JERONIMO

Vida: Nació en Estridón, entre Dalmacia y Panonia, en torno al 331 según Agustí­n de Hipona y al 347 según F. Cavallera. Cursó estudios en Roma, en torno al 360-367, y allí­ fue bautizado. En el 373 estaba de vuelta en su patria, marchando luego al desierto de Calcis donde un judí­o converso le enseñó el hebreo (375-377). En Antioquí­a es ordenado sacerdote por Paulino, seguidor de la ortodoxia nicena. En el 380 marcha con éste a Roma y comienza a traducir a Orí­genes. El papa Dámaso lo tomó como confidente y él aprovechó para perfeccionar su hebreo con un rabino. Parece ser que confiaba en ser elegido papa, y el nombramiento de Siricio en el 384, unido a ciertas hablillas sobre algunas amistades femeninas suyas, lo llevaron a abandonar la ciudad. Emprende entonces, en compañí­a de otras personas, una peregrinación a los santos lugares en el curso de la cual Jerónimo irá desechando el método alegórico y pidiendo progresivamente aclaraciones de los eruditos judí­os. En el 396 el grupo se instala en Belén fundando una erudita comunidad monástica. Enzarzado en una disputa con Rufino, cuyo telón de fondo es la heterodoxia origenista, Jerónimo optó externamente por llegar a una solución pací­fica influido, al menos en parte, por el temor a ser expulsado de Palestina, pero, alistado luego en el bando de Teófilo de Antioquí­a, atacará con su pluma a todos los enemigos de éste: Rufino, Juan Crisóstomo, los †œaltos hermanos† de Escete, etc. Hacia el 397 recibe una carta de Agustí­n de Hipona a la que no se molestó en contestar, respondiendo finalmente a otra misiva del 402. El africano no se desanimarí­a por aquella altivez y lograrí­a, humildemente, formar un frente con Jerónimo contra Pelagio al que denuncia aquél el 414. Dos años después una partida de pelagianos quema los monasterios de Jerónimo. Este fallece en el 419 cuando estaba redactando un comentario a Jeremí­as.

Obras: La importancia fundamental de Jerónimo reside en su traducción de la Biblia, que, no obstante, en su época fue muy criticada pues existí­a el temor de caer en una versión judaizada de las Escrituras. Descartó como no inspirados los libros de Eclesiástico, Sabidurí­a, Ester, Tobí­as y Macabeos — quizá por influencia del canon rabí­nico — y calificó al III y IV de Esdras de fantasí­as. Asimismo no incluyó Ba-ruc entre los libros inspirados. Tobí­as y Judit no los descartó, aunque los tradujo con suma libertad, y tampoco lo hizo con las adiciones griegas a Daniel. Tradujo asimismo obras como la Crónica de Eusebio, las Homilí­as de Orí­genes sobre los profetas, los textos de Pacomio, etc. Nos han llegado asimismo homilí­as suyas, diversas biografí­as de ermitaños, cartas y obras polémicas. Ver Agustí­n; Dámaso; Juan Crisóstomo; Rufino.

VIDAL MANZANARES, César, Diccionario de Patrí­stica, Verbo Divino, Madrid, 1992

Fuente: Diccionario de Patrística