LAMENTACIONES

El libro comprende cinco poemas que lamentan la desolación que habí­a alcanzado a la santa ciudad en 586 a. de J.C. Las primeras cuatro composiciones consisten de acrósticos basados en el abecedario heb. Cada v. de los capí­tulos 1 y 2 comienza con una palabra cuya primera consonante es sucesivamente una de las 22 letras del abecedario heb. Una pequeña variación en el orden común ocurre en 2:16, 17; 3:47, 48; y 4:16, 17. La peculiaridad del cap. 3 consiste de un arreglo alfabético triple, de modo que las tres lí­neas de cada estrofa comienzan con la misma letra. El cap. 5 no es un acróstico, aunque igual que los otros caps., contiene 22 estrofas, y es una oración en vez de ser una elegí­a. Esta clase de formas alfabéticas probablemente serví­a de estí­mulo, útil a la memoria en una época cuando los manuscritos eran escasos y caros.

Aunque en heb. no habí­a un nombre por el cual se conociera al libro, su autorí­a fue atribuida a Jeremí­as por autoridades antiguas.

El libro lamenta el asedio y destrucción de Jerusalén y se apena por los sufrimientos de los habitantes durante ese tiempo. Confiesa los pecados para bien del pueblo y sus lí­deres en una manera conmovedora; reconoce una completa sumisión a la voluntad divina y ruega a Dios mostrar su favor para con el pueblo restaurándolo.

Análisis:
1. La ciudad caí­da admite su pecado y la justicia del juicio divino (capí­tulos 1—2).

2.

Lamentación; reafirmación de la misericordia y del juicio divino; oración por intervención divina (capí­tulos 3—4).

3. Más confesión y oración por piedad (cap. 5).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

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Suelen denominarse así­ a los cantos funerarios o elegí­as que aparecen en diversas literaturas y especialmente en el texto bí­blico. Suelen comenzar estos cánticos fúnebres por las expresión “Eka! (Ay… Cómo es posible…) en forma de lamento desgarrado.

Entre las más significativas cabe recordar la de David a la muerte de Saúl y Jonatán (2 Sam 1. 19-27) y por Abner (2 Sam. 3. 33). Los profetas son dados a este género, convertido en poemas especiales (quinas), que repiten con frecuencia: Am. 5.2; Is. 14. 4-21; Jer. 9. 16-21; Ez. 19. 1-14 y 32. 19-32
Aunque no sea de Jeremí­as, se le atribuye el Libro de las Lamentaciones, que recoge, con el sentido doliente de este Profeta, cinco poemas que usa la Iglesia desde antiguo en la Liturgia del Viernes Santo.

En el Nuevo Testamento aparecen “Lamentaciones” en los evangelistas como la de Jesús sobre Jerusalén (Mt. 23. 37-39) o las que se consignan en el Apocalipsis: 18.11; 18.16 y 18. 19 -20.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> Sión, sufrimiento). Nombre de un género literario y de un libro que lleva ese nombre, escrito tras la caí­da de Jerusalén (año 587 a.C.), que la tradición ha vinculado con el profeta Jeremí­as*. El libro de Jeremí­as anuncia y relata la ruina de Sión; Lamentaciones confiesa el pecado y expone el llanto de la ciudad destruida. “¡Qué solitaria está la ciudad populosa! Se ha quedado viuda la primavera de las naciones; la princesa de las provincias en trabajos forzados. Pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por las mejillas. No tiene amigos que la consuelen; todos sus aliados la han traicionado, se han vuelto enemigos. Judá marchó al destierro, humillada y esclava; hoy habita entre gentiles, sin encontrar reposo. Los que la perseguí­an le dieron alcance y la cercaron” (Lam 1,1-3).

(1) El llanto de la Hija-Sión. Esta es una plegaria narrativa que recoge uno tras otro los surcos que ha excavado el dolor entre los miembros de su pueblo: “Sus amigos la han vencido, han triunfado sus adversarios, porque el Señor la ha castigado por su continua rebeldí­a… El Señor se portó como enemigo, destruyendo a Israel… Como un salteador, destruyó la tienda, arrasó el lugar de la asamblea…” (Lam 1,5; 2,5-6). Más que una reflexión sobre el pecado y ruina del pueblo, en perspectiva moralista, Lam evoca el llanto de la Hija-Sión. “Ha perdido la Hija-Sión toda su hermosura. Sus nobles como ciervos que no encuentran pastizal han marchado sin fuerza, delante de sus perseguidores” (Lam 1,6). La Hija-Sión era belleza: signo de la gloria de Dios sobre la tierra; gozaban en ella las doncellas, los varones y mujeres y los niños; a todos ofrecí­a antes un lugar de paraí­so sobre el mundo (Lam 1,1-7). Ahora es una viuda, huérfana de Dios (cf. Lam 1,1.17.19). Por eso llora: “¡Ay! ¡Cómo ha oscurecido el Señor en su cólera a la Hija-Sión, cómo ha lanzado del cielo a la tierra el brillo de Israel!” (Lam 2,1). Da la impresión de que toda la historia anterior ha sido sólo un ensueño; los habitantes de Jerusalén, los fieles de su templo habí­an acariciado un imposible; la cruda realidad del mundo les ha desesperado y yacen caí­dos, aplastados, al margen de los planes de Dios para los hombres. Yahvé mismo lo ha tramado. ¿Quién más podí­a hacerlo? “Tendió como enemigo su arco, afirmó su mano derecha; como adversario ha matado todo el orgullo de nuestros ojos; en la tienda de la HijaSión ha derramado como fuego su furor… Yahvé ha determinado arrasar las murallas de la Hija-Sión, ha tendido la plomada, no ha retirado su mano de la destrucción, se lamentaban muralla y baluarte al desplomarse juntas” (2,4.8).

(2) Dios causante, Dios remedio de los males. Ciertamente, se sabe que a nivel externo fueron los soldados babilonios con los aliados del entorno los que arrasaron la ciudad de Jerusalén el 587 a.C. Pero el poeta del libro de las Lamentaciones sabe que ellos fueron unos simples instrumentos. El causante verdadero de la ruina de Sión ha sido el mismo Dios: el amigo convertido en enemigo que incendia la tienda y arrasa la muralla de la Hija-Sión. Pues bien, este pasaje ha de entenderse en forma de catarsis: la Hija-Sión confiesa su propia culpa, se la dice a Dios, se pone en sus manos. Precisamente allí­, en el margen de la muerte, perdidas todas sus seguridades, en el momento en que el mito de la ciudad/montaña sagrada desaparece, se podrá empezar un nuevo camino de simbolización creadora. El mito o, si se quiere, el sí­mbolo de fondo de Sión como montaña/templo/ciudad de Dios podí­a ofrecer a sus devotos una seguridad ilusoria: les daba la certeza de que tení­an un valor, estaban en posesión de la verdad/fuerza de Dios. Pues bien, todo eso ha quebrado, pero queda la pregunta de la Hija-Sión, que confiesa sus culpas y se lamenta: “Se han sentado en tierra, han callado los ancianos de la Hija-Sión, han echado polvo en sus cabezas, se han vestido de saco, han humillado al suelo la cabeza las doncellas de Jerusalén” (2,10). Esta es una liturgia de duelo: unos ancianos que callan, unas muchachas que se humillan, sin esperanza. Faltan las razones del pasado y del futuro, pero queda el llanto de los ancianos callados y de las muchachas humilladas. Pues bien, en su misma actitud descubrimos un gesto de fe, como formula el poeta: “¿A quién te compararé, a quién te asemejaré? ¡Oh Hija Jerusalén! ¿A quién te igualaré para consolarte, doncella Hija-Sión? Pues grande como el mar es tu ruina. ¿Quién te sanará?” (Lam 2,13). Han combatido contra ella, pero ella no era inocente (como suponí­a el mito). La han atacado y han podido destruirla, en contra de lo que muchos habí­an supuesto. Es hija derribada y arruinada: no ha podido crecer ni mantenerse. Pero en el fondo del mismo desamparo, el texto supone que Dios la quiere y castiga, al mismo tiempo, de tal forma que en su dolor se está expresando algo del mismo dolor de Dios. Vista así­, la Hija-Sión es simplemente dolorosa.

(3) La razón del llanto. La Hija-Sión es culpable, no lo niega. Pero desde el fondo de su culpabilidad, admitida sin rencor, desde el fondo de su dolor, ella eleva un grito que puede llegar hasta Dios: “Grita al Señor (Adonai) de todo corazón, muralla de la Hija-Sión, derrama lágrimas a rí­os, dí­a y noche: no te concedas reposo, no descansen las niñas de tus ojos; levántate, grita de noche, al comienzo de las guardias…” (2,19-20). Cuando no quedan razones, puede y debe expresarse ante Dios la razón superior del puro llanto. Una pared rota, esto es la Hija-Sión: muralla derruida que grita dí­a y noche con la voz de sus piedras derribadas, quemadas… Mujer joven que gime (bettidat: 2,13), esto es la Sión; ciudad hecha lamento, humanidad que llora, esto es la Hija quebrada, dolorosa. Estamos cerca del libro de Job, pero Job insiste en su inocencia. Por el contrario, la Hija-Sión de Lam no es inocente: ella está recibiendo la paga de su propio pecado. Pues bien, a pesar de eso (quizá por eso mismo), su dolor es redentor: Dios escucha el grito de la pecadora dolorida. En una situación como ésta no existe más actitud que el dolor arrepentido y la plegaria: “Pero Tú, Señor, eres rey por siempre, tu trono dura de edad en edad. ¿Por qué te olvidas siempre de nosotros y nos tienes abandonados por tanto tiempo? Señor, tráenos hacia ti para que volvamos, renueva los tiempos pasados, ¿o es que ya nos has rechazado, o es que tu cólera no tiene medida?” (Lam 5,19-22).

Cf. J. A. Mayoral, Sufrimiento y esperanza. La crisis exí­lica en el libro de las Lamentaciones, Verbo Divino, Estella 1994.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Con el término ” lamentación” se designa una forma bí­blica de oración en la que se piensa ante Dios sobre un acontecimiento doloroso y trágico. El libro bí­blico llamado Lamentaciones está compuesto de cinco pequeños poemas redactados después de la caí­da y conquista de Jerusalén por obra del ejército babilonio (587 a.C.). Aquel hecho marcó el final del Estado de Judá y el comienzo de una gran diáspora del pueblo judí­o en el mundo. Sobre él medita el autor de las Lamentaciones. Estos poemas son anónimos. Una antigua tradición los atribuye al profeta Jeremí­as, basándose en 2 Cr 35,25. La forma poética que se utiliza es, sobre todo, aunque con algunas variantes, la del acróstico: cada uno de los cinco capí­tulos contiene tantos versí­culos cuantas son las letras del alfabeto hebreo (o sea 22) y, a excepción de los capí­tulos 3 y 5, cada versí­culo comienza con una- letra diferente, en orden progresivo, del alfabeto hebreo. Se trata de un expediente artificioso, pero eficaz: quiere decir que cada uno de los poemas es completo – dirí­amos que va “de la a a la zeta”-, conteniendo todo lo que se puede y se quiere decir.

No es posible vislumbrar una sucesión ni cronológica ni lógica progresiva en las Lamentaciones, de las que está ausente toda referencia a fechas, 1ugares, personas y acontecimientos particulares. La meditación poética se desarrolla como una espiral que da vueltas y más vueltas, con variaciones y repeticiones continuas de los mismos temas. Sin embargo, la obra no carece de una estructura lineal y clara.

Los dos primeros capí­tulos son una elegí­a lí­rico-dramática que introduce en la oración la historia humana de dolores, de infidelidades y pecados, de destrucción y castigo: la ciudad madre Jerusalén es la imagen que domina sobre todo en el c. 1, mientras que en el c. 2 el protagonista es el Señor. El c. 3 es el centro literario y teológico del libro. La figura central no es la ciudad como encarnación del pueblo, sino un individuo anónimo, que es solidario con los sufrimientos y – las culpas de su pueblo. El personaje simbólico es un justo perseguido, comparable al orante de los salmos llamados de “lamentación” y con el Siervo del Señor de Is53. EL lenguaje remite a un contexto litúrgico. En los cc. 4-5 vuelve el tema de la corrupción y de la ruina del pueblo, pero con un movimiento nuevo de confesión de los pecados y de confianza y esperanza en el socorro y en la misericordia de Dios. No se trata de un banal ” final feliz”, sino de la lógica de la fe.

Los temas dominantes son: el sufrimiento humano, la oración de lamento y de esperanza en Dios: ¿cómo comprender la catástrofe polí­tico-social y el trauma religioso de Israel después de la caí­da de Jerusalén? Las Lamentaciones se enfrentan con realismo al presente; reconocen que el sufrimiento actual no es un signo de la debilidad o de la ausencia de Dios, sino todo lo contrario. No ha fallado el poder del Señor y la verdadera causa de la ruina J es el pecado, la infidelidad de Israel:
“El Señor es inocente; yo he sido rebelde a sus órdenes” (1,18). Todaví­a es posible la esperanza gracias a la misericordia y a la fidelidad del Señor. EsJ ta certeza permite la oración final del libro: ” Haznos volver a ti, Señor y J volveremos, renueva nuestros dí­as como antaño. ¿Acaso nos has rechazado del todo, te has airado contra nosotros sin medida?” (5,21-22).

La atribución tradicional, pero infundada, de las Lamentaciones al profeta Jeremí­as dio origen al término “jeremiadas” para indicar un lamento largo y triste, Las Lamentaciones se leen en la fiesta judí­a llamada “nueve del mes de Ab”, que conmemora la destrucción de Jerusalén en el afto 70 d.C., pero también la catástrofe anterior del 587 a.C. Los cristianos leen este texto el Viernes Santo, memoria de la pasión y . muerte del Señor.

A. Bonora

Bibl.: G. Ravasi, Lamentaciones, en NDTB, 995-998: L, Alonso SchOkel, Daniel, Baruc, Carta de Jeremí­as, Lamentaciones, Cristiandad, Madrid 1976; A. Gelin, Les Lamentations, Cerf, Parí­s 1951 : AA. VV., Lamentaciones, Cantar, Eclesiastés, Sabidurí­a, Verbo Divino, Estella 1994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. El llanto de Jerusalén en ruinas y en luto. II. Cinco grandes lamentaciones. III. Delito, castigo, perdón.

I. EL LLANTO DE JERUSALEN EN RUINAS Y EN LUTO. El interrogante inicial “¿cómo?” (en hebreo, ‘ekah), que dio tí­tulo al volumen hebreo, nos introduce en un poema coral, que se eleva como un grito de dolor de toda la nación judí­a desterrada. Se trata de las Lamentaciones (en hebreo la elegí­a se llama gí­nah y tiene un ritmo roto caracterí­stico de 3 + 2 acentos). La tradición se las atribuyó a / Jeremí­as (2Cr 35:25), espectador de la ruina de Jerusalén, aunque probablemente son de autores desconocidos. Todaví­a se usan hoy en la liturgia sinagogal, y parcialmente en la cristiana de semana santa. Aquel “¿cómo?” inicial contiene todo el asombro atónito de Israel ante el templo en ruinas y es como la sí­ntesis del lamento que a lo largo de los siglos han elevado y siguen elevando los judí­os al cielo ante el “muro de las lamentaciones”, esos célebres bloques de piedra que sirvieron de base al templo herodiano, última reliquia histórica de la realidad más querida y más santa de Israel. “Hombres con la barba rapada, los vestidos rasgados y el cuerpo lleno de cortaduras, trayendo ofrendas e incienso para ofrecerlos en el templo del Señor”: la escena descrita por Jer 41:5 (cf Zac 7:3-5; Zac 8:19) podrí­a servir de fondo ideal a las Lam y anticipar aquella solemnidad del judaí­smo tardí­o llamada 9 Av., conmemoración de la fecha trágica de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor (586 a.C.). Quizá sea en un marco litúrgico donde hay que colocar las Lam, porque es sabido, además, que en la colección de los / Salmos existen otras lamentaciones colectivas de todo Israel, que llora el dramático destino de la nación (cf Sal 44; 60; 74; 79; 80; 83; 85; 123; 129; el 137 es un claro ejemplo de lamentación: “Junto a los rí­os de Babilonia nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sión. En los sauces de al lado tení­amos colgadas nuestras cí­taras. Allí­ nuestros carceleros nos pedí­an cánticos y nuestros verdugos alegrí­a: ‘Cantadnos algún cántico de Sión’. ¿Cómo í­bamos a cantar un cántico del Señor en paí­s extranjero?”).

Las súplicas contenidas en esta obrita son cinco, y su intensidad no pierde calor por la erudición de que hacen alarde en más de un punto ni por el esquema un tanto rí­gido que adoptaron las cuatro primeras. Se trata de lo que técnicamente se llama el “acróstico alfabético”: cada estrofa de cada una de las lamentaciones comienza con palabras cuyas iniciales son las letras del alfabeto hebreo en sucesión progresiva. La quinta lamentación, aunque no sigue este modelo estilí­stico, que tení­a probablemente funciones prácticas memorí­sticas y no mágicas, como algunos han pensado, está compuesta de 22 versí­culos, tantos como son las letras del alfabeto hebreo. La cualidad de estos poemas de dolor comunitario no es del todo homogénea. Los capí­tulos 1, 2 y 4 son auténticos cantos fúnebres nacionales; el capí­tulo 3 es un lamento individual, y el capí­tulo 5 es más bien un lamento colectivo. Intentemos trazar ahora de forma esencial el movimiento de cada una de estas páginas, que, entre otras cosas, han inspirado también dos importantes partituras musicales de nuestro siglo (prescindiendo de las del pasado). En 1949 L. Bernstein publicaba la Jeremiah Symphony para mezzosoprano y orquesta, mientras que en 1958 U. Stravinskij daba a su composición para coro y orquesta el tí­tulo Threni, término con que se designan las Lam en la versión griega de los LXX y en la Vulgata.

II. CINCO GRANDES LAMENTACIONES. La primera lamentación (c. 1), en la que nos detendremos especialmente, es una conmovida representación poética de la desolación de la ciudad de Dios, bajo el ritmo de un estribillo que se repite cinco veces. “Nadie hay que la consuele” (vv. 2.9.16.17.21). La impresión global es monocorde; nos da la impresión de estar oyendo una lamentación oriental uniforme cuyos cí­rculos sonoros se cierran siempre sobre sí­ mismos. Pero si se observa el texto en profundidad, es posible advertir un desarrollo psicológico y dramático. Al principio el protagonista es el propio poeta, que habla de Jerusalén en tercera persona (vv. 1-11), meditando desde fuera en su trágico destino. En la segunda parte, por el contrario, es la ciudad misma de Sión, personificada, la que eleva su lamento dibujando su dolor con una tonalidad de colores muy intensos, de los que surge la figura del Señor juez (vv. 12-22). Si queremos seguir el poema de forma más directa, nos damos cuenta de que la escena se abre sobre Sión, representada como una viuda inconsolable que evoca las alegrí­as y el esplendor de su pasado; todo se concentra en aquel “¿cómo?” atónito e incrédulo (Jer 48:17; Isa 14:4; Eze 26:17). La explicación teológica de esta desolación se formula con el lenguaje de Oseas (c. 2), de Jeremí­as (Eze 22:20-22; Eze 30:14) y de Ezequiel (16; 20; 23) y se busca en el pecado de idolatrí­a cometido por Israel al adherirse a los cultos de la fertilidad. En este punto se enfoca la cámara sobre / Jerusalén desde diversos ángulos, revelando todos ellos cuadros angustiosos. Por un lado, el judí­o errante bajo cielos y entre naciones desconocidas (v. 3); por otro, las calles de Sión vací­as y sin la animación de voces y de cantos (v. 4); más allá aparecen triunfantes los enemigos, que ponen en fila a los deportados, los “niños” de la viuda Jerusalén (v. 5), o se dedican a saquear y a violar el templo; por otra parte, la antigua clase dirigente, que huye acosada como en una escena de caza, mientras que en los cúmulos de ruinas los pobres rebuscan desesperadamente un mendrugo de pan (vv. 6.10-11). De toda esta masa de ruinas y de miserias se eleva una voz: es la misma Jerusalén, desnuda e impura, que llora su desgracia.

Viene entonces la segunda parte del lamento. Sión, personificada, describe el “dí­a del Señor”, el “dies irae”, en que Dios se apareció como juez. No son los babilonios los que incendian y matan, sino el Señor mismo que condena el pecado idolátrico de Judá; él es “muy justo, porque yo me rebelé contra sus leyes” (v. 18). El Señor es como un vendimiador que pisa la uva, haciendo salir de ella el mosto rojo como la sangre; el Señor es quien nos ha cribado. El último y definitivo remedio es entonces la confesión penitencial. Encontrando de nuevo el coraje de la conversión, Israel volverá a ver brillar un nuevo “dí­a del Señor”, que será solamente salvación y liberación (v. 22). Esta primera lamentación, como está claro, concentra en sí­ todos los temas teológicos que sustancialmente imperarán también en las demás, que ahora presentamos brevemente.

La segunda lamentación (c. 2) se desarrolla en torno al amargo descubrimiento del Señor como enemigo de su pueblo. Es el mismo Yhwh el que ha destruido a Sión (vv. 1-9). ¿Por qué y cómo lo ha hecho? A este interrogante responden los versí­culos 10-17 con una explicación general (vv. 10-12) y otra dirigida expresamente a Sión (vv. 13-16). Sí­, “el Señor ha realizado lo que habí­a decidido, ha cumplido su palabra pronunciada desde antiguo; ha destruido sin piedad, ha hecho que se rí­a de ti tu adversario, ha acrecentado el poder de tu enemigo (v. 7). La iniquidad de Judá ha sido la causa del juicio divino, y el pueblo babilonio el instrumento de su ira. El poema termina con una súplica dirigida a la misericordia divina (vv. 18-22).

La tercera lamentación (c. 3) es, por el contrario, personal y no nacional, y se parece a muchos salmos recogidos en el Salterio como súplicas individuales. Es la composición más autónoma del libro de las Lam y recoge una llamada a la fe, a la esperanza, a la penitencia y a la conversión (vv. 1-41), que al final se transforma progresivamente en oración comunitaria, expresada a través de la voz de un solista, que invoca la intervención liberadora del Señor (vv. 42-66).

La cuarta lamentación (c. 4) es una elegí­a nacional dominada por una larga y patética narración poética, hecha por un superviviente, del asedio y de la caí­da de Jerusalén (vv. 1-20): el destino de las diversas clases de ciudadanos, el derrumbamiento de la ciudad, la huida, la captura del rey se describen con la emoción y la vivacidad de un testigo ocular. Una imprecación contra Edón, enemigo tradicional de Israel, que se aprovechó lógicamente de la destrucción de Judá (cf Sal 137:7), y una bendición sobre Sión cierran el poema (vv. 21-22).

Finalmente, la llamada “Oración de Jeremí­as”, la quinta lamentación (c. 5). Definido así­ por la traducción latina de la Vulgata, este texto es una súplica comunitaria genérica destinada a una calamidad nacional sin especificar. La parte preponderante de la plegaria está reservada a la evocación de la situación de sufrimiento en que está inmerso el pueblo judí­o. La causa de una tragedia tan agobiante se describe en el versí­culo 7 según la teorí­a de la responsabilidad comunitaria en el pecado: “Nuestros padres pecaron, ya no existen; y nos-otros cargamos con sus iniquidades”. Pero se perfila un rayo de luz en el horizonte de esta plegaria y, por consiguiente, en todo el libro de las Lam: “¡Reclámanos, Señor, a ti y volveremos; renueva nuestros dí­as como antaño, si no nos has rechazado del todo, si no estás irritado contra nosotros sin medida!” (vv. 21-22).

III. DELITO, CASTIGO, PERDí“N. La breve lectura de los cinco textos que componen las Lam nos han ofrecido ya el núcleo teológico que le sirve de base. Brota de ellas un fuerte sentido del pecado, personal, nacional, generacional. El pecado es una ruptura consciente de la alianza con Yhwh y suscita una serie de reacciones en cadena. Estamos en presencia de la célebre “teorí­a de la retribución”, una auténtica “tecnologí­a moral” (Ph. Nemo), por la que el binomio negativo pecado-castigo y el positivo justicia-premio, que pueden verificarse ya en el ámbito terreno, son el eje en torno al cual se desarrolla la historia. Con este instrumento hermenéutico el judaí­smo posexí­lico intenta interpretar y justificar la tragedia del 586 a.C. Como atestiguará la protesta de Job, demasiadas veces el misterio del / mal desborda esta mecánica tan rí­gida, construida sobre la bipolaridad “delito-castigo” de Dostoyevski. Hemos visto que esta perplejidad, o por lo menos una cierta corrección de la óptica retributiva, surge ya en la teologí­a de las Lam. En particular, la última lamentación (pero también implí­citamente las demás) rompe la cadena rí­gida de la retribución e introduce un tercer eslabón: delito-castigoperdón. En el horizonte se vislumbra la esperanza, la certeza de la misericordia divina. Es lo que ya habí­a intuido Isaí­as: “Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; si fueren rojos cual la púrpura, se volverán como la lana” (Isa 1:18). En efecto, a la pregunta angustiosa de las Lam: “¿Hay quien consuele?”, el Segundo / Isaí­as responderá: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle… que está perdonado su pecado” (Isa 40:1-2). Por tanto, un gran realismo que ignora ilusiones gratificantes o autojustificantes, pero también una firme esperanza en la primací­a de la gracia divina.

BIBL.: ALBREKTSON B., Studies in the Text and Theology of the Book of Lamentations, Gleerup, Lund 1963; BUCCELLATI G., Gli Israeliti di Palestina al tempo dell ésilio, en “BibOr” 2 (1960) 199-209; COLOMBO D., Lamentazioni, Ed. Paoline, Roma 19853; GELIN A., Les Lamentations, Cerf, Parí­s 1951; ID, Lamentations (Livre de), en DBS V, 1957, 237-251; HILLER D.R., Lamentations, Doubleday & Co., Nueva York 1972; KRAUS H.J., Die Klagelieder (Threni), Neukirchener Verlag, Neukirchen 19683; MEECK TH.J.-MERRILL W.P., The Book of Lamentations, Nueva York-Nashville 1956; MOORE M.S., Human Suffering in Lamentations, en “RB” 90 (1983) 534-555; PLI5GER O., Die Klagelieder, en Die Fünf Megilloth, Mohr, Tubinga 19692, 127-164; RUDOLPH W., Die Klagelieder Mohn, Gütersloh 1962; WEISER A., Die Klageheder, Vandenhoeck & R., Gotinga 1962.

G. Ravasi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Lm 1-5
Sumario: 1. el llanto de Jerusalén en ruinas y, en luto. II. Cinco grandes lamentaciones. III. Delito, castigo, perdón.
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1. EL LLANTO DE JERUSALEN EN RUINAS Y EN LUTO.
El interrogante inicial †œccómo?† (en hebreo, †˜ekah), que dio tí­tulo al volumen hebreo, nos introduce en un poema coral, que se eleva como un grito de dolor de toda la nación judí­a desterrada. Se trata de las Lamentaciones (en hebreo la elegí­a se llama qinah y tiene un ritmo roto caracterí­stico de 3 4- 2 acentos). La tradición se las atribuyó a/Jeremí­as (2Cr 35,25), espectador de la ruina de Jerusalén, aunque probablemente son de autores desconocidos. Todaví­a se usan hoy en la liturgia sinagogal, y parcialmente en la cristiana de semana santa. Aquel †œccómo?† inicial contiene todo el asombro atónito de Israel ante el templo en ruinas y es como la sí­ntesis del lamento que a lo largo de los siglos han elevado y siguen elevando los judí­os al cielo ante el †œmuro de las lamentaciones†, esos célebres bloques de piedra que sirvieron de base al templo herodiano, última reliquia histórica de la realidad más querida y más santa de Israel. †œHombres con la barba rapada, los vestidos rasgados y el cuerpo lleno de cortaduras, trayendo ofrendas e incienso para ofrecerlos en el templo del Señor†: la escena descrita por Jer 41,5 (Za 7,3-5; Za 8,19) podrí­a servir de fondo ideal a las Lam y anticipar aquella solemnidad del judaismo tardí­o llamada 9 Av., conmemoración de la fecha trágica de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor (586 a.C). Quizá sea en un marco litúrgico donde hay que colocarlas Lam, porque es sabido, además, que en la colección de los / Salmos existen otras lamentaciones colectivas de todo Israel, que llora el dramático destino de la nación (Sal 44; Sal 60; Sal 74; Sal 79; Sal 80; Sal 83; Sal 85; Sal 123; Sal 129 el Sal 137 es un claro ejemplo lamentación: †œJunto los rí­os Babilonia nos sentábamos y llorábamos al acordarnos Sión. En los sauces al lado tení­amos colgadas nuestras cí­taras. Allí­ nuestros carceleros nos pedí­an cánticos y nuestros verdugos alegrí­a: †˜Cantadnos algún cántico
Sión†™. ¿Cómo í­bamos cantar un cántico del Señor en paí­s extranjero?†).
Las súplicas contenidas en esta obrita son cinco, y su intensidad no pierde calor por la erudición de que hacen alarde en más de un punto ni por el esquema un tanto rí­gido que adoptaron las cuatro primeras. Se trata de lo que técnicamente se llama el †œacróstico alfabético†: cada estrofa de cada una de las lamentaciones comienza con palabras cuyas iniciales son las letras del alfabeto hebreo en sucesión progresiva. La quinta lamentación, aunque no sigue este modelo estilí­stico, que tení­a probablemente funciones prácticas memorí­sticas y no mágicas, como algunos han pensado, está compuesta de 22 versí­culos, tantos como son las letras del alfabeto hebreo. La cualidad de estos poemas de dolor comunitario no es del todo homogénea. Los capí­tulos 1, 2 y 4 son auténticos cantos fúnebres nacionales; el capí­tulo 3 es un lamento individual, y el capí­tulo 5 es más bien un lamento colectivo. Intentemos trazar ahora de forma esencial el movimiento de cada una de estas páginas, que, entre otras cosas, han inspirado también dos importantes partituras musicales de nuestro siglo (prescindiendo de las del pasado). En 1949 L. Bernstein publicaba la Jeremiah Symphony para mezzosoprano y orquesta, mientras que en 1958 U. Stravinskij daba a su composición para coro y orquesta el tí­tulo Threni, término con que se designan las Lam en la versión griega de los LXX y en la Vulgata.
1691
II. CINCO GRANDES LAMENTACIONES.

La primera lamentación (c. 1), en la que nos detendremos especialmente, es una conmovida representación poética de la desolación de la ciudad de Dios, bajo el ritmo de un estribillo que se repite cinco veces. †œNadie hay que la consuele†™ (Vv. 2.9.16.17.21). La impresión globales monocorde; nos da la impresión de estar oyendo una lamentación oriental uniforme cuyos cí­rculos sonoros se cierran siempre sobre sí­ mismos. Pero si se observa el texto en profundidad, es posible advertir un desarrollo psicológico y dramático. Al principio el protagonista es el propio poeta, que habla de Jerusalén en tercera persona (vv. 1- 11), meditando desde fuera en su trágico destino. En la segunda parte, por el contrario, es la ciudad misma de Sión, personificada, la que eleva su lamento dibujando su dolor con una tonalidad de colores muy intensos, de los que surge la figura del Señor juez (vv. 12-22). Si queremos seguir el poema de forma más directa, nos damos cuenta de que la escena se abre sobre Sión, representada como una viuda inconsolable que evoca las alegrí­as y el esplendor de su pasado; todo se concentra en aquel †œ,cómo?† atónito e incrédulo (Jr 48,17; Is 14,4; Ez 26,17). La explicación teológica de esta desolación se formula con el lenguaje de Oseas (c. 2), de Jeremí­as (22,20-22; 30,14) y de Ezequiel (16; 20; 23) y se busca en el pecado de idolatrí­a cometido por Israel al adherirse a los cultos de la fertilidad. En este punto se enfoca la cámara sobre ¡Jerusalén desde diversos ángulos, revelando todos ellos cuadros angustiosos. Por un lado, el judí­o errante bajo cielos y entre naciones desconocidas (y. 3); por otro, las calles de Sión vací­as y sin la animación de voces y de cantos (y. 4); más allá aparecen triunfantes los enemigos, que ponen en fila a los deportados, los †œniños† de la viuda Jerusalén (y. 5), o se dedican a saquear y a violar el templo; por otra parte, la antigua clase dirigente, que huye acosada como en una escena de caza, mientras que en los cúmulos de ruinas los pobres rebuscan desesperadamente un mendrugo de pan (vv. 6.10-11). De toda esta masa de ruinas y de miserias se eleva una voz: es la misma Jerusalén, desnuda e impura, que llora su desgracia.
Viene entonces la segunda parte del lamento. Sión, personificada, describe el †œdí­a del Señor†, el †œdies irae†, en que Dios se apareció como juez. No son los babilonios los que incendian y matan, sino el Señor mismo que condena el pecado idolátrico de Judá; él es †œmuy justo, porque yo me rebelé contra sus leyes† (y. 18). El Señor es como un vendimiador que pisa la uva, haciendo salir de ella el mosto rojo como la sangre; el Señor es quien nos ha cribado. El último y definitivo remedio es entonces la confesión penitencial. Encontrando de nuevo el coraje de †˜a conversión, Israel volverá a ver brillar un nuevo †œdí­a del Señor†™, que será solamente salvación y liberación (y. 22). Esta primera lamentación, como está claro, concentra en sí­ todos los temas teológicos que sustancialmente imperarán también en las demás, que ahora presentamos brevemente.
La segunda lamentación (c. 2) se desarrolla en torno al amargo descubrimiento del Señor como enemigo de su pueblo. Es el mismo Yhwh el que ha destruido a Sión (vv. 1-9). ¿Por qué y cómo lo ha hecho? A este interrogante responden los versí­culos 10-17 con una explicación general (vv. 10-12) y otra dirigida expresamente a Sión (vv. 13-16). Sí­, †œel Señor ha realizado lo que habí­a decidido, ha cumplido su palabra pronunciada desde antiguo; ha destruido sin piedad, ha hecho que se rí­a de ti tu adversario, ha acrecentado el poder de tu enemigo (y. 7). La iniquidad de Judá ha sido la causa del juicio divino, y el pueblo babilonio el instrumento de su ira. El poema termina con una súplica dirigida a la misericordia divina (vv. 18-22).
La tercera lamentación (c. 3) es, por el contrario, personal y no nacional, y se parece a muchos salmos recogidos en el Salterio como súplicas individuales. Es la composición más autónoma del libro de las Lam y recoge una llamada a la fe, a la esperanza, a la penitencia y a la conversión (vv. 1-41), que al final se transforma progresivamente en oración comunitaria, expresada a través de la voz de un solista, que invoca la intervención liberadora del Señor (vv. 42-66).
La cuarta lamentación (c. 4) es una elegí­a nacional dominada por una larga y patética narración poética, hecha por un superviviente, del asedio y de la caí­da de Jerusalén (vv. 1-20): el destino de las diversas clases de ciudadanos, el derrumbamiento de la ciudad, la huida, la captura del rey se describen con la emoción y la vivacidad de un testigo ocular. Una imprecación contra Edón, enemigo tradicional de Israel, que se aprovechó lógicamente de la destrucción de Judá (SaI 137,7), y una bendición sobre Sión cierran el poema (vv. 21-22).
Finalmente, la llamada †œOración de Jeremí­as†, la quinta lamentación (c. 5). Definido así­ por la traducción latina de la Vulgata, este texto es una súplica comunitaria genérica destinada a una calamidad nacional sin especificar. La parte preponderante de la plegaria está reservada a la evocación de la situación de sufrimiento en que está inmerso el pueblo judí­o. La causa de una tragedia tan agobiante se describe en el versí­culo 7 según la teorí­a de la responsabilidad comunitaria en el pecado: †œNuestros padres pecaron, ya no existen; y nosotros cargamos con sus iniquidades†™. Pero se perfila un rayo de luz en el horizonte de esta plegaria y, por consiguiente, en todo el libro de las Lam: †œReclámanos, Señor, a ti y volveremos; renueva nuestros dí­as como antaño, si no nos has rechazado del todo, si no estás irritado contra nosotros sin medida!† (vv. 21-22).

1692
III. DELITO, CASTIGO, PERDON.
La breve lectura de los cinco textos que componen las Lam nos han ofrecido ya el núcleo teológico que le sirve de base. Brota de ellas un fuerte sentido del pecado, personal, nacional, generacional. El pecado es una ruptura consciente de la alianza con Yhwh y suscita una serie de reacciones en cadena. Estamos en presencia de la célebre †œteorí­a de la retribución†, una auténtica †œtecnologí­a moral† (Ph. Nemo), por la que el binomio negativo pecado-castigo y el positivo justicia-premio, que pueden verificarse ya en el ámbito terreno, son el eje en torno al cual se desarrolla la historia. Con este instrumento hermenéutico el judaismo posexí­lico intenta interpretar y justificar la tragedia del 586 a.C. Como atestiguará la protesta de Jb, demasiadas veces el misterio del / mal desborda esta mecánica tan rí­gida, construida sobre la bipolaridad †œdelito-castigo† de Dostoyevski. Hemos visto que esta perplejidad, o por lo menos una cierta corrección de la óptica retributiva, surge ya en la teologí­a de las Lam. En particular, la última lamentación (pero también implí­citamente las demás) rompe la cadena rí­gida de la retribución e introduce un tercer eslabón: delito- castigo-perdón. En el horizonte se vislumbra la esperanza, la certeza de la misericordia divina. Es lo que ya habí­a intuido Isaí­as: †œAunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; si fueren rojos cual la púrpura, se volverán como la lana† (Is 1,18). En efecto, a la pregunta angustiosa de las Lam: †œ,Hay quien consuele?†, el Segundo/Isaí­as responderá: †œConsolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle… que está perdonado su pecado† (Is 40,1-2). Por tanto, un gran realismo que ignora ilusiones gratificantes o auto-justificantes, pero también una firme esperanza en la primací­a de la gracia divina.
1693 BIBL.: Albrektson B., Studies in the Text and Theology of the Book of Lamentations, Gleerup, Lund
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Kraus H.J., Die Klagelieder(Threni), Neu-kirchener Verlag, Neukirchen 19683; Meeck THJ.-Merrill W.P.,
The BookofLamentations, Nueva York-Nashvüle 1956; Moore MS., Human Suffering in Lamentations, en
†œRB† 90 (1983) 534-555; PlOger O., Die Klagelieder, en Die FünfMegllloth, Mohr, Tubinga 19692, 127-1 64;
Rudolph W., Die KlageliederMohn, Gütersloh 1962; Weiser ?., Die Klagelieder, Vandenhoeck & R.,
Gotinga 1962.
G. Ravasi

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Introducción

AUTOR Y FECHA

Desde el tiempo del ATAT Antiguo Testamento en gr., o Septuaginta (LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT); escrito aprox. un siglo antes de Cristo), el libro de Lamentaciones ha sido atribuido a Jeremí­as. Las distintas versiones generalmente siguen a la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) y colocan el libro junto con el del profeta. Jeremí­as ciertamente compuso lamentos, como lo sabemos por su libro profético (p. ej.p. ej. Por ejemplo Jer. 11:18–20; 20:7–13). Hay también algunas similitudes de expresión entre los dos libros (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 14:17 y Lam. 3:48–51). Además, se nos dice en 2 Crón. 35:25 que Jeremí­as compuso un lamento por el rey Josí­as.
Aunque esta evidencia no es concluyente, los dos libros deben ir juntos en maneras importantes. Jeremí­as trata eventos en Judá hasta y después de la caí­da de Jerusalén y el templo bajo el dominio del rey babilónico Nabucodonosor en 586 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo; y el ambiente de Lam. parece ser también el perí­odo siguiendo de inmediato a aquellos terribles eventos, por sus referencias al exilio, pérdida de los reyes y destrucción del templo (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1:3, 10; 2:2, 7).

FORMA Y ESTRUCTURA

Los cinco capí­tulos del libro son cinco poemas separados. Su forma es conocida comúnmente como un lamento (algunos de los salmos son lamentos). Estos contienen expresiones de protesta o queja acerca de infortunio, tanto como confesión y oraciones por liberación. Porque los autores de los lamentos sabí­an que Dios era fiel, a menudo expresaban su creencia de que al fin él les salvarí­a. Un ejemplo de un lamento es el Sal. 74, que (como Lam.) fue ocasionado aparentemente por el exilio. Lam. tiene, en un lugar u otro, todas las caracterí­sticas mencionadas.
El libro tiene también ciertos rasgos de estilo. Su medida (es decir, su forma de lí­nea poética) es la qinah, que es tí­pica del lamento. Cada poema (ex cepto el cap. 5) tiene forma de acróstico, es decir, cada v. comienza con una letra diferente en orden alfabético. Muchos acrósticos del ATAT Antiguo Testamento tienen 22 versí­culos o lí­neas (p. ej.p. ej. Por ejemplo Lam. 1, 2, 4; Sal. 34) porque el alfabeto heb. tiene 22 letras. El cap. 3 varí­a ligeramente de esto, ya que cada letra del alfabeto está representada por tres versí­culos consecutivos, resultando en 66 versí­culos en total.
El arte cuidadoso de la forma acróstica parece contrastar con el sentimiento intenso que los poemas expresan. Sin embargo, toda poesí­a es artí­stica de algún modo, y no necesita suprimir la emoción verdadera. Más bien, el cuidado del poeta al formular el acróstico puede ser visto como un acto de su devoción al Señor. De todos modos, es un tributo a la restricción y disciplina necesarias el acceder a un tema de este tipo. Tiene el efecto adicional de sugerir un tratamiento minucioso, completo, de un tema (es decir, en su utilización de todo el alfabeto).

PROPOSITO

Es difí­cil resumir el propósito de Lam. Teológicamente, hay aceptación de que el desastre es un juicio justificado en razón de la pecaminosidad del pueblo. Esto está basado en el antiguo pacto, que estipulaba que la desobediencia o infidelidad a Dios de parte del pueblo resultarí­a en †œmaldiciones† (Deut. 28:15–68). Estas estaban en contraste con las †œbendiciones† que seguirí­an a la obediencia fiel (Deut. 28:1–14). La predicación de juicio del profeta habí­a tenido esta base también. En un sentido, por lo tanto, el libro justifica de hecho la acción de Dios, y muestra que no era debido a su debilidad, comparada con la de otros dioses, que el exilio habí­a tenido lugar. Por el contrario, el triunfo de los enemigos de Judá habí­a sido traí­do, de hecho, por el Señor mismo.
Sin embargo, el libro expresa también la tremenda dificultad que el pueblo tení­a en aceptar el terrible sufrimiento que siguió a la destrucción de Jerusalén, la matanza de mucha gente y el exilio de la mayorí­a de los restantes. Ese sufrimiento era apenas más fácil de aceptar por el conocimiento de que era justo. Después de todo, ¿no era el castigo salvaje y excesivo? (2:20–22). ¿Podí­a ser correcto que Dios se comportase como un enemigo de su propio pueblo (2:45)? Los poemas expresan libremente agoní­a y perplejidad, y esto es lo que les da fuerza, en cualquier situación donde el pueblo se siente afligido y abandonado.
La cosa más dramática de estos poemas, sin embargo, es que en medio de este espantoso sufrimiento pueda haber una expresión de esperanza en Dios (3:22–26), quien es por sobre todo un Dios de amor y compasión. La posición de estos versí­culos en el corazón del libro parece decir que esta es la cosa más importante que se puede decir acerca de Dios. Es así­ una declaración de fe muy notable en medio de gran aflicción. Otros pasajes reflejan también la creencia de que vendrá un fin al sufrimiento (4:22).
Lam. va aun más allá que esto, porque habla de un sufrimiento soportado por uno en beneficio de los muchos (ver sobre 3:49–66). Más profundamente, entonces, el sufrimiento de los judí­os en el exilio prefiguraba el de Jesucristo en la expiación por todo el pueblo, la más grande demostración a la vez del juicio de Dios y de su amor salvador. Esta interpretación debiera hacernos precavidos en hallar ejemplos especí­ficos del juicio de Dios en el sufrimiento de naciones o individuos que nos rodean.

COMO BENEFICIARNOS DE LAMENTACIONES HOY

Lam. puede parecer como un libro particularmente difí­cil para el uso de un lector cristiano moderno, ya sea debido a los eventos especiales que lo ocasio naron (los que ocurrieron bajo †œel antiguo pacto†), o simplemente porque habla tanto de juicio. ¿Cómo puede un libro tal hablar de aquellos que conocen la salvación de Jesucristo?
Hay varias respuestas posibles. Primera, el libro puede hablar a cualesquiera, incluso cristianos, que se sientan solos o abandonados por Dios. En este res pecto, es como aquellos salmos que hemos llamado †œlamentos†. Es bueno expresar honestamente los sentimientos, y conocer la seguridad de la gracia de Dios en medio de ellos.
Segunda, Lam. puede capacitar al lector para identificarse con aquellos que están al presente experimentando gran adversidad. En un mundo en el que desastres, guerras y hambre son presentados constantemente ante nuestros ojos por los medios ma sivos, es natural que preguntemos dónde está Dios en estos eventos. Tal vez nos extrañamos tanto más cuando nuestros hermanos y hermanas cristianos son ví­ctimas de hechos terribles. Y nosotros no cuestionamos meramente el porqué; nos identificamos con su dolor. El libro de Lam. nos capacita para expresar nuestro dolor, no sólo a favor de nosotros, sino también de los otros.
La disciplina que hemos observado en la escritura del libro puede también ayudarnos. Implica que el uso del libro debiera ser también un acto disciplinado, una decisión que tomamos con toda serie dad, para hacer frente a problemas que de otra manera son difí­ciles de enfrentar. La palabra de Dios puede obrar de este modo; no meramente enseñando a nuestras mentes, sino dándonos los medios pa ra expresar aquello que es demasiado profundo para nosotros. Y, en el proceso, capacitando la mente y el corazón.
No es fácil acomodar a esta norma el elemento de confesión del pecado. El pueblo de Judá sabí­a que su exilio era debido a su desobediencia al pacto de Dios hecho por sus antepasados. No podemos tratar del mismo modo todo sufrimiento. No obstante, aquí­ también podemos identificarnos con nuestros antepasados en la fe, reconociendo simplemen te que el pecado humano, en el que cada uno de nosotros tiene una parte, es la causa radical del sufrimiento del mundo. El cuestionar y protestar, por tanto, pueden ser al mismo tiempo confesión. Has ta puede ser alabanza, porque nos dirigimos a un Dios que es justo. Su justicia no resulta finalmente sólo en juicio, sino también, y decisivamente, en misericordia. Nuestro uso de este libro, por lo tanto, debe ser a la luz de nuestro conocimiento de Jesucristo, quien por su muerte y resurrección ha revelado que Dios está redimiendo a su mundo y un dí­a enjugará toda lágrima.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-22 El sufrimiento de Jerusalén
1:1-7 La pérdida de grandeza de Jerusalén
1:8-17 La ira del Señor contra Jerusalén
1:18-22 Apelación a Jehovah

2:1-22 La ira del Señor
2:1-10 “Cual enemigo”
2:11-19 Lágrimas como un rí­o
2:20-22 Apelación a Jehovah

3:1-66 La compasión de Dios
3:1-21 “Me bloquea por todos lados”
3:22-30 “Nunca decaen sus misericordias”
3:31-39 “No aflige por gusto”
3:40-48 “Volvamos”
3:49-66 “Has redimido mi vida”

4:1-22 Los horrores del sitio
4:1-10 Un pueblo deshumanizado
4:11-22 “Se ha cumplido tu castigo”

5:1-22 “Acuérdate, oh Jehovah”
Comentario
1:1-22 EL SUFRIMIENTO DE JERUSALEN

1:1-7 La pérdida de grandeza de Jerusalén

El pensamiento central en estos versí­culos es que Jerusalén, una vez favorecida por el Señor, ha perdido todas las señas de ese favor. La ciudad era un sí­mbolo de la relación especial entre Dios y su pueblo. En el contexto del pacto mosaico, Dios habí­a hecho una promesa especial al rey David que él y sus descendientes reinarí­an en Jerusalén (2 Sam. 7:11–16; Sal. 2). David habí­a engrandecido a la ciudad y a la nación (la palabra heb. para †œgrande† de hecho aparece dos veces en el v. 1, una vez traducida populosa); y Salomón la habí­a embellecido más con el espléndido templo que edificó (1 Rey. 5–8). Ahora la ciudad yace en ruinas. Donde habí­a habido victoria sobre los enemigos, habí­a sólo derrota; donde habí­a habido prosperidad, habí­a desolación. El destino de Jerusalén en 586 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo llegó a ser un sí­mbolo perpetuo de la insensatez del orgullo y complacencia humanos.
En Lam. la ciudad es frecuentemente personificada como una mujer. La frase hija de Sion (6) ejemplifica esto claramente. (Sion es otro nombre para Jerusalén en Lam.). La representación femenina se utiliza en el contraste poético entre viuda y señora (1). La idea de sus amantes recuerda la disposición de Judá a ser infiel al Señor adorando los dioses de otras naciones y haciendo alianzas polí­ticas con ellas (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 3:1). La personificación femenina se expresa en cuadros de dolor femenino, que evoca agudamente el del pueblo en general; de allí­ ví­rgenes (4), maternidad (5b).
El tema del exilio suena primero en estos vv. (3, 5). Los caminos de Sion (4) son aquellos de peregrinaciones para las grandes fiestas anuales (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 84:5). Habí­a habido mucha †œreligión† en Judá; pero careciendo de un corazón sincero habí­a llegado a ser odiosa a Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 1:11–17). Un efecto del juicio de Dios sobre el pueblo habí­a sido el poner fin a esta falsa religión.

1:8-17 La ira del Señor contra Jerusalén

Que el sufrimiento de Jerusalén fue un resultado de su pecado fue mostrado primeramente en el v. 5, y ahora se desarrolla en estos versí­culos. Inmundicia (8, 9) evoca la idea de impureza ritual, extendida aquí­ a la pecaminosidad que tuvo el efecto de separar al pueblo de Dios. Las figuras aquí­ sugieren la violencia y la humillación de la invasión enemiga (8) y la profanación del templo (10). La miseria del sitio e invasión se hizo peor por la falta de alimento (11).
La voz en el poema ha sido hasta ahora la del poeta hablando acerca de Jerusalén, aunque la ciudad personificada ha hablado dos veces (9, 11). Ahora la ciudad se representa como hablando por sí­ misma (12–16). Su apelación al Señor por misericordia (9, 11) cede lugar a una apelación a aquellos que ven su miseria, porque fue el Señor quien ha traí­do sobre ella su dolor. El dí­a de su ardiente ira es en otros lugares llamado †œel dí­a de Jehovah† (Amós 5:18). La idea en el trasfondo es aquella de la guerra santa peleada por el Señor contra los enemigos de ella (véase, p. ej.p. ej. Por ejemplo Deut. 2:24, 25). El presente pasaje expresa sobresalto ante la idea de que él hubiera vuelto su ira contra su propio pueblo. Sin embargo, ni aun su pueblo podí­a presuponerlo ignorando los mandamientos de su pacto; aunque la tentación de hacerlo está siempre presente.
En toda la miseria, no hay quien la consuele (16, 17; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 9). Este es un cuadro profundo de desdicha, que revela un anhelo por un †œmesí­as†, uno que finalmente librarí­a al pueblo de Dios de sus pecados y aflicciones. La idea de †œconsuelo† después del exilio está presente también en Isa. 40:1. Hallará cumplimiento en Jesucristo, y será entonces para todo el mundo.

1:18-22 Apelación a Jehovah
Los últimos versí­culos admiten que el Señor era justo en sus juicios (18), sin embargo, se tornan rápidamente en una apelación a él porque la angustia de la ciudad era tan severa (20). Habí­a también desilusión por la falsedad de otras naciones como amigas y fuentes de ayuda (19). Hay aquí­ un terrible reconocimiento de la verdad del pecado y castigo y de la realidad del poder de Dios solo. Otra vez, no hay quien me consuele. Sólo Dios, y no un mero aliado, podí­a hacer esto, y todaví­a no era tiempo para que él lo hiciera. El poema concluye con un ruego de que Judá sola no sufra la ira de Dios, pero que sus enemigos sean también llamados a cuentas en el dí­a de su ira (21; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 12).
2:1-22 LA IRA DEL SEí‘OR

2:1-10 †œCual enemigo†

Como el primer poema, este comienza con un cuadro de la caí­da de la gracia de Jerusalén. Hija de Sion, esplendor de Israel y estrado de sus pies son todas maneras de referirse a la ciudad (aunque el estrado de sus pies era, estrictamente hablando, el arca del pacto; Sal. 132:7, pero cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 99:5). Que no se acordó del estrado de sus pies es una manera de decir que Dios no ha guardado su promesa del pacto (ver sobre 1:1–7).
En los vv. 2–5 se describe la ira de Dios contra su pueblo. No solamente él se habí­a †œolvidado† de su pacto; se habí­a vuelto activamente contra su propio pueblo, como enemigo (ver arriba sobre 1:8–17). No sólo habí­a él retirado su mano derecha (3: cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 6:6; Deut. 4:34) sino que habí­a actualmente entesado su arco. Estos cuadros metafóricos de la enemistad del Señor son tomados, por supuesto, de las terribles realidades de la guerra. Los nombres de Jacob, Israel y Judá son aplicados en esta sección a la destrucción hecha por Nabucodonosor en toda la tierra de Judá, el remanente del pueblo de Israel.
De la perspectiva de toda la nación, el poeta estrecha su foco al templo (su enramada, su lugar de reunión; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 25:22) y las instituciones asociadas de sacerdocio, sacrificios y fiestas anuales (6, 7). La idea de hacer olvidar a Sion sus solemnidades capta a la vez el pasado descuido de la verdadera adoración por parte de Judá y la remoción por el Señor de los adornos de la falsa adoración que llevaban a cabo. El descuido de la verdadera adoración es descuidar a Dios mismo, nada menos que un quebrantamiento del primer mandamiento (Exo. 20:3).
Finalmente, el poeta se vuelve a la ciudad como un centro de poder; rey y prí­ncipes han ido al exilio; ya no habí­a un Estado (9). Profetas y sacerdotes habí­an descuidado sus deberes de enseñar la ley de Dios y hablar su palabra. Su responsabilidad mayor trajo mayor condenación (cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 12:48).

2:11-19 Lágrimas como un rí­o

Ahora afloran los sentimientos propios del poeta. Su dolor por su pueblo por sus sufrimientos nos recuerda a Jeremí­as (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 4:19), como lo hacen los cuadros ví­vidos de desgracia (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 4:31). En su propio dolor, él se dirige al pueblo y trata desesperadamente de consolarlo (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:2). Su dolor se convierte en ira al recordar el fracaso de los dirigentes responsables de conducir al pueblo a las sen das de la obediencia (14; cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 5:12, 13; 23:9–40). La consecuencia habí­a sido el desastre nacional, con su humillación. Las naciones alrededor de Judá no fueron lerdas en ver la degradación de la ciudad una vez orgullosa (su burla de hecho se refiere al Sal. 48:2; 50:2, con sus extravagantes descripciones del esplendor de Jerusalén).
Sin embargo, estos hechos fueron en verdad el juicio de Dios, las †œmaldiciones† del pacto (ver la Introducción). El poeta vuelve al tema del llanto (18) e insta al pueblo a dirigir sus clamores al Señor.

2:20-22 Apelación a Jehovah
La apelación final (siguiendo del v. 19) pudo estar en la boca ya sea del pueblo (los verbos en primera persona del v. 22 lo indicarí­an) o del poeta. (En el último evento el poeta se identifica fuertemente con el pueblo en todo caso.) La apelación es una protesta por la excesiva severidad del castigo. Sin embargo, señala hacia la esperanza, porque aun cuando no hay todaví­a una palabra de seguridad, la oración es un volverse a Dios como el único recurso de liberación.

3:1-66 LA COMPASION DE DIOS
El tercer poema está mayormente en la boca del poeta mismo. El habla de sus propias aflicciones en manos del Señor, en maneras que nos recuerdan a Job (p. ej.p. ej. Por ejemplo Job 19:21), los salmos (Sal. 88:7, 15) y, tal vez más que nada, a Jer. (p. ej.p. ej. Por ejemplo Jer. 15:17, 18). Sin embargo, el individuo claramente expresa el dolor de toda la comunidad, y la voz plural de la co munidad algunas veces viene al frente (22, 40–47). El bien conocido pasaje respecto a las compasiones de Dios está en el centro del poema, ubicación que tiene el propósito de señalar su prominencia.

3:1-21 †œMe bloquea por todos lados†

El poema se inicia con varios cuadros de angustia humana. Las tinieblas son una tí­pica figura bí­blica de extraví­o (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 9:2). La enfermedad es apenas distinguible de la muerte (6), ella misma una sombrí­a no-existencia (cf.cf. Confer (lat.), compare Job 3:11–19; Isa. 14:18–20).
El dolor fí­sico lleva a frustración profunda, cercana a la desesperación (7–9; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 88). Los escritores de los salmos a menudo experimentaron también la negativa de Dios a contestar la oración (p. ej.p. ej. Por ejemplo Sal. 10:1; 13:1; 22:2). Los cuadros se hacen luego más violentos, sugiriendo a la vez los peligros que aguardan al viajero de antiguos caminos y los peligros de batalla (10–12).
La aflicción del Señor sobre el poeta toma ahora la forma de su persecución por su propio pueblo (13–15). Jeremí­as también atrajo hostilidad extrema de sus propios compatriotas (Jer. 20:7; cf.cf. Confer (lat.), compare 11:18–23). Como con el profeta, así­ el sufrimiento del poeta a manos de su propio pueblo tiene el propósito de hacer recordar su sufrimiento a manos de sus enemigos. La desesperación del poeta alcanza su culminación (16–18) cuando dice que ha perdido su paz, o el sentido de bienestar que debiera haber sido la señal de una relación saludable entre Dios y su pueblo.
Cuando el poeta se detiene en su condición, sin embargo, sus pensamientos recobran la esperanza (tal como los de los salmistas; Sal. 42–43). Al rememorar, entonces su pensa miento se vuelve a la bondad de Dios en el pasado. Tal uso de la memoria es siempre vital en la vida espiritual.

3:22-30 †œNunca decaen sus misericordias†

Este pasaje central del poema constituye una de las expresiones de fe del ATAT Antiguo Testamento. La mente del poeta ya ha empezado a volverse de los horrores presentes (21), y ahora piensa en las cosas que son siempre ver dad en Dios. Misericordias (22) es el término a menudo traducido †œamor fiel†, la cualidad más tí­pica de Dios. Aquí­ está en plural, para recalcar que es un amor constante que no falla. Juicio no puede ser la última palabra de Dios, porque su compasión triunfa sobre él, aunque con agoní­a. Esta agoní­a está bien expresada en Ose. 11:8, y tiene su más profunda expresión en el sufrimiento de Jesús sobre la cruz, el juicio más grande de Dios sobre el pecado y su entrega de amor por la humanidad.
Debido a que el amor y la compasión son los principales atributos de Dios, son siempre nuevos, listos para ser probados y conocidos otra vez (23). Por esta razón, los que han sido afligidos pueden siempre poner su confianza en él nuevamente, para su aceptación y restauración. Dios es †œfiel†, o invariable en su amor. Por lo tanto, el poeta puede estar contento de que Dios sea su porción (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 73:26), no importan las circunstancias.
Siendo Dios así­, es bueno buscarle. Hacerlo, sin embargo, puede costar, como implican los vv. 27–30 (recordando nuevamente la vida de Jeremí­as). Puede ser que la bondad de Dios se conozca sólo después de haber soportado pacientemente el sufrimiento.

3:31-39 †œNo aflige por gusto†

El pensamiento en los versí­culos que anteceden nos conduce ahora a una expresión más plena de la idea de que aflicción no es la última palabra del Señor. El amor y la compasión de Dios serán conocidos después del dolor, porque él no aflige por gusto (33; cf.cf. Confer (lat.), compare Ose. 6:1). Por esta razón Dios no es uno que tolera la aflicción injusta, como la que a veces es traí­da sobre los seres humanos por sus contemporáneos (34–36; cf.cf. Confer (lat.), compare Job 8:3). Sin embargo, cuando las calamidades vienen por causa del pecado, esto no es injusticia (37–39). Es en este contexto que Dios puede afligir, aunque él aborrece la aflicción.
Los lectores modernos deben tener cuidado al tratar de entender pensamientos como éstos. La idea es que se establece una relación entre juicio y salvación; la una se ubica después de la otra. Este orden está ejemplificado en la muerte y luego la resurrección de Cristo. Las profecí­as de juicio del ATAT Antiguo Testamento no deben llevar nunca a la conclusión de que alguna aflicción particular es un juicio particular sobre el su friente.

3:40-48 †œVolvamos†
En los vv. 40–47 hay un cambio repentino a un clamor general y a una confesión que da lugar a queja. Es posible que la decisión de volver al Señor (es decir, arrepentirse; 40) fue insincera (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 3:22–25; 14:7–9). El perdón del Señor parece haber sido esperado como un derecho (42). El pueblo continuó quejándose de que el Señor no escucharí­a su oración, y que por lo tanto ellos estaban sufriendo (43–47). La implicación es que él es injusto, una sugerencia que los versí­culos precedentes han declarado no ser verdad. El último versí­culo en este grupo vuelve a la voz del poeta, quien lamenta no sólo el sufrimiento del pueblo sino también su falta de entendimiento.

3:49-66 †œHas redimido mi vida†

El resto del poema es la respuesta del poeta a la queja del pueblo en los vv. precedentes. Aquí­ nuevamente su propia persecución representa en un sentido el sufrimiento del pueblo a manos de ene migos. Hay en el lamento, además, una cierta expectativa de que sus clamores serí­an oí­dos (56–60, 64–66). Entonces, si el poeta podí­a esperar liberación del Señor, quizá también el pueblo lo pudiera.
Las ideas de haber sido arrojado a una cisterna (53; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 88:6), ser cubierto por aguas y llamar al Señor pidiendo ayuda (54, 55; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 18:3–6) son bastante comunes en los lamentos. Sin embargo, las expresiones aquí­ recuerdan la experiencia de Jeremí­as en particular. El también fue arrojado a una cisterna (Jer. 38:6); supo de conspiraciones en contra de su vida (60; cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 11:19; 18:18); y pidió al Señor que actuara contra sus enemigos personales (64–66; cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 11:20; 18:19–23).
No es un accidente que la liberación del pueblo, prometida en los vv. 22–30, implicase el sufrimiento de uno que estuviera en el lugar de ellos. Hay algo muy conmovedor en el hecho de que el sufriente poeta (o profeta) llevase, por así­ decirlo, los dolores del pueblo, aun a sufrir a manos de ellos. Hay semejanzas obvias con el cántico acerca del Siervo Sufriente (Isa. 52:13–53:12). Y hay una prefiguración de los insultos y crueldad acumulados sobre Jesucristo por el pueblo que él vino a salvar, aun cuando mostraba en sí­ mismo las profundas †œcompasiones† de Dios por ellos.
4:1-22 LOS HORRORES DEL SITIO

4:1-10 Un pueblo deshumanizado

Como el oro y las gemas, una vez tan apreciadas por el pueblo de Judá, se han mostrado ahora sin valor (1), así­ el pueblo, una vez †œposesión atesorada de Dios† (Exo. 19:5), era tratado ahora como común y sin valor (2). Lo que es peor, ellos se habí­an embrutecido por sus sufrimientos. Aun la maternidad, que a menudo representa la humanidad en su mayor compasión, habí­a llegado a ser más cruel que las bestias (3, 4; las avestruces eran aparentemente proverbiales por el descuido de sus crí­as, cf.cf. Confer (lat.), compare Job 39:13–18).
El lujo de la vida delicada habí­a concluido (5; cf.cf. Confer (lat.), compare Amós 4:1–3; 6:1), porque las perversidades de la vida de Judá habí­an producido sus propios frutos. (La palabra iniquidad en el v. 6 sugiere a la vez la iniquidad y el resultado natural o inevitable de ella.) Comparar a Jerusalén con Sodoma (6) es particularmente chocante, por la proverbial iniquidad y justo castigo de Sodoma (ver Gén. 19:1–29).
La suerte de los dirigentes se señala para llamar la atención (6, 7), porque su riqueza y buena presencia habí­an desmentido la verdad de ser injustos. El cuadro final de miseria bajo el sitio se detiene en el horror de la muerte lenta por hambre y vuelve al tema, más horripilante que antes, de la maternidad embrutecida (9, 10; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 28:53–57).

4:11-22 †œSe ha cumplido tu castigo†

El enfoque cae ahora sobre la ira del Señor (11). No sólo el pueblo en Judá sino también otras naciones, se nos dice (12), habí­an pensado que Jerusalén era invencible y un enemigo poderoso, Senaquerib, habí­a fracasado dramáticamente en tomarla a pesar de superioridad numérica (2 Rey. 18:13–19:37). Todos éstos, sin embargo, no contaban con la determinación del Señor de mostrar su propia justicia, que era ella misma parte de su pacto (13).
El tema que ahora se desarrolla es el de la falsa confianza. Los dirigentes religiosos habí­an tenido una responsabilidad especial en difundir esto, y deben, por lo tanto, soportar mucho de la culpa. La crí­tica del poeta a ellos (que es de algún modo como la de Jeremí­as; cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 23:9–40) continúa en los próximos versí­culos. Cuando el pueblo fuera esparcido entre otras naciones en el exilio, aun allí­ sus dirigentes serí­an especialmente condenados al ostracismo, y privados del honor que habí­an considerado como su derecho (16).
También se habí­a puesto falsa confianza en alianzas con otras naciones (17), lo que implicaba un reconocimiento de los dioses de esas naciones y una falta de confianza en sólo el Señor. La confianza en aquellas naciones pronto se tornó en ataque salvaje a mano de ellas (18, 19). El peligro de confiar en poderes extranjeros habí­a sido bien ilustrado por la polí­tica del rey Acaz de Judá, que en una generación anterior habí­a pedido ayuda a Asiria, sólo para que su sucesor Ezequí­as se diese cuenta de que Asiria era un amigo falso (2 Rey. 16:7–19; 18:13–16).
Un objeto final de falsa confianza fue el rey mismo, el ungido de Jehovah (20), por la suposición del pueblo de que la antigua promesa a David significaba una garantí­a incondicional de protección de enemigos.
Una parte importante de la intención de Dios al llevar a su fin al Estado de Judá era mostrar que él mismo era el único objeto apropiado de la confianza del pueblo. Lam. aparece como un testigo contra la falsa confianza en cualquier institución, incluso una iglesia, para la salvación.
La última palabra del capí­tulo, sin embargo, es una de esperanza. Aunque los enemigos de Judá puedan gozarse brevemente de la caí­da del pueblo, el dí­a de castigo vendrí­a para ellos también, para Edom tanto como para otras naciones (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 25:15, 20; 49:7–22; Abdí­as). Y el castigo de Judá terminarí­a en un nuevo dí­a de gracia (22; cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 40:2).

5:1-22 †œACUERDATE, OH JEHOVAH†

El último poema difiere de los otros tanto en forma (ver la Introducción) como en perspectiva, reflejando aparentemente un perí­odo cuando el sitio es taba bien en el pasado. Sin embargo, las consecuencias de la derrota continuaban en condiciones de vida miserables. Los cuadros de penalidades agobiadoras son aquí­ una patética reversión de lo que la vida en el pacto pudiera haber sido.
La tierra, una heredad del Señor (2; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 4:21), estaba ahora controlada por extraños, aunque el Señor habí­a una vez expulsado de ella a otras naciones para dársela a Israel (el tema del libro de Josué). Las viudas y los huérfanos, los menes terosos, fueron antes encomendados al cuidado especial del pueblo de Israel (Deut. 14:28, 29), y ahora todo el pueblo era menesteroso como ellos, ni siquiera tení­an el derecho de gozar de las bendiciones de la tierra ni de paz de enemigos y perse guidores (4, 5; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 8:7–10; 12:9). El pueblo podrí­a y deberí­a haber estado libre y satisfecho, si solamente hubiese confiado y obedecido al Señor. La demanda del ATAT Antiguo Testamento de confianza en Dios es inflexi ble y viene a sus lectores modernos como a los antiguos.
La reflexión del pueblo sobre sus sufrimientos por causa de los pecados de generaciones anteriores (7) recuerda a Exo. 20:5. Se ve mejor como una alusión a la persistencia del pueblo en pecar contra el Señor, más bien que sugiriendo que ellos mismos no eran responsables por su suerte presente (ver v. 16; cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 31:29–39; Eze. 18).
Siguen cuadros de desesperada miseria (11–16); mujeres indefensas contra el abuso (y tal vez desterrados como un resultado); jóvenes puestos en tareas humillantes; hombres ancianos privados de asociaciones normales, como también de su papel en la administración de los asuntos de su comunidad (14a); ausencia de gozo, de romance (14b, 15); recuerdos persistentes de atrocidades contra sus dirigentes (12; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 21:22, 23 por lo de gradante de este destino). Con el monte de Sion desolado, este es un cuadro poderoso de la miseria y caos potencial de la vida sin Dios.
El poema concluye (19–22) afirmando que Dios verdaderamente es rey. Estos mismos versí­culos tienen la forma de un lamento, sin embargo, con sus elementos de alabanza junto con protesta y petición. La oración en el v. 21 hace sonar una nota positiva abarcando a la vez un ruego a ser restaurado no sólo a una relación plena sino también a la posesión de la tierra, y también a un nuevo compromiso de parte del pueblo a un regreso al Señor (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 31:18). El último v. asegura que el poema no termine con una nota de complacencia. No obstante, la verdadera naturaleza de este poema, como de toda la colección, es una de petición. Puede haber esperanza sólo en un regreso al Señor. El libro de Lam. muestra esto en su desenmascaramiento de la falsa confianza del pueblo, que habí­a traí­do sobre ellos tan deplorable juicio. Y lo muestra, sobre todo, en su conmovedora celebración 3:22–30 del amor y compasión de Dios. Estas son las cosas que permanecen, y que siguen siendo la esperanza de los cristianos, que las han visto reveladas en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Aun en Cristo, sin embargo, la iglesia necesita saber en su corazón que la paz radica en la confianza y obediencia.
Gordon McConville

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia