Biblia

HIGIENE MENTAL

HIGIENE MENTAL

Con su definición de la «dietética del alma» como la «teorí­a sobre los medios con que se guarda la salud del alma misma» (Zur Diätetik der Seele [W 18381), E. Frh. v. Feuchtersleben marcó la importancia y necesidad de cuidar y mantener sano no sólo el cuerpo, sino también el alma. Lo que, actualmente entendemos por h.m. o cuidado de la salud psí­quica, coincide completamente en su finalidad con esta definición.

Como movimiento moderno la h.m. fue creada en los Estados Unidos el año 1908 por obra de C.W. Beers (A Mind that found itself [Lo 19081). El iniciador llamó la atención del público sobre la situación en los manicomios (que él conocí­a por sus propios ojos) y exigió su mejora, así­ como medidas que evitaran la aparición de perturbaciones psí­quicas. Después de retrocesos durante las dos guerras mundiales, la idea se difundió a partir de 1945. Promovida por J.R. Rees, se fundó la World Federation f or Mental Health (organización internacional para la salud mental); en la mayorí­a de los Estados existen ramas nacionales de la organización, que se dedican a la aplicación práctica de la higiene mental.

La h.m. tiene por objeto, de una parte, combatir con la máxima eficacia las perturbaciones psí­quicas ya existentes y, de otra, actuar profilácticamente (prevenir es mejor que curar). Si se quiere practicar la h.m. en este doble sentido, es indispensable: a) tener en cuenta los modernos conocimientos cientí­ficos sobre el origen y el desarrollo ulterior de las enfermedades psí­quicas; b) fundar cada vez más instituciones que apliquen estos conocimientos para bien del individuo y de la población. Esta aplicación práctica comprende dos grandes campos de tarea:
1. El cuidado de los enfermos mentales. Según la concepción actual, la causa de las enfermedades mentales ha de buscarse, de un lado, en factores hereditarios y, de otro lado, en trastornos orgánicos (p. ej., perturbaciones del metabolismo). Además, las conmociones y los conflictos psí­quicos ejercen una influencia decisiva tanto en la aparición como en el curso de las enfermedades mentales. Para la psiquiatrí­a moderna, los enfermos mentales deben ser tratados como cualesquiera otros enfermos en lo relativo a su alojamiento y a la prognosis de los métodos. Sin embargo, la postura de la mayorí­a se queda muy atrás respecto de este postulado; para ella, el enfermo mental es hombre de segunda clase, está marcado como el antiguo paciente de una clí­nica o un instituto psiquiátrico. Aun en el caso de que se logre sanar al paciente por medio de la terapia moderna (cosa que es cada vez más posible), a menudo es sumamente difí­cil protegerlo contra la actitud desamorada y hasta hostil del ambiente. Como consecuencia de este comportamiento sin comprensión, se dan recaí­das de suyo evitables.

El principio de toda la medicina de que, cuanto antes se inicia el tratamiento de una enfermedad, tanto mayores son las perspectivas de curación, también tiene validez en la psiquiatrí­a; por eso, el pronto tratamiento es una necesidad para el paciente. El miedo del enfermo, y de quienes lo rodean, al psiquiatra y a la psiquiatrí­a, conduce frecuentemente a dilatar el comienzo del tratamiento, lo cual tiene’fatales consecuencias. Combatir ese prejuicio contra la psiquiatrí­a es una de las tareas capitales de la h.m. práctica.

2. El tratamiento de personas que no son propiamente enfermos mentales, pero se apartan psí­quicamente «de la norma». En este contexto hay que combatir resueltamente el prejuicio de que el psiquiatra se incline a considerar a todo el mundo como psí­quicamente anormal. El juicio en este punto debe tener exclusivamente lugar de acuerdo con el comportamiento de una persona; sólo cuando alguien se convierte en problema para sí­ mismo o para la comunidad, existe motivo para un tratamiento psiquiátrico. Por desgracia, el número de tales casos, sobre todo de neuróticos o psicópatas, aumenta hoy más y más, de suerte que las tareas de la h.m. son cada vez mayores.

En lo que sigue, esbozamos brevemente los campos de trabajo más importantes para la higiene mental.

a) En la maní­a alcohólica, el alcohol no se emplea como bebida, sino a manera de «medicamento», para superar una constitución psí­quica patológica (p. ej., angustia, inhibición o timidez, depresión, etc.). El efecto apetecido sólo dura breve tiempo y encubre el estado general; así­ se produce la tendencia a echar mano una y otra vez del remedio y elevar la dosis; con ello se dan todos los criterios de la maní­a. La enfermedad, que en sus comienzos se califica de abuso del alcohol y produce daños corporales irreparables (sobre todo en el cerebro), pasa finalmente al alcoholismo crónico. Estas personas que se arruinan por completo corporal, social y psí­quicamente, abandonan cada vez más el deseo de curarse, que todaví­a existe al principio. Desde el punto de vista de la h.m., este problema no debe considerarse únicamente con criterios morales, pues se trata aquí­ de enfermos a los que a todo trance hay que ayudar médica y socialmente. La maní­a alcohólica, si se prescinde de raros «bebedores habituales», sólo se produce a base de una perturbación psí­quica que ya no existe. A partir de los enfermos mentales propiamente dichos, que constituyen un porcentaje relativamente escaso, se trata de psicópatas, que no pueden resistir la tensión interna que se produce en ellos por la confrontación con la realidad (principio de la realidad), y de neuróticos, que utilizan el alcohol como remedio contra su tendencia inconsciente a atormentarse a sí­ mismos. Por donde se ve que el tratamiento del alcoholismo no consistirá únicamente en una cura de abstención, absolutamente necesaria, sino que habrá de incluir también un tratamiento psicoterapéutico. Las instituciones para combatir la enfermedad del alcohol son tanto más necesarias por el hecho de que, en los últimos tiempos, el número de alcohólicos (cada vez más también entre mujeres y jóvenes) aumenta de manera aterradora.

b) Si, con H. Menninger, el alcoholismo puede definirse como una especie de suicidio crónico, esta definición apunta a un segundo problema sumamente importante de la h.m.: el suicidio. Diariamente mueren en el mundo más de mil hombres por suicidio, y el número de suicidios frustrados es cuatro veces más alto. No hay paí­s alguno que no esté afectado por este fenómeno, y apenas hay hombres que no tengan que debatirse con él. La opinión pública deberí­a dedicar a este hecho inquietante la atención debida y hacer todo lo posible para evitar los suicidios. Aun cuando en los últimos decenios se ha fundado la «unión internacional para la profilaxis contra el suicidio», que se ha convertido en organización a escala mundial, la mayorí­a, a pesar de muchos ensayos de ilustración, se muestran indiferentes ante este problema. Están muy difundidos – aunque hayan sido refutados ya con creces por la ciencia – los prejuicios de que, p. ej., personas que quieren cometer el suicidio, no lo anuncian de antemano; aquellas, empero, que hablan de suicidio, no lo cometen nunca; se desconoce generalmente que precisamente la psiquiatrí­a y la psicologí­a profunda han logrado penetrar esencialmente en los factores psicopatológicos que impulsan al suicidio. Desde este punto de vista parece imposible actualmente calificar el suicidio de «muerte libre» o desentenderse de él como «asunto privado». Tampoco se conoce apenas el hecho de que una gran parte de aquellas enfermedades psí­quicas que arrastran al suicidio son curables, y el de que la mayorí­a de los curados agradecen más tarde el que se les haya salvado la vida. El suicidio es una acción contra el instinto de conservación, que es el más fuerte de los instintos del hombre. El que trabaje en la profilaxis contra el suicidio, hallará consecuentemente en todo el que esté en peligro, por lo menos, en parte, un aliado de su trabajo. A base de las experiencias en las distintas partes del mundo, cabe ya decir algo sobre el camino o método que debe seguir la prevención práctica contra el suicidio. Este camino va desde aquellas instituciones que están exclusivamente al servicio de la prevención contra el suicidio (Suicide prevention Centers, centros de desintoxicación), pasa por las que sólo parcialmente se ocupan de ello (clí­nicas psiquiátricas, servicios telefónicos, organismos de asesoramiento, instituciones de previsión), por determinados grupos profesionales cada vez más amplios (sobre todo médicos, profesores, pastores de almas, policí­as) y, finalmente, a través de todo el que siente responsabilidad por su prójimo, abarca a la mayorí­a. El suicidio, como hecho en gran parte patológico, no debe ser ni glorificado ni condenado; la obligación es, más bien, prestar toda clase de ayuda al que está en peligro de cometerlo. Si P. Valéry dice que para el suicida toda compañí­a significa una mera ausencia, con ello se expresa la gran afinidad del interno aislamiento psí­quico con el suicidio, pero se pone a la vez de manifiesto que la mejor profilaxis contra él consistirá en la presencia de personas solí­citas, que luego, naturalmente, han de trabajar unidas con los correspondientes facultativos (psiquiatras, psicoterapeutas, etc.). Según E. Stengel, la elevación del porcentaje de suicidios ofrece un í­ndice esencial de la situación de la h.m en cada paí­s. Si esta afirmación es verdadera, de ella cabe sacar la conclusión de que la intensidad de los esfuerzos relativos a la h.m. en un paí­s puede también determinarse por la medida en que allí­ se haga algo para evitar el suicidio, y por el apoyo que presta el público a estos esfuerzos.

c) Hoy dí­a se entiende como una forma particular de destrucción propia la tendencia a la criminalidad. Sin ver por principio un enfermo psí­quico en cada criminal, si se considera más despacio este problema, hay que reconocer cómo muchos hombres que por su insociabilidad están en conflicto con la comunidad, se hacen criminales por razón de su deficiente estructura psí­quica. En estos casos, el castigo no bastará por sí­ solo para evitar una recaí­da, sino que tendrá que completarse con un tratamiento psí­quico facultativo ya durante la prisión, y también con un nuevo tratamiento adecuado, consistente sobre todo en una asistencia solí­cita, en el momento sumamente difí­cil en que el delincuente vuelva de nuevo a la vida normal.

d) Todas las personas que se encuentran en situaciones psí­quicamente difí­ciles (como, p. ej., perseguidos polí­ticos, fugitivos), en necesidad social, en conflictos matrimoniales, o que sienten crónicamente dolores corporales, etc., deberí­an ser igualmente objeto de especiales esfuerzos en el campo de la h.m. Afortunadamente, hay cada vez más instituciones y organismos de asesoramiento que se ocupan de tales casos y se esfuerzan por contribuir a una solución de los conflictos o, al menos, a un alivio de los estados o situaciones de crisis.

e) Durante los últimos decenios, en casi todos los paí­ses de Europa se ha modificado la estructura de la población por edades, en el sentido de que la pirámide de la edad se ha desplazado en favor de la vejez. La medicina contribuye a que muchos alcancen una edad avanzada. Pero ese hecho plantea el problema de si por parte de la mayorí­a se hace también bastante para que esta vida prolongada le resulte al anciano realmente digna de ser vivida. A pesar de todos los «progresos», la «situación existencial» del anciano todaví­a es muy difí­cil. El anciano se ve amenazado por la pérdida de su actividad predilecta y, con ello, frecuentemente también por la pérdida de aquello que era la base de su propia estima; debe temer la decadencia corporal y espiritual, siendo de notar que en la vejez toda enfemedad anuncia por lo general la transición a un sufrimiento crónico; y se enfrenta con un aislamiento exterior e interior cada vez más general. En esta situación el anciano anhela, como se comprende, un cuidado que vaya más allá de los medios de subsistencia. Si se mira en conjunto todo lo que hoy dí­a se hace en favor de los viejos, no puede evitarse la impresión de que se trata únicamente de medidas tomadas de manera vacilante y a medias.

En tales circunstancias, no es de maravillar que el anciano no pueda adaptarse psicológicamente a la situación fisiológica. Como consecuencia de ello, se llega a rechazar la vejez, a exasperarse, a sentirse ajeno al mundo (incapacidad de comprender la actualidad), a depresiones e incluso al hastí­o de la vida. Es tarea urgente de la h.m. buscar ayuda por una serie de medidas que cabe indicar: oportuna preparación psí­quica al retiro o jubilación y a todos los otros desplazamientos condicionados por la edad; suficiente atención médica, social y humana; fomento de distracciones o pasatiempos; construcción de residencias de ancianos; búsqueda de adecuadas tareas de responsabilidad para los ancianos.

f) También el trabajo y la recreacion presentan aspectos importantes para la h.m. El clima psí­quico que reine en una comunidad de trabajo, puede ser decisivo para el bienestar de todos sus miembros. Por eso, todos los superiores o dirigentes deben estar informados y psicológicamente adiestrados sobre los problemas de la h.m. (en los EE.UU. se dan ya cursos con este objeto); en las industrias mayores deberí­a establecerse un servicio propio de asistencia en el campo de la h.m. Hay también una h.m. de las profesiones particulares, en cuanto toda profesión lleva consigo especí­ficos lastres psí­quicos y peligros de desviación psicológica, los cuales deben tenerse en cuenta tanto en en la elección de profesión (aptitud), como en el ejercicio mismo de la profesión. También el tiempo libre se convierte cada vez más en problema de h.m., puesto que es empleado preferentemente para distraerse mediante tensiones de diversa especie, en lugar de volver sobre sí­ mismo y lograr así­ una distensión o un relajamiento.

g) Acaso la tarea más importante en este ámbito seguirá siendo el procurar que los niños crezcan en las mejores condiciones posibles de h.m. En los seis primeros años de vida, de los que el adulto apenas puede acordarse, se ponen las bases de la personalidad posterior, de los modos de comportamiento y del carácter. Bastantes cosas que no hace mucho tiempo se consideraban hereditarias, con reconocidas ahora como producto de la evolución de falsos modelos de conducta. Los padres se convierten para el niño en modelo a imitar, y de esta manera pueden transmitirse ciertas conductas falsas de generación en generación y producirse graves trastornos psí­quicos, sobre todo neurosis. Desgraciadamente hay personas que, a consecuencia de su propio defecto (que puede ser resultado de una enfermedad psí­quica, pero también de una posición egocéntrica), influyen psí­quicamente sobre sus hijos de manera negativa («psicotoxina»). Si queremos, pues, cultivar una h.m. eficaz, hemos de ir a la raí­z, que es la familia. Una vida según la ley moral representa uno de los presupuestos esenciales para que los niños puedan crecer en condiciones psí­quicamente sanas. Contra la opinión de muchos adultos, también el niño está en situación de vivir cosas realmente decisivas, porque «el niño no sólo se hará un hombre, sino que es ya un hombre» (J. Korczak).

Erwin Ringel

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica