LEVITICO

libro del Antiguo Testamento. Tercero de los cinco bí­blicos del Pentateuco. Los traductores griegos de la Biblia lo llamaron por primera vez L. porque en su mayor parte está dedicado a los sacrificios y otras leyes rituales prescritas para los sacerdotes de la tribu de Leví­. El L. contiene las leyes que tiene que ver con el culto, las leyes morales y las normas de la sociedad.

El libro inicia códigos relativos a los sacrificios Lv 1, 1-7. Se dirige a los israelitas, y a Aarón y sus hijos; es decir, a los sacerdotes.

Luego describe la consagración de Aarón y sus hijos al sacerdocio Lv 8 10. Adelante, las leyes alimentarias y sanitarias que contiene la lista de animales que pueden o no comerse, puros e impuros, Lv 11; también procedimientos para purificar a las parturientas, Lv 12, y los flujos corporales, Lv 15.

El dí­a dedicado a la Expiación se explica en el capí­tulo 16.

La Ley de Santidad son los capí­tulos 17 al 26. En ellos se hace referencia a la santidad de objetos y personas, y a la frecuente aparición de Dios en primera persona, Lv 20, 7-8. Incluye admoniciones éticas, leyes ceremoniales y normas sociales. Entre ellas, la prohibición de comer bestia muerta o destrozada y la sangre de ningún animal, Lv 17; las prohibiciones de costumbres sexuales abominables, Lv 18; prescripciones morales, Lv 19; leyes relativas al sacerdocio y a los sacrificios, Lv 21 y 22. También el calendario de las fiestas religiosas, Lv 23; prescripciones referentes al Tabernáculo, Lv 24, 1-9. En Lv 25, da órdenes sobre la posesión de tierras, la usura, la esclavitud; también describe como celebrar el año del Jubileo. El capí­tulo 26 explica en resumen la estricta observancia de las leyes, y, el último, Lv 27, se dedicado a los aranceles y las tasaciones. Enumera las reglas para el cumplimiento de los votos.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., Levitikon, relacionado con los levitas). Es la designación en la Biblia en castellano del tercer libro del Pentateuco, derivada de la traducción del lat. (Liber Leviticus) del tí­tulo gr. Levitikon.
El libro está asociado con éxodo y Números en continuidad histórica, pero es diferente de ellos porque el elemento histórico está subordinado a las consideraciones legales y ritualistas.

Aunque el énfasis en Leví­tico está puesto más en los sacerdotes que en los levitas, el tí­tulo no es inapropiado ya que el sacerdocio judí­o era básicamente levita (comparar Heb 7:11).

Los primeros siete capí­tulos de Leví­tico dan procedimientos detallados del holocausto para todo tipo de sacrificios y ofrendas quemadas, la ofrenda vegetal, los sacrificios por el pecado y la culpa, y otros sacrificios para remover el pecado y lo profano, según el pacto.
La sección litúrgica siguiente (Lev 8:1—Lev 10:20) describe la consagración de Aarón y el sacerdocio, seguida por la designación de los animales limpios e inmundos y ciertas reglas higiénicas (Lev 11:1—Lev 15:33).
El rito del dí­a de la Expiación ocurre en el cap. 16, seguido por una sección (Lev 17:1—Lev 20:27) en la cual se tratan los temas de la sangre del sacrificio, leyes éticas y penas para los que las transgredieran.
El tema de Lev 21:1—Lev 24:23 es la santidad de los sacerdotes y la consagración de las estaciones, mientras que el cap. siguiente se refiere a la legislación que cubre los años sabáticos y del jubileo.
El capí­tulo de conclusión resume las promesas y las amenazas (Lev 26:1-46), y el apéndice (Lev 27:1-34) cubre los votos.
El ser humano como pecador, la expiación sustitucionaria y la santidad divina son temas prominentes a lo largo de Leví­tico.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Tercer libro del †¢Pentateuco. Se le llama así­ porque está dedicado a instruir a los hijos de Leví­, los sacerdotes y levitas, en los asuntos relacionados con los sacrificios, el manejo del †¢tabernáculo, etcétera. Entre algunos eruditos judí­os se le aplica el tí­tulo de †œManual de los Sacerdotes†. En el canon hebreo, el libro es llamado Va-Yikra (y él llamó), que son las primeras palabras de la obra.

Autor. Al igual que los otros libros del †¢Pentateuco, se atribuye a †¢Moisés, según la tradición judí­a y cristiana. Los judí­os se referí­an al †¢Pentateuco, como †œlos libros de Moisés†. Cuando leemos en Luc 24:27 que el Señor Jesús †œcomenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decí­an†, se entiende claramente que ese †œdesde Moisés† es una referencia al Pentateuco y, por lo tanto, también a L. Lo mismo puede decirse de citas como Jua 5:46 (†œPorque si creyéseis a Moisés, me creerí­ais a mí­, porque de mí­ escribió él†). Algunos señalan, sin embargo, que esa forma en que se hací­a referencia a los libros del Pentateuco no implica necesariamente la autorí­a del lí­der hebreo. No obstante, la mayorí­a de los creyentes opinan que el origen del libro de L. está en los tiempos de Moisés, aunque no puede descartarse que en el devenir de las edades se hicieran modificaciones hasta llegar a la forma actual. †¢Pentateuco.

Propósito. Esta obra enfatiza sobre todo la santidad de Dios (†œSantos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios† [Lev 19:2]). Tras construirse el †¢tabernáculo, Dios establece los métodos por los cuales se podí­a tener acceso a él. Algo básico para que esto pudiera darse era la ofrenda de sacrificios, cuyos detalles son reglamentados en L.

Desarrollo. Como los sacrificios y ofrendas forman la parte fundamental de este libro, el detalle sobre las mismas se ofrece en el artí­culo †¢Sacrificios y Ofrendas. Se ofrece aquí­ sólo un bosquejo de L., el cual puede dividirse de la siguiente manera:

Del 1:1 al 7:38 Sistema de sacrificios

1:1-1:17 La ofrenda encendida (holocausto)

:1-2:16 La ofrenda de harina (oblación)

:1-3:17 La ofrenda de paz

:1-5:19 La ofrenda por el pecado

:1-6:30 Otros detalles sobre los sacrificios

Del 8:1 al 10:20 Inauguración solemne de los servicios en el santuario

8:1-8:36 La investidura de los sacerdotes

:1-9:24 Los sacerdotes comienzan sus funciones

:1-10:11 El pecado de †¢Nadab y †¢Abiú

:12-10:20 Instrucciones sobre como comer de lo sacrificado

Del 11:1 al 16:34 Leyes sobre las impurezas rituales

11:1-11:47 Impurezas de los animales

:1-12:8 Impureza por causa del alumbramiento

:1-14:57 Impureza por enfermedades de la piel (lepra)

:1-15:33 Impurezas por emisiones genitales

:1-16:34 Impurezas del santuario y la nación

Del 17:1 al 26:46 Diversas prohibiciones

17:1-17:16 Prohibición de hacer sacrificios de sangre fuera del santuario

:1-18:30 Prohibiciones sobre uniones no permitidas

:1-20:27 Diversos estatutos sobre limpieza y santidad

:1-22:33 Diversos estatutos sobre la santidad de los sacerdotes

:1-23:44 Las diversas fiestas de Jehová

:1-24:23 Misceláneas

:1-26:46 Los sábados y el jubileo

Del 27:1 al 27:34 Las ofrendas voluntarias para el santuario

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[011]
Tercer libro del Pentateuco, llamado en hebreo “wayyikra”, por la primera palabra con la que comienza, y denominado en la versión de los LXX “Leví­tico”, por estar casi todo él referido al culto, encargado a los Levitas.

Las diversas fuentes que confluyen en el texto le hacen libro complejo, resaltando los ritos y tradiciones que se asumen de los pueblos del entorno, y recogiendo las normas cultuales anteriores al Templo de Salomón y a las que se fueron gestando al amparo de las clases y ritos sacerdotales, surgidos en torno al culto.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Es el tercer libro de la Biblia, que forma parte del Pentateuco. El nombre en español se deriva de la traducción griega de los Setenta Leuitikón, en la Vulgata latina Leviticus. En hebreo se le llama Wayyikra’, que es la primera palabra del Lí­bro: “y dijo” Probablemente el tí­tulo .depende del hecho de que el contenido normativo del libro se refiere de manera peculiar a la tribu de Leví­.

La suficientemente clara subdivisión del libro da razón de este contenido: cc. 1-7: leves sobre los sacrificios:
cc. 8- 10: inauguración del culto; cc. 1 1 15: leyes sobre la pureza; c. 16: rito de la fiesta de la expiación: cc. 17-26: código de santidad, con leyes de diverso género, desde las cultuales hasta las higiénicas, las sexuales, las morales de diversos ámbitos; c. 27: apéndice final.

El libro, con sus dos posibles revisiones y las glosas sucesivas, tiene una historia redaccional que va desde los primeros años del destierro (siglos VI-1 a.C.) hasta la mitad del siglo III a.C, El texto original del que proceden nuestras versiones es el texto masorético hebreo, que tiene como fuente principal el manuscrito de Leningrado B 19a, confrontado con los fragmentos de la cueva 11 de Qumrán, con el llamado Pentateuco samaritano y los códices mayores (Sinaí­tico y Vaticano) de la traducción griega de los Setenta.

El mensaje de este libro, fruto de la escuela sacerdotal (sigla P, de la palabra alemana Priesterkodex), del siglo VI-Y, sin otras tradiciones y redacciones más antiguas, está lleno de una gran esperanza, como ocurre con toda la teologí­a sacerdotal del Tetrateuco (cuatro primeros libros de la Biblia). Si por un lado la exposición legislativa sobre la pureza y la impureza, y luego sobre la santidad-sacralidad, – puede verse como una defensa de Israel frente a las contaminaciones idolátricas de los otros pueblos, por otro lado todo el libro está vivificado por la presencia de la gloria de Dios en Israel. El Leví­tico nos manifiesta en el don de la ley y en las prevenciones contra el pecadó la divina condescendencia: esta divina presencia tiene que ser acogida y – mantenerse estable. Los tiempos sagrados, especialmente el sábado, son un lugar teológico para la esperanza de la restauración de Israel. El sábado es prenda de paz para toda la tierra. En este sentido el Leví­tico es profecí­a respecto al Nuevo Testamento: ” Hay pues, un descanso definitivo reservado al pueblo de Dios… Apresurémonos, por tanto, a entrar en este descanso, para que nadie caiga en aquella misma desobediencia” (Heb 4,9.11).

L. Pacomio

Bibl.: L. Alonso Schokel, Pentateuco 11 Leví­tico, Números, Deuteronomio, Cristiandad, Madrid 1970; G. G, Fournelle, El Leví­tico, Mensajero/Sal Terrae, BilbaoiSantander 1990; A. Ibáñez Arana, Leví­tico, Texto y comentario, La Casa de la Biblia, Madrid 1990.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. El Leví­tico dentro del Pentateuco. II. Análisis: 1. La ley de los sacrificios (cc. 1-7): a) El holocausto, b) La oblación, c) El sacrificio “pací­fico”, d) El sacrificio de expiación, e) El sacrificio de reparación; 2. La ley para la consagración y la investidura de los sacerdotes (cc. 8-10); 3. La ley de pureza (cc. 11-15); 4. El “gran dí­a” (c. 16); 5. La ley de santidad (cc. 17-26): a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada, b) Prescripciones morales, c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo, d) Conclusión; 6. Las tarifas (c. 27). III. Importancia del libro del Leví­tico.

I. EL LEVíTICO DENTRO DEL PENTATEUCO. El tercer libro del Pentateuco, que los hebreos llaman Wayyiqra (= llamó), a partir de la versión griega de los LXX llevó el tí­tulo de Leví­tico, puesto que el tema que trata interesa particularmente a los sacerdotes, que pertenecen a la tribu de Leví­.

Concluida la alianza entre Yhwh, el Dios de la revelación, e Israel; promulgadas las leyes civiles y religiosas que habí­an de gobernar al pueblo teocrático y establecidas y ejecutadas las disposiciones relacionadas con el culto (todo lo cual se narra en los últimos capí­tulos del Ex), se trata ahora de regular los diferentes aspectos del culto con los diversos ritos y sacrificios para todas las circunstancias de la vida del pueblo y de dar normas precisas para los sacerdotes. Tenemos así­ en Lev las reglas para el culto ordinario y extraordinario; las normas para la clase sacerdotal, a las que está confiado el santuario, y las leyes que deben regular las relaciones entre el pueblo y los sacerdotes, la comunidad, las fiestas del año, etc.

La conexión de Lev con Ex es muy clara: en principio seguimos aún en la llanura del Sinaí­, y todaví­a por mediación de / Moisés recibe Israel de Dios las leyes que lo diferencian de los demás pueblos. Una parte de este amplio conjunto de leyes relativo al culto podemos leerla en / Ex; la otra tiene su puesto en Lev.

El libro presenta una especie de disposición progresiva y arquitectónica, que no esconde su verdadera naturaleza de obra compuesta, con sus diversas partes ligadas entre sí­ por una concatenación que se deriva de la unión de varios libritos con un tema similar, pero con una historia redaccional diversa, como diversa es su cronologí­a. De todas formas, no se trata de un conjunto heterogéneo; los diversos elementos están reunidos bajo una denominación única y común e impregnados de un mismo espí­ritu.

II. ANíLISIS. 1. LA LEY DE LOS SACRIFICIOS (CC. 1-7). En un cuadro unitario y armónico se van presentando las leyes, el ritual y las ulteriores especificaciones de los tres primeros grandes sacrificios. Es curioso que todo esto ocurra -desde el punto de vista literario- en dependencia de una única proposición principal: “Di a los israelitas: Cuando alguno de vosotros quiera hacer una ofrenda al Señor, podrá hacerla en animales, ganado mayor o menor” (Lev 1:2). Vienen luego tres capí­tulos con una serie de proposiciones que se vinculan estrechamente con ésta.

SACRIFICIOS RITUALES
a) El holocausto. El primer sacrificio es el holocausto (Lev 1:3-17). Holocausto es el término clásico griego para indicar el sacrificio cruento en el que todo se poní­a sobre el altar para ser quemado í­ntegramente en honor de la divinidad. El sentido de “totalidad” (expresado por el sustantivo holocausto que en griego significa “totalmente quemado”) no está contenido en la palabra hebrea correspondiente `olah, que sólo indica “lo que sube”. Las dos explicaciones -lo que sube al altar y lo que sube al cielo- son igualmente aceptables. El holocausto era el más noble de los sacrificios del AT, y precisamente por eso ocupa el primer lugar en la codificación sacerdotal de Lev. Se requiere una ví­ctima de sexo masculino, ya que en el macho se veí­a la representación de la fuerza y de la / belleza. Tení­a que ser un macho perfecto (sin defectos), cualidad que suponí­a, además, un buen aspecto y que se pone de relieve en todos los sacrificios de animales, mientras que en los demás sacrificios y ofrendas la perfección requerida es la totalidad de la ofrenda en el sentido de que esté libre de compromisos y de reservas (cf Gén 17:1; Job 12:4; Sal 37:18). El oferente, es decir, el fiel, tení­a una notable participación en la inmolación de la ví­ctima (matar, desollar, lavar la ví­ctima). Esto según el ritual presente; pero se piensa, quizá con razón, que se trata exclusivamente de un aspecto literario arcaizante, y que en realidad aquellas acciones las llevaban a cabo personas especializadas y vinculadas al templo. El acto ritual que siempre hací­a el oferente en todo sacrificio de animales consistí­a en “poner la mano derecha sobre la cabeza de la ví­ctima”; con ello el oferente clarificaba el objetivo de la ofrenda y la pertenencia de la ví­ctima a la esfera de su propiedad. De aquí­ se derivaba el aspecto tan importante de comunión y de solidaridad entre el oferente y la ví­ctima.

Para los holocaustos de aves, Lev reconoce válidas solamente las tórtolas y las palomas; no ciertamente por que no hubiera otras aves en Palestina, sino por motivos que se nos escapan.

b) La oblación. El segundo sacrificio cuyo ritual se nos presenta es la oblación (2,1-16), sacrificio incruento que consistí­a en la ofrenda de productos vegetales. Según la lengua hebrea, la oblación (minhah) entra con todo derecho en la categorí­a de sacrificio, que no está limitado a la ofrenda cruenta de ví­ctimas. La oblación iba siempre acompañada de la ofrenda de aceite, de vino y de incienso. Puesto que también la oblación era quemada en parte sobre el altar, estaba prohibido ofrecer sustancias preparadas con fermento; también estaban prohibidos los sacrificios con miel. En este capí­tulo se recoge un aviso (2,13), que por lo visto valí­a para todos los sacrificios: “Echarás sal en todas las oblaciones que ofrezcas; no dejarás nunca de echar en la ofrenda la sal de la alianza con tu Dios; todas tus ofrendas llevarán sal”. El texto subraya cómo todas las relaciones entre Yhwh y el pueblo -especialmente la que se expresa en el culto- tienen que valorarse sobre la base de la / alianza del Sinaí­. Este simbolismo de la sal (derivado de la comida tomada en común para estrechar una amistad) tení­a que seguir estando vivo; por eso la sal era uno de los ingredientes para la composición del incienso sagrado (Exo 30:35). También la alianza entre Yhwh y los sacerdotes es llamada la alianza de sal (Núm 18:19; alianza inviolable = alianza de sal); sobre la sal cf también Mar 9:49-50.
C) El sacrificio “pací­fico”. El tercer sacrificio mencionado y reglamentado por nuestro texto (Mar 3:1-17) es el “pací­fico”: Designa el sacrificio cruento en el que sólo una parte de la ví­ctima subí­a al altar, mientras que la otra parte serví­a para el banquete sagrado caracterí­stico, en que “se comí­a y bebí­a delante de Dios”. Se ofrecí­a en las más variadas circunstancias, y antes de la deportación a Babilonia era quizá el más común. Muy probablemente la especificación “sacrificio pací­fico” intentaba poner de relieve que se trataba del sacrificio de comunión entre el fiel y su Dios en recuerdo y en confirmación de la alianza; por eso este sacrificio no se llama nunca “pací­fico” antes de la alianza sinaí­tica. Se dividí­a en tres clases -de agradecimiento, espontáneo y votivo-, de las que se habla más adelante (Mar 7:12-18).

d) El sacrificio de expiación. Los dos últimos sacrificios son algo más complicados: son el sacrificio de expiación y el de reparación. El primero (Mar 4:1-5, 13) se ofrece por los pecados preterintencionales relativos a las llamadas impurezas leví­ticas o faltas de otro género cometidas siempre inadvertidamente o que pueden reducirse a una inadvertencia. Es un sacrificio más bien complejo, tanto por las motivaciones como por los ritos, entre los que tiene un especial significado el ritual prescrito para la sangre de la ví­ctima. En la ejecución del sacrificio se establecí­a una cuádruple distinción que suponí­a modificaciones rituales de cierta importancia: sacrificio expiatorio por los pecados del sumo sacerdote (Mar 4:3-12), por los pecados de toda la comunidad (Mar 4:13-21), por los pecados de un jefe de la comunidad (Mar 4:22-26), por los pecados de un simple fiel (Mar 4:27-35). El principio sacerdotal que regí­a los ritos y las distinciones de sacrificios era la creencia de que una falta grave del sumo sacerdote y de toda la comunidad interrumpí­a la posibilidad de comunicación moral-espiritual entre el templo (residencia de Dios y fuente de vida para toda la nación) y la nación; poR tanto, tení­a el poder de interrumpir radicalmente la relación profunda y necesaria entre el Dios de la alianza y sus fieles. El rito de la sangre estaba muy desarrollado en el caso del sumo sacerdote y de toda la comunidad, y aquí­ evidentemente este rito tení­a carácter purificatorio y carácter unitivo.

e) El sacrificio de reparación ( Mar 5:14-26). No tení­a una fisonomí­a tan marcada como el anterior; por eso la interpretación de su ritual presenta muchas dudas. Parece cierto que sus elementos distintivos eran los siguientes: tení­a lugar cuando habí­a habido una o varias lesiones del derecho de propiedad o faltas materialmente valorables; para el ritual no era necesaria la presencia del pecador; en los casos en que se habí­an vulnerado más claramente los derechos de propiedad, el elemento dominante era la restitución completa de lo sustraí­do, con la añadidura del provecho obtenido, más la multa de un quinto del valor total; y esto debí­a hacerse antes de llevar a cabo los sacrificios requeridos.

Los capí­tulos 6,1-7,18 son una colección de normas rituales sobre los sacrificios de los que se habló en los anteriores capí­tulos, pero revisadas ahora desde el punto de vista de los sacerdotes. Por esta razón la perí­copa va dirigida a Aarón y a su dinastí­a sacerdotal.

2. LA LEY PARA LA CONSAGRACIí“N Y LA INVESTIDURA DE LOS SACERDOTES (CC. 8-10). Es el segundo de los libros que componen el Lev. En él se da una detallada descripción de la ejecución de las órdenes divinas dadas a Moisés en Ex. Todos los ritos de consagración e investidura son realizados por Moisés para Aarón o bien para los otros sacerdotes. Después de este complejo y largo ritual, “la gloria del Señor se apareció a todo el pueblo” (9,23). El ritual contiene además tres advertencias fundamentales para el sacerdocio: Dios es santo y se demuestra tal en todo el que se le acerca; el sacerdote tiene la misión de educar al pueblo; cuando tenga que ir a cumplir sus funciones, el sacerdote no debe beber vino ni otra bebida embriagante (10,9-11).

3. LA LEY DE PUREZA (CC. 11-15). Este tercer libro tiene cinco capí­tulos realmente caracterí­sticos de la ley del antiguo Israel. Tratan de la impureza de ciertos animales, de estados particulares, de contactos que privan a los fieles de aquella pureza que han de tener siempre y de los medios necesarios para recobrarla cuando se la ha perdido. Los motivos de estas leyes se nos escapan de ordinario; sólo para algunas leyes se puede sugerir una hipótesis, aun cuando aparecen analogí­as bastante amplias con otras culturas. De todas formas, es interesante observar que unas normas de purificación tan extrañas para nosotros se ponen en relación con la santidad divina, sustrayendo así­ su observancia de toda posible creencia mágica: “Vosotros seréis santos, porque yo soy santo” (11,45).

Por los ulteriores desarrollos que alcanzaron y también por su importancia se pueden recordar algunas normas de purificación de la madre que acaba de dar a luz y de la circuncisión del niño, ritos a los que se alude en los textos del NT en el nacimiento del Bautista y de Jesús (Luc 1:59; Luc 2:21-22). Fue precisamente en esta ocasión cuando Marí­a y José ofrecieron la ofrenda de los pobres (dos tórtolas: Luc 2:22s).

También es amplia e interesante por su aspecto social la preocupación que muestra Lev por una de las plagas de entonces, la lepra; su diagnóstico y sus cuidados elementales se confiaban a las personas más cualificadas con normas minuciosas (cc. 1314).

También las disposiciones sobre las impurezas sexuales del hombre y de la mujer se sustraen a las muchas creencias populares que observamos en culturas vecinas, considerándolas, en cambio, en su importancia social y moral y manteniéndolas bajo aquella capa de arcano que rodea a la fecundidad y a la reproducción.

4. EL “GRAN DíA” (C. 16). El ritual del gran dí­a de la expiación (en hebreo, Yóm ha-kippurí­m) lo leemos de forma extensa y completa sólo en este capí­tulo. Tiene lugar en una fecha concreta: el dí­a 10 del mes séptimo, es decir, el mes de Tisri (septiembre-octubre). El personaje oficial es siempre y sólo el sumo sacerdote; es la única vez que entra en el “santo de los santos”, es decir, en el lugar más sagrado del templo (donde antes de la destrucción de Nabucodonosor se encontraban el arca, las tablas de la alianza, la kapporet o “cubierta” de oro del arca, los querubines de oro). El ritual constaba de cinco partes: el sumo sacerdote recibí­a dos machos cabrí­os, sobre los que se echaban suertes: uno para Yhwh y el otro para Azazel (quizá un demonio: / Angeles/Demonios II,1); recibí­a además un carnero, que ofrecí­a como sacrificio expiatorio por él y por su familia; inmolaba por el pueblo el macho cabrí­o sobre el que habí­a caí­do la suerte “para Yhwh”, repitiendo el mismo solemne rito expiatorio que habí­a realizado con el carnero. Terminados estos ritos, quedaba aún el más espectacular: el sumo sacerdote imponí­a las manos sobre la cabeza del macho cabrí­o sobre el que habí­a caí­do la suerte “para Azazel”, confesaba al mismo tiempo las culpas del pueblo, descargándolas sobre él, y luego encargaba a una persona que se llevase el macho cabrí­o al desierto. Finalmente, el sumo sacerdote, realizada esta parte extraordinaria del rito, se cambiaba las vestiduras usadas hasta entonces y se poní­a el traje de fiesta para ofrecer holocaustos tanto por sí­ mismo como por el pueblo. El dí­a era de descanso solemne; nadie podí­a trabajar y todos tení­an que hacer penitencia; se insiste particularmente en esta obligación de hacer penitencia: “Será para vosotros ley perpetua; una vez al año se hará sobre los israelitas el rito de absolución por todos los pecados” (16,34).

5. LA LEY DE SANTIDAD (CC. 17-26). Este libro ha llamado siempre la atención de los estudiosos del AT y es considerado sustancialmente como uno de los más antiguos códigos de Israel. La designación “ley de santidad” está sugerida por la expresión que a menudo aparece en estos capí­tulos: “Vosotros seréis santos, porque yo soy santo”. Basada en el principio mosaico de la trascendencia de Yhwh, ulteriormente desarrollado por los profetas, la ley de santidad insiste en la distinción de lo sagrado y lo profano y, de forma suave y penetrante, subraya la necesidad de la observancia de las leyes morales y cultuales para la relación necesaria entre el Dios de la alianza y el pueblo. Podemos descubrir en ella cinco secciones.

a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada (17,1-16). La matanza de los animales reviste siempre un carácter sagrado, que es preciso regular; por ningún motivo es posible alimentarse de sangre; tampoco es lí­cito comer de un animal que se ha encontrado muerto.
b) Prescripciones morales (cc. 18-20). Tenemos aquí­ un conjunto de prohibiciones que contraponen la moral del antiguo Israel a la de otros muchos pueblos de la antigüedad, sobre todo de los pueblos vecinos: “No haréis lo que se hace en Egipto…, ni haréis lo que se hace en Canaán…; no seguiréis sus costumbres; practicaréis mis mandamientos y cumpliréis mis leyes” (18,3-4). Los hebreos tienen que respetar a sus padres, abominar de los í­dolos; en los trabajos del campo tienen que pensar también en los pobres y necesitados; no deben vengarse ni guardar rencor; tienen que respetar a los ancianos, no robar, no defraudar, no mentir; tienen que respetar al sordo y al ciego. “No guardarás odio a tu hermano, antes bien lo corregirás para no hacerte cómplice de su pecado. No serás vengativo ni guardarás rencor hacia tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo: yo, el Señor, vuestro Dios” (19,17-18). Estamos en el ámbito de las exigencias religioso-morales más sublimes del AT, y por eso se hace con frecuencia referencia a ellas en el NT (cf Mat 5:43s; Mar 12:31; Jua 13:34). Los capí­tulos 21-22 se dedican exclusivamente a prescripciones relativas a los sacerdotes y a su oficio.

c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo (cc. 23-25). En el capí­tulo 23 tenemos uno de los cinco calendarios del Pentateuco (Exo 23:14s; Exo 34:18-23; Dt 16; Núm 28-29); pero ninguno es completo. En todos los calendarios, el año litúrgico gravita sobre tres fiestas estacionales que suponen una peregrinación al santuario: pascua y ácimos, en primavera; la fiesta de las semanas (o pentecostés), en verano; fiesta de la cosecha (o de las chozas), en otoño; las tres fueron adquiriendo con el tiempo un significado cada vez más profundo e israelí­tico.
Las festividades que aquí­ se mencionan son: el sábado (Exo 23:3), la pascua y los ácimos (Exo 23:4-14), pentecostés (Exo 23:15-22), principio de año y dí­a de la expiación (Exo 23:23-32) y chozas (vv. 33-36.39-43).

Se dedica un capí­tulo a diversas prescripciones que tienen aquí­ la formulación tradicional: la llama que tiene que arder perenne en el candelabro del santuario (Exo 24:1-4), las doce hogazas de la presencia o panes de la proposición (Exo 24:5-9), la ley contra los blasfemos (Exo 24:10-16.23), la ley del talión (Exo 4:17-22).

El penúltimo capí­tulo de la ley de santidad está dedicado a dos temas de alto valor social y que se mencionan luego a menudo: el año sabático (Exo 25:1-7) y el jubileo (Exo 25:8-55) [I Ley/ Derecho VII, 2-3]. En las legislaciones del antiguo Oriente no se encuentra nada análogo.

d) Conclusión. Con el capí­tulo 26 termina la ley de santidad y, como era costumbre tanto en la Biblia como fuera de ella, el epí­logo está constituido por un texto singular de “bendiciones y maldiciones” (véase, p.ej., Exo 23:30-33; Deu 28:1-68). La observancia de las leyes de la alianza garantiza la presencia benéfica de Yhwh y es prenda de prosperidad; la inobservancia no aleja simplemente de la divinidad, sino que hace experimentar su presencia punitiva. Sin embargo, lo mismo que la alianza no tuvo su origen en el hombre, tampoco será la infidelidad del hombre la que tenga la última palabra. La alianza se basa en la benevolencia divina. De aquí­ el aspecto fundamental positivo (a pesar de la primera apariencia) de los castigos divinos contra los transgresores. No se trata de penas vindicativas, sino medicinales; no de maldiciones (en el sentido ordinario de la palabra), sino de advertencias que atestiguan en el fondo la benevolencia divina. Y precisamente a partir de los sentimientos que inspiraron estas composiciones se desarrolló la idea de la eternidad de la alianza sinaí­tica.

6. LAS TARIFAS (C. 27). Un apéndice habla de las tarifas y evaluaciones para el rescate de las personas y de las cosas: animales, campos, primogénitos, etc., consagrados a Dios, que pueden rescatarse pagando al templo lo señalado.

III. IMPORTANCIA DEL LIBRO DEL LEVíTICO. A un libro heterogéneo como Lev no es posible asignarle una fecha de composición, sino sólo una época de redacción y de recogida sistemática de las diversas partes. Los .autores están de acuerdo en señalar en Lev un material ciertamente antiquí­simo, otro antiguo y otro posterior al destierro; generalmente fijan su composición actual después del exilio.

El libro tuvo poco éxito entre los lectores y entre los mismos comentadores antiguos. Su contenido legal, la singularidad de muchos de sus ritos y prescripciones, la monotoní­a estereotipada de las expresiones técnicas no favorecen su lectura. A ello se añadieron también algunas exageraciones de ciertos ambientes judí­os en la observancia de determinadas prescripciones legales (véase, p.ej., Mat 9:11s; Mat 12:1-12; Mat 15:2-20; Mat 23:1-37; etc.), que favorecieron una actitud negativa frente a ellas. No cabe duda, sin embargo, de que Jesús, Marí­a, los apóstoles, etc., siguieron estas prescripciones leví­ticas. La Iglesia, en sus libros rituales, tomó relativamente mucho de nuestro libro, al menos hasta la reforma litúrgica que llevó a cabo el Vaticano II: por ejemplo, el sagrario, la bendición de la mujer que acaba de dar a luz, la ofrenda de los primeros frutos y de los diezmos, el uso de la lámpara ante el santí­simo sacramento, etc., para indicar sólo los más llamativos.

Entre los principios doctrinales más interesantes señalemos algunos. La importancia y la santidad del servicio litúrgico intenta imprimir en los fieles el sentido de la santidad de Yhwh, al que va orientado todo el culto. En Lev los sacrificios se caracterizan por la idea fundamental del don, cuyo valor no está tanto en el aspecto material como en el hecho de que es un medio para realizar la comunión con la divinidad, aspecto que fue muy subrayado luego por la misma tradición judí­a. El concepto altamente moral del pecado se presenta como transgresión de una ley conocida (concepto que no era nada común en aquel tiempo), que aleja de Dios, contamina el templo, la tierra y la persona. Además, el pecado es considerado bajo el aspecto doble de voluntario e involuntario. La imitación de Dios es la condición indispensable de la verdadera religión: el fiel tiene que ser santo porque su Dios es santo. Se trata de una santidad un tanto distinta de la neotestamentaria, pero no puede ciertamente restringirse a una simple pureza exterior. La insistencia en los deberes de justicia, de respeto y de amor a los compatriotas va acompañada de la acentuación de ciertos deberes incluso con los extranjeros. Nótese también la insistencia en la dignidad del matrimonio (Mat 18:6-23; Mat 20:10-22), en el deber de respetar a los padres y a los ancianos (Mat 19:9.32); tampoco hay que infravalorar el valor ético, social y religioso de los capí­tulos 25-26.

En el Lev se encuentran muchos textos que dan la impresión de una valoración más bien exterior que interior de los sacerdotes y de los fieles, pero se trata de una impresión equivocada. En estos casos nos encontramos frente a un complejo de protección de la fe y la praxis religiosa; para los más superficiales este complejo podí­a tener mayor valor que lo demás, que era la sustancia; pero se trataba de casos que, aunque numerosos, como sucede en toda religión, nunca llegaron a sofocar la fe veterotestamentaria.

BIBL.: CAVALLETTI S., Levitico, Ed. Paoline, Roma 19843; CORTESE E., Levitico, Marietti, Turí­n 1982; FOURNELLE G., El Leví­tico, Sal Terrae-Mensajero, Bilbao 1970; MORALDI L., Espiazione sacrificale e riti espiatori nell’ambiente biblico e nell AT, Pontificio Istituto Biblico, Roma 1956; RENDTORFF R., Studien zur Geschichte des Opfers im Alten Israel, Neukirchen-Vluyn 1967.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Lv 1-27
Sumario: 1. El Leví­tico dentro del Pentateuco. II. Análisis: 1. La ley de los sacrificios (cc. 1-7): a) El holocausto, b) La oblación, c)E sacrificio †œpací­fico†™, d) El sacrificio de expiación, e) El sacrificio de reparación; 2. La ley para ia consagración y la investidura de los sacerdotes (cc. 8-10); 3. La ley de pureza (cc. 11-15); 4. El †œgran dí­a (c. 16); 5. La ley de santidad (cc. 17-26):
a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada,
b) Prescripciones morales, c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo, d) Conclusión; 6. Las tarifas (c. 27).
III. Importancia del libro del Leví­tico.
1728
1. EL LEVITico DENTRO DEL PENTATEUCO.
El tercer libro del Pentateuco, que los hebreos llaman Wayyiqra (= llamó), a partir de la versión griega de los LXX llevó el tí­tulo de Leví­tico, puesto que el tema que trata interesa particularmente a los sacerdotes, que pertenecen a la tribu de Leví­.
Concluida la alianza entre Yhwh, el Dios de la revelación, e Israel; promulgadas las leyes civiles y religiosas que habí­an de gobernar al pueblo teocrático y establecidas y ejecutadas las disposiciones relacionadas con el culto (todo lo cual se narra en los últimos capí­tulos del Ex), se trata ahora de regular los diferentes aspectos del culto con los diversos ritos y sacrificios para todas las circunstancias de la vida del pueblo y de dar normas precisas para los sacerdotes. Tenemos así­ en Lev las reglas para el culto
ordinario y extraordinario; las normas para la clase sacerdotal, a las que está confiado el santuario, y las leyes que deben regular las relaciones entre el pueblo y los sacerdotes, la comunidad, las fiestas del año, etc.
La conexión de Lev con Ex es muy clara: en principio seguimos aún en la llanura del Sinaí­, y todaví­a por mediación de / Moisés recibe Israel de Dios las leyes que lo diferencian de los demás pueblos. Una parte de este amplio conjunto de leyes relativo al culto podemos leerla en / Ex; la otra tiene su puesto en Lev.
El libro presenta una especie de disposición progresiva y arquitectónica, que no esconde su verdadera naturaleza de obra compuesta, con sus diversas partes ligadas entre sí­ por una concatenación que se deriva de la unión de varios libritos con un tema similar, pero con una historia redaccional diversa, como diversa es su cronologí­a. De todas formas, no se trata de un conjunto heterogéneo; los diversos elementos están reunidos bajo una denominación única y común e impregnados de un mismo espí­ritu.
1729
II. ANALISIS.
1730
1. La ley de los sacrificios
(Lv 1-7).
En un cuadro unitario y armónico se van presentando las leyes, el ritual y las ulteriores especificaciones de los tres primeros grandes sacrificios. Es curioso que todo esto ocurra -desde el punto de vista literario- en dependencia de una única proposición principal: †œDi a los israelitas: Cuando alguno de vosotros quiera hacer una ofrenda al Señor, podrá hacerla en animales, ganado mayor o menor† (Lv 1,2). Vienen luego tres capí­tulos con una serie de proposiciones que se vinculan estrechamente con ésta.
1731
a) El holocausto.
El primer sacrificio es el holocausto (1,3-17). Holocausto es el término clásico griego para indicar el sacrificio cruento en el que todo se poní­a sobre el altar para ser quemado í­ntegramente en honor de la divinidad. El sentido de †œtotalidad† (expresado por el sustantivo holocausto que en griego significa †œtotalmente quemado) no está contenido en la palabra hebrea correspondiente †˜olah, que sólo indica †œlo que sube. Las dos explicaciones -lo que sube al altar y lo que sube al cielo- son igualmente aceptables. El holocausto era el más noble de los sacrificios del AT, y precisamente por eso ocupa el primer lugar en la codificación sacerdotal de Lev. Se requiere una ví­ctima de sexo masculino, ya que en el macho se veí­a la representación de la fuerza y de la / belleza. Tení­a que ser un macho perfecto (sin defectos), cualidad que suponí­a, además, un buen aspecto y que se pone de relieve en todos los sacrificios de animales, mientras que en los demás sacrificios y ofrendas la perfección requerida es la totalidad de la ofrenda en el sentido de que esté libre de compromisos y de reservas (Gn 17,1; Jb 12,4; Sal 37,18). El oferente, es decir, el fiel, tení­a una notable participación en la inmolación de la ví­ctima (matar, desollar, lavar la ví­ctima). Esto según el ritual presente; pero se piensa, quizá con razón, que se trata exclusivamente de un aspecto literario arcaizante, y que en realidad aquellas acciones las llevaban acabo personas especializadas y vinculadas al templo. El acto ritual que siempre hací­a el oferente en todo sacrificio de animales consistí­a en †œponer la mano derecha sobre la cabeza de la ví­ctima; con ello el oferente clarificaba el objetivo de la ofrenda y la pertenencia de la ví­ctima a la esfera de su propiedad. De aquí­ se derivaba el aspecto tan importante de comunión y de solidaridad entre el oferente y la ví­ctima.
Para los holocaustos de aves, Lev reconoce válidas solamente las tórtDIAS y las palomas; no ciertamente porque no hubiera otras aves en Palestina, sino por motivos que se nos escapan.
1732
b) La oblación.
El segundo sacrificio cuyo ritual se nos presenta es la oblación (2,1-16), sacrificio incruento que consistí­a en la ofrenda de productos vegetales. Según la lengua hebrea, la oblación (minhah) entra con todo derecho en la categorí­a de sacrificio, que no está limitado a la ofrenda cruenta de ví­ctimas. La oblación iba siempre acompañada de la ofrenda de aceite, de vino y de incienso. Puesto que también la oblación era quemada en parte sobre el altar, estaba prohibido ofrecer sustancias preparadas con fermento; también estaban prohibidos los sacrificios con miel. En este capí­tulo se recoge un aviso (2,13), que por lo visto valí­a para todos los sacrificios: †œEcharás sal en todas las oblaciones que ofrezcas; no dejarás nunca de echar en la ofrenda la sal de la alianza con tu Dios; todas tus ofrendas llevarán sal†. El texto subraya cómo todas las relaciones entre Yhwh y el pueblo -especialmente la que se expresa en el culto- tienen que valorarse sobre la base de la / alianza del Sinaí­. Este simbolismo de la sal (derivado de la comida tomada en común para estrechar una amistad) tení­a que seguir estando vivo; por eso la sal era uno de los ingredientes para la composición del incienso sagrado (Ex 30,35). También la alianza entre Yhwh y los sacerdotes es llamada la alianza de sal (Nm 18,19; alianza inviolable = = alianza de sal); sobre la sal cf también Mc 9,49-50.
1733
c) El sacrificio †œpací­fico †œ.
El tercer sacrificio mencionado y reglamentado por nuestro texto (3,1-17) es el †œpací­fico †œ. Designa el sacrificio cruento en el que sólo una parte de la ví­ctima subí­a al altar, mientras que la otra parte serví­a para el banquete sagrado caracterí­stico, en que †œse comí­a y bebí­a delante de Dios†. Se ofrecí­a en las más variadas circunstancias, y antes de la deportación a Babilonia era quizá el más común. Muy probablemente la especificación †œsacrificio pací­fico† intentaba poner de relieve que se trataba del sacrificio de comunión entre el fiel y su Dios en recuerdo y en confirmación de la alianza; por eso este sacrificio no se llama nunca †œpací­fico† antes de la alianza sinaí­tica. Se dividí­a en tres clases -de agradecimiento, espontáneo y votivo-, de las que se habla más adelante (7,12-18).
1734
d) El sacrificio de expiación.
Los dos últimos sacrificios son algo más complicados: son el sacrificio de expiación y el de reparación. El primero (4,1-5,13) se ofrece por los pecados preterintencionales relativos a las llamadas impurezas leví­ticas o faltas de otro género cometidas siempre inadvertidamente o que pueden reducirse a una inadvertencia. Es un sacrificio más bien complejo, tanto por las motivaciones como por los ritos, entre los que tiene un especial significado el ritual prescrito para la sangre de la ví­ctima. En la ejecución del sacrificio se establecí­a una cuádruple distinción que suponí­a modificaciones rituales de cierta importancia:
sacrificio expiatorio por los pecados del sumo sacerdote (4,3-12), por los pecados de toda la comunidad (4,13-21), por los pecados de un jefe de la comunidad (4,22-26), por los pecados de un simple fiel (4,27- 35). El principio sacerdotal que regí­a los ritos y las distinciones de sacrificios era la creencia de que una falta grave del sumo sacerdote y de toda la comunidad interrumpí­a la posibilidad de comunicación moral- espiritual entre el templo (residencia de Dios y fuente de vida para toda la nación) y la nación; por tanto, tení­a el poder de interrumpir radicalmente la relación profunda y necesaria entre el Dios de la alianza y sus fieles. El rito de la sangre estaba muy desarrollado en el caso del sumo sacerdote y de toda la comunidad, y aquí­ evidentemente este rito tení­a carácter purificatorio y carácter unitivo.
1735
e) El sacrificio de reparación (5, 14-26).
No tení­a una fisonomí­a tan marcada como el anterior; por eso la interpretación de su ritual presenta muchas dudas. Parece cierto que sus elementos distintivos eran los siguientes: tení­a lugar cuando habí­a habido una o varias lesiones del derecho de propiedad o faltas materialmente valorables; para el ritual no era necesaria la presencia del pecador; en los casos en que se habí­an vulnerado más claramente los derechos de propiedad, el elemento dominante era la restitución completa de lo sustraí­do, con la añadidura del provecho obtenido, más la multa de un quinto del valor total; y esto debí­a hacerse antes de llevar a cabo los sacrificios requeridos.
Los capí­tulos 6,1-7,18 son una colección de normas rituales sobre los sacrificios de los que se habló en los anteriores capí­tulos, pero revisadas ahora desde el punto de vista de los sacerdotes. Por esta razón la perí­co-pa va dirigida a Aarón y a su dinastí­a sacerdotal.
1736
2. La ley para la consagración Y LA INVESTCDURA DE LOS SACERDOTES
(Lv 8-10).
Es el segundo de los libros que componen el Lev. En él se da una detallada descripción de la ejecución de las órdenes divinas dadas a Moisés en Ex. Todos los ritos de consagración e investidura son realizados por Moisés para Aarón o bien para los otros sacerdotes. Después de este complejo y largo ritual, †œla gloria del Señor se apareció a todo el pueblo†™(9,23). El ritual contiene además tres advertencias fundamentales para el sacerdocio: Dios es santo y se demuestra tal en todo el que se le acerca; el sacerdote tiene la misión de educar al pueblo; cuando tenga que ir a cumplir sus funciones, el sacerdote no debe beber vino ni otra bebida embriagante (10,9-11).
1737
3. La ley de pureza
(Lv 11-15).
Este tercer libro tiene cinco capí­tulos realmente caracterí­sticos de la ley del antiguo Israel. Tratan de la impureza de ciertos animales, de estados particulares, de contactos que privan a los fieles de aquella pureza que han de tener siempre y de los medios necesarios para recobrarla cuando se la ha perdido. Los motivos de estas leyes se nos escapan de ordinario; sólo para algunas leyes se puede sugerir una hipótesis, aun cuando aparecen analogí­as bastante amplias con otras culturas. De todas formas, es interesante observar que unas normas de purificación tan extrañas para nosotros se ponen en relación con la santidad divina, sustrayendo así­ su observancia de toda posible creencia mágica: †œVosotros seréis santos, porque yo soy santo† (11,45).
Por los ulteriores desarrollos que alcanzaron y también por su importancia se pueden recordar algunas normas de purificación de la madre que acaba de dar a luz y de la circuncisión del niño, ritos a los que se alude en los textos del NT en el nacimiento del Bautista y de Jesús (Lc 1,59; Lc 2,21-22). Fue precisamente en esta ocasión cuando Marí­a y José ofrecieron la ofrenda de los pobres (dos tórtDIAS: Lc 2,22s).
También es amplia e interesante por su aspecto social la preocupación que muestra Lev por una de las plagas de entonces, la lepra; su diagnóstico y sus cuidados elementales se confiaban a las personas más cualificadas con normas minuciosas (cc. 13-14).
También las disposiciones sobre las impurezas sexuales del hombre y de la mujer se sustraen a las muchas creencias populares que observamos en culturas vecinas, considerándDIAS, en cambio, en su importancia social y moral y manteniéndDIAS bajo aquella capa de arcano que rodea a la fecundidad y a la reproducción.
1738
4. El †œciran dí­a†
(Lv 16).
El ritual del gran dí­a de la expiación (en hebreo, Yóm ha-kippurí­m) lo leemos de forma extensa y completa sólo en este capí­tulo. Tiene lugar en una fecha concreta: el dí­a 10 del mes séptimo, es decir, el mes de Tisri (septiembre-octubre). El personaje oficial es siempre y sólo el sumo sacerdote; es la única vez que entra en el †œsanto de los santos†, es decir, en el lugar más sagrado del templo (donde antes de la destrucción de Nabucodonosor se encontraban el arca, las tablas de la alianza, la kapporeto †œcubierta† de oro del arca, los querubines de oro). El ritual constaba de cinco partes: el sumo sacerdote recibí­a dos machos cabrí­os, sobre los que se echaban suertes: uno para Yhwh y el otro para Azazeí­ (quizá un demonio: ¡Angeles/Demonios 11,1); recibí­a además un carnero, que ofrecí­a como sacrificio expiatorio por él y por su familia; inmolaba por el pueblo el macho cabrí­o sobre el que habí­a caí­do la suerte †œpara Yhwh†, repitiendo el mismo solemne rito expiatorio que habí­a realizado con el carnero. Terminados estos ritos, quedaba aún el más espectacular: el sumo sacerdote imponí­a las manos sobre la cabeza del macho cabrí­o sobre el que habí­a caí­do la suerte †œpara Azazel†, confesaba al mismo tiempo las culpas del pueblo, descargándDIAS sobre él, y luego encargaba a una persona que se llevase el macho cabrí­o al desierto. Finalmente, el sumo sacerdote, realizada esta parte extraordinaria del rito, se cambiaba las vestiduras usadas hasta entonces y se poní­a el traje de fiesta para ofrecer holocaustos tanto por sí­ mismo como por el pueblo. El dí­a era de descanso solemne; nadie podí­a trabajar y todos tení­an que hacer penitencia; se insiste particularmente en esta obligación de hacer penitencia: †œSerá para vosotros ley perpetua; una vez al año se hará sobre los israelitas el rito de absolución por todos los pecados† (16,34).
1739
5. La ley de santidad
(Lv 17-26).
Este libro ha llamado siempre la atención de los estudiosos del AT y es considerado sustancialmente como uno de los más antiguos códigos de Israel. La designación †œley de santidad† está sugerida por la expresión que a menudo aparece en estos capí­tulos: †œVosotros seréis santos, porque yo soy santo†. Basada en el principio mosaico de la trascendencia de Yhwh, ulteriormente desarrollado por los profetas, la ley de santidad insiste en la distinción de lo sagrado y lo profano y, de forma suave y penetrante, subraya la necesidad de la observancia de las leyes morales y cultuales para la relación necesaria entre el Dios de la alianza y el pueblo. Podemos descubrir en ella cinco secciones.
1740
a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada (17,1-16).
La matanza de los animales reviste siempre un carácter sagrado, que es preciso regular; por ningún motivo es posible alimentarse de sangre; tampoco es lí­cito comer de un animal que se ha encontrado muerto.
1741
b) Prescripciones morales (cc. 18-20).
Tenemos aquí­ un conjunto de prohibiciones que contraponen la moral del antiguo Israel a la de otros muchos pueblos de la antigüedad, sobre todo de los pueblos vecinos: †œNo haréis lo que se hace en Egipto…, ni haréis lo que se hace en Canaán…; no seguiréis sus costumbres; practicaréis mis mandamientos y cumpliréis mis leyes† (18,3-4). Los hebreos tienen que respetar a sus padres, abominar de los í­dolos; en los trabajos del campo tienen que pensar también en los pobres y necesitados; no deben vengarse ni guardar rencor; tienen que respetar a los ancianos, no robar, no defraudar, no mentir; tienen que respetar al sordo y al ciego. †œNo guardarás odio a tu hermano, antes bien lo corregirás para no hacerte cómplice de su pecado. No serás vengativo ni guardarás rencor hacia tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo: yo, el Señor, vuestro Dios† (19,17-1 8). Estamos en el ámbito de las exigencias religioso-morales más sublimes del AT, y por eso se hace con frecuencia referencia a ellas en el NT (cf Mt 5,43s; Mc 12,31; Jn 13,34). Los capí­tulos 21-22 se dedican exclusivamente a prescripciones relativas a los sacerdotes y a su oficio.
1742
c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo (cc. 23-25).
En el capí­tulo 23 tenemos uno de los cinco calendarios del Pentateuco (Ex 23,14s; 34,18-23; Dt 16 Núm Dt 28-29); pero ninguno es completo. En todos los calendarios, el año litúrgico gravita sobre tres fiestas estacionales que suponen una peregrinación al santuario: pascua y ácimos, en primavera; la fiesta de las semanas (o pentecostés), en verano; fiesta de la cosecha (o de las chozas), en otoño; las tres fueron adquiriendo con el tiempo un significado cada vez más profundo e israelí­tico.
Las festividades que aquí­ se mencionan son: el sábado (23,3), la pascua y los ácimos (23,4-14), pentecostés (23,15-22), principio de año y dí­a de la expiación (23,23-32) y chozas (vv. 33-36.39-43).
Se dedica un capí­tulo a diversas prescripciones que tienen aquí­ la formulación tradicional: la llama que tiene que arder perenne en el candelabro del santuario (24,1-4), las doce hogazas de la presencia o panes de la proposición (24,5-9), la ley contra los blasfemos (24,10-16.23), la ley del ta-lión (4,17-22).
El penúltimo capí­tulo de la ley de santidad está dedicado a dos temas de alto valor social y que se mencionan luego a menudo: el año sabático (25,1-7) y el jubileo (25,8-55) [1 Ley! Derecho VII, 2-3]. En las legislaciones del antiguo Oriente no se encuentra nada análogo.
1743
d) Conclusión.
Con el capí­tulo 26 termina la ley de santidad y, como era costumbre tanto en la Biblia como fuera de ella, el epí­logo está constituido por un texto singular de †œbendiciones y maldiciones† (véase, p.ej.,Ex 23,30-33; Dt 28,1-68). La observancia de las leyes de la alianza garantiza la presencia benéfica de Yhwh y es prenda de prosperidad; la inobservancia no aleja simplemente de la divinidad, sino que hace experimentar su presencia punitiva. Sin embargo, lo mismo que la alianza no tuvo su origen en el nombre, tampoco será la infidelidad del hombre la que tenga la última palabra. La alianza se basa en la benevolencia divina. De aquí­ el aspecto fundamental positivo (a pesar de la primera apariencia) de los castigos divinos contra los transgresores. No se trata de penas vindicativas, sino medicinales; no de maldiciones (en el sentido ordinario de la palabra), sino de advertencias que atesticjuan en el fondo la benevolencia divina. Y precisamente a partir de los sentimientos que inspiraron estas composiciones se desarrolló la idea de la eternidad de la alianza si-naí­tica.
1744
6. Las tarifas
(Lv 27).
Un apéndice habla de las tarifas y evaluaciones para el rescate de las personas y de las cosas: animales, campos, primogénitos, etc., consagrados a Dios, que pueden rescatarse pagando al templo lo señalado.
1745
III. IMPORTANCIA DEL LIBRO DEL LEVITico.
A un libro heterogéneo como Lev no es posible asignarle una fecha de composición, sino sólo una época de redacción y de recogida sistemática de las diversas partes. Los autores están de acuerdo en señalar en Lev un material ciertamente antiquí­simo, otro antiguo y otro posterior al destierro; generalmente fijan su composición actual después del exilio.
El libro tuvo poco éxito entre los lectores y entre los mismos comentadores antiguos. Su contenido legal, la singularidad de muchos de sus ritos y prescripciones, la monotoní­a estereotipada de las expresiones técnicas no favorecen su lectura. A ello se añadieron también algunas exageraciones de ciertos ambientes judí­os en la observancia de determinadas prescripciones legales (véase, p.ej. Mt 9,1 Is; 12,1-12; 15,2-20; 23,1-37; etc.), que favorecieron una actitud negativa frente a ellas. No cabe duda, sin embargo, de que Jesús, Marí­a, los apóstoles, etc., siguieron estas prescripciones leví­ticas. La Iglesia, en sus libros rituales, tomó relativamente mucho de nuestro libro, al menos hasta la reforma litúrgica que llevó a cabo el Vaticano II: por ejemplo, el sagrario, la bendición de la mujer que acaba de dar a luz, la ofrenda de los primeros frutos y de los diezmos, el uso de la lámpara ante el santí­simo sacramento, etc., para indicar sólo los más llamativos.
Entre los principios doctrinales más interesantes señalemos algunos. La importancia y la santidad del servicio litúrgico intenta imprimir en los fieles el sentido de la santidad de Yhwh, al que va orientado todo el culto. En Lev los sacrificios se caracterizan por la idea fundamental del don, cuyo valor no está tanto en el aspecto material como en el hecho de que es un medio para realizar la comunión con la divinidad, aspecto que fue muy subrayado luego por la misma tradición judí­a. El concepto altamente moral del pecado se presenta como transgresión de una ley conocida (concepto que no era nada común en aquel tiempo), que aleja de Dios, contamina el templo, la tierra y la persona. Además, el pecado es considerado bajo el aspecto doble de voluntario e involuntario. La imitación de Dios es la condición indispensable de la verdadera religión: el fiel tiene que ser santo porque su Dios es santo. Se trata de una santidad un tanto distinta de la neotesta-mentaria, pero no puede ciertamente restringirse a una simple pureza exterior. La insistencia en los deberes de justicia, de respeto y de amor a los compatriotas va acompañada de la acentuación de ciertos deberes incluso con los extranjeros. Nótese también la insistencia en la dignidad del matrimonio (18,6-23; 20,10-22), en el deber de respetar a los padres y a los ancianos (19,9.32); tampoco hay que infravalorar el valor ético, social y religioso de los capí­tulos 25-26.
En el Lev se encuentran muchos textos que dan la impresión de una valoración más bien exterior que interior de los sacerdotes y de los fieles, pero se trata de una impresión equivocada. En estos casos nos encontramos frente a un complejo de protección de la fe y la praxis religiosa; para los más superficiales este complejo podí­a tener mayor valor que lo demás, que era la sustancia; pero se trataba de casos que, aunque numerosos, como sucede en toda religión, nunca llegaron a sofocar la fe vetero-testamentaria.
1746
BIBL.: Cavalletti 5., Levitico, Ed. Paoline, Roma 19843; Córtese E., Levitico, Marietti, Tu-rí­n 1982;
Fournelle G., ElLevitico, Ps Terrae-Mensajero, Bilbao 1970; Moraldi L., Espiazionesacrifí­cale e riti
espiatorineil †˜ambiente bí­blico e nell†™AT, Pontificio Istituto Bí­blico, Roma 1956; Rendtorff R., Studien zur
Geschichte des Opfers ¡m Alten Israel, Neukirchen-Vluyn 1967.
L. Moraldi

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Tercer libro del Pentateuco llamado así porque trata sobre los oficios, ministerios, ritos y ceremonias de los sacerdotes y levitas. Llamado por los autores rabínicos “Ley de los sacerdotes” o “Ley de los sacrificios”, contiene una colección casi completa de las leyes referentes al ministerio levítico. Aunque no están codificadas en un orden lógico, podemos distinguir ciertos grupos de regulaciones que tratan el mismo asunto. El libro de Éxodo muestra lo que Dios ha hecho y continúa haciendo a favor de su pueblo; el Levítico prescribe lo que el pueblo debe hacer por Dios y cómo deben hacerse dignos de su presencia constante.

  • 1. Primera Parte (1,1 – 10,20): Deberes de Israel hacia Dios, que vive en medio de ellos.
    • a. 1,1 – 6,7: Se enumeran los diferentes tipos de sacrificios y se describen sus ritos.
    • b. 6,8 – 7,36: Se establecen los derechos y deberes de los sacerdotes, los oferentes oficiales de los sacrificios.
    • c. 8,1 – 10,20: Se consagra a los primeros sacerdotes y se les inicia en su función.
  • 2. Segunda Parte (11,1 – 27 34): La Presencia Divina requiere la pureza legal.
    • a. 11,1 – 20,27: Todo el pueblo debe estar legalmente limpio; las diversas formas por las que se debe mantener la limpieza; a la limpieza externa debe añadirse la interna.
    • b. 21,1 – 22,33: Los sacerdotes deben sobresalir en cuanto a pureza interior y exterior. Por ello deben observar normas especiales.
    • c. 23,1 – 27,34: Las demás leyes, promesas y amenazas hechas para motivar a la observancia y disuadir de la violación de las leyes, pertenecen tanto a los sacerdotes como al pueblo.

Ver además el artículo Pentateuco.

Fuente: Leviticus.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/09207a.htm

Traducido por L H M.

Fuente: Enciclopedia Católica