IDOLOS, CARNE OFRECIDA A

El llamado †¢Concilio de Jerusalén habí­a recomendado a los creyentes gentiles: †œQue os abstengáis de lo sacrificado a í­dolos† (Hch 15:29). Pero sucedió que algunas personas interpretaron esto con una gran radicalidad, llevando el asunto hasta el extremo de pensar que no se debí­a comer carne de la que se vendí­a en el mercado. Mucha de esa carne, antes de venderse en el mercado, habí­a formado parte de un sacrificio a algún dios.

En Rom 14:1-23 Pablo trata el asunto, llamando †œdébiles† a los hermanos que sustentaban esa posición. La otra posición sustentada sobre el particular alegaba que †œel í­dolo nada es en el mundo† (1Co 8:4) y que no habí­a que averiguar si la carne vendida en el mercado habí­a sido sacrificada a ellos. Pablo, contestando a una consulta hecha por la iglesia de †¢Corinto, aceptó esta última posición como la correcta, pero aclaró que la decisión final no debí­a ser tomada sobre la base del conocimiento, o la inteligencia que se tuviera sobre el tema, sino impulsados por el amor.
principio que debí­a regular la conducta de los creyentes era que †œninguno busque su propio bien, sino el del otro† (1Co 10:24). Desde ese punto de vista, animó a los creyentes a comer de la carne que se vendí­a en la carnicerí­a, sin preguntar nada †œpor motivos de conciencia† (1Co 10:28), porque ellos comí­an para el Señor, no para los í­dolos, siendo lo importante la intención. Pero que si un incrédulo les decí­a que la carne habí­a sido ofrecida a los í­dolos, se abstuvieran de comerla, porque ese hecho mismo indicaba que se podí­a afectar la conciencia del incrédulo. También recomendó que no se comiese carne ofrecida a í­dolos en un lugar que estuviera dedicado especí­ficamente a esa actividad, para evitar confusión en la mente de los que les observaran.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Una costumbre pagana muy extendida en el siglo I E.C. era ofrecer carne a los í­dolos en determinadas ceremonias. En estas ocasiones se colocaban sobre el altar del í­dolo ciertas porciones del animal que habí­a sido sacrificado; una parte del animal era para los sacerdotes y otra, para los adoradores, que usaban la carne para una comida o fiesta, bien en el templo o en una casa privada. Sin embargo, una porción de la carne solí­a acabar en el má·kel·lon o carnicerí­a para su venta.
Muchas personas antes de hacerse cristianos estaban acostumbradas a comer carne ofrecida a los í­dolos con un sentimiento de reverencia hacia el í­dolo. (1Co 8:7.) Al hacerlo, estos anteriores paganos habí­an llegado a ser partí­cipes con el dios-demonio representado por el í­dolo. (1Co 10:20.) Fue muy apropiado, por lo tanto, que el cuerpo gobernante de la congregación cristiana primitiva, guiado por el espí­ritu santo, enviara una carta desde Jerusalén en la que se prohibí­a comer carne ofrecida a los í­dolos con un sentimiento de reverencia al í­dolo, salvaguardando así­ a los cristianos de participar en una forma de idolatrí­a. (Hch 15:19-23, 28, 29.)
Algunos cristianos, por ejemplo los que viví­an en la pagana Corinto, tuvieron que hacer frente a una serie de preguntas acerca de este asunto. ¿Podrí­an ellos, con buena conciencia, entrar en el templo de un í­dolo y comer carne, haciéndolo sin la intención de honrar al í­dolo? Y, ¿serí­a objetable comprar en el má·kel·lon carne que habí­a sido ofrecida en ceremonia a los í­dolos? Finalmente, ¿qué deberí­a hacer un cristiano cuando se le invitase a comer en una casa?
Bajo inspiración, Pablo les proporcionó a los cristianos de Corinto la información oportuna para ayudarles a tomar decisiones correctas. Aunque un †œí­dolo no es nada†, no serí­a aconsejable que un cristiano entrase en el templo de un í­dolo para comer carne (aunque el acto de comer no formaba parte de la ceremonia religiosa), puesto que podrí­a dar una impresión equivocada a los que estuviesen débiles espiritualmente. Estos podrí­an llegar a la conclusión de que el cristiano estaba adorando al í­dolo, lo que podrí­a hacerles tropezar o inducirlos a comer en el transcurso de una ceremonia religiosa carne sacrificada a los í­dolos, lo que constituirí­a una clara violación del decreto del cuerpo gobernante. También existí­a el peligro de que el cristiano que comiese violara su propia conciencia y cediese a la adoración del í­dolo. (1Co 8:1-13.)
Puesto que la ofrenda ceremonial de carne a los í­dolos en realidad no producí­a ningún cambio en la carne, el cristiano podí­a comprar carne del mercado que se abastecí­a de los templos con una buena conciencia. Esta carne habí­a perdido su carácter †œsagrado†. Era tan apropiada como cualquier otra, y por lo tanto el cristiano no estaba obligado a preguntar de dónde procedí­a. (1Co 10:25, 26.)
Además, el cristiano invitado a una comida no tení­a que preguntar sobre el origen de la carne, sino que podí­a comerla con una buena conciencia. No obstante, si alguien presente en la comida hací­a la observación de que la carne habí­a sido †˜ofrecida en sacrificio†™, el cristiano no la comí­a para no hacer tropezar a otros. (1Co 10:27-29.)
Las palabras del glorificado Jesucristo a Juan con respecto a las congregaciones cristianas de Pérgamo y Tiatira indican que algunos no habí­an hecho caso del decreto apostólico de mantenerse limpios de cosas sacrificadas a í­dolos. (Rev 2:12, 14, 18, 20.)

Fuente: Diccionario de la Biblia