JOSE

hijo de Jacob. Gen 37:2-50:26


José (heb. Yôsêf [1-6], “añada [aumente] El [Dios]” o “que El [Dios] añada [aumente]”; también aparece en textos fen. y aram.; gr. Ií‡sef [7, 10, 11, 13-15]; Ií‡setos e Ií‡ses [8, 9]; Ií‡sej [12]). De acuerdo con Gen 30:24 el vocablo hebreo proviene del verbo yâsaf , “añadir” (es decir, José representa el deseo de Raquel de recibir otro hijo de parte de Dios). Pero el v 23 indicarí­a que el autor también pensaba en un verbo de igual asonancia, ‘âsaf , “quitar” (es decir, José concreta la eliminación de la vergüenza de la esterilidad). 1. Hijo de Jacob de la amada Raquel, después de un largo perí­odo de esterilidad. Cuando nació, su padre habí­a servido a Labán 14 años, por lo que tení­a ya 91 años de edad (cf Gen 41:46, 47; 45:6; 47:9); o sea, 6 años antes de que la familia regresara a Canaán (30:22-26; 31:41). Por cuanto José era el primogénito de su esposa preferida, Jacob mostró favoritismo por él, en especial después de la muerte de Raquel, al regalar a José una vestidura costosa como la que usaban los hijos de los nobles (37:3). Los celos generados por esto aumentaron cuando José contó a sus hermanos 2 sueños en los que habí­a visto a todos los miembros de su familia, incluyendo a sus padres, inclinándose ante él (vs 4-11). Cuando tení­a 17 años, Jacob lo enví­o a Siquem para visitar a sus hermanos que pastoreaban sus ganados. Cuando llegó al lugar descubrió que se habí­an ido a Dotán, de modo que los buscó allí­. Apenas sus hermanos lo vieron, hicieron planes de matarlo, pero Rubén, con la esperanza de salvarlo, los persuadió de que lo abandonaran en una cisterna vací­a. Sin embargo, cuando en ausencia de Rubén pasó por allí­ una caravana de ismaelitas y madianitas en camino a Egipto, los otros hermanos lo vendieron como esclavo a los mercaderes. Para engañar a su padre, mancharon la vestidura de José con la sangre de un cabrito que mataron para esto, y le mostraron la ropa, diciéndole que la habí­an encontrado en el campo, Jacob sacó la conclusión de que José habí­a sido destrozado por algún animal salvaje (vs 12-33). Al llegar a Egipto, el joven fue vendido a Potifar, capitán de la guardia del rey (Gen 39:1). La fidelidad y capacidad de José le ganaron la confianza de Potifar, que lo puso como mayordomo de su casa. Pero su buena presencia creó sentimientos de lujuria en el corazón de la esposa de su amo. Cuando él rehusó persistentemente aceptar las insinuaciones de la mujer, ella lo acusó de intenciones sensuales. Como resultado, se lo encarceló. Sin embargo, muy pronto se ganó la confianza del carcelero por su fidelidad y obtuvo un puesto de responsabilidad. En la cárcel interpretó los sueños y predijo la suerte de 2 compañeros de prisión: del copero y del panadero (Gen 39:1-40:23). Dos años más tarde, unos 13 después de haber sido vendido como esclavo, Faraón tuvo sueños perturbadores que sus magos no pudieron explicar. Entonces el copero real, que hací­a mucho habí­a sido restituido a su cargo, se acordó de José y le contó a Faraón su propia experiencia. Llamado para interpretar los sueños de Faraón, José le dijo que Egipto experimentarí­a primero 7 años de abundancia y luego 7 años de hambre, y aconsejó al rey que almacenara granos durante los 7 primeros años para los años de necesidad. Percibiendo la sabidurí­a de José, Faraón designó al esclavo de 30 años como visir o Primer Ministro -el 2º en el reino- dándole públicamente toda la autoridad necesaria (Gen 41:1-46). José se casó con Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On (Heliópolis), la ciudad donde estaba el gran templo dedicado al dios sol Ra. A José le nacieron 2 hijos durante los 7 años de abundancia: Manasés y Efraí­n. En esos años se ocupó de almacenar alimentos para los futuros años de hambre, cuando el Nilo* no inundarí­a el paí­s por falta de lluvias en el ífrica central. La sequí­a que siguió también afectó al Asia y creó condiciones de hambre en Canaán. En consecuencia, los hijos de Jacob, como otros cananeos, fueron a Egipto a comprar granos. Se presentaron ante José sin reconocer en el funcionario -con ropas, idioma y costumbres egipcias- al joven que habí­an vendido 20 años antes. Pero José los reconoció de inmediato. Recordando sus sueños de la niñez y los celos y la crueldad de sus hermanos, los probó de diversos modos. Al mismo tiempo, los hijos de Jacob, pensando que su hermano todaví­a serí­a esclavo en 662 Egipto, sufrí­an de angustia y remordimientos por cómo lo habí­an maltratado. Finalmente, en su 2º viaje a Egipto, al fin de 2 años de hambre, José se dio a conocer (Gen 42:1-45:8), los convenció de sus sanas intenciones y mandó a buscar a su padre y a toda la familia para que se mudaran a Egipto. Los estableció en Gosén, tal vez el fértil Wâd§ Tumilât, no lejos de la capital hicsa de Egipto, Avaris, Tanis o Zoán* (Gen 45:9-46:30; cf Psa 78:12, 13). Temiendo que sus hermanos no pudieran soportar las tentaciones de la vida palaciega de Egipto, les aconsejó que siguieran siendo pastores,* una ocupación despreciada por los egipcios. Esto les darí­a la oportunidad de permanecer separados de los paganos y les permitirí­a vivir juntos en una sección del paí­s asignada a ellos (Gen 46:31-34). Faraón les dio una gran bienvenida al llegar a Egipto, y le concedió una audiencia a Jacob. 291. Seti I sobre su carro, un grabado sobre la pared del templo en Karnak; probablemente José usaba tales vehí­culos. Durante los siguientes 5 años de necesidad el paí­s pasó por momentos difí­ciles, y el pueblo egipcio se vio obligado a vender todas sus propiedades y a sí­ mismos a la casa real para conseguir alimentos; con excepción de la tierra de los sacerdotes y de los templos, todo volvió a Faraón, y entonces quienes las ocupaban pagaban 1/5 de la cosecha al rey (Gen 47:13-26). José cuidó de sus familiares durante ese tiempo. Poco antes de morir, Jacob bendijo a los 2 hijos de José, Efraí­n y Manasés, y los adoptó como hijos propios; en consecuencia, los descendientes de José formaron no una sino 2 tribus. Cuando Jacob falleció, de acuerdo con la costumbre egipcia fue embalsamado; luego fue llevado al sepulcro familiar en Hebrón, Canaán, para su sepultura. José aseguró a sus temerosos hermanos que no temieran nada de él después de la muerte de su padre (47:1-12, 27-31; 48:1-20; 49:33; 50:1-21). José llegó a los 110 años de edad, que en la literatura egipcia se consideraba la edad perfecta, y antes de morir encargó a sus descendientes que llevaran sus huesos a Canaán para darles sepultura cuando regresaran a la tierra prometida (50:22-26). En cumplimiento de sus deseos, en ocasión del éxodo su cuerpo embalsamado fue llevado por los hijos de Israel a Canaán y sepultado cerca de Siquem (Exo 13:19; Jos 24:32). El relato de José describe un ambiente verdaderamente egipcio en numerosos detalles, y se adecua mejor al perí­odo de los hicsos, cuando los faraones fueron mayormente extranjeros semí­ticos; éste es el perí­odo al que pertenece José, de acuerdo con la cronologí­a bí­blica. Ningún otro momento fue más propicio para que los semitas ocuparan un cargo honorable en Egipto como el de José; los reyes hicsos, semí­ticos, se habrí­an inclinado a tener más confianza en oficiales de razas emparentadas que en cualquiera de los egipcios subyugados, aunque también empleaban egipcios como oficiales, como “Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia”. Es digno de notar que la Biblia llama a Potifar “varón egipcio” (Gen 39:1), una designación que serí­a superflua e ilógica para un alto oficial de un faraón egipcio nativo, pero digna de mención si el rey y la clase gobernante eran extranjeros. Por los registros es evidente que el cambio de situación económica durante el perí­odo de los hicsos se pudo deber a lo que se cuenta en el relato de José. Durante el Reino Medio, anterior a la invasión de los hicsos, los egipcios gozaban de un sistema de empresas privadas, y la tierra era de propiedad particular, así­ como de los reyes y de los sacerdotes de los templos. Los escasos registros sobrevivientes del perí­odo de los hicsos no arrojan luz sobre el tema, pero en la dinastí­a 18ª, después de su expulsión, encontramos que todas las propiedades inmuebles estaba en manos del faraón, con excepción de las de los dos templos. El cambio de titularidad de manos privadas a la corona real debió haber ocurrido durante el tiempo de José. El relato explica cómo todas las propiedades pasaron de manos de los egipcios a las de la corona durante los años de hambre. Este nuevo sistema darí­a a los reyes de la dinastí­a 18ª una oportunidad de entregar tierras y otras propiedades a sus soldados veteranos como recompensa por sus fieles servicios durante la guerra de liberación. Véanse Cronologí­a (V, B); Egipto (V, 4). Los monumentos y documentos egipcios también ilustran numerosos detalles del relato de José y presentan muchos casos paralelos: un papiro demótico, ahora en el Museo Británico, que cuenta cómo los prisioneros eran liberados en el aniversario del ascenso del faraón (cf Gen 40:20). Los egipcios prestaban mucha atención a los sueños y creí­an que contení­an 663 mensajes divinos, como lo confirman muchos registros antiguos (cf 40:8; 41:8); por lo tanto, los magos y adivinos profesionales eran muy buscados para la interpretación de los sueños. Antes que José se pudiera presentar ante Faraón, tuvo que tomarse tiempo para afeitarse, aunque se habí­a dado la orden de que lo llevaran ante el rey con premura (Gen 41:14). En contraste con los asiáticos, los egipcios usaban la cara afeitada, y el relato del egipcio Sinhué cuenta como él, al regresar a Egipto después de un largo exilio en Asia, primero se afeitó y se cambió de ropa, como para ser considerado otra vez una persona civilizada. La investidura de José como visir (Gen 41:41-44) puede encontrar paralelos en los registros literarios de Egipto, y existen antiguas pinturas que muestran al rey en el acto de poner cadenas de oro con pectorales en el cuello de sus altos funcionarios. Del s XIII a.C. nos llega un documento, el papiro D’Orbiney, en el Museo Británico, que contiene la “Historia de los dos hermanos” que viví­an juntos. La esposa del mayor hizo un intento de seducir al hermano menor mientras su esposo estaba en el campo. Como el joven no aceptó someterse a la lujuria de ella, la mujer se enojó tanto que lo acusó ante su marido de intentar forzarla. El esposo airado salió inmediatamente para matar a su hermano menor, que, sin embargo, advertido por una intervención divina, pudo escapar. Más tarde se descubrió la verdad, y la infiel esposa fue muerta. La historia continúa con asuntos legendarios. Muchos comentadores modernos, al fijar el origen del Pentateuco en el 1er milenio a.C., creen que la historia de José de Gen_39 tiene su origen en la “Historia de los dos hermanos” egipcia. Sin embargo en los 2 relatos hay una sola cosa en común: una mujer infiel que intenta sin éxito seducir a un joven que vive en la casa y luego lo acusa de un intento de violación. Dramas como éste pudieron haber ocurrido con frecuencia en los tiempos antiguos, así­ como también ocurren hoy, ya que el objeto de la seducción generalmente cae como ví­ctima. Como José vivió muchos siglos antes que se escribiera el papiro D’Orbiney, y la “Historia de los dos hermanos” tiene tendencias mitológicas, no hay razón para suponer que una historia dependa de la otra. Bib.: ANET 23-25. 2. Nombre étnico que designa las 2 tribus de Efraí­n y Manasés, las cuales son llamadas “casa de José”, “tribu de José”, “hijos de José” o simplemente “José” (este nombre se usa con frecuencia en el AT para indicar las tribus combinadas o el reino del norte como un todo; Jos 16:1, 4; Jdg 1:22; 1Ki 11:28; Psa 78:67; Eze 37:16; etc.). 3. Padre del espí­a que representó a la tribu de Isacar (Num 13:7). 4. Hijo de Asaf y jefe del 1º de los 24 grupos en que David organizó a los músicos para el servicio del templo (1Ch 25:2, 9). 5. Judí­o que pertenecí­a a la familia de Bani; se habí­a casado con una mujer extranjera en tiempos de Esdras (Ezr 10:42). 6. Sacerdote, jefe de la familia de Sebaní­as en tiempos del sumo sacerdote Joiacim (Neh 12:14). 7. Esposo de Marí­a (Mat 1:16; Luk 3:23), considerado por sus contemporáneos como el padre de Jesús. Habrí­a sido un viudo que, según parece, tení­a hijos de un matrimonio anterior. Comprometido ya con Marí­a, descubrió que estaba encinta y decidió abandonarla sin avergonzarla; pero en un sueño se le informó que el niño habí­a sido concebido milagrosamente. Por tanto, se casó con ella y crió al niño como hijo propio (Mat 1:18-25). El nacimiento ocurrió en Belén, porque José habí­a llevado a Marí­a consigo desde Nazaret a su pueblo natal (Belén) para cumplir con un decreto de censo que exigí­a que cada persona se registrara en el pueblo de sus antepasados. Como José (y también Marí­a) eran miembros de la tribu de Judá y descendientes de la casa de David, debí­an cumplir ese registro en el lugar de nacimiento de su antepasado: Belén (Luk 2:1-16). José también estuvo con Marí­a cuando el niño Jesús fue llevado al templo para la acostumbrada presentación, y allí­ escuchó las predicciones de Simeón y de Ana (vs 22-38). Antes que Herodes pudiera llevar a cabo su cruel asesinato de los niños de Belén, fue instruido en un sueño a huir a Egipto con Marí­a y el niño. Más tarde regresó con la familia a Palestina y se estableció en Nazaret después de la muerte de Herodes (Mat 2:13-23). Como fiel judí­o, probablemente iba con regularidad a Jerusalén cada año para las grandes fiestas. Cuando Jesús cumplió 12 años fue llevado en la peregrinación anual de Pascua. En esta ocasión, sus padres lo perdieron; pero, después de una búsqueda de 3 dí­as, lo encontraron en el templo (Luk 2:41-50). José era carpintero (Mat 13:55), y aparentemente enseñó el oficio a Jesús (Mar 6:3). Parece haber muerto antes que Jesús comenzara su ministerio, como se deduce del hecho de que siempre lo visitaran sólo su madre y sus hermanos (Mat 12:46), y sus hermanos intentaran aconsejarlo (Joh 7:3-5); también hubiera sido difí­cil que Jesús encargara el cuidado de Marí­a 664 a Juan si el esposo de ella todaví­a viviera (19:26, 27). Véase Hermanos de Jesús. 8. Hermano de Jesucristo (Mat 13:55; Mar 6:3). 9. Hijo de Marí­a 5, y hermano de Jacobo el Menor, uno de los discí­pulos de Jesús (Mat 27:56; Mar 15:40, 47). 10. Judí­o rico de Arimatea que tení­a un sepulcro excavado en la roca (todaví­a sin usar) en un jardí­n fuera de la ciudad de Jerusalén (Mat 27:57, 59, 60; Joh 19:41). Era miembro del Sanedrí­n, pero no habí­a consentido en la resolución de condenar a Jesús, porque ya era un discí­pulo secreto de Jesús (Mat 27:57; Luk 23:50, 51; Joh 19:38). El dí­a de la crucifixión, junto con Nicodemo, otro dirigente judí­o, tuvieron el valor suficiente para identificarse como seguidores de Jesús. José fue osadamente a Pilato pidiendo el cuerpo de Jesús, y lo sepultó en su propia tumba, que estaba cerca del lugar de la crucifixión (Mat 27:58-60; Mar 15:42-46; Luk 23:52, 53; Joh 19:38-41). 11. Personaje de la genealogí­a de Jesucristo registrada en Lucas (Luk 3:24). 12 y 13. Dos descendientes de Judá que aparecen en la genealogí­a de Jesucristo registrada por Lucas (Luk 3:26, 30). 14. Cristiano judí­o, también llamado Barsabás (que significa “hijo de Sabás”), cuyo sobrenombre era Justo. Habí­a sido un seguidor de Jesús desde el principio de su ministerio, y junto con Matí­as fue seleccionado por los apóstoles como candidato para reemplazar a Judas, que habí­a traicionado a Jesús y luego se suicidó. Matí­as fue escogido por suertes, y no se sabe más nada de José (Act 1:21-26). Pudo haber sido el hermano de “Judas, que tení­a por sobrenombre Barsabás” (15:22). 15. Nombre original de Bernabé* (Act 4:36).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

El añade. Nombre de varón. 1. Pariente de Jesús, Mt 13, 55; en Mc 6, 3, aparece una variación del nombre, Joset. 2. J. Barsabás, por sobrenombre el Justo. J. fue presentado, junto con Matí­as, para elegir a quien ocuparí­a el puesto dejado por Judas Iscariote entre los doce apóstoles. Ambos conocieron a Jesús, y fue escogido Matí­as, Hch 1, 23-26. 3. J. de Arimatea, hombre rico de Arimatea, miembro respetable del Sanedrí­n, bueno y justo, que esperaba el Reino de los Cielos, discí­pulo en secreto de Jesús, por temor a los judí­os. Como miembro del Sanedrí­n, J. no estuvo de acuerdo con el proceder de este consejo con respecto Jesús. Este J. tuvo la valentí­a de acudir donde el procurador Poncio Pilato para pedir el cuerpo de Jesús, tras su muerte en la cruz, para darle sepultura en un sepulcro nuevo que habí­a hecho excavar en la roca, y el procurador romano se lo concedió, Mt 27, 57; Mc 15, 42-47; Lc 23, 50-56; Jn 19, 38-42. 4. José el carpintero, esposo de Marí­a, de la que nació Jesús, Mt 1, 16, descendí­a del linaje de David, Lc 2, 4. Viví­a J. en Nazaret donde ejercí­a el oficio de carpintero, Mt 13, 55; en Mc 6, 3, se dice que Jesús también era carpintero. 5. J. el patriarca, decimoprimer hijo del patriarca Jacob, primero que le nació de Raquel, su segunda esposa, en Paddán Aram, Gn 30, 22-24. De niño fue llevado a Palestina, donde vivió hasta los diecisiete años de edad, como pastor de los rebaños de su padre, Gn 31, 17-18. Era el preferido por Jacob entre sus hermanos, de cuyos malos pasos enteraba a su padre, lo que, junto con los sueños, que contó a sus hermanos, en los cuales J. aparecí­a por encima de ellos, hicieron que éstos le aborrecieran e intentaran matarle; pero, por insinuación de Judá, después de haberlo echado en un pozo vací­o, fue vendido a unos mercaderes madianitas, quienes, a su vez, lo vendieron en Egipto a Putifar, capitán de la guardia del faraón. A Jacob, sus hijos le enviaron la túnica de J. manchada con la sangre de un cabrito, y el padre creyó que una fiera lo habí­a devorado, Gn 37, 3-36. J. prosperó en Egipto, Putifar lo nombró mayordomo de su casa, donde la mujer del egipcio, por no querer J. acceder a sus deseos carnales, lo calumnio y fue encarcelado. Sin embargo, su comportamiento hizo que el jefe de la cárcel le nombrara guardián de todos los detenidos, Gn 39.

Estando J. en la cárcel fueron llevados allí­ el jefe de escanciadores y el de los panaderos, por haber caí­do en desgracia ante el faraón. Estos tuvieron unos sueños, que fueron interpretados por J.: al escanciador le pronosticó que serí­a reintegrado a su cargo, mientras el jefe de panaderos serí­a ejecutado, todo lo cual se cumplió a los tres dí­as, según dijo J., Gn 40. Esto le dio a J. la oportunidad de salir de la prisión y encumbrarse en Egipto.

Dos años después el faraón tuvo dos sueños que ninguno de sus magos y sabios pudo interpretar. El jefe de los escanciadores se acordó de J. y se lo comunicó al faraón, quien lo hizo sacar de la prisión y llevarlo ante su presencia para que desentrañara el significado de sus sueños misteriosos.

J. a partir de los dos sueños, predijo al faraón siete años de abundancia y siete de carestí­a, en Egipto. J. aconsejó al soberano poner al frente del paí­s un hombre inteligente que impusiera una contribución del quinto de las cosechas, que servirí­a de reserva para la época de escasez. J. fue nombrado primer ministro de Egipto, el faraón lo proclamó públicamente, le dio el nombre de Safnat Panéaj, esto es, †œDios habla: El vive†, y le entregó por esposa a Asnat, hija de Poti Fera, sacerdote de On. J. recorrió todo el paí­s y recogió inmensa cantidad de granos, que fue almacenada, Gn 41,1-49. Antes de los años de escasez, Asnat le parió dos hijos a J., Manasés, el primogénito, y Efraí­m, Gn 41, 50-52. Al llegar los años de hambre, J. abrió los graneros, e iban de los pueblos vecinos a Egipto a comprar granos. En Canaán también hubo escasez de alimentos y Jacob mandó a sus hijos a Egipto para proveerse de granos, lo que fue ocasión para el reencuentro de J. con sus hermanos, con los cuales se reconcilió, Gn 42; 43; 44; 45. Después, Jacob se trasladó a Egipto con toda su familia y fueron instalados por J., en una de las regiones más ricas de este paí­s, Gosen, al este del delta del rí­o Nilo, de acuerdo con el faraón, Gn 46; 47, 1-12.

Cuando Jacob enfermó J. lo visitó con Manasés y Efraí­m, sus hijos, a quienes aquél adoptó. Tras la muerte, J. enterró a Jacob en su tierra, en la cueva de Makpelá, sepulcro de sus antepasados, tal como lo habí­a pedido su padre, Gn 50, 1-14. J. murió en E., de ciento diez años de edad, habiendo conocido a los bisnietos de su hijo Efraí­m y a los nietos de Manasés. J. pidió que cuando los israelitas salieran de Egipto hacia la Tierra Prometida, llevaran con ellos sus huesos, como se cumplió, siendo enterrados en Siquem, Gn 50, 22-26; Ex 13, 19; Jos 24, 32.

La llegada de los israelitas a Egipto coincidió con los ® hicsos pueblo de origen semita, que dominaban en aquel paí­s, lo que hizo posible la buena acogida que tuvieron allí­ así­ como la prosperidad de que gozaron. José llevó a cabo en Egipto una reforma agraria, de suerte que todas la tierras quedaron en manos del Estado, menos las de los sacerdotes; el Estado suministraba las semillas y el cultivador entregaba a la corona el quinto de la cosecha, Gn 47, 13-26.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., yoseph, que Dios agregue; gr., Ioses).
1. El penúltimo de los 12 hijos de Jacob, y el primogénito de Raquel (Gen 30:22-24); el antepasado de dos de las tribus del norte: Manasés y Efraí­n. El resto del relato de su vida se encuentra en Génesis 37—50.

José nació en Padan-aram cuando su padre tení­a 90 años de edad, y era su hijo favorito porque era el hijo de Raquel y el hijo que le nació cuando ya era viejo. El favoritismo de su padre se manisfestaba en la túnica de varios colores que usaba José, quizá como señal de una posición especial, indicando su intención de hacerlo el jefe de la tribu. Naturalmente, este favoritismo provocó la envidia de los hermanos mayores de José. Esta mala voluntad aumentó cuando él, de manera un tanto imprudente, les relató dos sueños que habí­a tenido y que de alguna manera sugerí­an su grandeza futura y la servidumbre de ellos para con él.

Cuando José tení­a 17 años de edad, su padre lo envió a ver qué estaban haciendo sus hermanos. Ellos lo vendieron y después tomaron su túnica de varios colores y la empaparon con la sangre de un cabrito que habí­an matado.

La llevaron a Jacob con la historia de que habí­an encontrado la túnica y que pensaban que su hermano estaba muerto y que quizá habí­a sido despedazado por algún animal salvaje. Jacob hizo duelo muchos dí­as por la pérdida de su hijo.

Mientras tanto, los ismaelitas (o madianitas) llevaron a José a Egipto y lo vendieron como esclavo a un oficial del faraón, un egipcio de nombre Potifar.

Este joven esclavo mostró ser tan inteligente y de confianza que muy pronto su amo le confió todos los bienes de su casa, los cuales prosperaron bajo la administración de José. Pero a causa de la falsa acusación de la esposa de Potifar, cuyas propuestas inapropiadas habí­a rechazado José, éste fue echado en la prisión y allí­ permaneció por muchos años. Pero Dios estaba con él, y la providencia que previamente habí­a salvado su vida ahora lo trajo a la atención favorable del faraón. El encargado de la cárcel, habiéndose dado cuenta que podí­a confiar en José, lo puso a cargo de los otros prisioneros, entre los cuales se encontraban dos oficiales del faraón: el jefe de los coperos y el jefe de los panaderos, quienes estaban en la cárcel por haber ofendido al rey. José les interpretó dos sueños que habí­an tenido y, tres dí­as después, en el cumpleaños del rey, y tal como José lo habí­a predicho, el jefe de los panaderos fue ahorcado y al otro el rey lo restituyó en su cargo de copero (Gen 40:5-23).

Dos años después, el faraón tuvo dos sueños que nadie podí­a interpretárselos.

El jefe de los coperos se acordó de José y le contó al rey de la habilidad que éste tení­a para interpretar sueños. José le dijo al rey que ambos sueños tení­an el mismo significado: siete años de gran abundancia serí­an seguidos por siete años de hambre. Después le sugirió que se prepararan para los años de hambre almacenando los productos que sobraran durante los años de abundancia. El faraón inmediatamente nombró a José como el jefe de los graneros del rey y lo invistió con la necesaria autoridad para que pusiera en práctica sus planes.

Como jefe del departamento de estado, José llegó a ser uno de los oficiales cuya posición sólo estaba después del faraón (Gen 41:39-44) y, como una señal más del favor real, se le dio un nombre egipcio y se casó con la hija del sacerdote del gran templo nacional de On. Para entonces José ya tení­a 30 años de edad. Su esposa le dio dos hijos: Manasés y Efraí­n.

Durante la hambruna, todo el mundo conocido fue a Egipto a comprar maí­z, incluyendo a los hermanos de José. Ellos no lo reconocieron, pero él sí­; y cuando ellos se postraron ante él, él vio el cumplimiento de sus sueños que habí­an provocado el tremendo celo de sus hermanos años atrás. José, después de poner a prueba de varias maneras el carácter de sus hermanos, se dio a conocer ante ellos, les dijo que no guardaba rencor por todo el mal que le habí­an hecho y los persuadió para que juntamente con su padre se establecieran en Egipto. Los faraones que reinaban en Egipto en ese entonces probablemente eran miembros de la dinastí­a de los hicsos, los cuales eran de ascendencia semita, al igual que José. Por esto mismo, el faraón en turno recibió bien la idea de que Jacob y su familia fueran a vivir a Egipto.

En los años subsiguientes, a causa de la hambruna y la consecuente pobreza de la gente, José logró un cambio permanente en el sistema egipcio en relación con la propiedad de las tierras, a tal punto que casi toda la tierra llegó a ser propiedad del faraón y los dueños anteriores sus renteros. Jacob vivió con José en Egipto por 17 años. Antes de morir adoptó a los dos hijos de José, poniéndolos al mismo nivel de sus propios hijos para dividir la herencia. José vivió hasta los 110 años. Poco antes de morir expresó su confianza de que algún dí­a Dios llevarí­a de regreso a Canaán a los hijos de Israel y solemnemente los instruyó para que enterraran sus huesos ahí­. Sus deseos fueron cumplidos (Jos 24:32). José llegó a ser el progenitor de las tribus de Manasés y Efraí­n, siendo esta última la más poderosa e importante en el reino del norte, Israel. José representa el ideal de un carácter noble, sobresaliente por su benignidad, fidelidad al deber, generosidad y espí­ritu perdonador, de tal manera que a menudo se le ha considerado como un tipo de Cristo en el AT.
2. El padre de Igal de Isacar, uno de los 12 espí­as (Num 13:7).
3. Un hijo de Asaf y el jefe de un grupo de músicos durante el reinado de David (1Ch 25:2, 1Ch 25:9).
4. Un hijo de Bani quien se habí­a casado con una mujer extranjera pero que después la despidió (Ezr 10:42).
5. Un sacerdote de la familia de Sebaní­as en dí­as del sumo sacerdote Joyaquim (Neh 12:14).
6. El nombre de tres de los antepasados de Jesús (Luk 3:24, Luk 3:26, Luk 3:30. En 3:26 DHH tiene Josec).

7. El marido de Marí­a, la madre de Jesús (Mat 1:16; Luk 3:23).

José era carpintero (Mat 13:44) y viví­a en Nazaret (Luk 2:4). Era del linaje de David (Mat 1:20; Luk 2:4), el hijo de Elí­ (Luk 3:23) o Jacob (Mat 1:16) y según mucha gente de aquel entonces pensaba, era el padre de Jesús (Mat 13:55; Luk 3:23; Luk 4:22; Joh 1:45; Joh 6:42). Después de darse cuenta que Marí­a estaba embarazada antes de que se casaran, pensó en abandonarla secretamente, pero por medio de un sueño un ángel del Señor le aseguró que el niño que nacerí­a habí­a sido concebido del Espí­ritu Santo, así­ que José se casó con Marí­a (Mat 1:18-25). José y Marí­a fueron a Belén para ser empadronados, y allí­ nació Jesús. Los pastores fueron para rendirle honor a Jesús (Luk 2:8-20) y 40 dí­as después Jesús fue presentado en el templo. Habiendo sido prevenidos por el Señor en un sueño de que Herodes planeaba matar al niño, él huyó a Egipto con Marí­a y Jesús (Mat 2:13-19), regresando a Nazaret sólo después de que Herodes habí­a muerto. Cada año José asistí­a a la fiesta de la Pascua en Jerusalén (Luk 2:41); y cuando Jesús tení­a 12 años de edad, también acompañó a José y Marí­a.

Indudablemente, José debe haber enseñado a Jesús el oficio de carpintero (Mar 6:3). Es muy posible que José aún haya estado vivo cuando Jesús inició su ministerio (Mat 13:55), pero como después ya no se menciona en conexión con la crucifixión, y como Jesús encargó a Marí­a al cuidado de Juan durante la crucifixión (Joh 19:26-27), muy bien puede inferirse de que José habí­a muerto anteriormente al evento.

8. Uno de los hermanos de Jesús (Mat 13:55).
9. Un judí­o de Arimatea, hombre rico, miembro del Sanedrí­n (Mat 27:57; Mar 15:43); hombre justo que esperaba la venida del reino de Dios (Mar 15:43; Luk 23:50). Un discí­pulo secreto de Jesús a causa de su temor de los judí­os (Joh 19:38); él no participó en la resolución del Sanedrí­n de condenar a Jesús a la muerte. Después de la crucifixión, José de Arimatea obtuvo el permiso de Pilato para quitar de la cruz el cuerpo de Jesús y lo sepultó en una tumba nueva de su propiedad (Mat 27:57-60; Luk 23:50-53; Joh 19:38).
10. Un creyente conocido como Barsabás, o hijo de Sabas, el cual tení­a por sobrenombre, Justo (Act 1:23). Era uno de los que habí­an acompañado a Jesús y a los apóstoles desde el tiempo del bautismo de Jesús, y fue uno de los dos candidatos considerados para reemplazar a Judas Iscariote (Act 1:21). 1
1. El nombre personal de Bernabé (Act 4:36).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

José era el hijo favorito de Jacob, el primer hijo de Raquel. Sus celosos hermanos lo vendieron a Egipto donde fue falsamente acusado de un asalto criminal a la esposa de su dueño, Potifar, y fue encarcelado. Para un paralelo egipcio, véase Dos Hermanos, Historia de los. Posteriormente José llegó a ser conocido por su capacidad de interpreter sueños, fue librado de la prisión y llegó a ser el visir (primer ministro) de todo Egipto (Gn. 41:42).
Mientras que la Biblia no proporciona materiales para una cronologí­a exacta, se indica a menudo que fue en el tiempo de los *hiksos cuando José fue elevado al poder en Egipto. Siendo que los gobernadores hiksos eran en su gran mayorí­a semitas, puede entenderse que ellos hubieran estado más inclinados a honrar a José, un compañero semita.
La carrera de José como está bosquejada en el Génesis indica que el escritor bí­blico estaba familiarizado con el lenguaje y la cultura egipcios. José, como otros semitas, era barbado; pero se afeitaba antes de aparecer ante el faraón (Gn. 41:14). Faraón honró a José al darle ropas de lino fino (Gn. 41:42), caracterí­sticamente egipcias. La palabra Abrek, que el faraón hizo que los cocheros pregonaran delante de la carroza de José (Gn. 41:43), es egipcia, y no hebrea. Esta normalmente se traduce, †œdoblar la rodilla† (por su similaridad con el hebreo berek, rodilla), pero en Egipto probablemente significaba, †œDar atención†, o algo semejante. José fue llamado por un nombre egipcio, Zafnat-panea, interpretado por algunos con el significado, †œDios dice, él vivirᆝ. Su esposa egipcia Asenat tiene un nombre que honra a una diosa egipcia: †œella es de Neit†. Asenat era hija de un sacerdote de *On (Heliópolis), un centro de adoración de Re, el dios sol (Gn. 41:50).
(No hay datos arqueológicos pertinentes al famoso José del Nuevo Testamento.)

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

(Añadir, o añadid). Nombre de personas del AT y el NT, así­ como una tribu del AT.

1. Hijo de Jacob. Nació en Padan-aram. Su madre Raquel sufrió de esterilidad durante muchos años, por lo cual su nacimiento fue motivo de grande alegrí­a (Gen 30:22). Siendo un muchacho de diecisiete años, J. entró en contradicción con sus hermanos por el favoritismo que su padre le dispensaba. Jacob le habí­a hecho una túnica especial, muy apreciada, que no tení­an los demás. Por otra parte, J. reportaba a su padre los malos hechos de sus hermanos (Gen 37:2). A eso se añadió que contó a sus hermanos unos sueños cuya interpretación evidente indicaba que él serí­a superior a todos ellos (Gen 37:5-10). En una ocasión en que J. fue enviado a saber de la suerte de sus hermanos y sus rebaños, éstos le tomaron y quisieron matarlo. †¢Rubén, queriendo salvarlo, intercedió para que no lo asesinaran y pusieron a J. en una cisterna que no tení­a agua. Más tarde, por sugerencia de †¢Judá, lo vendieron a un grupo de madianitas comerciantes que iban a Egipto. Le llevaron a Jacob la túnica de J. rasgada y llena de sangre de un cordero para que se creyera que lo habí­a muerto una bestia. Los madianitas, mientras tanto, vendieron a J. a †¢†œPotifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia† (Gen 37:12-36; Gen 39:1).

Muy pronto J. se ganó la confianza de Potifar, quien le dejó administrar todos sus bienes. Pero la esposa del egipcio se enamoró de J. y le importunaba para que tuviera relaciones sexuales con ella. J. se negaba. Un dí­a en que ella trató de obligarlo asiéndolo por la ropa, J. salió huyendo, quedándose la mujer con el vestido de J. en sus manos. Sintiéndose despreciada, la egipcia acusó a J. de haber querido violarla, lo cual obligó a Potifar a echar a J. en la cárcel. Allí­ Dios volvió a bendecir a J., pues el principal carcelero, viendo sus dotes administrativas, le confió todo el cuidado de la prisión (Gen 39:1-23). Unos siervos del Faraón, †œel jefe de los coperos…. y el jefe de los panaderos† cayeron en desgracia y fueron a parar a esa misma cárcel. J. interpretó correctamente unos sueños que ellos tuvieron. El panadero fue ejecutado conforme a lo dicho por J. y el copero fue restituido en su puesto. Pero éste último †œno se acordó de J., sino que le olvidó† (Gen 40:1-23). Faraón tuvo un sueño que le dejó inquieto, queriendo saber la interpretación. El copero, entonces, se acordó de J. y le contó a Faraón su experiencia. Llamado ante el rey, J. interpretó los sueños diciendo que se acercaban dos perí­odos de siete años en Egipto, uno serí­a de abundancia y otro de escasez, y recomendó lo que debí­a hacerse. Faraón le encargó que fuera él mismo quien lo llevara a cabo. J. vino a ser así­ el segundo hombre en Egipto. El rey †œle dio por mujer a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On†. Tení­a en ese momento unos treinta años. Su programa consistió en guardar los excesos de producción de grano en los siete años de abundancia. Cuando llegó el perí­odo de escasez y se presentó el problema del hambre, †œen toda la tierra de Egipto habí­a pan† (Gen 41:1-57).
mandó a sus hijos a Egipto a comprar alimentos, quedándose sólo con Benjamí­n. J. reconoció a sus hermanos, pero no se identificó ante ellos. Los acusó de ser espí­as. Después de discutir, les permitió volver a su tierra, pero dejando a Simeón como rehén hasta que regresaran con Benjamí­n. Jacob se negó a enviar a su hijo más pequeño, pero cuando los alimentos se terminaron, no tuvo más remedio que permitir que lo llevaran (Gen 42:1-38; Gen 43:1-14). J. los recibió, les sacó a Simeón, pero al ver a Benjamí­n no pudo contenerse y salió a llorar a escondidas. Luego les hizo un banquete. Cuando se iban de retorno a su tierra, los hermanos de J. fueron detenidos por órdenes de J. Se buscó en sus costales y se encontró la copa de J. en el que correspondí­a a Benjamí­n. J. mismo lo habí­a ordenado así­ en secreto. Los hermanos fueron devueltos y tuvieron que enfrentarse a J. que fingí­a furia, y pidió que dejasen con él a Benjamí­n. Antes esto, Judá rogó que se le permitiera quedarse él en lugar de su hermano más joven. Conmovido por la escena, J. mandó salir a todos los egipcios del recinto y se identificó ante sus hermanos, que no lo podí­an creer. J. perdonó a sus hermanos y les rogó que fueran a buscar a su padre. Fue así­ como Jacob y todos sus hijos con sus familias descendieron a Egipto, donde J. los recibió y los asentó, con el favor de Faraón, en la tierra de Gosén (Gen 43:15-34; Gen 44:1-34; Gen 46:1-34; Gen 47:1-12).
escasez de aquel perí­odo arreció, al punto que J. retiró todo el dinero circulante en Egipto y Canaán. Los egipcios, para poder adquirir alimentos, vendieron sus ganados y tierras a J. que los compró a nombre de Faraón. Cuando no habí­a más ganado que vender, ofrecieron sus tierras y sus personas a Faraón. J. decidió dejarles en sus propiedades para que las cultivaran, dando †œel quinto a Faraón†. Para facilitar la distribución de la comida, J. concentró la población en las ciudades (Gen 47:13-31).

J. tuvo dos hijos, Efraí­n y Manasés. Cuando Jacob sintió cerca la hora de su muerte, J. vino a visitarle trayéndolos ante su padre, quien los bendijo, adoptándolos como hijos suyos. Los descendientes de Efraí­n y Manasés formaron dos tribus llamadas, precisamente, †œhijos de J.† (Num 34:23; Jos 14:4). Muerto Jacob, J. llevó el cadáver a ser enterrado en tierra de Canaán, tal como habí­a jurado a su padre, acompañándolo †œun escuadrón muy grande† de familiares y gente de la corte de Faraón. De regreso en Egipto, los hermanos de J. pensaron que él se vengarí­a de ellos una vez muerto Jacob, pero J. †œlos consoló y les habló al corazón†. J. vivió hasta ver la tercera generación de los hijos de Efraí­n. Murió lleno de dí­as, dejando órdenes para que sus huesos fueran llevados a Canaán, diciendo a su familia: †œDios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob† (Gen 49:1-33; Gen 50:1-26).

J. es mencionado en el NT en varias ocasiones, especialmente en el discurso de †¢Esteban (Hch 7:9-18) y en Heb 11:21-22. Los acontecimientos de la vida de J. parecen haberse desarrollado en tiempos de la dominación de los hicsos, un pueblo de origen semita que invadió Egipto y estableció una dinastí­a. Un detalle que insinúa esto consiste en la mención de la rueda. Es en la historia de J. donde por vez primera se menciona en la Biblia algo con ruedas (Gen 41:43; Gen 45:19; Gen 46:29). Generalmente se entiende que el caballo y los carros fueron introducidos en Egipto desde el Asia central y la Mesopotamia por los hicsos, entre los años 1700 al 1555 a.C.

2. Padre de Igal, de la tribu de Isacar. Igal fue uno de los espí­as que mandó Moisés a reconocer la tierra (Num 13:7).

. Levita de tiempos de David. Uno de los †œhombres idóneos para la obra de su ministerio† musical †œbajo la dirección de su padre† Asaf (1Cr 25:1-3).

. Levita de tiempos de Esdras. Fue uno de los que se habí­an casado con mujeres extranjeras y fueron obligados a separarse de ellas. Era de los hijos de Bani (Esd 10:42).

. En tiempos de †¢Esdras y †¢Nehemí­as se intentó restaurar las órdenes sacerdotales establecidas por David. J. aparece como cabeza de la familia organizada bajo el nombre de †¢Sebaní­as (Neh 12:14).

. Personaje que aparece en la genealogí­a del Señor Jesús (Luc 3:24).

. Personaje que aparece en la genealogí­a del Señor Jesús (Luc 3:26).

. Personaje que aparece en la genealogí­a del Señor Jesús (Luc 3:30).

. Varón de la tribu de Judá, descendiente de David, que viví­a en Nazaret. Su oficio era la carpinterí­a. Habí­a sido desposado con una virgen llamada †¢Marí­a. †œAntes que se juntasen† ésta †œse halló que habí­a concebido del Espí­ritu Santo†. De acuerdo con la costumbre israelita, J. era ya su marido, pero †œcomo era justo y no querí­a infamarla, quiso dejarla secretamente† (Mat 1:18-19). Mientras cavilaba sobre el particular, un ángel le habló en sueños diciéndole que recibiera a Marí­a, lo cual hizo, viviendo con ella sin conocerla sexualmente hasta que nació el niño, al cual puso el nombre de JESÚS, siguiendo las instrucciones recibidas del ángel.

El nacimiento tuvo lugar en †¢Belén, adonde se habí­an trasladado los esposos con motivo del un censo ordenado por los romanos (Luc 2:1-17). Tras un corto viaje a Jerusalén para presentar al niño en el †¢templo de acuerdo a la ley (Luc 2:22), volvió a Belén, donde recibió otra revelación angelical en sueños a fin de que se fuera a Egipto porque la vida del niño corrí­a peligro en Belén. J. obedeció de nuevo (Mat 2:13-14). Vivió en Egipto con su esposa y el niño Jesús hasta que otra vez el ángel le ordenó regresar a su tierra, y vino a morar en Nazaret (Mat 2:15-23).
piensa que la genealogí­a del Señor Jesús que aparece en Mateo corresponde a la de J., mientras que la de Lucas es de Marí­a. De las pocas cosas que se nos dicen de la personalidad de José, podemos entender que era un hombre de buen corazón y temeroso de Dios, humilde y obediente. Era extremadamente religioso, como puede verse, entre otras cosas, por la atención que prestaba a los preceptos de la ley y por sus visitas a Jerusalén †œtodos los años†, en una de las cuales el niño Jesús se extravió durante tres dí­as (Luc 2:41-52). J. tuvo hijos con Marí­a después del nacimiento del Señor Jesús ( †¢Hermanos del Señor). Como en el catolicismo se piensa que eso no puede ser, puesto que a su entender Marí­a fue virgen antes y después del nacimiento del Señor hasta su muerte, se elaboró la teorí­a de que J. era un viudo de mucha edad cuando su desposorio con la virgen, pero que tení­a hijos de su matrimonio anterior. Esa es la explicación que se ofrece en unos evangelios apócrifos, especialmente en el llamado †œProtoevangelio de Santiago†, escrito en los alrededores del siglo IV d.C. †¢Marí­a.

10. Uno de los hermanos del Señor. Se nos dan sus nombres en Mat 13:56 y Mar 6:3 : †œ †¢Jacobo (Santiago), J., †¢Simón y †¢Judas†. Al principio éstos no aprobaban el ministerio del Señor Jesús, †œporque ni aun sus hermanos creí­an en él† (Jua 7:5). Sin embargo, luego aparecen como creyentes y siervos del Señor, en compañí­a de los apóstoles y de su madre Marí­a (Hch 1:14). †¢Jacobo. †¢Santiago.

. Hijo de †¢Marí­a, mujer de †¢Cleofas. Este J. posiblemente era primo del Señor Jesús (Mar 15:40).

. Discí­pulo que estuvo †œtodo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salí­a entre† los suyos †œcomenzando desde el bautismo de Juan hasta el dí­a en que … fue recibido arriba†. También fue †œtestigo de su resurrección† (Hch 1:21-22). Fue uno de los que los Once pusieron delante del Señor, echando suertes, para ver quien ocuparí­a el puesto de †¢Judas Iscariote, pero fue seleccionado †¢Matí­as (Hch 1:23-26).

. Nombre de pila de †¢Bernabé (Hch 4:36).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG FUNC TIPO HOMB HOAT HONT

ver, GENEALOGíA (de Jesús), EGIPTO (Estancia israelita), TIPO, TIPOLOGíA, JESUCRISTO, MARíA, MATíAS

vet, = “que él (Dios) añada”. (Heb.: “Yãsaph”.). Tiene también la resonancia de una forma verbal que significa “él eleva”. En Gn. 30:23, 24 el escritor juega con el nombre y las dos etimologí­as, no dando la raí­z de la palabra, sino la razón por la que el nombre fue dado. 1. Undécimo hijo de Jacob y primogénito de Raquel (Gn. 30:22-24). Su historia ocupa los capí­tulos 37, 39-50 del libro de Génesis. Nació en Padán-aram (Mesopotamia) seis años antes del retorno de Jacob a Canaán (Gn. 30:25; cfr. Gn. 31:41), cuando Jacob tení­a 90 o 91 años. El favoritismo paterno hacia él provocó la envidia de sus hermanos. Es bien conocida la historia de cómo primero sus hermanos pensaron en darle muerte, y al final lo vendieron a una caravana de mercaderes que se dirigí­a a Egipto y su compra por Potifar, oficial de la guardia de Faraón (Gn. 37), su encarcelamiento por el despecho de la esposa de Potifar, que no consiguió seducirlo (Gn. 39), el sueño del copero y panadero de Faraón, encarcelados con él (Gn. 40); el doble sueño de Faraón y su interpretación por José, anunciando siete años de prosperidad y siete de hambre, junto con su ascensión a primer ministro de Faraón (Gn. 41); la llegada de los hermanos de José para comprar alimentos, y los tratos de José con ellos, para inducirlos al arrepentimiento (Gn. 42-45); la emigración de Jacob y toda su familia a Egipto y su establecimiento en la tierra de Gosén bajo la protección de Faraón y de José (Gn. 46-47); las bendiciones y muerte de Jacob (Gn. 48-49) y la muerte de José (Gn. 50). Muchos autores sitúan el perí­odo egipcio de la vida de José bajo los faraones hicsos. Sin embargo, las dificultades de este punto de vista van aumentando con las investigaciones. La cronologí­a egipcia tradicional está llena de problemas que hallan su solución más satisfactoria con una revisión que la haga coherente con la evidencia interna de los monumentos e inscripciones y con la evidencia etnológica de los paí­ses de aquel área. Los trabajos de Velikovsky y de Courville indican que, en lugar de las fechas comúnmente aceptadas de alrededor del año 1871 a.C. bajo la dinastí­a XII de los hicsos, la ascensión de José al puesto de primer ministro en Egipto se sitúa alrededor del año 1665 a.C. (aceptándose un intervalo de 215 años para la estancia de Israel en Egipto [véase EGIPTO (Estancia israelita), c, Duración de la estancia en Egipto]), como visir de Sesostris I. Courville identifica a Mentuhotep con José en base a la coincidencia de sus circunstancias personales e históricas en las inscripciones y monumentos con las de José en las Escrituras (cfr. Courville, “the Exodus Problem and its Ramifications”, vol. 1, PP. 133-161 [véase EGIPTO, Bibliografí­a]). Por otra parte, los costumbrismos y el colorido del relato de José en Egipto son netamente egipcios, y concuerdan con el marco histórico de manera fidedigna. Nombres como Potifar, Zafnat-panea, Asenat, Potifera, On (Gn. 39:1; 41:45, etc.), y los tí­tulos de los funcionarios, son evidencia de un registro exacto de los acontecimientos. En Gn. 41:14 se señala que, a pesar de la urgencia con la que se hizo salir a José de la cárcel, tuvo que ser afeitado y cambiado de ropas antes de presentarse ante Faraón. Los egipcios no llevaban barba, y el ceremonial exigí­a que los sacerdotes fueran rasurados. Los monumentos y los papiros dan la misma descripción que Génesis para la investidura de altos cargos: imposición de collar, anillo, y vestiduras de lino. Un magno giro económico hizo que todas las tierras, excepto las de los sacerdotes, vinieran a ser propiedad de los faraones. Es según la etiqueta egipcia que la comida fue servida por separado a José, a sus hermanos, y a los invitados egipcios (Gn. 43:32). José comí­a solo, a causa de su rango y de su pertenencia a la clase sacerdotal, que le impedí­a mezclarse con los inferiores. Habí­a una mesa especial para los egipcios, por cuanto éstos debí­an mantenerse apartados de los extranjeros. Los pastores, porqueros y vaqueros, incluso egipcios, eran relegados al ostracismo, porque se consideraba que el cuidado de los animales era incompatible con el nivel de refinamiento y propiedad que exigí­an los egipcios (Gn. 46:34; Herodoto 2:47; cfr. 164). Es posible, debido a esto, que José instalase a su familia en el paí­s de Gosén, donde los hebreos estaban alejados de los egipcios. Las tribus de Manasés y de Efraí­n descendí­an de los hijos de José. Las bendiciones que Jacob pronunció desde su lecho mortuorio para José se dirigí­an tanto a él como a estas dos tribus (Gn. 48:8-22; 49:22-26). El nombre de José en el Sal. 80:2 designa poéticamente a las tribus de Manasés y de Efraí­n. José es, tipológicamente, una notable profecí­a del Señor Jesucristo: rechazado por sus hermanos, el pueblo judí­o, que será finalmente restaurado por el Señor, mediante el arrepentimiento, a una tierra feraz, después de haber pasado por juicios. Durante su rechazamiento, José contrae matrimonio con una mujer gentil, tipo de la Iglesia, asociada al Señor también en su rechazamiento. (Véanse TIPO, TIPOLOGíA.) 2. Otros personajes llamados José: Uno de los hermanos de Jesús (Mt. 13:55; Mr. 6:3). Tres antepasados de Jesús (Lc. 3:24, 26, 30). Nombre propio de Bernabé, el compañero de misión de Pablo (Hch. 4:36). Barsabás, que tení­a por sobrenombre “Justo”, y nominado como candidato a tomar la vacante dejada por Judas en el Colegio Apostólico, se llamaba José. Fue Matí­as el elegido (Hch. 1:21-26). (Véase MATíAS.) Otros aparecen en Nm. 13:7; 1 Cr. 25:2; Esd. 10:42; Neh. 12:14).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[011]

Nombre puesto al hijo de Jacob por su esposa predilecta, Raquel, que tardó mucho tiempo en darle a luz. Su nombre significa “Dios añada[otro]” (Gen 30.23) y tuvo una infancia soñadora, gran rivalidad fraterna, un tiempo de esclavo en Egipto al ser vendido por sus hermanos y un poderí­o singular (Gen. caps. 37 a 49), reflejado luego en los dos hijos que pasaron a ser cabezas de tribu en Israel: Efraim y Manasés.

El nombre fue considerado especialmente digno en Israel. Lo ostentaron después otros 16 personajes bí­blicos y fue mirado como sinónimo de fecundidad. (Ver Patriarcas)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

1. Patriarca israelita

(-> Jacob, patriarcas, comidas). Dentro de la tradición israelita, la figura de José constituye uno de los sí­mbolos fundamentales del pueblo y ha sido elaborada en dos contextos muy distintos, ambos de tipo novelado. En el primer caso, José aparece como hijo de Jacob y salvador de sus doce hermanos, los patriarcas de Israel (en el comienzo de la historia bí­blica, en el libro del Génesis). En el segundo de los casos aparece como modelo de israelita fiel, esposo ideal de Asenet, la egipcia, en un libro apócrifo de origen alejandrino (helenista), titulado José y Asenet. (1) José, el hijo de Jacob. Su historia novelada, unida a la de Jacob su padre, ocupa la última parte del libro del Génesis (Gn 37-50). José, el preferido de Jacob, es un vidente y un sabio, que suscita la envidia de sus hermanos, que le venden a unos mercaderes, viniendo así­ a convertirse en esclavo de un magnate egipcio llamado Putifar. La esposa de Putifar le pretende y él se opone, siendo acusado de asedio sexual encarcelado. Por sus dotes de intérprete de sueños logra salir de la cárcel y el faraón le convierte en su “primer ministro”. De esa forma, como ministro de Egipto, instaura y organiza el orden económico del imperio de los faraones, con sus graneros para reserva de alimentos (¡toda la economí­a de Egipto ha sido creada por un israelita!). Después reconoce y acoge a sus hermanos, que habí­an querido asesinarle, y les concede una tierra en Egipto, donde pueden alimentarse y “salvarse” el tiempo de hambre. El mismo padre Jacob desciende con todos sus hijos a Egipto, donde José les acoge, apareciendo así­ como refugio y salvador de los israelitas.

Esta novela de José, bellamente escrita, constituye una de las obras más hermosas de la antigua literatura universal. Puede contener algunos recuerdos históricos, pero ha sido bellamente elaborada por los sabios de Israel, en tiempos muy posteriores (quizá después del Exilio), para poner de relieve la providencia de Dios en los orí­genes del pueblo. Es una historia que ha podido ser elaborada todaví­a en las tierras del antiguo reino del Norte (de la posterior Samarí­a), pues su héroe es José y no Judá. Pero ha sido acogida por todo Israel y ha servido de reflexión y alabanza para los judí­os posteriores.

(2) José y Asenet. Son los héroes de una preciosa novela de tipo judeohelenista, que proviene (como el libro de la Sabidurí­a) de la comunidad de Alejandrí­a. Está escrita en los años de Jesús (siglo I d.C.), en un tiempo y contexto de fuerte apertura universal: ciertos judí­os quieren abrirse a los paganos y lo hacen contando historias como éstas, que reelaboran la figura del viejo patriarca, ministro de Egipto. Este es su tema: Asenet, hija virgen de un gran sacerdote de Egipto, que ha rehusado a los pretendientes anteriores, viviendo en soledad, encuentra a José, y quiere hacerle su esposo. Evidentemente, José es el patriarca israelita, hijo de Jacob, visir supremo del faraón, y conforme a su deber inspecciona las riquezas del reino. Sobre la trama de esos viejos personajes ha tejido nuestro autor la tela de las relaciones entre judí­os y gentiles en Egipto.

José aparece así­ como “mediador de salvación”. En la historia antigua del Pentateuco (Gn 37-50) él ofrecí­a la salvación al resto de sus hermanos, de manera que ellos podí­an ser acogidos en Egipto, donde encontraban tierra y comida. En esta nueva historia, mucho más audaz, él ofrece la salvación a los mismos egipcios, representados por Asenet. Como vemos, José sigue siendo el buen israelita, verdaderamente “virgen, porque rechaza a toda mujer extranjera” (José y Asenet 8,1), como el primer José, hijo de Jacob, rechazó a la mujer de Putifar. Pero Asenet no es una mujer pervertida, infiel a su marido, sino una virgen porque sólo quiere casarse “con el primogénito del rey de Egipto” (cf. José y Asenet 4,15), rey divino de la tierra. De esa manera, él aparece, de alguna forma, como signo y principio de salvación para los gentiles, representados por Asenet. Así­ lo muestra su oración por Asenet: “Señor, Dios de mi padre Israel, el Altí­simo, el Fuerte, que llamas de las tinieblas a la luz, del error a la verdad y de la muerte a la vida; tú mismo, Señor, vivifica y bendice a esta doncella. Renuévala con tu soplo, remodélala con tu mano, reví­vela con tu vida. Que coma el pan de tu vida y beba la copa de tu bendición, ella, a la que yo escogí­ antes de ser alumbrada, y que penetre en el descanso que has preparado a tus elegidos” (José y Asenet 8,10-11).

Ciertamente, este José sigue siendo en algún sentido un hombre, pero ahora recibe rasgos celestes, de tipo angélico. De esa forma desborda el nivel genealógico de las doce tribus y viene a presentarse como signo de Dios para Asenet, es decir, para el conjunto de los egipcios. Ella, Asenet, se convierte a la fe verdadera: destruye sus í­dolos, reparte entre los pobres el oro y plata de su riqueza material, y arroja a los perros la comida de los í­dolos, es decir, la carne de los sacrificios, para confesar su fe en el Dios de Israel. Entonces se le aparece José en su verdad sagrada, como “comandante del ejército del Señor” (Miguel, ángel supremo), ofreciéndole su asistencia: “Ten ánimo, el Señor ha escuchado las palabras de tu confesión… A partir de hoy vas a ser renovada, remodelada y revivificada; vas a comer el pan de vida, a beber la copa de la inmortalidad, y serás ungida con la tinción de la incorruptibilidad. Ya no serás llamada Asenet, sino que tu nombre será Ciudad de Refugio, ya que en ti se refugiarán muchas naciones, y bajo tus alas se abrigarán muchos pueblos, y en tu muralla serán protegidos quienes se unan a Dios a través de la con versión” (Joséy Asenet 15,1-7). Algunos investigadores han pensado que esta Asenet, ciudad de refugio, podrí­a ser la Iglesia y que José serí­a el mismo Jesús. Sin embargo, es preferible situar ambas figuras dentro de un judaismo helenista, que reinterpreta la historia de los patriarcas de un modo espiritual, buscando también el despliegue de un Israel espiritual, abierto a las naciones, es decir, al mismo Egipto.

Cf. La historia de José y Asenet aparece en A. Dí­ez MACHO (ed.), Apócrifos del Antiguo Testamento III, Cristiandad, Madrid 1982, 191-204. Cf., también, R. MICHAUD, La historia de José, Verbo Divino, Estella 1981; R. DE VAUX, Historia antigua de Israel I-II, Cristiandad, Madrid 1975. Reelaboración novelada en Thomas MANN, José y sus hermanos, Punto de lectura, Madrid 2í“02.

JOSE
2. Esposo de Marí­a

(-> Marí­a, anunciación, infancia, hijo de José). La tradición del Nuevo Testamento considera a José como padre (especialmente adoptivo) de Jesús (cf. Lc 2,48; Jn 1,45; 6,42). Tanto Mt 1,18-2,33 como Lc 1,26-2,52 le presentan como fiel ejecutor de la obra de Dios. De un modo especial podemos evocar dos rasgos de su figura, uno en Mateo, otro en Lucas.

(1) Mateo. La conversión de José. Mateo presenta a José como hijo de David (Mt 1,20), es decir, como un heredero de las promesas mesiánicas, un hombre “justo” (dikaios) que cumple lo que exige y pide la ley divina (Mt 1,19). Lógicamente, él tení­a que presentarse como transmisor de las promesas mesiánicas, como alguien capaz de decir a Jesús lo que ha de ser, la forma en que debe comportarse, como portador de la voluntad y de la misión particular de Dios. Pues bien, el ángel de Dios le pide que renuncie a su paternidad, con los derechos que ella implica, poniéndose al servicio de la obra de Dios en Marí­a, su esposa (Mt 1,1825). De esa forma le pide lo más fuerte y costoso que puede pedirse a un hombre, especialmente si es israelita: que renuncie a su derecho y que acepte, acoja y cuide la obra que Dios ha realizado en su mujer Marí­a. Frente al varón dominador que duda de su esposa y la utiliza, frente al hombre que pretende “conquistar” a las mujeres y tomarlas como territorio sometido, se eleva aquí­ la voz más alta del ángel de Dios pidiendo al varón José que respete a la mujer Marí­a, aceptando lo que Dios realiza en ella. En el principio de la historia de la liberación cristiana está la fe de este buen varón José, que se ha dejado cambiar, convirtiéndose de algún modo en cristiano ante Marí­a.

(2) Lucas. La diferencia de José. Se sitúa ya en la vida pública de Jesús, que acaba de anunciar su mensaje de gracia universal (Lc 4,18-19), retomando el mensaje de Is 61,1-2 y 58,6 y anunciando el gran Jubileo*, pero omitiendo las palabras clave de Is 61,2, donde se habla “del dí­a de venganza de nuestro Dios”. Eso significa que Jesús abre el mensaje de salvación a todos los pueblos, como sigue suponiendo el texto, cuando alude a la tradición del mensaje y milagros de Elias y Elí­seo, que ofrecieron su ayuda a los extranjeros, habiendo en Israel muchos enfermos (Lc 4,24-26). Pues bien, en vez de alegrarse por ello, sus paisanos de Nazaret rechazan a Jesús y quieren asesinarle, conforme a una ley de linchamiento colectivo (cf. Lc 4,20-29). No pueden aceptar que Dios cure (transforme) por igual a nacionales y extraños: no quieren libertad ni evangelio para aquellos que, a su juicio, no lo merecen. En este contexto apelan a la memoria del padre: “Todos daban testimonio sobre él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salí­an de su boca. Y decí­an: ¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4,22). Ciertamente, saben que es hijo de José (en plano legal, nacional). Por eso, su pregunta no es para que respondamos “sí­” y de esa manera ratifiquemos el origen familiar de Jesús, sino para que distingamos a Jesús de José, que a los ojos de los nazarenos habí­a sido un defensor de la identidad israelita, un partidario de la separación entre los buenos israelitas y los malos extranjeros. Por eso, la pregunta puede sonar de esta manera: “¿Cómo siendo hijo de José puede comportarse de esta forma?”. Sabemos poco de José, pero lo sabido es suficiente para afirmar que es “hijo de David” en el sentido nacional israelita (cf. Lc 1,27.32). Por eso, los nazarenos recuerdan aquí­ al José “nacionalista” (probablemente ya muerto), para oponer su figura a la de Jesús, que les parece no nacionalista. De esa forma, el hijo de José parece haberse vuelto contrario a los principios de actuación de su padre.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

(forma abreviada de Josifí­as, que significa: †œQue Jah Añada [Aumente]; Jah Ha Añadido [Aumentado]†).

1. Primero de los dos hijos que Jacob tuvo con su amada esposa Raquel. (Gé 35:24.) Cuando José nació, Raquel exclamó: †œÂ¡Dios ha quitado mi oprobio!†, pues habí­a sido estéril. Luego lo llamó José, diciendo: †œJehová me añade otro hijo†, es decir, otro hijo además de Dan y Neftalí­, a quienes Raquel habí­a aceptado como suyos aunque le nacieron a su sierva Bilhá. (Gé 30:3-8, 22-24.) En aquel entonces Jacob debí­a tener unos noventa y un años de edad. (Compárese con Gé 41:46, 47, 53, 54; 45:11; 47:9.)
Unos seis años después, Jacob partió de Padán-aram con toda su familia para regresar a la tierra de Canaán. (Gé 31:17, 18, 41.) Cuando se enteró de que su hermano Esaú iba a su encuentro con 400 hombres, Jacob repartió sus hijos a las esposas y concubinas, y colocó a Raquel y José detrás de todos, en la posición más segura. (Gé 33:1-3.) José y su madre fueron, por lo tanto, los últimos en inclinarse ante Esaú. (Gé 33:4-7.)
Después José residió con su familia en Sucot, Siquem (Gé 33:17-19) y Betel. (Gé 35:1, 5, 6.) Más tarde, cuando iban de Betel a Efrat (Belén), Raquel, la madre de José, murió mientras daba a luz a Benjamí­n. (Gé 35:16-19.)

Odiado por sus medio hermanos. A la edad de diecisiete años, José cuidaba ovejas junto con los hijos que Jacob tuvo con Bilhá y Zilpá. Mientras lo hací­a, aunque era el menor, no se unió a ellos en sus malas acciones, sino que, movido por un sentido de responsabilidad, le llevó a su padre un mal informe sobre ellos. (Gé 37:2.)
Jacob tuvo más cariño a José que a todos sus demás hijos, debido a que era un hijo de su vejez, y tal vez también debido al apego de José a la rectitud. Jacob mandó hacer para su hijo una larga vestidura rayada, quizás como las que llevaban las personas de rango. Como resultado, los hermanos de José le cobraron odio. Más tarde, cuando les relató un sueño que predecí­a que llegarí­a a tener preeminencia sobre ellos, su odio fue mayor. Un segundo sueño señaló que, no solo sus hermanos, sino hasta su padre y su madre (al parecer no Raquel, pues ya habí­a muerto, sino quizás la casa o la principal esposa viva de Jacob), se inclinarí­an ante él. Cuando José relató este sueño, su padre lo reprendió, y los celos de sus hermanos se intensificaron. El que José hablara concerniente a sus sueños no significa que abrigase sentimientos de superioridad. Tan solo estaba dando a conocer lo que Dios le habí­a revelado, y seguramente Jacob reconoció la naturaleza profética de aquellos sueños, pues †œobservó el dicho†. (Gé 37:3-11.)
En otra ocasión, Jacob, que entonces se hallaba en Hebrón, pidió a José que comprobase el bienestar del rebaño y de sus hermanos mientras estaban en las inmediaciones de Siquem. En vista del rencor que le guardaban, esta no debió ser una asignación agradable para José. No obstante, dijo sin vacilar: †œÂ¡Aquí­ estoy!†. Desde la llanura baja de Hebrón se puso en camino hacia Siquem. Un hombre le informó que sus hermanos se habí­an dirigido a Dotán, por lo que continuó su viaje. Cuando sus hermanos alcanzaron a verlo en la distancia, empezaron a tramar contra él, diciendo: †œÂ¡Miren! Ahí­ viene ese soñador. Y ahora vengan y matémoslo y arrojémoslo en una de las cisternas […]. Entonces veremos en qué vendrán a parar sus sueños†. (Gé 37:12-20.) Pero Rubén, el primogénito, quiso frustrar el asesinato y los exhortó a que no matasen a José, sino que lo arrojasen en una cisterna seca. Cuando José llegó, lo despojaron de su larga prenda de vestir rayada e hicieron lo que Rubén habí­a recomendado. Posteriormente, cuando apareció una caravana de ismaelitas, Judá, en ausencia de Rubén, persuadió a los demás para que en lugar de matar a José lo vendiesen a los mercaderes que pasaban. (Gé 37:21-27.)

Vendido en esclavitud. A pesar de las súplicas de José para que se apiadaran de él, lo vendieron por veinte piezas de plata. (Gé 37:28; 42:21.) Más tarde, engañaron a Jacob para que creyese que una bestia salvaje habí­a matado a José. El anciano Jacob estaba tan afligido por la pérdida de su hijo que rehusó recibir consuelo. (Gé 37:31-35.)
Con el tiempo los mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, el jefe de la guardia de corps de Faraón. (Gé 37:28, 36; 39:1.) Esta compra del egipcio Potifar no era algo insólito, pues papiros antiguos indican que los esclavos sirios (José era medio sirio, Gé 29:10; 31:20) eran muy apreciados en el paí­s.
Tal como José habí­a sido diligente en favorecer los intereses de su padre, también fue un esclavo industrioso y confiable. Con la bendición de Jehová, todo lo que hizo tuvo éxito, de modo que Potifar le confió todos los asuntos de su casa. Parece que José desempeñó un cargo de superintendente, un puesto mencionado en los registros egipcios con relación a las casas grandes de los egipcios influyentes. (Gé 39:2-6.)

Resiste la tentación. José se habí­a hecho un joven muy apuesto, y la esposa de Potifar se encaprichó con él. Le pidió repetidas veces que tuviera relaciones con ella, pero José, educado en las sendas de la justicia, rehusó, diciendo: †œ¿Cómo podrí­a yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?†. Sin embargo, eso no eliminó el peligro que afrontaba. Como indican los descubrimientos arqueológicos, parece que las casas egipcias estaban diseñadas de tal manera que habí­a que pasar por la parte principal de la casa para llegar a las despensas. Si la casa de Potifar estaba construida de manera similar, debió resultarle imposible a José evitar todo contacto con la esposa de Potifar. (Gé 39:6-10.)
Finalmente, la esposa de Potifar se aprovechó de un momento que consideró oportuno. Mientras no habí­a otros hombres presentes y José se ocupaba de la administración de la casa, ella se agarró de su prenda de vestir y le dijo: †œÂ¡Acuéstate conmigo!†. Pero José se desprendió de su prenda de vestir y huyó. Ante esto, la mujer se puso a gritar y dio a entender que José habí­a intentado abusar de ella. Tras referí­rselo a su esposo, el encolerizado Potifar hizo arrojar a José en la casa de encierro, en la que se mantení­a detenidos a los prisioneros del rey. (Gé 39:11-20.)

En prisión. Según parece, al principio José recibió un trato severo en la prisión. †œCon grilletes afligieron sus pies, en hierros entró su alma.† (Sl 105:17, 18.) Sin embargo, debido a la conducta ejemplar de José en aquellas circunstancias y a la bendición de Jehová, más tarde el oficial principal de la casa de encierro le colocó en un cargo de confianza sobre los demás prisioneros. En este puesto el prisionero José demostró de nuevo su aptitud como administrador al encargarse de que se hiciera todo el trabajo. (Gé 39:21-23.)
Más tarde, cuando dos oficiales de Faraón —el jefe de los coperos y el jefe de los panaderos— fueron puestos en la misma prisión, se designó a José para que los atendiese. Después de algún tiempo, los dos hombres tuvieron sueños, y José, tras atribuir la interpretación a Dios, se los descifró. El sueño del jefe de los coperos indicaba que se le restablecerí­a a su posición al cabo de tres dí­as. Por lo tanto, José le solicitó que le recordase e hiciera mención de él a Faraón para que pudiera ser libertado de la prisión. José explicó que se le habí­a secuestrado de la †œtierra de los hebreos† y que no habí­a hecho nada que mereciese encarcelamiento. Probablemente para no dejar en mala posición a su familia, prefirió no identificar a los secuestradores. Después interpretó que el sueño del panadero significaba que se le darí­a muerte al cabo de tres dí­as. Ambos sueños se cumplieron tres dí­as después con motivo del cumpleaños de Faraón. Sin duda, esta circunstancia le dio a José la seguridad de que sus propios sueños se cumplirí­an y le ayudó a continuar perseverando. Para entonces ya habí­an transcurrido unos once años desde que sus hermanos lo habí­an vendido. (Gé 40:1-22; compárese con Gé 37:2; 41:1, 46.)

Ante Faraón. Cuando se le volvió a colocar en su puesto, el copero se olvidó por completo de José. (Gé 40:23.) Sin embargo, después de dos años completos, Faraón tuvo dos sueños que ninguno de los sacerdotes magos y sabios de Egipto pudo interpretar. El copero se acordó entonces de José y se lo mencionó a Faraón, quien en seguida hizo que lo llevasen a su presencia. Siguiendo la costumbre egipcia, José se afeitó y se mudó de ropas antes de presentarse ante Faraón. Tampoco en esta ocasión se atribuyó ningún mérito, sino que reconoció que la interpretación procedí­a de Dios. Luego explicó que los dos sueños de Faraón indicaban que habrí­a siete años de abundancia seguidos por siete años de hambre. Además, recomendó medidas para aliviar la futura escasez de alimento. (Gé 41:1-36.)

Se le nombra segundo gobernante de Egipto. Faraón consideró que José, que entonces tení­a treinta años, poseí­a la sabidurí­a necesaria para administrar los asuntos durante el tiempo de abundancia y el de hambre. Por lo tanto, lo elevó al segundo puesto en el gobierno de Egipto, y le dio su propio anillo de sellar, prendas de vestir de lino fino y un collar de oro. (Gé 41:37-44, 46; compárese con Sl 105:17, 20-22.) Esta manera de investir de autoridad está atestiguada por inscripciones y pinturas murales egipcias. También es digno de mención que los registros egipcios antiguos revelan que varios cananeos ocuparon puestos encumbrados en Egipto, y el que a José se le cambiara el nombre a Zafenat-panéah tampoco es un caso sin precedente. Además, José recibió por esposa a Asenat, la hija de Potifera (que en egipcio significa †œAquel a Quien Ha Dado Ra†), el sacerdote de On. (Gé 41:45.)
Después José recorrió la tierra de Egipto e hizo preparativos para administrar los asuntos del Estado, y luego almacenó grandes cantidades de ví­veres durante los años de abundancia. Antes de que llegase el hambre, su esposa Asenat le dio dos hijos, Manasés y Efraí­n. (Gé 41:46-52.)

Sus medio hermanos van a comprar alimento. Llegó el hambre. Debido a que se extendió más allá de las fronteras de Egipto, los pueblos circundantes acudí­an a José para comprar alimento. Por fin, incluso sus diez medio hermanos llegaron y se inclinaron ante él, lo que cumplió, de manera parcial, los dos sueños previos de José. (Gé 41:53–42:7.) Ellos, sin embargo, no lo reconocieron, ya que llevaba su ataví­o real y les hablaba por medio de un intérprete. (Gé 42:8, 23.) Fingiendo no conocerlos, los acusó de ser espí­as, ante lo que ellos le aseguraron que eran diez hermanos que habí­an dejado tras sí­, en casa, a su padre y a un hermano más joven, y que otro hermano ya no viví­a. Pero José insistió en que eran espí­as y los puso bajo custodia. Al tercer dí­a les dijo: †œHagan esto y manténganse vivos. Yo temo al Dios verdadero. Si son rectos, que uno de sus hermanos se quede atado en su casa de custodia [al parecer, en la que habí­an estado los diez bajo custodia], pero los demás de ustedes vayan, lleven cereales para el hambre de sus casas. Entonces me traerán a su hermano menor, para que sus palabras sean halladas fidedignas; y no morirán†. (Gé 42:9-20.)
Al ver cómo se habí­a desarrollado la situación, los medio hermanos de José empezaron a sentir sobre sí­ mismos la retribución divina por haberlo vendido en esclavitud años antes y reconocieron su culpabilidad delante de su hermano, a quien todaví­a no habí­an reconocido. Cuando José los oyó y se dio cuenta de su arrepentimiento, se conmovió tan profundamente que tuvo que retirarse a llorar. Después que volvió, hizo atar a Simeón hasta que los demás regresaran con su hermano menor. (Gé 42:21-24.)

Sus medio hermanos vuelven con Benjamí­n. Cuando los nueve medio hermanos de José le contaron a Jacob lo que habí­a acontecido en Egipto y luego descubrieron que su dinero estaba de nuevo en sus sacos, les dio mucho miedo, y su padre empezó a lamentarse. Jacob permitió que su hijo más joven acompañara a sus hermanos de regreso a Egipto, solo debido a la severidad del hambre y a que Judá prometió que Benjamí­n regresarí­a a salvo. (Gé 42:29–43:14.)
Cuando llegaron allí­, se reunieron con Simeón, y para sorpresa suya, todos fueron invitados a comer con el administrador de los ví­veres. Una vez que llegó José, le presentaron un regalo, se postraron ante él y tras contestar sus preguntas concernientes a su padre, se volvieron a inclinar ante él. Cuando José vio a Benjamí­n, su hermano carnal, se emocionó tanto que se apartó de su presencia y cedió a las lágrimas, pero logró controlar sus sentimientos e hizo que se sirviera la comida. Los once hermanos estaban sentados a su propia mesa, según su edad, y a Benjamí­n se le sirvieron porciones cinco veces mayores que las de los demás. José tal vez quiso probar así­ a sus hermanos, para determinar si habí­a en ellos algún sentimiento recóndito de celos, pero no parecí­a haberlo. (Gé 43:15-34.)
Al igual que en la visita anterior, José hizo que de nuevo les pusieran el dinero de cada uno en su costal (Gé 42:25), y además dispuso que se colocara su copa de plata en el costal de Benjamí­n. Una vez puestos en camino, ordenó que se les alcanzara y acusase de robar su copa de plata. Quizás con el fin de impresionar en ellos el gran valor que tení­a esa copa para José y la gravedad de su supuesto delito, el hombre que estaba a cargo de la casa de José tení­a que decirles: †œ¿No es esta la cosa en que bebe mi amo y por la cual con pericia lee agüeros?†. (Gé 44:1-5.) Naturalmente, como todo esto era parte de un ardid, no hay ninguna base para creer que José en realidad se valiera de la copa de plata para leer agüeros. Es probable que desease dar la impresión de ser un administrador de un paí­s en el que la adoración verdadera era algo extraño.
La consternación de sus hermanos debió ser grande cuando se halló la copa en el costal de Benjamí­n. Volvieron a la casa de José con sus prendas de vestir rasgadas y se inclinaron ante él. Este les dijo que todos, excepto Benjamí­n, estaban libres para marcharse. Sin embargo, no quisieron hacerlo, lo que probó que habí­a desaparecido el espí­ritu envidioso que unos veintidós años atrás les habí­a movido a vender a su hermano. Judá dio una conmovedora explicación de sus circunstancias y se ofreció para ocupar el lugar de Benjamí­n, pues su padre morirí­a de dolor si Benjamí­n no regresaba. (Gé 44:6-34.)

José revela su identidad. Emocionado por el ruego de Judá, José ya no pudo contenerse más. Pidió a todos los demás que saliesen y se identificó ante sus hermanos. Aunque anteriormente le habí­an maltratado de manera cruel, no abrigaba ningún resentimiento contra ellos. Les dijo: †œAhora no se sientan heridos y no se encolericen contra ustedes mismos por haberme vendido acá; porque para la conservación de vida me ha enviado Dios delante de ustedes. Pues este es el segundo año del hambre en medio de la tierra, y todaví­a hay cinco años en que no habrá tiempo en que se are, ni habrá siega. Por consiguiente, Dios me envió delante de ustedes a fin de colocarles un resto en la tierra y para mantenerlos vivos mediante un gran escape. Así­ pues, no fueron ustedes los que me enviaron acá, sino el Dios verdadero†. (Gé 45:1-8.) El perdón de José fue genuino, y lo exteriorizó llorando en presencia de sus hermanos y besándolos. (Gé 45:14, 15.)
Después, de acuerdo con las órdenes de Faraón, José les proporcionó carruajes con el fin de que pudieran llevar a Jacob y a toda su casa a Egipto. Además les dio regalos y provisiones para el viaje. Y cuando partieron, les animó a que †˜no se exasperaran unos con otros en el camino†™. (Gé 45:16-24.)

El padre de José va a Egipto. Al principio Jacob no podí­a creer que su hijo José todaví­a estuviese vivo. Sin embargo, cuando al final se convenció, Jacob, que ya tení­a ciento treinta años, exclamó: †œÂ¡Ah, permí­taseme ir y verlo antes de morir!†. Más tarde, en Beer-seba, mientras estaba en camino a Egipto con toda su casa, Jacob recibió en visión la aprobación divina para aquel traslado y también se le dijo: †œJosé pondrá su mano sobre tus ojos†. José tení­a que ser el que cerrara los ojos de Jacob después de su muerte. Como la costumbre era que el primogénito hiciera esto, Jehová reveló de este modo que José recibirí­a el derecho de primogenitura. (Gé 45:25–46:4.)
Judá, a quien se habí­a enviado delante, avisó a José de la llegada de su padre, y José hizo preparar su carro, fue al encuentro de Jacob en Gosén y luego se presentó ante Faraón con cinco de sus hermanos. Siguiendo las instrucciones de José, sus hermanos se identificaron como pastores de ovejas y pidieron permanecer como residentes forasteros en la tierra de Gosén. Su solicitud les fue concedida, y José, tras presentar a su padre a Faraón, instaló a Jacob y su casa en lo mejor de la tierra. (Gé 46:28–47:11.) Así­ que, de manera sabia y amorosa, José sacó el mejor partido del prejuicio egipcio contra los pastores. Resultó en una salvaguarda para que la familia de Jacob no se contaminase con la influencia egipcia, y eliminó el peligro de ser asimilados totalmente por los egipcios como consecuencia de casarse con ellos. Desde entonces en adelante, Jacob y toda su casa dependieron de José. (Gé 47:12.) En efecto, todos se inclinaron ante José como primer ministro de Faraón, con lo que sus sueños proféticos se cumplieron de manera sobresaliente.

El efecto del hambre en los egipcios. Puesto que el hambre continuaba, los egipcios agotaron poco a poco todo su dinero y su ganado a cambio de alimento. Finalmente, llegaron a vender a Faraón su tierra y se vendieron a sí­ mismos como esclavos. Luego José los instaló en ciudades, sin duda para facilitar la distribución del grano. No obstante, este trasvase de población a las ciudades debió ser una medida temporal, pues como los egipcios tendrí­an que regresar a sus campos para sembrarlos, lógicamente ocuparí­an de nuevo sus casas anteriores. Cuando la tierra les volviera a producir cosecha, los egipcios, en cumplimiento del decreto de José, tendrí­an que dar la quinta parte de su producto a Faraón por el uso de la tierra. Sin embargo, los sacerdotes quedaron exentos. (Gé 47:13-26.)

Jacob bendice a los hijos de José. Unos doce años después de terminar el hambre, José llevó ante Jacob a sus dos hijos, Manasés y Efraí­n. Fue entonces cuando Jacob indicó que el derecho de primogenitura serí­a de José, al considerar a Efraí­n y Manasés del mismo modo que si fueran hijos suyos. Así­ que de José tení­an que surgir dos tribus distintas, con dos herencias tribales separadas. Mientras bendecí­a a Efraí­n y Manasés, Jacob mantuvo su mano derecha colocada sobre el más joven, Efraí­n, pese al desagrado de José. Al dar preeminencia a Efraí­n, indicó de manera profética que el más joven llegarí­a a ser el mayor. (Gé 47:28, 29; 48:1-22; véanse también Dt 21:17; Jos 14:4; 1Cr 5:1.)

Jacob bendice a José y a los otros hijos. Tiempo después, Jacob reunió a todos sus hijos en su lecho de muerte y los bendijo individualmente. Asemejó a José al †œretoño de árbol frutal†. Aquel †œárbol frutal† era el patriarca Jacob mismo, y José llegó a ser una de sus ramas prominentes. (Gé 49:22.) Aunque los arqueros hostigaron a José y fue blanco del odio, el arco de José †œmoraba en lugar permanente, y la fuerza de sus manos era flexible†. (Gé 49:23, 24.) Estas palabras podrí­an aplicar personalmente a José. Sus medio hermanos le habí­an abrigado rencor y de manera figurada lo habí­an asaeteado para destruirlo. Sin embargo, José les pagó con misericordia y bondad amorosa, cualidades que llegaron a ser como flechas que mataron su rencor. Los arqueros enemigos no consiguieron matar a José ni debilitar su devoción a la justicia y su afecto fraternal.
Sin embargo, las palabras de Jacob también podí­an aplicarse de manera profética a las tribus que descenderí­an de los dos hijos de José, Efraí­n y Manasés, y a sus futuras batallas. (Compárese con Dt 33:13, 17; Jue 1:23-25, 35.) Es digno de mención que Josué (Hosea, Jehosúa), el sucesor de Moisés y caudillo de la lucha contra los cananeos, procedió de la tribu de Efraí­n. (Nú 13:8, 16; Jos 1:1-6.) Otro descendiente de José, Gedeón, de la tribu de Manasés, venció a los madianitas con la ayuda de Jehová. (Jue 6:13-15; 8:22.) Y Jefté, también de la tribu de Manasés, sojuzgó a los ammonitas. (Jue 11:1, 32, 33; compárese con Jue 12:4; Nú 26:29.)
Otros aspectos de la bendición profética de Jacob también tienen un paralelo en las experiencias de José. Cuando José suministró alimento para toda la casa de Jacob o Israel en lugar de vengarse, hizo las veces de pastor y de piedra de apoyo para Israel. Como Jehová habí­a dirigido los asuntos para que él pudiera ayudar de ese modo, José procedí­a de las manos del †œPoderoso de Jacob†, por lo que contaba con el apoyo de Jehová. El estaba con el Todopoderoso en el sentido de estar del lado de Jehová, y por eso, tení­a su bendición. (Gé 49:24, 25.)
Las tribus que descendieron de José por medio de Efraí­n y Manasés también experimentarí­an la bendición de Jehová. Jacob dijo: †œEl Todopoderoso […] te bendecirá con las bendiciones de los cielos arriba, con las bendiciones de la profundidad acuosa que yace allá abajo, con las bendiciones de los pechos y la matriz†. (Gé 49:25.) Esto les aseguró a los descendientes de José que tendrí­an el agua necesaria procedente del cielo y de debajo de la tierra, así­ como una población numerosa. (Compárese con Dt 33:13-16; Jos 17:14-18.)
Las bendiciones que Jacob pronunció sobre su amado hijo José tení­an que ser semejantes a un adorno para las dos tribus que surgirí­an de José, un adorno superior a las bendiciones que constituyen los bosques y manantiales que adornan las eternas montañas y las colinas indefinidamente duraderas. Serí­an una bendición permanente, y continuarí­an sobre la cabeza de José y de sus descendientes por tanto tiempo como continuaran las montañas y las colinas. (Gé 49:26; Dt 33:16.)
José fue †œsingularizado de entre sus hermanos† porque Dios lo escogió para desempeñar un papel especial. (Gé 49:26.) Se distinguió por su excelente disposición y dotes para la superintendencia y organización. Por lo tanto, era apropiado que descendieran bendiciones especiales sobre la coronilla de su cabeza.
Jacob murió cuando terminó de bendecir a sus hijos. Luego José cayó sobre el rostro de su padre y lo besó. En conformidad con el deseo de Jacob de que se le enterrara en la cueva de Macpelá, José hizo que los médicos egipcios embalsamaran el cuerpo de su padre como preparación para el viaje a Canaán. (Gé 49:29–50:13.)

Actitud hacia sus hermanos. A su regreso de enterrar a Jacob, los medio hermanos de José, cuya conciencia aún les remordí­a, temieron que José tomara alguna represalia contra ellos, por lo que suplicaron que los perdonase. Ante eso, José rompió a llorar, y les consoló y aseguró que no habí­a razón para temer: †œNo tengan miedo, ¿pues acaso estoy yo en el lugar de Dios? En cuanto a ustedes, ustedes tení­an pensado un mal contra mí­. Dios lo tení­a pensado para bien, con el propósito de obrar como sucede hoy, para conservar viva a mucha gente. Ahora pues, no tengan miedo. Yo mismo seguiré proveyéndoles alimento a ustedes y a sus niñitos†. (Gé 50:14-21.)

Su muerte. José sobrevivió a su padre unos cincuenta y cuatro años, y llegó a la edad de ciento diez años. Tuvo el privilegio de llegar a ver a algunos de sus bisnietos. Por fe, pidió antes de morir que los israelitas llevasen sus huesos a Canaán al tiempo del éxodo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo y se puso en un ataúd. (Gé 50:22-26; Jos 24:32; Heb 11:22.)

Se da prominencia al nombre de José. En vista de la posición prominente de José entre los hijos de Jacob, era muy apropiado que su nombre se usase a veces para designar a todas las tribus de Israel (Sl 80:1) o a las que integraron el reino norteño. (Sl 78:67; Am 5:6, 15; 6:6.) Su nombre también figura en la profecí­a bí­blica. En la visión profética de Ezequiel, la herencia de José es una porción doble (Eze 47:13), una de las puertas de la ciudad †œJehová Mismo Está Allí­† lleva el nombre José (Eze 48:32, 35) y, con referencia a la reunificación del pueblo de Jehová, se habla de José como jefe de una parte de la nación y de Judá, como jefe de la otra. (Eze 37:15-26.) La profecí­a de Abdí­as indicó que la †œcasa de Jos醝 tomarí­a parte en la destrucción de la †œcasa de Esaú† (Abd 18), y la de Zacarí­as dice que Jehová salvarí­a a la †œcasa de Jos醝. (Zac 10:6.) Entre las tribus del Israel espiritual aparece la de José en lugar de la de Efraí­n. (Rev 7:8.)
El hecho de que se mencione a la tribu de José en Revelación 7:8 da a entender que la profecí­a de Jacob en su lecho de muerte tendrí­a una aplicación en el Israel espiritual. Por lo tanto, es digno de notar que el Poderoso de Jacob, Jehová Dios, proveyó a Jesucristo como el Pastor Excelente que entregó su vida por las †œovejas†. (Jn 10:11-16.) Cristo Jesús es también la piedra angular de fundamento sobre la que descansa el templo de Dios compuesto de israelitas espirituales. (Ef 2:20-22; 1Pe 2:4-6.) Y este †˜Pastor†™ y †˜Piedra†™ está con el Dios Todopoderoso. (Jn 1:1-3; Hch 7:56; Heb 10:12; compárese con Gé 49:24, 25.)

Paralelos entre José y Jesucristo. Se pueden observar numerosos paralelos entre la vida de José y la de Cristo Jesús. Al igual que José, Jesús también se distinguió por ser el hijo predilecto de su padre. (Compárese con Mt 3:17; Heb 1:1-6.) Los medio hermanos de José le mostraban hostilidad. De manera similar, a Jesús lo rechazaron los suyos, los judí­os (Jn 1:11), y sus medio hermanos en la carne al principio no ejercieron fe en él. (Jn 7:5.) La disposición obediente de José al cumplir con la voluntad de su padre de ir y comprobar cómo estaban sus medio hermanos tiene su paralelo en que Jesús aceptara de buena gana venir a la Tierra. (Flp 2:5-8.) Las amargas experiencias que tuvo José como resultado de esta misión fueron comparables a lo que le ocurrió a Jesús, sobre todo cuando lo maltrataron y finalmente le dieron muerte en un madero de tormento. (Mt 27:27-46.) Así­ como los medio hermanos de José lo vendieron a la caravana de madianitas-ismaelitas, de manera similar, los judí­os entregaron a Jesús a la autoridad romana para que lo ejecutase. (Jn 18:35.) Tanto en el caso de José como en el de Jesús, el sufrimiento los refinó y preparó para cumplir con sus respectivas misiones de salvación. (Sl 105:17-19; Heb 5:7-10.) El que se elevara a José al puesto de administrador de alimentos de Egipto, así­ como las vidas que se salvaron por esa razón, encuentra un paralelo en el que Jesús haya sido ensalzado y llegue a ser Salvador tanto de los judí­os como de los que no lo son. (Jn 3:16, 17; Hch 5:31.) El ardid de los hermanos de José para hacerle daño resultó ser el medio de que Dios se valió para salvarles de la inanición. De igual manera, la muerte de Jesús suministró la base para la salvación. (Jn 6:51; 1Co 1:18.)

2. Padre de Igal, el espí­a de la tribu de Isacar a quien Moisés envió desde el desierto de Parán. (Nú 13:2, 3, 7.)

3. Levita de †œlos hijos de Asaf† al que durante el reinado de David se designó por suertes para formar parte del primero de los veinticuatro grupos de músicos. (1Cr 25:1, 2, 9.)

4. †œHijo de Jonam†; antepasado de Jesucristo por parte de su madre, Marí­a. (Lu 3:30.) José era descendiente de David y vivió antes de que los babilonios destruyesen Jerusalén.

5. Uno de los hombres que acataron la exhortación de Esdras y despidieron a sus esposas e hijos extranjeros. (Esd 10:10-12, 42, 44.)

6. Sacerdote de la casa paterna de Sebaní­as que fue contemporáneo del sumo sacerdote Joiaquim, el gobernador Nehemí­as y Esdras el sacerdote. (Ne 12:12, 14, 26.)

7. †œHijo de Matatí­as† y antepasado de Jesucristo por lí­nea materna. (Lu 3:24, 25.) Vivió varios años después del destierro en Babilonia.

8. Hijo de cierto Jacob; padre adoptivo de Cristo Jesús, esposo de Marí­a y, más tarde, progenitor de por lo menos cuatro hijos varones: Santiago, José, Simón y Judas, además de varias hijas. (Mt 1:16; 13:55, 56; Lu 4:22; Jn 1:45; 6:42.) También se le llamó hijo de Helí­ (Lu 3:23), su suegro. El justo José, siempre obediente a la dirección divina, se apegó a la ley mosaica y acató los decretos de César.
Como carpintero y residente en Nazaret, José no era un hombre de muchos recursos financieros. (Mt 13:55; Lu 2:4; compárese Lu 2:24 con Le 12:8.) Estaba prometido con la muchacha virgen Marí­a (Lu 1:26, 27), pero antes de que se desposaran, ella se quedó encinta por medio del espí­ritu santo. Puesto que no querí­a hacer de ella un espectáculo público, José tení­a la intención de divorciarse en secreto. (Véase DIVORCIO.) Sin embargo, tras recibir una explicación del ángel de Jehová en un sueño, llevó a Marí­a a su hogar como su esposa legal. No obstante, se abstuvo de tener relaciones con ella hasta después del nacimiento de aquel hijo engendrado milagrosamente. (Mt 1:18-21, 24, 25.)
En obediencia al decreto de César Augusto de que la población se registrara en sus propias ciudades, José, descendiente del rey David, se desplazó con Marí­a hasta Belén de Judea, en donde Marí­a dio a luz a Jesús en un establo, ya que no habí­a disponible otro alojamiento. Aquella noche, ciertos pastores a quienes un ángel habí­a informado del nacimiento, fueron a ver al niño recién nacido. Unos cuarenta dí­as después, como requerí­a la ley mosaica, José y Marí­a presentaron a Jesús en el templo de Jerusalén junto con una ofrenda. Tanto José como Marí­a se admiraron cuando oyeron las palabras proféticas del anciano Simeón en cuanto a las grandes cosas que harí­a Jesús. (Lu 2:1-33; compárese con Le 12:2-4, 6-8.)
Parece que después de algún tiempo, mientras residí­an en una casa de Belén, unos astrólogos orientales visitaron a Marí­a y su hijito (aunque podrí­a parecer que Lucas 2:39 indica que José y Marí­a volvieron a Nazaret justo después de presentar a Jesús en el templo, debe tenerse en cuenta que este texto forma parte de un relato muy condensado). La intervención divina impidió que su visita resultase en la muerte de Jesús. Al ser advertido en un sueño de que Herodes intentaba hallar al niño para destruirlo, José prestó atención a las instrucciones divinas de huir con su familia a Egipto. (Mt 2:1-15.)
Tras el fallecimiento de Herodes, el ángel de Jehová se le volvió a aparecer a José en un sueño y le dijo: †œLevántate, toma al niñito y a su madre, y ponte en camino a la tierra de Israel†. Sin embargo, al oí­r que Arquelao, el hijo de Herodes, gobernaba en lugar de su padre, tuvo miedo de regresar a Judea, y †œhabiéndosele dado advertencia divina en un sueño, se retiró al territorio de Galilea, y vino y moró en una ciudad de nombre Nazaret†. (Mt 2:19-23.)
José llevaba a su familia a la celebración de la Pascua en Jerusalén todos los años. En cierta ocasión, regresaban a Nazaret cuando, después de viajar la distancia correspondiente a un dí­a desde Jerusalén, se dieron cuenta de que su hijo Jesús, de doce años, no estaba con ellos. Lo buscaron angustiados y por fin lo hallaron en el templo de Jerusalén escuchando e interrogando a los maestros. (Lu 2:41-50.)
El registro bí­blico no menciona el grado de enseñanza que José le dio a Jesús. No obstante, no hay duda de que contribuyó a que Jesús progresara en sabidurí­a. (Lu 2:51, 52.) También le enseñó el oficio de carpintero, pues a Jesús se le conoció como †œel hijo del carpintero† (Mt 13:55) y también como el †œcarpintero†. (Mr 6:3.)
Las Escrituras no mencionan de modo especí­fico la muerte de José, pero parece que murió antes que Jesús. Si hubiera vivido después de la Pascua de 33 E.C., no es probable que Jesús, mientras estaba fijado en el madero, confiara el cuidado de Marí­a al apóstol Juan. (Jn 19:26, 27.)

9. Medio hermano de Jesucristo. (Mt 13:55; Mr 6:3.) Al igual que sus demás hermanos, al principio no ejerció fe en Jesús. (Jn 7:5.) Sin embargo, después, los medio hermanos de Jesús, seguramente entre ellos José, se hicieron creyentes. El registro dice que estaban con los apóstoles y otros discí­pulos después de la ascensión de Jesús al cielo; de modo que es muy posible que se contaran entre los aproximadamente 120 discí­pulos reunidos en un aposento superior en Jerusalén cuando se escogió por suertes a Matí­as para reemplazar al infiel Judas Iscariote. Parece ser que este mismo grupo de unos 120 recibió el espí­ritu de Dios en el dí­a del Pentecostés de 33 E.C. (Hch 1:9–2:4.)

10. Hombre rico de la ciudad de Arimatea (Judea) y miembro respetado del Sanedrí­n judí­o. Aunque era un varón bueno y justo que esperaba el reino de Dios, no se identificó abiertamente como discí­pulo de Jesucristo debido a que temí­a a los judí­os incrédulos. Sin embargo, no votó en favor de la acción injusta del Sanedrí­n contra Cristo Jesús. Más tarde, mostró valor al pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús, y junto con Nicodemo lo preparó para el entierro y luego lo puso en una tumba nueva labrada en la roca. Esta tumba era de su propiedad y estaba situada en un jardí­n cercano al lugar donde se fijó a Jesús en el madero. (Mt 27:57-60; Mr 15:43-46; Lu 23:50-53; Jn 19:38-42.)

11. Discí­pulo a quien se propuso junto con Matí­as como candidato al puesto de superintendencia que dejó vacante el infiel Judas Iscariote. José, llamado también Barsabás (quizás un patroní­mico o simplemente un nombre adicional) y a quien se dio el sobrenombre de Justo, fue testigo de la obra, milagros y resurrección de Jesucristo. Sin embargo, fue Matí­as, no José, el escogido por suertes para reemplazar a Judas Iscariote antes del Pentecostés del año 33 E.C. y fue él quien llegó a ser †œcontado junto con los once apóstoles†. (Hch 1:15–2:1.)

12. Levita de sobrenombre Bernabé y oriundo de Chipre. (Hch 4:36, 37.) Fue compañero í­ntimo del apóstol Pablo. (Véase BERNABE.)

[Ilustración en la página 123]
De acuerdo con el registro bí­blico, que menciona que Faraón tení­a un jefe de coperos, en una tumba de Tebas se representa la vendimia y la elaboración de vino

[Ilustraciones en la página 124]
Representación de la cosecha y el almacenaje del grano hallada en una tumba egipcia. Génesis habla de una abundante cosecha de grano en Egipto

Fuente: Diccionario de la Biblia

El décimo primero y el favorito de los hijos de Jacob, el primogénito de Raquel. La historia de su vida se nos relata en Gn. 30–50, con comentario en Sal. 105:17–22; Hch. 7:9–16 y Heb. 11:22. La providencia de Dios lo sacó de Mesopotamia a Palestina y a Egipto. Vendido a la esclavitud por sus hermanos, falsamente acusado, puesto en prisión, con todo, fue providencialmente colocado en un alto oficio y socorrió a sus hermanos en tiempo de hambre.

En Heb. 11 se presenta a José como un ejemplo de fe del AT. Aparentemente fue prosperado porque era puro de corazón y temía a Dios. Caminó con Dios, y Dios estaba con él. Es el primer ejemplo del AT de alguien que elige a Dios y la castidad en contra de la concupiscencia. Su trato con sus hermanos subrayan la doctrina del perdón y sugieren que la confesión del pecado debe preceder a la verdadera reconciliación. A través de él, la soberanía divina hizo que la ira de los hombres efectuaran el propósito divino. Su vida es un ejemplo de los atributos comunicables de Dios, el fruto del Espíritu. No es del todo seguro si todas las semejanzas exteriores en su experiencia justifica que sea tenido como tipo de Cristo, pero, posiblemente como un ideal del hombre del AT podría haber prefigurado al hombre perfecto, que vivió sin pecado y cuya obediencia, activa y pasiva, salvó a su pueblo.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Fritsch, Interp, 9, pp. 21–34; T. Wright, New-Church Review, 1, pp. 337–348, y 2, pp. 127–129; W. Taylor, Joseph the Prime Minister; H. Tomkins, Life and Times of Joseph; A. Kellogg, Abraham, Joseph and Moses; G. von Rad en Copenhagen Congress, Volume 1, pp. 120–127; y Die Josephgeschichte (Biblische Studien, heft 5); A. Renou, En Egypte au temps de Joseph; Ebers, Egypten und die Buecher Moses; H. Heyes, Biblische Zeitfragen, 4 folge, heft 9, 341–380; J. Horovitz, Die Josepherzaehlung; G. Lawson, Lectures on the History of Joseph.

Burton L. Goddard

Interp Interpretation

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (335). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

1. En el Antiguo Testamento

I. El nombre

José es forma imperativa del verbo yāsaf, ‘añadir’; el nombre yōsēf significa ‘que él (Dios) añada (hijos)’; cf, Gn. 30.24. Un nombre palestino de lugar, yšp-ir (e. d. y-š-p- ˒él), que aparece en listas topográficas egp. de los ss. XV y XIV a.C. ha sido comparado con el heb. yôsēf. Pero los sonidos de “s” son diferentes, y es casi seguro que estos dos nombres no estén relacionados entre sí (así W. F. Albriaht. JPOS 8, 1928. pp. 249). Para el y-š-p- ˒Él egp. compárense nombres bíblicos de lugares tales como Jefte-el (Jos. 19.14, 27).

II. Historia

a. Fondo histórico

José fue el undécimo hijo de Jacob, su primero de Raquel (Gn. 30.24; 35.24), y su favorito (Gn. 37.3; cf. 33.2, 7). La historia de José es una de las más gráficas y atractivas del AT: hijo mimado vendido como esclavo a Egipto por hermanos celosos, que triunfa en la adversidad y partiendo de un encarcelamiento injusto llega a ocupar el lugar más encumbrado en el país. Su sabia planificación evitó el azote del hambre y salvó así a Egipto, a Canaán, y a su propia familia de la inanición. Luego se produce la reconciliación con sus hermanos, y la familia se establece en las praderas de Gosen en el delta nororiental. Después de sepultar a Jacob en Canaán, José ordena que también se lleven allí sus propios restos cuando finalmente los descendientes de Israel salgan de Egipto para ir a la tierra prometida. No podemos mejorar la historia en la forma que está relatada en Genésis; los siguientes párrafos, por lo tanto, se limitarán a ofrecer algunos materiales, tanto egp. como de otras fuentes, y a tratar algunas cuestiones textuales.

b. Fecha

La fecha más probable para la historia de José es el período de los faraones hicsos, ca. 1720–1550 a.C. (* Cronología del Antiguo Testamento). Estos eran gobernantes semíticos que se habían infiltrado desde Canaán, pero que observaban escrupulosamente las convenciones egipcias. Al principio se hicieron cargo de la administración burocrática egp. existente, pero posteriormente nombraron semitas naturalizados en cargos oficiales elevados. Para el fondo histórico, véase * Egipto: Historia.

c. La “túnica de diversos colores”

La parcialidad de Jacob por José quedó simbolizada mediante la “túnica de diversos colores” (°vrv2) o “talar” (°vm) “con mangas” (°nbe; cf. tamb. °bj). Desde el punto de vista arqueológico cualquiera de las trads. del heb. keṯōneṯ passı̂m es posible. Para semitas con ropajes multicolores, véase IBA, pp. 29, fig(s). 25, derecha, o en colores, E. W. Heaton, Everyday Life in Old Testament Times, 1956, cubierta; ejemplos posteriores en IBA, pp. 35, fig(s). 29, o ANEP, pp. 17, fig(s). 52. Estos mismos ropajes, especialmente los ejemplos citados en último término, también son largos y con mangas a menudo. Como apoyo del significado “multicolor”, passı̂m ha sido comparado con el as. paspasu, ‘pájaro de colores vivos’, y el ár. fasafisa, ‘mosaico’ (Eisler, Orientalistische Literaturzeittung 11, 1908, pp. 368–371, y cf. ibid., 14, 1911, pp. 509). La traducción “manto talar con mangas” se obtiene tomando pas como la palma de la mano o la planta del pie, de lo que surge keṯōneṯ passı̂m como “túnica de (= que llega a) las palmas y las plantas” (BDB, pp. 821a). Con respecto a sueños, véase inf.

d. José es vendido a Egipto

El texto narra que, cuando José fue enviado a visitar a sus hermanos que estaban pastando sus rebaños, estos al principio planearon matarlo, pero en cambio lo pusieron en una cisterna por sugerencia del más escrupuloso de los hermanos, Rubén, que secretamente pensaba rescatarlo. Cuando los hermanos se sentaron a compartir una comida, apareció a la distancia una caravana de mercaderes ismaelitas de Galaad, de modo que rápidamente decidieron librarse de José vendiéndolo a los viajeros. Cuando la caravana se acercó, “ellos”—los hermanos de José—se lo vendieron a los primeros viajeros que se les acercaron, que eran “madianitas mercaderes” (Gn. 37.28). Cuando la caravana hubo pasado, Rubén volvió a la cisterna y sintió consternación al descubrir que su hermano no estaba allí. Esto sugiere claramente que Rubén no estaba presente cuando apareció la caravana y sus hermanos vendieron a José.

Hay ciertos puntos que requieren comentario. ¿Por qué no estaba presente Rubén? Entre las muchas razones posibles, la más simple es que cuando se avistó la caravana de mercaderes, Rubén, el más consciente de los hermanos (lo que concuerda con su carácter) fue a montar guardia junto a las ovejas: nunca se podía confiar que los extraños que pasaban no se llevarían algunos animales selectos. Rubén seguramente tuvo que esperar hasta que hubieran pasado. Cuando pudo regresar, ya José había sido vendido y había desaparecido; posteriormente mandaron la túnica manchada de sangre a Jacob.

¿Quién vendió a José a Egipto? En Egipto los madianitas (en realidad medanitas, véase inf.) lo vendieron a Potifar (Gn. 37.36), quien se lo compró a los ismaelitas (Gn. 39.1). La caravana era ismaelita, denominación que incluía tanto madianitas como medanitas, ya que los términos se superponen. Este intercambio de términos puede verse más claramente en Jue. 8.24, donde se nos dice explícitamente que los madianitas derrotados por Gedeón “traían zarcillos de oro, porque eran ismaelitas”. La forma ortográfica medanitas en el heb. de Gn. 37.36 puede indicar la superposición de un tercer término; cf. Gn. 25.2 (= 1 Cr. 1.32), donde tanto Medán como Madián son hijos de Abraham y Cetura. El uso de términos múltiples en un relato no es indicativo de documentos diversos, sino del típico uso estilístico del Cercano Oriente. Para el uso similar de tres términos en el espacio de unas pocas líneas, compárese la estela egp. de Sebekkhu (ca. 1850 a.C.), que se refiere al enemigo general de la campaña palestina de su faraón como Mntym-Stt, ‘beduino asiático’; como Rntw st, ‘sirios viles’; y como ˓˒mw, ‘asiáticos’. No podemos pensar que se trata de diversos documentos en el caso de esta pequeña estela de piedra, ejecutada como unidad por orden de un solo hombre; podríamos multiplicar estos ejemplos.

¿Quién vendió a José a la caravana? “Sacaron” (Gn. 37.28) a primera vista resulta ambiguo, y podría referirse tanto a los hermanos como a los madianitas. En Gn. 45.4–5 José claramente acusa a sus hermanos, en privado, de haberlo vendido como esclavo (forma simple del verbo), lo que podría significar que el “ellos” de Gn. 37.28 se refiere a sus hermanos y no a los madianitas. Esto concuerda con la sintaxis heb. y las literaturas paralelas. En un texto egp. se dice que, cuando el rey Tutmosis II “voló al cielo”, e. d. murió, su hijo Tutmosis III ascendió al trono y “su hermana” Hatsepsut gobernó la tierra. Este último “su” se refiere, no a Tutmosis III, sino a Tutmosis II (Schott, Krönungstag d. Königin Hatschepsut, 1955, pp. 197). Nótese que “madianitas” en Gn. 37.28 no tiene artículo en el original, lo que podría significar ya sea “madianitas” (indefinido) o “(algunos) madianitas”, e. d. parte del grupo principal, ya que no hay artículo indefinido en heb. Finalmente, tenemos Gn. 40.14–15, donde José le dice al copero que había sido “hurtado de la tierra de los hebreos”. ¿Por qué no admitió abiertamente que había sido vendido como esclavo? La razón es evidentemente clara. José plantea desesperadamente aquí su inocencia, y busca persuadir al copero a fin de que lo saque de la prisión; seguramente la revelación del humillante hecho de que había sido vendido como esclavo por sus propios hermanos de sangre habría arruinado su petición. Con sus hermanos, en privado (Gn. 45), José podía hablar con franqueza; pero el copero podía pensar que tenían buenas razones para librarse de él, y la petición de José habría caído en oídos sordos. Por lo tanto, José dice vagamente que había sido “hurtado”, lo que era cierto en lo tanto se refiere a que sus hermanos no tenían derecho a venderlo por dinero. No se trata de armonización, sino de sentido común y psicología práctica. La verdad es que Gn. 37; 39–40; 45 explican claramente la situación cuando ponemos lo que dicen en su propio marco exegético, teniendo en cuenta la sintaxis heb., y la de otros idiomas del Cercano Oriente, como también lo que motiva las acciones de los individuos.

e. José en Egipto

José no es más que uno de los muchos jóvenes semitas que se convirtieron en sirvientes de familias egp. entre 1900 y 1600 a.C. El papiro Brooklyn 35.1446, que es parte del registro de una prisión (véase inf.), contiene en el reverso una lista de 79 sirvientes pertenecientes a familias egp. del 1740 a.C. aprox., de los cuales por lo menos 45 no eran e pp. sino “asiáticos”, e. d. semitas como José. Muchos de ellos tienen buenos nombres semíticos noroccidentales, lingüísticamente relacionados con los de Jacob, Isacar, Aser, Job (Ayyabum) y Manahem. Algunos eran “domésticos (hry-pr) igual que José en Gn. 39.2 (“en la casa”). Véase Hayes, A Papyrus of the Late Middle Kingdom, 1955, y Albright, JAOS 74, 1954, pp. 222–233.

Hay amplias indicaciones de cierto número de asiáticos en Egipto en este período, algunos de los cuales alcanzaron altas posiciones de confianza bajo sus amos (Posener, Syria 34, 1957, pp. 145–163), en forma semejante a José, que llegó a ser mayordomo de Potifar (imy-r pr, título egp. común). El título de Potifar (śar-haṭṭabbāḥı̂m) ‘capitán de la guardia’, e. d. guardaespaldas de faraón, traduciría el egp. sḥḏ-smsw, ‘introductor de criados’. Sin embargo, Vergote (Josepth en Egypte, 1959, pp. 31–35) ha propuesto plausiblemente la interpretación de este título como “mayordomo” (°vrv2 “copero”). Para el original egp. del nombre de Potifar, véase * Potifar; * Potifera. Tanto Potifar como el “copero” y el “panadero” de Gn. 40 se llaman sārı̂s, que generalmente se traduce “funcionario”, pero en semítico a menudo significa “eunuco”. Sin embargo, los eunucos no son prominentes en Egipto, y en tiempos primitivos sārı̂s generalmente significaba “cortesano” y “dignatario” tanto como “eunuco” (aunque este se convirtió posteriormente en el significado principal). Véase JEA 47, 1961, pp. 160.

El incidente de la codiciosa mujer de Potifar, que cambió la fortuna de José al afirmar lo opuesto de la verdad, a menudo se compara con un incidente muy similar en una Historia de dos hermanos egipcia. No obstante, no hay otro punto de contacto entre estas dos narraciones: la de José es pura biografía, mientras que Dos hermanos es pura fantasía. Para una traducción completa véase, p. ej., Erman-Blackman, Literature of the Ancient Egyptians, 1927, pp. 150–161, ya que los extractos en ANET, pp. 23–25, están abreviados. Documentos egp. más prosaicos revelan que la esposa de Potifar no fue la única en cometer ese pecado.

Las prisiones egp. cumplían tres fines: servían como lugares de encierro, como las prisiones de nuestros días; servían como reservas para la provisión de brazos para trabajos forzados gratuitos para el estado; y servían como cárceles de encausados que esperaban ser juzgados (cf. José). A veces se llevaban a cabo los juicios en las prisiones, cuya administración estaba altamente organizada, como nos muestra claramente el papiro Brooklyn (Hayes, op. cit.); el prontuario de cada prisionero se archivaba bajo siete encabezamientos diferentes, desde su arresto inicial hasta la terminación de la sentencia. “Jefe de la cárcel” (Gn. 39.21–23, etc.) probablemente representa el título egp. s˒wty n ḫnrt, que tiene el mismo significado.

En cuanto al término “copero” de Gn. 40, que algunas vss. traducen como “mayordomo”, el heb. mašqeh es el equivalente exacto del wdpw egp., porteriormente wb˒, ‘copero’ (cf. Gn. 40.11, 13). Los panaderos también eran ampliamente conocidos en Egipto, pero aparentemente a los panaderos principales no se los llamaba explícitamente por ese nombre. Quizás el título egp., sšwdhw nsw, ‘escriba de la mesa real’, sea el equivalente más exacto. Para las cestas de pan que se llevaban sobre la cabeza, véase IBA, pp. 33, fig(s). 28. Los *sueños (Gn. 37; 40–41) se consideraban importantes también en el oriente no bíblico. Los “magos de Egipto” (ḥarṭummı̂m, voz egp.) eran figuras conocidas, y se usaban manuales especiales para la interpretación de los sueños. Para detalles, véase bajo * Magia y brujería, 2. II.

José tuvo que ser afeitado correctamente y vestido con ropajes finos para aparecer ante la corte (Gn. 41.14). Su enfoque práctico frente a la amenaza del hambre impresionó al faraón, quien lo invistió como alto funcionario en la forma tradicional egp., dándole un anillo de sello, ropas de lino finísimo, y un collar de oro. No hay acuerdo sobre el rango exacto de José; lo más probable es que en realidad haya sido visir, o sea la segunda autoridad después del faraón (como opina Vergote); pero algunos entienden que era ministro de agricultura, directamente responsable ante el rey en persona (Ward, JSS 5, 1960, pp. 144–150). La mención de carros (Gn. 41.43) y caballos (Gn. 47.17) corresponde al período de los hicsos y las décadas inmediatamente anteriores, pero no a épocas más tempranas. Cerca del uadi Halfa (Faulkner, JEA 45, 1959, pp. 1–2) se han excavado restos de caballos del período inmediatamente anterior a los hicsos. Para los nombres egp. de José y su mujer, véase * Zafnat-panea y * Asenat.

Egipto era afamada por su gran riqueza agrícola; cf. el recuento de cereales, IBA, pp. 32, Fig. 27. Pero Egipto también sufría frecuentes períodos de hambre; un texto biográfico muy citado dice así: “Cuando hubo hambre por muchos años, di granos a mi ciudad en cada período de hambre” (Vandier, La Famine dans l’Égypte ancienne, 1936, pp. 115). Los egipcios se negaban a comer con los hebreos (Gn. 43.32) por temor a transgredir diversos tabúes rituales relacionados con los alimentos (Montet, L’Egypte et la Bible, 1959, pp. 99–101). Es posible que Gn. 44.5 sobre la adivinación deba traducirse “¿No es esta [la copa de plata] en la que bebe mi señor, y con respecto a la cual seguramente adivinará?” (cf. Gn. 44.15); para posibles casos de adivinación por medio de copas, véase * Magia y brujería, 2. II.

Cuando faraón invitó a la familia de José a establecerse en Egipto (Gn. 45.17–21; 46.5), envió carros y les dijo que dejaran todo porque tendrían suficiente en Egipto. Si juzgamos por las escenas egp. de 200 años después, es probable que esos carros fueran grandes carruajes de dos ruedas tirados por bueyes. (Para una figura y una discusión excelentes de los mismos, véase Alfred, JNES 15, 1956, pp. 150–153, lám. 17). También a Sinué, fugitivo egp. en Siria ca. 1900 a.C., el faraón que lo instó a volver a Egipto le dijo que dejara todo lo que tenía. Otras costumbres sirven para explicar una alusión en Gn. 46.34b; de esta manera la familia de José pudo establecerse en un lugar aislado y seguro en Gosén. La política económica de José en Egipto (según Gn. 47.16–19) no hizo sino lograr en los hechos lo que siempre fue en teoría: la tierra se convirtió en propiedad del faraón, y sus habitantes, en arrendatarios. Los sacerdotes estaban eximidos no de los impuestos sino solamente del tributo de la quinta parte que estableció José, y las propiedades de los templos se administraban en forma separada (Gn. 47.22, 26). Gn. 47.21 simplemente indica que en todo Egipto José trasladó a la gente de cada distrito a las ciudades más cercanas que tenían graneros, para poder alimentarlas mejor; la poco favorable enmienda en °nbe (“a todo el pueblo lo hizo siervo [esclavo]”) es innecesaria. Gn. 48–49 simplemente refleja los usos puramente asiáticos dentro de la familia patriarcal; las bendiciones orales como las de Jacob tenían fuerza de ley en el Asia occidental en la primera mitad del 2º milenio a.C. (cf. Gordori, BA 3, 1940, pp. 8).

f. Muerte de José

Tanto José como su padre fueron embalsamados al modo egp. (Gn. 50.2–3, 26), y José fue “colocado en un ataúd en Egipto”. Los ataúdes en esta época eran antropoides, confeccionados en madera, con una reproducción facial convencional en la cabecera. La duración del período de embalsamamiento variaba; 40 días es una posibilidad entre muchas. En cambio era característico el duelo de 70 días. José murió a los 110 años, lo que también resulta significativo, ya que era la longitud de vida ideal para los egipcios, y significaba que había recibido la bendicion divina.

Para el trasfondo, una discusión detallada, y referencias completas sobre las fuentes, véase J. Vergote, Joseph en Égypte, 1959; sobre D. B. Redford A Study of the Biblical Story of Joseph, 1970, véase K. A. Kitchen, Orients Antiquus 12, 1973, pp. 233–242.

III. Los descendientes de José

Las tribus de Efraín y Manasés, que descendían de los dos hijos de José, se llamaban a veces “(la tribu de) José”, o casa de José; “hijos de José” es común (Nm.; Jos.). De este modo Jacob bendice a José como progenitor de las dos futuras tribus (Gn. 49.22–26; cf. Gn. 48), y Moisés también bendice a “José”, con lo que quiere significar Efraín y Manasés (Dt. 33.13, 16). Cf. tamb. Nm. 13.11; Dt. 27.12; Jue. 1.22–23, 35; Sal. 80.1 (poético); y Ez. 47.13.

K.A.K.

2. En el Nuevo Testamento

Esposo de María. Marcos no lo menciona, y las referencias en Jn. 1.45 y 6.42 son indirectas. Según Mateo, era descendiente de David (Mt. 1.20). Parecería que la genealogía en Lc. 3 no es la de José sino la de María (pero véase * Genealogía de Jesucristo). Lucas ya había demostrado que Jesús no era hijo de José, mientras que Mateo lleva el parentesco legal hasta David y Abraham.

Tanto Mateo como Lucas registran que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo cuando José estaba comprometido con María, pero antes de haber tenido relaciones con ella (Mt. 1.18; Lc. 1.27, 35). Lucas aclara la forma en que el ángel hizo la revelación a María; Mateo se ocupa de la revelación a José. Parecería que Mateo obtuvo esta información de José (posiblemente por intermedio de Jacobo, el hermano del Señor), y que Lucas la recibió de María.

José hizo las veces de padre de Jesús, y lo llevó a Jerusalén para la purificación (Lc. 2.22), y huyó con él a Egipto para escapar a los designios de Herodes. Volvió a Nazaret y se estableció allí (Mt. 2). Cada año llevaba al joven Jesús a Jerusalén para la pascua (Lc. 2.41). Quizás sus palabras en Lc. 2.49 indiquen que Jesús sabía, a la edad de 12 años, que no era hijo de José.

Es casi seguro que José ya había muerto cuando comenzó el ministerio de Jesús. No tenemos mención directa de él, y sería difícil explicar de otro modo las palabras de Jesús desde la cruz (Jn. 19.26–27), y las referencias a María y sus hermanos cuando buscaban al Señor (Mt. 12.46; Mr. 3.31; Lc. 8.19). Es natural que supongamos que los hermanos de Jesús fueron los hijos posteriores de José y María.

Otras personas mencionadas en el NT con este nombre son tres antepasados de José, el esposo de María (o antepasados de María [?]) (Lc. 3.24, 26, 30); José, llamado Barsabás, apodado Justo, el candidato que no consiguió el apostolado de Judas (Hch. 1.23) ; y uno de los hermanos del Señor (Mt. 13.55). También fue el nombre original de Bernabé (Hch. 4.36).

Bibliografía. F. B. Meyer, José el amado, s/f; R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 289–314; S. Lach, “José”, °EBDM, t(t). IV, cols. 618–626.

R.E.N.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Foto: Alejandro Hernández EscorciaEl undécimo hijo de Jacob, primogénito de Raquel, y el antecesor inmediato de las tribus de Manasés y Efraín. Su vida es narrada en Génesis 30,22-24; 37; 39-50, en el que los estudiosos contemporáneos distinguen tres principales documentos (J, E, P). (Vea Abraham). La fecha de su memorable carrera puede fijarse sólo aproximadamente en la actualidad, pues el relato bíblico de la vida de José no nombra al faraón particular de su tiempo, y las costumbres y modales egipcios que en él se alude no son determinantes sobre ningún período especial en la historia de Egipto. La duración de su oficio en Egipto cae probablemente en uno de los reyes hicsos tardíos (véase Egipto). Su nombre, ya sea contracción de Jehoseph (Sal. 81(80),6, en hebreo) o abreviado de Joseph-El (cf. la inscripción de Karnak de Tutmosis III, núm. 78.), está claramente ligado (Gén. 30,23-24) con las circunstancias de su nacimiento y se interpreta: “Que Dios añada”. Nació en Harán, de Raquel, la amada y por largo tiempo estéril esposa de Jacob, y se convirtió en el hijo predilecto del anciano patriarca.

Después del regreso de Jacob a Canaán, diversas circunstancias hicieron a José el objeto del odio mortal de sus hermanos. Había sido testigo de algún acto muy perverso de varios de ellos, y ellos conocían que se había informado a su padre. Además, en su parcialidad a José, Jacob le dio una amplia túnica de colores, y esta prueba manifiesta del gran amor del patriarca despertó la envidia de los hermanos de José “hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle”. Por último, con la imprudencia de la juventud, José le contó a sus hermanos dos sueños que sin duda presagiaban su futura elevación sobre todos ellos, pero que, por el momento, sólo hizo que lo odiaran mucho más (Gén. 37,1-11). En este estado de ánimo, se aprovecharon de la primera oportunidad para deshacerse de uno de ellos que hablaba como “el soñador”. Un día que alimentaban las ovejas de su padre en Dotán (ahora Tell Dotán, cerca de quince millas al norte de Siquem), vieron venir a José desde lejos, que había sido enviado por Jacob para preguntar por su bienestar, y al instante decidieron reducir a la nada todos sus sueños de grandeza futura. En este punto la narración del Génesis combina dos relatos distintos de la manera en que los hermanos de José llevaron a cabo efectivamente su intención de vengarse de él. Estos relatos presentan ligeras variaciones, que son examinadas en detalle por los modernos comentaristas del Génesis, y que, lejos de destruir, más bien confirman el carácter histórico del hecho que José fue llevado a Egipto debido a la enemistad de sus hermanos. Para protegerse a sí mismos sumergieron la fina túnica de José en la sangre de un cabrito, y lo envió a su padre. A la vista de esta prenda manchada de sangre, Jacob, naturalmente, creían que una bestia salvaje había devorado a su amado hijo amado, y se entregó al dolor más intenso (37,12-35).

Mientras su padre lo lloraba como muerto, José fue vendido a Egipto, y tratado con la mayor consideración y la mayor confianza por su maestro egipcio, a quien Gén. 37,36 da el nombre de Putifar [“Aquel a quien Ra (el dios-sol) le dio”] y al cual describe como eunuco del Faraón y como el capitán de la guardia real (cf. 39,1). Rápido y confiable, José pronto se convirtió en asistente personal de su amo. Luego se le confió la superintendencia de la casa de su amo, un cargo más amplio y responsable, como era inusual en las grandes familias egipcias. Con la bendición de Yahveh, todas las cosas, “tanto en casa como en el campo”, se volvieron tan prósperas bajo la administración de José que su amo le confió todo implícitamente, y “ya no se ocupó personalmente de nada más que del pan que comía.” Mientras cumplía así con perfecto éxito sus múltiples deberes de mayor-domo (Egipto mer-per), José estuvo a menudo en contacto con la señora de la casa, porque en ese tiempo había un tan libre intercambio entre hombres y mujeres en Egipto como lo hay hoy día entre nosotros. A menudo percibió al joven y apuesto capataz hebreo, y llevada por la pasión, a menudo le tentó a cometer adulterio con ella, hasta que al fin, resintiendo su virtuosa conducta, le acusó de las mismas criminales solicitudes con que ella misma lo había perseguido. El crédulo amo cree el informe de su esposa, y en su ira arroja a José a la prisión, donde también estaba Yahveh con su fiel servidor: le concedió el favor del alcaide, quien pronto colocó en José su confianza implícita, e incluso le confió a su cargo los demás prisioneros (39,2-23).

Poco después, dos de los oficiales de Faraón, el mayordomo principal y el panadero jefe, después de haber incurrido en el desagrado real por alguna razón desconocida, fueron encarcelados en la casa del capitán de la guardia. También fueron puestos bajo la custodia de José, y cuando vino a ellos una mañana, notó en ellos una tristeza inusual. No podían interpretar el significado de un sueño que cada uno tuvo durante la noche, y no había ningún intérprete de sueños profesional a la mano. Fue entonces cuando José interpretó sus sueños correctamente, e instó al mayordomo a recordarlo cuando fuese restaurado a su puesto, como de hecho lo fue tres días después, el día del cumpleaños de Faraón (cap. 40). Pasaron dos años, tras los cuales el propio monarca tuvo dos sueños, uno de las vacas gordas y las vacas delgadas, y el otro de las mazorcas completas y las marchitas. Grande fue la perplejidad de Faraón por estos sueños, que nadie en el reino podría interpretar. Esta ocurrencia, naturalmente, le recordó el mayordomo principal de la habilidad de José en la interpretación de los sueños, y le mencionó al rey lo que había ocurrido en su propio caso y en el del jefe de los panaderos. Citado a comparecer ante el Faraón, José declaró que ambos sueños significaban que siete años de abundancia serían inmediatamente seguidos por siete años de hambre, y sugirió además que una quinta parte de su producción de los años de abundancia se reservara como provisión para los años de hambre. Profundamente impresionado por la interpretación clara y plausible de sus sueños, y reconociendo en José una sabiduría más que humana, el monarca le encargó la realización de las medidas prácticas que él había sugerido. A tal fin, lo elevó a la categoría de guardián del sello real, lo invistió de una autoridad segunda sólo a la del trono, le otorgó el nombre egipcio de Safnat Panéaj (“Dios habló, y él vino a la vida”), y le dio por esposa a Asnat, la hija de Poti Fera, el sacerdote del gran santuario nacional de On (o Heliópolis, siete millas al noreste de El Cairo moderno).

Pronto comenzaron los siete años de abundancia predichos por José, durante los cuales almacenó maíz en cada una de las ciudades desde las que se han registrado, y su esposa, Asnat, le dio dos hijos a quien llamó Manasés y Efraín, por las favorables circunstancias del tiempo de su nacimiento. Luego vinieron los siete años de escasez, en los que, con su hábil gestión, José salvó a Egipto de los peores rasgos de la miseria y el hambre, y no sólo a Egipto, sino también los distintos países circundantes, que tuvieron que sufrir la grave y prolongada hambruna (cap. 41). Entre esos países vecinos se contaba la tierra de Canaán, donde Jacob vivía todavía con los once hermanos de José. Después de haber oído que en Egipto vendían maíz, el anciano patriarca envió a sus hijos allí para comprar algunos, manteniendo con él, sin embargo, a Benjamín, el segundo hijo de Raquel, “no vaya a sucederle alguna desgracia”. Admitidos a la presencia de José, sus hermanos no reconocieron en el grande de Egipto ante ellos a aquel muchacho a quien habían tratado tan cruelmente veinte años antes. Los acusó bruscamente de ser espías enviados a descubrir los pases desguarnecidos de la frontera oriental de Egipto, y cuando ofrecieron voluntariamente información sobre su familia, él, deseoso de conocer la verdad sobre Benjamin, retuvo uno de ellos como rehén en la prisión y envió a los otros de vuelta a su casa para que trajesen a su hermano menor con ellos.

Al llegar donde su padre, o en su primera posada en el camino, descubrieron el dinero que José había ordenado que se colocara en sus sacos. Grande fue su ansiedad y la de Jacob, que por un tiempo se negó a permitir a sus hijos regresar a Egipto en compañía de Benjamín. Al fin cedió bajo la presión de la hambruna, y al mismo tiempo, envió un regalo para conciliar el favor del primer ministro egipcio. A la vista de Benjamín José entendió que sus hermanos le habían dicho la verdad en su primera comparecencia ante él, y les invitó a una fiesta en su propia casa. En la fiesta hizo que se sentaran exactamente de acuerdo a su edad, y honró a Benjamín con “una mayor ración”, como señal de distinción (caps. 42-43). Luego se fueron a casa, sin sospechar que por orden de José su copa adivinadora había sido escondida en el costal de Benjamín. Pronto fueron alcanzados, acusados del robo de la copa preciosa, la cual buscaron y encontraron en la talega donde había sido escondida. En su consternación regresaron todos a casa de José, y se ofrecieron a permanecer como sus siervos en Egipto, una oferta que José rechazó, declarando que sólo retendría a Benjamín. Entonces Judá se suplica muy patéticamente que, por el bien de su anciano padre, Benjamín debe ser despedido libre, y que se le permitiera a él permanecer en el lugar de su hermano como siervo de José. Fue entonces cuando José se dio a conocer a sus hermanos, calmó sus temores, y los envió de vuelta con una apremiante invitación a Jacob a venir a instalarse en Egipto (caps. 44 – 45, 24).

Fue en la tierra de Gosén, un distrito pastoral a unas cuarenta millas al noreste de El Cairo, que José invitó a su padre y hermanos a establecerse. Allí vivieron como prósperos pastores del rey, mientras que en su miseria los egipcios fueron gradualmente reducidos a vender sus tierras a la corona, para asegurar su subsistencia de manos del todopoderoso primer ministro de faraón. Y así José causó que los anteriores terratenientes—con la excepción, sin embargo, de los sacerdotes—se convirtieran en simples arrendatarios del rey y le pagaban al tesoro real, por así decirlo, una renta anual de un quinto del producto de la tierra (46,28 – 47,26). Durante los últimos momentos de Jacob, José le prometió que lo enterraría en Canaán, e hizo que adoptara a sus dos hijos, Manasés y Efraín (47,25 – 48). Luego del deceso de su padre, mandó a embalsamar su cuerpo y lo enterró con gran pompa en la Cueva de Makpelá (50,1-14). También disipó los miedos de sus hermanos, quienes temían que ahora se vengaría de ellos por el anterior maltrato. Murió a la edad de ciento diez años, y su cuerpo fue embalsamado y puesto en un ataúd en Egipto (50,15-25). Al final, sus restos fueron llevados a Canaán y enterrados en Siquem (Éxodo 13,19; Josué 24,32).

Tal es, en substancia, el relato bíblico de la vida de José. En su maravillosa simplicidad, esboza uno de los más bellos caracteres presentados en la historia del Antiguo Testamento. De niño, José sentía el más vívido horror por el mal que hacían sus hermanos; y de joven, resiste con fortaleza inquebrantable las repetidas e insistentes insinuaciones de la esposa de su amo. Echado a prisión, despliega gran poder de resistencia, confiando en Dios para su justificación. Cuando fue elevado al rango de virrey, se mostró digno de tan excelsa dignidad por sus esfuerzos hábiles y enérgicos para promover el bienestar de sus compatriotas adoptivos y la extensión del poder de su amo. Un personaje tan hermoso hizo de José un muy digno tipo de Cristo, modelo de toda perfección, y es comparativamente fácil señalar algunos de los rasgos de semejanza entre el amado hijo de Jacob y el muy amado Hijo de Dios. Como Jesús, José era odiado y echado afuera por sus hermanos, y aún así logró su salvación a través del sufrimiento que le habían causado. Como Jesús, José obtuvo su exaltación sólo después de pasar por las más profundas e inmerecidas humillaciones; y en el reino que gobernaba, invitó a sus hermanos a unirse a los que antes habían visto como extraños, para que también disfrutaran de las bendiciones que había logrado para ellos. Al igual que el Salvador del mundo, José sólo tuvo palabras de perdón y bendición para todos los que, reconociendo su miseria, recurrieron a su poder supremo. Fue a José de antaño, como a Jesús, que todos tuvieron que pedir ayuda, ofrecer homenaje del más profundo respeto y rendir obediencia en todas las cosas. Por último, al patriarca José, como a Jesús, le fue dado inaugurar un nuevo orden de cosas para el mayor poder y gloria del monarca a quien debía su exaltación.

Mientras tanto, reconociendo el sentido típico de la carrera de José, no se debe perder de vista ni por un momento el hecho de que se está en presencia de un carácter claramente histórico. De hecho, se han realizados esfuerzos en ciertos sectores para transformar la historia de José en la historia de una tribu del mismo nombre que, en una época remota, pudo haber alcanzado gran poder en Egipto, y que, en una fecha muy posterior, la imaginación popular simplemente habría descrito como un individuo. Pero ese punto de vista del relato bíblico es decididamente inadmisible. A los estudiosos cuidadosos siempre se les hará más difícil pensar en José como una tribu que llegó al poder en Egipto, que como una persona que realmente pasó a través de las experiencias que se describen en el Génesis. Una vez más, siempre mirarán los incidentes narrados en la historia sagrada como muy naturales, y muy estrechamente relacionados, para ser totalmente el producto de la ficción. El mismo carácter histórico de la narración bíblica es poderosamente confirmado por el acuerdo sustancial entre los dos principales documentos (J, E), que los críticos contemporáneos se sienten obligados a admitir, que, según ellos, se han utilizado en su composición: tal concordancia señala manifiestamente a una tradición oral anterior, la cual, cuando fue puesta por escrito en dos formas distintas, no resultó materialmente afectada por las nuevas circunstancias de una época posterior; por último, está más allá de la posibilidad de duda, por la coloración egipcia que es común a ambos documentos, y que será descrita a continuación. Este elemento egipcio no es sólo un traje literario con el que la fantasía popular posterior y en una tierra distante pudo haber investido más o menos felizmente a los incidentes narrados. Pertenece a la esencia misma de la historia de José, y es claramente un reflejo directo de los usos y costumbres del antiguo Egipto. Su veracidad constante a las cosas egipcias prueba la existencia de una antigua tradición, que data tan lejos como el período egipcio, y fielmente conservada en el la composición del relato del Génesis.

El alcance de la antedicha coloración egipcia en la historia de José ha sido minuciosamente investigada por estudiosos recientes. Los israelitas de piel oscura que llevaron camellos ricamente cargados desde Oriente hasta el Nilo, son traídos a la vida en los monumentos egipcios, y los tres tipos de especias que llevaban a Egipto son precisamente aquellas que tendrían demanda en ese país con fines medicinales, religiosos o de embalsamamiento. La existencia de varios videntes en las casas de los nobles egipcios está en perfecta armonía con la sociedad egipcia, y el mer-per o superintendente de la casa, tal como era José, se mencionaba particularmente a menudo en los monumentos. La historia de José y la esposa de su amo tiene un notable y muy conocido paralelo en el “Cuento de los Dos Hermanos” egipcio. Las funciones y sueños del mayordomo y el jefe de panaderos son egipcios en sus más mínimos detalles. En las siete vacas que faraón vio pastando en la pradera, tenemos un equivalente en las siete vacas de Athor, representadas en la viñeta del capítulo 148 del “Libro de los Muertos”. El cuidado que tuvo José en afeitarse y cambiarse de ropa antes de aparecer en la presencia de Faraón está de acuerdo con las costumbres egipcias. Su consejo de recoger el maíz durante los siete años de abundancia concuerda con las instituciones egipcias, ya que todas las ciudades importantes poseían graneros. La investidura de José y el cambio de nombre en su elevación, pueden ser fácilmente ilustrados haciendo referencia a los monumentos egipcios. La ocurrencia de hambrunas de larga duración, los exitosos esfuerzos realizados para abastecer de maíz al pueblo año tras año de por vida, encuentra su paralelo en las inscripciones descubiertas recientemente. La acusación de ser espías que formuló José contra sus hermanos fue natural habida cuenta de las precauciones que se sabe fueron adoptadas por las autoridades egipcias para la seguridad de su frontera oriental. La historia posterior de José, su copa de adivinación, el regalo a sus hermanos de prendas de vestir, el apartar la tierra de Gosén para su padre y hermanos, porque el pastor era una abominación para los egipcios, el embalsamamiento de Jacob por José, la procesión fúnebre para el entierro de aquél, etc. muestran de una manera sorprendente la gran exactitud del relato bíblico en sus numerosas y muchas veces someras referencias a los hábitos y costumbres de Egipto. Incluso la edad de 110 años en la que José murió parece haber sido considerada en Egipto—como lo demuestran varios papiros—como la edad más perfecta deseable.

Fuente: Gigot, Francis. “Joseph.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/08506a.htm

Traducido por Luz Hernández

Fuente: Enciclopedia Católica