucitado y ascendido permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Continúa siendo el mismo (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:8–12; 13:8) y su función y obra sacerdotal son absolutas e inmutables. Las palabras por esto al comienzo del v. 25 introducen la consecuencia lógica de todo lo dicho. Aquí­ está la aplicación práctica de la enseñanza del autor sobre Jesús como sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Jesús puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios. La idea de †œacercarse† o †œvenir† a Dios es algo destacado en Heb. (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:16; 7:19; 10:1, 22; 11:6; 12:18, 22). Expresa la idea de una relación con Dios. El sacerdocio del ATAT Antiguo Testamento y su sistema de sacrificios sólo proveí­a esa relación imperfectamente, pero Jesús puede salvar por completo a los que se relacionan con Dios por medio de él. El lenguaje de la salvación aquí­ implica la liberación de la alternativa, que es el juicio de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–4; 9:27, 28; 10:26–31). De hecho, los cristianos pueden mirar a Jesús pidiendo ayuda en cualquier etapa de su peregrinaje terrenal, puesto que vive para siempre para interceder por ellos (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 8:34; 1 Jn. 2:1, 2). La figura del intercesor celestial se usa para enfatizar la disposición y capacidad de Cristo para continuar aplicándonos los beneficios de su sacrificio, hecho de una vez para siempre (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:18; 4:14–16; 10:19–22). Sin embargo, la figura no se debe llevar demasiado lejos. Jesús está sentado a la diestra de Dios, reclamando el cumplimiento de las promesas del pacto para sus hijos, no rogando la aceptación de ellos ante el trono del Padre.
26–28 Jesús satisface nuestra necesidad como sumo sacerdote en primer lugar porque es santo, inocente, puro. Estos tres adjetivos recuerdan la enseñanza de que él fue †œsin pecado† (4:15), y explican por qué su sacrificio fue tan perfecto y no necesita ser repetido. Permaneció obediente a Dios durante una vida de pruebas. Como sumo sacerdote sin falta, se sacrificó por los pecados del pueblo de Dios una vez para siempre, ofreciéndose a sí­ mismo (27: cf.cf. Confer (lat.), compare 9:14). Este es un nuevo pensamiento, que explica exactamente cómo obró la †œpurificación† (1:3) o pudo †œexpiar los pecados del pueblo† (2:17). Nótese el énfasis sobre una vez para siempre en la naturaleza de su sacrificio aquí­ y en 9:12, 26, 28; 10:10. A diferencia de los sumos sacerdotes del judaí­smo, no tiene cada dí­a la necesidad de ofrecer sacrificios, primero, por sus propios pecados y luego por los del pueblo. La perfección de su sacrificio se asocia con la perfección de la ví­ctima. Jesús también satisface nuestra necesidad como sumo sacerdote porque ahora es apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos. Su exaltación celestial significa que él vive para siempre para aplicar los beneficios de su obra salvadora para nosotros (v. 25). La ley de Moisés designaba como sumos sacerdotes a hombres débiles, pero el juramento del Sal. 110:4 señala que el Hijo será sumo sacerdote de un orden diferente. El estaba calificado para cumplir este papel o hecho perfecto para siempre (v. 28; cf.cf. Confer (lat.), compare notas sobre 2:10; 5:9) por medio de su vida obediente, su muerte de sacrificio y su entrada a la presencia celestial de Dios (como sugieren los vv. 26, 27).

8:1-13 El mediador del nuevo pacto

En los caps. 8 y 9, el autor muestra cómo el †œperfeccionamiento† de Jesús hace posible que nosotros disfrutemos los beneficios del nuevo pacto. Aquí­ se cita Jer. 31:31–34, completo y luego en forma abreviada (10:16, 17), demostrando lo central de ese texto para el argumento de la sección central de Heb. Antes de que el autor comience su reflexión sobre la profecí­a de Jeremí­as, hace notar que la esfera del actual ministerio de Jesús es el verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre (vv. 1, 2). Esto lleva a una nueva comparación entre el sacerdocio de Jesús y el de aquellos que presentan ofrendas según la ley, y sirven en el santuario que es sólo figura y sombra de las cosas celesiales (vv. 3–5). La superioridad del ministerio de Jesús está ligada al hecho de que se enfoca en el santuario celestial. Su ministerio también es superior porque establece el nuevo pacto (vv. 6–12) haciendo que el primero sea caduco (v. 13). Los cristianos necesitan entender cómo la profecí­a del nuevo pacto se cumple porque es la base de nuestra relación con Dios por medio del Señor Jesucristo.
1, 2 El punto principal del autor es que siempre tenemos el tipo de sumo sacerdote que se ha descripto en el capí­tulo anterior, o sea, aquél que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. La última expresión es una forma reverente y solemne de describir a Dios como el Señor de majestad sobre todas las cosas (gr. leitourgos significa que él es un †œministro† o †œsiervo†) como se bosqueja en 7:25. La sala del trono celestial se puede describir como un lugar santí­simo, que es el verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre. El verdadero tabernáculo es la realidad celestial sobre la cual fue modelado el tabernáculo del tiempo de Moisés (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 5). Aunque Dios mostró a Moisés el modelo a seguir, el resultado fue sólo un santuario †œhecho de manos† (gr. cheiropoieta, 9:24). El tabernáculo que levantó el Señor no fue hecho por hombres, y no es parte de su creación (9:11). Con estas figuras, el autor indica que el propósito de Jesús al entrar en los cielos era el de †œpresentarse ahora delante de Dios a nuestro favor† (9:24). Su ministerio en la tierra lo equipó para este servicio celestial.
3–5 El principio general de que todo sumo sacerdote es puesto para ofrecer ofrendas y sacrificios (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:1) significa que Jesús también tuviera algo que ofrecer. A partir de 7:27 es claro que †œse ofreció a sí­ mismo†, pero el autor no desarrolla este tema sino más tarde. Simplemente insiste de nuevo en que el sacerdocio de Jesús es de un orden diferente. De hecho, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera serí­a sacerdote, dado que ya hay sacerdotes que presentan ofrendas según la ley. Algunos lectores con un trasfondo judí­o pueden haber considerado que faltaba algo en el cristianismo porque no ofrecí­a un ceremonial complejo en un santuario terrenal. Heb. presenta el punto contrario. Cristo introdujo las realidades definitivas y espirituales a las que señalaba el ritual del antiguo pacto, cumpliendo y reemplazando todo el sistema prescripto en la ley de Moisés. Los sacerdotes leví­ticos sólo actuaron en un santuario que era figura y sombra de las cosas celestiales (v. 5), mientras que Cristo sirvió en el verdadero tabernáculo (v. 2). Se usa Exo. 25:40 para apoyar el argumento de que el tabernáculo terrenal serí­a el bosquejo en sombras de un modelo celestial.
6 Parece que el autor cambia de dirección en este punto, dejando a un lado las figuras de sacerdocio, santuario y sacrificio e identificando a Jesús como mediador de un pacto mejor. Sin embargo, se establece una conexión entre el sacerdocio y la ley o pacto en 7:11, 12, y el tema del ministerio de Jesús como sumo sacerdote está estrechamente ligado con el cumplimiento de las promesas de Jer. 31:31–34 en los caps. 9 y 10. Jesús inaugura y ofrece los beneficios del nuevo pacto por medio de su muerte y exaltación celestial (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:22; 9:11–15; 10:12–18). Este pacto es superior al antiguo porque está fundado sobre promesas superiores, registradas en la larga cita de Jeremí­as que viene luego.
7–9 En el tiempo del exilio babilónico en el siglo VI a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, las palabras de Jeremí­as indicaban que Dios encontró al pueblo falto ante él. Cuando prometió un nuevo pacto, la implicación era que habí­a algo mal en el primer pacto, establecido en el tiempo del éxodo de Egipto. El problema esencial era con la gente —ellos no permanecieron en mi pacto (v. 9)— y por eso se produjo el juicio del exilio. Heb. continúa mostrando que parte del problema era el ritual, que estaba diseñado para ayudar †œhasta el tiempo de la renovación† (9:10), pero que era limitado en sus efectos. Debiera notarse aquí­ que el nuevo pacto es hecho con la casa de Israel y con la casa de Judá. No se menciona nada especí­ficamente sobre la forma en que los gentiles llegarí­an a compartir sus bendiciones (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 3 y 4; Rom. 9–11). Sin embargo, es plenamente claro que cualquiera que tiene confianza en Jesucristo y en lo que él ha hecho compartirá el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo de la antigüedad (p. ej.p. ej. Por ejemplo 3:14; 4:3; 5:9; 7:25).
10–12 La voluntad de Dios de restablecer su relación especial con Israel se expresa en las palabras clave: Yo seré para ellos Dios, y para mí­ ellos serán pueblo. Sin embargo, en la renovación del pacto él promete: Pondré mis leyes en la mente de ellos y en sus corazones las inscribiré, para darles el deseo y la capacidad de complacerle (v. 10). Heb. ve el cumplimiento de esta promesa en la limpieza hecha por Jesús de los corazones de su pueblo librándolos de una conciencia de culpa, de modo que puedan †œservir al Dios vivo† (9:14; cf.cf. Confer (lat.), compare 10:19–25). Dios también prometió por medio de Jeremí­as que todo miembro del nuevo pacto le conocerí­a directa y personalmente, desde el menor de ellos hasta el mayor (v. 11). Heb. da a entender que esta promesa se cumplió en el acercamiento directo a Dios †œcon confianza† que Jesús hizo posible (4:16; 7:25; 10:19–22; cf.cf. Confer (lat.), compare 12:22–24). Finalmente, la palabra porque en el v. 12 muestra que la base de estas promesas es la seguridad de una limpieza definitiva del pecado: Porque seré misericordioso en cuanto a sus injusticias y jamás me acordaré de sus pecados. A partir de los caps. 9 y 10 es claro que el sacrificio de Jesús alcanza el cumplimiento de esa promesa fundacional (p. ej.p. ej. Por ejemplo 9:14, 26, 28; 10:10, 14).
13 La necesidad del sacerdocio, el santuario y el sistema de sacrificios del antiguo pacto ya ha sido eliminada. Esto hace posible que los creyentes de toda raza y cultura se acerquen a Dios por medio de Jesús. Aunque Dios no dice nada especí­fico sobre esto en la profecí­a de Jeremí­as, al decir †œnuevo†, ha declarado caduco al primero. De modo que las prescripciones rituales del antiguo pacto están en el corazón de lo que se ha hecho viejo y anticuado y está a punto de desaparecer.

9:1-10 Las limitaciones del antiguo pacto

Este capí­tulo desarrolla el contraste entre lo antiguo y lo nuevo, lo terrenal y lo celestial. En 9:1 el autor anuncia dos aspectos del primer pacto que luego trata en el orden inverso: su santuario terrenal (vv. 2–5) y los reglamentos acerca del culto (vv. 6–10). La naturaleza terrena del santuario mosaico y su ritual limitaban su efectividad como medio de relacionarse con Dios. Ciertamente, todo el sistema era sólo un sí­mbolo de lo que traerí­a el nuevo pacto. Sus rituales no podí­an hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que rendí­a culto, sino que se referí­an sólo a los aspectos carnales externos estando en vigor hasta el tiempo de la renovación. Aunque esta sección al principio pueda parecer como sin importancia para el lector cristiano, provee una base para el argumento en el resto del capí­tulo, donde se exponen maravillosas perspectivas sobre la persona y la obra del Señor Jesús.
1–5 El santuario del primer pacto era terrenal o †œmundano† en el sentido de que era hecho por manos humanas (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:2; 9:11, 24) y proveyó sólo un esquema en sombras de las realidades celestiales o espirituales que ahora están disponibles por medio del ministerio de Jesucristo (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:5, 6; 9:11, 12). El autor descansa en los aspectos del tabernáculo construido por Moisés en el desierto. Pero aquí­ se dice mucho que también puede ser aplicado al templo posterior en Jerusalén, que estaba moldeado de acuerdo con el tabernáculo. Preparando para el argumento de los vv. 6–10, el autor presenta tan fuertemente como es posible la distinción entre las dos divisiones del santuario, el lugar santo y el lugar santí­simo. Cada habitación contení­a mobiliario necesario para una variedad de rituales, junto con sí­mbolos de las acciones pasadas de Dios con Israel y su continua presencia con ellos. El objeto más importante del santuario interior era el arca del pacto enteramente cubierta de oro. La cubierta del arca era conocida como el propiciatorio, y este era el centro del ritual del dí­a anual de la expiación. Aquí­ la sangre de los animales sacrificados era rociada por el sumo sacerdote para hacer la expiación de los pecados (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 16:14–17). Los querubines de la gloria que cubrí­an el propiciatorio indicaban la presencia invisible de Dios, de quien se pensaba que estaba entronizado entre ellos (1 Sam. 4:4; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 25:17–22).
6, 7 El centro de interés se mueve ahora del contenido del tabernáculo a los servicios que tení­an lugar allí­. El primer pacto requerí­a que la gente se acercara a Dios por medio de sus representantes sacerdotales. Estos entraban en la primera parte del tabernáculo para realizar los servicios del culto. Esto incluí­a el encendido diario de las lámparas (Exo. 27:21), el reemplazo semanal de los panes (Lev. 24:5) y los sacrificios diarios (Exo. 29:38–46). El papel único del sumo sacerdote era el de entrar en la segunda (parte), una vez al año el dí­a de la expiación. La entrada al lugar santí­simo debí­a ser no sin sangre, que el sumo sacerdote ofrecí­a por sí­ mismo y por los pecados que el pueblo cometí­a por ignorancia (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 16). Este ritual dejaba bien claro que sólo era posible aproximarse a Dios de acuerdo con sus propias condiciones.
8–10 El autor declara tener una visión especial de parte del Espí­ritu Santo sobre el significado y propósito de estas provisiones del ATAT Antiguo Testamento. Mientras estuviese en pie la primera parte del tabernáculo, no habrí­a una revelación decisiva sobre el camino hacia el lugar santí­simo, o sea el camino hasta el santuario verdadero y celestial (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:12; 10:19, 20). La primera parte del tabernáculo describe la tienda exterior del santuario terreno de Israel. Sin embargo, aquí­ la expresión aparentemente se usa para referirse a todo el sistema de sacrificios y ministerio sacerdotal asociado con el tabernáculo y el templo. De modo que la tienda exterior era una figura (gr. parabole) para el tiempo presente. En sentido lit.lit. Literalmente la tienda exterior oscurecí­a el camino a la segunda. En un plano simbólico, el tabernáculo y todo su ritual eran un impedimento al acceso directo y permanente a Dios. En ciertos aspectos la ley anunciaba de antemano y preparaba para el ministerio de Cristo. Pero cuando fue inaugurado el nuevo pacto, lo inadecuado del culto del antiguo se hizo claramente obvio. Luego se enfatiza una debilidad en particular del culto en ese santuario terrenal. Las ofrendas y sacrificios eran ofrecidos pero lit.lit. Literalmente †œno eran capaces de perfeccionar al que rendí­a culto en cuanto a la conciencia† (†œperfeccionar† como en 10:1; cf.cf. Confer (lat.), compare 10:14; 11:40; 12:23). De hecho los rituales dejaban a los participantes sintiéndose culpables de sus pecados (10:2) porque eran regulaciones orientadas en lo externo (v. 10, lit.lit. Literalmente †œordenanzas carnales†). Fueron impuestas hasta el tiempo de la renovación, hasta que Cristo, el sumo sacerdote de los bienes que han venido (v. 11) esté allí­. La capacidad de Cristo para limpiar la conciencia es subrayada en 9:14 y 10:22. Con esta remoción de la carga de culpa, liberándonos para servir a Dios con confianza y gratitud (9:14; 12:28), la profecí­a de Jeremí­as sobre el nuevo pacto llega a ser cumplida.

9:11-28 El logro de Cristo en su muerte y exaltación

Luego de la primera parte del capí­tulo, podrí­a decirse que esta sección es sobre el santuario celestial y sus reglamentos del culto. Jesucristo es el sumo sacerdote que ascendió al lugar santí­simo en la esfera celestial (v. 11). Por medio de la sangre que derramó en la cruz, logró eterna redención para aquellos que descansan en él. Ahora mismo, eso significa que nuestras conciencias pueden ser limpiadas de la contaminación del pecado y que podemos adorar en forma aceptable y servir al Dios vivo (vv. 12–14). En última instancia, el sacrificio de Cristo hizo posible que los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna (v. 15). De ese modo, el derramamiento de su sangre inaugura el nuevo pacto con su promesa de un perdón de los pecados de una vez para siempre (vv. 16–23). Entró a los cielos para presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor (9:24, 25), habiendo solucionado el problema del pecado mediante el sacrificio de sí­ mismo (v. 26). Cuando vuelva del santuario celestial, traerá la plena experiencia de la salvación a los que le esperan (vv. 27, 28). De ese modo, con la aplicación de varios conceptos y figuras del ATAT Antiguo Testamento, este pasaje tiene mucho para enseñarnos sobre los beneficios de la obra salvadora de Jesús por nosotros, ahora y en el futuro.
11, 12 Con la aparición de Cristo como sumo sacerdote de los bienes que han venido, ¡todo lo que fue presagiado por el ATAT Antiguo Testamento ha llegado a ser una realidad! El autor explica esto primero mostrando más precisamente cómo Cristo cumplió el papel del sumo sacerdote en el dí­a anual de la expiación (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:26, 27; 9:7; Lev. 16:1–19). Los sumos sacerdotes pasaron a través de la tienda exterior al lugar santí­simo. Allí­ rociaron el altar de la expiación con la sangre de animales sacrificados fuera del tabernáculo e intercedieron por el pueblo. Por el otro lado, Jesús pasó a través del más amplio y perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación. Su ministerio sacerdotal abre el camino para el santuario celestial o sea †œel cielo mismo† (v. 24; cf.cf. Confer (lat.), compare 8:1, 2). Después de haber sido crucificado como sacrificio por nuestros pecados, ascendió y †œha traspasado los cielos† (4:14) para sentarse a la diestra de Dios e †œinterceder† por nosotros (7:25). No entró en la presencia celestial de Dios por medio de la sangre de machos cabrí­os ni de becerros, sino mediante su propia sangre. Y como su sacrificio fue tan perfecto, entró al lugar santí­simo una vez para siempre: su crucifixión y exaltación celestial no necesitan ser repetidos. Ciertamente, ha obtenido eterna redención. La palabra redención sugiere la liberación al precio de su vida. Una expresión similar en 9:15 reitera la idea de dejar en libertad por un precio, y de acuerdo con el contexto es claro que esta liberación es del juicio y la culpa producida por el pecado. De modo que la eterna redención es otra forma de hablar sobre el ofrecimiento de perdón de una vez para siempre prometido en Jer. 31:34, y que sigue en pie.
13, 14 Bosquejando las consecuencias prácticas de la muerte de Cristo, el autor compara el efecto de ofrecer sangre de animales o rociar la ceniza de la vaquilla (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 19). Estos rituales eran para el beneficio de aquellos que eran ceremonialmente impuros, para santificarlos para la purificación del cuerpo. Aquellos que eran impuros podrí­an ser restaurados a la comunión con Dios en el sentido de que se hací­an capaces de participar nuevamente en el culto de la comunidad. La verdad fundamental de que la sangre †œpurifica† y †œsantifica†, aun cuando sea sólo en un plano ceremonial, aporta la base para el argumento que sigue comenzando con cuánto más. La sangre de Cristo es una forma de hablar de su muerte como sacrificio por los pecados. Esto era eficaz en forma única porque se ofreció a sí­ mismo sin mancha a Dios. Una vez más el autor alude a la vida de perfecta obediencia al Padre de parte de Jesús, que culminó en la cruz (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:7–9; 7:26, 27; 10:10). Cuando dice que fue mediante el Espí­ritu eterno muy probablemente se refiere al poder del Espí­ritu Santo manteniendo y sosteniendo (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 42:1), aunque algunos consideran que se refiere a su propio espí­ritu, echando luz sobre el aspecto interior o espiritual de su sacrificio. La sangre de Cristo es suficientemente poderosa como para limpiar nuestras conciencias de las obras muertas. Dios requiere arrepentimiento de tales actos (6:1, lit.lit. Literalmente †œObras muertas†), los pecados que contaminan la conciencia y traen su juicio. Pero aquellos que se arrepienten necesitan ser limpiados de tal contaminación y eso sólo puede hacerlo la muerte de Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:9 con 9:14). El propósito de la limpieza en el ATAT Antiguo Testamento era que el pueblo pudiera ser consagrado a Dios nuevamente para servirle. La promesa del nuevo pacto sobre un †œcorazón† renovado, basada en un perdón definitivo de los pecados (Jer. 31:33, 34), encuentra eco en el v. 14. Sólo la limpieza provista por Cristo puede liberarnos para servir al Dios vivo de la manera que fue predicha por Jeremí­as. La naturaleza de tal †œservicio† o †œculto† (gr. latreuein) será estudiada en relación con 12:28.
15 El ví­nculo entre la obra de Jesús como sumo sacerdote y el cumplimiento de la profecí­a de Jeremí­as recibe un mayor análisis. Por medio de su muerte Cristo es mediador del nuevo pacto (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:6; 12:24). Primero, murió para redimirlos de las transgresiones bajo el primer pacto. Como se ha notado en relación con el v. 12, su muerte es el precio de la liberación del juicio y la culpa producidos por el pecado (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 31:34). El interés está puesto en la redención de aquellos que pecaron bajo el primer pacto, como fue prometido en Jer. 31:31, 32. Ciertamente, el sacrificio de Jesús tiene efectos retroactivos y es válido para todos aquellos que confiaron en Dios para el perdón de sus pecados en el antiguo Israel (cf.cf. Confer (lat.), compare 11:40). Pero también sabemos que, por la gracia de Dios, probó la muerte †œpor todos† (2:9), y puede salvar a todos los que †œpor medio de él se acercan a Dios† (7:25). En segundo lugar, sobre la base de su muerte, los que han sido llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. Así­ como el antiguo pacto prometió la tierra de Canaán como herencia al pueblo de Dios, el pacto inaugurado por Cristo abre el camino a una herencia eterna. Esta es el equivalente del †œmundo venidero† (2:5), la †œJerusalén celestial† (12:22), †œel reposo para el pueblo de Dios† (4:9) y otras descripciones similares de nuestro destino como cristianos. Jesús ha abierto el camino a su herencia por nosotros actuando sobre el pecado que nos impedí­a acercarnos a Dios.
16–22 La idea de una herencia lleva al autor a un juego de palabras. El término gr. diatheke se usa en primer lugar en el sentido legal de un testamento (vv. 16, 17). En los asuntos humanos comunes, para que el testamento de una persona sea válido, es necesario que se presente constancia de la muerte del testador. La misma palabra se usa para referirse al pacto que Dios hizo con Israel en el tiempo de Moisés (vv. 18–20). No habí­a necesidad de que el autor del testamento muriera en este caso, pero ni aun el primer testamento fue inaugurado sin sangre. El autor dirige la atención a la ceremonia mencionada en Exo. 24:1–8, cuando Moisés roció el altar y al pueblo con sangre de los sacrificios y los exhortó a que obedecieran todo lo que Dios habí­a mandado. De ese modo, la relación con el Señor fue sellada y confirmada con la sangre del pacto, y la posición de santificación nacional pudo ser proclamada. Heb. agrega otros detalles de los rituales de limpieza del ATAT Antiguo Testamento para indicar las diferentes maneras en las cuales la sangre fue usada para la purificación bajo el primer pacto (v. 21). Esto lleva a una observación final (según la ley casi todo es purificado con sangre) y un principio fundamental (sin derramamiento de sangre no hay perdón). Aunque la sangre se usaba para la limpieza ceremonial (v. 13), estos rituales apuntaban a las necesidades más profundas del pueblo de Dios para la liberación del poder y del castigo del pecado.
23, 24 Las figuras de las cosas celestiales, o sea el tabernáculo y todo lo que se usaba en sus ceremonias, tení­an que ser purificadas con sangre del sacrificio. El santuario de Israel fue hecho de manos y sólo figura del verdadero, el cual está en el cielo mismo (v. 24; cf.cf. Confer (lat.), compare 8:5). Cuando el autor dice que las mismas cosas celestiales necesitaban ser purificadas con sacrificios mejores que éstos, difí­cilmente quiere decir que el cielo está contaminado con el pecado humano, ¡pues de ser así­ Dios tendrí­a que haberlo dejado! Sin embargo, puede estar sugiriendo que el sacrificio de Cristo tuvo un significado cósmico, removiendo una barrera a la comuni ón con Dios que existí­a en el nivel de la realidad última y no sólo en los corazones humanos. El simple mensaje que se encuentra detrás de la figura que el autor emplea del tabernáculo y del dí­a de expiación es que Jesús entró en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:25). El hace posible para nosotros el acceso a Dios ahora y en la eternidad.
25–28 Los †œsacrificios mejores† mencionados en el v. 23 de hecho son la ofrenda única de Jesucristo. Su sacrificio no necesita ser repetido muchas veces, como era el caso con los sumos sacerdotes en su ritual cada año. Es un error sugerir que su sacrificio necesita ser presentado continuamente al Padre, ya sea en el cielo o en la tierra, Jesús no tuvo que padecer muchas veces desde la fundación del mundo: su ofrenda de sí­ mismo es suficiente y definitiva para toda la historia pasada, presente y futura. En los vv. 26 y 28 el autor usa la expresión una vez para siempre (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:27; 9:12; 10:10) para subrayar la naturaleza decisiva y completa de la obra de Jesús como sumo sacerdote. De hecho, su aparición señala la consumación de los siglos, el tiempo del cumplimiento o los últimos dí­as (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:2). El propósito de su venida era para quitar el pecado mediante el sacrificio de sí­ mismo (v. 26). Dicho de otro modo, fue para quitar los pecados de muchos (v. 28; lit.lit. Literalmente †œpara llevar los pecados de muchos†, como Besson o BABA Biblia de las Américas; cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 53:12). De ese modo, ha habido una solución final al problema del pecado por la acción de Jesús en un punto de la historia humana, y esto da un significado solemne al presente. Hay una †œhorrenda expectativa de juicio† para aquellos que rechazan al Hijo de Dios y su sacrificio (10:26–31). Pero para los que confí­an en él y esperan ansiosamente su segunda venida, existe la perspectiva de salvación, o sea el rescate del juicio y el gozo de †œla promesa de la herencia eterna† (v. 15).

10:1-18 Los beneficios del nuevo pacto

Cuando la sección doctrinal central de Heb. se acerca al fin, el autor continúa explicando los beneficios del nuevo pacto. Una vez más, bosqueja con fuerza las limitaciones de la ley y sus provisiones para acercarse a Dios (vv. 1–4). El Sal. 40:6–8 se usa, entonces, para establecer que todo el sistema de sacrificios es reemplazado por la perfecta obediencia de Cristo en darse a sí­ mismo (vv. 5–10). En contraste con los sacerdotes del antiguo pacto, que se colocaban todos los dí­as ante el altar para ofrecer los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados, Jesús está sentado a la diestra de Dios, su obra de sacrificio cumplida (vv. 11–14). El resultado de esto para los creyentes es que hemos sido santificados y ha perfeccionado para siempre a los santificados. Estos términos se usan para describir el tipo de relación con Dios predicha por Jer. 31:33, 34. El autor cita estos versí­culos en forma abreviada (vv. 15–18) para señalar que el argumento comenzado en el cap. 8 ha llegado a su fin. Puesto que el sacrificio de Cristo es tan eficaz, no hay necesidad de que se haga otro por el pecado. El perdón prometido por Jeremí­as está disponible, haciendo posible la renovación del corazón y la mente que es fundamental para el nuevo pacto.
1, 2 Cuando el autor describe la ley de Moisés como sólo la sombra de los bienes venideros, quiere decir que anunció con anterioridad las bendiciones del nuevo pacto que Jesús traerí­a. El ritual de la ley señalaba hacia la necesidad de las realidades definitivas del ministerio de Cristo como sumo sacerdocio. Hay un sentido en el cual aún esperamos disfrutar la salvación completa que ha sido alcanzada para nosotros (9:28; cf.cf. Confer (lat.), compare 13:14). Sin embargo, muchos de sus beneficios pueden ser experimentados por adelantado (p. ej.p. ej. Por ejemplo 9:14; 10:19–25). Lo inadecuado del ritual del ATAT Antiguo Testamento se destaca por el hecho de que los mismos sacrificios se ofrecí­an continuamente de año en año. Como se hace notar en 7:11, 19 y 9:9, la ley nunca pudo hacer perfectos a los que se acercan a Dios de esa manera. El perfeccionamiento de los creyentes tiene que ver con la limpieza de sus conciencias de la culpa del pecado, de modo que puedan estar plenamente consagrados a Dios y a su servicio (ver notas sobre 10:10 y 10:14). Si los sacrificios del primer pacto han logrado su fin, ¿habrí­an dejado de ser ofrecidos? Sin embargo, los adoradores continuaron teniendo (lit.lit. Literalmente) una conciencia de pecado (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œse sentirí­an culpables†; cf.cf. Confer (lat.), compare 9:9). No fueron limpiados de una vez para siempre, como se puede estar por medio de la confianza en la efectividad del sacrificio de Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:14; 10:17, 18).
3, 4 Aunque el ritual del dí­a de la expiación aseguraba a Israel que el Señor podí­a perdonar los pecados, la ceremonia tení­a que repetirse año tras año. El efecto de esto era que cada año se hace memoria de estos pecados, recordando que el pecado es un impedimento a la comunión con Dios y trae su juicio. En contraste, Dios mismo promete que bajo el nuevo pacto †œyo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de sus pecados† (Jer. 31:34; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 17). No hubo una acción decisiva contra el pecado hasta que Jesús murió en la cruz, porque la sangre de los toros y los machos cabrí­os no puede quitar los pecados. Dios requirió los sacrificios de animales para enseñar a Israel a esperar de él la limpieza, y para mostrar la necesidad de pagar el castigo por el pecado (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 17; 11). Pero fue el destino del Mesí­as de pagar esa pena por medio de su muerte y así­ proveer la salvación, aun para aquellos que pecaron en tiempos del ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:15).
5–10 Las palabras del Sal. 40:6–8 son atribuidas a Cristo cuando entró en el mundo, porque alcanzaron un cumplimiento completo en su vida. El salmista David fue más lejos que muchos otros autores del ATAT Antiguo Testamento al enfatizar la ineficacia de los sacrificios en sí­ mismos como para agradar a Dios. Los cuatro términos técnicos que usa —sacrificio, ofrenda, holocaustos y sacrificios por el pecado—describen los distintos tipos de sacrificio ordenados por la ley. Pero todo el sistema estaba diseñado para alentar y hacer posible la disposición de darse a sí­ mismos de parte del pueblo de Dios, como es indicado por las palabras: ¡Heme aquí­ para hacer, oh Dios, tu voluntad! En el cuerpo que fue preparado para el Hijo de Dios, él vivió una vida de perfecta obediencia al Padre, culminando con su muerte como un sacrificio sin mancha (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:14). Vino para hacer a un lado el sistema antiguo de sacrificios y lograr la obediencia a Dios que siempre fue la intención detrás de los rituales. Encontró la voluntad de Dios expresada en la Escritura (en el rollo del libro está escrito de mí­) y es en esa voluntad que somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Su sacrificio definitivo (v. 10) produce una limpieza definitiva del pecado que la ley no podí­a proveer (v. 2). Esa limpieza hace posible una consagración definitiva o santificación de los creyentes a Dios, lo que es el significado de la expresión somos santificados (gr. hegiasmenoi esmen, en tiempo perfecto; BABA Biblia de las Américas, †œhemos sido santificados†). De ese modo, el autor sugiere el cumplimiento de la promesa que Dios escribirí­a sus leyes †œen sus corazones y en sus mentes† (v. 16; Jer. 31:33). Tal dedicación a Dios y a su servicio la alcanza Jesucristo para nosotros, en cuyo corazón la obediencia se expresó perfectamente.
11–14 Algunas de las ideas expresadas en 9:25–28 y en 10:1–4 se afirman nuevamente aquí­. Los sacerdotes del judaí­smo participaban de los deberes religiosos diarios, lo que incluí­a el ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados. Pero Jesús ofreció un solo sacrificio por los pecados, efectivo para siempre. Este contraste es reforzado por el cuadro del sacerdote leví­tico que se ha presentado ante el altar, ofreciendo reiterados sacrificios, y Jesús que se sentó para siempre a la diestra de Dios, porque su obra de sacrificio estaba completa. Como en Sal. 110, el Mesí­as en su papel bondadoso se combina con la función sacerdotal, así­ como su entronización celestial significa que él también está esperando de allí­ en adelante que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies (cf.cf. Confer (lat.), compare 110:1). Esto anticipa la enseñanza de los vv. 26–31, donde se revela que el juicio venidero †œha de devorar a sus adversarios†. Pero la implicación positiva de la entronización de Cristo es que con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados (v. 14). Como se ha notado antes, el †œperfeccionamiento† de los creyentes implica su calificación para acercarse a Dios o el capacitarlos para gozar de la certeza de una relación de nuevo pacto con Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:11, 12, 19; 9:9; 10:1; 11:40; 12:23). Esto significa, en esencia, el perdón de los pecados y la limpieza de conciencia, haciendo posible la consagración a Dios de los que son santificados (ver nota sobre el v. 10) y finalmente su participación en la †œherencia eterna prometida† (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:15).
15–18 El Espí­ritu Santo que inspiró a los profetas, continúa hablando a través de sus escritos a los creyentes en todas las generaciones (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:7). Por medio de la profecí­a de Jer. 31:33, 34 (que aquí­ se cita en forma abreviada), el Espí­ritu Santo nos da testimonio especí­ficamente sobre las cosas mencionadas en los versí­culos anteriores. La promesa de Jeremí­as de un perdón definitivo de los pecados indica que llegarí­a un tiempo cuando ya no habrí­a más ofrenda por el pecado. Pero, estrechamente relacionada con esto, se encuentra la promesa de corazones y mentes renovados, ayudando así­ a definir la perfección y la santificación sobre lo cual ha estado hablando el autor (10:14).

10:19-39 Un llamado a perseverar en los beneficios del nuevo pacto

Esta sección concluye la principal división de Heb. que comenzó con el llamado de 5:11–6:20. Después de varios capí­tulos de complejos argumentos doctrinales, el autor desarrolla las implicaciones prácticas, repitiendo algunas de las advertencias y alientos dados previamente. Un ví­nculo estrecho entre la buena teologí­a y una fiel vida cristiana se demuestra de esa manera. La base para nuestra plena confianza como cristianos está en el hecho de que tenemos acceso al lugar santí­simo por la muerte de Jesús, y porque él reina como sumo sacerdote sobre la casa de Dios. Esto debe inspirarnos para acercarnos a Dios con la fe de quien asume las promesas del nuevo pacto seriamente, reteniendo firme la confesión de la esperanza sin vacilación, y considerando cómo es mejor que nos estimulemos los unos a los otros al amor y a las buenas obras.
La advertencia que sigue (vv. 26–31) se compara en muchas formas con la enseñanza de 6:4–6 sobre el pecado de apostasí­a. El argumento de cuánto mayor también recuerda 2:1–5. Si aquellos que rechazaron la ley de Moisés experimentaron el juicio de Dios, ¿cuánto más severamente deben ser castigados los que rechazan al Hijo de Dios y las bendiciones del nuevo pacto? Su sacrificio único provee una sola base para el perdón. Abandonarla es abandonar toda esperanza de salvación. Sin embargo, como en el cap. 6, la advertencia es seguida por el aliento a perseverar (vv. 32–39). Se recuerda a los lectores de los reproches, tribulaciones y conflictos que soportaron poco después de haber llegado a ser cristianos. La confianza que demostraron en ese tiempo y el cuidado que expresaron los unos por los otros debe mantenerse. Con una cita que combina Isa. 26:20 y Hab. 2:2, 3, el autor subraya la necesidad de una fe perseverante, de modo que podamos recibir lo que Dios ha prometido. Esto nos prepara para el desarrollo del tema de la fe y la perseverancia en la siguiente sección principal del argumento (11:1–12:13).
19–21 Estos versí­culos resumen en términos muy simples el argumento doctrinal de los cap. 7–10. Hay dos cosas que tenemos como hermanos cristianos y sobre la base de ello el autor hace el triple encargo de 10:22–25. En primer lugar, tenemos confianza para entrar al lugar santí­simo por la sangre de Jesús. La palabra traducida confianza se encuentra en cuatro contextos importantes en Heb. (3:6; 4:16; 10:19; 10:35). Dios nos da esa confianza por medio del evangelio. Fundamentalmente, es la confianza para entrar al lugar santí­simo, basada en el sacrificio único de Jesús (por la sangre de Jesús). Hay una í­ntima relación entre la entrada de Cristo en el santuario celestial y la nuestra (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:14–16; 6:19, 20). El abrió un camino nuevo y vivo para que nosotros lleguemos a la presencia de Dios, a través del velo (es decir, su cuerpo) (lit.lit. Literalmente †œsu carne†). El velo en el tabernáculo terrenal era el medio de acceso al lugar santí­simo para el sumo sacerdote. Hablando metafóricamente, la muerte en sacrificio de Jesús era el velo o medio de acceso al santuario celestial para él y para todos los que confí­an en él. La segunda cosa que tenemos como hermanos cristianos es un gran sacerdote sobre la casa de Dios. De acuerdo con 3:6, es claro que la †œcasa de Dios† significa el pueblo de Dios. Nuestro gran sacerdote hace posible que nos acerquemos a Dios en forma conjunta y que compartamos la esperanza de vivir para siempre en su presencia (cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 22, 23). Pero esta alusión a nuestra experiencia común como cristianos significa también que tenemos responsabilidades los unos con los otros (cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 24, 25).
22–25 En esos versí­culos hay tres exhortaciones que muestran cómo debemos responder a las grandes verdades doctrinales de los capí­tulos anteriores. En gr. están en el tiempo presente, lo que indica que hemos de expresar continuamente la fe (v. 22), la esperanza (v. 23) y el amor (v. 24). El llamado a acercarnos a Dios con corazón sincero, en plena certidumbre de fe recuerda especí­ficamente 4:16 y la enseñanza del autor en forma más general sobre el acercarnos a Dios por medio de Jesucristo (ver notas sobre 7:25). Debemos gozarnos de los beneficios de este sacrificio y el reinado celestial orando con confianza por misericordia y socorro en tiempo de necesidad. Un corazón sincero, en plena certidumbre de fe, es un corazón que demuestra plena confianza y devoción, cumpliendo la promesa de un nuevo corazón para el pueblo de Dios en Jer. 31:33 y Eze. 36:26, 27. Lo que hace que esto sea posible es tener purificados los corazones de mala conciencia. La instalación del antiguo pacto estuvo asociada por el rociamiento con sangre de los israelitas (9:18–20). La sangre de Jesús fue derramada para inaugurar el nuevo pacto y se aplica a nuestros corazones para limpiar nuestras conciencias de pecado cuando creemos en el evangelio y ponemos nuestra confianza en su sacrificio por la expiación de nuestros pecados (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:13, 14). La expresión lavados los cuerpos con agua pura posiblemente es una referencia al bautismo como señal externa del †œrociamiento† de nuestros corazones.
El llamado a retener firme la confesión de la esperanza sin vacilación recuerda 4:14. Es un recordatorio de nuestra salvación que aún ha de ser plenamente realizada (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:1; 9:28; 10:37–39; 13:14), y de que nuestras vidas deben ser controladas por la esperanza que proclamamos. La relación entre fe y esperanza será analizada en el cap. 11. La base para mantener una confesión de esperanza es porque fiel es el que lo ha prometido.
El tercer llamado de este párrafo es a considerarnos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. Desde que compartimos, como hermanos cristianos, los beneficios de la obra de Cristo como sumo sacerdote, tenemos una responsabilidad de ministrarnos los unos a los otros en amor (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:12, 13; 12:15, 16). Dos cláusulas en el v. 25 explican cómo podemos provocarnos unos a otros a una vida piadosa. En sentido negativo, podemos cuidarnos unos a otros al no dejar de congregarnos. El autor usa un término para esas reuniones (gr. episynagoge, †œasamblea†) que es paralelo en sentido a †œiglesia† y sugiere una reunión formal de algún tipo. Algunos pocos de ellos tienen por costumbre el descuido de esa responsabilidad. La advertencia sobre la apostasí­a que sigue (vv. 26–39) implica que aquellos que deliberada y persistentemente abandonan la comunidad de los creyentes cristianos están en peligro de abandonar al mismo Señor. En sentido positivo, podemos animarnos unos a otros al amor y a las buenas obras por reunirnos para estimularnos. Como en 3:13, tal estí­mulo se entiende mejor como involucrando una forma de exhortación basada en la Escritura, siguiendo el ejemplo del mismo autor en su †œpalabra de exhortación† (13:22). La urgencia de esto es subrayada por una alusión a la proximidad del retorno de Cristo y el juicio final (con mayor razón cuando veis que el dí­a se acerca).
26–28 Estos versí­culos tratan la alusión al juicio de Dios al fin del v. 25 y desarrollan la advertencia sobre la rebelión contra Dios que se encuentra en los pasajes anteriores (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–4; 3:7–4:11; 6:4–8). La declaración sobre si pecamos (BABA Biblia de las Américas, †œsi continuamos pecando†) voluntariamente señala el sentido del participio presente (†œpecando† en gr.). Sin embargo, serí­a un error pensar que esto se refiere sólo a la conducta pecaminosa que es tan evidente en nuestras vidas. El contexto y el paralelo con pasajes previos indican que el autor tiene en vista el pecado especí­fico de la apostasí­a o continuo rechazo de Cristo. Si, por medio del evangelio, hay personas que han recibido el conocimiento de la verdad y luego dan la espalda a esa verdad, ya no queda más sacrificio por el pecado. No hay un camino alternativo para el perdón y la aceptación de Dios fuera de la muerte de su Hijo. Abandonar ese sacrificio, hecho una vez para siempre, es abandonar toda esperanza de salvación. Todo lo que queda para tales personas es una horrenda expectativa de juicio y de fuego ardiente que ha de devorar a los adversarios de Dios. ¡Su destino es el mismo que el de aquellos que nunca se han vuelto a Cristo o que se oponen activamente al evangelio! Aun bajo el primer pacto, cualquiera que ha desechado la ley de Moisés en una rebelión deliberada ha de morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos (Deut. 17:2–7). ¿Cuánto más severamente debe ser castigado alguien que renuncia y se opone a las provisiones del nuevo pacto?
29–31 La horrible naturaleza de la apostasí­a se describe en tres cláusulas paralelas. La persona que se aleja de Cristo de hecho ha pisoteado al Hijo de Dios, tratándole con desprecio al negar su propia naturaleza e identidad. Una persona así­ también ha considerado de poca importancia la sangre del pacto por la cual fue santificado. La muerte de Cristo inaugura las bendiciones del nuevo pacto y nos lleva a una relación santificada o santa con Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:10; 13:12). Abandonar esa relación es tratar la sangre de Cristo como algo impuro (gr. koinon, †œcomún, impuro†; ver la nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada) y no como medio sagrado y elegido por Dios para alcanzar nuestra salvación. La persona que se aparta de Cristo también ha ultrajado al Espí­ritu de gracia. El Espí­ritu de Dios nos lleva a confiar en la gracia de Dios y a aferrarnos a los beneficios de la obra de Cristo por nosotros (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:4, 5). El Espí­ritu también distribuye los dones de la gracia de Dios, confirmando la verdad del evangelio (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:4). Lo inevitable del castigo que espera a los cristianos apóstatas se sugiere entonces por dos citas del ATAT Antiguo Testamento. El papel de Dios es el de venganza o retribución por el pecado de cualquier tipo (Deut. 32:35). Pero Dios ha revelado especí­ficamente que él juzgará a su pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 32:36), vindicando lo verdadero por medio de la remoción de lo falso. Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo cuando él está actuando como tal en el juicio.
32–34 Como en el cap. 6, una severa advertencia es seguida por palabras de aliento y esperanza. Aquí­ se nos dan algunas visiones valiosas sobre la experiencia de los primeros lectores, no mucho después de su conversión (después de haber sido iluminados). Son llamados a recordar lo que habí­an soportado (gr. hypemeinate). En el v. 36 y en 12:1, 2, 3, 7 se usan palabras similares para enfatizar la necesidad de una perseverancia continua. Su experiencia en la persecución se describe con una metáfora deportiva: fue un gran conflicto y aflicciones (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:1–13). Sufrieron ellos mismos al ser hechos espectáculo público con reproches y tribulaciones, y compartieron con el sufrimiento de otros, manteniéndose como compañeros de los que han estado en tal situación. En la Introducción se planteó el argumento de que esa persecución, que no incluyó el derramamiento de sangre (12:4), podí­a estar relacionada con los problemas en Roma cuando Claudio llegó a ser emperador. Su simpatí­a con los que estaban presos y su gozosa aceptación del despojo de sus posesiones se hizo posible por su certeza sobre las promesas de Dios. Ellos sabí­an que Jesús habí­a hecho posible que heredaran una posesión mejor y perdurable (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:14) y esto controlaba su pensamiento sobre el presente y sus valores.
35, 36 Este recuerdo de su fe, esperanza y amor en los primeros dí­as llega a ser la base para un llamado: no desechéis, pues, vuestra confianza. La confianza en un acceso libre y abierto a Dios que es dada por †œla sangre de Jesús† (v. 19; cf.cf. Confer (lat.), compare 4:16) y que debe ser mantenida y expresada abiertamente (3:6; cf.cf. Confer (lat.), compare 4:14; 10:23). La confianza en Dios demostrada previamente por los lectores no debe ser abandonada o descartada libremente, sin importar las dificultades que ahora estaban enfrentando. Será recompensada ricamente (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:10). La salvación no depende del esfuerzo humano, dado que es totalmente una obra de Dios. Pero mientras que la salvación siga siendo una promesa, necesitamos la perseverancia en la fe a fin de cumplir la voluntad de Dios y obtener lo prometido.
37–39 Un aliento especial a perseverar en la fe se encuentra en la seguridad de que Cristo volverá y no tardará en cumplir su plan salvador. El autor cita de Hab. 2:3, 4 en una forma que depende de la traducción gr. del ATAT Antiguo Testamento (la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT)). Esa versión hace que el sujeto sea una persona, más bien que una visión o revelación como en el texto heb. y en nuestras traducciones. En Heb. se implica que Jesucristo es el que vendrá y no tardará. Las palabras introductoras (Aun un poco, en un poco más) que probablemente provienen de Isa. 26:20, enfatizan ese punto y sugieren que los lectores tení­an un problema en cuanto a la necesidad de esperar pacientemente el regreso de Cristo. Esto habrí­a sido especialmente el caso si estaban viendo más persecución y sufrimiento en el horizonte. El autor también ha traspuesto el orden de las cláusulas en Hab. 2:4 para que quedara claro que la persona que vive por la fe (mi justo), más bien que aquel que ha de venir, pueda ser tentado a retroceder. Dios no se agradará con el que se vuelve atrás en incredulidad: será destruido en el juicio venidero. Sin embargo, el autor termina el capí­tulo con una nota positiva sugiriendo que sus lectores están entre aquellos que tienen fe para la preservación del alma.

11:1-12:13 FE Y PERSEVERANCIA

Después del pasaje de advertencia en 6:4–8, el autor alienta a sus lectores a perseverar (6:9–12), terminando con un aliento a †œimitar a aquellos que por medio de la fe y la paciencia heredan lo que se les ha prometido†. El mismo modelo se encuentra al final del cap. 10. Una advertencia sobre la consecuencia de rechazar a Cristo es seguida por el aliento a mantener la †œconfianza† y †œperseverancia† en la fe, a fin de obtener †œlo prometido† (10:26–39). Entonces, en el cap. 11 se dan varios modelos de fe tomados del ATAT Antiguo Testamento. Como clí­max de este cuadro de honor de la fe aparece el retrato de Jesús como †œautor y consumador de la fe† (12:2, 3). Los creyentes deben mirar a esta †œgran nube de testigos†, y particularmente a Jesús, en busca de aliento para soportar la oposición y las penurias de todo tipo (12:1–3).
Aunque 11:1–40 es una unidad bien definida y cuidadosamente construida, 12:1–3 está estrechamente relacionado. El ví­nculo entre la fe y la perseverancia que se presenta en el cap. 11 llega a ser la base para el llamado a perseverar en 12:1–13. Como ya se ha notado, la perseverancia de Jesús en la cruz y su vergüenza se presentan como ejemplo supremo de fe. En toda esta sección el autor enfatiza la similitud entre la situación de los creyentes en los tiempos del ATAT Antiguo Testamento y los cristianos que esperaban el cumplimiento de los propósitos de Dios. Sin embargo, es claro que la obra de Cristo ofrece una mayor certeza para nosotros de obtener lo que Dios ha prometido.

11:1-40 Una celebración de fe

La fe se define primeramente (vv. 1, 2), no en forma plena sino de una manera que prepara para la exposición de la sección en su conjunto. La doctrina de que el universo fue construido por la palabra de Dios se muestra como la base para el tipo de fe que el autor está alentando (v. 3). Moviéndose sistemáticamente desde Gén. hasta Jos., luego destaca el papel de la fe en las vidas de individuos centrales para los propósitos salvadores de Dios (vv. 4–31). Se da particular atención a Abraham y Sara (vv. 8–19) y a Moisés (vv. 23–28). Luego sigue un breve repaso de la historia sagrada desde el perí­odo de los jueces hasta las revueltas de los macabeos en el siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (vv. 32–38), enfocando las pruebas soportadas por aquellos que permanecieron fieles a Dios. Los últimos dos versí­culos comparan la situación de los creyentes del ATAT Antiguo Testamento con la de los cristianos (vv. 39, 40), haciendo un puente con el capí­tulo siguiente.
En un mundo donde la gente descarta la fe como si fuera sólo un pensar †œojalᆝ, o la identifica simplemente con las creencias y prácticas de una religión en particular (p. ej.p. ej. Por ejemplo †œla fe musulmana†), es bueno tener un cuadro abarcador de la fe que realmente agrada a Dios. Heb. muestra el ví­nculo entre la fe, la esperanza, la obediencia y la perseverancia, ilustrando que se trata de algo más que un asentimiento intelectual a determinadas creencias. La fe que honra a Dios confí­a en sus palabras y vive en esperanza y obediencia en el presente, esperando que cumpla sus promesas. Esa fe trae sufrimiento y persecución de varias maneras.
1, 2 Aquí­ descubrimos las caracterí­sticas esenciales de la fe desde el punto de vista del autor. La fe tiene que ver con las cosas futuras (que se esperan) y las invisibles (que no se ven). La traducción de la RVARVA Reina-Valera Actualizada (constancia de las cosas que se esperan) pone el énfasis en la fe como una expresión de nuestra confianza en las promesas de Dios. Sin embargo, también es posible traducir †œla fe es la sustancia (hypostasis) de las cosas esperadas† o †œla fe da sustancia a nuestras esperanzas†. Tal traducción sugiere que las cosas que se esperan llegan a ser reales y tener sustancia por medio del ejercicio de la fe. ¡Esto no significa que el evangelio es verdadero sólo porque creemos en él! Más bien, la realidad de lo que esperamos es confirmada para nosotros en nuestra experiencia cuando vivimos por la fe en las promesas de Dios. Una vez más, la fe es estar seguro de los hechos que no se ven. Es la forma de †œprobar† las realidades invisibles tales como la existencia de Dios, su fidelidad a su palabra y su control sobre nuestro mundo y lo que ocurre en él. Si esta definición parece abstracta, su significado se hace más concreto en la ilustración que sigue. Por esa fe recibieron buen testimonio los antiguos (v. 2, gr. emartyrethesan, €cf.cf. Confer (lat.), compare€ vv. 4, 5, 39). En el registro de la Escritura Dios testificó de la fe de ellos, y de ese modo los convirtió en †œtestigos† (12:1; gr. martyres) de la verdadera fe para nosotros.
3 El autor comienza donde lo hace el Gén., porque la fe en Dios como creador de todo lo que existe es fundamental a la visión bí­blica de la realidad. Por la fe comprendemos que el universo (gr. aionas, como en 1:2) fue constituido por la palabra de Dios. Si Dios tiene el control de la naturaleza y la historia, del pasado y del presente, toda generación de creyentes puede confiar en sus promesas sobre el futuro, no importa el precio que eso pueda significarles. Cuando el autor dice que lo que se ve fue hecho de lo que no se veí­a, alude a la definición de fe en el v. 1. La fe discierne que el universo de espacio y tiempo tiene una fuente invisible y que sigue dependiendo de la palabra de Dios (o el mandato). Tal fe está basada en la revelación que nos dio en la Escritura.
4–6 Pasando a través de los pasajes del ATAT Antiguo Testamento el autor hace notar que la fe de Abel se expresó cuando ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caí­n. La diferencia no estaba en la sustancia de los sacrificios (Gén. 4:3, 4) sino en la actitud de los dos hermanos (como se implica en Gén. 4:4–7). A Caí­n se le dijo que su ofrenda hubiera sido aceptable si hubiera hecho lo que estaba bien (cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 15:8). Pero Dios dio testimonio de la justicia de Abel y de la fe que le movió cuando aceptó sus ofrendas. Abel, aunque murió, habla todaví­a en el sentido de que da testimonio de la fe que complace a Dios. La experiencia de Enoc de ser trasladado para no ver la muerte fue la señal de haber agradado a Dios. En Gén. 5:22 y 24 se insiste en que †œcaminó con Dios† y Heb. señala esto como para indicar que su vida se caracterizó por la fe. Porque sin fe es imposible agradar a Dios (6). Esta generalización se corresponde con los dos elementos en la definición de fe que se dan en el v. 1. Cualquiera que se acerca (como en 4:16; 7:25; 10:22; 12:22) a Dios debe creer que él existe (estar seguro de lo que no se ve) y creer que es galardonador de los que le buscan (confiar en que sus promesas serán cumplidas).
7 Cuando Noé fue advertido sobre cosas que aún no habí­an sido vistas, se le hizo saber sobre el juicio de Dios que se aproximaba en el diluvio (Gén. 6; 13–22). Reaccionó a esta palabra de Dios con temor reverente o †œsumisión reverente† (el sustantivo relacionado se usa para describir a Jesús en 5:9). Al expresar su fe en la construcción del arca salvó a su familia y condenó al mundo. Noé llegó a ser heredero de la justicia que es según la fe en el sentido de que su conducta justa (Gén. 6:9; 7:1) se mostró claramente en la acción exterior de su fe.
8–10 Abraham es realmente el centro de atención hasta el v. 19, en parte porque es un excelente modelo de la fe, y en parte por su significado en la acción del plan de Dios para la salvación. La promesa hecha a Abraham sobre un lugar que habrí­a de recibir por herencia (Gén. 12:1) es lo primero que se señala. Sobre la base de esta promesa, obedeció para salir †¦ sin saber a dónde iba. La fe de Abraham se expresó inmediatamente en la obediencia al llamado de Dios. La motivación para esa obediencia era la esperanza de alcanzar la tierra prometida. De ese modo, vivió como extranjero †¦ como en tierra ajena, morando en tiendas con aquellos que serí­an sus coherederos de la misma promesa. Cuando el autor describe a Abraham como alguien que esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios, describe su meta final como la patria o ciudad celestial mencionada en 11:13–16; 12:22–24 y 13:14. Esperando que Dios les proveyera una herencia terrenal, los patriarcas llegaron a darse cuenta de que esta vida no era un fin en sí­ misma sino una peregrinación hacia un futuro que sólo Dios puede construir para su pueblo.
11–16 La segunda promesa a Abraham fue que se le darí­a una numerosa descendencia y que ella se convertirí­a en una gran nación (Gén. 12:2; cf.cf. Confer (lat.), compare 13:16; 15:5). Aunque Abraham habí­a pasado de la edad y estaba muerto en cuanto a estas cosas, y Sara misma era estéril, por la fe le fue posible engendrar un hijo. La base para esa confianza era la palabra de Dios y él confió en que serí­a fiel a su palabra (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:23). De modo que el nacimiento de Isaac fue el comienzo del cumplimiento de la promesa sobre su descendencia (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:15). Pero Abraham, Isaac y Jacob murieron todos sin recibir la tierra de Canaán como una herencia terrenal. Las cosas prometidas sólo fueron vistas de lejos y las saludaron (v. 13). Cuando admitieron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 23:4; 47:4, 9) dejaron en claro que anhelaban una patria mejor. Si hubieran estado deseando la Mesopotamia, su lugar de origen, hubieran tenido tiempo de volver y hacer su hogar allí­. Pero ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Como en el v. 10, el autor presenta una estrecha conexión entre la fe de los antepasados de Israel y la fe de los cristianos. Todos somos peregrinos en un viaje de fe, encaminados hacia la herencia que Dios nos ha provisto. Aprendiendo a confiar en Dios en la propia situación, los patriarcas esperaron una recompensa que estaba más allá de su herencia terrenal. No tení­an la misma promesa clara de una patria celestial como nosotros, pero Dios se deleitó en su fe y, por medio de Jesucristo, les ha preparado una ciudad (la Jerusalén celestial mencionada en 12:22–24).
17–19 La fe de Abraham fue puesta nuevamente a prueba cuando Dios le pidió que sacrificara a su hijo único (Gén. 22:1–8). Como Dios habí­a declarado especí­ficamente que su descendencia serí­a lograda en Isaac (Gén. 21:12), parecí­a que no habrí­a más esperanza si Isaac morí­a. Sin embargo, Abraham consideraba que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos. Esperaba volver desde el lugar de sacrificio con Isaac (Gén. 22:5) porque sabí­a que el cumplimiento de los propósitos de Dios dependí­a de la supervivencia de Isaac. Confiaba en que Dios resolverí­a el problema. Cuando Heb. llega a la conclusión de que Abraham recibió de nuevo a Isaac, hablando figuradamente (gr. en parabole; €cf.cf. Confer (lat.), compare€ 9:9), desde la muerte, el significado puede ser que este hecho prefigura la resurrección del único Hijo de Dios.
20–22 La fe de Isaac fue exhibida especialmente en su ancianidad cuando bendijo a sus dos hijos respecto al porvenir (Gén. 27:27–40). En la providencia de Dios y contra la preferencia natural de Isaac y su intención, el plan salvador de Dios serí­a cumplido por medio de la lí­nea de Jacob, el hijo menor. La fe de Jacob también fue expresada cuando morí­a †¦ y adoró apoyado sobre la cabeza de su bastón (Gén. 47:31). Jacob bendijo a los dos hijos de José, concediendo la mayor bendición al más joven (Gén. 48:8–20). Nuevamente, llegando el fin de sus dí­as, José habló con fe sobre el cumplimiento de las promesas de Dios en el éxodo de los hijos de Israel de Egipto, y pidió que sus huesos fueran enterrados en la tierra prometida (Gén. 50:24, 25). En estos tres episodios los patriarcas miraron más allá de su propia muerte para ver la recompensa que Dios habí­a prometido a su pueblo.
23–28 En esta sección se describe la fe como una fuerza que sostiene a los fieles de Dios en tiempos de oposición y aflicción, capacitándolos para vencer el temor y la tentación y a cumplir sus propósitos para ellos. La actitud de los padres de Moisés es lo primero que se destaca. No demostraron temor ante el mandamiento del faraón sobre la muerte de los hijos varones de los hebreos, y lo escondieron durante tres meses después de nacer (v. 23; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 2:5–12). La fe en Dios es incompatible con el temor a las fuerzas hostiles.
Cuando Moisés creció demostró su propia fe rehusando ser llamado hijo de la hija de faraón (v. 24; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 2:5–12). Como Abraham, rechazó las comodidades y la seguridad terrenales a fin de servir al Dios viviente y verdadero. Podrí­a haber disfrutado por un tiempo de los placeres del pecado (v. 25) y de todos los tesoros de los egipcios (v. 26), pero tení­a otras metas. De hecho, cuando se negó a aceptar su posición en la corte egipcia prefirió más bien recibir maltrato junto con el pueblo de Dios. Para Moisés habí­a por delante una mayor riqueza que experimentar por medio del oprobio por Cristo (lit.lit. Literalmente †œel desprecio del ungido†). Al identificarse con el pueblo ungido por Dios, Moisés experimentó el estigma y el desprecio sufridos en máximo grado por el Mesí­as (12:2, 3; 13:13; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 89:50, 51; 1 Ped. 4:12–16). Moisés ejemplifica la fe como se la define en el v. 1, porque su secreto fue que fijaba la mirada en el galardón (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 6) y perseveró como quien ve al Invisible (vv. 26, 27). ¡Moisés temió a Dios más bien que al rey de Egipto! Creyendo que tendrí­a lugar un terrible juicio sobre los primogénitos de Egipto, Moisés obedeció al mandamiento de Dios y celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre (v. 28; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 11, 12). La sangre sobre las casas de los israelitas significaba que el que destruí­a a los primogénitos no los tocarí­a a ellos. La fe de Moisés fue un elemento esencial en el plan salvador de Dios para su pueblo.
29–31 La fe de los israelitas cuando pasaron el mar Rojo como por tierra seca fue inspirada por las promesas de Dios que Moisés les hizo conocer (p. ej.p. ej. Por ejemplo Exo. 14:13, 14). Cuando los siguieron las fuerzas egipcias, no estaban motivadas por la fe y fueron destruidas por el juicio de Dios. Después se dan otros dos casos de fe en el perí­odo cuando los israelitas invadieron la tierra prometida. Cayeron los muros de Jericó porque los israelitas actuaron de acuerdo con el extraño mandato de Dios y los rodearon marchando por siete dí­as (Jos. 6). La fe de la prostituta Rajab se expresó en su disposición de mostrar hospitalidad a los espí­as israelitas (Jos. 2:8–11). Ella tení­a temor del Dios de Israel, más bien que ante el rey de Jericó, y no pereció cuando el juicio de Dios cayó sobre los incrédulos en esa ciudad (Jos. 6:22–25). Como mujer gentil y pecadora reconocida, se unió a la compañí­a de aquellos que fueron salvos por la fe.
32–38 En este resumido pasaje el autor menciona especí­ficamente a cuatro jueces (Gedeón, Barac, Sansón, Jefté), un rey (David), junto con Samuel y los profetas, como ejemplos de fe. Luego describe lo que fue logrado por esa fe en las esferas polí­tica y militar (vv. 33, 34), con una alusión particular a Daniel (taparon bocas de leones; Dan. 6:22, 23) y a los tres que fueron arrojados al horno en Babilonia (sofocaron la violencia del fuego; Dan. 3:25–28). El logro supremo de la fe es la victoria sobre la muerte en la resurrección (v. 35). Varias mujeres recibieron por resurrección a sus muertos en esta vida (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1 Rey. 17:17–24; 2 Rey. 4:17–37). Otros tuvieron que soportar la tortura sin esperar ser rescatados de la prisión, para que pudieran obtener una resurrección mejor para vida eterna. Algunos ejemplos ví­vidos de todo esto aparecen en los apócrifos, escritos después del perí­odo histórico registrado en el ATAT Antiguo Testamento (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2 Macabeos. 6:19, 28; 7:9, 11, 14). Ejemplos de persecución y encarcelamiento se acumulan para convencer a los primeros lectores de Heb. de que su experiencia habí­a sido similar a la de los creyentes de generaciones anteriores (vv. 36–38; cf.cf. Confer (lat.), compare 10:32–34) para alentarlos a perseverar en la fe.
39, 40 Una conclusión adecuada al cap. 11 y una transición al llamado del cap. 12 aparecen en estos versí­culos. Estos recibieron buen testimonio por la fe en el sentido de que Dios la reconoció y los hizo testigos de la fe verdadera para otros (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 2; 12:1). Pero ninguno de ellos recibió el cumplimiento de la promesa (v. 13). Aunque alcanzaron a ver el cumplimiento de algunas promesas especí­ficas en su vida (p. ej.p. ej. Por ejemplo 6:15; 11:11, 33), ninguno de ellos experimentó las bendiciones de la era mesiánica y el nuevo pacto. Dios habí­a provisto algo mejor para nosotros en el sentido de que su deleite de la perfección por medio de Cristo sólo podrí­a efectuarse en compañí­a con nosotros. El punto del autor es el de subrayar el enorme privilegio de vivir en estos últimos dí­as (1:2). Sobre el perfeccionamiento de los creyentes, ver notas sobre 10:14. El beneficio final de la obra de Cristo a favor de nosotros es el de compartir en la herencia eterna que ha sido prometida.

12:1-13 Un llamado a la perseverancia

El tema de este pasaje es la necesidad de la perseverancia en medio de las pruebas, como lo indica el uso de una terminologí­a similar en los vv. 1, 2, 3 y 7 (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:32, 36). Desarrollando la imagen de un torneo atlético, el autor urge a sus lectores a mirar tan grande nube de testigos del cap. 11 para alentarnos a que corramos con perseverancia la carrera de la fe (v. 1). Como clí­max a su presentación de los grandes héroes de la fe, el autor recuerda la perseverancia de Jesús ante el sufrimiento extremo, el oprobio y la hostilidad y lo relaciona con la situación de los lectores (vv. 2–4). Esto lleva a una meditación sobre la forma en que Dios disciplina a sus hijos por medio de las penurias, basándose en Prov. 3:11, 12 (vv. 5–11). El desafí­o para nosotros es el de reconocer el significado y propósito de la disciplina de Dios en nuestras vidas, y responder con confianza y sumisión voluntaria. Una apelación final para la perseverancia se hace en un lenguaje que subraya la necesidad de fortalecer a los que están débiles o exhaustos y tentados a abandonar la carrera (vv. 12, 13).
1 El llamado a correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante sugiere que la vida cristiana es más una maratón que una breve carrera. No debemos pensar en la tan grande nube de testigos del cap. 11 como espectadores en un anfiteatro, alentándonos para la carrera de la fe. Es más bien, como dice J. Moffatt: †œLo que vemos en ellos, no lo que ellos ven en nosotros, lo que el autor tiene en mente.† Son testigos (gr. martyres) de la verdadera fe en bien nuestro porque Dios †œtestificó† (gr. emartyrethesan, 11:2, 4, 5, 39) de su fe en las páginas de la Biblia. Demuestran la naturaleza y posibilidades de la fe para los creyentes de todas las generaciones. Como contendientes en la carrera hemos de considerar su ejemplo para tener aliento. Hemos de despojarnos de todo peso —cualquier asociación o actividad que nos obstaculice— y del pecado que tan fácilmente nos enreda (el autor aquí­ está preocupado por el pecado en sí­, más bien que por algún †œpecado muy atrayente† en particular). De otro modo, podemos perder el premio, que es el don de gracia de Dios de la vida eterna para todos los que completan la carrera.
2–4 El mayor aliento llega cuando ponemos los ojos en Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:1). Se lo describe como autor y consumador de la fe. El término †œfe† debe entenderse en un sentido absoluto o general. Jesús es el ejemplo perfecto de la fe que hemos de expresar. La palabra traducida autor (gr. archegon, como en 2:10) significa lit.lit. Literalmente que él es el pionero o lí­der en la carrera de la fe. Sin embargo, el contexto también sugiere que es el autor o iniciador de la verdadera fe dado que abre el camino a Dios y nos permite seguir en sus pisadas. Cuando sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios, alcanzó la meta final de la fe. Es el consumador (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œquien la perfecciona†). Como quien ha ejercido la fe a pleno desde el comienzo hasta el fin, ha cumplido las promesas de Dios para todos los que creen, dando a la fe una perfecta base por medio de su obra como sumo sacerdote. Jesús sufrió (BJBJ Biblia de Jerusalén, †œsoportó†) porque miraba más allá de la vergüenza y sufrimiento de la cruz al gozo que tení­a por delante. Debemos tener la misma perspectiva y ser alentados por su perseverancia en soportar tanta hostilidad de pecadores sin que decaiga †¦ el ánimo ni desmayéis. Dada su experiencia pasada, este aliento tendrí­a una relevancia especial para los primeros lectores (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:32–34), aunque ellos no habí­an sido llamados aún a resistir hasta la sangre.
5–8 Pero, ¿por qué el pueblo de Dios deberí­a sufrir insultos, rechazo y persecución? El autor se anticipa a esas cuestiones cuando acusa a los lectores de haber olvidado Prov. 3:11, 12. La exhortación se dirige a los creyentes en toda época como hijos de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:10–13). Les asegura que la condición de hijos y el sufrimiento van de la mano, porque el Señor disciplina al que ama. Los cristianos son llamados a permanecer bajo la disciplina, reconociéndola como una prueba práctica de su relación especial con Dios (Dios os está tratando como a hijos). La disciplina (en gr. paideia) a veces implica reprensión y castigo, como declara el texto de Proverbios. Pero también incluye la enseñanza y capacitación positivas que los padres amorosos dan a sus hijos en toda la gama de circunstancias como para llevarlos hasta la madurez. Por cierto, en la experiencia humana común y en la relación con Dios, aquellos que no son disciplinados son ilegí­timos y no hijos.
9-11 Cuando somos disciplinados adecuadamente por nuestros padres carnales †¦ les respetábamos. ¡Cuánto más aquellos que son disciplinados por el Padre de los espí­ritus deben aprender a obedecerlo para que vivan! Porque la disciplina de Dios es necesaria para mantenernos en el camino de la vida eterna. La disciplina paterna está limitada a nuestros años infantiles (por pocos dí­as) y quizá no haya sido administrada sabiamente (como a ellos les parecí­a). Pero Dios, en su infinito amor y sabidurí­a nos disciplina para bien, a fin de que participemos de su santidad a lo largo de toda nuestra vida. La santidad de Dios es su vida y personalidad distintivas. La compartirá definida y completamente con aquellos a quienes lleve a su reino. Entre tanto, usa varias pruebas para sostener nuestra fe y producir fruto apacible de justicia en aquellos que han sido ejercitados o entrenados por medio de esa disciplina. En otras palabras, por su gracia, podemos empezar a compartir la vida y el carácter santo de Dios aquí­ y ahora.
12, 13 El llamado a fortalecer las manos debilitadas y las rodillas paralizadas recuerda la figura de un torneo atlético. Es un desafí­o a abandonar el temor y la desesperación y no llegar a quedar exhaustos en la carrera de la fe (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 35:3, 4). La cita de Prov. 4:26 (enderezad para vuestros pies los caminos torcidos) es una advertencia a seguir el camino que Dios ha preparado sin desviarnos a derecha o izquierda. Es de particular importancia ayudar a aquel que está espiritualmente cojo para que mantenga el camino correcto, de modo que no llegue a tropezar y sea desviado permanentemente, sino más bien sanado. En otras palabras, los cristianos tienen la responsabilidad de cuidarse unos a otros y alentarse entre sí­ para no caer en el camino. Las implicaciones prácticas de todo esto son reveladas en la sección siguiente.

12:14-13:25 LLAMADOS A UN ESTILO DE VIDA QUE HONRE A DIOS

La conclusión de Heb. ofrece una mezcla ya familiar de advertencias y alientos. Sin embargo, aquí­ el énfasis no es simplemente sobre la necesidad de perseverar en la fe y obtener lo que Dios ha prometido. El plan de Dios de que †œparticipemos en su santidad† (v. 10) coloca sobre nosotros la obligación de procurar la santidad en el presente (v. 14). De ese modo, las implicaciones morales de la fe cristiana son expuestas y explicadas por el autor. En sentido negativo, el ejemplo de Esaú se usa para advertir sobre el peligro de perder la gracia de Dios (vv. 15–17). En lo positivo, la maravillosa seguridad de que hemos †œrecibido un reino que no puede ser sacudido† llega a ser la base para un llamado a la gratitud y la adoración aceptable (vv. 18–29). Esto debe expresarse en el tipo de estilo de vida de obediencia bosquejado en 13:1–17.
Los primeros receptores de Heb. son alentados a recordar a sus primeros lí­deres e †œimitar su fe† (13:7). Esto se reitera por el llamado a obedecer a los lí­deres del momento y †œsometerse a su autoridad† (v. 17). Entre ambas apelaciones, el lenguaje de sacrificio vuelve a aparecer (vv. 8–16), para destacar una vez más el carácter único del sufrimiento de Cristo y sus consecuencias. En vez de ser †œalejados por enseñanzas extrañas†, deben permanecer fieles a Jesús. Cuando adoptan una posición a favor de él, †œfuera del campamento† del judaí­smo, deben estar dispuestos a soportar la †œafrenta que él llevó† y fijar su vista en la ciudad venidera. Su religión no ha de estar ligada a un santuario o un culto terrenal, sino que debe involucrar el confesar de Cristo en el mundo y el compartir lo que tienen con otros.
Un pedido personal de oración es seguido por una oración de buen deseo por los lectores, pidiendo a Dios que los equipe †œcon todo lo bueno para hacer su voluntad† (vv. 18–21). Entonces, con un desafí­o a soportar con su †œpalabra de exhortación† y la promesa de una posible visita, el autor concluye su obra con algunos breves saludos (22-25).

12:14-17 Una advertencia final contra el fracaso

Procurad la paz con todos significa, ante todo, el mantener la armoní­a en la comunidad cristiana (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:1–3, 7, 16, 17). El desafí­o relacionado es el de procurar la santidad. Basado en el v. 10 es claro que Dios debe obrar en nuestras vidas para hacer posible que †œcompartamos su santidad† (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:20, 21), pero el v. 14 insiste en que tenemos una parte que cumplir. Debemos buscar esa santidad práctica de la vida (gr. hagiasmos, †œconsagración, santificación†) que fluye de una dedicación genuina a su servicio y obediencia a su voluntad. Al margen de esa santidad nadie verá al Señor (es decir, experimentar la vida eterna). Las implicaciones del v. 14 se extraen en los versí­culos siguientes.
15 Los cristianos deben vigilar por el bienestar espiritual de otros en la iglesia, para que ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios. La gracia de Dios siempre está disponible †œpara ayudarnos en tiempos de necesidad† (4:16). Los que no logran depender y responder a ella no entrarán en el reino celestial (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:12–14). Ciertamente, puede llegar a ser una raí­z de amargura que provoque problemas para toda la congregación y contamine a muchos. Tales figuras recuerdan Deut. 29:18, donde Moisés advierte sobre la amargura que puede desparramarse a lo largo de la comunidad del pueblo de Dios a causa de un miembro rebelde.
16, 17 Esaú es señalado como un ejemplo dramático de alguien que dio la espalda a la gracia de Dios y por una sola comida vendió su propia primogenitura (Gén. 25:29–34). No hay duda de que Esaú era profano (BJBJ Biblia de Jerusalén, †œimpí­o†), pero Génesis no da indicio de que fuera inmoral (gr. pornos). Este término podrí­a ser usado en forma general sin referencia a Esaú, como parte del llamado del autor a la santidad práctica (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:4). Por otro lado, podrí­a ser usado en sentido metafórico, para describir la apostasí­a de Esaú como una †œprostitución† de su relación con Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 31:16; Jue. 2:17). Después de ese completo rechazo de la gracia de Dios, cuando Esaú quiso heredar la bendición del primogénito, fue reprobado (Gén. 27:30–40). Heb. no menciona nada sobre el engaño de Jacob, pero da a entender que Esaú no halló más ocasión de arrepentimiento, debido a su apostasí­a anterior.

12:18-29 Respondiendo al llamado de Dios

En forma caracterí­stica, el autor cambia de las advertencias al estí­mulo, recordando a sus lectores de los privilegios que les pertenecen por la gracia de Dios. Pero tales privilegios exigen una respuesta permanente de fe y obediencia. Cuando Israel se reunió ante el monte Sinaí­ para escuchar la voz de Dios, fue una ocasión aterrorizadora (vv. 18–21; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 19), moviendo al pueblo a clamar que no se les hablase más. Por lo contrario, los cristianos han llegado por la fe al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, donde él está en el centro de una asamblea de ángeles y de santos perfeccionados de todas las generaciones (vv. 22–24). Aquí­ el énfasis está en la aceptación por causa de Jesús el mediador del nuevo pacto y su muerte expiatoria. De modo que no tenemos razón para rechazar al que advertí­a o apartarnos del que advierte desde los cielos (vv. 25–27). La certeza de compartir en el reino inconmovible de Dios debe motivarnos a una vida de gratitud y adoración aceptable (vv. 28, 29).
18–21 Los israelitas se acercaron a Dios en el monte Sinaí­ para escuchar los términos de su pacto y descubrir lo que significaba servirle como nación santa (Exo. 19:5, 6). Heb. arroja luz sobre los horrores fí­sicos que fueron parte de ese evento. Pero el fenómeno central y más significativo fue la voz que les hablaba (Exo. 19:16–24). Tan aterrador fue el encuentro con Dios que los que lo oyeron rogaron que no se les hablase más (Exo. 20:18, 19). Aun Moisés, el mediador, temblaba de temor (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 9:19).
22–24 El monte Sion, que puede ser entendido como la meta final del pueblo de Dios cuando dejaron Egipto, es el punto al cual los cristianos ya se han acercado. Sin embargo, la ciudad del Dios vivo †¦ la Jerusalén celestial es lo que está indicado más que un destino terrenal (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 4:26; Apoc. 21:2). Los hombres y mujeres de fe en los tiempos del ATAT Antiguo Testamento miraban con esperanza hacia esta ciudad (cf.cf. Confer (lat.), compare 11:10, 13–16), pero aquellos que se han acercado a Dios por medio de Jesucristo (se usa el mismo verbo en 4:16; 7:25; 10:22; 11:6) ahora son parte de la escena celestial. Esta es una forma ví­vida de decir que tenemos la seguridad de la herencia eterna prometida por medio de la fe en Jesús y en su obra. En esa ciudad celestial hay millares de ángeles unidos en la celebración con la asamblea de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Aquí­ hay una visión de la compañí­a definitiva y completa del pueblo de Dios, reunido alrededor de Cristo en lugares celestiales (cf.cf. Confer (lat.), compare Ef. 2:6, 7; Apoc. 7). Ahora podemos gozar de la membresí­a de esa asamblea (o †œiglesia†) por medio de la fe. Si nuestros nombres están inscritos en el libro de la vida, algún dí­a gozaremos de todos los derechos de la ciudadaní­a. Dios está allí­ como el juez de todos, lo que sugiere que el juicio debe tener lugar antes (cf.cf. Confer (lat.), compare 9:27). Sin embargo, esta iglesia celestial consiste en los espí­ritus de los justos ya hechos perfectos, indicando que ellos son los han sido hechos perfectos para siempre por el sacrificio único de Jesucristo (10:14). Como mediador del nuevo pacto, su sangre rociada provee una limpieza perfecta de la contaminación del pecado (9:13–15; 10:22). La sangre de Abel clama por venganza (11:4), pero la sangre de Cristo habla mejor, asegurándonos el perdón y la aceptación. Todos deben enfrentar el juicio de Dios, pero los que confí­an en el poder expiatorio de la muerte de Jesús pueden mirar hacia adelante confiando en la liberación y en la vida permanente en presencia de Dios.
25–27 La nota de advertencia aquí­ parece un tanto abrupta después de la seguridad de los vv. 22–24. Pero el punto del autor es que el Dios que habló en el Sinaí­ (en la tierra rechazaron al que advertí­a) continúa llamándonos desde la Jerusalén celestial (el que advierte desde los cielos). ¡No debe hacerse una distinción artificial entre el Dios del ATAT Antiguo Testamento y el del NTNT Nuevo Testamento! Puesto que Dios nos habla generosamente del perdón y aceptación a través de la sangre de su Hijo, no debemos rechazar al que habla. Si los israelitas no escaparon de la condenación de Dios cuando le dieron la espalda, mucho menos escaparemos nosotros (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–4). Cuando Dios habló desde el monte Sinaí­, toda la montaña tembló violentamente (Exo. 19:18). Hag. 2:6 promete que, cuando llegue la hora para el juicio final y el término del actual orden mundial, Dios sacudirá no sólo la tierra, sino también el cielo (v. 26). Sólo quedará lo que no puede ser sacudido (v. 27), o sea, el †œreino† que Cristo comparte con aquellos que siguen confiando en él (v. 28).
28, 29 La respuesta apropiada al ofrecimiento de la gracia de Dios de un reino que no puede ser sacudido debe ser la †œgratitud† (ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada). Tal gratitud es la base y motivación para la adoración verdadera y aceptable. El verbo gr. (latreuein) que se traduce sirvamos, aparece también en 9:14 y en otras versiones tiene la idea de rendir culto. La adoración cristiana no puede ser restringida a la oración y la alabanza en un contexto congregacional. Como lo ilustra el cap. 13, debemos adorar o servir a Dios por medio de nuestra fidelidad y obediencia a todas las áreas de nuestra vida (nótese especialmente 13:15, 16; cf.cf. Confer (lat.), compare Rom 12:1). Sin embargo, el autor también insiste en que la adoración aceptable se caracteriza por el temor y la reverencia, y apoya su desafí­o con una descripción de Dios como fuego consumidor. Esto alude a Deut. 4:24 (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 9:3; Isa. 33:14), donde se advierte a los israelitas a no ser tolerantes con la idolatrí­a, sino a permanecer fieles al Señor y servirle exclusivamente, para no provocarle a ira. La certeza de la gracia de Dios nunca debe oscurecer la verdad de que un terrible juicio aguarda al apóstata.

13:1-17 La adoración y la vida cotidiana

Los lectores son desafiados a perseverar en el tipo de expresiones prácticas de amor y fe paciente previamente encomendado (p. ej.p. ej. Por ejemplo 6:10–12; 10:32–36). Prosiguiendo la lí­nea de 12:28, 29, el pasaje sugiere que el servir a otros de la manera que Dios indica es una dimensión importante de nuestra adoración (v. 16). Sin embargo, también es verdad que servimos a Dios ofreciéndole alabanza por medio de Jesucristo, en cada área de nuestra vida (v. 15). Cuando el autor vuelve otra vez a mostrarnos cómo el cristianismo cumple y reemplaza el modo de adoración asociada con el tabernáculo (vv. 10–14), se hace claro que las formas tradicionales de pensar sobre la †œreligión† deben ser transformadas radicalmente por el evangelio.
1–8 Servimos a Dios amando a otros creyentes con amor fraternal (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œcomo hermanos†), hospedando a los extraños (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œlos que lleguen a su casa†), ministerio que a veces es recompensado de maneras sorprendentes como en Gén. 18–19), recordando a los presos o a los afligidos como si estuviéramos compartiendo sus experiencias, siendo fieles en el matrimonio y evitando la inmoralidad sexual. Dios también es honrado por aquellos que se mantienen sin amor al dinero y están contentos con lo que tienen. El secreto de tal contentamiento es el aprender a confiar en Dios para lo que sea necesario (como lo indican las citas de Deut. 31:6 y Sal. 118:6, 7). Los lectores también son alentados a agradar a Dios, recordando el estilo de vida de aquellos dirigentes que fueron los primeros en llevarles el evangelio, e imitando su fe. Los lí­deres vienen y se van, pero Jesucristo, en quien ellos confiaron y a quien siguen, es el mismo hoy como lo fue ayer. También seguirá siendo el mismo por los siglos (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:8–12), o sea el fundamento definitivo para la fe y la obediencia cristianas.
9, 10 Aparece una nota negativa con la advertencia de no ser llevados de acá para allá por diversas y extrañas doctrinas. El autor se refiere sólo a las comidas rituales que nunca aprovecharon a los que se dedican a ellas. Ciertos alimentos y quizá ciertas comidas ceremoniales se ofrecí­an a los lectores como si fueran útiles para la nutrición de sus vidas espirituales. Sin embargo, es por la gracia de Dios y no por las reglas sobre la comida que el corazón haya sido afirmado (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom 14:17; 1 Cor. 8:8; Col. 2:16, 20–23). Las leyes sobre alimentos están entre los †œreglamentos externos†, ya superadas y obsoletas por la obra de Cristo (9:10). Con la insistencia de que tenemos un altar, el autor vuelve al modelo de argumento que dominó los capí­tulos centrales de su libro: el sumo sacerdocio, los sacrificios y el santuario del ATAT Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento en la persona y obra de Jesucristo. Altar es otro término del culto usado en forma abreviada y figurada para referirse al sacrificio de Cristo. Aquellos sacerdotes judí­os que sirven en el tabernáculo y que están autorizados a beneficiarse de sus sacrificios (p. ej.p. ej. Por ejemplo Lev. 7:5, 6; Núm. 18:9, 10) no tienen derecho de comer del altar del nuevo pacto. Ellos, junto con cualquier otro relacionado con esa forma de culto, están siguiendo la †œsombra† en vez de la realidad (8:5; 10:1). El autor de Heb. no extrae aquí­ la inferencia de que los cristianos pueden, ni aun en sentido metafórico, comer de su altar o beneficiarse en forma sacramental del sacrificio definitivo de Cristo. Es notable que aquí­ no haya un estudio de la cena del Señor en este contexto, ni siquiera en el plano de corregir falsos criterios de la comida en comunidad.
11–14 Una nueva reflexión sobre el ritual del dí­a de la expiación lleva al autor a una observación significativa: los cuerpos de las ví­ctimas del sacrificio eran quemados fuera del campamento (Lev. 16:27). Dejar el área donde los israelitas estaban acampados en el desierto, aun por un deber sagrado, hací­a que la persona se tornase impura y necesitada de un rito de purificación antes de poder reingresar al campamento (Lev. 16:28). ¡De modo que cuando Jesús sufrió fuera de la puerta de Jerusalén, su ofrenda carecí­a de limpieza y santidad de acuerdo con esas tradiciones! Pero, paradójicamente, es su sacrificio el que santifica al pueblo de acuerdo con el nuevo pacto (v. 12; cf.cf. Confer (lat.), compare 10:10). La muerte de Jesús señala el fin de todo el modo de pensar sobre la religión y la adoración. Los cristianos que han sido limpiados y consagrados a Dios por el sacrificio de Cristo no deben seguir refugiándose en lugares sagrados y en actividades rituales, sino que deben salir a él, fuera del campamento, llevando su afrenta (v. 13; cf.cf. Confer (lat.), compare 12:2–4). Para los primeros lectores esto significaba romper definitivamente con el judaí­smo e identificarse con aquel que era considerado como maldito por la forma en que murió (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 3:13). El lugar del servicio o de la adoración cristiana ¡es la impureza del mundo en que reinan la incredulidad y la persecución! Sin embargo, en ningún lugar de este mundo encontraremos el cumplimiento de nuestras esperanzas porque buscamos la ciudad que ha de venir (v. 14: cf.cf. Confer (lat.), compare notas sobre 4:3–5; 12:22–24).
15–17 El pasaje llega a la conclusión con otras dos explicaciones de lo que significa la adoración bajo el nuevo pacto. Por medio de él (Jesucristo), los cristianos han de ofrecer siempre a Dios sacrificio de alabanza. En lenguaje tomado de Ose. 14:2, según la Septuaginta, este sacrificio se describe como fruto de labios que confiesan su nombre. En otras palabras, es un sacrificio que consiste en alabanza, reconociendo públicamente el nombre o carácter de Dios. Esto puede ocurrir cuando los cristianos se reúnen para alentarse unos a otros (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:24, 25), o cuando confiesan a Cristo delante de los incrédulos en el mundo. Hacer el bien y compartir con otros es también culto aceptable porque tales sacrificios agradan a Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Stg. 1:26, 27). Tales sacrificios no deben ser considerados como una forma de cultivar el favor de Dios, dado que la adoración cristiana tiene el propósito de expresar gratitud por el amor que él nos mostró primero (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:28). Aunque es obvio que el autor está preocupado antes que nada por las expresiones prácticas del compañerismo entre cristianos (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:32–34; 13:1–3), también hay muchas oportunidades de servir en sus necesidades a los que están fuera de la fraternidad cristiana. En vez de volver a las formas judaicas de pensar o de ser influenciados por enseñanzas extrañas de otras fuentes, los lectores son urgidos a obedecer a sus actuales dirigentes y someterse a ellos (v. 17). Deben hacerlo reconociendo la responsabilidad especial de lí­deres cristianos y la necesidad de alentarlos en el papel que Dios les ha dado.

13:18-25 Mensajes personales y bendición final

Por primera vez el autor habla de sí­ mismo en primera persona del singular, señalando su propia experiencia como lí­der y pidiendo a los lectores que oren para que él pueda visitarlos pronto otra vez (vv. 18, 19). Una vez más suena la nota de agradar a Dios en la bendición final (vv. 20, 21). En primer lugar, se enfoca lo que ha hecho el Dios de paz al levantar de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Ped. 2:25; 5:4). El Señor Jesús exaltado es aquel que permanece para siempre como lí­der y guí­a definitivo del rebaño de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 7, 8). La resurrección de Jesús confirma que su sangre fue efectiva para establecer el pacto eterno por medio del cual experimentamos la paz de Dios y compartimos su reino. De ese modo, podemos confiadamente pedir a Dios que nos capacite en todo lo bueno para hacer su voluntad, y depender de él para que haga en nosotros lo que es agradable delante de él por medio de Jesucristo. La adoración aceptable en toda su dimensión sólo puede ser ofrecida por medio de Jesucristo a través de la capacitación divina.
El autor ha reconocido previamente que tiene cosas que decir que son †œdifí­ciles de explicar† (5:11), y ahora insta a sus lectores a recibir bien lo que él les ha escrito (v. 22). Considerando la amplitud de sus temas, sólo los ha expuesto brevemente y su palabra es esencialmente una palabra de exhortación para animarlos. Las noticias de la libertad de Timoteo sugieren que pronto ambos podrí­an visitar a los lectores (v. 23). Este versí­culo indica que probablemente el autor estaba relacionado en alguna manera con Pablo y su equipo misionero, aunque no hay una base válida para sostener la tradición que lo identifica como el mismo Apóstol. El autor se une en los saludos finales con los de Italia, dando a entender que estaba acompañado por algunos cristianos de ese paí­s, quizá estando ellos en otro paí­s, deseando alentar a los hermanos en la fe que moraban en Italia. La gracia sea con todos vosotros es una forma convencional de despedida en las cartas del NTNT Nuevo Testamento (p. ej.p. ej. Por ejemplo Rom. 16:20; 2 Cor. 13:13), pero es particularmente apropiada para Heb. con su continuo énfasis en la gracia de Dios que nos ha sido mostrada en nuestro Señor Jesucristo.
David Peterson

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia

En el AT ˒iḇrı̂ sólo se emplea en el relato de los hijos de Israel en Egipto (Gn. 39-Ex. 10), en la legislación concerniente a la manumisión de los siervos heb. (Ex. 21; Dt. 15; cf. Jer. 34), en el registro del encuentro entre los israelitas y los filisteos durante la época de Samuel y Saúl (1 S. 4; 13–14; 29), y en Gn. 14.13 y Jon. 1.9.

El origen del patronímico “hebreo”, ˒iḇrı̂, utilizado para Abraham y sus descendientes, puede encontrarse en su antepasado Heber (Gn. 10.21ss; 11.14ss). Por consiguiente la designación sirve para relacionar la revelación a Abraham con la promesa del pacto hecha a Sem. La doxología de Noé en alabanza de la unión conforme al pacto entre Yahvéh y la familia de Sem (Gn. 9.26), encuentra eco en Gn. 14 en la doxología de Melquisedec (vv. 19–20), que celebra la bendición del pacto divino en Abraham el hebreo, e. d. del linaje de Sem. El hecho de que el favor divino recaiga sobre Abraham el hebreo, en un conflicto en el que se lo encuentra en alianza militar con los “hijos de Canaán” contra las fuerzas de un elamita “hijo de Sem” (cf. Gn. 10.15ss, 22), indica que la elección de Sem anunciada por Noé se realizaba más particularmente a través de los semitas heberitas (hebreos) (cf. Gn. 11.10–26).

La amplia significación de ˒iḇrı̂ en Gn. 14.13 también podría suponerse plausiblemente en el contexto de Gn. 39-Ex. 10 (cf. especialmente Gn. 40.15; 43.32; Ex. 2.11). Sin embargo, el uso allí quizás no sea uniforme, ya que parecería que hay una simple equiparación de hebreos e israelitas en Ex. 5.1–3 (cf. 3.18), por ejemplo, aunque al hablar del “Dios de los hebreos”, Moisés posiblemente designa a sus hermanos “hebreos” como los hebreos por excelencia.

En vista de esta aplicación más amplia de ˒iḇrı̂, no resulta sorprendente la aparición de ˒iḇrı̂m no israelitas, o incluso no abrahamitas, en textos no bíblicos de la época patriarcal y en la de Moisés. De acuerdo con una teoría popular, los ḫa-BI-ru, que figuran en numerosos textos del 2º milenio a.C., son de estos ˒iḇrı̂m. Generalmente se considera que el término ḫa-BI-ru es un apelativo que denota a un grupo social o profesional, pero algunos detectan un componente étnico en su identidad. Sin embargo, la equiparación fonética de ˓iḇrı̂ y ḫa-BI-ru es sumamente debatible. La presencia de los ḫa-BI-ru en Canaán, como la atestiguan las cartas de Amarna, no puede equipararse satisfactoriamente con la conquista hebrea.

Sobre la base de la interpretación del término ḫa-BI-ru en los contratos de Nuzi, relativos a los siervos, como un apelativo que significaba “siervo-extranjero”, se ha argumentado que ˓iḇrı̂ en la legislación de Ex. 21.2 y Dt. 15.12, cuyos términos se corresponden perfectamente con las estipulaciones de los contratos ḫa-BI-ru, no denota una identidad étnica específica, sino la situación de un inmigrante, y, por lo tanto, que el ˓eḇed ˓iḇrı̂ es como el ḫa-BI-ru de Nuzi, un siervo extranjero. Pero esa interpretación de ḫa-BI-ru en los textos de Nuzi es incorrecta, aparentemente, y por cierto que la legislación bíblica se refiere a siervos israelitas. Dt. 15.12 identifica al siervo hebreo como “tu hermano” (cf. vv. 3; Jer. 34.9, 14). Se objeta que lo que Ex. 21 permite para el ˓eḇed ˓iḇrı̂, Lv, 25 lo prohibe para el israelita; pero lo que permite Ex. 21.2ss es una perpetuación voluntaria de un tipo de servicio aceptable, mientras que Lv. 25.43–44 prohibe una esclavitud obligatoria, permanente, y rigurosa. La estipulación del jubileo en Lv. 25 es un privilegio complementario concedido al siervo hebreo, que aparentemente acordaba preferencia al derecho adicional del sirviente a un servicio voluntario vitalicio (Ex. 21.5–6).

Se ha sostenido que los ˓iḇrı̂m de 1 S. 13 y 14 son mercenarios no israelitas (papel característico de los ḫa-BI-ru). Pero en 13.3–4 evidentemente “los hebreos” son los mismos que “todo Israel”. Además, aparentemente se trata de “los hombres de Israel descritos en 13.6, a quienes se refieren los filisteos en 14.11, designándolos “hebreos”. Hay una identificación similar de los ˓iḇrı̂m en 13.19–20 (cf. tamb. 4.5–9). En 13.6–7 los ˓iḇrı̂m no se distinguen, como algunos pretenden, de los “hombres de Israel”; más bien, se describen dos grupos de israelitas. El vv. 6 se refiere a aquellos que habían sido excusados del servicio militar (2b), y que más tarde se escondieron en los montes al O del Jordán. El vv. 7 se aplica a ciertos israelitas, llamados allí “hebreos”, que habían sido seleccionados por Saúl (2a), pero que después desertaron y buscaron refugio al E del Jordán (nótese la reducción del ejército de Saúl: 13.2, 11, 15; 14.2). En cuanto a 14.21, aun si consideramos que los ˓iḇrı̂m habían luchado para el enemigo, puede haberse tratado de traidores israelitas. El texto original del vv. 21, sin embargo, apoya la exégesis de que ciertos hebreos, después de haber perdido el coraje, volvieron a luchar contra los filisteos al lado de Saúl. Estos ˓iḇrı̂m son los que se mencionan en 13.7a. Junto con los hombres de Israel que se habían escondido en la zona montañosa de Efraín (14.22; cf. 13.6) volvieron para aumentar las filas de Saúl, que inesperadamente obtuvieron la victoria.

El uso de ˓iḇrı̂ en el AT es, por lo tanto, sostenidamente étnico. En la mayor parte de los casos en los que hablan no israelitas, o en que se les habla a ellos, muchos ven un matiz despectivo en el uso de ˓iḇrı̂. La sugerencia de que ˓iḇrı̂ alterna con “israelita” en situaciones en las que la persona no es un ciudadano libre en suelo libre, quizás no sea inadecuada para cualquiera de los pasajes del AT. Pero incluso si ese fuera el sentido, no sería el primario ni sería permanente. En el NT “hebreo” se encuentra como término exclusivista para los judíos que no se dejaron influir decisivamente por la helenización (Hch. 6.1), pero también como un término que distingue a los judíos, en general, de los gentiles (2 Co. 11.22; Fil. 3.5).

Bibliografía. J. Bright, La historia de Israel, 1966, pp. 99–101; S. Herrmann, Historia de Israel, 1979, pp. 76, 85, 88; R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 202–219.

M. G. Kline, “The a-BI-ru—Kin or Foe of Israel?”, WTJ 20, 1957, pp. 46ss; F. F. Bruce en AOTS, pp. 3ss; R. de Vaux, “Le Problème des ßapiru après quinze Années”, JNES 27, 1968, pp. 221–228; R. Mayer y T. McComiskey, NIDNTT 2, pp. 304–323.

M.G.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico