HERMANOS

en sentido estricto designa a los procreados por el padre de la misma madre o de distintas madres. El término tiene un uso muy amplio en las Escrituras, con el se designa a los miembros de una misma familia y se extiende a todos los parientes, como entre tí­os y sobrinos, entre primos; a los de una misma tribu; a los de un mismo pueblo; incluso a un amigo, 2 S 1, 26. Era también trato corriente entre soberanos, 1 R 9, 13; 20, 32-33; un tí­tulo que los reyes concedí­an a sus amigos, 1 M 10, 18; 11, 30; 2 M 1, 22.

En vario lugares del N. T. se mencionan a los h. de Jesús o los h. del Señor, Mt 12, 46-50; 13, 55; Mc 3, 31-35; 6, 3; Lc 8, 19; Jn 2, 12; 7, 3-5 y 10; Hch 1, 14; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19. Desde la época de los Padres de la Iglesia, se dice que cuando se habla de los h. de Jesús, se hace referencia a primos, parientes suyos, no a h. biológicos, puesto que Marí­a permaneció siempre virgen y, además, no tendrí­a sentido el texto del evangelista, cuando Cristo en la cruz le encomienda a su madre Marí­a al apóstol Juan, quien la acogió en su casa, Jn 19, 26-27.

Jesús dice que sus h. son quienes hacen la voluntad de su Padre Mt 12, 50. H. les dice Jesús a sus discí­pulos, Mt 28, 10; Jn 20, 17. En los tiempos apostólicos, h. era el trato corriente entre los discí­pulos, los creyentes en Cristo, h. en la misma fe, y así­ también se dirigen los apóstoles a los fieles, Hch 1, 15-16; 6, 3; 9, 30; 11, 1; 12, 17; Rm 1, 13. Jesús es el primogénito entre los h., hijos todos del mismo Padre, Mt 25, 40; Rm 8, 19; Hb 2, 11-13.

Entre los creyentes es decir, entre los h., debe reinar la caridad, el amor fraterno, Rm 12, 10; 1 Ts 4, 9; 1 P 1, 22; 1 Jn 13, 14.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Designación de numerosos movimientos, sectas y grupos religiosos a través del tiempo. Durante la Reforma del siglo XVI, muchos de los primeros ® ANABAPTISTAS lo usaron en Suiza, Alemania, Moravia, Holanda, Polonia y otros lugares; pero su uso inicial respecto a organizaciones se ubica aun antes del monasticismo y las órdenes religiosas.
La mayorí­a de las iglesias identificadas actualmente con ese nombre se consideran protestantes o evangélicas.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

Este término se usa de muchas maneras en la Biblia. La primera referencia es a personas que son hijos del mismo padre o de la misma madre. En las lenguas semí­ticas, sin embargo, se aplica más ampliamente para incluir a parientes varones. Es sinónimo de compatriota (Lev 10:4; Deu 15:3), o amigo (2Sa 1:26), o persona de una misma profesión (2Cr 31:15; Esd 3:8), etcétera. Como los israelitas eran hijos de Abraham (Jua 8:33-39), el término h. se usaba entre ellos con una acepción restrictiva a los miembros de la †œcongregación de Israel†. Pero en el NT los que creen en el Señor Jesús son †œhechos hijos de Dios† y, por lo tanto, h. entre sí­. Como tales, han de amarse unos a otros (1Jn 2:7-11; 1Jn 3:14-17). Además de reflejar la realidad de compartir la misma naturaleza espiritual, para los cristianos la palabra h. tiene por propósito resaltar la igualdad entre ellos (Mat 23:8). Es el apelativo que más se utiliza para señalar a los creyentes.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Familiares procedentes del mismo padre o madre. En sentido metafórico y moral, los que pertenecen de alguna manera a la misma comunidad, fraternidad o familia. En los lenguajes orientales, y también bí­blicos, los hermanos son todos los consanguí­neos de alguna forma (primos, parientes, incluso vecinos, conocidos).

Es una de la palabras que más se repite en los escritos del Nuevo Testamento, (382 veces) de modo que desde el ejemplo del mismo Jesús (Jn. 20. 17; Mc. 3. 35; Lc. 8. 21) hasta la práctica cotidiana de los Apóstoles y de todos los primeros cristianos, la expresión se convierte en la forma habitual de autodenominarse en las comunidades cristianas. Los demás les llamarán nazarenos al principio y cristianos después (Hech. 11.26).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(P1 Caí­n, Abel, violencia, familia, Iglesia). El tema de la fraternidad constituye uno de los motivos básicos de la Biblia, que concibe a los hombres y mujeres como hermanos, miembros de una misma familia. Pero la Biblia sabe que la fraternidad es un riesgo y un camino, como indica el relato de Caí­n y Abel y el movimiento de Jesús.

(1) La fraternidad como riesgo. Caí­n y Abel (Gn 4,1-16). Caí­n y Abel aparecen en la Biblia como los primeros hermanos sobre el ancho mundo, rodeados únicamente por Dios. Pasan a segundo plano (o se silencian) todas las restantes figuras: hijos, mujeres, parientes, pueblo… Ellos son todo lo que existe: dos hermanos, es decir, lo más cercano (han brotado del mismo vientre de la madre, se han educado juntos) y lo más opuesto (ambos desean lo mismo). Tienen todo lo que podrí­an desear, pues se extiende ante sus ojos el inmenso mundo, pero cada uno desea sólo lo que tiene el otro, en gesto de mimetismo o imitación envidiosa, (a) Oficios y cultura. Abel es pastor, Caí­n agricultor. Así­ percibe la Biblia los dos primeros oficios* del mundo. Los pastores viven al aire libre, sin muros ni fronteras. Por el contrario, los agricultores rodean de vallas sus campos y edifican ciudades donde se resguardan con precaución de la posible violencia. Ese antagonismo por oficios o trabajos mostrarí­a la primera lucha social, la guerra entre agricultores y pastores, con la victoria final (injusta y violenta) de los primeros. (b) Dos tipos de ofrenda. Los hermanos se relacionan entre sí­ a través de un Dios concebido como expresión del valor de sus vidas y como principio de sometimiento. No se ha dicho que Dios les pida algo, pero ellos se lo ofrecen, en gesto de rivalidad, como si ambos quisieran comprar (conseguir) su favor. Lógicamente, Caí­n eleva ante Dios una minia: una ofrenda* vegetal, en gesto de agradecimiento; de esa forma reconoce su dependencia religiosa y el sentido de su vida en medio de la tierra. Por su parte, Abel presenta un zebaj, el sacrificio de los primogénitos del rebaño, quemando ante el altar la grasa de las ovejas/cabras. Así­ aparecen y se configuran los dos tipos de culto: uno vegetal y otro animal, uno de agricultores y otro de pastores.

(2) El Dios de los dos hermanos. El texto afirma, sin ningún tipo de duda, que Dios aceptó la ofrenda de Abel, no la de Caí­n (Gn 4,4-5). Parece que en el fondo está la predilección de Dios (de los dioses) de Oriente a quienes les gustaba más el sacrificio de animales, la grasa que se quema en su honor sobre el altar (cf. Gn 8,15-22). No se dice que Abel sea mejor, no se añade que Caí­n sea perverso. Simplemente se afirma, con toda sobriedad, que a Dios le agrada (sha†™a) la ofrenda de Abel (de animales), no de plantas (de Caí­n). Este Dios ratifica la primera diferencia entre los hombres. Las cosas no son iguales, las respuestas de Dios (del cielo) son diversas. ¿Por qué? Podemos tener indicios, pero no razones. El texto no ha querido ni podido desarrollar las causas de la diferencia humana (y divina). Sobre esa desigualdad, establecida aquí­ teológicamente, se inicia la historia humana, (a) Problema antropológico. La verdadera humanidad empieza allí­ donde un individuo acepta el hecho de que el otro sea distinto. En medio de la semejanza (hijos de la misma madre) los humanos somos diferentes. Donde esa distinción se niega, donde la alteridad se vuelve fuente de envidia, se destruye el ser humano. Así­ sucedió en esta primera historia de los dos hermanos: debí­an necesitarse y ayudarse, pero no dialogan; están vinculados de una forma casi simbiótica, pero no hablan entre sí­. Ambos tienen como punto de referencia a Dios y se disputan con ansia su favor. Es evidente que Dios es para ellos principio de enfrentamiento, (b) Dios, protector de asesinados: Caí­n ha matado a su hermano, pensando que con eso ha resuelto el problema, pues nadie hace memoria de los asesinados. Pero Dios no olvida, de manera que el problema verdadero empieza en realidad tras el asesinato, cuando Dios le pegunta ¿dónde está tu hermano? (Gn 4,9-10). Antes, Abel podí­a ser para Caí­n una presencia molesta, un tipo de amenaza. Ahora es mucho más, es una voz fuerte que se eleva desde la tierra, voz de sangre de los sacrificados a lo largo de la historia (como ha recordado Ap 6,9-11). ¿De dónde viene esa voz, dónde se conserva? Desde una perspectiva antropológica, podrí­amos suponer que el pasaje es un diálogo interior de Caí­n, que escucha dentro de sí­ la voz de sangre de Abel; su misma vida conservarí­a la memoria de los muertos. Pero, al mismo tiempo, Caí­n siente que esta voz le desborda, como voz de trascendencia que nace del recuerdo del asesinado.

(3) Jesús y el riesgo de la fraternidad: el hermano se alzará contra el hermano. El tema de la lucha entre hermanos, que ha sido formulado de manera paradigmática en el relato de Caí­n y Abel está en el fondo del conjunto de la Biblia. En ese campo destaca la experiencia de Jesús y de la Iglesia primitiva. Se trata de una experiencia riquí­sima y variada que debe matizarse con cuidado. Al buscar nuevas formas de vinculación en la que caben los excluidos del sistema, los cristianos han roto los principios de un parentesco sacral que absolutiza las pequeñas relaciones familiares (de padres, hijos y hermanos). Lógicamente, los viejos parientes no mesiánicos se sienten amenazados y defienden con violencia su estatuto social (su derechos y valores, su propia religión), como sabe el texto: “El hermano entregará a muerte a su hermano y el padre a su hijo; se levantarán los hijos contra sus padres y los matarán; y seréis aborrecidos de todos a causa de mi Nombre; pero quien persevere hasta el fin, será salvo” (Mt 10,21-22). La relación de padreshijos-hermanos constituí­a la columna vertebral de la religión israelita (y romana), que sacralizaba un tipo de estructuras patriarcales y fraternas (nacionales) que se amplí­an vinculando en armoní­a orgánica a todos los componentes del pueblo sagrado. El nombre de Jesús (el seguimiento mesiánico) pone en crisis ese tipo de familia: sus seguidores han roto los viejos lazos familiares, acogiendo en su grupo a los marginados del pueblo, haciéndose hermanos de aquellos que no tienen hermanos verdaderos. La persecución final aparece así­ como lucha a favor de un tipo de fraternidad exclusivista: los “buenos” hermanos rechazan a quienes destruyen o ponen en riesgo su tipo de fraternidad privilegiada. El tema aparece con toda claridad en el texto donde Marcos sitúa a Jesús ante sus hermanos. Siguiendo su técnica habitual de inclusión literaria, Mc ha vinculado la polémica de Jesús con el grupo formado por su madre-familiares (Mc 3,20.31-35) y el rechazo de los escribas de Jerusalén (Mc 3,22-30). Los escribas, que representan la tradición judí­a oficial, centrada en el templo o la ley del rabinismo, le acusan de endemoniado: destruye la identidad israelita. Al lado de los escribas, dentro del ámbito de sacralidad del judaismo nacional, se encuentran la madre y hermanos, que quieren llevarle, porque está fuera de sí­; ellos representan, con toda probabilidad, la iglesia judeocristiana de Jerusalén, que intenta controlar a Jesús y a su movimiento, situándolo dentro del contexto de la Ley. Pero el Jesús de Marcos forma parte de la misión helenista, que abre las fronteras de la casa cerrada de Israel. Desde esa perspectiva ha criticado a la iglesia de la madre y hermanos de Jesús, que intentan mantenerse dentro del contexto de la ley israelita. Ha sido posiblemente Marcos el que ha creado esta escena, recreando en esta perspectiva eclesial las tradiciones de ruptura familiar que pertenecen a la tradición de Jesús (Lc 9,57-62 par; 12,51-53 par; 14,26 par; cf. Mc 1,16-20; 10,28-30; 13,12). Frente a la familia de aquellos que pueden apelar al origen común o a las leyes nacionales del judaismo, Jesús eleva una nueva familia: “pues aquellos que cumplen la voluntad de Dios son mi hermano, mi hermana y mi madre”. De esa forma ha superado los principios genealógicos o familiares que están vinculados a la antigua ley judí­a o a las pretensiones genealógicas de los hermanos de Jesús. En ese mismo contexto se sitúan los pasajes del rechazo de Jesús en Nazaret (Mc 6,1-6), aunque aquí­ el tono es algo distinto: los que rechazan a Jesús ponen de relieve la poca importancia que tiene su familia.

(4) Hermanos de Jesús. Jesús ha querido superar un tipo de fraternidad hecha de enfrentamiento, a fin de que su comunidad pueda presentarse como espacio de comunicación gratuita, donde hay acogida para todos los que cumplen la voluntad de Dios. Para seguir en el camino de Jesús, la Iglesia ha tenido que superar el riesgo de una fraternidad honorí­fica, representada por los hermanos de sangre de Jesús, (a) Hermanos del Señor, tí­tido honorí­fico. Marcos ha desarrollado una tradición que se opone a las pretensiones genealógicas de los familiares de Jesús. Pero en otros contextos eclesiales, especialmente en la iglesia de Jerusalén, parece que los familiares de Jesús han recibido el tí­tulo honorí­fico de “hermanos del Señor”, que les reconoce el mismo Pablo (cf. Gal 1,19; 1 Cor 9,5). En esa lí­nea, Marí­a la madre de Jesús puede aparecer como Gebira* o Madre del Señor (Lc 1,43), cosa que Marcos parece haber querido rechazar cuando la presenta más bien como madre de Santiago y José, hermanos de Jesús (cf. Mc 15,40.47; 16,1). (b) Hermanos de Jesús, los más pequeños. Desde ese contexto resulta sorprendente la afirmación de Mt 25,31-46, donde Jesús, juez escatológico, se identifica con los más pobres (hambrientos, sedientos, desnudos, exiliados, enfermos, encarcelados). Precisamente los más pequeños, aquellos que son expulsados de todos los ámbi tos de las fraternidades gloriosas de este mundo, son sus hermanos. Frente al gesto de violencia fraterna (el hermano se alzará contra el hermano) se eleva aquí­ el gesto de acogida rnesiánica fraterna. Sólo desde aquí­ podrá decir Mt 23,8 que todos los creyentes son hermanos: “no llaméis a nadie Padre, porque sólo uno es vuestro Padre, el del cielo; no llaméis a nadie Rabí­, porque sólo uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos”. Desde la perspectiva de la Iglesia hay que decir que, hacia dentro, son hermanos todos los creyentes, y hacia fuera, lo son de un modo especial los más necesitados.

Cf. L. ALONSO SCHOKEL, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, San Jerónimo, Valencia 1985; S. GRASSO, Gesii e i suoi fratelli. Contributo alio studio della cristologí­a e delTantropologia di Matteo, EDB, Bolonia 1994; S. GUDARRO, Fidelidades en conflicto. La ruptura con la familia por causa del discipulado y de la misión en la tradición sinóptica. Universidad Pontificia, Salamanca 1998; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y sen†™idores de los más pequeños. Mt 25,32-46, Sí­gueme, Salamanca 1984.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra