JUAN BAUTISTA

El nombre «Juan» indica don de Dios («Dios es benigno»). Con razón se dio este nombre al Precursor de Cristo (Juan el Batista) porque su nacimiento fue un don de Dios para sus padres ya ancianos (Zacarí­as e Isabel). Su concepción, su nacimiento, su misión y su martirio, fueron una gracia especial de Dios en bien de todos. Fue santificado con la gracia especial del Espí­ritu Santo, ya desde el seno de su madre, después del saludo de Marí­a (cfr. Lc 1,15.44). Se preparó en el desierto con oración y penitencia. Su misión era la de «preparar el camino al Señor» (Jn 1,23).

Es el «profeta del Altí­simo» (Lc 1,76), como sí­ntesis de los profetas anteriores y como enlace entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Su mensaje se centra en anunciar al Mesí­as ya presente, como «Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29), llamando a un «bautismo de penitencia» (Hech 13,24) que serí­a preludio del nuevo bautismo en el Espí­ritu Santo, conferido por Jesús (cfr. Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33).

Jesús lo presentó al pueblo como «mayor que un profeta», a modo de un nuevo Elí­as (cfr. Lc ,17), «enviado para preparar los caminos» al Mesí­as (cfr. Mt 11,9-15). El prólogo del evangelio según San Juan lo presenta como testigo cualificado «Hubo un hombre, enviado por Dios se llamaba Juan. Este vino… para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él» (Jn 1,6-7).

La actitud del Bautista es de autenticidad, como transparencia e instrumento no se siente digno, sólo prepara el camino, él no es el Cristo, anuncia al Señor ya presente, su gozo es hacer que Cristo («el Esposo») sea conocido y amado («crezca»), mientras él «diminuye» (haciendo que sus discí­pulos pasen al grupo de Jesús), quedando sólo como testigo cualificado.

Vive, pues, su «identidad» apostólica, sin dudas ni complejos, con el gozo de ser «el amigo del Esposo» (Jn 3,29), cumpliendo su misión hasta el «martirio», con una muerte precursora de la de Jesús (cfr. Mc 6,28). Todo bautizado está llamado a ser el «precursor» de Cristo, y, hasta cierto punto, ser un testigo «mayor» que él (Mt 11,11).

Referencias Adviento, visitación.

Lectura de documentos CEC 523, 717-720.

Bibliografí­a P. BENOIT, L’infanzia di Giovanni Battista secondo Luca. Esegesi e teologia (Paoline 1971); A. POPPI, L’inizio del vangelo. Predicazione del Battista… (Padova, Messaggero, 1976); A. SALAS, El mensaje del Bautista. Redacción y teologí­a en Mt 3,7-12 Estudios Bí­blicos 29 (1970) 55-72; S. VIRGULIN, Juan Bautista, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 932-938.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: 1. fuentes de la historia del Bautista: Marcos, Mateo, Lucas, Juan. -2. Los orí­genes del Bautista. – 3. El mensaje de Juan el Bautista. – 4. El bautismo de Juan. -5. El bautismo de Jesús. – 6. Juan el Bautista y Herodes. – 7. Los discí­pulos del Bautista. – 8. La muerte de Juan el Bautista. – 9. Juan el Bautista y Qumrán.

Juan el Bautista es uno de los personajes del Nuevo Testamento que guarda mayor vinculación con el Antiguo Testamento. Su figura ha sido enmarcada a lo largo de la historia como el puente que une las dos tradiciones, el nexo de unión entre la Biblia Judí­a y los primeros escritos de la tradición cristiana. Su personalidad esconde un marcado carácter profético como ya lo reflejaron los primeros padres de la Iglesia situándolo como el Ultimo profeta del Antiguo Testamento y el portavoz de la llegada del Salvador. A través de su figura tiene lugar el bautismo de Jesús en el rí­o Jordán, lo que le convierte en una de las figuras clave en el comienzo de la vida pública de Jesús.

El papel que juega Juan Bautista se sitúa en dos momentos iniciales: en el momento de la gestación y nacimiento del Sálvador a través de la imagen de Marí­a visitando a su pariente Isabel, y en el comienzo de su vida pública a través de su bautismo en el Jordán. Dos momentos clave en la vida de Jesús que orientaron su vida prefigurada desde el comienzo de los tiempos.

La vida ascética y austera de Juan Bautista lo ha convertido en el prototipo de preparación para la venida de Jesús. Su controvertida figura hace de él un modelo de austeridad y sacrificio que ha estado presente a lo largo de toda la historia de la Iglesia. La literatura del Nuevo Testamento y otros escritos históricos contemporáneos dan testimonio de la opción de vida adoptada por el Bautista. La popularidad de Juan Bautista no sólo tuvo su auge con el nacimiento de las primeras comunidades cristianas que asumieron la figura del Bautista como anunciador de Jesús, sino que su personalidad habí­a adquirido una gran repercusión en la sociedad del perí­odo intertestamentario. Juan Bautista era un personaje conocido y hasta admirado por sus contemporáneos como ha quedado reflejado en los escritos evangélicos y en las crónicas del historiador Flavio Josefo. Su testimonio representaba al defensor de la justicia social, de la igualdad y de la libertad social. A estos testimonios se une una larga tradición -que comienza con los Santos Padres-que ha interpretado el estilo de vida del Bautista como un punto de referencia en la vida del cristiano y como baluarte de un tiempo litúrgico como es el adviento.

El sobrenombre con el que se le reconoce desde los primeros tiempos hace honor a su misión espiritual. Juan se dedicaba a anunciar la conversión y la preparación para la venida del Mesí­as a través del bautismo. Su bautismo con agua tení­a lugar en el rí­o Jordán, en las proximidades de su desembocadura en el Mar Muerto. A él se acercaban todo tipo de personas que lo escuchaban y hací­an un propósito de conversión de vida a través de la liturgia de la inmersión en las aguas del rí­o. Su mensaje de anuncio y preparación habí­a causado una profunda conmoción social en un momento en el que la sociedad anhelaba la venida de un liberador del pueblo hebreo, un caudillo heredero de la tradición mosaica que sacase a su pueblo del poder de los romanos. El anuncio mesiánico de Juan Bautista provocó que se adhirieran a él un grupo de discí­pulos que lo seguí­an como a un profeta.

Juan Bautista o Juan el Bautista es uno de los protagonistas principales de la infancia de Jesús. Aunque sabemos muy poco de su vida, hasta nosotros han llegado testimonios suficientes como para hacernos una idea de la trascendencia de su figura y del contenido de su mensaje. Juan el Bautista es el puente que une el Antiguo con el Nuevo Testamento. El encargado de preparar el camino al Señor y de anunciar a todo el pueblo que el tiempo de su venida estaba cada vez más cerca.

1. Las fuentes de la historia del Bautista
La búsqueda de datos sobre la personalidad y figura de Juan el Bautista la tenemos que hacer en primer lugar en los textos sagrados del Nuevo Testamento. Aunque consideremos a Juan como el último profeta de la tradición veterotestamentaria no hay ninguna referencia en el Antiguo Testamento a su figura. El Nuevo Testamento es el primer lugar en donde debemos buscar alusiones a su persona. Los cuatro evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles son las fuentes principales y, aunque en menor grado, la literatura epistolar. Fuera de los textos sagrados encontramos abundantes datos sobre Juan el Bautista en los escritos históricos y narrativos del historiador judí­o Flavio Josefo.

comienza su evangelio con la predicación de Juan el Bautista en el desierto (Mc 1, 2-4) y bautizando en el Jordán (Mc 1, 5-8), antes de relatar el bautismo de Jesús en el rí­o (Mc 1, 9-11). Tampoco faltan las referencias al Bautista y a sus discí­pulos en las controversias de Jesús con los fariseos con motivo del cumplimiento de las leyes que seguí­an los discí­pulos de Juan y los de Jesús no (Mc 2, 18-22). Juan Bautista vuelve a ser recordado por el evangelista Marcos con motivo de la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea cuando Jesús pregunta a sus discí­pulos quién dice la gente que es y ellos le responden: unos que Juan el Bautista. Finalmente, es el mismo Jesús el que alude al Bautista demostrando su carácter social y respeto por parte de la población al afirmar su autoridad cuestionada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos; y Jesús les pregunta si el bautismo con el que Juan bautizaba era de Dios o de los hombres (Mc 11, 27-33). Marcos describe ampliamente la muerte del Bautista en su evangelio como un acontecimiento que determinó la opción de Jesús (Mc 6, 14-29).

comienza su evangelio con la descripción de la genealogí­a de Jesús, eso hace que la historia de Juan el Bautista pase al capí­tulo tercero del evangelio. Desde el primer momento Mateo donde deja claro que la misión del Bautista es la de ser el precursor de Jesús (Mt 3, 1-12) para describir, acto seguido, el bautismo de Jesús en el rí­o Jordán (Mt 3, 13-17). Sin embargo el contenido más novedoso para la historia de Juan la encontramos en la primera parte del capí­tulo once del evangelio en donde tenemos a Juan en la cárcel que enví­a a sus discí­pulos a hablar con Jesús (Mt 11, 1-19). Otra referencia que hace el evangelista a Juan el Bautista la tenemos en las palabras finales del acontecimiento de la Transfiguración (Mt 17, 9-13). En Mateo, la discusión sobre el ayuno por parte de Jesús con los fariseos tiene a Juan el Bautista y a sus discí­pulos como referencia central (Mt 9, 14-17). Como en el caso de Marcos, Mateo pone el modelo de Juan el Bautista y sus discí­pulos en el relato sobre la autoridad cuestionada de Jesús (Mt 21, 23-27), al que se vuelve a aludir en los versí­culos siguientes con motivo de la parábola de los dos hijos (Mt 21, 28-32). Mateo describe con detalle la muerte de Juan Bautista (Mt 14, 1-12), y recuerda la figura del Bautista al describir la confesión de Pedro sobre la figura de Jesús y lo que de él dice la gente (Mt 16,14).

presenta a Juan el Bautista en el comienzo de su evangelio a través del doble anuncio del nacimiento de Juan y de Jesús. El anuncio del nacimiento de Juan tiene lugar en el instante de la descripción de la aparición del ángel a Zacarí­as (Lc 1, 5-25). Acto seguido y tras la descripción del anuncio a Marí­a de su concepción virginal el relato de la visitación se convierte en el punto de conexión entre las dos historias y los dos nacimientos, ambos de carácter espectacular y de dimensiones sobrenaturales, ya que cuentan con la intervención de Dios. A continuación Lucas describe el nacimiento de Juan (Lc 1, 57-80) que incluye la proclamación del Benedictus por parte de Zacarí­as (Lc 1, 68-79). Para el evangelista el bautismo de Jesús vuelve a ser objeto de interés especial, sobre todo por la presencia del Bautista (Lc 3, 21-22). Un bautismo que el evangelista describe después de habernos presentado la figura de Juan y su predicación en el desierto (Lc 3, 1-20). Lucas no olvida la pregunta sobre el ayuno y el ejemplo que ponen a Jesús sobre la diferencia entre el discipulado de Juan y el de Jesús (Lc 5, 33-39). Finalmente Lucas otorga una especial relevancia a las palabras de Jesús pronunciadas ante la embajada de los discí­pulos de Juan el Bautista sobre la autoridad de Jesús y si era él al que estaban esperando como Mesí­as.

, el evangelista, utiliza la figura de su homónimo el Bautista en el prólogo de su evangelio y lo presenta como un hombre enviado por Dios encargado de preparar la venida de Jesús (Jn 1, 6). Para el evangelista, el testimonio de Juan el Bautista vuelve a ser crucial a la hora de presentar la identidad de Jesús (Jn 1, 15; 5, 33): El evangelista recurre a la figura del Bautista como argumento literario que se sitúa entre el prólogo de su evangelio y la elección de los primeros discí­pulos (Jn 1, 19-34). En un segundo momento el evangelista vuelve a utilizar el testimonio de Juan el Bautista como garantí­a de la palabra y el mensaje de Jesús (Jn 3, 22-30) para justificar el carácter mesiánico de su persona.

El resto de la literatura del Nuevo Testamento alude al Bautista como la figura del precursor de Jesús. El carácter profético de su persona y un peculiar estilo de vida lo han convertido a lo largo de la historia en el prototipo de austeridad y entrega por una causa desconocida a ciencia cierta pero dirigida por una intuición especial y por una inspiración que sólo encuentra comparación con la de la literatura profética del Antiguo Testamento.

2. Los orí­genes del Bautista
La historia del Bautista ha de ser comprendida casi exclusivamente a través de las noticias que de su persona han llegado hasta nosotros en los evangelios. Los primeros capí­tulos de los cuatro evangelios son el escenario literario en el que se desarrollan los principales acontecimientos del precusor mesiánico. Lucas es el evangelista que dedica más lí­neas a esbozar algunos aspectos de sus orí­genes y de los primeros años de su vida. Por otro lado y, aunque no podemos considerar como históricos, hemos de reconocer el talante historicista de los evangelios y de muchos de los datos que contienen. Juan el Bautista tiene, desde este punto de vista, una buena base de datos en la literatura evangélica.

Según parece Juan procedí­a de familia sacerdotal. El evangelista Lucas presenta a su padre Zacarí­as como sacerdote del turno de Abí­as y a su madre Isabel, de la familia de Aarón y pariente de la madre de Jesús (Lc 1, 5). Bien es verdad que el sacerdocio de la clase de Abí­as no gozaba de un extraordinario prestigio entre la casta sacerdotal. Por esta razón el mismo evangelista da cuenta de que los padres del Bautista, a pesar de su condición social, eran verdaderamente justos ante Dios (Lc 1, 6).

La tradición ha identificado el nacimiento de Juan el Bautista como un acontecimiento extraordinario que se suma al grupo de alumbramientos desclasados que constituyen la teologí­a de la maternidad de la Biblia. La mano de Dios en este tipo de nacimientos otorga una categorí­a divina al niño engendrado que hace de él un personaje vinculado a Dios para toda la vida y con categorí­as más propias de un ser divino o angelical que de un ser humano. Dios elige a sus mediadores desde antes de su nacimiento y hace de sus alumbramientos acontecimientos extraordinarios para demostrar el poder sobrenatural.

El nombre del Bautista, Juan, es significativo. Tras él se esconde un trasfondo de carácter sacerdotal especial. Juan era un nombre muy frecuente en el ámbito sacerdotal en la familia sadoquita que habí­a sido perseguida por Antí­oco IV Epí­fanes. La división sacerdotal que habí­a ocasionado esta persecución dio lugar a una de las divisiones de la casta sacerdotal más destacadas durante la época del segundo Templo y a lo largo de toda la literatura intertestamentaria. La separación sacerdotal se convirtió en oposición. Si Juan el Bautista, de familia sacerdotal, muestra su rechazo al sacerdocio institucional del Templo está, en el fondo, demostrando la situación de división institucional que ya habí­a dado lugar a cismas y rupturas con el judaí­smo oficial. Esto sucede claramente con el movimiento esenio en un principio y con el grupo de Qumrán posteriormente. Zacarí­as e Isabel formarí­an parte, por tanto, de esa oposición al liberalismo sacerdotal ratificada con la elección del nombre del Bautista.

En cuanto ata infancia y juventud del Bautista tenemos que reconocer que la literatura evangélica no nos ofrece datos objetivos que nos permitan establecer un calendario y elementos objetivos suficientes para hacer una reconstrucción de sus años jóvenes. Únicamente el evangelista Lucas da a entender que sus padres tuvieron la intención de hacer de él un nazireo -nazir-, esto es, un consagrado a Dios. Una opción que el evangelista sitúa en el momento del anuncio de su naci miento y que indica que fueron los padres los que idearon su voto de nazireato como agradecimiento a Dios por haberles dado un hijo.

La tradición ha identificado a Juan el Bautista con el desierto situado entre la ribera y desembocadura del rí­o Jordán y el Mar Muerto. No han faltado los que han intentado identificar al Bautista con los hombres de Qumrán dado el carácter de oposición sacerdotal del grupo. Otros han llegado a afirmar que el Bautista habí­a pasado su infancia en el monasterio y habí­a sido educado por los miembros de la comunidad. Estas hipótesis carecen de cualquier fundamento sólido. Más bien tenemos argumentos lo suficientemente definitivos como para situarlo al margen de los redactores de los manuscritos del Mar Muerto.

3. El mensaje de Juan el Bautista
Al hablar de Juan el Bautista podemos afirmar que estamos ante una opción de vida fuera de lo habitual en el judaí­smo del cambio de era. Las imágenes evangélicas presentan al Bautista como un hombre de ideas claras que adepta una postura frente a la sociedad contemporánea. La dureza de sus palabras -caracterizadas por el tono profético- contrastan con el espí­ritu mesiánico de su mensaje -como el que prepara el camino al Señor-. El Juan profeta (Lc 7, 26) serí­a un mensajero de Dios siguiendo la tradición profética del Antiguo Testamento. Su mensaje tení­a como centro el anuncio de la plenitud del tiempo y la llegada del Mesí­as proclamado y esperado por sus predecesores. El manto de pelo de camello es fiel reflejo de su identificación y vinculación con la profecí­a. Su escasa alimentación de tipo vegetariana -saltamontes y miel silvestre- (Mt 3, 4) lo sitúa al margen de cualquier tipo de identificación social de la época y refleja su austeridad e independencia material. Estos elementos hacen que él mismo se presentase ante los demás como la voz que clama en el desierto y como el precursor del Señor que prepara el terreno para su venida siguiendo la tradición profética de Isaí­as (Is 40, 3). Para el profeta, la purificación ritual formaba parte de uno de los elementos más importantes para la recepción mesiánica. Una purificación que en Juan no se limita al pueblo de Israel sino que pretende extenderse al mundo entero y, de esta forma, universalizar un rito religioso.

En su predicación, el Bautista anunciaba la conversión, el cambio de vida y una opción radical en favor de Dios. La separación entre el grano y la paja, la justicia y la injusticia, así­ como el carácter judicial de Dios, son elementos que ponen de manifiesto el carácter dualista de su testimonio, propio de una atmósfera común presente en otros grupos contemporáneos. El dualismo apocalí­ptico de carácter mesiánico es la caracterí­stica más destacable del contenido de su mensaje. Una atmósfera apocalí­ptica que aparece reflejada en otros escritos del perí­odo intertestamentario tanto de la literatura canónica como de los escritos apócrifos.

Otra caracterí­stica de la predicación del Bautista es el carácter mesiánico de sus palabras. Para Juan el tiempo estaba cerca, demasiado cerca como para que cada persona pusiese en marcha un cambio radical y total de vida. La venida del Mesí­as era inminente aunque no tenemos constancia de que Juan fuera consciente del significado real de su anuncio y aunque de sus palabras mesiánicas no podamos deducir mucho sobre la figura de Jesús en concreto. La penitencia, el ayuno y cualquier elemento de austeridad eran aliados de su mensaje. Las palabras del Bautista pertenecí­an a un género literario penitencial. Su papel se limitaba a preparar el camino para la llegada del Mesí­as. Estaba convencido de que su mensaje consistí­a en cambiar las voluntades de los creyentes para que, llegado el momento, el Mesí­as encontrase un terreno abonado para su predicación y el anuncio de su mensaje. Juan se consideraba, por tanto, el elegido para preparar un camino que otro tení­a que andar. Su misión estaba en anunciar esta venida, sin entrar en el contenido y la trascendencia del mensaje mesiánico. Convencido de su misión, el Bautista no dejó pasar la oportunidad de dar consejos a todos los que se acercaban a él adaptando su anuncio a cada uno. Los textos evangélicos dan testimonio de sus palabras y de la didáctica de su trabajo. Todo parece indicar que su fama y popularidad fue considerable y que atrajo hacia sí­ a una gran cantidad de seguidores y grupos que se acercaban a escucharlo y que seguí­an sus consejos.

4. El bautismo de Juan
El bautismo es, por su propia naturaleza, un acontecimiento ritual por el que se confiere a una persona un cambio de vida y un estado nuevo. El bautismo de Juan consistí­a en la inmersión en las aguas del rí­o Jordán a pocos metros de su desembocadura en el Mar Muerto. El marco geográfico es muy sugerente. Por un lado el bautismo se desarrolla en un rí­o. Sumergirse en un rí­o significa que hay una corriente de agua que no permite bañarse dos veces en el mismo lugar porque el agua está en permanente movimiento. Este aspecto tiene un aspecto ritual y simbólico muy interesante desde el punto de vista de la purificación. Quien se bautiza lo hace siempre lavándose en un agua que desaparecerá en su descenso en unos instantes. En segundo lugar el rí­o Jordán está situado a unos metros del desierto en el que la literatura evangélica y la tradición localizan el escenario elegido por el Bautista para vivir en un marco de austeridad y ausencia de las condiciones más elementales. Finalmente, realizar el bautismo en una zona del Jordán situada a unos metros de su desembocadura en el Mar Muerto tiene un nuevo contenido teológico que no podemos pasar por alto. La naturaleza del lugar y las caracterí­sticas de la zona hacen que cualquier especie animada, cualquier forma de vida que desciende por el rí­o Jordán, muere a su llegada al Mar Muerto. La densidad y el grado de salinidad que contiene el Mar Muerto no permiten la existencia de vida alguna en sus aguas. Desde este punto de vista, el bautismo realizado a pocos metros de la desembocadura, en un lugar en donde todaví­a hay vida pero situado a pocos metros del lugar fatal para cualquier especie acuática, otorga al rito un marco teológico -escatológico- inconmensurable.

Juan el evangelista tras su prólogo al evangelio presenta el examen a que sometieron al Bautista los sacerdotes y levitas sobre el tipo de bautismo que realizaba (Jn 1, 19-28). Gracias a este gesto hoy podemos descubrir las razones fundamentales que llevaron a Juan a bautizar en el Jordán. La respuesta «yo no soy el Mesí­as» refleja una pregunta intencionada por parte de los que cuestionaban su misión pero, al mismo tiempo, pone de manifiesto el convencimiento de Juan el Bautista de que él no era el Mesí­as y de que en ningún momento tuvo la intención de hacerse pasar por el Mesí­as. Por otro lado la afirmación de que bautizaba con agua y no con Espí­ritu refleja esa seguridad de que su papel se limitaba a preparar el camino para alguien que habrí­a de venir detrás de él. Los testimonios evangélicos confirman que algunos fariseos y saduceos acudí­an al rí­o para recibir el bautismo de Juan. En este punto es en donde se mezclan las dos imágenes del Bautista, por un lado su rito bautismal presenta la cara de religiosidad de su misión; por esa razón, las claves de sus palabras y el mensaje que predica se acercan más al debate polí­tico de la época. Las claves de su predicación estaban en la penitencia, la conversión, el cambio en la forma de pensar para que la verdadera conversión diese los frutos esperados.

5. El bautismo de Jesús
Los tres evangelistas sinópticos presentan el bautismo de Jesús como un acontecimiento extraordinario. Esos mismos evangelistas determinan en sus relatos que a través del bautismo de Juan, Jesús es ungido como Mesí­as (Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22; Mt 3, 13-17). La proclamación de Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29) es la manifestación pública de que Jesús es el Mesí­as. Todo parece indicar que estamos ante una proclamación mesiánica que hace el evangelista y que pone en labios del Bautista. Por la misma razón la presentación a dos de los discí­pulos del Bautista -uno de los cuales podrí­a ser el mismo evangelista Juan- de la figura de Jesús nos permite suponer el convencimiento y reconocimiento por parte del Bautista de que Jesús era el Mesí­as, el esperado que habí­a anunciado (Jn 1, 35ss).

6. Juan el Bautista y Herodes
La historia del Bautista llega a su recta final con la figura de Herodes Antipas. Los evangelistas dan testimonio del conflicto entre ellos y describen el proceso a que se ve sometido el Bautista. Transgredir la Ley era para el Bautista, que habí­a sido educado en la observancia absoluta a la legislación mosaica, un grave delito que debí­a de ser denunciado públicamente, sobre todo por tratarse de un personaje de relevancia social como era el caso de Herodes y de su sobrina Herodí­as, la mujer de su hermano. Herodes habí­a despedido a su mujer árabe que se refugió en la casa de su padre sin esperar la carta de divorcio. El se llevó a su casa a Herodí­as y a su hija Salomé. El escándalo social saltó cuando Herodes tomó a Herodí­as, mujer de su hermano, como esposa transgrediendo la ley de Moisés (Lev 18, 16). El Bautista denunció públicamente este delito contra la Ley (Mc 6, 18) por lo que Herodes dio orden de silenciar a Juan con su apresamiento. La tradición sitúa al Bautista encarcelado en la fortaleza de Maqueronte en las inmediaciones del Mar Muerto. Los escritos del Nuevo Testamento dan testimonio del interés de Herodes por la figura del Bautista y el respeto por su persona (Mc 6, 20). Los supuestos ataques personales del Bautista a la persona de Herodes con motivo de su situación matrimonial ilí­cita, no parecen ser razón suficiente para su encarcelamiento. Más bien el anuncio mesiánico fue, con toda seguridad, argumento definitivo para meterlo en la cárcel. Por otro lado el régimen penitenciario del Bautista era diferente dado que podí­a recibir y estar en contacto con sus discí­pulos.

7. Los discí­pulos del Bautista
Gracias a los discí­pulos del Bautista conocemos el progresivo crecimiento de la popularidad de Jesús. Ellos son el mejor testimonio de la fama cada vez mayor de Jesús cuando daban cuenta a su maestro en la cárcel de sus hechos y dichos. De ahí­ el encargo del Bautista a sus discí­pulos para preguntar a Jesús si era el Mesí­as o tení­an que esperar a otro (Lc 7, 20).

La comunidad de los discí­pulos del Bautista tení­a su mismo carisma. Aquellos hombres esperaban un cambio de vida por el bautismo convencidos de la inmediata venida del Mesí­as. Los discí­pulos del Bautista se habí­an convertido en verdaderos especialistas en la predicación y el anuncio mesiánico. La proclamación de la venida del Mesí­as era una buena disculpa para que los discí­pulos del Bautista se repartiesen por los lugares más estratégicos de la zona. Sabemos que Apolo, uno de los discí­pulos más conocidos del Bautista, predicaba en Efeso hacia el año 52 (Hch 18-24-26). Al lado de Apolo estaban en Efeso otros discí­pulos del Bautista con los que se encontró el mismo Pablo (Hch 19, 1-7). Tenemos constancia de la presencia de más discí­pulos diseminados por otros pueblos y ciudades.

No sabemos mucho más de los discí­pulos deI Bautista, sin embargo su presencia no desapareció con la predicación de Jesús, ni tan siquiera la muerte del Bautista fue razón para la disolución del grupo. El nacimiento de las primeras comunidades cristianas, la destrucción de la ciudad de Jerusalén por los romanos y las primeras persecuciones, fueron los motivos que llevaron a la desaparición del grupo en el primer siglo de la era cristiana.

8. La muerte de Juan el Bautista
La tradición ha identificado al Bautista como una persona de lenguaje duro, contundente y consecuente. Su radical opción de vida le llevó a utilizar un lenguaje sin disimulos y a denunciar todas las situaciones irregulares que veí­a a su paso. Las denuncias de la ilegalidad del matrimonio de Herodes Antipas con Herodí­as, así­ como el anuncio de la llegada inminente de un Mesí­as liberador y judicial, fueron razones suficientes como para dar con sus huesos en prisión. La literatura evangélica da razón de su muerte a través de una de las narraciones mejor elaboradas del Nuevo Testamento.

Los evangelios sinópticos describen la muerte de Juan el Bautista y la sitúan en la fiesta de cumpleaños del tetrarca que tuvo lugar en la fortaleza de Maqueronte (Mc 6, 14-29; Mt 14, 1-12; Lc 9, 7-9). En aquella fiesta confluyeron elementos romanos, griegos y judí­os. La celebración festiva tení­a lugar en un escenario judí­o siguiendo ritos y costumbres hebreas, con vino abundante, especias, música, bailes y cantos para entretener a los invitados a la fiesta. Por esta razón las mujeres comí­an separadas de los hombres en una sala preparada para ellas.

Salomé, la hija de Herodí­as, bailó para el tetrarca y todos los comensales. El simple hecho de que Salomé saliese a bailar ante los invitados era ya algo que se salí­a de las tradiciones judí­as. El caso es que su baile gustó tanto a Herodes que mandó llamar a la bailarina y le ofreció todo lo que ella quisiera. La muchacha fue a la sala en donde estaban las mujeres y preguntó a su madre Herodí­as, que presidí­a el banquete para las mujeres, lo que debí­a pedir al tetrarca. La respuesta de su madre fue la cabeza de Juan en una bandeja para acabar con todas las recriminaciones y denuncias que le habí­a hecho el Bautista. La imagen de la cabeza de Juan en una bandeja recuerda el uso persa de adornar los banquetes con cabezas de rebeldes. La palabra dada por Herodes a Salomé hizo que Juan el Bautista fuese decapitado y presentado como ofrenda a la hija de Herodí­as quien la entregó a su madre.

9. Juan el Bautista y Qumrán
La historia de Juan el Bautista cuenta con un último capí­tulo, el más reciente y novedoso, que ha pretendido justificar muchas de las intervenciones y actuaciones de su persona en el ámbito de la apocalí­ptica intertestamentaria y del dualismo del movimiento esenio y del grupo de Qumrán.

Ciertamente no faltan argumentos para identificar a Juan el Bautista con los hombres de Qumrán. Su oposición al judaí­smo oficial del Templo de Jerusalén, su rechazo a los romanos y su esperanza mesiánica lo sitúan en el ámbito del grupo sectario de Qumrán. El descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto en el año 1947 y el conocimiento de aquel grupo de judí­os que se habí­a retirado al desierto en un intento definitivo de recuperar el poder de Dios como pueblo elegido, como hijos de la luz y como salvados, llevaron a algunos biblistas a identificar las enseñanzas del Bautista con las de los hombres de Qumrán a través de sus principales escritos legales y documentos sectarios (Regla de la Comunidad, Rollo del Templo, Documento de Damasco, MMT,…).

Si bien hemos de reconocer que el escenario es el mismo -el desierto de Judá, las inmediaciones del Mar Muerto, la desembocadura del Jordán- y que el Bautista tuvo que tener conocimiento de la existencia de la comunidad de Qumrán por deambular por sus alrededores, estamos convencidos de que -sin negar algún tipo de contacto en un momento determinado- no hay una clara vinculación entre Juan el Bautista y su discipulado con el grupo de Qumrán. El estudio de los documentos encontrados, su identificación y el reconocimiento de los principios que regí­an la vida de aquella comunidad, nos permiten afirmar con seguridad que Juan el Bautista no sólo no estaba de acuerdo con las normas de vida del grupo sino que no perteneció a la comunidad de Qumrán. La pureza ritual, la alimentación y el comportamiento de los hombres de Qumrán, aferrados al cumplimiento estricto de la ley judí­a y de sus propias leyes, estaba en contra del estilo de vida que predicaba el Bautista. Nada más lejos e impuro para uno de Qumrán que vestirse con una piel de animal muerto. Nunca un miembro de la comunidad comerí­a miel silvestre que, por el hecho de ser silvestre, está compuesta por elementos impuros y la mezcla de otras flores y plantas que trae la abeja. Tampoco comerí­a un hombre de Qumrán un saltamontes o algún tipo de insecto que anda por el desierto, por el campo y que ha podido alimentarse o estar en contacto con animales muertos y en proceso de descomposición. Por otro lado, la opción de vida del Bautista le llevaba a andar sólo por el desierto sin un lugar fijo de residencia, mientras que para el grupo de Qumrán la permanencia en comunidad y la estabilidad en un lugar concreto, formaban parte de la quintaesencia de su vida y razón de ser de su existencia.

BIBL. — J. D. DUNN, ús y el Espí­ritu, Secretariado Trinitario, Salamanca 1981; M. GOGUEL, Baptiste, Payot, Paris 1928; J. JEREMIAS, én en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1985; E. LuPIERI, Battista nelle tradizioni sinottiche, Paideia Editrice, Brescia 1988; E. LUPIERI, Battista fra Storia e leggenda, Paideia Editrice, Brescia 1988; E. LUPIERI, e Gesú: Storia di un antagonismo, Mondadori, Milano 1991; E. LUMEN, «El bautismo de Juan entre judaí­smo y cristianismo», Semanas de Estudios Trinitarios, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 13-38; S. SABUGAL, embajada mesiánica de luan Bautista (Mt 11, 2-6 = Lc 7, 18-23). Historia, exégesis y teologí­a, Systeco, Madrid 1980; H. STEGEMANN, esenios, Qumrán, luan Bautista y jesús, Trotta, Madrid ; R. TREVIIANO, del evangelio. Estudio sobre el prólogo de Marcos, Facultad de Teologí­a Norte, Burgos 1971; R. TREVIIANO, í­genes del Cristianismo. El trasfondo judí­o del cristianismo primitivo, Universidad Pontificia de Salamanca, 1995.

Vazquez Allegue

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> profetas, mesianismo, comidas, vestido). Jesús tuvo un iniciador y maestro directo: Juan Bautista, a quien el Nuevo Testamento presenta como el último en la lí­nea de los sabios y profetas de Israel (cf. Mt 11,1-19 par), que condenaba la violencia de los poderosos y el pecado del conjunto de la humanidad, anunciando el juicio de Dios (cf. Mt 3,712). Comenzaremos presentando el mensaje de Juan según los evangelios. Trazaremos después su relación con Baño, otro bautista de aquel tiempo. Finalmente, trataremos de su muerte.

(1) Mensaje de juicio. Juan sabí­a que este mundo tiene que acabar, que no tiene salida, y por eso pedí­a a los hombres y mujeres que se convirtieran, ofreciéndoles el bautismo del perdón de los pecados y de la liberación: «Ya está el hacha levantada sobre la raí­z del árbol y todo árbol que no produzca fruto bueno será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión. Detrás de mí­ llega uno Más Fuerte que yo… El os bautizará en Espí­ritu Santo y Fuego. Lleva en su mano el bieldo y limpiará su era: y reunirá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego que jamás se apaga» (Mt 3,9-12; Lc 3,1-9). Este pasaje contiene tres aportaciones básicas, (a) Juan eleva su amenaza final sobre los hombres, anunciando la llegada del juicio de Dios, que viene como Huracán destructor y como Fuego que abrasa a los perversos, culminando y destruyendo de esa forma una historia que habí­a estado fundada en los principios del «árbol del bien y del mal» (cf. Gn 2,17). Los hombres han comido de ese árbol y se han pervertido. Por eso, por sí­ mismos, no tienen más salida que la muerte, (b) En medio de esa situación final de muerte, Juan se atreve a ofrecer y ofrece una señal de liberación apocalí­ptica: el bautismo de muerte al mundo viejo para aquellos que quieran convertirse. A los bautizados no les promete ningún tipo de ventaja sobre el mundo, no inicia con ellos un camino, sino que se limita a prometerles la liberación «de la ira que se acerca», (c) Juan anuncia, finalmente, la llegada de uno más fuerte, alguien «mayor», quizá un personaje apocalí­ptico, un portador del juicio de Dios (como Henoc o el arcángel Miguel), quizá el mismo Dios que actúa como «separador» final: tiene el hacha levantada para cortar los árboles malos; lleva en su mando el bieldo que eleva la parva, para que pueda separarse el trigo de la paja, de manera que el grano bueno se guarde en el granero y la paja se queme en un fuego que no acaba. No es profeta de nacimiento y siembra, como Jesús (cf. parábola del sembrador: Mc 4), sino de destrucción, de siega y fuego. Entre el bautismo que Juan ofrece y la ira cercana que anuncia se extiende un breve tiempo de conversión donde se aplica su mensaje. De esa manera, sobre un fondo de juicio universal de muerte (que ratifica el fracaso de la historia humana), Juan ha dejado abierto un resquicio de esperanza, simbolizada por el bautismo en el Jordán, para aquellos que se arrepienten y quieren escapar de la ira que se acerca, cruzando así­ el umbral de la muerte (simbolizada por el fuego y huracán) para entrar en la tierra prometida, como hizo Josué en otro tiempo (cf. Jos 1-3). Pero ese resquicio no es bastante extenso para ofrecer espacio y tiempo de vida para todos los hombres, pues la vida acaba y terminan las oportunida des, de manera que no existe más salida que la penitencia y esperanza para un pequeño resto de convertidos. Juan supone que las oportunidades para recrear el reino de Dios sobre la tierra ya se han acabado, de manera que la vida no se puede fundar sobre principios de justicia divina. Por eso se eleva como profeta del fin de los tiempos, pregonero de la ira de Dios, en las riberas del Jordán, vestido de piel de camello (como Elias) y comiendo alimentos silvestres (Mc 1,6), para indicar que la cultura dominante de los que visten y comen según los principios de este mundo injusto está ya condenada (resulta inviable).

(2) Juan Bautista y Baño. (1) Desierto y bautismo. Para precisar el sentido de Juan Bautista es importante compararle con otro profeta* apocalí­ptico de su tiempo, llamado Baño*, del que habla Flavio* Josefo, diciendo que «viví­a en el desierto, llevaba un vestido hecho de hojas, se lavaba (= bautizaba) a sí­ mismo, dí­a y noche, con agua frí­a para purificarse, y comí­a alimentos silvestres» (Josefo, Aut II, 11). Pues bien, Marcos presenta a Juan Bautista del modo que sigue: «Apareció (viví­a) en el desierto, llevaba un vestido de pelo de camello y un cinturón de cuero, bautizaba a otros, en gesto de penitencia, para perdón de los pecados, comí­a saltamontes y miel silvestre» (Mc 1,4-7). Baño y Juan han rechazado la cultura dominante de la ciudad (estructura social y alimentos), no para negar la historia israelita sino, al contrario, para recuperarla desde su origen. No son hombres de comunidad y comida, de libro y rito, como los esenios* (Qumrán*), preocupados por el orden básico de la convivencia social, sino portadores de una fuerte protesta, vinculada al descubrimiento de una impureza especial, (a) El desierto es para ellos lugar de ruptura y preparación, como saben los esenios de Qumrán cuando afirman, asumiendo con Mc 1,2-3 el texto de Is 40,3 LXX, y diciendo que se han retirado allí­ «para preparar el camino del Señor» (cf. 1QS 8,14; 9,19-20). Pero el desierto de los esenios es lugar de estudio (Ley) y celebración de la comida (pan y vino); por el contrario, el de Baño y Juan implica una vuelta a la naturaleza, como indican su vestido y comida. En otra lí­nea, el desierto, como lugar deshabitado, es en Flavio Josefo morada preferida de bandidos, asociales y/o rebeldes contra Roma, (b) El bautismo tiene en cada caso un sentido diferente. Baño es un autobautista: se limpia a sí­ mismo cada dí­a (es hemero-bautista), entrando en el agua para purificarse de los propios pecados e impurezas, como hací­an los esenios de Qumrán (y como muestra el apócrifo de Adán y Eva: Vita Latina 4-7). Por el contrario, Juan es Bautista (= bautizador), porque bautiza (purifica) a los demás, iniciando con ellos, una vez y para siempre, no cada dí­a, el camino de transformación escatológica, cercana al mesianismo. Es lógico que a Juan le maten, mientras Baño sigue en paz, pues no constituye una amenaza contra el orden establecido. Josefo, partidario al fin de un pacto polí­tico, al servicio de Roma, será discí­pulo de Baño. Jesús, por el contrario, sólo puede ser discí­pulo de Juan.

(3) Juan Bautista y Baño. (2) Vestido y coñudas. Ambos son profetas de signos, y entre ellos destacan el vestido y la comida, (a) Vestido. El vestido de Baño parece vincularse al paraí­so: está hecho de hojas (como el de Gn 3,7-8). El cinturón de piel de Juan está relacionado con Elias (cf. 2 Re 1,8), a quien la tradición presenta como predicador final de penitencia. Más difí­cil es el sentido de su túnica de pelo de camello, animal que Lv 11,4 presenta como primero de los impuros. Parece que Juan rechaza las normas de pureza de la tradición sacerdotal, enfrentándose a los grupos de esenios y pro to fariseos. Ni Baño ni Juan son hombres de banquete, vestidos ritualmente para comer en el palacio (cf. Mt 11,8) o para tomar alimento o bebida pura con los esenios (cf. 1QS 6,18; 7,21-22), que, según Josefo, BJII, 8,3,123; 8,5,129, celebran la fiesta diaria del pan y el vino, bien purificados, vistiendo una túnica blanca de lino, (b) Comidas. Baño «comí­a alimentos silvestres», es decir, naturales, no cultivados, ni elaborados a través de un proceso cultural, como el pan y el vino. Silvestres son las hierbas que brotan de forma espontánea, como en el paraí­so primero (cf. Gn 1-3), y quizá algunos pequeños animales. Eso es, al menos lo que supone Mc 1,4-7, cuando afirma que Juan se alimentaba de saltamontes y miel silvestre (agrión). Parece claro que esos alimentos no pueden entenderse al pie de la letra, de un modo exclusivista, como si los discí­pulos de Juan debieran organizar pequeñas batidas de insectos y miel para alimentarse, sino que constituyen un ejemplo significativo del resto de comidas naturales (no cultivadas en huertos o colmenas propias) del grupo de bautistas. Ciertamente, en sí­ mismas, tales comidas no se encuentran prohibidas por la ley de purezas. Tanto saltamontes como miel son en principio alimentos puros (cf. Lv 11,22). De todas formas, y a pesar de su carácter simbólico, vinculado a la dulzura y bendición de la tierra prometida (¡que mana leche* y miel!), los judí­os más observantes han mantenido una actitud de gran reserva ante la miel, por el riesgo que tiene de estar contaminada por larvas de animales muertos (de abejas). El mismo Documento de Damasco, vinculado a los esenios, alude a ello: «Que nadie profane su alma con ningún ser viviente o que repta, comiendo de ellos, desde las larvas de las abejas hasta todo ser viviente que repta en el agua… Y todas las langostas, según sus especies, serán metidas en fuego o en agua, cuando aún están vivas, pues ésta es la norma de sus especies» (CD 12,12-15). Todo nos permite suponer que Juan se ha opuesto, de un modo expreso, a la halaká o norma de purezas de otros grupos judí­os de su tiempo. Ha rechazado el pan y vino y, casi con seguridad, la carne de animales sacrificados (cuya sangre ha sido ritualmente vertida), para retomar de esa manera a un estilo de vida natural, de relación directa con la tierra no cultivada. Posiblemente, su gesto es una forma de protesta contra un tipo de cultura que encierra al ser humano en la violencia. No ha querido transformar (sanar) las grandes instituciones: las ha negado. No ha querido bendecir a Dios por el pan y el vino compartido, como hará Jesús, bendiciendo así­ el amor y gozo de la comunión interhumana, sino que ha vuelto a refugiarse en una naturaleza precultural, representada por el desierto, contra la ciudad, y por los saltamontes y miel silvestre, contra el pan y vino de los agricultores.

(4) Flavio Josefo: el asesinato de Juan Bautista. No sabemos cómo murió Baño. Todo nos permite suponer que él no era profeta apocalí­ptico, de manera que pudo vivir tranquilo, sin que le mataran. Por el contrario, Juan Bautista era un profeta del fin de los tiempos y, ló gicamente, murió asesinado. Flavio Josefo y los evangelios presentan a Juan de maneras ligeramente distintas. Josefo, historiador oficial judí­o, al servicio de Roma, tras la guerra judí­a de la gran destrucción (67-70 d.C.), le recuerda como un filósofo moralista: «Juan, de sobrenombre Bautista… era un hombre bueno que recomendaba incluso a los judí­os que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios, y que, cumplidas esas condiciones, acudieran a bautizarse…, dando por sentado que su alma estaba ya purificada de antemano con la práctica de la justicia. Y como el resto de las gentes se unieran a él (pues sentí­an un placer exultante al escuchar sus palabras), Herodes, por temor a que esa enorme capacidad de persuasión que el Bautista tení­a sobre las personas le ocasionara algún levantamiento popular (puesto que las gentes daban la impresión de que harí­an cualquier cosa si él se lo pedí­a), optó por matarlo, anticipándose así­ a la posibilidad de que se produjera una rebelión… Entonces Juan, tras ser trasladado a la fortaleza de Maqueronte, fue matado en ella» (AJ XVIII, 116119). En contra de F. Josefo, los evangelios interpretan a Juan como profeta del juicio final, en la lí­nea de la mejor tradición bí­blica; le ven como un hombre que tuvo que enfrentarse con el rey, Herodes Antipas, a quien acusó de ser injusto, porque habí­a robado la mujer de su hermano. En contra de eso, Flavio Josefo, para quedar bien con los romanos que financiaban su obra como historiador, le interpreta como un filósofo moralista, en la lí­nea de los estoicos, platónicos y cí­nicos de su entorno; pero de esa forma no logra explicar su martirio: Herodes no habrí­a asesinado a un filósofo de ese estilo; los filósofos de ese tipo no solí­an causar rebeliones, como la que temí­a Herodes, ni solí­an ser asesinados, como fue Juan el Bautista. De todas formas, el mismo Flavio Josefo sabe que Herodes Antipas asesinó a Juan y sabe, además, que ese asesinato está vinculado, de algún modo, a los «problemas matrimoniales» de Herodes, que se habí­a casado con la mujer de su hermano Filipo, ocasionando así­ una guerra con Are tas, rey de los nabateos y padre de la mujer anterior de Herodes, de cuya humillación quiso vengarse (A7 XVIII, 106-124).

(5) El testimonio de Marcos. En este punto, los evangelios son más fiables, de manera que el relato de Mc 6,14-29, donde se cuenta la prisión y muerte del Bautista, a pesar de su estilo novelesco, es en el fondo verdadero (y explica además la noticia de Flavio Josefo que relaciona la muerte de Juan con la guerra entre Herodes y el rey nabateo). Desde su propia visión apocalí­ptica, como mensajero del juicio de Dios, Juan denunciaba los pecados de los hombres y entre ellos el pecado del rey que habí­a quitado la mujer a su hermano, Filipo, aunque lo hubiera hecho según ley (¡con la aprobación de sus escribas!) y con el consentimiento de su nueva mujer. Sobre esa base resulta ejemplar el relato de Marcos, cuando dice que Juan criticaba la conducta matrimonial de Herodes porque ella evocaba la gran crisis escatológica (la llegada del fin de los tiempos), conforme a un tema clave de la tradición de Henoc*. Herodes aparecí­a así­ como uno de aquellos ángeles* violadores que se apoderaban de las mujeres, destruyendo el orden del mundo, como habí­a desarrollado el libro de Henoc*: los evangelios interpretaron a Juan como un profeta apocalí­ptico, que, en la lí­nea de la mejor tradición bí­blica, anuncia el juicio final, elevando así­ su voz en contra de los poderes polí­ticos y sociales, a los que juzga pervertidos. Teniendo eso en cuenta, su asesinato resulta lógico y polí­ticamente necesario: un rey como Herodes Antipas no podí­a permitir la predicación de un profeta como Juan, que criticaba, al menos veladamente, su polí­tica y su forma de vida y que, además, podí­a atraer a multitudes inquietas, que esperaban el fin de los tiempos.

Cf. G. Barth, El Bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, Sí­gueme, Salamanca 1986; E. Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche, Paidea, Brescia 1988; Giovanni Battista fra Storia e Leggenda, Paideia, Brescia 1988; X. Pikaza, Antropologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006; R. Trevijano, Comienzo del evangelio. Estudio sobre el prólogo de Marcos, Fac. Teologí­a, Burgos 1971.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Personaje bí­blico situado en la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su presentación se resiente mucho del contexto neotestamentario, que revela una polémica entre la comunidad cristiana primitiva y algunos discí­pulos del Bautista (Mc -2,18). Se trata de un personaje histórico, que se presentó en tiempos de Jesús como un profeta que exigí­a particularmente la pureza en las costumbres.

Los testimonios que conserva el Nuevo Testamento – más allá de las motivaciones teológicas, dirigidas a justificar la apropiación de Juan como «(precursor» (Hch 13,34), «testigo» de Jesús (Jn 1,6) y «amigo del esposo» (Jn 3,29)- son datos históricos fidedignos. Entre los más importantes para dibujar la personalidad del Bautista, se pueden mencionar: su vida en el desierto y su alimentación a base de saltamontes y miel silvestre, según la concepción de que todo lo demás debí­a considerarse impuro; la predicación para la conversión y el bautismo, concedido con vistas al juicio escatológico inminente; la muerte a manos de Herodes debido a su apelación a la justicia de la ley , la oposición de los dirigentes del pueblo contra él y su predicación. Sobre la base de estos elementos se ha llegado a excluir que Juan fuera un esenio, por la radicalidad con que expresaba su estilo de vida.

Otros datos neotestamentarios hacen una lectura hagiográfica del Bautista y lo sitúan entre los primeros discí­pulos del Señor, incluso un cristiano ante litteram. Es fundamental para la perspectiva teológica la indicación de Lc 7 26 de que Juan Bautista es «más que profeta» : su predicación se anticipa a la de Jesús y su muerte es una prefiguración de la muerte de Jesús en la cruz.

Merecen especial atención las observaciones que encontramos en Flavio Josefo por su intención eminentemente historiográfica; se compara a Juan con Banno, que fue maestro de Flavio Josefo. El hallazgo de algunos fragmentos mandeos hace pensar en una continuación de la predicación del Bautista por obra de sus discí­pulos en contraposición a la predicación de la Iglesia primitiva. En estos textos el Bautista se presenta como opuesto fuertemente a Jesús de Nazaret y se le convierte en el fundador de la secta mandea. El carácter fuertemente legendario de estos textos y su polémica anticristiana no ayudan a la reconstrucción de la personalidad del Bautista.

R. Fisichella

Bibl.: s. Virgulin, Juan Bautista, en NDTB, 932-938; A. Salas, El mensaje del Bautista. Redacción – y teologí­a en Mt 3, 7-12, en Estudios Bí­blicos 29 (1970) 55-72.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Las fuentes: 1. Los evangelios y los Hechos; 2. Flavio Josefo. II. Interpretación teológica: 1. Mateo; 2. Marcos; 3. Lucas; 4. El cuarto evangelio. III. Detalles históricos: 1. La predicación; 2. El bautismo; 3. La llegada del «más fuerte»; 4, Relaciones con Jesús. IV. El Bautista y Qumrán.

El Bautista es una figura importante del mundo palestino a comienzos de la era cristiana. Es el profeta que marca el paso de la época judí­a a los tiempos mesiánico-escatológicos. Por su formación y su actividad es un testimonio original del judaí­smo intertestamentario en sus diversos intentos de reforma espiritual, mientras que por sus relaciones con Jesús y con sus discí­pulos puede ser considerado como el iniciador del movimiento cristiano.

I. LAS FUENTES. Las informaciones sobre la personalidad y la actividad de Juan Bautista proceden de los cuatro evangelios, de los Hechos de los Apóstoles y de Flavio Josefo. En la literatura paulina no se encuentra ninguna alusión al Bautista.

1. LOS EVANGELIOS Y LOS HECHOS. Los tres sinópticos presentan desde el principio la figura del Bautista relacionándola con la profecí­a de Isa 40:3 (Déutero-Isaí­as) y con la de Mal 3:1 (Mar 1:2). Mencionan su predicación (muy desarrollada en Mt y Lc), su actividad bautismal junto al rí­o Jordán (Mat 3:5s; Mar 1:5; Luc 3:3) y el anuncio de la llegada del «más fuerte», que se lee también en Jua 1:27 y Heb 13:25. El bautismo de Jesús por el Bautista se narra en los sinópticos (Mat 3:12ss; Mar 1:9; Luc 3:21); también se alude a él en el cuarto evangelio (Jua 1:32s). En Lc 1-2 se encuentra la milagrosa anunciación del Bautista, su nacimiento y circuncisión, acompañadas de fenómenos extraordinarios, y un breve resumen de la vida escondida del precursor. Los acontecimientos de la infancia del Bautista, releí­dos mediante alusiones e interpretaciones actualizantes procedentes del AT, se ponen en paralelismo con los sucesos de la infancia de Jesús, evidenciando la superioridad y la misión divina de Cristo. Compuestos según criterios artí­sticos y teológicos particulares, los capí­tulos 1-2 de Lc reflejan la fe madura y la reflexión más profunda de la Iglesia pospascual. El arresto de Juan Bautista, debido a su valiente denuncia de los pecados del tetrarca Herodes, se nos narra al comienzo del evangelio de Lucas (Jua 3:19s). Desde la cárcel el Bautista enví­a una embajada a Jesús (Mat 11:2-6; Luc 7:18-23); su trágica muerte se nos narra en los dos primeros evangelistas (Mat 14:3-12; Mar 6:17.29). El elogio del Bautista por parte de Jesús se encuentra en Mat 11:7-15 y Luc 7:24-30. El precursor es identificado con el profeta Elí­as (Mat 11:14). El rey Herodes Antipas pensaba que Jesús era el Bautista redivivo (Mat 14:1s; Mar 6:14s; Luc 9:7ss). En el cuarto evangelio el Bautista aparece como un testigo de Jesús (Jua 1:6ss.15.19-27.28-31.32ss.36; Jua 3:25-30). Se nos ofrecen además algunos datos topográficos sobre la actividad del Bautista y sus relaciones con Cristo.

Los informes procedentes de los evangelios se deben en gran parte a los cí­rculos de la Iglesia primitiva formados por los discí­pulos del Bautista que siguieron luego a Jesús. En efecto, la figura del precursor es interpretada en función de la misión de Jesús. Son muy tenues e inciertas las huellas de testimonios procedentes de los cí­rculos joaneos que no aceptaron a Jesús como mesí­as. Los textos evangélicos se basan en informes históricos fiables, que son confirmados sustancialmente por Flavio Josefo.

En los Hechos de los Apóstoles se menciona el bautismo de Juan al comienzo del ministerio de Jesús (Jua 1:22; Jua 10:37), en cuanto que es distinto del bautismo en el Espí­ritu. Se recuerda el testimonio dado por el Bautista de Jesús (Jua 13:24s) y la existencia en Efeso de un grupo distinto de discí­pulos del Bautista algunos años después de su muerte (Jua 19:3).

2. FLAVIO JOSEFO. En las Antiquitates Judaicae XVIII,116-119, este escritor presenta al Bautista como un maestro de piedad y de virtudes; su bautismo sirve como purificación ritual del cuerpo, no para la remisión de los pecados. Se censuran los aspectos mesiánicos y escatológicos de la misión del Bautista. El motivo de su encarcelamiento y de su muerte fue el temor de agitaciones polí­ticas por parte de Herodes Antipas. Los informes de Flavio Josefo son parciales y unilaterales, adaptados a la mentalidad helenista. La inocua personalidad del Bautista no explica de ningún modo su arresto y su decapitación.

II. INTERPRETACIONES TEOLí“GICAS. Cada uno de los evangelistas perfilan la figura y la actividad del Bautista de modo personal, siguiendo el criterio de la interpretación cristológica y adaptando su redacción a sus objetivos catequéticos.

1. MATEO. Para el primer evangelista, el Bautista es la sí­ntesis de todos los profetas que predicaron la salvación mediante la conversión. Sobre su figura se proyectan algunos rasgos del profeta Elí­as, el precursor del dí­a del Señor, es decir, del tiempo mesiánico (cf Mal 3:23; Mat 11:14; Mat 17:10-13). Lleva un manto de pelo caracterí­stico de los profetas (Zac 13:4) y un cinturón de cuero, como el Tesbita (2Re ‘Zac 1:8). Mediante la predicación del juicio inminente, de las exigencias éticas de la conversión aceptadas mediante el rito del bautismo y la acogida del «más fuerte» que ha de venir, el Bautista realiza las esperanzas de la reforma espiritual vinculadas a la figura de Elí­as redivivo. De esta manera el Bautista anuncia ya la nueva época. En efecto, hay algunas analogí­as entre él y Jesús: los dos predican la conversión y la llegada del reino de Dios (Mat 3:2; Mat 4:17), utilizan la misma imagen del árbol que no da fruto (Mat 3:10; Mat 7:19), lanzan las mismas invectivas contra los fariseos y los saduceos (Mat 3:7; Mat 12:34; Mat 23:33). Las gentes acuden al bautismo de Juan, y siguen a Jesús desde Jerusalén, desde Judea y desde las regiones del Jordán (Mat 3:5; ‘Mat 4:25). Tanto Jesús como Juan son considerados por el pueblo como profetas (Mat 21:26.45). Por eso Juan constituye un puente entre el AT y el NT: entre su obra y la de Jesús existe una amplia lí­nea de continuidad. El mismo Jesús reconoció el papel único y excepcional del Bautista en el proyecto salví­fico de Dios (Mat 11:11.13).

2. MARCOS. Este evangelista considera la aparición del Bautista en el Jordán como el comienzo del «evangelio» (Mat 1:1); por eso su figura es cristianizada. Combinando la cita de Isa 40:3 con la de Mal 3:1, Marcos (Mal 1:2-3) insiste en el papel eliánico de Juan. Como precursor, prepara el camino para el mesí­as predicando la penitencia, ya que esta proclamaciónera una de las funciones del Elí­as que habí­a de volver (Mal 3:23; Sir 48:10). El Bautista muestra a Jesús como mesí­as, ya que las Escrituras dicen que Elí­as es el precursor del Señor. Marcos resalta especialmente la narración de la muerte de Juan (Sir 6:1729). También de Elí­as dicen las Escrituras que habí­a de sufrir (Sir 9:13). El Bautista no es más que la imagen del Elí­as doliente. Un secreto, como el secreto mesiánico de Jesús, rodea la suerte de este profeta en el evangelio de Marcos. Su identidad tiene que permanecer oculta en el designio de Dios, como la de Jesús hasta la resurrección (Sir 9:9). Además, hay que advertir que el vocabulario empleado para describir la pasión y la muerte del Bautista es el mismo que se usa para Jesús. El sufrimiento de Juan, identificado con Elí­as, prepara misteriosamente el camino a la suerte final de Cristo. Sin embargo, Marcos establece una separación clara entre el ministerio del precursor y el de Jesús.

3. LUCAS. Para el tercer evangelista, en los capí­tulos 12 Juan es un profeta; más aún, el profeta escatológico del Altí­simo, que viene precisamente antes del Señor (Sir 1:17). Con el espí­ritu de Elí­as predica la conversión y el gozo, estando lleno de Espí­ritu Santo; es un asceta (Sir 1:15). Está separado de Jesús, que es el Hijo de Dios (Sir 1:35). En el cuerpo del evangelio (cc. 3-24), el Bautista es presentado como profeta (Sir 7:26), el último de los profetas (Sir 16:16); pero no se le identifica ni con Elí­as ni con el profeta escatológico. Lucas elimina todos los pasajes de Marcos en que el Bautista es presentado como Elí­as redivivo (p.ej., Mar 1:6; Mar 9:9-13; etc.). Juan predica el juicio inminente y la penitencia, indica a sus oyentes sus deberes prácticos y sociales concretos. Lleva una vida de mortificación (Mar 7:25.33) y enseña a sus discí­pulos aayunar a menudo y a rezar. Es un hombre de oración y un maestro de vida espiritual. Para Lc, el Bautista es esencialmente un personaje del AT, distinto de Cristo y totalmente subordinado a él, lo mismo que la ley y los profetas. Más aún, con el Bautista termina el perí­odo del AT (16,16); él pertenece todaví­a al perí­odo de la espera, y su proclamación prepara el camino para la segunda fase de la historia de la salvación, que es la de Cristo.

4. EL CUARTO EVANGELIO. La interpretación cristológica de la misión del Bautista es llevada a su más alto grado en el cuarto evangelio. Efectivamente, en él el precursor no representa ningún papel en la esperanza mesiánica, sino que está totalmente al servicio del mesí­as ya presente. Juan confiesa públicamente ante los delegados de las autoridades judí­as que no es ni el mesí­as, ni Elí­as, ni el profeta que ha de venir, sino que se identifica con la voz que grita en el desierto, es decir, con el que da testimonio de Cristo (1,20s). El no es el esposo, sino el amigo del esposo (3,29); no es la luz, sino que ha venido a dar testimonio de la luz (1,7s), que es el Verbo encarnado. Fue escogido de un modo particular por Dios para desempeñar esta misión: «Hubo un hombre enviado por Dios, de nombre Juan» (1,6). Su testimonio es privilegiado, ya que es el primero en el tiempo,y será seguido por otros muchos: «Este vino como testigo para dar testimonio de la luz… No era él la luz, sino testigo de la luz» (1,7s).

Sin titubeo de ningún género, el Bautista proclama que Jesús es el mesí­as, presente entre la gente, pero escondido a los ojos de los judí­os, que se habí­an cerrado culpablemente a la revelación divina (1,19-27). Juan conoce además y confiesa la preexistencia de Cristo (1,15.30), su dignidad divina (1,30) y su obra de salvación (1,29.36). Los tí­tulos que se le dan a Jesús en labios de Juan son: el esposo (3,29), el Hijo de Dios (1,34), el que bautiza en el Espí­ritu (1,33), el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29). Este último tí­tulo, que hunde sus raí­ces en el AT al referirse al cordero pascual, a la ví­ctima del primer dí­a de la expiación, al cabrito de †¢la apocalí­ptica y al siervo doliente del cuarto poema del Déutero-Isaí­as, expresa de forma sintética el significado salví­fico de la pasión y muerte de Jesús.

El bautismo de Juan es únicamente la ocasión para que Jesús sea revelado en Israel. Los discí­pulos que el Bautista reúne a su alrededor, acogiendo el testimonio de su propio maestro, pasan a Jesús y constituyen el núcleo de la primera comunidad mesiánica (1,35-51). El profundo conocimiento del misterio de Cristo que tuvo el Bautista es atribuido a una revelación divina particular (1,32ss). La misión de Juan no se limita al espacio y al tiempo que le tocó vivir, sino que posee un valor universal y perenne. En efecto, Juan «vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él» (1,7).

En el cuarto evangelio el Bautista aparece, por tanto, como el primer discí­pulo y apóstol de Jesús, y representa la imagen ideal del verdadero misionero.

III. DETALLES HISTí“RICOS. Detrás de la desconcertante diversidad de las narraciones e interpretaciones evangélicas se encuentra un sólido fundamento histórico relativo a la persona y a la misión del Bautista.

1. LA PREDICACIí“N. El año 28 d.C. (cf Luc 3:1), Juan aparece en el valle del Jordán, lejos de los centros habitados, como un profeta y predicador de la penitencia y del inminente juicio divino. Probablemente habí­a nacido en Judea, de sus padres Zacarí­as e Isabel, de linaje sacerdotal, yen su juventud habí­a tenido algunos contactos con el desierto. Dirige su predicación a todo el pueblo y les exige a todos, incluso a los que se consideran justos, una conversión radical -que implica no solamente una mayor perfección moral, sino también la renuncia a la seguridad religiosa-, a fin de poder librarse del juicio inminente del Señor. Su predicación contiene ciertas resonancias escatológicas, que tienen la finalidad de subrayar la urgencia improrrogable de la conversión. De nada sirven los privilegios basados en la raza, en la elección divina o en la tradición religiosa. Lo que Dios exige es una adhesión personal y concreta a su voluntad (Luc 3:8; Mat 3:8).

2. EL BAUTISMO. Las muchedumbres acuden al Bautista y se hacen bautizar, es decir, sumergir en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. La administración del bautismo es un rasgo distintivo de la actividad de Juan, por lo que también Flavio Josefo le da el tí­tulo de «bautizador». El bautismo de Juan era un rito penitencial, relacionado con el arrepentimiento de las culpas, y tení­a como finalidad la purificación de los pecados. Lo conferí­a una sola vez el Bautista en el agua corriente. El bautismo de Juan se distinguí­a del de los prosélitos judí­os, ya que se les administraba, no a los paganos, sino a los ya judí­os; y era distinto de los baños diarios que practicaban ciertas sectas, como la de Qumrán, pues se hací­a una sola vez con la intervención de Juan y al aire libre. También se diferenciaba de la purificación anunciada por los profetas para el tiempo escatológico (Eze 36:25; Zac 13:1), ya que exigí­a la conversión individual. El bautismo en el Jordán fue una creación original del Bautista y presenta ciertas caracterí­sticas únicas en su significado. Como expresión de conversión, garantizaba la salvación ante el juicio inminente y preparaba para la llegada del reino de Dios. De aquí­ se deduce que el Bautista no fue solamente un predicador apocalí­ptico, sino también un mediador de salvación. El Bautista bautizó también a Jesús (Mat 3:13-17; Mar 1:9ss; Luc 3:21s; Jua 1:31ss).

3. LA LLEGADA DEL «MíS FUERTE». Juan anunció la llegada de uno «más fuerte que yo» (Mat 3:11; cf Mar 1:7; Luc 3:16; Jua 1:15.24), de quien no se consideraba digno ni siquiera de ser un servidor. Se trata de un mesí­as trascendente, que habrí­a de bautizar en el Espí­ritu Santo y con el fuego, es decir, que purificarí­a a los que están destinados a la salvación y aniquilarí­a a los pecadores impenitentes. En este texto el bautismo tiene un significado simbólico y está inserto en una perspectiva de juicio escatológico. El mesí­as y Señor que viene después del Bautista es el protagonista de este juicio definitivo. Es identificado con el juez universal, que decide de la suerte de los hombres según el criterio de la fidelidad que se exprese a través de una justa conducta de vida (cf Mat 13:30.40ss).

Habiendo pertenecido probablemente durante algún tiempo a los discí­pulos del Bautista, Jesús reconoció en Juan a un enviado de Dios (Mat 11:9; Luc 7:26) y vio en su obra los signos del reino inminente del Señor (Mat 11:1); tuvo al Bautista en una alta consideración (Mat 11:11; Luc 7:28). Durante algún tiempo Jesús y sus discí­pulos se entregaron también a la actividad bautismal, al mismo tiempo que el Bautista, ganando a algunos de sus discí­pulos (Jua 3:22-26; Jua 4:1s). En contra de los propósitos de su maestro, los discí­pulos de Juan formaron un grupo particular, que se distinguió por las propias prácticas del ayuno y de la oración (Mar 2:18; Luc 5:33; Luc 11:1).

Habiendo ejercitado la actividad bautismal unida a la predicación penitencial también en Perea, donde suscitó igualmente un movimiento particular (Jua 3:33), el Bautista fue arrestado, encerrado en la fortaleza de Maqueronte y finalmente ajusticiado (Mat 14:3-12; Mar 7:17-29; Luc 3:19s).

4. RELACIONES CON JESÚS. Las relaciones entre el Bautista y Jesús no están expuestas claramente en los evangelios sinópticos. Parece ser que el Bautista tuvo conciencia de la identidad de Jesús como mesí­as solamente de forma progresiva. El estilo mesiánico de Jesús, que proclamaba el evangelio del reino a los pobres (Mat 4:23; Mat 5:3), representó una desilusión para Juan y sus discí­pulos, que aguardaban a un mesí­as en el contexto de una reforma apocalí­ptica inserta en el marco de las instituciones judí­as (Mat 11:2-6; Luc 7:18-23). El proyecto mesiánico de Jesús, que habrí­a de concluir con su ignominiosa muerte en Jerusalén, fue causa de desconcierto y de perplejidad para el Bautista y sus discí­pulos. Incluso el precursor hubo de pasar por la prueba de la fe y tuvo necesidad de leer la actividad global de Jesús a la luz de las profecí­as del AT.

Después de la muerte del Bautista, Jesús fue considerado como un Juan redivivo (Mar 6:14ss; Mar 8:8; Mat 14:1s; Luc 9:7ss), ya que continuó la obra del Bautista rodeado de sus discí­pulos. Tras la muerte de Jesús, los seguidores del Bautista, que consideraban a su maestro como el mesí­as y la luz (Jua 1:8.20), se opusieron a los discí­pulos de Jesús, que consideraban al resucitado como el que habí­a sido anunciado por el precursor.

IV. EL BAUTISTA Y QUMRAN. Existen algunas convergencias entre la figura del Bautista y la comunidad de Qumrán, que pueden explicarse también por la cercaní­a geográfica entre el lugar de la actividad del Bautista y el asentamiento de los esenios en las orillas del mar Muerto. El valor religioso del / desierto y el papel que representa el texto de Isa 40:3 (1QS VIII, 12s; IX, 19; Mat 3:3; Mar 1:3; Luc 3:4; Jua 1:23), la espera de los tiempos escatológicos (1QS X, 11; Jua 1:19ss), la invitación a volverse a Dios, la relación entre el bautismo y la penitencia y la vida ascética son otros tantos elementos que emparentan al Bautista con la comunidad del mar Muerto. Pero también se perciben algunas discordancias fundamentales, como el carácter espiritual y ético de la conversión predicada por el Bautista abierta a todos los hombres, las caracterí­sticas originales de su bautismo como signo de cambio interior radical, los rasgos proféticos de la vida ascética del Bautista y el reconocimiento de Jesús como mesí­as.

La obra del precursor se inspira en el mensaje de los profetas veterotestamentarios, sobre todo de Elí­as, Jeremí­as y Ezequiel, que en el anuncio del juicio sobre el pueblo y de la conversión efectiva ven la última posibilidad de librarse del «fuego» (Mat 3:10s; Luc 3:9.16). En el Bautista está presente el influjo de la corriente apocalí­ptica; pero a diferencia de los cí­rculos apocalí­pticos intertestamentarios, Juan no subraya el carácter cósmico del cataclismo mesiánico. Los rasgos particulares que convierten al Bautista en una aparición única en la historia religiosa de Palestina son: una conciencia clara del juicio inminente, el retorno a la predicación moral profética, la apertura universalista y el mesianismo, que no es de tipo daví­dico, ni déutero-isaiano, ni daniélico, ni esénico.

BIBL.: BAMMEL E., The Baptist in Early Christian Tradition, en «NTS» 18 (1971/72) 95428; BECKER J., Johannes der Tdufer und Jesus von Nazareth, Neukirchener Verlag, Neukirchen-Vluyn 1972; BENOIT P., Linfanzia di Giovanni Battista secondo Luca. Esegesi e Teologí­a, Ed. Paoline, Luc_1971:253-300; BOISMARD M.E., Les Iraditions johanniques concernant le Baptiste, en «RB» 70 (1963) 5-62; DARTON G.C., St. John the Baptist and the Kingdom of Heaven, Darton, Longman and Todd, Londres 1961; ENSLIN M.S., John and Jesus, en «ZNW» 66 (1975) 11-18; Humus J.H., John the Baptist: the Forerunner of God himself, en «Novum Testamentum» 14 (1972) 191-218; INFANTE R., L’amico dello sposo, Giovanni Battista, Dehoniane, Nápoles 1984; KRAELING C.H., John the Baptist, C. Scribner’s Sons, Nueva York 1951; LANG F., Erwdgungen zur eschatologischer Verkündigung Johannes des Tdufers, Fs H. Conzelmann, JCB, Mohr, Tubinga 1975, 459-473; MARCONCINI B., Tradizione e redazione in Mat 3:1-12, en «RBit» 19 (1971) 165-186; ID, La predicazione del Battista in Marco e Luca confrontata con la redazione di Maneo, en «RBit» 20 (1972) 451-466; ID, La predicazione del Battista, en «BibOr» 15 (1973) 49-60; Poppl A., L’inizio del vangelo. Predicazione del Battista, battesimo e tentazione di Gesf, Messaggero, Padua 1976; REICKE B., Die Verkündigung des Taufers nach Lukas, en «Studien zum NT und seiner Umwelt» 1(1976) 50-61; ROBINSON J.A.T., Elijah, John and Jesus: An Essay in Detection, en «NTS» 4 (1957-58) 263-281; SALAS A., El mensaje del Bautista. Redacción y teologí­a en Mat 3:7-12, en «Estudios Bí­blicos» 29 (1970) 55-72; ScItMITr J., Le milieu baptiste de Jean le Précurseur, en «RSR» 61 (1973) 391-407; SCHUTZ R., Johannes der Tdufer, Zwingli Verlag, Zurich 1967; ScOBIE C.H.H., John the Baptist, SCM Press, Londres 1964; VOIGT S., Topo-geografí­a e teologí­a del Battista nel IV vangelo, en «Instituti Biblici Franciscani Liber Annuus» 27 (1977) 69-101; WINK W.P., John the Baptist in the Gospel Tradition, The University Press, Cambridge 1968.

S. Virgulin

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sumario: 1. Las fuentes: 1. Los evangelios y los Hechos; 2. Flavio Josefo. II. Interpretación teológica: 1. Mateo; 2. Marcos; 3. Lucas; 4. El cuarto evangelio. III. Detalles históricos: 1. La predicación; 2. El bautismo; 3. La llegada del †˜más fuerte†; 4. Relaciones con Jesús. IV. El Bautista y Qumrán.
El Bautista es una figura importante del mundo palestino a comienzos de la era cristiana. Es el profeta que marca el paso de la época judí­a a los tiempos mesiánico-escatológi-cos. Por su formación y su actividad es un testimonio original del judaismo intertestamentario en sus diversos intentos de reforma espiritual, mientras que por sus relaciones con Jesús y con sus discí­pulos puede ser considerado como el iniciador del movimiento cristiano.
1569
1. LAS FUENTES.
Las informaciones sobre la personalidad y la actividad de Juan Bautista proceden de los cuatro evangelios, de los Hechos de los Apóstoles y de Flavio Josefo. En la literatura paulina no se encuentra ninguna alusión al Bautista.
1570
1. LOS EVANGELIOS Y LOS HECHOS.
Los tres sinópticos presentan desde el principio la figura del Bautista relacionándola con la profecí­a de Is 40,3 (Déutero-lsaí­as) y con la de Mal 3,1 (Mc 1,2). Mencionan su predicación (muy desarrollada en Mt y Lc), su actividad bautismal junto al rí­o Jordán (Mt 3,5s; Mc 1,5; Lc 3,3) y el anuncio de la llegada del †œmás fuerte†, que se lee también en Jn 1,27 y Ac 13,25. El bautismo de Jesús por el Bautista se narra en los sinópticos (Mt 3,l2ss; Mc 1,9; Lc 3,21); también se alude a él en el cuarto evangelio (Jn l,32s). En Lc 1-2 se encuentra la milagrosa anunciación del Bautista, su nacimiento y circuncisión, acompañadas de fenómenos extraordinarios, y un breve resumen de la vida escondida del precursor. Los acontecimientos de la infancia del Bautista, releí­dos mediante alusiones e interpretaciones actualizantes procedentes del AT, se ponen en paralelismo con los sucesos de la infancia de Jesús, evidenciando la superioridad y la misión divina de Cristo. Compuestos según criterios artí­sticos y teológicos particulares, los capí­tulos 1-2 de Lc reflejan la fe madura y la reflexión más profunda de la Iglesia pospascual. El arresto de Juan Bautista, debido a su valiente denuncia de los pecados del tetrarca Herodes, se nos narra al comienzo del evangelio de Lucas (3,19s). Desde la cárcel el Bautista enví­a una embajada a Jesús (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23 ); su trágica muerte se nos narra en los dos primeros evangelistas (Mt 14,3-12; Mc 6,17-29). El elogio del Bautista por parte de Jesús se encuentra en Mt 11,7-15 y Lc 7,24-30. El precursor es identificado con el profeta Elias (Mt 11,14). El rey Herodes Antipas pensaba que Jesús era el Bautista redivivo (Mt 14,ls; Mc6,14s; Lc9,7ss). En el cuarto evangelio el Bautista aparece como un testigo de Jesús (Jn 1,6ss.15.19-
27.28-31 .32ss.36; 3, 25-30). Se nos ofrecen además algunos datos topográficos sobre la actividad del
Bautista y sus relaciones con Cristo.
Los informes procedentes de los evangelios se deben en gran parte a los cí­rculos de la Iglesia primitiva formados por los discí­pulos del Bautista que siguieron luego a Jesús. En efecto, la figura del precursor es interpretada en función de la misión de Jesús. Son muy tenues e inciertas las huellas de testimonios procedentes de los cí­rculos joaneos que no aceptaron a Jesús como mesí­as. Los textos evangélicos se basan en informes históricos fiables, que son confirmados sustancialmente por Flavio Jo-sefo.
En los Hechos de los Apóstoles se menciona el bautismo de Juan al comienzo del ministerio de Jesús
(1,22; 10,37), en cuanto que es distinto del bautismo en el Espí­ritu. Se recuerda el testimonio dado por el
Bautista de Jesús (13,24s) y la existencia en Efeso de un grupo distinto de discí­pulos del Bautista algunos
años después de su muerte (19,3).
1571
2. Flavio Josefo.
En las An-tiquitates Judaicae XVIII, 116-119, este escritor presenta al Bautista como un maestro de piedad y de virtudes; su bautismo sirve como purificación ritual del cuerpo, no para la remisión de los pecados. Se censuran los aspectos mesiánicos y escatológi-cos de la misión del Bautista. El motivo de su encarcelamiento y de su muerte fue el temor de agitaciones polí­ticas por parte de Herodes Antipas. Los informes de Flavio Josefo son parciales y unilaterales, adaptados a la mentalidad helenista. La inocua personalidad del Bautista no explica de ningún modo su arresto y su decapitación.
1572
II. INTERPRETACIONES TEOLOGICAS.
Cada uno de los evangelistas perfilan la figura y la actividad del Bautista de modo personal, siguiendo el criterio de la interpretación cristológica y adaptando su redacción a sus objetivos catequéticos.
1573
1. Mateo.
Para el primer evangelista, el Bautista es la sí­ntesis de todos los profetas que predicaron la salvación mediante la conversión. Sobre su figura se proyectan algunos rasgos del profeta Elias, el precursor del dí­a del Señor, es decir, del tiempo mesiánico (MI 3,23; Mt 11,14; Mt 17,10-13). Lleva un manto de pelo caracterí­stico de los profetas (Za 13,4) y un cinturón de cuero, como el Tesbita (2R 1,8): Mediante la predicación del juicio inminente, de las exigencias éticas de la conversión aceptadas mediante el rito del bautismo y la acogida del †œmás fuerte†™ que ha de venir, el Bautista realiza las esperanzas de la reforma espiritual vinculadas a la figura de Elias redivivo. De esta manera el Bautista anuncia ya la nueva época. En efecto, hay algunas analogí­as entre él y Jesús: los dos predican la conversión y la llegada del reino de Dios (Mt 3,2; Mt4; Mt 17), utilizan la misma imagen del árbol que no da fruto (3,10; 7,19), lanzan las mismas invectivas contra los fariseos y los saduceos (3,7; 12,34; 23,33). Las gentes acuden al bautismo de Juan, y siguen a Jesús desde Jerusa-lén, desde Judea y desde las regiones del Jordán
(3,5; 4,25). Tanto Jesús como Juan son considerados por el pueblo como profetas (21 ,26.45). Por eso Juan constituye un puente entre el AT y el NT: entré su obra y la de Jesús existe una amplia lí­nea de continuidad. El mismo Jesús reconoció el papel único y excepcional del Bautista en el proyecto salví­fico de Dios (11,11.13).
1574
2. Marcos.
Este evangelista considera la aparición del Bautista en el Jordán como el comienzo del †œevangelio† (1,1); por eso su figura es cristianizada. Combinando la cita de 1s40,3 con la de Mal 3,1, Marcos (1,2-3) insiste en el papel eliánico de Juan. Como precursor, prepara el camino para el mesí­as predicando la penitencia, ya que esta proclamación era una de las funciones del Elias que habí­a de volver (MI 3,23; Si 48,10). El Bautista muestra a Jesús como mesí­as, ya que las Escrituras dicen que Elias es el precursor del Señor. Marcos resalta especialmente la narración de la muerte de Juan (6,17-29). También de Elias dicen las Escrituras que habí­a de sufrir (9,13). El Bautista no es más que la imagen del Elias doliente. Un secreto, como el secreto mesiánico de Jesús, rodea la suerte de este profeta en el evangelio de Marcos. Su identidad tiene que permanecer oculta en el designio de Dios, como la de Jesús hasta la resurrección (9,9). Además, hay que advertir que el vocabulario empleado para describir la pasión y la muerte del Bautista es el mismo que se usa para Jesús. El sufrimiento de Juan, identificado con Elias, prepara misteriosamente el camino a la suerte final de Cristo. Sin embargo, Marcos establece una separación clara entre el ministerio del precursor y el de Jesús.
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3. Lucas.
Para el tercer evangelista, en los capí­tulos 1-2 Juan es un profeta; más aún, el profeta escatoló-gico del Altí­simo, que viene precisamente antes del Señor (1,17). Con el espí­ritu de Elias predica la conversión y el gozo, estando lleno de Espí­ritu Santo; es un asceta (1,15). Está separado de Jesús, que es el Hijo de Dios (1,35). En el cuerpo del evangelio (cc. 3-24), el Bautista es presentado como profeta (7,26), el último de los profetas (16,16); pero no se le identifica ni con Elias ni con el profeta escatológico. Lucas elimina todos los pasajes de Marcos en que el Bautista es presentado como Elias redivivo (p.ej. Mc 1,6; Mc 9,9-13 etc. ). Juan predica el juicio inminente y la penitencia, indica a sus oyentes sus deberes prácticos y sociales concretos. Lleva una vida de mortificación (7,25.33) y enseña a sus discí­pulos a ayunar a menudo y a rezar. Es un hombre de oración y un maestro de vida espiritual. Para Lc, el Bautista es esencialmente un personaje del AT, distinto de Cristo y totalmente subordinado a él, lo mismo que la ley y los profetas. Más aún, con el Bautista termina el perí­odo del AT (16,16); él pertenece todaví­a al perí­odo de la espera, y su proclamación prepara el camino para la segunda fase de la historia de la salvación, que es la de Cristo.
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4. El cuarto evangelio.
La interpretación cristológica de la misión del Bautista es llevada a su más alto grado en el cuarto evangelio. Efectivamente, en él el precursor no representa ningún papel en la esperanza mesiánica, sino que está totalmente al servicio del mesí­as ya presente. Juan confiesa públicamente ante los delegados de las autoridades judí­as que no es ni el mesí­as, ni Elias, ni el profeta que ha de venir, sino que se identifica con la voz que grita en el desierto, es decir, con el que da testimonio de Cristo (l,20s). El no es el esposo, sino el amigo del esposo (3,29); no es la luz, sino que ha venido a dar testimonio de la luz (l,7s), que es el Verbo encarnado. Fue escogido de un modo particular por Dios para desempeñar esta misión: †œHubo un hombre enviado por Dios, de nombre Juan† (1,6). Su testimonio es privilegiado, ya que es el primero en el tiempo, y será seguido por otros muchos: †œEste vino como testigo para dar testimonio de la luz… No era él la luz, sino testigo de la luz† (l,7s).
Sin titubeo de ningún género, el Bautista proclama que Jesús es el mesí­as, presente entre la gente, pero escondido a los ojos de los judí­os, que se habí­an cerrado culpablemente a la revelación divina (1,19-27). Juan conoce además y confiesa la preexistencia de Cristo (1,15.30), su dignidad divina (1,30) y su obra de salvación (1,29.36). Los tí­tulos que se le dan a Jesús en labios de Juan son: el esposo (3,29), el Hijo de Dios (1,34), el que bautiza en el Espí­ritu (1,33), el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29). Este último tí­tulo, que hunde sus raí­ces en el AT al referirse al cordero pascual, a la ví­ctima del primer dí­a de la expiación, al cabrito de la apocalí­ptica y al siervo doliente del cuarto poema del Déu-tero-lsaí­as, expresa de forma sintética el significado salví­fico de la pasión y muerte de Jesús.
El bautismo de Juan es únicamente la ocasión para que Jesús sea revelado en Israel. Los discí­pulos que el Bautista reúne a su alrededor, acogiendo el testimonio de su propio maestro, pasan a Jesús y constituyen el núcleo de la primera comunidad mesiánica (1,35-51). El profundo conocimiento del misterio de Cristo que tuvo el Bautista es atribuido a una revelación divina particular (l,32ss). La misión de Juan no se limita al espacio y al tiempo que le tocó vivir, sino que posee un valor universal y perenne. En efecto, Juan †œvino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él† (1,7).
En el cuarto evangelio el Bautista aparece, por tanto, como el primer discí­pulo y apóstol de Jesús, y representa la imagen ideal del verdadero misionero.
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III. DETALLES HISTORicoS.
Detrás de la desconcertante diversidad de las narraciones e interpretaciones evangélicas se encuentra un sólido fundamento histórico relativo a la persona y a la misión del Bautista.

1. La predicación.
El año 28 d.C. (Lc 3,1), Juan aparece en el valle del Jordán, lejos de los centros habitados, como un profeta y predicador de la penitencia y del inminente juicio divino. Probablemente habí­a nacido en Judea, de sus padres Zacarí­as e Isabel, de linaje sacerdotal, y en su juventud habí­a tenido algunos contactos con el desierto. Dirige su predicación a todo el pueblo y les exige a todos, incluso a los que se consideran justos, una conversión radical -que implica no solamente una mayor perfección moral, sino también la renuncia a la seguridad religiosa-, a fin de poder librarse del juicio inminente del Señor. Su predicación contiene ciertas resonancias escato-lógicas, que tienen la finalidad de subrayar la urgencia improrrogable de la conversión. De nada sirven los privilegios basados en la raza, en la elección divina o en la tradición religiosa. Lo que Dios exige es una adhesión personaly concreta a su voluntad (Lc 3,8; Mt 3,8).
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2. El bautismo.
Las muchedumbres acuden al Bautista y se hacen bautizar, es decir, sumergir en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. La administración del bautismo es un rasgo distintivo de la actividad de Juan, por lo que también Flavio Josefo le da el tí­tulo de †œbau-tizador†. El bautismo de Juan era un rito penitencial, relacionado con el arrepentimiento de las culpas, y tení­a como finalidad la purificación de los pecados. Lo conferí­a una sola vez el Bautista en el agua corriente. El bautismo de Juan se distinguí­a del de los prosélitos judí­os, ya que se les administraba-no a los paganos, sino a los ya judí­os; y era distinto de los baños diarios que practicaban ciertas sectas, como la de Qumrán, pues se hací­a una sola vez con la intervención de Juan y al aire libre. También se diferenciaba de la purificación anunciada por los profetas para el tiempo escatológico (Ez 36,25; Za 13,1), ya que exigí­a la conversión individual. El bautismo en el Jordán fue una creación original del Bautista y presenta ciertas caracterí­sticas únicas en su significado. Como expresión de conversión, garantizaba la salvación ante el juicio inminente y preparaba para la llegada del reino de Dios. De aquí­ se deduce que el Bautista no fue solamente un predicador apocalí­ptico, sino también un mediador de salvación. El Bautista bautizó también a Jesús (Mt 3, 13-17 Mc l,9ss; Lc 3,21s; Jn 1,3lss).
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3. La llegada del †œmás fuerte†.
Juan anunció la llegada de uno †œmás fuerte que yo† (Mt 3,11; Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,15; Jn 1,24), de quien no se consideraba digno ni siquiera de ser un servidor. Se trata de un mesí­as trascendente, que habrí­a de bautizar en el Espí­ritu Santo y con el fuego, es decir, que purificarí­a a los que están destinados a la salvación y aniquilarí­a a los pecadores impenitentes. En este texto el bautismo tiene un sighi-†™ ficado simbólico y está inserto en una perspectiva de juicio escatológico. El mesí­as y Señor que viene después del Bautista es el protagonista de este juicio definitivo. Es identificado con el juez universal, que decide de la suerte de los hombres según el criterio de la fidelidad que se exprese a través de una justa conducta de vida (Mt 13,30; Mt 13,
Habiendo pertenecido probablemente durante algún tiempo a los discí­pulos del Bautista, Jesús reconoció en Juan a un enviado de Dios (Mt 11,9; Lc 7,26) y vio en su obra los signos del reino inminente del Señor Mt 11,1); tuvo al Bautista en una alta consideración (Mt 11,11; Lc 7,28). Durante algún tiempo Jesús y sus discí­pulos se entregaron también a la actividad bautismal, al mismo tiempo que el Bautista, ganando a algunos de sus discí­pulos (Jn 3,22-26; Jn 4,1 5). En contra de los propósitos de su maestro, los discí­pulos de Juan formaron un grupo particular, que se distinguió por las propias prácticas del ayuno y de la oración Mc 2,18; Lc 5,33; Lc 11,1).
Habiendo ejercitado la actividad bautismal unida a la predicación penitencial también en Perea, donde suscitó igualmente un movimiento particular (Jn 3,33), el Bautista fue arrestado, encerrado en la fortaleza de Maqueronte y finalmente ajusticiado (Mt 14,3-12; Mc 7,17-29 Lc 3,19s).
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4. Relaciones con Jesús.
Las relaciones entre el Bautista y Jesús no están expuestas claramente en los evangelios sinópticos. Parece ser que el Bautista tuvo conciencia de la identidad de Jesús como mesí­as solamente de forma progresiva. El estilo me-siánico de Jesús, que proclamaba el evangelio del reino a los pobres (Mt 4,23; Mt 5,3), representó una desilusión para Juan y sus discí­pulos, que aguardaban a un mesí­as en el contexto de una reforma apocalí­ptica inserta en el marco de las instituciones judí­as (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23). El proyecto mesiánico de Jesús, que habrí­a de concluir con su ignominiosa muerte en Jerusalén, fue causa de desconcierto y de perplejidad para el Bautista y sus discí­pulos. Incluso el precursor hubo de pasar por la prueba de la fe y tuvo necesidad de leer la actividad global de Jesús a la luz de las profecí­as del AT.
Después de la muerte del Bautista, Jesús fue considerado como un Juan redivivo (Mc 6,l4ss; 8,8; Mt 14,ls; Lc 9,7ss), ya que continuó la obra del Bautista rodeado de sus discí­pulos. Tras la muerte de Jesús, los seguidores del Bautista, que consideraban a su maestro como el mesí­as y la luz (Jn 1,8; Jn 1,20), se opusieron a los discí­pulos de Jesús, que consideraban al resucitado como el que habí­a sido anunciado por el precursor.
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IV. EL BAUTISTA Y QUM-RAN.
Existen algunas convergencias entre la figura del Bautista y la comunidad de Qumrán, que pueden explicarse también por la cercaní­a geográfica entre el lugar de la actividad del Bautista y el asentamiento de los esenios en las orillas del mar Muerto. El valor religioso del / desierto y el papel que representa el texto de Is 40,3 (1QS VIII, 12s; IX, 19; Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4; Jn 1,23), la espera de los tiempos escatológicos (1QS X, 11; Jn 1,l9ss), la invitación a volverse a Dios, la relación entre el bautismo y la penitencia y la vida ascética son otros tantos elementos que emparen-tan al Bautista con la comunidad del mar Muerto. Pero también se perciben algunas discordancias fundamentales, como el carácter espiritual y ético de la conversión predicada por el Bautista abierta a todos los hombres, las caracterí­sticas originales de su bautismo como signo de cambio interior radical, los rasgos proféticos de la vida ascética del Bautista y el reconocimiento de Jesús como mesí­as.
La obra del precursor se inspira en el mensaje de los profetas veterotes-tamentarios, sobre todo de Elias, Jeremí­as y Ezequiel, que en el anuncio del juicio sobre el pueblo y de la conversión efectiva ven la última posibilidad de librarse del †œfuego† (Mt 3,1 Os; Lc 3,9; Lc 3,16). En el Bautista está presente el influjo de la corriente apocalí­ptica; pero a diferencia de los cí­rculos apocalí­pticos intertestamentarios, Juan no subraya el carácter cósmico del cataclismo mesiánico. Los rasgos particulares que convierten al Bautista en una aparición única en la historia religiosa de Palestina son: una conciencia clara del juicio inminente, el retorno a la predicación moral profética, la apertura universalista y el mesianismo, que no es de tipo daví­dico, ni déutero-isaiano, ni daniélico, ni esénico.
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5. Virgulin

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Según el testimonio de Jesús, Juan es más que un profeta (Le 7,26 p). Mensajero que precede al Señor (Le 1,76: Mt 11,10 p; cf. Mal 3,1), Juan inaugura el Evangelio (Act 1,22; Mc 1,1-4); «hasta él habí­a la ley y los profetas; desde entonces se anuncia el reino de Dios» (Le 16,16 p). Profeta sin igual, prepara las ví­as del Señor (Mt 11,11; Mc 1,3 p), cuyo «precursor» (Act 13,24s) y testigo (Jn 1,6s) es.

1. El Precursor y su bautismo. Juan, aún antes de nacer de una madre hasta entonces estéril, es consagrado a Dios y lleno del Espí­ritu Santo (Le 1,7.15; cf. Jue 13,2-5; ISa 1,5.11). El que debe ser un nuevo *Elí­as (Le I,16s) evoca al gran profeta por su *vestido y su vida austera (Mt 3,4 p) que lleva en el desierto desde su juventud (Le 1,80). ¿Habrí­a sido formado por una comunidad como la de Qumrán? En todo caso, una vez llegado el tiempo de su manifestación a Israel, cuidadosamente registrado por Lucas (3,1s), aparece como un maestro rodeado de discí­pulos (Jn 1,35), enseñándoles a’ ayunar y a orar (Mc 2,18; Le 5,33; 11,1). Su voz potente resuena en Judea ; predica una *conversión, cuyo signo es un baño ritual acompañado de la confesión de los pecados, pero que exige además un esfuerzo de renovación (Mc 1,4s); porque de nada sirve ser hijo de Abraham, si no se practica la *justicia (Mt 3,8s p), cuyas reglas da a la multitud de los humildes (Le 3,10-14).

Pero los fariseos y los legistas no creen en él; algunos lo tratan de poseso (Mt 21,32; Mc 11,30ss p; Le 7,30-33); así­, cuando acudieron a él les anunció que la *ira consumirí­a todo árbol estéril (Mt 3,10 p). Denuncia el adulterio del rey Herodes acarreándose así­ la prisión y luego la muerte (Mt 14,3-12 p; Le 3,19s; 9,9). Por su *celo es sin duda Juan el nuevo Elí­as que se espera y que debe preparar al pueblo para la venida del Mesí­as (Mt 11,14); pero es desconocido, y su testimonio no impedirá la pasión del Hijo del hombre (Mc 9,llss p).

2. El testigo de la luz y el amigo del esposo. El *testimonio de Juan consiste, en primer lugar, en proclamarse mero precursor; en efecto, la multitud se pregunta si no será el *Mesí­as (Le 3,15). A una encuesta oficial responde el Bautista que no es digno de desatar las sandalias de aquel al que él precede y «que era antes que él» (Jn 1,19-30; Le 3,16s p). El «que viene» y que bautizará en el Espí­ritu (Mc 1,8) y en el fuego (Mt 3,11s), es Jesús, sobre el que descendió el Espí­ritu en el momento de su bautismo (Jn 1,31-34).

Al proclamarlo *corderó de Dios que quita el *pecado del mundo (Jn 1,29), no preveí­a Juan cómo lo quitarí­a, como tampoco comprendí­a por qué habí­a venido Cristo a ser bautizado por él (Mt 3,13ss). Para quitar el pecado deberí­a Jesús recibir un *bautismo, del que el de Juan sólo era *figura: el bautismo de su pasión (Mc 10,38; Le 12,50); así­ realizarí­a toda justicia (Mt 3,15), no ya exterminando a los pecadores, sino *justificando a la multitud, con cuyos pecados se habrí­a cargado (cf. Is 53,7s.l ls). Ya antes de la pasión, el comportamiento de Jesús sorprende a Juan y a sus discí­pulos, que aguardan a un juez; Cristo les recuerda las profecí­as de salvación que él realiza y los invita a no *escandalizarse (Mt 11,2-6 p; cf. Is 61,1).

Pero ciertos discí­pulos de Juan no serán discí­pulos de Jesús; se hallan en los evangelios vestigios de la polémica entre su secta y la Iglesia naciente (p.c., Mc 2,18); ésta, para mostrar la superioridad de Cristo, no tení­a más que invocar el testimonio del mismo Juan (Jn 1,15). Juan, verdadero amigo del esposo y colmado de gozo por su venida, se habí­a esfumado delante de él (3,27-30) y con sus palabras habí­a invitado a sus propios discí­pulos a seguirle (1,35ss). Jesús, en cambio, habí­a glorificado su testimonio, *lámpara ardiente y luminosa (5,35), el profeta más grande nacido de mujer (Mt 11,11); pero habí­a añadido que el más pequeño en el *reino de los cielos es más grande que él; situaba la gracia de los hijos del reino por encima del carisma profético, sin por eso despreciar la santidad de Juan.

La gloria de este humilde amigo del esposo se proclama en el prólogo del cuarto evangelio, que sitúa a Juan con referencia al Verbo hecho carne: «Juan no era la *luz, sino el testigo de la luz»; y con referencia a la Iglesia: «Vino para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él» (Jn 1,7s).

-> Bautismo – Elí­as – Profeta – Testimonio.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas