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HISTORIA BIBLICA

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ver, CREACIí“N, SíBADO, GENESIS, EDEN, ADíN, SATíN, SERPIENTE, ABEL, CAíN, ENOC, DILUVIO, NOE, BABEL, ABRAHAM, MELQUISEDEC, ISAAC, JACOB, VISIONES, TEOFANíA, EGIPTO, JOSE, MILAGRO, EXODO, MARA, MANí, CODORNIZ, REFIDIM, SINAí, TEOCRACIA, TABERNíCULO, LEVITA, LEVíTICO, CAMPAMENTO, NÚMEROS, PEREGRINACIí“N POR EL DESIERTO, CORE, SEHí“N, OG, SITIM, BALAAM, PEOR, DIVINIDADES PAGANAS, MADIíN, DEUTERONOMIO, JOSUE, CANAíN, CONQUISTA, SILO, JUECES, SAMUEL, SAÚL, DAVID, SALOMí“N, ROBOAM, ISRAEL, SAMARIA, SARGí“N, EZEQUíAS, ASIRIA, MANASES, NABUCODONOSOR, JUDí, CAUTIVIDAD, ZOROBABEL, NEHEMíAS, JERUSALEN, ESDRAS, CANON, ALEJANDRO, VERSIONES DE LA BIBLIA, JASí“N, ANTíOCO, MACABEOS, FARISEOS, SADUCEOS, SANEDRíN, JUDEA, HERODES, PROCURADOR, JESUCRISTO, EVANGELIO, APí“STOL, PENTECOSTES, ESPíRITU SANTO, LENGUAS (DON DE), BAUTISMO, IGLESIA, ANANíAS, SAFIRA, DIíCONO, ESTEBAN, FELIPE, CORNELIO, CONCILIO DE JERUSALEN, PABLO, JUAN, PEDRO, SANTIAGO

vet, La historia bí­blica consigna los acontecimientos que forman la base de la revelación de Dios al hombre (cfr. Mr. 10:2-9; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11). Puede ser dividida en cuatro perí­odos: (a) El relato de la creación, mostrando la relación entre Dios y el mundo y relatando el origen de la humanidad. (b) Una sección bosquejando el inicio de la historia, indicando la relación entre Dios y la raza humana, y estableciendo la necesidad del pueblo elegido. (c) La historia del pueblo elegido, la actitud de Dios hacia este pueblo elegido, y la preparación de la venida del Cristo. (d) La historia de la fundación de la iglesia cristiana, llamada a llevar las buenas nuevas a todas las naciones. I. El relato de la creación, la relación entre Dios y el mundo, el origen de la humanidad (Gn. 1:1-2:3). (Véanse CREACIí“N, SíBADO.). Doctrina fundamental: Dios es el Creador y Señor de todo. Al enseñar el monoteí­smo, este relato refuta el materialismo y el politeí­smo. Al afirmar la personalidad y omnipotencia de Dios, muestra lo lógico de su manifestación sobrenatural e intervención en la historia de la humanidad. II. Bosquejo del inicio de la historia, mostrando la relación existente entre Dios y la raza humana, estableciendo la necesidad del pueblo elegido (Gn. 2:4-11:26). Los acontecimientos de este perí­odo, dividido en dos partes por el cataclismo del Diluvio, sólo son dados de manera muy esquemática, a excepción del relato del Diluvio, con lo que los acontecimientos que llevaron alrededor de un año ocupan dos capí­tulos enteros, señalando la capital importancia que se concede en la Biblia a este acontecimiento. Esta sección tiene una construcción simétrica. Hay 10 generaciones antes del Diluvio de Adán a Noé, 10 generaciones después del Diluvio de Sem a Abraham (Gn. 5:1-11:26). El perí­odo posterior al Diluvio se divide asimismo en dos a partir de Peleg (= «división» Gn. 10:25), en la época del cual la tierra fue dividida. De Sem a Peleg hay 5 generaciones y otras 5 de Reu a Abram. Los acontecimientos del perí­odo antediluviano son: el mandamiento dado a Adán para que se mantuviera en dependencia de Dios, en su estado de inocencia, su caí­da a causa de su desobediencia, y la entrada del reinado de la muerte debido al pecado, el juicio del Diluvio, y la salvación de Noé y su familia. El perí­odo posterior al Diluvio incluye el pacto incondicional con Noé; el nuevo mandato dado al hombre, el aumento de la población, la creciente independencia de los hombres con respecto a Dios, el castigo que les sobrevino mediante la confusión de las lenguas y la dispersión de las naciones. Se da la genealogí­a de Set a Abraham a través de Sem; asimismo, se pone en evidencia el origen común de esta lí­nea genealógica con las demás familias de la tierra. Estos hechos tuvieron lugar en la región de la cuenca del Tigris y del Eufrates. En todo caso todos los datos geográficos precisos están situados en esta región (Gn. 8:4; 10:10; 11:2, 28). (Véanse especialmente GENESIS, EDEN, ADíN, SATíN, SERPIENTE, ABEL, CAíN, ENOC, DILUVIO, NOE, BABEL) III. Historia del pueblo elegido, la actitud de Dios hacia él y los preparativos para la venida del Cristo. Este periodo difiere del precedente en que su centro histórico se desplaza del valle del Eufrates a Palestina, al paí­s de Canaán. Dios se manifiesta frecuentemente a los patriarcas mediante teofaní­as. De las cuatro grandes épocas marcadas por milagros, tres se hallan dentro de esta época: La salida de Egipto y conquista de Canaán, bajo Moisés y Josué; la lucha a muerte entre el culto a Jehová y el culto a Baal, en la época de Elí­as y Eliseo; el cautiverio en Babilonia. Con excepción de raras ocasiones, son siglos sin milagros los que separan las épocas en las que se manifestaron en abundancia. La historia del pueblo elegido se puede dividir en las etapas marcadas por sus desarrollos externos: (A) Una tribu independiente, bajo el caudillaje de Abraham, Isaac y Jacob, en Canaán. El patriarca era a la vez sacerdote y cabeza, responsable de la tribu. Los elementos de esta historia se hallan bajo los encabezamientos ABRAHAM, MELQUISEDEC, ISAAC, JACOB, VISIONES, TEOFANíA. (B) Un pueblo de 12 tribus, esclavos durante mucho tiempo en Egipto. (Véanse EGIPTO, JOSE, MILAGRO, EXODO, MARA, MANí, CODORNIZ, REFIDIM.) (C) Una nación independiente, constituida en el Sinaí­. Cuando aceptó el pacto que Dios le ofrecí­a, el pueblo quedó constituido en nación. Este pacto incluye los Diez Mandamientos, y constituí­a la ley fundamental de la nación, de la que Dios era el rey soberano. Presente desde entonces en el tabernáculo en medio de su pueblo, Dios revela su voluntad al profeta y al sacerdote. Por las leyes que El promulga, por los juicios que El pronuncia, por los instrumentos que El suscita, Jehová ejerce la autoridad legislativa, ejecutiva y judicial. La nación fue, a partir de este punto: (a) Una comunidad de doce tribus, regidas por una constitución teocrática, y que poseí­a un santuario central y único (Ex. 19 hasta 1 S. 7). El sumo sacerdote era la viva imagen de la nación; los profetas estaban para asistirle, y en ocasiones para dirigirlo, como en el caso de Moisés. (Véanse SINAí, TEOCRACIA, TABERNíCULO, LEVITA, LEVíTICO, CAMPAMENTO.). Al salir del Sinaí­, los israelitas se dirigieron a Cades. Su falta de fe hizo que el Señor los devolviera al desierto, donde peregrinaron durante 38 años. (Véanse NÚMEROS, PEREGRINACIí“N POR EL DESIERTO, CORE.). Finalmente, rodearon el paí­s de Edom y encontraron un paso rí­o arriba del Arnón. A ello siguió la conquista del paí­s situado al este del Jordán. (Véanse SEHí“N, OG.) Se levantó entonces el campamento en el valle del Jordán. (Véanse SITIM, BALAAM, PEOR, DIVINIDADES PAGANAS, MADIíN, DEUTERONOMIO.). Después de la muerte de Moisés, los israelitas cruzaron el Jordán, conquistando el paí­s de Canaán. (Véanse JOSUE, CANAíN, CONQUISTA, SILO.) Josué murió después de que los israelitas quedaran instalados en el paí­s de Canaán. Dios suscitó a hombres capaces e influyentes, quince en total, que se fueron sucediendo con ciertos intervalos intermedios. Estos jueces dirigí­an las expediciones contra los enemigos del pueblo, y lo gobernaban. Fue entonces que se manifestaron tendencias a la unidad; el sentimiento nacional se manifestó en una y otra ocasión; sin embargo, se permitió con demasiada frecuencia que los obstáculos naturales, los celos mezquinos, los intereses locales, constituyeran factores de división. La historia de Israel ofrece brillantes ejemplos de piedad, pero también exhibe el hecho de que el pueblo caí­a fácilmente en la incredulidad. (Véanse JUECES, SAMUEL.). Los beneficiarios del pacto, el pueblo de Dios, revelaron durante este perí­odo todas sus flaquezas y vicios. Desde el mismo comienzo, se reveló la falta de fe en Dios, ya en Cades. Los celos entre las tribus se manifestaron ya de principio en la revuelta de Coré y sus partidarios contra el sacerdocio de Aarón y la autoridad de Moisés. El asunto del becerro de oro, la caí­da en el ardid de Baal-peor, todo ello evidenció cuán inclinados estaban los israelitas hacia la idolatrí­a. La alianza con los gabaonitas y el no apoderarse de Jebus (Jerusalén) constituyeron los grandes errores polí­ticos cometidos en este perí­odo. Todos estos elementos negativos tuvieron una pesada influencia en la historia posterior de Israel. (b) Una monarquí­a unida de las doce tribus. El pueblo no habí­a llegado a manifestar la unidad estipulada por su religión y, en la época de los Jueces, «cada uno hací­a lo que bien le parecí­a» (Jue. 21:25). La actitud amenazadora de las naciones vecinas hizo desear a Israel la presencia de un gobierno fuerte y un caudillo militar respetado. En estos momentos, Samuel era ya anciano. Los israelitas se apartaron del ideal de la teocracia, y pidieron otro rey aparte de Jehová (1 S. 8:5-7). Desde entonces, además del sumo sacerdote y del profeta, hubo un monarca terreno, investido de la autoridad suprema, reinando permanentemente en lugar de los Jueces que Dios habí­a suscitado. Saúl fue el primer rey. Presuntuoso e incapaz de admitir la superioridad del sumo sacerdote y del profeta, perdió el privilegio de fundar una dinastí­a. Le fue arrebatado el reino. Dios se retiró de él, y el profeta Samuel también lo abandonó, por cuanto habí­a desobedecido voluntariamente las órdenes formales de Dios. David fue entonces el elegido. (Véanse SAMUEL [LIBROS DE], SAÚL, DAVID.). Bajo el reinado de David, las doce tribus quedaron unidas después de siete años de guerra civil; Jerusalén, arrebatada a los jebuseos, vino a ser la capital del centro religioso del reino, cuyos lí­mites se extendieron mediante conquistas adicionales, hasta el noreste de Damasco. Los territorios adquiridos fueron hechos tributarios. Israel impuso guarniciones en el paí­s de Edom. Salomón, el sucesor de David, edificó el templo, Y adornó Jerusalén, desarrollando sus fortificaciones y dando gran esplendor a Israel. Pero sus exacciones tributarias hicieron surgir el descontento entre el pueblo, y su caí­da en la idolatrí­a, bajo la influencia de sus mujeres extranjeras, le hicieron incurrir en el desagrado de Dios. Su hijo y sucesor, Roboam, no supo discernir la gravedad de la situación, y ante su actitud arrogante diez tribus se rebelaron contra la casa de David. Por ello, Judá y Benjamí­n vinieron a formar el reino del sur (véanse SALOMí“N, ROBOAM), y el resto de tribus formó el reino del norte. (c) Dos reinos rivales: Una monarquí­a constituida principalmente por la tribu de Judá, y un reino cismático y apóstata creado por las diez tribus rebeldes. Las causas que condujeron a esta escisión eran antiguas y variopintas (véase ISRAEL). El reino de Judá, más fuerte, tení­a el poderí­o material. Además, su situación geográfica le proporcionaba mejores defensas naturales; poseí­a la capital, un gobierno estable, y el centro cultural al que el pueblo estaba acostumbrado. Tení­a además la fuerza moral: la historia señala que la convicción de la adhesión a una dinastí­a considerada como legí­tima es siempre un factor de poderí­o. Sobre todo, el reino de Judá se benefició de la influencia exaltante de la verdadera religión y del sentido de la fidelidad debida a Jehová. Tuvo reyes más piadosos que los del reino de Israel. Para mantener en el seno de la humanidad el conocimiento y el culto al Dios único y verdadero, Jehová protegió el reino de Judá, y preparó la venida del Mesí­as. De todas maneras, la historia religiosa de este perí­odo acusa una decadencia en la época de Roboam (1 R. 14:22); Abiam (1 R. 15:3) y de nuevo bajo Joram y Ocozí­as (2 R. 8:27). Las mujeres de Salomón, al introducir en Israel sus cultos idolátricos, fueron la raí­z de esta degeneración religiosa. La madre de Roboam era amonita; Salomón construyó para ella un lugar alto dedicado a Milcom (Moloc), y esta mujer ofrecí­a sacrificios a este abominable í­dolo de su nación. Joram era yerno de Acab y Jezabel. Cada uno de estos perí­odos de decadencia religiosa fue seguido de un avivamiento: el primero tuvo lugar bajo el reinado de Asa, el segundo bajo el de Joás; después, el mismo Joás se apartó de Jehová, y tuvo que venir otro avivamiento religioso, seguido más tarde de una nueva oleada de idolatrí­a debido a la nefasta influencia del rey Acaz. Las incursiones asirias contra el territorio de los israelitas comenzaron en esta época. La nación dividida, y muy degenerada en el aspecto religioso, no estaba en estado de resistirlos. Lenta, pero seguramente, desde la época de Acab los asirios fueron ensanchando sus conquistas, hasta que el reino del norte se derrumbó. (Véanse ISRAEL, SAMARIA, SARGí“N.) (d) La monarquí­a de Judá subsiste sola. El reino del sur quedó desde entonces expuesto a los ataques de los asirios, a los que siguieron los de los caldeos (babilonios). (Véanse EZEQUíAS, ASIRIA, MANASES, NABUCODONOSOR.) El estado espiritual del pueblo era muy malo, a pesar de que grandes profetas, Isaí­as, Jeremí­as y Miqueas, habí­an dado valiente testimonio de la verdad. A excepción de Ezequí­as y Josí­as, los reyes de Judá no fueron rectos ni fieles a Jehová. El pueblo siguió a sus reyes en su disolución. Los partidarios de la idolatrí­a triunfaron bajo Acaz. Los falsos cultos arraigaron profundamente en el pueblo, y las reformas desde el trono no tuvieron más que un efecto superficial. Habí­a además en Israel extranjeros abiertamente entregados a la idolatrí­a. La nación iba a la deriva. En el espacio de 20 años, el ejército de Nabucodonosor hizo frecuentes apariciones ante Jerusalén. Se dieron varias deportaciones de judí­os a Babilonia. Finalmente, Jerusalén fue tomada e incendiada en el año 586 a.C. Los israelitas no habí­an mantenido las bases del poderí­o de su nación. Sucumbieron, al no haber querido mantenerse «bajo la sombra del omnipotente». (Véase JUDí.) (D) Un pueblo esclavizado. (1) Judá durante el cautiverio en Babilonia. (Véase CAUTIVIDAD.) (2) Judá en Palestina. En el primer año de su gobierno en Babilonia (539-538 a.C.), Ciro promulgó un edicto que permití­a a los judí­os el retorno a Palestina y la reconstrucción del templo. Cuarenta y tres mil judí­os aprovecharon la ocasión de vol

ver, bajo la dirección de Zorobabel. Esta colonia israelita fue, sin embargo: (a) Una parte del imperio persa, subordinada a la provincia situada al otro lado del rí­o (Eufrates). Fue colonia persa durante doscientos años. Dos veces tuvo gobernadores locales de raza judí­a, nombrados por el emperador de Persia. (Véanse ZOROBABEL y NEHEMíAS.) Sin embargo, lo más frecuente era que el poder fuera ejercido por el sátrapa del «otro lado del rí­o». Este delegaba en un gobernador en Judá, con derecho a la leva de hombres y recaudación de tributos, pero dejando la administración local al sumo sacerdote, que fue poco a poco adquiriendo el puesto de cabeza polí­tica y religiosa de la nación. A su vuelta del exilio, los judí­os pusieron los cimientos del templo. Los profetas Hageo y Zacarí­as exhortaron a sus compatriotas a que prosiguieran esta reconstrucción, que finalizó en el año 515 a.C., a pesar de las interrupciones y oposiciones. Por orden de Artajerjes, emitida en el año 445 a.C., Nehemí­as dirigió la restauración de las murallas de Jerusalén. (Véase JERUSALEN.). En esta misma época, el escriba Esdras, lleno de celo por la Ley de Dios, estaba en Jerusalén, trabajando eficazmente en la reforma religiosa. (Véanse ESDRAS, CANON.) Hacia el año 365 a.C., dos hermanos se disputaron el cargo de sumo sacerdote. Uno de ellos dio muerte al otro en el recinto del templo. A causa de esta muerte, Bagoses, general del ejército de Artajerjes Mnemon, entró en el templo (Ant. 11:7, 1). En la primavera del año 334 a.C., Alejandro de Macedonia pasó el Helesponto y derrotó a los sátrapas persas. Al siguiente año, venció al rey de Persia, Darí­o Codomano, en Iso, desfiladero próximo al extremo noreste del Mediterráneo, sometió Siria y entró en Jerusalén. Después de una serie casi ininterrumpida de victorias y conquistas, llegó al mismo oriente de la India y el Punjab. Murió en Babilonia el año 323 a.C. (Véase ALEJANDRO.) (b) Judea sometida a Egipto. En el año 320 a.C., Ptolomeo Soter arrebató Palestina a Siria, en cuyas manos habí­a quedado a la muerte de Alejandro. Con excepción de unos breves perí­odos, los Ptolomeos mantuvieron Judea hasta el año 198 a.C., año en que se dio la victoria de Antí­oco el Grande sobre el general egipcio Scopas, cerca de Páneas (Vãñiãs). Durante estos 122 años, los judí­os fueron gobernados por su sumo sacerdote, sometido al rey de Egipto. En esta época, se llevó a cabo en Alejandrí­a de Egipto la traducción griega de las Sagradas Escrituras, llamada la Septuaginta (LXX). (Véase VERSIONES DE LA BIBLIA.) (c) Judea sometida a Siria. Gracias a su victoria sobre el ejército de Ptolomeo V en Páneas, Antí­oco el Grande se apoderó de Palestina en el año 198 a.C. Los sirios no se conformaron con apoyar a los judí­os que aspiraban a helenizar Judea, sino que se esforzaron directamente en imponer la idolatrí­a en Israel. La tiraní­a sacrí­lega de los sirios se hizo insoportable para los israelitas piadosos, que se levantaron en armas bajo el caudillaje de los Macabeos en el año 166 a.C. (Véanse JASí“N, ANTíOCO.) (d) Perí­odo de independencia bajo los Macabeos. Estos eran a la vez los sumos sacerdotes y reyes. (Véase MACABEOS.) Esta era de libertad duró desde el año 166 hasta el 63 a.C., fecha en que Jerusalén fue tomada por Pompeyo; sin embargo, los Macabeos fueron autorizados a permanecer en el trono hasta el año 40 a.C. Este año, el Senado romano concedió el trono a Herodes el Grande, que comenzó su reinado tomando Jerusalén, el año 37 a.C. Los fariseos y saduceos, partidos oficialmente reconocidos, ejercí­an entonces una gran influencia polí­tica y religiosa. (Véanse FARISEOS, SADUCEOS, SANEDRíN.) (e) Judea bajo el dominio romano. Las autoridades romanas delegaron el poder administrativo en Herodes el Grande y, al morir éste, en Arquelao, y más tarde en procuradores, excepto durante el reinado del rey Herodes Agripa I, del 41 al 44 d.C. (Véanse JUDEA, HERODES, PROCURADOR.) La mala gestión de estos mandatarios exasperó al pueblo y estalló una revuelta. Hubo una guerra encarnizada entre el año 66 y el 70 d.C., año de la caí­da de Jerusalén. A los judí­os que sobrevivieron y se quedaron en Palestina se les negó el permiso para entrar en su capital, y se dejó de considerarles como una nación. Jesucristo nació mientras la nación judí­a aún subsistí­a bajo el dominio romano, en la época del rey Herodes. Esto marca el inicio de un nuevo perí­odo de la historia bí­blica. IV. Historia de la fundación de la iglesia cristiana, llamada a evangelizar todas las naciones. (1) Cristo preparó la creación de su iglesia con su ejemplo, sus enseñanzas y su obra redentora. (Véanse JESUCRISTO, EVANGELIO, APí“STOL.). (2) La iglesia entre los judí­os. El Cristo resucitado funda la Iglesia. El Espí­ritu que El habí­a prometido descendió el dí­a de Pentecostés. Las predicaciones de Pedro, el crecimiento de la cantidad de los creyentes, y el bautismo de ellos, marca el comienzo de la acción de la Iglesia. (Véanse PENTECOSTES, ESPíRITU SANTO, LENGUAS (DON DE], BAUTISMO, IGLESIA.) Posteriormente, durante quizá 6 años, la iglesia pasó por dificultades suscitadas por errores de creyentes, y por las persecuciones, pero fue adquiriendo una mayor consciencia de su identidad nueva, y aumentó el número de sus adeptos. (Véanse ANANíAS, SAFIRA, DIíCONO, ESTEBAN.). La persecución sobrevenida tras la muerte de Esteban dispersó a los hermanos, que se dedicaron a proclamar el evangelio a los judí­os de Palestina y de Siria. Se predicó el evangelio en Samaria y en las ciudades costeras, desde Gaza hasta Cesarea. (Véase FELIPE.) Saulo se dirigió a Damasco a fin de perseguir a los cristianos de la colonia judí­a. Fue convertido y llamado al apostolado entre los gentiles. La visión de Pedro en Jope, seguida de la conversión de Cornelio y de su experiencia del bautismo del Espí­ritu, sirvió para abrir los ojos a la Iglesia a esta verdad que no conocí­an más que teóricamente: que el Espí­ritu Santo era para todos aquellos que creí­an en Jesús, judí­os y gentiles. (Véase CORNELIO.) Discí­pulos cristianos de entre los judí­os procedentes de occidente fueron también dispersados por la persecución que siguió a la muerte de Esteban. Estos anunciaron el evangelio también a los griegos (Hch. 11:20). Desde entonces, y empezando en Antioquí­a, comenzó a darse el nombre de «cristianos» a los discí­pulos de Jesús, acabando así­ su identificación con los judí­os. La iglesia quedaba así­ dispuesta a emprender la evangelización de los gentiles; sabí­a que no se debí­a mantener ninguna diferencia entre los cristianos surgidos del judaí­smo y los surgidos de entre los gentiles. Dios habí­a suscitado en Pablo a un apóstol a los gentiles; habí­a comenzado a obrar en medio de ellos. (3) La iglesia entre los judí­os y los gentiles. Pablo y Bernabé, llamados por el Espí­ritu Santo, se dispusieron a evangelizar a los gentiles de Asia Menor, lo que suscitó problemas de los deberes que incumbí­an a los convertidos de origen gentil. El Concilio de Jerusalén se pronunció netamente por la libertad cristiana, rehusando imponer a los conversos la circuncisión y la observancia de la ley de Moisés. Se insiste solamente en ciertos deberes morales y del gobierno universal de Dios ya ordenados a Noé para él y sus descendientes, que no tení­an que ver con el ceremonial judí­o, sino que eran obligatorios para todos, tanto judí­os como gentiles (Hch. 15:28, 29, [cosas necesarias], cfr. Gn. 9:3, 4). Aunque hay comentaristas que insisten en que la prohibición a los gentiles de comer sangre y animales ahogados era solamente para evitar fricciones, esto choca con el hecho de que se les permití­a comer todo tipo de carnes prohibidas por la ley de Moisés, como cerdo, conejo, etc., así­ como con el hecho de que se les liberaba de toda una obligación ceremonial vital para la mentalidad judí­a. Es evidente que esta razón es falsa, y que la prohibición no se basa «en los prejuicios judí­os, y para evitar malestares», como pretenden algunos autores, sino en la inmutable voluntad de Dios expresada a Noé para toda la raza humana, al permitir al hombre el consumo de carne de animales, sin su sangre, después del Diluvio (Gn. 9:3, 4). Una vez asegurada la libertad cristiana, ésta se comunicó mediante cartas a las congregaciones (Hch. 15:23-29). En el curso de su segundo viaje misionero, Pablo, dirigido por el Espí­ritu Santo, llegó a Troas. Llamado por una visión a pasar a Macedonia, obedeció y, desde Filipos hasta Roma, a donde llegó como preso, evangelizó Europa. (Véanse CONCILIO DE JERUSALEN, PABLO, JUAN, PEDRO, SANTIAGO.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado