Biblia

INHABITACION

INHABITACION

Mientras que la persona de Dios en el Antiguo Testamento se ve más bien desde fuera y desde arriba, a distancia del hombre, se afirma por otra parte en él expresamente su presencia paternal y amiga, así­ como su amor esponsal por el pueblo elegido. Se siente fuertemente el Espí­ritu de Dios como fuerza que actúa en favor del pueblo por medio de sus jefes y como inspirador de los profetas. Tampoco faltan las voces proféticas del anuncio mesiánico de una presencia todaví­a más í­ntima y permanente de Dios en el corazón del hombre, como en Ez 36,25-5S, en donde se habla de un espí­ritu y de un corazón «nuevos», como don y garantí­a de Dios con de la comunión personal de nosotros.

Dios será finalmente el Enmanuel, el Dios con nosotros (cf. 1s 7,14), enviando a su Siervo liberador para establecer el reino de paz, de justicia y de reconciliación universal, que se convierte en el vértice de la futura alegrí­a mesiánica (cf. 1s 40,42; 49; 53).

Pero la auténtica inhabitación de Dios en el corazón del hombre, haciéndole participar de su misma vida trinitaria en el Espí­ritu Santo, aparece como la gran novedad de la encarnación del Hijo de Dios Padre, encarnado por obra del Espí­ritu Santo en el seno de la Virgen Marí­a. De esta manera se explicita y se profundiza la creación y la redención del hombre como imagen del Dios trino y uno, que se preveí­a y – a en Gn 1 ,26-27.

El Nuevo Testamento revela claramente a las tres personas divinas, del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo. Mientras que los sinópticos, especialmente Lucas, ilustran la operación del Espí­ritu Santo en el Señor Jesucristo, Pablo y Juan profundizan más expresamente la inhabitación trinitaria en nuestros corazones, en cuanto que se abren al don de Dios y a su amor. El vértice de la revelación se encuentra sin duda en los discursos de despedida de Jesús en la última cena (Jn 13-17), en donde el Señor pide » que todos sean uno como nosotros somos uno» (cf. Jn 17,21-23), a saber, con la unidad del Padre y del Hijo en el Espí­ritu Santo (cf. 1 Jn 1,4; 4,2-19. Ef 2,14-22; 3,419). San Ignacio de antioquí­a y san Ireneo de Lyón nos hacen comprender cómo viví­an y comprendí­an los primeros cristianos este misterio.

Mientras que los Padres de la Iglesia luchan por la verdadera fe en la santí­sima Trinidad, particularmente por la persona de Cristo, como verdadero Dios y verdadero hombre y por la divinidad del Espí­ritu Santo én los diversos concilios ecuménicos de los siglos lV-Vl, los maestros mí­sticos orientales como Orí­genes, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Basilio, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa y otros penetran en la profundidad de nuestra «divinización», es decir, en nuestra í­ntima participación en la vida divina que nace y se desarrolla en el alma de los creyentes abiertos a la gracia ofrecida en la caridad generosa. El Cantar de los Cantares es releí­do con frecuencia para explicar esta unión í­ntima trinitaria como amor nupcial en el Espí­ritu Santo, vivido en el fondo o en la cima del alma enamorada. En Occidente los Padres y los teólogos no explican tanto la inhabitación en esta perspectiva tan profunda, sino más bien en su realidad unitiva Y beatificante como fruto de la encarnación continuada, es decir, en el nacimiento permanente de Cristo en nosotros, Hijo del Padre, por obra del Espí­ritu Santo. Por otra parte, los maestros clásicos de la teologí­a escolástica, como santo Tomás, Buenaventura y Escoto, se esfuerzan, cada uno según su particular genio » angélico «.
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«seráfico» y «sutil» en penetrar en el misterio a la luz de la ciencia, de la sabidurí­a y del amor. Los mí­sticos, como Bernardo, Guillermo de san Teodorico, Ricardo de san Ví­ctor, sabiendo que «el amor mismo es ciencia», cantan la belleza de la unidad del espí­ritu en el matrimonio espiritual según el Cantar de los Cantares, enamorados de la experiencia í­ntima de la vida trinitaria en el corazón humano. Entre ellos hay todo un grupo de mujeres altamente mí­sticas, como Hildegarda de Bingen, Clara de Así­s, Beatriz de Nazaret, Eduvigis de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Gertrudis la Grande, íngela de Foligno, Juliana de Lieja, Catalina de Siena, etc, Desde finales del siglo XIII florece en la Europa del Norte una mí­stica trinitaria sublime y atrevida, guiada por Eckhart, Susón, Taulero, Ruusbroek, Herp, Margarita Porete, predicada y explicada especialmente a numerosas mujeres religiosas o laicas, apasionadas por la búsqueda amorosa de Dios. El centro vital de esta mí­stica trinitaria es precisamente el nacimiento de Dios, de Cristo en el alma bajo la acción del Espí­ritu Santo, perdiéndose y anonadándose en el ser divino trino y uno, nuestro Todo, en el amor puro y la pobreza absoluta, dejando actuar y vivir solamente a Dios, el Todo en nuestra nada.

Semejante experiencia embriagadora de Dios en el alma, descrita en términos frecuentemente difí­ciles y oscuros, y criticada a menudo por ello, penetra en el siglo XVI en toda Europa, sobre todo a través de las publicaciones mí­sticas de los cartujos de Colonia. En España alcanza su cima en la mí­stica de Teresa de ívila y de Juan de la Cruz.

Tras el sublime florecimiento de la mí­stica trinitaria «europea», vino, en los siglos XVl y XVll, una reacción brusca y fanática, motivada entre otras cosas por los abusos inherentes al atrevido misticismo trinitario. La consecuencia fue una fuerte reserva sobre la experiencia mí­stica de Dios. Pero desde hace varios decenios se ha vuelto a discutir sobre el papel de cada una de las personas de la Trinidad en la inhabitación trinitaria. La misma experiencia de la Iglesia ha hecho que se recupere y se renueve tanto la doctrina como la práctica de la vida í­ntima trinitaria en los corazones de los hombres. En efecto, la vida trinitaria vuelve ahora a proponerse como el alma la substancia misma de la vida eclesial partiendo del concilio Vaticano II y del magisterio de Juan Pablo II en sus tres Encí­clicas: Dives in misericordia, Redemptor hominis, Dominum et vivificantem.

O. van Asseldolzk

Bibl.: E. Llamas, Inhabitación trinitaria, en DTDC, 691-710; G. Philips, Inhabitación trinitaria y gracia, La unión personal con el Dios vivo, Secretariado Trinitario, Salamanca 1974; B, Forte, Trinidad como história, Sí­gueme, Salamanca 1988; A, Turrado, Dios en el hombre. Plenitud o tragedia, BAC Madrid 1971.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico