JUDAS ISCARIOTE

El sumo traidor quien entregó al Señor. El y su padre Simón tení­an por sobrenombre Iscariote (Joh 6:71), una palabra que supuestamente proviene del heb. Ish Kerioth, o sea un hombre de Queriot.

Queriot casi de seguro queda en el sur de Judá (Jos 15:25). El fue nombrado como tesorero de los discí­pulos (Joh 12:6; Joh 13:29), pero después de que sus esperanzas de un alto puesto en el reino terrenal de Jesús fueron frustradas (Joh 6:66), se convirtió en un ladrón. Su indignación cuando Jesús fue ungido en Betania era hipócrita (Joh 12:6), aun cuando parecerí­a que los otros discí­pulos de Jesús le tení­an confianza hasta el fin (Joh 13:21-30). Jesús, sin embargo, no pudo ser engañado (Joh 6:64) sino que supo desde el principio quien lo habrí­a de traicionar. Fue durante la última cena que Jesús reveló que uno de ellos lo traicionarí­a (Joh 6:71). En ese momento Satanás entró en Judas. Jesús lo despidió y Judas salió a hacer lo que ya habí­a planeado (Mar 14:10). Vendió a Jesús por 30 piezas de plata y lo traicionó con un beso. Luego, lleno de remordimiento, arrojó el dinero ante los principales sacerdotes y los ancianos (Mat 27:3-10), se fue y se suicidó (Mat 27:5; Act 1:18).

En la lista de los apóstoles, él está siempre mencionado en último lugar.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

tip, BIOG APOS HOMB HONT

ver, MACABEOS, HERMANOS DE JESÚS, CENSO, CIRENIO, BARSABíS, ACELDAMA

vet, (forma gr. del heb. “Judá”). Era hijo de un Simón (Jn. 6:71); aunque era uno de los doce para el apostolado, traicionó a su Señor. Recibe el nombre de Iscariote para distinguirlo del otro apóstol que también se llamaba Judas (Lc. 6:16; Jn. 14:22). Por lo general, su apelativo se interpreta como significando que Judas era originario de Queriot, lo cual indicarí­a que no era galileo. A juzgar por su carácter, parece indudable que siguió a Jesús con vistas a las ventajas materiales que obtendrí­a gracias al establecimiento del Reino mesiánico. Sin dar nombres, Jesús hizo frecuentes alusiones a la futura traición de uno de los doce (Jn. 6:70). A Judas le habí­a sido confiado el cuidado de la bolsa común, pero se dio a la avaricia; traicionó la confianza de sus amigos, apropiándose de una parte del dinero. Marí­a de Betania quebró un vaso de alabastro y ungió a Jesús con un perfume de gran precio para mostrar su afecto por el Maestro. Hablando en su propio nombre y en el de los otros discí­pulos, Judas calificó duramente esta acción de desperdicio. Pero no era su preocupación hacia los pobres lo que le motivó a esta intervención, sino el deseo de apropiarse del precio del perfume, si hubiera podido disponer de él en su bolsa (Jn. 12:5, 6). Jesús lo reprendió en público, aunque suavemente. Herido en su amor propio, el Iscariote se dirigió a los principales sacerdotes, ofreciéndoles entregarles a Jesús a cambio de una recompensa. Acordaron entregarle treinta monedas de plata, el precio establecido para un esclavo. A partir de entonces, Judas empezó a buscar la oportunidad de entregar a su Maestro (Mt. 26:14-16; Mr. 14:10, 11; cfr. Ex. 21:32; Zac. 11:12, 13). Jesús, que no querí­a ser crucificado en otro momento más que durante los dí­as de la Pascua, mencionó durante la cena la próxima traición de uno de los doce. El diablo ya habí­a puesto en el corazón de Judas este designio criminal (Jn. 13:2). Cuando el Señor declaró solemnemente: “uno de vosotros me va a entregar”, cada discí­pulo empezó a preguntarle: “¿Soy yo, Maestro?” Pedro le hizo a Juan una señal para que se lo preguntara a Jesús. Cristo respondió de una manera enigmática que el traidor pondrí­a la mano con El en el plato (Mt. 26:23; Mr. 14:20) y que era a él a quien El iba a darle el bocado escogido (Jn. 13:26); en otras palabras, que se trataba de uno de sus í­ntimos, con el que compartí­a su pan (Jn. 13:18; cfr. Sal. 41:10). Sin duda, Jesús y Judas estaban a punto de mojar el pan en el plato común, siguiendo la costumbre oriental. Jesús mojó el trozo de pan que tení­a en la mano y lo dio a Judas (Jn. 13:27), que también le preguntó: “¿Soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho” (Mt. 26:21-25). En este momento los discí­pulos no comprendieron el sentido preciso de esta respuesta. Cuando Jesús añadió: “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”, supusieron que el Señor estaba ordenando al tesorero que se diera prisa a comprar las cosas necesarias para la fiesta, o a dar algo para los pobres. El traidor fue apresuradamente a reunirse con los principales sacerdotes. Habí­a participado de la cena, con el resto de los doce (Mt. 26:20), pero salió inmediatamente después de haber recibido el bocado (Jn. 13:30). El Señor instituyó la Santa Cena después de la Cena Pascual (Mt. 26:26-29; Mr. 14:22-25; Lc. 22:19-20). El relato de Lucas presenta los incidentes de la cena en un orden diferente, para hacer destacar el contraste entre el estado de ánimo de Cristo y el de los discí­pulos (Lc. 22:15-20 y Lc. 22:21-24). Después de la partida de Judas, cambió el tono de la conversación. Acabada la cena, Jesús condujo a los once al huerto de Getsemaní­. Judas acudió allí­ con una multitud de hombres armados de espadas y bastones; habí­an sido enviados por los jefes religiosos y por los ancianos del pueblo. Judas habí­a convenido con los soldados que les señalarí­a a quién tení­an que prender saludándolo con un beso. El traidor se adelantó y dio un beso a Jesús, a quien los soldados arrestaron (Mt. 26:47-50). Al dí­a siguiente, Judas habí­a cambiado de ánimo. Viendo que Jesús habí­a sido condenado y que iba a ser ejecutado, se dio cuenta de la monstruosidad de su crimen, y fue a ver a los principales sacerdotes diciéndoles: “He pecado entregando sangre inocente”, y queriendo devolver el dinero. Su conciencia no estaba tan endurecida como la de los jefes religiosos, que, después de haberle pagado para que cometiera aquella traición, le volvieron la espalda, diciendo: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”. Judas, entonces, arrojó las piezas de plata en el Templo, y se fue para ahorcarse (Mt. 27:3-5). Cayó de cabeza, y su cuerpo reventó, desparramándose todas sus entrañas (Hch. 1:18). El apóstol Pedro (Hch. 1:20) cita en su discurso los pasajes proféticos de los Sal. 69:25 y 109:8. Judas habí­a cumplido lo que estaba escrito del malvado que daba mal por bien, traición a cambio de amor. Los discí­pulos se apoyaron en estos pasajes para justificar la elección de otro apóstol para que tomara el lugar de Judas. No hubo ninguna fatalidad sobrenatural que obligara al hijo de perdición a cumplir su destino (Jn. 17:12). La misericordia divina no le fue rehusada. Nunca la pidió. El orden de los acontecimientos de la muerte de Judas parece ser como sigue en base a los relatos de Mt. 27:5 y Hch. 1:16-25: lleno de remordimientos, Judas arroja la plata en el Templo y se cuelga, probablemente con su cinto; éste se rompe, o se suelta de la rama, y su cuerpo se precipita contra las rocas, con lo que queda reventado, como lo dice Hch. 1:18. No estaba permitido poner en el tesoro un dinero mal adquirido (cfr. Dt. 23:18). La conciencia de los principales sacerdotes no estaba en paz acerca de estas treinta piezas de plata; las rehusaron afectando considerarlas como el precio de la traición, y compraron en su nombre el campo del alfarero. (Véase ACELDAMA.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[016]

Judas Iscariote fue el apóstol traidor. Tal vez era nativo de”Kraiot” en hebreo Ish-Kraiot,, aldea de Judea. Juan lo describe como ladrón (Jn. 12. 6) y codicioso. Y según Mateo y Marcos, la acción traidora se hizo por 30 monedas de plata.

Jesús era consciente de su traición y se la desenmascaró en la Ultima Cena, aunque sin delatarle ante los otros Apóstoles y sin lograr su conversión (Jn. 13.23-29). Cuando Judas conoció la consecuencia de su traición, se arrepintió, quiso retroceder y se suicidó abrumado por los remordimientos, hecho que se relata con algunas diferencias en el texto evangélico: Mt. 27. 3-5 y Hech. 1. 16-20).

La figura de Judas, dolorosa, incomprensible, perturbadora, quedó siempre en el pueblo cristiano como horrorosa y negativa. Sin embargo, teológicamente resulta desconcertante, misteriosa y muy distante de un juicio fácil de condenación a pesar de las mismas palabras de Jesús: “Más le valiera no haber nacido” (Jn. 13.10; Mt. 26. 21-24; Jn 13. 21).

Por eso ha dado tanto que hablar en el arte, en la literatura e incluso en la teologí­a, que le miraron como pecador impenitente y como desesperado del perdón divino a juzgar por su suicidio.

Es bella la leyenda que le hace encontrarse con Pedro en la noche de la condena y fantasear con el diálogo: “He negado al Maestro, soy pecador, que El me perdone”, del uno; y “He vendido al Maestro. Soy pecador, ya no tengo perdón”.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
El nombre “Judas” aparece 44 veces en el N. T., con referencia a nueve personas distintas. Hablamos aquí­ de la figura más tristemente célebre y más universalmente conocida: Judas Iscariote. Aunque algunas veces se le llama “hijo de Simón” (Jn 6, 171; 13, 2, 26), el apelativo común es “Iscariote”. En el N. T. encontramos “Ikarioth” e “Iskariotes”, como sobrenombre de Judas, el que traicionó a Jesús y lo entregó a las autoridades judí­as. “Iskarioth” se halla en Mc 3, 19; 14, 10; Lc 6, 16, y en algunos códices (Mt 10, 4 C y Lc 22, 47 D). “Iscariotes” aparece en Mt 10, 4; 26, 14; Lc 22, 3; Jn 6, 71; 12, 4; 13, 2, 26; 14, 22, y en algunos códices. Significativamente falta la vocal inicial “I” en el códice C (Mc 3, 19; Lc 6, 16; Jn 6, 71): de este modo “Skarioth” (Mt 10, 4; 26, 14; Mc 14, 10), “Skariotes” (Jn 12, 4; 12, 2, 26; 14, 22). Tratamos pues, 1) Persona y actividad de Judas. 2) Explicación del apellido.

1. Persona y actividad
Según los cuatro evangelios, Jesús es entregado a las autoridades judí­as por uno de los Doce, llamado Judas (Mc 14, 43; Mt 26, 47; Lc 22, 47; Jn 18, 3). Hijo de Simón Iscariote (Jn 6, 71), se le nombra siempre en último lugar en la lista de los apóstoles (Mt 10, 4; Mac 3, 19; Lc 6, 16) y siempre con la apostilla: “el que lo entregó” (Mt, Mc) o “el traidor” (Lc). En las listas de los apóstoles de Lc 6, 14-16 y Hech 1, 13, se menciona, en lugar de Tadeo, a un segundo Judas (Mc 3, 18; Mt 10, 2), a quien, por la añadidura de “tou Jacobou (=hijo de Santiago) se le diferencia de Judas Iscariote (Cfr Jn 14, 22). Los tres sinópticos narran sus relaciones con el Sanedrí­n (Mt 6, 14-16; Mc 14, 10-11; Lc 22, 3-6): su intervención en la última Cena (Mt 26, 25) y el beso en el huerto de Getsemaní­ (Mt 26, 48-50; Mc 14, 43-52; Lc 22, 47-52). Solamente Mateo (27, 3-10) cuenta el arrepentimiento y suicidio de Judas. En el evangelio de Juan se describe más amplia y minuciosamente la evolución psicológica, polí­tico-religiosa y relacional con Jesús: -Después del discurso del “pan de vida” la ruptura es total (6, 70s)=”uno de vosotros es un diablo”: “lo decí­a por Judas, el de Simón Iscariote, porque éste, que era uno de los Doce, le iba a entregar”. A ello se añaden anomalí­as en la administración (12, 4-6): “¿Por qué este perfume no se ha vendido en trescientos denarios para dar a los pobres?” “No le importaban los pobres, sino porque era ladrón, y siendo el encargado de la bolsa, sustraí­a lo que en ella se echaba”. Su decepción le lleva a denunciar el paradero de Jesús (Jn 11, 56) y pide por la entrega del Maestro treinta monedas de plata (Mt 26, 15 s; Mc 14, 10-11; Lc 22, 3-6). Jesús habla tres veces del traidor con frases generales (Jn 13, 10, 18-20; Mt 26, 21-24, cfr. Jn 13, 21s) y luego lo señala al entregarle el bocado (13, 23-29). Cuando Jesús es condenado, Judas se arrepiente de lo hecho y devuelve las treinta monedas; los sacerdotes y ancianos se niegan a recibirlas; Judas se aleja y se ahorca (Mt 27, 3-5; Cfr. Hech 1, 18).

– : Los autores se preguntan: -¿Por qué semejante persona fue escogido como miembro de los Doce? -¿Qué motivos lo impulsaron a traicionar a Jesús? -El final de Judas, -La cuestión de su historicidad. Algunas de estas cuestiones pertenecen a la ciencia ficción, otras, al complicado mundo psicológico de la persona, otras, a la misma comprensión o rechazo de la actuación de Jesús que fuerzan en Judas un distanciamiento progresivo. Dejemos, pues, a los comentaristas que sigan hallando convincentes soluciones. -La cuestión de la historicidad tiene respuestas en el contexto de la historicidad de los Doce. Todos los evangelios concuerdan en la narración de la “hazaña” realizada por Jesús, pero incluyen diferentes matices al dibujar su personalidad: hay evidentemente una coloración teológica debida al evangelista y una retrospección eclesial, destacando, entre otras cosas, el aspecto de sí­mbolo para la comunidad cristiana. Solamente en Marcos aparece la expresión: “uno que está comiendo conmigo”, “uno de los doce que moja en el plato conmigo” (14, 18-20). “En el Iscariote encuentra la comunidad lo que puede sucederle a ella misma” (M. Limbeck, , col. 2040). Mateo interpreta la acción y la suerte corrida por Iscariote ala luz de Zac 11, 12s y Dt 21, 7s: con la acción de Iscariote se realiza en el seno del pueblo judí­o una ruptura parecida a la qúe se produjo entre Samaria y Jerusalén. Cuando los sacerdotes principales -en contraste con Dt 21, 7s- compran un terreno con el dinero obtenido con el derramamiento de sangre inocente, cargan sobre su pueblo esta culpa. (M. Limbeck, ib.). Lucas llama a Iscariote traidor (6, 16) e instrumento de Satanás. El destino de Iscariote es el que aguarda a los impí­os (Hech 16-20). Para Juan, Iscariote es también instrumento de Satanás (6, 70; 13, 2), y además ladrón (12, 6). La entrega que Jesús hace de su vida no surte efecto en él (13, 10), es el hijo perdido (17, 12).

2. Explicación del apellido
a) En 1943, C. C. Torrey, de la Universidad Yale, declara en relación con el misterioso nombre de Judas Iscariote: “Ninguna interpretación del nombre hasta ahora propuesta resiste a un examen crí­tico. Puesto que no hay evidencia de que Judas fuese llamado Iscariote durante su vida o que el nombre haya sido llevado por cualquier otra persona, lo más probable es que fuese un , una oprobiosa denominación dada en razón de su hazaña. Torrey sugiere que Iscariote se deriva del arameo “shakrai”, “shekarya”, y con la adición de “alef” prostético = “ishkarya”, que significa “falso”, “hipócrita”, “mentiroso”.
– : todo cambio de nombre o adición de sobrenombre o apodo en el N. T. es siempre indicado explí­citamente (Mc 3, 17; Lc 6, 15; Jn 1, 12; Hech 4, 36; 15, 55). En ningún lugar hay cambio de nombre o imposición de apodo relacionado con Judas Iscariote. Por lo tanto no hay indicio de que Iscariote no sea su natural apellido.

a) En 1953, el colega de Torrey en Yale, Harld Inghol, propone una nueva derivación de Iscariote. De la raí­z aramea “sagor=”color rubio”, “rojo”, se formó la palabra “saqrai” que indica a un hombre rubio, que tiene la cabeza rubia; y cuando se usa con el artí­culo definido arameo se pronuncia “segara”, y con la añadidura del “alef” prostético “isquera”. Pero no hay ejemplo de un arameo “saqrai”. Y antes del siglo IX nunca aparece así­ en el arte cristiano (Más tarde Judas aparece con cabello y barba rubios, pero para indicar más que una tradición histórica, porque así­ se representaba al “villano”). Aunque es acertada la búsqueda en el arameo del origen del nombre de Iscariote, sin embargo, ninguna de las dos soluciones es satisfactoria (A. Ehrman, Bibliografí­a).
b) Se ha indicado que la cabeza del partido revolucionario (Sicarios) en Jerusalén, durante la gran revuelta contra Roma el año 70, fue un tal Abba Saqqara, el sobrino de Rabbi Yohanan Ben Zakkai. Como Abba Saqqara es especí­ficamente llamado Reysh Bioreney di Yerushalayim, fue natural que muchos estudiosos interpretasen su nombre como “Cabeza de los Sicarios”. Pero contra esto, Luis Ginzberg arguye que Abba Saqqara no puede significar “Rosh Siqrin (Cabeza de los Sicarios), porque Abba nunca es usado con el significado de “jefe”, “lider> en la literatura rabí­nica. Ginberg, no obstante, habiendo demostrado la conexión entre Saqqara y Siqari, afirma sin vacilar que Saqqar significa “tintorero”. Según Torrey el grupo “Skar” es la raí­z del sobrenombre de Judas, “Iskariotes”. Ingholt reconoce la exactitud de la afirmación, pero falla al dar el significado arameo judí­o “saqor”. “Saqor” no significa ser de “color rojo”, sino “teñir o pintar rojo”. Judas Iskariote y Abba Saqqara no eran “cabezas rubias”, sino ambos eran “tintoreros”. Que el color rojo fuese el color prominente del oficio de tintorero está ampliamente atestiguado por la literatura rabí­nica y las Sdas. Escrituras (Ex 25, 5). Cuando los evangelios se vierten al griego, el significado del nombre de Judas, es un enigma. Nuestra explicación de que Judas Iskariote significa “Judas el tintorero” elimina toda objeción artí­stica, lingüí­stica, estilí­stica, y encaja perfectamente en el contenido histórico del primer siglo de Israel (A. Herman, bibl.).

c) Yoel Arbeitman, últimamente (1980) dice que la sola laguna en el estudio de Ehrman es la solución al enigmático sufijo “tes”. Mediante un minucioso y serio estudio explica el porqué del doble apelativo (Iskariotes e Iskarioth) y por qué en una serie de manuscritos y versiones tardí­os falta la vocal inicial átona (Skarioth, Skariotes).

BIBL. — J. A. MoRIN, deux derniers des Douze: Simon le Zelote etludas Iskarioth, RB 80 (1973) 332-355; A. EHRMAN, Icariot and Abba Saqqara, JBL (1978), 572-573; J. ARBEIMANN, Suffix of Iscariot, JBL (1980); J. GNILKA, Evangelio según Marcos, 1, Salamanca, 1992, 155-167; M. LIMBECH, “Judas Iscarioth”, en DENT, vol., Salamanca, 1996, 2027-2030 y 2038-241.

de Villapadierna

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Discí­pulo de Jesús, uno de los Doce (cf. Mc 14,10.20 par; Jn 6,71). Entre la gente del entorno de Jesús tuvo que haber tensiones y disputas sobre la manera en que llevaba los asuntos de su movimiento. Sus compañeros no eran simple corderos embobados, sin ideas propias, sino hombres y mujeres llenos de tensión rnesiánica, que querí­an colaborar con él e influir en su movimiento.

(1) Uno de los Doce. Entre ellos estaba Judas, uno de los Doce, de aquellos a quienes él habí­a escogido como representantes del nuevo Israel (cf. Mc 3,9 par). El evangelio de Juan le describe como interesado ya desde el principio por dinero (cf. Jn 12,4: 13,29). Marcos, en cambio, supone que los interesados son los sacerdotes: “Y Judas Iscariote, que era uno de los doce, fue a los sumos sacerdotes para entregarles [a Jesús], Estos, al escucharle, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él buscaba la forma de entregarlo en un momento oportuno” (Mc 14,10-11). Judas aparece de improviso y por contraste. Una mujer ha ungido “gratuitamente” a Jesús, gastando muchí­simo dinero, de manera que los representantes del buen orden económico le han criticado por ello (Mc 14,3-9). Entonces viene Judas y se ofrece a colaborar con los sacerdotes que quieren matar a Jesús, y ellos le ofrecen dinero, sin que Judas í­o hubiera pedido (Mc 14,10-11). Jesús habí­a derramado el dinero del templo (Mc 11,15-18); pero los sacerdotes lo siguen conservando y lo utilizan en contra de Jesús. Esta es la venganza de la economí­a. Judas parece haber tenido otros motivos. Probablemente está decepcionado del camino que ha tomado Jesús y responde como buen israelita: pone el caso en manos de los sacerdotes de Dios, a pesar de que Jesús, su amigo, le advierte: “En verdad os digo, uno de vosotros me entregará… uno que moja conmigo en el plato” (Mc 14,18-20). La comida amistosa y el amor de enamorados y esposos (con el servicio a los pobres) constituyen las formas supremas de comunicación y gracia. Pues bien, Judas y los sacerdotes ponen por encima de eso el orden del sistema, donde todo se compra y vende con dinero.

(2) El traidor. En ese contexto ha presentado el Evangelio la traición que culmina y se ratifica en Getsemaní­, donde Jesús ora y descansa seguro, en medio de la noche. Sólo los í­ntimos conocen el lugar, y Judas, el amigo falso, llega en la oscuridad y da a sus compañeros (guardias y soldados), como contraseña, el signo del amor: “Aquel a quien yo bese…” (Mc 14,44). La intimidad y gracia de los hombres y mujeres se encarna en el beso. Pero la ley del orden social rompe ese beso, destruye esa gracia. No tenemos razón para pensar que Judas fue desde el principio un infiltrado. Sin duda, entró en el grupo de Jesús con buenas intenciones, para colaborar al servicio del Reino. Pero las cosas se complicaron un dí­a y se vio envuelto en la contradicción: estaba por un lado su afecto por Jesús (comer con él, poder besarle); por otro lado, su fidelidad a los principios de Israel, representados por los sacerdotes, a quienes Jesús estaba traicionando. No era fácil escoger en aquel tiempo: tampoco es fácil hoy, en sociedades e iglesias que exigen un tipo de fidelidad legal, por encima de la gracia o los afectos personales. En ese contexto, Judas traicionó a Jesús.

(3) Conflicto de fidelidades. Fue un conflicto entre el amor de amigo y el deber nacional: a un lado se hallaba el movimiento de Jesús, que parecí­a pederse en nieblas de perdón y solidaridad con los expulsados y los peligrosos del entorno (cojos y mancos, leprosos y ciegos, pecadores, extranjeros, prostitutas…); por otro estaba y sigue estando el buen sistema, la ley del grupo, dirigido por los sacerdotes, que saben distinguir lo bueno y malo, que defienden el conjunto social y, de esa forma, garantizan la estabilidad y seguridad de todos, es decir, de los “buenos”. En momentos de conflicto (¡y todos son momentos de conflicto!) la ley del grupo puede exigir que delatemos al amigo e incluso que utilicemos la amistad para impedir que el mal avance y la “car coma” de Jesús, el subversivo, corroa las raí­ces del buen orden. Todos los sistemas darí­an la razón a Judas: sacerdotes o polí­ticos velan por la paz legal; los ciudadanos, incluidos los amigos, tenemos el deber de denunciar a los que pueden destruir el buen orden, a los terroristas de Estado o de conciencia. En este contexto se sitúa la “traición” de Judas, que el sistema puede interpretar como obediencia y fidelidad a la ley. Por su parte, al actuar como actúa, de un modo gratuito y libre (superando una ley que necesita sacerdotes oficiales, policí­as y soldados), Jesús no puede evitar la traición. No utiliza espí­as ni guardaespaldas; no “vigila” a Judas, ni le purga o le expulsa del grupo, ni utiliza medios de coacción para “dominar sobre su mente”, como hacen los grupos sectarios. Judas pensaba que seguí­a siendo fiel a su vocación de ley: podí­a pensar y decir que no habí­a cambiado. Era Jesús el que cambiaba, amenazando con su movimiento la identidad y el orden de su pueblo. Por eso, Judas acudió a los sacerdotes que representaban el orden, la buena religión, y ellos le ofrecieron treinta dineros. No le hablaron del Dios de la gracia, ni de la libertad mesiánica, sino de treinta monedas. Tení­an dinero suficiente para comprar al Cristo. Judas lo aceptó; pero luego, cuando empezó a ver mejor lo que habí­a en el fondo, quiso volverse atrás, devolver el dinero… Entonces, los sacerdotes no le escucharon: ellos no necesitaban arrepentirse de nada; tení­an otros problemas. Por otra parte, Judas no pudo acudir a Jesús, pues le estaban juzgando y le iban a condenar a muerte. Por eso, arrojó el dinero en el templo, convertido así­ en fábrica de muerte, y sin más salida humana, se ahorcó; no era capaz de ver morir a Jesús por su culpa (cf. Mt 27,310; Hch 1,18-19). Jesús no habí­a muerto aún. Morirí­a por Judas, a favor de Judas y de todos, abriendo un camino de pascua donde incluso los traidores pueden ser reconciliados.

Cf. R. E. BROWN, La muerte del Mesí­as I, Verbo Divino, Estella 2005, 325-370; 759788; W. POPKES, Christus traditus. Eine Untersuchung z,um Begriff der Hingabe im Neue Testament, ATANT 49, Zurich 1967; G. SchWARTZ, Jesus und Judas. Aramtiische Untersuchungen zur Jesús-Judas. Überlieferimg des Evangelien und Apostelgeschiclite, Kohlhammer, Stuttgart-Colonia-Maguncia 1988.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

I. Nombre y origen

En las listas sinópticas de los Doce que llamó Jesús para que estuvieran con él (Mr. 3.14), el nombre de Judas siempre aparece al final, y generalmente con alguna descripción que lo marca con un estigma infame (p. ej. “el que le entregó”, Mr. 3.19; “el que también le entregó”, Mt. 10.4; “que llegó a ser el traidor”, Lc. 6.16; cf. Jn. 18.2, 5). Podemos comparar el caso de Jeroboam I, en el AT, donde se menciona con horror que “pecó y ha hecho pecar a Israel”.

Se aplica el término “Iscariote” a su nombre en los textos sinópticos y en Jn. 12.4, mientras que en las otras referencias joaninas la tradición textual muestra considerable variación, dándose el nombre de Simón como el del padre de Judas (Jn. 6.71; 13.2, 26), y haciéndose una explicación adicional de Iscariote mediante el agregado de apo Karyotou (en ciertas lecturas de 6.71; 12.4; 13.2, 26; 14.22). Estos datos adicionales proporcionados por Juan confirmarían la derivación de “Iscariote” del heb. ˒ı̂š qerı̂yot, ‘hombre de Queriot’. Queriot está ubicada en Moab, de acuerdo con Jer. 48.24, 41; Am. 2.2; pero hay otra posible identificación, con Queriot-hezrón (Jos. 15.25, °vm), que se encuentra 19 km al S de Hebrón. Esta explicación geográfica de “Iscariote” es preferible al parecer que considera que el origen de esta palabra es sikarios, la forma arameizada de ˒isqaryā˒ā, ‘asesino’ (cf. Hch. 21.38), como sugieren Schulthess y O. Cullmann, The State in the New Testament, trad. ing. 1957, pp. 15s [trad. cast. El estado en el Nuevo Testamento, 1961]. Pero véase la opinión contraria, M. Hengel, Die Zeloten, 1961, pp. 49.

II. Su actuación

En el grupo apostólico Judas cumplía funciones de tesorero (Jn. 13.29), mientras que en otro texto joanino se lo denomina “ladrón” (12.6), principalmente, podemos suponer, en el sentido de que se apropiaba del dinero que se le confiaba. Para este sentido del verbo traducido “sustraía” en 12.6, como lo confirman los papiros, véase A Deissmann, Bible Studies, trad. ing. 1901, pp. 257.

Las escenas finales del relato del evangelio se ven ensombrecidas por la traición de este personaje, “uno de los doce”, como se lo llama repetidamente (Mr. 14.10, cf. 14.20; Jn. 6.71; 12.4). Judas critica la acción de María, que ungió los pies del Maestro con el precioso ungüento (Jn. 12.3–5). El objeto del comentario del evangelista es hacer resaltar la avaricia de Judas, que no vio en el precio del ungüento la acción hermosa que Jesús alabó (Mr. 14.6), sino solamente un medio de aumentar el fondo apostólico y, por lo tanto, engrosar su propio bolsillo. Y aun este motivo lo disfrazó con el argumento, laudable en apariencia, de que el dinero podría haber sido empleado para ayudar a los pobres. De este manera, a la ambición añadió el engaño. Inmediatamente después de este incidente en Betania, Judas acude a los principales sacerdotes para traicionar al Señor (Mt. 26.14–16; Mr. 14.10–11; Lc. 22.3–6). Marcos se limita a relatar el hecho de la traición, y añade que los sacerdotes le habían prometido dinero.

Mateo agrega el detalle de la suma ofrecida, que puede haber sido un pago parcial de la cantidad acordada (con una implícita alusión a Zac. 11.12, posiblemente a Ex. 21.32; cf. Mt. 27.9). Lucas hace resaltar el profundo significado del acto cuando relata que Satanás entró en el traidor y le inspiró su nefasto pecado (cf. Jn. 13.2, 27). Los sinópticos concuerdan en que Judas decidió esperar una oportunidad favorable para entregar a Jesús a sus enemigos secretamente, e. d. “en privado”, por argucia (para esta trad. en Lc. 22.6; Mr. 14.1–2, véase J. Jeremias, The Eucharistic Words of Jesus² trad. ing. 1966, pp. 72 [trad. cast. La última cena, palabras de Jesús, 1980]).

Esa oportunidad se presentó la noche en que Jesús se reunió con los Doce en el aposento alto, para la última cena (Mr. 14.17ss y pasajes paralelos), hecho que ha quedado perpetuado en la tradición eucarística de la iglesia, que data de la época de san Pablo (1 Co. 11.23: “la noche que fue entregado”). El Señor, con visión profética, anticipa la acción del traidor cuya presencia es conocida en la mesa. En el relato de Marcos no se menciona a Judas por nombre, y parece haber cierto aire de perplejidad con respecto a la identidad del traidor. La conversación de Mt. 26.25, con el diálogo basado en preguntas y respuestas, puede entenderse mejor como hablada en susurros, mientras que la narración joanina preserva la tradición directa de la pregunta del discípulo amado, y la acción de Jesús al mojar el pan, las que pueden haberse formulado y realizado de un modo confidencial. De todas maneras, este es el último llamado del Señor a Judas, como también el rechazo final del traidor. (véase F. C, Fensham, “Judas’ Hand in the Bowl and Qumran”, RQ 5, 1965, pp. 259–261, para el rechazo de Jesús por Judas.) A partir de ese momento Satanás toma el control del que se había convertido en su cautivo; y este último sale a la oscuridad de la noche (Jn. 13.27–30).

El plan preconcebido para el arresto de Jesús se cumple totalmente. El secreto que traicionó Judas fue evidentemente el lugar de reunión en Getsemaní esa noche; y el grupo de soldados, dirigidos por Judas, llegó hasta donde nuestro Señor se encontraba orando (Mr. 14.43). La señal de identificación ofrece el último toque de ironía. “Al que yo besare, ese es”, acción con la cual el traidor completó su cometido.

Los últimos capítulos de la vida de Judas están plagados de dificultades. La Escritura da testimonio de su patético remordimiento. Sin embargo, el único evangelista que registra esto es Mateo (27.3–10). A este relato del tormento de su remordimiento y suicidio debe añadirse la narración de Hch. 1.18–19; para completar el cuadro, también debemos mencionar el grotesco testimonio de Papías, Frag. 3, preservado por Apolinario de Laodicea. Este último texto puede consultarse en la serie Ancient Christian Writer, 6, traducida y anotada por J. A. Kleist, eds. 1957, pp. 119. Papías relata la forma en que se hinchó el cadáver de Judas (este es un posible significado de la frase “y cayendo de cabeza” en Hch. 1.18; véase Arndt, bajo prēnēs), y agrega que murió en su propia porción de tierra. Varias veces se ha tratado de armonizar las versiones (p. ej. la sugerencia de Agustín de que la cuerda se rompió, y de que Judas murió a consecuencia de la caída, en la forma que relata Hch. 1.18, combinando así los relatos de Mateo y del libro de Hechos). Pero aun más aterrador que los horrendos detalles es el simple y severo veredicto de Hch. 1.25: “Este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar.” El apóstol se había convertido en apóstata, y se había encaminado hacia el destino reservado para tales hombres.

III. Carácter

Esta referencia nos impulsa a determinar cuál era la verdadera personalidad de Judas. Si “su propio lugar” es el lugar que él mismo eligió, ¿qué motivos lo llevaron a su horrendo fin y destino? ¿Cómo podemos armonizar esta declaración con los pasajes de la Escritura que nos dan la impresión de que Judas fue predeterminado para cumplir el papel de traidor, que Jesús lo eligió, sabiendo que lo traicionaría, que desde un principio lo había marcado con el inexorable título de “hijo de perdición” (Jn. 17.12)? Los estudios psicológicos sobre él no son definitorios ni muy provechosos. El amor al dinero; celos por otros discípulos; miedo al resultado inevitable del ministerio del Maestro, que lo hizo convertirse en testigo fiscal a fin de salvar su propia piel; intención entusiasta de obligar a Cristo a declararse Mesías (la famosa reconstrucción de Quincey); su espíritu amargado y vengativo, que se asomó cuando se deshicieron sus esperanzas terrenales, decepción que se tornó en despecho, y el despecho en odio. Todos estos son motivos que se han sugerido. Quizás sea necesario establecer tres principios generales antes de comenzar a analizar tales consideraciones. 1. No debemos dudar de la sinceridad del llamado del Señor. Jesús, al principio, lo consideró potencialmente seguidor y discípulo. Ninguna otra presuposición haría justicia al carácter del Señor, y a sus repetidos llamamientos a Judas. 2. El preconocimiento del Señor con respecto a él no conlleva preordenación forzosa, de tal manera que Judas tenga que convertirse inevitablemente en traidor. 3. En realidad Judas nunca llegó a ser un verdadero seguidor de Cristo. Cayó del apostolado, pero nunca (por lo menos, que sepamos) tuvo una relación genuina con el Señor Jesús. De modo que siguió siendo “el hijo de perdición”, que se perdió porque nunca había sido “salvado”. El título máximo que le dio a Jesús fue “Maestro” (Mt. 26.25), pero nunca “Señor”. Permanece en el escenario de la Escritura como una terrible advertencia al seguidor de Cristo no comprometido, que no abandona su compañía pero que no comparte su espíritu (cf. Ro. 8.9b); abandona el relato del evangelio como “sentenciado y condenado” porque así lo quiso, y Dios lo confirmó en esa terrible elección.

Bibliografía. C. Gancho, “Judas Iscariote”, °EBDM, t(t). IV, cols. 742–751; J. Blinzler, El proceso de Jesús, 1959; L. del Vasto, Judas, 1960; J. Mateos, Los “Doce” y otros seguidores de Jesús, 1982, pp. 240–245.

Las dificultades asociadas con los detalles variables de la muerte de Judas se analizan en BC, 1.5, pp. 22–30; cf., tamb., Arndt, loc. Cit., y s.v. “Ioudas”, 6; K. Lüthi, Judas Iskarioth, 1955; D. Haugg, Judas Iskarioth in den neutestamentlichen Berichten, 1930; J. S. Stewart, The Life and Teaching of Jesus Christ, 1933, pp. 166–170; P. Benoit, art. “La mort de Judas” en obras completas, Exégèse et Théologie, 1961; B. Gärtner, Iscariot, trad. ing. 1971.

R.P.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

El discípulo que traicionó a su Divino Maestro. El nombre Judas (Ioudas) es la forma griega de Judá (en hebreo “alabado”), un nombre propio que se encuentra frecuentemente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Incluso entre los Doce había dos que llevaban el nombre, y por esta razón está habitualmente asociado con el sobrenombre Iscariote [en hebreo, “de Kerioth” o Carioth, que es una ciudad de Judea (cf. Josué 15, 25)]. No puede caber duda de que esta es la interpretación correcta del nombre, aunque el verdadero origen está oscurecido por la ortografía griega, y, como podía esperarse, se han sugerido otros orígenes (vg.:de Isacar).

Se nos cuenta muy poco en el Texto Sagrado respecto a la historia de Judas Iscariote más allá de los hechos desnudos de su llamada al Apostolado, su traición, y su muerte. Su lugar de nacimiento, como hemos visto, se indica en su nombre Iscariote, y puede señalarse que su origen le separa de los demás Apóstoles, que eran todos galileos. Pues Kerioth es una ciudad de Judea. Se ha sugerido que este hecho puede haber tenido alguna influencia en su carrera, al provocar falta de simpatía con sus hermanos en el Apostolado. No se nos dice nada respecto a las circunstancias de su llamada o su participación en el ministerio y milagros de los Apóstoles. Y es significativo que nunca se le menciona sin alguna referencia a su gran traición. Así en la lista de los Apóstoles dada en los Evangelios Sinópticos, leemos: “ y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó” (Mateo 10, 4. Cf. Marcos 3,19; Lucas 6, 16). Así de nuevo en el Evangelio de San Juan el nombre se presenta de nuevo en conexión con el anuncio de la traición: “Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y uno de vosotros es un diablo” (Juan 6, 70-71).

En este pasaje San Juan añade un particular adicional al mencionar el nombre del padre del Apóstol traidor, que no se recoge por los otros evangelistas. Y es él de nuevo quien nos dice que Judas llevaba la bolsa. Pues, tras describir la unción de los pies de Cristo por María en la fiesta en Betania, el Evangelista continua:

Dice Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’ No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella (Juan 12, 4-6).

Este hecho de que Judas llevaba la bolsa es de nuevo referido por el mismo Evangelista en su relato de la Última Cena (13, 29). Los Evangelios Sinópticos no reseñan este cargo de Judas, ni dicen que fuera él quien protestó del supuesto derroche de ungüento. Pero es significativo que tanto en Mateo como en Marcos el relato de la unción está seguido inmediatamente por el relato de la traición: “Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” (Mateo, 26 14-15); “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero” (Marcos, 14, 10-11). Se observará que en ambos relatos Judas toma la iniciativa: no es tentado o seducido por los sacerdotes, sino que se acerca a ellos por su propia decisión. San Lucas cuenta la misma historia, pero añade otro matiz al atribuir el hecho a la instigación de Satanás: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. Él aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarlo sin que la gente lo advirtiera” (Lucas, 22, 3-6).

Del mismo modo San Juan hace hincapié en la instigación del espíritu maligno: “cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, el hijo de Simón, el propósito de entregarle” (13, 2). El mismo Evangelista, como hemos visto, nos da una temprana insinuación del previo conocimiento de Cristo de la traición (Juan 6, 70-71), y en el mismo capítulo dice expresamente: “Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar” (6, 64). Pero coincide con los Sinópticos al registrar una predicción más explícita de la traición en la Última Cena: “Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará” (Juan 13, 21), Y cuando el propio San Juan, a petición de Pedro, preguntó quién era éste, “ le responde Jesús: Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar. Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: Compra lo que nos hace falta para la fiesta, o que le mandaba dar algo a los pobres” (13, 26-29). Estos últimos detalles sobre las palabras de Jesús y la natural conjetura de los discípulos, sólo se dan por San Juan. Pero la predicción y la pregunta de los discípulos se recogen por todos los Sinópticos (Mateo,26; Marcos, 14; Lucas, 22). San Mateo añade que el propio Judas preguntó, “¿Soy yo, maestro?” y fue respondido “Tú lo has dicho” (26, 25). Los cuatro evangelistas concuerdan respecto a los hechos de la traición que siguieron tan de cerca a esta predicción, y cuentan cómo el traidor vino con una multitud o banda de soldados de los sumos sacerdotes, y los llevó al lugar donde sabía que encontraría a Jesús con sus fieles discípulos (Mateo, 26, 47; Marcos, 14, 43; Lucas, 22, 47; Juan, 18, 3). Pero algunos tienen detalles que no se encuentran en los demás relatos. Que el traidor dio un beso como señal se menciona en todos los Sinópticos, pero no por San Juan, quien a su vez es el único en contarnos que los que venían a prender a Jesús cayeron de espaldas al suelo cuando Él respondió “Yo soy”. También, San Marcos cuenta que Judas dijo “Rabbí” antes de besar a su Maestro; pero no da ninguna respuesta. San Mateo, tras registrar esta palabra y el beso del traidor, añade “Jesús le dijo: Amigo, ¡a lo que estás aquí!” (26, 50). San Lucas (22, 48) da las palabras: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”.

San Mateo es el único Evangelista en mencionar la cantidad pagada por los sumos sacerdotes como precio de la traición, y de acuerdo con su costumbre observa que con ello se ha cumplido una profecía del Antiguo Testamento (Mateo, 26, 15; 27, 5-10). En este último pasaje cuenta el arrepentimiento y suicidio del traidor, sobre el que callan los demás Evangelios, aunque tenemos otro relato de estos acontecimientos en el discurso de San Pedro: “Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de Judas, que fue el guía de los que prendieron a Jesús. Él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. Éste, pues, habiendo comprado un campo con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir, campo de sangre. Pues en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien habite en ella. Y también: Que otro reciba su cargo” (Hechos, 1, 16-20. Cf. Salmos, 68, 26; 108,8). Algunos críticos modernos hacen gran hincapié en las aparentes discrepancias entre este pasaje de los Hechos y el relato dado por San Mateo. Pues las palabras de San Pedro tomadas en sí mismas parecen implicar que el propio Judas compró el campo con el precio de su iniquidad, y que fue llamado “campo de sangre” por su muerte. Pero San Mateo, por otro lado, dice: “Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Pequé entregando sangre inocente. Ellos dijeron: A nosotros, ¿qué? Allá tú. Entonces él tiró las monedas en el Santuario, se retiró y fue y se ahorcó.”Tras esto el Evangelista continúa contando cómo los sacerdotes, con escrúpulos de echar las monedas en el tesoro de las ofrendas porque eran precio de sangre, las gastaron en comprar el campo del alfarero para sepultura de forasteros, el cual por esta causa fue llamado campo de sangre. Y en esto San Mateo ve el cumplimiento de la profecía atribuida a Jeremías (pero que se encuentra en Zacarías, 11,12-13): “Y tomaron las treinta monedas de plata, cantidad en la que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor” (Mateo, 27, 9-10).

Pero no parece haber gran dificultad en reconciliar los dos relatos. Pues el campo, comprado con el precio rechazado de su traición, puede bien ser descrito como indirectamente comprado o poseído por Judas, aunque no lo comprara él mismo. Y las palabras de San Pedro sobre el nombre Haceldama pueden referirse a la “recompensa de iniquidad” tanto como a la muerte violenta del traidor. Dificultades similares surgen respecto de las discrepancias de detalle descubiertas en los diversos relatos de la propia traición. Pero se descubrirá que, sin violentar el texto, las narraciones de los cuatro Evangelistas pueden armonizarse, aunque en algún caso queden algunos puntos oscuros o dudosos. Se discute, por ejemplo, si Judas estuvo presente en la institución de la Sagrada Eucaristía y comulgó con los demás Apóstoles. Pero el peso de la autoridad está a favor de la respuesta afirmativa. También ha habido alguna diferencia de opinión respecto al momento de la traición. Algunos consideran que fue decidida repentinamente por Judas tras la unción en Betania, mientras que otros suponen una negociación más prolongada con los sumos sacerdotes. Pero estos interrogantes y dificultades textuales se borran en la insignificancia al lado del gran problema moral que plantea la caída y traición de Judas. En su sentido más auténtico, todo pecado es un misterio. Y la dificultad es mayor cuanto mayor es la culpa, más pequeño el motivo de obrar mal, y mayor la medida del conocimiento y gracias otorgados al ofensor. De todos modos la traición de Judas parecería ser el más misterioso e ininteligible de los pecados. Pues, ¿cómo alguien elegido como discípulo, disfrutando de la gracia del Apostolado y del privilegio de la amistad íntima con el Divino Maestro, podría ser tentado a tan gran ingratitud por un precio tan insignificante? Y la dificultad es mayor cuando se recuerda que el Maestro tan inmotivadamente traicionado no era duro ni severo, sino un Señor de amable bondad y compasión. Visto bajo cualquier perspectiva el crimen es tan increíble, tanto en sí mismo como en sus circunstancias, que no es ninguna maravilla que se hayan hecho muchos intentos de dar una explicación inteligible de su origen y motivos, y, desde los extravagantes sueños de los herejes antiguos a las audaces especulaciones de los críticos modernos, que el problema planteado por Judas y su traición haya sido objeto de extrañas y asombrosas teorías. Como un traidor suscita naturalmente un odio particularmente violento, especialmente entre los devotos a la causa o persona traicionada, sería natural que los cristianos consideraran a Judas con aversión, y, si fuera posible, lo pintaran más negro de lo que fue no atribuyéndole ninguna buena cualidad en absoluto. Esta sería una opinión extrema, que, en cierto modo, disminuye la dificultad. Pues si se supusiera que él nunca creyó realmente, si fue un falso discípulo desde el principio, o, como el Evangelio apócrifo Árabe de la Infancia dice, estuvo poseído por Satanás incluso en su niñez, no habría caído bajo la influencia de Cristo o disfrutado de la iluminación y dones espirituales del Apostolado.

En el extremo opuesto está la extraña opinión sostenida por la antigua secta gnóstica conocida como los Cainitas, descrita por San Ireneo (Adv. Haer., I, c. ult.), y más completamente por Tertuliano (Praesc. Haeretic., xlvii), y San Epifanio (Haeres., xxxviii). Algunos de estos herejes, cuya opinión ha sido revivida por algunos autores modernos en forma más plausible, mantenían que Judas estaba en realidad inspirado, y actuó como lo hizo para que la humanidad pudiera ser redimida por la muerte de Cristo. Por esta razón lo consideran digno de gratitud y veneración. En la versión moderna de esta teoría se sugiere que Judas, que en común con los demás discípulos esperaba un reino temporal del Mesías, no previó la muerte de Cristo, sino que deseaba precipitar una crisis y apresurar la hora de su triunfo, pensando que su detención provocaría un alzamiento del pueblo que lo pondría en libertad y lo colocaría en el trono. En apoyo de esto señalan el hecho de que, cuando descubrió que Cristo era condenado y entregado a los romanos, inmediatamente se arrepintió de lo que había hecho. Pero, como señala Strauss, este arrepentimiento no prueba que el resultado no hubiera sido previsto. Pues los asesinos, que han matado a sus víctimas con deliberado designio, se ven a menudo impulsados al remordimiento cuando los actos ya se han llevado a cabo. Un católico, en cualquier caso, no puede ver con aprobación estas teorías puesto que son claramente contrarias al texto de la Escritura y a la interpretación de la tradición. Por difícil que pueda ser de comprender, no podemos poner en cuestión la culpa de Judas. Por otro lado, no podemos adoptar el punto de vista opuesto de los que niegan que fuera alguna vez un verdadero discípulo. Pues, en primer lugar, esta opinión parece difícil de reconciliar con el hecho de que fuera elegido por Cristo para ser uno de los Doce. Esta elección, puede decirse con seguridad, implica algunas buenas cualidades y el otorgamiento de gracias no despreciables.

Pero, aparte de esta consideración, puede señalarse que al exagerar la malicia original de Judas, o negar incluso que hubo algo bueno en él, minimizamos o despreciamos la lección de esta caída. Los ejemplos de los santos se pierden para nosotros si pensamos de ellos que eran de otra especie sin nuestra debilidad humana. Y del mismo modo es un grave error creer que Judas era un demonio sin ningún elemento de bondad y de gracia. De su caída queda la advertencia de que incluso la gran gracia del Apostolado y la amistad familiar de Jesús puede ser inútil para quien es infiel. Y, aunque no se pueda admitir nada para paliar la culpa de la gran traición, ésta puede hacerse más inteligible si la pensamos como el resultado de una caída gradual en cosas menores. También el arrepentimiento puede ser tomado como implicación de que el traidor se engañó con la falsa esperanza de que, después de todo, Cristo pasaría entre medio de sus enemigos como lo hizo al borde de la montaña. Y aunque las circunstancias de la muerte del traidor dan sobrada razón para temer lo peor, el Texto Sagrado no rechaza claramente la posibilidad de un arrepentimiento real. Y Orígenes extrañamente suponía que Judas se ahorcó para buscar a Cristo en el otro mundo y pedirle perdón. (In Matt., tract. xxxv).

CHRYSOSTOMUS, Hom. De Juda Proditore: MALDONATUS y otros comentaristas del Nuevo Testamento; EPIPHANIUS, Haeres., xxxviii; La leyenda de la muerte de Judas en SUICER, Thesaurus. Punto de vista moderno en STRAUSS, Das Leben Jesu.

W.H. KENT
Transcrito por Thomas M. Barrett
Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica