IDOLOS

(heb., pesilim, í­dolos o imágenes). Los í­dolos se mencionan en pasajes dudosos (Jdg 3:19, Jdg 3:26). Las notas marginales en versiones inglesas sugieren imágenes talladas, traducción apoyada por la autoridad de la LXX y de la Vulgata. Tal vez, el lugar era un vaciadero para í­dolos desechados y más o menos rotos. Tal vez, la referencia se re-laciona con las piedras de conmemoración que Josué puso en el Jordán. La palabra cantera se encuentra en otro pasaje disputado en 1Ki 6:7. La BJ y RVA dicen que las piedras o bloques fueron preparados o labrados en las canteras (comparar Isa 51:1).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

/Ateo III, 2 /Decálogo II, 6-7

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

I. EL ABANDONO DE LOS íDOLOS. La Biblia es en cierto sentido la historia de un pueblo que se desentiende de los í­dolos. Un dí­a “tomó” Yahveh a Abraham, que “serví­a a otros dioses” (Jos 24,2s; Jdt 5,6ss). Pero esta ruptura, aunque radical, no es cosa hecha de una vez para siempre: sus descendientes tendrán todaví­a que rehacerla (Gén 35,2ss; Jos 24.14-23); deben constantemente renovar su opción de *seguir al único en lugar de “perseguir la vanidad” (Jer 2,2-5).

En efecto, la idolatrí­a puede filtrarse en el interior mismo del yahvismo. Ya en el Decálogo aprende Israel que no debe fabricarse *imágenes (Ex 20.3ss: Dt 5,7ss), pues sólo el *hombre es la imagen auténtica de Dios (Gén 1.26s). Por ejemplo, el toro que esculpe para simbolizar la *fuerza divina (Ex 32; lRe 12,28; cf. Jue 17-18), le acarreará junto con la *ira divina la ironí­a acerba de los profetas (Os 8,5; 13, 2). Dios castiga la infidelidad, ya se trate de falsos dioses o de su propia imagen (Dt 13); abandona a los que le abandonan o le caricaturizan, entregándolos a las *calamidades nacionales (Jue 2,11-15; 2Re 17,7-12; Jer 32,28-35; Ez 16; 20; 23).

Cuando el exilio viene a confirmar trágicamente esta visión profética de la historia, el pueblo recapacita, sin que por eso desaparezcan idólatras (Sal 31,7) y negadores de Dios (Sal 10,4.11ss). Finalmente, en el tiempo de los Macabeos, servir a los í­dolos (lMac 1,43) es adherirse a un humanismo pagano incompatible con la *fe que Yahveh espera de los suyos: hay que escoger entre los í­dolos y el *martirio (2Mac 6,18-7, 42; cf. Dan 3).

El NT diseña el mismo itinerario. Los creyentes, arrancados a los í­dolos para volverse hacia el verdadero Dios (lTes 1,9), se ven constantemente en ,la tentación de reincidir en el paganismo que impregna la vida corriente (cf. lCor 10,25-30). Hay que huir de la idolatrí­a para entrar en el reino (lCor 10-14; 2Cor 6,16; Gál 5,20; Un 5, 21; Ap 21,8; 22,15). La Iglesia, en la que continúa la lucha implacable entre Jesús y el *mundo, vive una historia marcada por la tentación de *adorar “la imagen de la *bestia” (Ap 13,14; 16,2), de aceptar que se erija en el templo el “í­dolo devastador” (Mt 24,15; cf. Dan 9,27).

II. SIGNIFICADO DF LA IDOLATRíA. Israel, además de responder al llamamiento de Dios, reflexionó sobre la naturaleza de los “í­dolos mudos” (ICor 12,2) que lo solicitaban. Progresivamente explicará con lenguaje exacto la nada de los í­dolos.

1. Los “otros dioses”. Con esta expresión, corriente hasta la época de Jeremí­as, parece Israel admitir la existencia de otros dioses que Yahveh.

No se trata de supervivencias equí­vocas de otras religiones mezcladas con el yahvismo popular, tales como los “í­dolos domésticos” (terafim), sin duda reservados a las mujeres (Gén 31,19-35; lSa 19,13-16), o la serpiente Nehustán (2Re 18,4); se trata propiamente de los Baales cananeos con que se encuentra Israel al establecerse en la tierra prometida. Viene entonces la lucha a muerte contra los Baales: Gedeón tuvo el honor imperecedero de haber sustituido por el *altar de Yahveh el altar dedicado por su padre a Baal (Jue 6,25-32). Así­ pues, si Israel habla de “otros dioses”, no obstante, no por eso duda de que Yahveh sea su Dios único (cf. Ex 20, 3-6; Dt 4,35); de esta manera califica las otras creencias (cf. 2Re 5,17).

2. La inanidad de los í­dolos. La lucha a muerte contra los í­dolos continúa, pero ahora en el espí­ritu del fiel de Yahveh, a fin de que reconozca que “los í­dolos no son nada” (Sal 81,10; IPar 16,26).

Elí­as se burla con peligro de su vida de los dioses que no son capaces de consumir un holocausto (lRe 18,18-40); los exilados comprenden claramente que los í­dolos no saben nada, pues son incapaces de anunciar el porvenir (Is 48,5); ni tampoco saben otras cosas (45,20s). “Antes de mí­ no fue formado ningún dios, ni tampoco lo habrá después de mí­” (43,10). Si es así­, es que los í­dolos verdaderamente no existen, que son productos fabricados por el hombre. Cuando los profetas lanzan tales sátiras contra los í­dolos de madera, de piedra o de oro (Am 5,26; Os 8,4-8; Jer 10,3ss; ls 41,6s; 44,9-20), no denuncian una expresión figurativa, sino una perversión : la criatura, en lugar de adorar a su Creador, adora a su propia creación.

La sabidurí­a pone en claro . las consecuencias de esta idolatrí­a (Sab 13-14): es un fruto de muerte, puesto que significa el abandono de aquél que es la vida. Al mismo tiempo ofrece al creyente una explicación de la génesis de esta perversión: se ha divinizado a los difuntos o a personajes prestigiosos (14,12-21), o se han adorado fuerzas naturales, si bien estaban destinadas a guiar al hombre hacia su autor (13,1-10).

Pablo prosigue esta crí­tica de la idolatrí­a asociándola al culto de los *demonios: sacrificar a los í­dolos es sacrificar a los demonios (lCor 10, 20s). Finalmente, en una terrible requisitoria, denuncia el *pecado universal de los hombres que, en lugar de reconocer al Creador a través de su creación, cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación de sus criaturas : de ahí­ su decadencia en todas las esferas (Rom 1,18-321.

3. La idolatrí­a, tentación permanente. La idolatrí­a no es una actitud superada de una vez para siempre, sino que renace bajo diferentes formas: tan luego se cesa de *servir al Señor, se convierte uno en *esclavo de las realidades creadas: dinero (Mt 6,24 p), vino (Tit 2,3), voluntad de dominar al prójimo (Col 3,5; Ef 5,5), poder polí­tico (Ap 13, 8), placer, envidia y odio (Rom 6, 19; Tit 3,3), pecado (Rom 6,6), e incluso la observancia material de la ley (Gál 4,8s). Todo esto conduce a la muerte (Flp 3,19), mientras que el fruto del Espí­ritu es vida (Rom 6,21s). Tras estos vicios, que son idolatrí­a, se esconde un desconocimiento del Dios ‘ único, único también que merece *confianza.

-> Culto – Dios – Fe Imagen – Mentira – Nombre.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas