MAGNIFICAT

El cántico de alabanza de Marí­a relatado en Luk 1:46-55.

Este nombre proviene de la primera palabra en la versión Vulgata, Magnificat mea anima, †œMagnifica mi alma†. El canto sigue fielmente la poesí­a del AT, con una similitud sorprendente con la oración de Ana (1Sa 2:1-10).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Canto de alabanza de Maria, Luc 1:46-56. Es uno de los más beIlos y grandiosos de la Biblia, porque es el “canto de la humildad”, de la “humilde esclava del Senor”: (Luc 1:48). Por su humildad, se hace una profecí­a maravillosa de la Virgen Marí­a: “Todas las generaciones la llamarán bienaventurada”; profecí­a que se ha cumplido muy bien en los últimos 2,000 años, porque la Virgen Marí­a es la mujer en la historia de la humanidad a la que se le han dedicado más poesí­as y cantares, y pinturas y esculturas, y capillas y basí­licas y catedrales, para llamarla “bienaventurada” con todas las formas del arte, en los cinco continentes. y, en cada segundo de cada dí­a, durante estos 2.000 años alguien ha estado y está diciendo “Salve, Marí­a, llena de gracia.”, ¡qué bien se ha cumplido hasta ahora esta profecí­a de Luc 1:48!

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Término con el cual se conoce la oración que hizo †¢Marí­a al recibir la anunciación del ángel †¢Gabriel que le decí­a que serí­a madre del †¢Mesí­as. Se le llama así­ porque en latí­n se lee †œMagnificat anima mea Domini…† (†œEngrandece mi alma al Señor† [Luc 1:46]). Un manuscrito de Lucas en latí­n pone las palabras del M. como dichas por †¢Elisabet, pero la inmensa mayorí­a de la documentación conocida las señala como provenientes de Marí­a.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, MUSI

vet, Nombre que recibe el cántico que Marí­a, la madre del Señor Jesús, compuso en gozosa alabanza. Recibe este nombre por la palabra con que empieza en la versión latina Vulgata (Lc. 1:46-55). En este cántico Marí­a reconoce que Dios es el Salvador de ella (Lc. 1:47) y agradece la bienaventuranza de que ha sido objeto (Lc. 1:48-50); proclama la grandeza de Dios en Su protección de los humildes y afligidos, y en Su juicio contra los soberbios de corazón (Lc. 1:51-53); relaciona el nacimiento del Mesí­as con la escatológica bendición de Israel (Lc. 1:54, 55). Este bello poema está impregnado del conocimiento de Dios en las Escrituras del AT, y muestra que Marí­a era una estudiosa atenta de la Palabra de Dios.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[913]
Himno que se atribuye a Marí­a, en el momento de visitar a su prima Isabel, cuya gestación el ángel da como señal y que aparece en Lc. 1. 46-53 (Ver Himnos 1 y Marianas. Plegarias 2)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

En el contexto de los planes salví­ficos de Dios

La fe de Marí­a (Lc 1,45) y su disponibilidad ante los planes salví­ficos de Dios, se expresan en el cántico del “Magní­ficat” (Lc 1,46-55). El saludo de Marí­a a Isabel es portador de gozo mesiánico y se explicita y amplí­a con el Magní­ficat. Marí­a puede cantar la acción definitiva del Espí­ritu Santo, porque ha creí­do incondicionalmente en esta acción. En el himno evangélico se transparenta la interioridad de Marí­a (ya manifestada en la anunciación), como recapitulación y superación de las vivencias del antiguo Israel y como resumen de las esperanzas mesiánicas, cantadas con el gozo de verlas ya convertidas en realidad.

Se pueden notar dos partes estrechamente relacionadas la “esclava” canta “las cosas grandes” que ha hecho Dios Salvador (Lc 1,46-50); la acción salví­fica de Dios se manifiesta en los pobres, en contraste con los poderosos (Lc 1,51-55). La redacción se desarrolla en el contexto del evangelio de la infancia según San Lucas (Lc 1-2). En este contexto, el cántico mariano repite y profundiza su apertura total a la Palabra de Dios su “sí­” a la Palabra (Lc 1,38) como expresión máxima de la fe en Dios (Lc 1,45), concretada en un servicio de caridad (Lc 1,39) que se convierte en instrumento de la gracia del Espí­ritu (Lc 1,41).

Las ideas y esperanzas mesiánicas cantadas por Marí­a ya se han cumplido en Cristo el Emmanuel. Dios es Salvador (Lc 1,47), santo (Lc 1,49), poderoso (Lc 1,49.51), misericordioso (Lc 1,54), que tiene sus preferencias por los pobres (Lc 1,52-53) y es fiel a sus promesas (Lc 1,55). El texto de Lc 1,47-55 es como un paralelo de los temas que aparecen en la Anunciación gozo, poder de la santidad de Dios, salvación universal, humildad o pobreza (bí­blica) de la criatura, misericordia divina según las promesas mesiánicas… En el Magní­ficat todo brota de la experiencia sobrenatural que Marí­a ha tenido desde la Anunciación “ha hecho en mí­ cosas grandes” (Lc 2,51).

Marí­a sigue la tradición de los himnos de cada época de la historia de salvación, especialmente de los salmos (cfr. Sal 98) y de las santas mujeres (cfr. 1Sam 2,1-10), que expresan una experiencia parecida a la del Exodo, y cantan la misericordia de Dios en favor de su pueblo, a la espera del Mesí­as Salvador, por quien se recibirá la salvación plena. Marí­a canta y es portadora de este anuncio salví­fico ya presente. La redacción de Lucas corresponde a un hecho histórico y salví­fico, narrado literariamente con un transfondo de referencias veterotestamentarias (como hizo en el relato de la Anunciación), que corresponde a la actitud contemplativa de Marí­a (cfr. Lc 2,19.51).

Virgen orante

En este cántico, Marí­a expresa los sentimientos más profundos de la oración alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bí­blica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación. De este modo, se indica que “adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí­ mismo, como hace Marí­a en el Magní­ficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo” (CEC 2097).

La “Madre del Señor” es también la “Virgen orante”, puesto que “el Magní­ficat es la oración por excelencia de Marí­a, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel” (MC 18). “En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de Marí­a, el éxtasis de su corazón” (RMa 36).

El gozo cantado en el Magní­ficat es un gozo “pascual”, que va pasando de la humillación a la exaltación, de la “kenosis” a la glorificación, como asociación a Cristo (correr su misma suerte, participar de su misma “espada” Lc 2,35). Dios “ha hecho cosas grandes” en Marí­a, porque ha mostrado en ella que los “pobres” son “bienaventurados”. Lo que Dios ha hecho en Marí­a es para bien de todas las generaciones. El “hágase en mí­ según tu palabra” (Lc 1,38) es la disposición mariana y eclesial para que Dios continúe haciendo “cosas grandes” en la historia de salvación.

El cántico de Marí­a y de la Iglesia

El “Magní­ficat” ha sido, desde los primeros siglos, el cántico de la Iglesia en camino. Es, pues, un hecho de gracia que sigue incidiendo en la historia. “La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magní­ficat que, salido de la fe profunda de Marí­a en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las ví­speras y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria” (RMa 35). La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la “humillación” a la “exaltación”, por la “pobreza” bí­blica a la salvación.

Las vivencias de Marí­a, expresadas en el Magní­ficat, son como la personificación de las vivencias de la Iglesia. La Iglesia, recitando el Magní­ficat, con Marí­a y como ella, evoca las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento y tiene en cuenta que todos los pueblos están esperando al Salvador. Por esto da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48), que demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53), y que da comienzo al reino mesiánico (Lc 1,54-55).

El Magní­ficat sigue siendo, a la vez, “el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios” (CEC 2619). La Iglesia lo considera como “cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economí­a de la salvación, cántico de los “pobres” cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas” (ibí­dem). La “pobreza” cantada en el Magní­ficat es la “kenosis” de quien es “llena de gracia” como fruto de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia, a través de un camino de peregrinación, encuentra a Marí­a que “precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza” (LG 68).

Referencias Anunciación, alabanza a Dios, esperanza, espiritualidad mariana, Mesí­as, salmos, Virgen Marí­a.

Lectura de documentos CEC 2097, 2619, 2622.

Bibliografí­a AA.VV., El Magní­ficat, Teologí­a y espiritualidad; Ephemerides Mariologicae 36 (1986) n.3; J.M. BOVER, El “Magní­ficat”, su estructura y su significación mariológica Estudios Marianos 19 (1945) 31-43; L. CASTAN LACOMA, Las bienaventuranzas de Marí­a (Madrid 1971); J. ESQUERDA BIFET, Magní­ficat y salmos espiritualidad y psicologí­a mariana y eclesial Estudios Marianos 38 (1974) 53-71; I. GOMA, El Magní­ficat, canto de salvación ( BAC, Madrid, 1982); R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con Marí­a y orar a Marí­a (Onda 1984); Idem, Marí­a de Nazareth, la verdadera discí­pula (Madrid, PPC, 1991); E. PERETTO, Magní­ficat, en Nuevo Diccionario de Mariologí­a (Madrid, Paulinas, 1988) 1224-1237.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
Es la primera palabra latina con que comienza el cántico o himno de alabanza y acción de gracias que profirió la Virgen Marí­a al visitar a Isabel (Lc 1,46-55). El himno habla de la misericordia de Dios, de su preferencia por los pobres y por los humildes, de su fidelidad a las promesas. Marí­a canta la gracia y la generosidad de Dios para con ella, su misericordia y su poder, manifestados en la historia de la salvación. Este cántico es un resumen de la Biblia, la sí­ntesis de la historia de la salvación.

Al reflexionar sobre el Magnificat, más que pensar en una composición de Marí­a, con ocasión de la visita a su pariente Isabel, los estudiosos de la Biblia creen que es un cántico sagrado que viene de la primitiva comunidad judeo-cristiana y que expresa la fe de aquellos primeros seguidores de Jesús que ya se sentí­an también enamorados de su madre.

Aunque el Magnificat no haya sido compuesto por Marí­a, nos basta saber que el evangelista le atribuye tales sentimientos. Esto ofrece una base sólida para describir la figura teológica de la Madre de Jesús y la importancia que este cántico ha tenido y tiene en la piedad de la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II escribe que el cántico del Magnificat ha salido de la fe profunda de Marí­a en la Visitación y que en él se vislumbra “su experiencia personal, el éxtasis de su corazón. En estas sublimes palabras resplandece un rayo del misterio de Dios, la alegrí­a de su inefable santidad, el eterno amor que, como don irrevocable, entra en la historia del hombre”.

El Magnificat es el cántico del alma henchida de agradecimiento que en la austeridad de una vida sencilla pone su dicha en sentirse predilecta de Yahvéh. El Magnificat celebra la pobreza de Marí­a, la predilección de Dios por los hambrientos, los humildes, los pobres…, la fidelidad de Dios.

El Magnificat es como la fotografí­a del corazón y del alma de la Virgen. Es el espejo más fiel de su alma, el secreto de su inefable grandeza y de su humillación insondable. Si ella ha sido elevada tan alta en los planes de Dios, se debe a que ha sabido colocarse en el último lugar, entre los del pueblo de Yahvéh. Cada cristiano ha de hacer suya esta actitud de Marí­a y es llamado a hacer propio este cántico, el cántico del pobre, del verdadero hombre de fe.

Marí­a se expresa como una persona habituada en la oración a la contemplación del plan salví­fico de Dios, familiarizada con su palabra y abandonada plenamente a su voluntad.

El Magní­ficat es, en su primer substrato, fruto del alma profundamente contemplativa de la Virgen de Nazareth. En él se nos manifiesta Marí­a, la orante, la mí­stica (Lc 2,19.51). Es el canto de la alegrí­a y la gratitud a la fidelidad del Padre, que obra siempre maravillas en los pobres.

El alma contemplativa de la madre de Jesús se nutre de la Palabra y por eso engendra la Palabra que debe ser anunciada.

El Magnificat nos descubre el alma entera de la Virgen. Es un reflejo fiel de la palabra de Dios de la que alimentaba su mente y su corazón. Podemos verificar hasta gráficamente cómo viví­a la palabra de Dios y hasta qué punto estaba penetrada del lenguaje divino, ya que sus expresiones y efusiones parecen transparencias del eco de la voz de Dios en su alma.

Un himno compuesto enteramente de textos bí­blicos no es original, pero sólo puede crearlo quien desde su infancia ha vivido en la atmósfera religiosa de la Biblia. La Virgen guardaba la palabra de Dios en su corazón y viví­a todo lo que ahora proclamaba; por eso el Magnificat es el cántico de su corazón. Allí­ está la originalidad de este cántico que brota de un tirón desde el hondón del alma piadosa de la madre de Jesús.

El texto del Magnificat es como un bello mosaico de citas y alusiones al antiguo testamento que ella ha escuchado muchas veces en la sinagoga de Nazareth y que ha meditado frecuentemente hasta asimilarlos en su corazón, y que ahora se reproducen con una fuerza inusitada ante el inesperado anuncio del ángel. Y las palabras inspiradas de Isabel la acaban de conmocionar de tal manera que se abren sus labios para proclamar las grandezas de Dios. Marí­a es el prodigio máximo de las divinas misericordias que después de volcarse sobre ella llegan hasta nosotros de generación en generación. Ya no se trata de promesas de futuro, sino de una realidad presente cumplida en la Virgen, quien alborozada desgrana un himno de inmensa gratitud.

El Magnificat, y en especial los versí­culos 51-53, es la más profunda definición de Dios que brota, no de las entrañas viscerales de un guerrero, sino del corazón lleno de ternura y de limpieza de Marí­a, ese corazón que conserva la memoria y el gozo que manifestaba su hijo cuando enseñaba que el Dios que se oculta a los poderosos y a los sabios, se ha revelado a los pobres y a los marginados (Mt 11,25), a los excluidos como se dice en Ecuador.

Capacidad contemplativa de los pobres y de Marí­a
Los pobres tienen una especial capacidad contemplativa y de agradecimiento; su corazón está más sereno y abierto, porque se ve libre de ambiciones y ataduras. Viven gozosamente en Dios, saborean su presencia y pueden así­, mirar en su luz un mundo que les pertenece.

En esta lí­nea se encuentra el papel de Marí­a en la teologí­a de la liberación; y en los documentos episcopales del CELAM se afirma que el Magnificat es uno de los textos del nuevo testamento de contenido polí­tico liberador más intenso: “El porvenir de la historia va en la lí­nea del pobre y del explotado; la liberación auténtica será la obra del oprimido mismo; en él el Señor salva la historia”.

Cantar el Magnificat de nuestra Señora nos abre caminos de esperanza. Pero sólo si con un corazón pobre como el suyo estamos abiertos a la acción del Todopoderoso y a la necesidad de los hombres.

El Magnificat expresa un sentido liberador, tí­pico del evangelio de san Lucas, que es el evangelio de los pobres, y nos asegura que el mismo Dios del Exodo seguirá actuando en favor de los oprimidos, ya que derriba de sus tronos a los poderosos y enaltece a los humildes, y da pan a los hambrientos mientras que despide vací­os a los ricos.

Hay que descubrir el significado profundo y revolucionario, en el mejor de los sentidos, de este canto mariano y ponerlo con toda justicia dentro del contexto de la teologí­a de la liberación integral.

Toda la razón de ser de la grandeza de la Virgen y de su lugar eminente en la Iglesia y en la historia de todos los tiempos tiene su base en que “el Señor miró la bajeza de su esclava”.

Dios ha puesto sus ojos en la “tapeinosis” de su esclava: pequeñez ante Dios y ante sí­, pequeñez social.

Así­ la Virgen, en el Magnificat, anticipa la predicación de las Bienaventuranzas. Su humildad es el sello de su maravilloso equilibrio humano. Sabe que es un vaso de barro lleno de tesoros (2 Cor 4,7). No se declara la más indigna de las criaturas (las fórmulas exageradas nacen de un secreto orgullo), sino que con esa reserva en los sentimientos, que dice tan juiciosamente qué insignificante es lo excesivo, su expresión es moderada y más bella: esclava del Señor y colmada de las maravillas por el Todopoderoso.

La grandeza de Marí­a no se funda en sus glorias, sino en su bajeza; no es la plenitud del don la causa de su bienaventuranza, sino el vací­o aceptado por ella y que hace posible la plenitud. Su gloria está en proporción con su humildad. Su humildad -la verdadera que es caminar en la verdad, como escribe santa Teresa de Jesús- no tiene el peligro de convertirse en orgullo ante los dones del Todopoderoso. Este ha sido el peligro que experimentaron algunos santos. Otros, como la santa de Lisieux, eran conscientes de la gracia de Dios en ellos y hablan con tanta confianza de su cielo futuro y de lo que harán allí­, que nos ayudan a comprender el Magnificat en el que la Virgen canta su gloria futura.

Al igual que Jesucristo, la única vez que se propone como modelo para que le imitemos, se refiere a su pobreza (en efecto, el término subyacente al kai tapeinos”, manso y humilde de corazón (Mt 11,29), es el hebreo anaw, o el arameo anwana: pobre; así­ pues creemos que la Virgen con el término (Lc 1,48) nos describe su alma de pobre, al hablarnos de su bajeza de esclava. Esta palabra parece constituir el núcleo central del cántico; con ella se nos descubre el alma, el espí­ritu de humildad de la Virgen.

Dios ha mirado la bajeza de su esclava. “Mirar Dios es amar y hacer mercedes”, dirá san Juan de la Cruz. Esta actitud de mirar la situación aflictiva de sus fieles se atribuye a Yahvéh en el antiguo testamento. Es un antropomorfismo que ilustra con la imagen de un gesto afectuoso la ternura con que lo ama, y expresa que va a intervenir en su favor.

Lo que Yahvéh ha hecho en Marí­a adquiere categorí­a de ley divina a través de su modo de proceder con toda clase de gente pobre y sin prestigio humano alguno. La elección de todos ellos, antepasados de la Virgen, ha sido enteramente gratuita, fruto del amor. Dios los eligió, como afirma san Pablo, antes de la constitución del mundo (Ef 1,4), desde el seno materno (Gál 1,15), porque su amor es eterno y su llamada no depende de los méritos o cualidades del ser humano, sino únicamente del amor divino.

Esta es la ley, y en ella pone su ideal el verdadero israelita: “Conocerme, porque Yo soy Yahvéh, que hago merced, derecho y justicia sobre la tierra y en eso me complazco” (Jer 9,23). Jeremí­as, al igual que otros profetas (Os 2,22) sintetiza la religión verdadera en el “conocimiento de Yahvéh”. Pero los judí­os dieron a este texto una interpretación nomista, legalista, fundados en la versión de los LXX, que habí­a omitido el “yo” y cambiado el sujeto del verbo hacer; de ese modo ya no era Yahvéh, sino el hombre, el que hací­a merced, derecho y justicia, es decir, que el judí­o se constituí­a en el autor de su propia salvación; podí­a gloriarse en sus obras, causa de su propia justificación.

San Pablo, abogado celoso de la gloria de Dios, negará en el hombre toda gesis -suficiencia, glorificación- (Gal 2,16; Rom 3, 21-28) y añadirá machaconamente: “pues habéis sido salvados por la gracia, mediante la fe; y eso no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se glorí­e “(Ef 2,8.9).

Dios ha elegido lo pobre, lo débil, lo frágil, lo irrelevante, lo sin prestigio y sin influjo (1 Cor 1,27-31); por eso, el ser conscientes de nuestra debilidad es motivo de gran confianza, ya que la fuerza de Dios se muestra perfecta en la flaqueza (2 Cor 12,9). Santo Tomás de Aquino profundiza en este obrar divino, afirmando que un artista recibe tanta mayor gloria cuanto más frágil y deleznable es la materia con la que hace su obra de arte; de este modo nuestra miseria engrandece la obra de Dios.

Ser conscientes de nuestra sis, de nuestra bajeza, no es ignorancia de los dones que continuamente recibimos; es la conciencia y aceptación de nuestra constante indigencia. En la medida que crece la convicción de nuestra pobreza, de nuestra nada, aumenta nuestra capacidad de recibir los dones de Dios. Hay que saber asumir nuestra incapacidad y miseria para que de este modo podamos recibir la gracia, como algo gratuito y no como un derecho adquirido.

Todo es gratuito, tanto don, sin que podamos gloriarnos de nada por nuestra parte. Hay que excluir toda autosuficiencia, toda glorificación (Rom 3,27.28) pero es necesario el conocimiento de dichos dones y la gratitud. Tanta gracia exige un corazón humilde, que es lugar preferido por el Señor para habitar en él (Is 66,1.2). Y sólo a los humildes, a los pequeños revela sus secretos (Lc 10,21).

En Marí­a encontramos el mejor ejemplo de humildad-verdad, como canta en el Magnificat: Dios se ha fijado en su humilde condición, en su pequeñez, en su bajeza. Su elección no es un premio a su humildad. No es la virtud de la humildad lo que ha movido a Dios para llenarla de su gracia, pues de tal modo se destruirí­a toda gratuidad. Es verdad que Dios ha visto la humildad de Marí­a, el sentimiento que ella tiene de su pequeñez, pero la Virgen sólo sabe de su bajeza e insignificancia. El verdadero humilde no se reconoce como tal; el perfume de esa virtud sólo lo percibe Dios, no la persona que lo emana. Marí­a ve su bajeza, Dios mira su humildad. > Marí­a; pobres.

. López Melús

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(Lc 1,46-55) (-> inversión, Dios, Marí­a, madre de Jesús, Ana). Palabra latina con la que se conoce el Canto de Marí­a, la madre de Jesús: “Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espí­ritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la pequeñez de su sierva, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones; porque ha hecho en mí­ cosas grandes el Poderoso y santo es su Nombre y su misericordia (se extiende) de generación en generación sobre aquellos que le temen. Desplegó el Poder de su brazo, dispersó a los (que son) soberbios por el pensamiento de sus corazones. Derribó a los potentados de sus tronos, y elevó a los oprimidos; a los hambrientos los llenó de bienes, y a los ricos los despidió vací­os. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como lo habí­a prometido a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia por los siglos”. Este canto reasume motivos de los himnos de Ana (1 Sm 2) y de Moisés (Ex 15) y está estrechamente unido con el Benedietns* de Zacarí­as. Llevando en sus entrañas al hijo mesiánico, Marí­a ha visitado a Isabel, esposa de Zacarí­as y madre profética del Bautista. Isabel le ha bendecido, llamándola bienaventurada porque ha creí­do (cf. 1,39-45). Marí­a responde engrandeciendo a Dios con este himno de gozo que asume y cumple los caminos de la historia israelita. Es una oración única que sólo pudo decirse una vez y para siempre, en el centro de la historia; pero, al mismo tiempo, es una oración plenamente judí­a, cristiana y universal que nos abre a la experiencia de transformación mesiánica del mundo.

(1) Es una oración judí­a. Todos los términos y expresiones del Magní­ficat pertenecen al Antiguo Testamento. Nada hay exclusivamente cristiano en este canto (lo mismo que sucede en el Padrenuestro). De principio a fin, Marí­a aparece como personificación de Israel, en la lí­nea de otras mujeres del Antiguo Testamento (Ana, Judit, Ester…). Ciertamente, ella está grávida de Dios: lleva en su seno la vida que brota de la promesa de Dios. Pero todas las auténticas judí­as se han sentido y sienten portadoras de una vida que nace de Dios. Por eso, ella canta al Dios de Israel, al Dios que cumple la esperanza de Abrahán y los patriarcas. Los tres gestos centrales de la inversión* del canto (Lc 1,51-53) sitúan la experiencia de Marí­a a la luz de lo que Dios ha de hacer cuando cumpla las promesas de Israel. Ciertamente, ella actúa como Hija de Sión, como verdadera israelita.

(2) Lectura cristiana y universal. Marí­a asume la promesa israelita (Lc 1,54-55), pero la despliega y canta desde una perspectiva nueva, desde el mensaje del nacimiento mesiánico de Jesús. Ella sabe que Dios se ha revelado ya, que ha cumplido su promesa en Cristo (el hijo que lleva en sus entrañas). Desde esa perspectiva, siendo plenamente israelita, el Magní­ficat puede y debe interpretarse en clave de superación del judaismo nacional: Dios ha cumplido su promesa, ha recibido ya a Israel; por eso, la tarea exclusiva del pueblo israelita en cuanto tal ha terminado. Todo es judí­o en Marí­a, todo es cristiano; y, sin embargo, no hay nada exclusivamente judí­o ni cristiano. Lo que Marí­a está cantando pueden cantarlo y asumirlo como propio todos los pobres y hambrientos de la tierra, sin distinción de religiones ni de razas. Son muchas las cosas que pueden unir a los hombres: un tipo de visión de Dios, una forma de entender la ciencia o la polí­tica. Pero todas esas formas de unidad pueden terminar siendo parciales o, peor aún, pueden ponerse al servicio de un sistema controlado por los fuertes, por los grandes, por los sabios. Marí­a, en cambio, propone un nuevo tipo de universalidad: aquella que nace de los pobres y excluidos de la sociedad. Significativamente, los mejores representantes del diálogo entre las religiones han vuelto a situarse en este lugar privilegiado del Canto de Marí­a: sólo a partir de la opción por los pobres, desde la esperanza de liberación de los excluidos, hambrientos y humillados, pueden unirse las diversas religiones de la tierra.

Cf. R. E. BROWN, El nacimiento del Mesí­as, Cristiandad, Madrid 1982, 369-380; I. GoMí, El Magní­ficat. Cántico de Salvación, BAC, Madrid 1982; S. MUí‘OZ IGLESIAS, Los cánticos del evangelio de la infancia segiin san Lucas, CSIC, Madrid 1983, 61-162; X. PIKAZA, Enchiridion trinitatis, Sec. Trinitario, Salamanca 2005, 418-448; D. Ruiz LóPEZ, Magní­ficat. Un canto para el tercer milenio, BAC, Madrid 2001.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Quisiera destacar la intensidad de este verbo: magnifica. La expresión es casi paradójica: ¿cómo se puede magnificar ai Señor, haciéndolo más grande de lo que ya es? A menudo decimos: oh Dios, alabo tu grandeza; pero el verbo que emplea Marí­a revela un afecto muy profundo, una intensa emoción. Es querer que Dios sea lo más grande posible, como una mamá que quiere tanto a su niño que le gustarí­a que fuera el más hermoso, el más feliz, el más grande de la tierra.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Véase Cántico.

Fuente: Diccionario de Teología

Como otros himnos en Lc. 1–2, el nombre de la profecía de María (Lc. 1.46–55) proviene de la Vg. Lat. En la creencia de que “María” (Lc. 1.46) era la interpretación secundaria, algunos comentaristas aceptan la versión menos confirmada “Elisabet” (cf. Creed). Puede ser que Lucas se haya limitado a escribir simplemente “dijo (ella)”, y que los copistas hayan tratado de asignar la canción ya sea a “María” o a “Elisabet”. Universalmente se ha aceptado la versión “María”. La opinión de los comentaristas está dividida en cuanto a cuál de las dos le corresponde mejor el contenido de la canción, si a María o a Elisabet. El episodio que sirve de marco, sin embargo, constituye una transición entre la anunciación y el relato del nacimiento; está estrechamente relacionado con la primera, y continúa su tema mesiánico. Lo más probable, por lo tanto, es que Lucas la haya considerado como la canción de María relativa a Cristo.

El modelo para este poema lírico fueron los salmos veterotestamentarios, y tiene especial afinidad con la canción de Ana (1 S. 2.1–10). El tema de Lucas le da su forma a la secuencia de la narración, y no necesariamente debemos considerar al himno como una espontánea o exacta respuesta de María. Pero tampoco debemos considerarlo meramente como una reconstrucción editorial. Su significación para Lucas radica en el hecho de ser la profecía de María, o sea que el contenido salió de sus labios y expresa lo que había en su mente y su corazón.

Así como esta pieza lírica lleva la sección a su punto culminante, también dentro del Magnificat mismo el tono va en aumento. Está dividido en cuatro estrofas que describen: (1) la gozosa exaltación, gratitud, y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que lo reverencian; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres; y (4) su especial misericordia para con Israel. La causa de la canción de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía. Porque es probable que, en el judaísmo, lo que asignaba un máximo de gozo y significación a la maternidad fuese la posibilidad de que este niño fuese el Libertador.

La última parte del poema es una descripción de la salvación mesiánica de Dios, y constituye una virtual paráfrasis de pasajes del AT. Se profetiza esta redención en función de una liberación nacional de los opresores humanos. Es un modo de expresión típico del mesianismo precristiano. El NT no lo contradice, sino que lo transfiere a la parusía del Mesías en la “era venidera” escatológica (cf. Hch. 1.6ss). Como ocurre a menudo con los oráculos veterotestamentarios, se toman estos actos mesiánicos de Dios como si ya se hubiesen cumplido: la promesa de Dios tiene la eficacia del acto mismo (cf. Gn. 13); su palabra es la palabra de poder. El objeto específico de la misencordia de Dios es “Israel su siervo” (Lc. 1.54s; cf. Hch. 3.13, 26; 4.27, 30). No es posible determinar con certidumbre si aquí se refleja la distinción veterotestamentaria entre la nación en su conjunto y el remanente fiel; a menudo el concepto queda como un todo no diferenciado, y es posible que el contraste en los vv. 51–53 se refiera solamente a la nación judía y el poder dominante gentil. Pero en la mente de Lucas—y en la de sus primeros lectores—no está ausente, por cierto, la interpretación típicamente cristiana en conceptos tales como “Israel” (cf. Lc. 24.21–26; Jn. 12.13; Hch. 1.6; Ro. 9.6), “siervo”, y “la simiente” (Jn. 8.39; Gá. 3.16, 29), y probablemente entra, también, en su modo de entender e interpretar la profecía de María. (* Anunciación; * Benedictus )

Bibliografía. R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, 1982, pp. 369–382; J. A. Fitzmyer, El evangelio según san Lucas, 1986.

J. M. Creed, The Gospel according to St Luke, 1942, pp. 21–24; R. Laurentin, “Les Évangiles de l’enfance”, Lumière et Vie 23, 1974, pp. 84–105.

E.E.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Es el título dado comúnmente al texto en latín y a la traducción al lenguaje vernáculo del cántico (o canción) de María. Es la palabra inicial del texto de la Vulgata (Lucas 1,46–55): “Magnificat anima mea, Dominum”, etc. (Engrandece mi alma al Señor, etc.). En los antifonarios antiguos frecuentemente se le llamaba Evangelium Mariae, el “Evangelio de María” . En el Breviario Romano se titula (vísperas para el domingo) Canticum B. M. V. (Cántico de la Bienaventurada Virgen María). El “Magníficat”, el “Benedictus” (Cántico de Zacarías —Lc. 1,68–79), y el “Nunc Dimittis” (Cántico de Simeón —Lc. 2,29–32) son llamados también “cánticos evangélicos” ya que aparecen en el Evangelio (Evangelium) de San Lucas.

Contenido

  • 1 Forma y contenido
  • 2 Autoría mariana
  • 3 Uso litúrgico
  • 4 Arreglo musical
  • 5 Bibliografía

Forma y contenido

Los comentaristas lo dividen en tres o cuatro estrofas, de las cuales se puede encontrar explicaciones fácilmente accesibles en “Exposition of the Gospel of St. Luke” en McEvilly (división triple: versos 46–49, 50–53, 54–55); en “Life of Jesus Christ” de Maas (también triple pero ligeramente diferente: versículos 46–50, 51–53, 54–55); y en “Popular Commentary on the New Testament” de Schaff y Riddle (división en cuatro estrofas: 46–48, 49–50, 51–52, 53–55). En muchos lugares, el Magníficat es muy similar en pensamiento y lenguaje al cántico de Ana (1 Sam. 2,1-10) y a varios salmos [33(32),10; 34(33),3-4.11; 35(34),9; 71(70),19; 98(97),1.3; 111(110),9; 113(112),7; 118(117),16; 126(125),2-3; 132(131),11; 138(137),6]. Se encuentran similitudes en Hab. 3,18; Mal. 3,12; Job 5,11; Is. 12,8, y 49,3; Gén. 17,19. Impregnados así del pensamiento y fraseología bíblicas, resumiendo en su éxtasis inspirado la economía de Dios con su pueblo escogido que indica el cumplimiento de la antigua profecía y profetiza de nuevo hasta el final de los tiempos, el Magníficat es la corona del cántico del Antiguo Testamento, el último cántico del Antiguo y el primero del Nuevo Testamento. Fue pronunciado (o probablemente, cantado) por la Santísima Virgen María cuando visitó a su prima Isabel bajo las circunstancias narradas por San Lucas en el primer capítulo de su Evangelio. Es un éxtasis de alabanza por el favor inestimable concedido por Dios a la Virgen, por las misericordias mostradas a Israel y por el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham y a los patriarcas. Aquí indicaremos sólo cuatro puntos de exégesis. Algunos comentaristas distinguen el significado de “alma” (o “intelecto”) y “espíritu” (o “voluntad”) en los primeros dos versos; pero a la vista del uso hebreo, probablemente ambas palabras significan lo mismo, “el alma con todas sus facultades”. En el v. 48 “humildad” significa probablemente la “condición inferior” o “posición modesta”, más que la virtud de la humildad. La segunda parte del v. 48 revela una profecía que se ha cumplido desde entonces, y la cual añade a las abrumadoras razones para rechazar la idea de que Isabel es la autora del cántico. Finalmente, la primera parte del v. 55 (“como había anunciado a nuestros padres) es probablemente parentética.

Autoría mariana

La última década del siglo XIX fue testigo de una discusión sobre la autoría del Magníficat, basada en el hecho de que tres códices antiguos (Vercellensis, Veronensis, Rhedigerianus) tienen: “Et ait Elisabeth: Magníficat anima mea”, etc. (E Isabel dijo: Mi alma te engrandece, etc.); y también en algún uso patrístico muy leve de la lectura variante. En “Berliner Sitzungsberichte”, (17 de mayo de 1900), 538-56, Harnack anunció su punto de vista respecto a la autoría isabelina al sostener que la lectura original no es ni “María” ni “Isabel” sino solamente “ella” (dijo). Alrededor de dos años antes, Durand había criticado, en el “Revue Biblique”, el argumento de Jacobé sobre una probable atribución a Isabel. Dom Morin ha llamado la atención (“Revue Biblique”, 1897) sobre las palabras de Nicetas (Niceta) de Remesiana, en un manuscrito del Vaticano de su “De salmodiae bono”: “Cum Helisabeth Dominum anima nostra magníficat” (Con Isabel, nuestra alma engrandece al Señor). Las obras de Nicetas han sido editadas recientemente por Burn, y dan evidencia (De salmodiae bono, IX, XI) de la opinión de Nicetas (vea nota 4, p. 79, ibid.). En la introducción al volumen de Burn, Burkit rechaza la variante “Et ait Elisabeth” como totalmente insostenible a la vista del testimonio contradictorio de Tertuliano y de todos los textos griegos y siríacos, pero sostiene la lectura original: “ella” (dijo) y por la autoría isabelina. Le respondió el obispo anglicano de Salisbury, quien apoya la probabilidad de una versión original “ella”, pero rechaza la adscripción a Isabel (pp. CLV-CLVIII). El testimonio de los códices y el de los Padres es prácticamente unánime a favor de la variante de la Vulgata: “Et ait Maria”, pero, aparte de esto, la atribución del Magníficat a Isabel podría ser altamente anormal dentro del contexto de San Lucas. Mucho antes de la discusión reciente, Westcott y Hort, en el apéndice (52) de su “Introduction to the New Testament in the Original Greek” (Nueva York, 1882), habían discutido brevemente y rechazado la lectura “Isabel”; y este rechazo se confirma concisamente en su texto revisado del “N. T. in the Original Greek” (Londres, 1895), 523.

Uso litúrgico

Mientras que los cánticos tomados del Antiguo Testamento para el Breviario Romano están colocados con los salmos, y están distribuidos de forma que se cantan sólo una vez a la semana, el Magníficat comparte con los otros dos “cánticos evangélicos” el honor de la recitación diaria y de una ubicación singularmente prominente inmediatamente antes de la Oratio, u oración del Oficio diario (o, si hay preces, inmediatamente antes de éstas). El Magníficat es asignado a las vísperas, el Benedictus a laudes y el Nunc Dimittis a completas. Durando da seis razones para la asignación del Magníficat a vísperas: la primera es que el mundo fue salvado en su anochecer por el asentimiento de María al plan divino de redención. Colvenario encuentra otra razón en la probabilidad de que Nuestra Señora llegara a la casa de Isabel hacia el anochecer. Sin embargo, en la Regla de San Cesáreo de Arles (escrita antes de 502) aparece el que puede ser el relato existente más antiguo sobre su uso litúrgico, donde se asigna a laudes al igual que en las Iglesias Griegas actualmente. Las ceremonias que acompañan a su canto en el coro en las vísperas solemnes son notablemente impresionantes. A la entonación del “Magníficat”, se levantan todos los que están en el santuario y el celebrante (después de haberse quitado primero su birrete, “en honor a los cánticos”) acude con sus asistentes hacia el altar, donde, con las reverencias acostumbradas, bendice el incienso e incensa el altar como al comienzo de la Misa solemne. Para permitir la elaborada ceremonia de la incensación, el Magníficat es cantado mucho más lentamente que los salmos. Una ceremonia similar acompaña al canto del Benedictus en laudes solemne pero no en Nunc Dimittis en Completas.

Al pronunciarse la primera palabra del Magníficat y del Benedictus, se hace la Señal de la Cruz (pero no en el Nunc Dimittis, excepto donde la costumbre lo ha hecho legítimo). En algunas iglesias se canta el Magníficat en devociones que no son las vísperas. Al responder a una pregunta de Canadá, el “Ecclesiastical Review” (XXIII, 74), declara que las rúbricas permiten tal separación, pero prohíbe la incensación del altar en este caso. Esta misma revista (XXIII, 173) subraya que “la práctica de hacer la Señal de la Cruz al inicio del Magníficat, el Benedictus y el Nunc Dimittis en el Oficio es de uso muy antiguo, y está sancionado por la mejor autoridad”, y se refiere a la Congregación de los Ritos Sagrados, 20 de Diciembre de 1861.

Arreglo musical

Al igual que los cánticos y los salmos, el Magníficat es precedido y seguido por una antífona que varía de acuerdo a la fiesta o al Oficio ferial, y se canta según los ocho modos del canto llano. Sin embargo, el primer verso no tiene mediación debido a la brevedad de su primera mitad (una palabra, Magníficat). Los cánticos de María y Zacarías comparten (incluso en el Oficio de Difuntos) el honor peculiar de comenzar cada verso con un initium o entonación. Esta entonación varía según los diversos modos; y el Magníficat tiene una entonación especial solemne para el segundo, séptimo y octavo modos, aunque en este caso la entonación festiva usual se aplica a todos los versos, en los modos segundo y octavo, excepto el primero. El tratamiento “musical” del cántico, a diferencia del tratamiento de “canto llano”, ha sido muy variado. Algunas veces los versos cantados se alternan con canto llano armonizado, algunas veces, con un falso bordone que tiene melodías originales en el mismo modo que el canto llano. Sin embargo, existen innumerables arreglos que son completamente originales y que se ejecutan a través de toda la gama de expresión musical, desde la armonía más simple hasta el tratamiento dramático más elaborado, con acompañamiento orquestal del texto.

Casi todos los grandes compositores de música eclesiástica han trabajado frecuente y celosamente en este tema. Palestrina publicó dos acompañamientos para cada uno de los ocho modos y dejó en manuscrito casi una cantidad similar. Existen cincuenta acompañamientos de Orlando di Lasso en la Biblioteca Real de Munich y la tradición le acredita el doble más. A fines del siglo XIX, se dice que César Franck (1822-90) completó sesenta y tres de los cien que él había proyectado. Además de nombres tales como el de Palestrina, di Lasso, Josquin Deprés, Morales, Goudimal, Animuccia, Vittoria, Anerio, Gabrieli, Suriano, quienes, junto con sus contemporáneos, contribuyeron con innumerables acompañamientos, la Escuela Ceciliana moderna ha trabajado intensamente con el Magníficat, tanto como un cántico separado, y como con uno de los números en las vísperas completas de muchas fiestas. En los servicios anglicanos, el Magníficat recibe un tratamiento musical que no es diferente de aquel que se concede a otros cánticos y por lo tanto, bastante disímil al de las vísperas católicas en las cuales el mayor tiempo usado para incensar el altar, permite una mejor elaboración musical. Una mirada a través de las páginas del catálogo de “Servicios” de Novello nos lleva a estimar que una única casa editora ha realizado una cantidad por encima de los mil acompañamientos musicales para el Magníficat para los servicios anglicanos. En conjunto, la opinión de Krebbiel de que a este cántico “probablemente se le ha puesto música con mucha mayor frecuencia que a cualquier himno en la liturgia” parece que refleja completamente la verdad.

Bibliografía

VIVES, Expositiones SS. Patrum et Doctorum super Canticum “Magnificat”, etc. (Roma, 1904), un octavo real de 827 páginas de doble columna, que contiene homilías y comentarios sobre el Magníficat distribuidos a través de cada día del año, con un prefacio por la paráfrasis latina de URBANO VIII, en treinta y dos dímetros yámbicos; COLERIDGE, The Nine Months (The Life of Our Lord in the Womb) (Londres, 1885), 161-234, un comentario extenso bajo el título, The Canticle of Mary; NICOLAS, La Vierge Marie d’apres l’Evangile (París, 1880), 243-57, argumenta que el Magníficat solo “prueba la divinidad del cristianismo e incluso la existencia de Dios”; DEIDIER, L’Extase de Marie, ou le Magnificat (París, 1892); M’SWEENY, Translations of the Psalms and Canticles with Commentary (San Luis, 1901), da trad. bi columnar a partir de la Vulgata y el Peshito, con comentario; A LAPIDE, St. Luke’s Gospel, tr. MOSSMAN (Londres, 1892), 41- 57; MCEVILLY, Exposition of the Gospel of St. Luke (Nueva York, 1888), 27-33; BREEN, A Harmonized Exposition of the Four Gospels, I (Rochester, Nueva York, 1899), 135-45; ARMINIO en Ecclesiastical Review, VIII (321-27), un ensayo devocional; SHEEHAN, Canticle of the Magnificat (Notre Dame, Ind., 1909), una meditación poética en estrofas de ciento seis líneas; BAGSHAWE, The Psalms and Canticles in English Verse (San Luis, 1903), da (353) una versión métrica del cántico, y en el prefacio propone versiones métricas para el uso de los católicos; ALLAN en SHIPLEY, Carmina Mariana, 2da. serie (Londres, 1902), 260-63, un comentario poético sobre cada verso del Magníficat —este volumen da otros poemas en inglés que tratan sobre los cánticos o la Visitación (17, 321, 490); cf. también Carmina, 1ra serie (Londres, 1893), 78, 360. Para las versiones métricas no católicas en inglés, vea JULIAN, Dict. of Hymnology, 2da. ed. (Londres, 1907), 711 (Magnificat); 801, col. 1 (Nueva Versión); 1034, col. 1 (Trad. al escocés); 1541, col. 1 (Antigua Versión); MARBACH, Carmina Scripturarum, etc. (Estrasburgo, 1907), 430-33, da en gran detalle las antífonas que se derivan del Magníficat, las fiestas a que se le asignan, etc. Para una discusión de la autoría mariana y referencias, vea, Evangelio según San Lucas, sub- título ¡¿Quién pronunció el Magníficat?” Vea también JOHNER, A New School of Gregorian Chant (Nueva York, 1906), 60-69, las varias entonaciones del Magníficat en los ocho modos; ROCESTRO en GROVE, Dict. of Music and Musicians, s.v. Magnificat; SINGENBERGER, Guide to Catholic Church Music (San Francisco, Wis.), da (148-150) una lista de cien arreglos aprobados; KREHBIEL en New Music Review (feb., 1910), 147; PIERO, L’Esthétique de Jean-Sébastien Bach (París, 1907), da varias referencias (519) a las opiniones del autor sobre el Magníficat de Bach.

Fuente: Henry, Hugh. “Magnificat.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/09534a.htm

Traducido por Laura Morales. rc

Fuente: Enciclopedia Católica