INQUIETUD

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Estado o situación de inseguridad ante una responsabilidad, situación difí­cil o preocupación personal o grupal. Lo contrario es tranquilidad, serenidad, armoní­a, calma. En toda tarea educativa la tranquilidad y la calma, la paz y el reposo, la serenidad y cierta «alegrí­a profesional», son elementos o circunstancias que ayudan a la asimilación de los valores y al fortalecimiento de las relaciones. El educador debe hacer lo posible por promover ese clima, condición de eficacia educativa y también catequí­stica.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Perturbación profunda que se manifiesta a través de unos fenómenos somáticos (calor, sudor frí­o, temblor…) y psí­quicos (intranquilidad, opresión, sentimiento de angustia). Motivada o inmotivada, conocida o desconocida su etiologí­a, la inquietud suele considerarse como un momento psicosomático de estratigrafí­a no siempre fácil de identificar. Las expresiones o análisis filosóficos, especialmente los del existencialismo nihilista, alcanzan notables profundidades semánticas, pero no consiguen explicar la angustia-inquietud como algo inherente al ser, ya que se experimenta continuamente, aunque en niveles distintos de profundidad de inteligencia y de percepción.

En el cristianismo Pablo nos ofrece altí­simos ejemplos de esta fenomenologí­a (Rom 8,19-23); san Agustí­n, en las Confesiones (1, 1,1) lanza un grito de rendición: u Fecisti nos, Domine, ad te, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te»; Teresa de Avila, en una célebre poesí­a exclama el u muero porque no muero», como testimonio de la angustia-inquietud incluso en las más altas capas de la experiencia mí­stica. La inquietud, en el contexto cristiano, tiene notables contactos y semejanzas con la de una difusa literatura, tanto antigua como moderna. Pablo, por ejemplo, habla de una angustia-inquietud cósmica permanente, hasta el cumplimiento de la salvación o de la resurrección final, que será el dí­a del cumplimiento total. Del mismo modo el grito de Teresa representa la inquietud como situación o tensión consciente del espí­ritu atormentado por sus propios lí­mites, que exclama anhelo y necesidad de liberación. En este sentido, la inquietud manifiesta una necesidad de libertad, un ansia de salvación.

En la vida espiritual, y por tanto en la acepción teológica, nos encontramos ante dos expresiones y dos motivaciones: angustia e inquietud; una relación que asume diversos niveles vinculados a las visiones que subyacen en cada una de ellas. Puesto que, mientras que la inquietud del existencialista ateo desemboca en la desesperación o en la nada afanosa, la del cristiano cultiva dentro de sí­ la esperanza, una esperanza sin embargo que no oculta la tragedia y el dolor, pero que abre los lí­mites estrechos con su orientación hacia lo trascendente.

G. Bove

Bibl: S. Kierkegaard, Temor y temblor, Buenos Aires 1958; P. Ricoeur, finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1969. Y Frankl. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1980; H. U von Balthasar, El cristianismo y la angustia, Guadarrama, Madrid 1964; M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida (1913), Espasa-Calpe, Madrid 1980; íd., Agoní­a del cristianismo (1925), Plenitud, Madrid 1967.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Hay un buen número de palabras hebreas que comunican la idea de inquietud o preocupación. La palabra tsa·rár, que tiene el significado de confinación fí­sica, se traduce †˜envolver†™, †˜encerrar†™ y †˜estrechar†™. (Ex 12:34; Pr 26:8; Isa 49:19.) En sentido figurado, puede traducirse †˜inquietarse†™, †˜estar en grave aprieto†™. (Gé 32:7; 1Sa 28:15.) Otra palabra es da·´ágh, que se traduce †˜ponerse inquieto†™, †˜aterrarse†™, y está emparentada con de´a·gháh, que significa †œsolicitud ansiosa†. (1Sa 9:5; Isa 57:11; Pr 12:25.) El sustantivo griego mé·ri·mna se traduce †œinquietud†, y la forma verbal me·ri·mná·o, †œinquietarse†. (Mt 13:22; Lu 12:22.)
La inquietud puede perturbar el bienestar de una persona y desembocar en un estado depresivo, erosionando su vitalidad y paralizando su iniciativa. El proverbio inspirado reza: †œLa solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia†. (Pr 12:25.) La inquietud puede provocar anomalí­as fí­sicas graves. La obra How to Master Your Nerves comentó a este respecto: †œLos médicos saben que la inquietud puede afectar el funcionamiento normal del cuerpo. Puede aumentar (o disminuir) la presión sanguí­nea y la cantidad de leucocitos que hay en la sangre, y afectar repentinamente el nivel de glucosa que hay en el caudal sanguí­neo debido al efecto de la adrenalina en el hí­gado. Puede hasta modificar el ritmo cardiaco. Como indicó el doctor Charles Mayo, †˜la inquietud afecta la circulación sanguí­nea, el corazón y el sistema glandular y nervioso†™† (doctores P. Steincrohn y D. LaFia, 1970, pág. 14).
Sin embargo, tiene mucha más importancia el daño espiritual que una inquietud desmesurada puede ocasionar. Jesucristo dijo que las inquietudes que suelen ser parte de la vida en el presente sistema de cosas podrí­an ahogar el aprecio de una persona por †œla Palabra de Dios†. Tal como los espinos podrí­an impedir que una planta se desarrolle y produzca fruto, la inquietud puede entorpecer el crecimiento espiritual de la persona e impedir que produzca fruto para la alabanza de Dios. (Mt 13:22; Mr 4:18, 19; Lu 8:7, 11, 14.) Muchas personas serán destruidas para siempre cuando se las sorprenda en una condición desaprobada durante la venida en gloria del Hijo de Dios, por haber permitido que las inquietudes de la vida las dominaran hasta el punto de excluir de su vida los intereses espirituales. (Lu 21:34-36.)

Inquietudes justificadas. Está justificada la inquietud por hacer todo aquello que agrada a Jehová Dios con el fin de no llegar a perder las bendiciones de que disfrutarán sus siervos devotos. La persona culpable de un mal grave deberí­a sentirse como el salmista, que dijo: †œEmpecé a inquietarme a causa de mi pecado†. (Sl 38:18.) Una preocupación debida por un pecado cometido llevarí­a a la persona a confesar el mal, arrepentirse y volverse de su mal proceder, lo que restablecerí­a la buena relación con el Altí­simo.
Todo cristiano debe inquietarse o interesarse genuinamente en el bienestar espiritual, fí­sico y material de sus compañeros de fe. (1Co 12:25-27.) Esta clase de interés es la que se refleja en la carta del apóstol Juan a Gayo: †œAmado, oro que en todas las cosas estés prosperando y tengas buena salud, así­ como tu alma está prosperando†. (3Jn 2.) El apóstol Pablo, por su parte, manifestó su †œinquietud por todas las congregaciones†. (2Co 11:28.) Estaba profundamente interesado en que todos continuasen siendo fieles discí­pulos del Hijo de Dios hasta el fin.
En las Escrituras se habla de †˜inquietarse por las cosas del Señor†™, es decir, estar interesados en todo aquello que contribuya a dar adelanto a los intereses del Hijo de Dios. Como los cristianos solteros están libres de las responsabilidades propias del matrimonio, están en mejor posición que los casados para despreocuparse de †œlas cosas del mundo† y dar una mayor atención a †œlas cosas del Señor†. (1Co 7:32-35.)
El apóstol Pablo escribió que los cristianos casados estarí­an †˜inquietos por las cosas del mundo†™, al tener motivos de distracción que no tendrí­an los solteros. Lo que para un soltero pudiera ser más que suficiente desde el punto de vista de necesidades domésticas y personales —cobijo, alimento y ropa—, puede que para una familia resulte escaso. Debido a la í­ntima relación que existe entre la pareja, ambos estarí­an legí­timamente preocupados por satisfacerse el uno al otro con aquellas cosas que contribuyen al bienestar fí­sico, mental, emocional y espiritual de toda la familia. Y aun sin tener que hacer frente a enfermedades, imprevistos, limitaciones o impedimentos de cualquier tipo, una pareja casada y con hijos tiene que dedicar mucho más tiempo a †œlas cosas del mundo† —actividades no espirituales relacionadas con la vida cotidiana— que el que normalmente dedicarí­a el cristiano soltero.
Con todo, no se debe permitir que los intereses mundanos adquieran demasiada importancia. Jesucristo puso de manifiesto esta idea en una conversación que mantuvo con Marta, la hermana de Lázaro. Preocupada por atender a su huésped, no veí­a manera de apartar tiempo para escuchar a Jesús. Marí­a, sin embargo, †œescogió la buena porción†: beneficiarse del alimento espiritual que el Hijo de Dios les ofrecí­a. (Lu 10:38-42.)

Evitar la inquietud infundada. Una confianza absoluta en el interés amoroso de Jehová por el bienestar de sus siervos puede evitarle al cristiano inquietudes innecesarias. (Jer 17:7, 8.) Jesús hizo esta misma observación en el Sermón del Monte. Finalizó su consejo respecto a la inquietud con estas palabras: †œNunca se inquieten acerca del dí­a siguiente, porque el dí­a siguiente tendrá sus propias inquietudes. Suficiente para cada dí­a es su propia maldad†. (Mt 6:25-34.) El cristiano entiende que como un dí­a trae consigo sus propios problemas, no es necesario añadirle las inquietudes del dí­a siguiente, pensando en lo que pudiera ocurrir mañana, que tal vez nunca ocurra.
Incluso si a un cristiano se le lleva ante las autoridades para ser interrogado en tiempos de persecución, su confianza en la ayuda de Dios puede evitarle la inquietud. Jehová puede sostenerle mediante Su espí­ritu para que sea capaz de hacer frente a la prueba, y hasta hacer posible que en esas circunstancias dé un buen testimonio. (Mt 10:18-20; Lu 12:11, 12.)
Siempre que un cristiano sufra el asedio de situaciones que podrí­an inquietarle, intranquilizarle o infundirle temor, debe orar a su Padre celestial y †˜echar sobre Jehová toda su inquietud†™, con el convencimiento de que será escuchado por Aquel que se interesa en él. (1Pe 5:7.) El resultado será una sensación de calma interior, la paz de Dios, que guardará su corazón y sus facultades mentales. En lo más recóndito de su ser, en su corazón, habrán desaparecido la intranquilidad, los malos presentimientos y sobresaltos, y la mente no se verá perturbada por la confusión y la perplejidad que la inquietud provoca. (Flp 4:6, 7.)

Fuente: Diccionario de la Biblia