ILUSTRACION
Movimiento europeo con énfasis en la capacidad del hombre. La Ilustración redujo la influencia de la religión sobre la vida intelectual. Se trataba del surgimiento del hombre como factor central. La Ilustración puso a un lado la revelación sobrenatural y la doctrina cristiana sobre el pecado. Favorecía una religión natural y puede notarse su huella en movimientos como el ® DEíSMO. Al poner su confianza absoluta en la razón se intentó socavar la confianza en las instituciones y doctrinas religiosas.
Su punto más alto se alcanzó durante el siglo XVIII. Entre las figuras que tienen relación con su desarrollo pueden mencionarse a René Descartes, John Locke, Isaac Newton, Charles Louis Joseph de Secondat Montesquiu, David Hume, Adam Smith, Paul H. Dietrich, barón de Holbach, Juan Jacobo Rousseau, D. Diderot, Francois-Marie Arout (Voltaire), A.R.J. Turgot, Gaspar Melchor de Jovellanos, etc.
La Ilustración en Europa coincidió con el desarrollo de una teología nacional en Escocia y otros países protestantes.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
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Se conoce con el término de Ilustración o «época de las luces» al tiempo del siglo XVIII que vivió de las ideas pretenciosamente autodenominadas ilustradas y luminosas por sus protagonistas y encerradas en la Enciclopedia francesa, iniciada por Diderot en 1755.
Fue movimiento que se extendió por Francia, Inglaterra, Alemania, España e Italia. Pretendió reemplazar el «oscurantismo» de las creencias religiosas tradicionales y de la autoridad clerical por la luz de la razón, de la naturaleza, de la ciencia y de las capacidades de la humanidad suficiente. Por eso se identificó habitualmente enciclopedismo, ilustración, racionalismo.
(Ver Enciclopedia)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(v. ciencia y fe)
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
Corriente filosófico-religiosa, con ribetes científico-literarios, que se difundió por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia en el siglo XVIII, heredera del Humanismo y de la Reforma luterana.
Afirma la total autonomía de la razón, liberada de toda autoridad civil o religiosa y la independencia de la voluntad en el terreno moral: ni la religión ni la ley civil puede presentarse como autoridad moral, sino sólo la conciencia individual. La Ilustración inglesa apela a Erberto de Cherbucy (t 164S) y a una serie de filósofos y – pensadores como Tindal, Toland, Collins y Bolingbroke, con visiones deístas paralelas de la realidad. En Francia estos impulsos triunfaron en el Enciclopedismo materialista y ateo, con de La Mettrie, Holbach, Diderot y Voltaire, o se remansaron en el naturalismo romántico de Rousseau. En Alemania la Ilustración tomó la forma de una protesta radical contra la historicidad de la revelación cristiana, a través de Hermann Samuel Reimarus (i694-176S) y Gotthold Efraim Lessing (1729-17S1), esteta, literato y dramaturgo, que considera la verdad como una conquista perpetua y personal, no ya como don o posesión inmutable; en este sentido las religiones dogmáticas carecerían ya de sentido. Pero fue sobre todo Immanuel Kant (1724- 1804), en su célebre escrito ¿Qué es la Ilustración?, el que definió , la Ilustración en su especificidad como » mayor edad » alcanzada finalmente y como liberación del » sueño dogmático».
En teología, entre otros temas, la Ilustración planteó radicalmente el problema del Jesús histórico en contra del Cristo del dogma, considerado como irracional; es representativa de esta metodología histórico-analítica la obra de H. S. Reimarus, Del fin de Jesús y de sus discípulos (1778).
Otro rasgo de la Ilustración es la apología del trabajo y del progreso, expresada por Bacon y Diderot, con una polémica palpable entre las artes mecánicas y las ciencias liberales; la interpretación progresista de la historia comienzo con el ensayo de 1737 del Abate de Saint-Pierre (165S-1743) Observaciones sobre el progreso continuo de la razón universal, donde el emparejamiento progreso/razón petrifica todo el filón de la hermenéutica, que reduce también la religión a una función que se va desgranando con el fluir de la historia. A pesar de sus innegables méritos en el terreno de la ciencia, de la filosofía y del desarrollo del pensamiento, la Ilustración no consiguió liberarse de su inmanencia radical, que la mantuvo clavada a los límites mismos de la realidad que exploraba, describía y analizaba.
G. Bove
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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
La i. es aquel movimiento, el más revolucionario de -> occidente (todavía no investigado suficientemente por países, confesiones y generaciones), que puede ser caracterizado como «principio y fundamento del período propiamente moderno de la cultura y la historia europeas, en oposición a una cultura dominada hasta entonces por la Iglesia y la teología» (Troeltsch).
La i. surgió a mitades del siglo xvii en Francia y en Inglaterra. Considerablemente desplazada según sus fases, tendencias, intensidad y eficacia en casi toda Europa y en la parte anglosajona e iberoamericana del Nuevo Mundo, alcanzó sus puntos culminantes de tipo materialista y racionalista en Francia (Voltaire, Helvétius, Holbach), y políticamente desembocó en la -> revolución francesa. La aportación política y filosóficamente más rica (despotismo ilustrado) la tuvo en territorios alemanes (Leibniz, Wolff, Thomasius, Lessing, Kant, Federico el Grande, José u). Menor fue la amplitud y la profundidad de su acción en el sur y en el este de Europa. La crisis y descomposición de la i. (racionalismo vulgar), y en parte su plenitud y renacimiento (principalmente en el cuarto estado: proletariado), caen en el siglo xlx. Su herencia está presente en laactual mentalidad científico-racionalista dentro de todos los ámbitos de la vida (principalmente en el -> materialismo, en el -> positivismo, en el -> comunismo); su fin no se puede prever todavía.
Según su propia concepción y pretensión la i. es un fin, una crítica, una función (clarificación de la mente), pero no una posesión. Sin tener sistemas cerrados, y presentándose sin una faz bien delimitada, pero mostrándose siempre agresiva contra la ignorancia, contra una «culpable minoría de edad», contra la intolerancia y la ociosidad; con su afán de conceptos matemáticos (saeculum mathematicum) y de claridad racional produjo orden y progreso en todos los ámbitos de la vida y de la cultura. Rasgos característicos de la i. son el optimismo de la razón, el afán científico, la imagen positiva del mundo y del hombre, el dominio de la crítica («la auténtica era de la crítica», Kant), hasta la hipercrítica, y la moral racionalista. Partiendo del conocimiento de las leyes naturales y de la fe en la posibilidad de organizar la vida humana, se desarrolló (no en todas partes con la misma fuerza) una fe entusiasta en el progreso, la cual suplanta el pesimismo del barroco y la teoría de la decadencia, se opone a la concepción cristiana, tiende a una perfección utópica como tarea del individuo y de la sociedad, y que al mismo tiempo opera en contra del eudemonismo de la época. Desde la perspectiva de la historia del espíritu la i. es una forma específica del moderno -> subjetivismo e -> individualismo. Esa forma fue preparada por el -> nominalismo y el -> humanismo, que le dio un punto de apoyo con su afán de investigación, su crítica y su cultura laica, y fue promovida por el -> intelectualismo de la -> escolástica (F) del barroco, por el -> pietismo, por las repercusiones de las guerras de religión, por la consolidación de la ordenación social y económica en el -> absolutismo y, finalmente, por la ampliación de la imagen del mundo (p. ej., superación de la cronología bíblica, descubrimiento de nuevas culturas y partes del mundo) y por el incremento de la técnica y de las ciencias naturales (Newton, Laplace). La naturaleza se convierte en el libro de la filosofía (Galileo); las leyes naturales asumen un carácter metafísico; su observación da felicidad y virtud (Ch. Wolff); las matemáticas y las ciencias naturales, como ciencias exactas, se convierten en presupuestos del filosofar (Kant).
Sustentada en sus comienzos por la nobleza y después (desde 1740) por la burguesía formada y acomodada y por el sentimiento de solidaridad de los escritores, la i. destruye el mundo cortesano y aristocrático y suscita la época burguesa. Sus metas sociales coinciden ampliamente con las del tercer estado, pero en su superficie más externa la i. traspasa los límites de la burguesía y en el siglo xix coopera al nacimiento del cuarto estado. Los campesinos apenas quedan afectados por la i. En su expansión influyen la -> masonería (primero una creación puramente burguesa), llena de un acento semirreligioso, y después otras sociedades secretas (los iluminados, rosacruces, etc.); con todo la «teoría del complot» es insostenible.
El objeto preferido del pensamiento ilustrado es el hombre y el tema de cómo ha de ser éste (formación, cultura animi, humanismo, civilización); en todo lo cual se prescinde de la gracia y de las revelaciones sobrenaturales. El entusiasmo pedagógico de la i. quiere fomentar el bienestar moral y social del hombre particular y de la sociedad mediante una acrecentada formación del espíritu. El antropocentrismo de la i., liberado del pecado original y de la angustia vital, tiende al regnum hominis (en lugar del regnum Dei), a la conciencia de igualdad y a la vez de distinción, a la promoción de la «masa vulgar» y a la felicidad perfecta de la humanidad (prosperidad nacional del despotismo ilustrado). La destrucción de lo sobrenatural y el proceso (difícilmente delimitable) de la -> secularización son distintos según países, confesiones y generaciones. Es evidente la tendencia a la religión racional (KANT, Die Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernun f t, Kónigsberg 1793) y a su humanización en un -> deísmo moral, así como a la nivelación de las confesiones en una «religión natural» y a la sustitución de la teología por la filosofía de la historia. Sin embargo, a pesar de la creciente indiferencia religiosa y de la hostilidad contra la revelación y las Iglesias que muestra la i., sigue siendo insuficiente el ver su nota más importante en su actitud contraria a lo sobrenatural y a la religión. La vinculación al resto de orden burgués-cristiano y absolutista-ilustrado puso límites durante el siglo xvui al deísmo, al panteísmo, al ateísmo militante y a la hostilidad contra las Iglesias. Por primera vez con la i. vulgar del siglo xix penetró en las masas de la pequeña burguesía y del cuarto estado el alejamiento frente a la Iglesia. Una i. específicamente cristiana, caracterizada por cierta indiferencia frente a los dogmas, sacramentos y ceremonias, por la fe en la providencia, por la obligación de la «virtud», por la tendencia a reconciliar el cristianismo, la ciencia y la cultura, se ha difundido preferentemente en las naciones protestantes, pero también en las católicas. La Iglesia es valorada por la i. sólo como una organización moral y formativa, y como servidora del bienestar de la nación. Al anticurialismo y anticlericalismo, hechos simplemente más radicales por la i. (antimonaquismo, odio a los jesuitas), se añaden durísimos ataques a los dogmas y a los sacramentos.
La forma especial de la i. católica (insuficientemente investigada y sumamente complicada), con el progreso del método de la exégesis histórica y positiva, con el mejoramiento de la formación, disciplina y moralidad del clero, con la lucha contra la superstición y la milagrería, con la reducción de días festivos y de procesiones, con las reformas en la liturgia, la catequesis y la pastoral, y con el fomento de la pedagogía popular y de la caritas, todavía en el siglo xvin introduce sobre todo en los territorios eclesiásticos del imperio una renovación de la vida eclesiástica (p. ej., Clemente Wenceslao de Sajonia, Max Franz de Austria, Franz Ludwig de Erthal), sin la cual no habría sido posible la restauración del siglo xix. La i. católica, que en general se caracteriza por el afán de conectar con el universal desarrollo cultural y científico (poco determinado por el catolicismo), así como por el afán de tolerancia y de unión eclesiástica, no se vio libre de elementos disolventes y heterodoxos (aversión a la autoridad reveladora de Dios y de la Iglesia, vaciamiento del culto, desprecio de la contemplación: p. ej., E. Schneider, F. A. Blau, J. V. Eybel, J. L. Isenbiehl). La i. ejerció una influencia relativamente pequeña sobre el febronianismo, surgido del -> episcopalismo de la baja edad media y de las necesidades y tradiciones existentes en la Iglesia imperial (gravamina, concordata). En conjunto es muy complicada y obscura su relación con el movimiento de oposición a la Iglesia y de reforma eclesiástica propagado por el -> jansenismo. La i. determinó continuamente el cesaropapismo del absolutismo tardío, en cuanto penetró, transformó, y sistematizó la Iglesia estatal de los Estados católicos (contrarios a la reforma), con sus iura maiestatica circa sacra, y sometió a control todas las manifestaciones de la vida de la Iglesia, considerada como una sociedad religiosa subordinada al Estado. Las intervenciones, en su tiempo necesarias, del -> josefinismo en el ámbito eclesiástico (supresión de conventos, legislación amortizadora, organización parroquial, regulación diocesana, etc.), muestran suficientemente la problemática especial de la i. católica; problemática que se debió al influjo mutuo y a la tensión entre i., afán de reforma, tendencia eclesiástica a la conservación y desaparición de la substancia religiosa. La i. católica, oprimida por todos los lados, no pudo traer una renovación radical en el siglo xvlii por la adversidad de la época y por las dificultades en sus propias posiciones; sin embargo, sus reformas y un número considerable de sus representantes (p. ej., J. M. Sailer, E. Klüpfel, G. Zirkel) abrieron el camino de múltiples maneras al renacimiento eclesiástico del siglo xix.
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Heribert Raab
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica