INTELIGENCIA DE LA FE

Dentro del discurso sobre el método teológico, se entiende por inteligencia de la fe o «intellectus fidei» aquel momento especulativo de la reflexión teológica en el que se profundizan y sistematizan los datos de la revelación cristiana contenidos en la Escritura y en la Tradición, interpretados por el magisterio, recogidos y elaborados durante el momento positivo o «auditus fidei».

La exigencia de una inteligencia de la fe, que existí­a ya en la Iglesia primitiva, se desarrolla sobre todo a partir de los siglos III-1V, cuando los Padres, empeñados en combatir y refutar las herejí­as de este perí­odo (gnosticismo, arrianismo, nestorianismo, pelagianismo, etc.), recurren continuamente a explicaciones lógicas y a argumentos filosóficos no presentes en el «depositum fidei». En la Edad Media, con el Sic et Non de Abelardo (-t 1142), en donde se demuestra abiertamente que las citas de la Escritura y de los Padres no siempre bastan por Sí­ solas para resolver determinadas cuestiones teológicas, y que se necesita por tanto un trabajo difí­cil y paciente de la razón, la inteligencia dé la fe se convertirá en la tarea principal y exclusiva de la teologí­a, hasta el punto de que en los siglos sucesivos, al menos hasta el siglo XVIl, no se hablará ya de teologí­a positiva, sino sólo de teologí­a especulativa o escolástica.

Actualmente, tras la recuperación del «auditus fidei» y de la í­ntima conexión que existe entre el momento positivo y el momento especulativo, los teólogos atribuyen a la inteligencia de la fe tres funciones esenciales. En primer lugar, una función de explicitación, en la que el teólogo se esfuerza en precisar, es decir en aclarar mejor, en definir técnicamente los conceptos expresados de manera precientí­fica en la Escritura y en la Tradición. En este trabajo de-explicitación se apela a todas las formas de inteligencia que ofrece la razón humana, de manera especial al método de comparación, basado en la analogí­a de las verdades de fe con las verdades naturales : al método de correspondencia, cuyo presupuesto es el nexo que existe entre los misterios revelados y el fin último del hombre: al principio epistemológico de la analogí­a de la fe, que tiene la finalidad de descubrir y resaltar las múltiples vinculaciones que existen entre los datos de la fe.

En segundo lugar, la inteligencia de la fe tiene una función de sí­ntesis, de estructuración orgánica de los resultados de la reflexión teológica. Naturalmente, esta sistematización de los datos varí­a sobre la base del principio de unidad que se escoja, que podrá ser o una determinada filosofí­a, o una perspectiva particular, o un cierto ambiente cultural, etc. De aquí­ el pluralismo de los diversos sistemas teológicos, en donde cada sistema representa un esfuerzo de interpretación del misterio.

Finalmente, la teologí­a tiene una función de actualización, en cuanto que no se puede explicitar y sistematizar el patrimonio de la revelación sin estar atentos al lenguaje y a la sensibilidad cultural del momento. Desde este punto de vista, la evolución cultural contemporánea crea no pocas dificultades para un lenguaje teológico, surgido en condiciones culturales completamente distintas de las actuales: por eso la teologí­a, mediante una sana hermenéutica, está llamada a distinguir entre los contenidos doctrinales significativos de la revelación, perennemente válidos y que tienen un carácter definitivo, y – los esquemas argumentativos utilizados para presentar esos contenidos en los diversos contextos culturales.

G. Occhipinti

Bib.: z. Alszeghv – M. Flick, como se hace la teologia San Pablo, Madrid 1976: E, Schillebeeckx, Revelación y teologí­a, Sí­gueme, Salamanca 1969: B. Lonergan, Método en teologí­a, Sí­gueme, Salamanca 1988: Y Congar, La fe y la teologia, Herder, Barcelona 1970: R. Latourelle, Teologí­a, ciencia de la salvación, Sí­gueme, Salamanca 1968.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico