INFANCIA
El período de la infancia es el momento inicial de la vida, en el que la persona humana es educada en su integridad para hacerse relación, en la familia, en la sociedad, en la comunidad eclesial. El futuro de su realización depende principalmente de este momento. Es, pues, un momento privilegiado para la iniciación cristiana por medio de la catequesis, los sacramentos y la inserción en la comunidad eclesial. Las personas responsables son principalmente los padres, los educadores y los catequistas.
Los hijos son un don de Dios y los niños en particular la alegría de la familia (cfr. Sal 128). Dios mismo trata a su Pueblo con la ternura paterna que muestran los padres para con sus hijos (Os 11,4). De los niños hay que aprender la confianza filial que hay que tener para con Dios «como un niño destetado en el regazo de su madre» (Sal 131,3). Dios quiere encontrar en sus creyentes el culto sencillo de un niño (cfr. Mt 21,16; Sal 8,3).
Todo niño en el símbolo del Mesías que nacerá de la Virgen (cfr. Is 7,14; Mt 1,23). La infancia ha sido santificada por Jesús (cfr. Mt 2; Lc 2), que quiso experimentar su desarrollo armónico y obedecer a sus padres (cfr. Lc 2,40.51). El mismo Jesús bendijo a los niños (cfr. Mc 10,13-15) y los propuso como modelos de sencillez para entrar en el Reino de los cielos señalando la gravedad de escandalizarlos (cfr. Mt 18,1-6), porque Dios «ha revelado» su misterio «a los pequeños» (Mt 11,25). Por esto ningún niño se espanta ante Cristo crucificado.
La educación cristiana de la infancia tiende a desarrollar las cualidades morales y espirituales que ya aparecen desde este período y que serán decisivas en el futuro confianza, relación, gratitud, gozo, actitud filial en la oración y en la escucha fiel de la Palabra de Dios, espíritu de sacrificio para hacerse donación. La familia, la comunidad eclesial y la escuela son los lugares preferentes para esta educación, especialmente por medio de la catequesis que lleva a los sacramentos y a la caridad fraterna, sin distinción de razas y culturas. El sentido de familia universal puede ser determinante para asumir posteriormente los compromisos cristianos de evangelización y también las obligaciones sociales de solidaridad. «Hay que educar a los niños para que, superados los límites de la propia familia, abran su espíritu a la idea de comunidad, tanto eclesiástica temporal» (AA 30).
Los derechos de los niños se centran principalmente en poder encontrar el ambiente familiar necesario para su crecimiento armónico, recibir una educación integral (humana, espiritual, intelectual), poder desarrollarse sin interferencias abusivas respecto a su debilidad innata. Será útil darles a conocer la realidad mundial sobre la infancia, especialmente en situaciones de necesidad extrema humana y cristiana. El niño puede ser educado fácilmente respecto a la solidaridad y al apostolado misionero. «También los niños tienen su propia actividad apostólica. Según su capacidad, son testigos vivientes de Cristo entre sus compañeros» (AA 12).
Referencias Catequesis, educación, escuela católica, familia, juventud, Nazaret, Obras Misionales Pontificias (Infancia misionera), Sagrada Familia.
Lectura de documentos GE 2; AA 12, 30; CEC 1457, 2524, 2685, 2694.
Bibliografía E. APARICIO, La educación de la juventud a la misión Ad Gentes en Juan Pablo II (1978-1988) (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) (Burgense 32/1, 1991, 231-278); R. CAVEDO, Niños, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica (Madrid, Paulinas, 1990) 1297-1306; CELAM, Formación misionera de los niños. Haced discípulos para Jesús (Bogotá, CELAM, 1997); D. KATZ, Psicología de las edades (Madrid, Morata, 1968); H.R. WEBER, Gesù e i bambini (Roma, Paoline, 1981).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización